viernes, 4 de diciembre de 2020

El virus flotante

Nos han repetido hasta el cansancio mediante una sobresaturación de los medios de comunicación el mensaje "Quédate en casa, no salgas para nada" y "mantén tu sana distancia de dos metros", como únicas opciones para no contagiarse del mortífero coronavirus COVID-19. Supuestamente, obedeciendo al pie de la letra estas recomendaciones oficialistas, en cuestión de dos semanas se debería cerrar cualquier fuente de contagio en donde se aplican tan draconianas medidas que imponen un encierro obligado no solo a contagiados sino también a personas sanas para las cuales el confinamiento forzado equivale a cumplir el equivalente de una condena de prisión pese a no haber cometido delito alguno y no haber sido sentenciados de nada.

Sin embargo, cada vez son más frecuentes los casos de médicos y enfermeras que caen víctimas de contagio de coronavirus COVID-19, profesionistas de la salud que supuestamente siguen todas sus propias recomendaciones al pie de la letra y deberían saber mejor que nadie la naturaleza del bicho con el que estamos lidiando. Entonces... ¿cómo demonios se explica que estos profesionales de la salud terminen sucumbiendo igual que los demás sobre todo los que no usan cubrebocas ni mantienen una "sana distancia" de dos metros?

Está tomando fuerza una nueva teoría que se basa en una premisa que no tiene discusión alguna. Resulta que cada partícula del virus COVID-19, el "casquete esférico" que estamos acostumbrados a ver en los noticieros y que en términos científicos se le conoce como un "virión" (o partícula) tiene un diámetro aproximado entre un 0.06 de micrón y 0.14 de micron, en promedio 0.125 de micrón (un micrón es la millonésima parte de un metro, así que algo tan ridículamente pequeño no es visible a simple vista sin la ayuda de un microscopio electrónico.)

Bajo la nueva teoría, lo más importante no es tanto el tamaño de cada partícula de coronavirus sino el peso que debe andar alrededor de una diezmillonésima de miligramo por partícula. La creencia antigua era que cuando una persona contagiada tose o estornuda aventando millones de partículas al medio ambiente, dichas partículas eventualmente "caerán" al suelo en donde no tienen contacto directo con la piel humana cuando se usan zapatos. Esta creencia es lo que le da sustento a la fantasía de que es mejor estar en espacios "abiertos" que en recintos "cerrados" como aulas de clase o lugares de trabajo, porque las partículas que expulse un contagiado que no muestra síntomas de ello "eventualmente" caerán al piso en donde una trapeada con cloro se encargará de matarlas y recogerlas. Sin embargo, y esto es imposible negarlo, la limpieza continua del piso no sirve para eliminar las partículas que se quedan suspendidas en el aire, eliminar algo así requiere de alguna tecnología más avanzada como la irradiación con luz ultravioleta del tipo C (luz UVC, en la literatura comercial.) Lo importante es que cada partícula esférica de coronavirus, por sí sola, es extremadamente ligera, mucho más ligera que la pluma de un colibrí, y algo tan ligero no solo puede permanecer "flotando" en el aire de una habitación por muchísimo tiempo (años, inclusive siglos) sino que las "corrientes de aire" hacen que pueda "viajar" de un lado al otro por kilómetros ascendiendo incluso a grandes alturas, lo cual explica a la perfección el por qué en lugares montañosos de gran altura como los que encontramos en Italia se puede contagiar gente que vive a esas grandes alturas aunque tenga poco o casi ningún contacto con gente de las grandes urbes que vive "más abajo". Teóricamente, las moléculas del aire que están en constante movimiento (por las omnipresentes fluctuaciones térmicas) son capaces de "hacer subir" hacia arriba a los viriones del coronavirus, pudiéndolos llevar hasta la estratósfera en donde laboran los astronautas de la estación espacial internacional. De tal modo, la "ligereza" del coronavirus, su extraordinariamente bajo peso, no solo impide que "caiga" al suelo en donde pueda ser trapeado con cloro o pisado por las suelas de los zapatos (es falso que el caminar con paso firme sobre cualquier piso "aplastará" los viriones que estén en el suelo, son partículas esféricas demasiado pequeñas como para poder ser "aplastadas" con las suelas de los zapatos), sino que le permite "flotar" en el aire y ser transportado por las corrientes de aire a grandes distancias dentro de una urbe citadina y hasta fuera de la ciudad, hacia el campo o hacia otras ciudades. Esto manda por tierra la creencia de que los espacios "abiertos, exteriores" son espacios libres de partículas de coronavirus.

Lo peor del caso es que la densidad de partículas de COVID-19 (cantidad de partículas por cada centímetro cúbico de aire) tiende a emparejarse en zonas geográficas, de modo tal que si en algún lugar hay una concentración de diez mil partículas por cada metro cúbico de aire, después de un tiempo habrá la misma concentración de 10,000  partículas por cada metro cubico en todo el aire respirable de una comunidad, lo cual explicaría satisfactoriamente el por qué gente que nunca sale de casa y que jamás es visitada por nadie de todos modos igual termine contagiándose. Es una observación sostenida en las experiencias cotidianas de que hay quienes aunque obedezcan todas las recomendaciones oficialistas de no salir de casa sin mascarilla puesta y evitar aglomeraciones de más de diez personas  de cualquier modo igual van a terminar infectándose, porque el aire que necesitan para respirar eventualmente tiene que entrar de fuera de la casa o del lugar del trabajo, a causa de esas miles de millones de partículas invisibles que andan viajando "en el aire" por su bajo peso eventualmente hasta una persona que no salga de su casa para nada eventualmente pueda contraer el mal. Es importante observar que el uso frecuente de las mascarillas no solo desde el momento que se sale al exterior sino dentro del mismo lugar de trabajo, de cualquier modo será de gran ayuda para evitar respirar esas partículas esféricas. Sin embargo, es un hecho que hasta las personas que más acostumbradas a usar el cubrebocas desde el momento que salen de casa, se quitan el cubrebocas una vez que regresan a casa y cierran la puerta. No respiraron el aire infectado del exterior, pero a partir del momento en que regresan y empiezan a respirar el aire del interior que debe tener una concentración de viriones muy parecida a la concentración de viriones en el exterior están igual que como estaban afuera. ¡Y solo se requiere de unas cuantas partículas para sucumbir a la enfermedad! Hasta el solo hecho de salir a comer a un restaurante implica un riesgo, porque si una persona contagiada estuvo en dicho restaurante hace diez años y estornudó, las partículas de COVID-19 que permanecen flotando por mucho tiempo en el interior de dicho restaurante pueden "atacar" al comensal desde el momento preciso en el que se quita la mascarilla dentro del restaurante para poder comer los alimentos que le sirven, por muy sanitizados que estén dichos alimentos.

Si por causa de las partículas esféricas microscópicas que pueden permanecer flotando en el aire por siglos o, teóricamente, por toda la eternidad, la única manera de no respirar tan mortales bichitos es usar cubrebocas todo el tiempo, ¿significa ésto que no debemos quitarnos el cubrebocas ni siquiera para dormir durante la noche o para poder darnos un baño? ¿Hasta qué extremos tan ridículos hay que llegar para "detener" la propagación de un virus contagiosísimo en grado extremo y, además, mucho más ligero que una pluma, flotando en el aire todo el tiempo?

Bueno, como ya se dijo, la luz ultravioleta UVC es capaz de impactar directamente sobre el ADN de cada partícula matando dicha partícula aunque se encuentre "flotando" en el aire, al privarle de su capacidad para poder reproducirse. Esta es una alternativa que debería ser incluso de uso casero. En varios lugares y centros de trabajo ya se está implementando, con buen éxito ésta medida que no se ha popularizado ya sea por ignorancia o por desconocimiento de las alternativas tecnológicas como la luz UVC que existen para "sanitizar" por completo el aire que respiramos incluyendo todo aquello que esté flotando.

Eventualmente, lo único que va a poder terminar definitivamente con la propagación de ésta maldición demoníaca será el desarrollo de vacunas efectivas que le permitan al humano crear suficientes anticuerpos al COVID dentro de cada persona. Pero mientras se concreta tal remedio, lo más efectivo es acordarse de todas esas partículas que deben de estar flotando en el aire aunque no las podamos ver y las cuales, para cerrarles el paso, es importante tener el cubrebocas BIEN PUESTO filtrando el aire que entra a nariz y boca, sin resquicios laterales por donde se pueda meter el virus flotante, cuya letalidad y pese a toda la propaganda alarmista que se ha generado en torno del bicho, es del 2.5 por ciento (o sea, que de cada cien personas que se infectan, en promedio unas tres personas morirán, aunque quienes sobrevivan lo harán con secuelas tan incómodas que tal vez preferirán haber muerto.)

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