martes, 5 de febrero de 2013

La fuga de cerebros que se avecina


Allá por los años 50, con la aprobación del Acta de Inmigración McCarren-Walter, Estados Unidos dió un giro brusco a su otrora generosa política migratoria de puertas abiertas a los profesionistas y científicos de otras partes del mundo interesados en poder inmigrar a dicho país, adoptando una mentalidad cerrada bajo varios lemas que pudieran ser leídos así: “los profesionistas extranjeros solo vienen a quitarle empleos bien pagados a nuestros propios profesionistas norteamericanos”, “Estados Unidos tiene las mejores universidades del mundo y gradúa cada año todos los profesionistas que este país necesita, y no necesitamos traer a nadie de fuera”.

Con la aprobación de esa reforma migratoria que impuso un sistema de categorías junto con “cuotas” de inmigración anuales (tratando despectivamente a los aspirantes a inmigrar como si fuesen cabezas de ganado), Estados Unidos virtualmente le cerró sus puertas a muchos profesionistas del mundo entero que de otra manera tal vez habrían considerado seriamente la posibilidad de cambiar su residencia a dicho país, porque dentro del sistema de cuotas quienes recibían la preferencia absoluta bajo el sistema de categorías estaban en primer lugar los hijos de ciudadanos norteamericanos, a los cuales no se les exigía ningún requisito de escolaridad mínima, ni siquiera la escuela primaria, porque inmigraban no por los estudios o conocimientos que poseyeran sino por el simple hecho de ser hijos de ciudadanos norteamericanos. En la segunda categoría de preferencias estaban aquellos casado con ciudadanos o ciudadanas norteamericanas, a los cuales tampoco se les exigía ningún requisitio de escolaridad mínima, ni siquiera la escuela primaria, porque inmigraban no por los estudios o conocimientos que poseyeran sino por estar casados con un ciudadano norteamericano. Y así sucesivamente, hasta llegar a la categoría reservada para los profesionistas, la sexta categoría, que bajo el número sumamente estrecho de visas disponibles condenaba a cualquier profesionista extranjero, incluso uno graduado de una universidad norteamericana, a tener que esperar muchos años haciéndose viejo para que le pudiera tocar su turno en la lista de espera. La única forma de poder inmigrar legalmente sin tener que esperar tanto tiempo y sin el riesgo de ser rechazado era (y sigue siendo hasta el día de hoy) casarse con un ciudadano o una ciudadana norteamericana. De hecho, muchos extranjeros buscaron deliberadamente y procuraron casarse con ciudadanos o ciudadanas norteamericanas no porque realmente sintieran algún lazo afectivo por dichas personas sino porque esa era la única forma de poder inmigrar, y si aquellos con quienes se desposaron no hubieran sido ciudadanos norteamericanos posiblemente ni siquiera se habrían fijado en ellos, los cuales no sabían que estaban siendo utilizados para darle la vuelta a un complejo proceso burocrático y que estaban siendo engañados con palabras de amor tan falsas como los cuentos del Barón de Münchhausen.

A principio de los años 50, Estados Unidos aún tenía una amplia disponibilidad de profesionistas llegados de Europa como consecuencia de los calamitosos efectos de la Segunda Guerra Mundial, entre los cuales se pueden citar personalidades como Wernher von Braun, Albert Einstein, Edward Teller, Kurt Gödel, Enrico Fermi y muchos otros talentos de primera línea (demasiados, tal vez) que fueron recibidos con los brazos abiertos antes de la aprobación de la reforma migratoria de 1952. Pero ha transucurrido más de medio siglo desde aquél entonces, y esos profesionistas de primera línea han ido muriendo, sin que hayan llegado a Estados Unidos de Europa o de Asia o inclusive de Latinoamérica nuevos talentos para reemplazarlos. En el caso de Europa, tras la reconstrucción del continente europeo y la mejora dramática en los niveles de vida de los talentos europeos así como la fundación de la Comunidad Económica Europea, había ya muy pocos incentivos para muchos de los nuevos talentos europeos para irse a vivir a los Estados Unidos, porque ¿quién en su sano juicio piensa seriamente en abandonar a sus familiares y a sus amigos de toda la vida para irse a un país en donde no conoce a nadie, sobre todo cuando puede tener un nivel de vida económicamente envidiable en la misma Europa? Y menos cuando prácticamente se les obligaba a tener que casarse con una ciudadana norteamericana para poder ser aceptados dentro de un plazo de tiemp que no superara una década de estar esperando afuera del Consulado o de la Embajada norteamericana, sin ningún verdadero aprecio por la educación universitaria y la formación profesional que tenían.

Para empeorar aún más las cosas, a algún burócrata o congresista norteamericano se le ocurrió la “brillante” idea de imponer como requisito indispensable para poder inmigrar a dicho país la condición de presentar la famosa “carta de trabajo” expedida por alguna empresa norteamericana ofreciéndole empleo al aspirante, aunque fuese un inmigrante sumamente calificado. Esto en sí era una estupidez bárbara, porque en principio (y supuestamente) para poder buscar legalmente empleo en dicho país se tiene que contar primero con la autorización migratoria para poder trabajar en dicho país, y si no se cuenta con esa autorización migratoria el interesado no puede buscar empleo. ¿Entonces cómo puede buscar empleo para obtener la “carta de trabajo” que le piden en el Consulado o la Embajada si no se le dá primero una autorización para poder buscar empleo? Este es el tipo de círculo vicioso que en Estados Unidos se le conoce como el catch-22. Y para empeorar todavía más las cosas, a algún burócrata o congresista norteamericano (posiblemente el mismo) se le ocurrió meter al Departamento de Trabajo en el asunto exigiéndole al aspirante a inmigrar el demostrar fehacientemente que no había en todo Estados Unidos nadie que pudiera efectuar el trabajo en el cual estaba intersado en ofrecer sus servicios. Y el peso y la carga de demostrar que no había en todos los Estados Unidos nadie que pudiera efectuar el trabajo que el inmigrante prospecto aspiraba efectuar corría completamente a cargo del interesado, algo que para fines prácticos se antoja irreal e impráctico, por no decir oneroso. Todas estas trabas terminaron por cerrarle las puertas a los profesionistas junto con cuotas de inmigración cada vez más restrictivas y endurecidas al gusto de los burócratas en turno con cada crisis o recesión económica en la que entraba dicho país. La única manera de poder inmigrar legalmente era casándose con un norteamericano o una norteamericana, algo que de cualquier modo muchos profesionistas extranjeros no podían hacer por estar ya casado.

Ya por los años 80, empezaron a sonar varias voces de alarma señalando que el trato hostil hacia los profesionistas extranjeros interesados en inmigrar había llegado demasiado lejos, y que el mismo gobierno norteamericano había cerrado la válvula que le había permitido a Estados Unidos lograr su incuestionable liderazgo científico y tecnológico al finalizar la Segunda Guerra Mundial. El efecto más dramático era que muchos estudiantes extranjeros que graduaban con honores con títulos de post-grado en instituciones educativas como el Massachussetts Institute of Technology o Harvard eran prácticamente obligados a regresar a sus países de origen al concluír sus estudios. Pero esto no les importaba a los políticos y los burócratas norteamericanos porque aún les quedaba una reserva de profesionistas que habían inmigrado una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y los cuales aún no habían muerto ni se habían jubilado.

Pero ya para finales del siglo XX, la reserva de profesionistas talentosos que habían inmigrado antes de la aprobación del Acta de Inmigración de 1952 estaba prácticamente agotada, y no había ya reemplazos nuevos gracias a la horca migratoria. Y los políticos norteamericanos así como la sociedad norteamericana se empezaron a dar cuenta paulatinamente de que una cantidad cada vez mayor de patentes estaban siendo otorgadas no dentro de los Estados Unidos sino en el extranjero, gracias a innovaciones logradas por profesionistas extranjeros que después de haber graduado en algún postgrado con honores habían sido obligados a regresar a sus países de origen. De este modo, los principales beneficiarios de las hostiles políticas migratorias fueron los países de origen de tales profesionistas cuyos gobiernos sin decirlo han estado muy agradecidos con los norteamericanos por regresarles prácticamente a la fuerza a sus profesionistas más talentosos. Eventualmente, al concluír la primera década del tercer milenio, los norteamericanos se están dando cuenta de que su hostilidad hacia el talento extranjero les está comenzando a costar liderazgo científico y tecnológico, y como consecuencia inevitable del predomino absoluto de tal liderazgo lo único seguro es una caída en los estándares de vida. Y ante la catástrofe que se avecina, cada vez más preocupados, parece que están dispuestos a dar marcha atrás en lo que viene siendo más de medio siglo de estupideces en políticas migratorias. Este punto de vista lo manifestó al empezar febrero de 2013 un analista muy famoso de nombre Andrés Oppenheimer, el cual en un trabajo suyo titulado “La próxima fuga de cerebros”, el cual reproduzco a continuación:

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El plan de reforma migratoria del presidente Barack Obama incluye un gran aumento de visas para estudiantes extranjeros que se gradúen en ciencias e ingeniería, que planteará un enorme desafío para China, India y Latinoamérica: los países emergentes tendrán que ponerse las pilas para retener a sus mejores cerebros, o sufrirán la mayor fuga de cerebros de la historia reciente.

La competencia global para atraer talentos ya ha comenzado. Canadá, Australia, Singapur, Brasil y Chile han aprobado recientemente medidas para a atraer científicos, ingenieros y emprendedores de alta tecnología. Ahora, si Estados Unidos –la economía más grande del mundo– se suma a la carrera, la competencia global por profesionales altamente calificados será feroz.

Así como ocurrió después de la segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno estadounidense atrajo a Albert Einstein y a otros científicos europeos de primer nivel, Estados Unidos se convertirá en un imán para una nueva generación de los mejores cerebros del mundo.

Según un proyecto de ley bipartidista conocido como el Acta de Inmigración-Innovación, Estados Unidos eliminaría las restricciones a las visas de trabajadores graduados en Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemática en universidades estadounidenses, y duplicaría el cupo de visas para inmigrantes altamente calificados, incluyendo enfermeras y programadores de computación.

El proyecto de ley, que probablemente pase a formar parte del plan de inmigración de Obama, tiene muy buenas posibilidades de ser aprobado en el Congreso. Ambos partidos coinciden en la necesidad de aumentar drásticamente el número de visas de científicos e ingenieros extranjeros para ayudar a que la economía estadounidense se haga más competitiva.

“Este es realmente un gran paso adelante”, me dijo Vivek Wadhwa, un conocido gurú de la innovación de Singularity University, y autor del reciente libro El éxodo de inmigrantes, que afirma que Estados Unidos se está perjudicando al no permitir que los graduados extranjeros de sus universidades se queden en el país.

Hoy día, casi todas las visas de Estados Unidos se conceden en base a los vínculos familiares, y no a la profesión de los postulantes. En Estados Unidos, sólo el 7 por ciento de las visas son otorgadas en base a las capacidades profesionales, comparado con el 25 por ciento en Canadá, el 42 por ciento en Australia, el 58 por ciento en Inglaterra, el 80 por ciento en Suiza y el 81 por ciento en Corea del Sur, según un estudio reciente de la Sociedad Para una Nueva Economía Americana.

Según el nuevo proyecto de ley de Estados Unidos, el número de visas para extranjeros altamente capacitados aumentaría de las actuales 140 mil anuales a unas 280 mil.

“La competencia por inmigrantes calificados se está intensificando cada vez más”, me dijo Wadhwa. “Antes, cuando la economía mundial dependía de las manufacturas, uno necesitaba trabajadores. Ahora que la economía mundial depende de la tecnología y la innovación, uno necesita científicos e ingenieros calificados”.

Si Estados Unidos empieza a importar más científicos e ingenieros, no sólo aumentará su primacía en el registro de patentes internacionales, sino que también reducirá la necesidad de sus multinacionales de instalarse en China, India y Latinoamérica, agregó.

Entonces, ¿qué deberían hacer los países latinoamericanos? Casi todos los expertos coinciden en que los países de la región tendrán que producir más y mejores científicos e ingenieros, y proporcionar un mejor clima de negocios a sus sectores tecnológicos, para no quedarse atrás.

En este momento, sólo alrededor del 14 por ciento de los estudiantes latinoamericanos estudian ciencias e ingeniería, y no hay ninguna universidad latinoamericana que figure en los principales lugares de las mejores 150 universidades del mundo.

Además, pocos países de la región –con excepciones, incluyendo a Chile y Brasil– dan grandes incentivos impositivos o financiación para nuevas industrias tecnológicas.

Chile, por ejemplo, ha lanzado la agencia Start-Up Chile, que le da 40 mil dólares, oficinas gratuitas y visas de trabajo a los emprendedores extranjeros con buenos proyectos, especialmente en alta tecnología.

Mi opinión: Si los países latinoamericanos actúan con inteligencia y se insertan en la nueva economía global del conocimiento –por ejemplo, aumentando sus convenios de titulación conjunta con universidades extranjeras, ofreciendo mejores condiciones de trabajo a sus graduados en el exterior, y creando un clima de negocios más amistoso hacia los inversores en alta tecnología– podrían beneficiarse de la creciente competencia mundial por el talento.

Podrían convertir lo que antes se llamaba “fuga de cerebros” en una “circulación de cerebros”, tal como lo han hecho exitosamente China, India, Taiwan, Corea del Sur y otros países.

Estos últimos se beneficiaron al enviar a decenas de miles de sus mejores estudiantes a Estados Unidos, y luego recibirlos de regreso en calidad de inversionistas, funcionarios públicos o profesores universitarios.

Pero si los países latinoamericanos se quedan con los brazos cruzados, probablemente veremos la mayor fuga de cerebros de los últimos tiempos.

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La cruda realidad es que Estados Unidos por mucho tiempo fue un país que se nutrió del talento extranjero. Al propiciar la fuga de cerebros a lo largo de su historia, Estados Unidos fue el principal beneficiario y los países exportadores fueron los principales perjudicados; el único respiro que se tuvo a esta merma se debió gracias al mismo gobierno norteamericano que fue cerrando gradualmente las puertas beneficiando a los países que de otro modo habrían salido perjudicados. Pero en Estados Unidos parecen estar tomando conciencia ya, de acuerdo a lo que escribió Andrés Oppenheimer, de la debacle que se les viene encima si insisten en su política de puertas cerradas a profesionistas extranjeros. En realidad, a nadie le agrada la idea de ver hundirse a su país y de hundirse junto con sus coterráneos a causa de malas políticas y malas decisiones tomadas por los gobernantes en turno.

La urgencia por dar marcha atrás es de tal magnitud que en el congreso norteamericano hay varios legisladores que están considerando seriamente una propuesta que hace algunas décadas habría sido considerada descabellada e impensable: otorgarle automáticamente visa de residencia legal a cualquier extranjero que gradúe de un nivel de postgrado de una universidad norteamericana, aunque el estudiante extranjero no haya hecho trámite alguno para procurar dicha visa de residencia. En pocas palabras, bastaría con el simple y solo hecho de haber graduado de una universidad norteamericana en alguna especialidad de postgrado para recibir la visa legal de residencia sin tener que hacer absolutamente ningún trámite. No serían obligados a pasar a formar parte de una larga fila de espera en los consulados o embajadas norteamericanas en sus países de origen y obligados a esperar muchos años para poder ser atendidos por un funcionario consular de mala cara. Ni siquiera se les obligaría a casarse con un ciudadano o una ciudadana norteamericana para poder tramitar la visa de residencia legal. Y la visa de residencia ni siquiera tendría que ser tramitada, porque tal visa de residencia legal podría ser reclamada por el interesado quizá con el solo hecho de presentar su diploma. Punto. Los políticos y congresistas que están a favor de esta idea argumentan que si un extranjero no ha cometido delito alguno en los Estados Unidos ni en su país de origen, y si ya cumplió con todos los requisitos para poder ser aceptado en un nivel de post-grado en una universidad norteamericana, y si ya graduó en dicha universidad norteamericana, en realidad ya cumplió cabalmente con todos los requisitos que se le podrían pedir a un aspirante a inmigrar, siendo todo lo demás burocracia inútil y estúpida que equivale a darse un balazo en el propio pie con la propia pistola.

Los países que en otros tiempos fueron los principales exportadores de cerebros a los Estados Unidos tienen razones para empezar a preocuparse. A un país como México le quedaría entre las pocas opciones disponibles la posibilidad de adelantársele a los políticos norteamericanos pasando a la menor brevedad posible una ley haciendo realidad en México lo mismo que varios políticos prominentes en Washington quieren hacer en su país: otorgarle de inmediato y en forma automática sin necesidad de tener que hacer ningún trámite una visa legal de residencia con permiso para trabajar a cualquier estudiante o profesionista extranjero que haya concluído estudios de post-grado en cualquier universidad mexicana acreditada. Queda también la posibilidad de atenerse a la esperanza de que las nuevas propuestas migratorias en Estados Unidos queden trabadas en el congreso norteamericano al igual que como han quedado trabadas muchas otras propuestas en otros asuntos de importancia, aunque lo más probable es que conforme siga transcurriendo el tiempo sin hacer nada muchos otros políticos y congresistas norteamericanos se den cuenta del daño que le están haciendo a su propio país y opten por salir de su letargo.

De cualquier modo, hay cosas que no se antoja que volverán a ocurrir en el futuro inmediato. Para que hubiera un nuevo éxodo masivo de profesionistas europeos hacia los Estados Unidos como el que hubo durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, se necesitaría que estallara primero en Europa otra guerra equiparable, lo cual no se antoja posible porque parece que los europeos ya aprendieron su lección, y si de algo han servido los arsenales atómicos es para reprimir las tentaciones belicistas. Las democracias están cada vez más consolidadas en Europa, lo que hace cada vez más difícil que dictadores como los que arrojaron a Europa a la Segunda Guerra Mundial puedan acceder al poder. Por otro lado, la decisión de abandonar el país de origen diciéndole adiós a los familiares cercanos y a los amigos de toda la vida no es una decisión fácil de tomar, sobre todo si se trata de algún médico cirujano excepcional o de algún bioquímico europeo sumamente talentoso que está recibiendo un salario sumamente elevado en euros y tiene su residencia en un lujoso y comfortable chalet suizo a un lado de un lago cerca de las montañas; lo que le puedan ofrecer en Estados Unidos posiblemente no compense o justifique lo que terminaría perdiendo si abandonara todo en Suiza (o en Alemania, o en Francia) para irse a vivir a un país en el que no conoce a nadie, sobre todo siendo la vida tan corta. Y esto último es lo que realmente temen varios prominentes políticos y congresistas norteamericanos, que los efectos de la hostil política migratoria que estuvieron ejerciendo a su antojo impunemente por décadas puedan ser parcialmente irreversibles, sobre todo cuando los efectos nocivos se fueron acumulando y tardaron en aflorar paulatinamente a lo largo de más de medio siglo.

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