La Iglesia Católica al igual que otras religiones señalan en sus doctrinas que una de las cosas que más disgustan al Creador en el hombre es la soberbia, la arrogancia, siendo este precisamente el verdadero pecado por el cual a fin de cuentas Satanás fue arrojado del paraíso celestial, y es por ello que la Iglesia enseña como virtudes deseables la humildad y la modestia.
En nuestros tiempos, la práctica obstinada de la humildad y la modestia debería tener ciertos límites porque a veces inclusive esto puede ir en contra del mismo individuo en su diaria lucha por la vida. A manera de ejemplo, supóngase que tenemos a un Contador Público talentoso que sacó las mejores calificaciones entre todos aquellos de su generación, que ha acumulado mucha experiencia trabajando de manera independiente aunque ganando muy poco en proporción a los conocimientos y la experiencia que ha acumulado, y que un buen día se le presenta la oportunidad de poder trabajar para una institución bancaria grande, la más famosa y la mejor capitalizada del país, una institución en la que la persona de la que estamos hablando puede hacer grandes aportaciones con su talento y experiencia.
Si esa persona altamente capacitada y con ocho hijos que mantener en su entrevista de trabajo sigue al pie de la letra lo que le enseña la religión convencional en lo que tiene que ver con la modestia y la humildad, entonces lo más probable es que la entrevista terminará en un verdadero desastre para dicha persona y le negarán el empleo. Podemos imaginarnos el siguiente intercambio de palabras:
Entrevistador: ¿Qué tantos conocimientos tiene usted?
Aspirante (comportándose con mucha modestia y humildad): Pues poquitos, poquitos.
Entrevistador: ¿Cuenta usted con mucha experiencia?
Aspirante: ¿Pues qué le puedo decir? Sé lo suficiente como para defenderme.
Entrevistador: ¿Cuáles son sus ambiciones en la vida?
Aspirante: Pues servir y ayudar a los demás, dentro de mis limitadas posibilidades.
Entrevistador: ¿Qué lo hace a usted mejor que otros aspirantes al puesto?
Aspirante: Yo jamás afirmaría que soy mejor en nada que los demás aspirantes al puesto para el cual estoy aplicando. Estoy seguro que todos los demás están mucho mejor preparados y tienen mucha más experiencia y muchos más conocimientos que yo
Entrevistador: ¿Tiene algo que agregar?
Aspirante: No, creo que he dicho todo lo que le interesaría a usted saber de mí.
Tras este breve intercambio, el entrevistador se dirige a su secretaria para decirle: “Señorita, pasa a usted por favor al siguiente candidato”. Y se despide del modesto y humilde aspirante al puesto diciéndole: “Bueno, fue un placer haberlo conocido. Nosotros nos pondremos en contacto con usted en caso de que lo necesitemos. No nos hable, nosotros le hablaremos”.
De cualquier manera, hay situaciones en las que definitivamente la soberbia y la arrogancia están fuera de lugar. Una de ellas es aquella en la cual a muchos les gusta hacer gala de influyentismos presumiendo tener una relación de parentesco con una persona importante o presumiendo de alguien para quien trabajan o con el cual están conectados. Es el típico síndrome del acomplejado patán muy afecto al uso de las palabras: “¿Sabes quién soy yo?”, “¿Sabes con quién te estás metiendo?”.
Una anécdota que viene al caso es una que me contaron hace tiempo de algo que sucedió en un restaurante de postín en la Ciudad de México, posiblemente un VIPS. La anécdota trata de un cliente que estaba hablando en voz fuerte en compañía de sus amigotes, escandalizando con sus gritos a todos los demás comensales, a grado tal que el administrador del restaurante se dirigió a él pidiéndole que por favor abandonara el local. Ante la negativa del cliente molesto, el administrador llamó a los guardias del orden para que sacaran al rijoso del local. Entonces el ensoberbecido patán, haciendo gala de ese complejo del que desafortunadamente adolecen muchos mexicanos, les respondió: “¿Saben quién soy yo?”, “¿Tienen siquiera la más remota idea de con quién se están metiendo? Pues para que lo sepan, yo soy ni más ni menos que el primo del Presidente de la República, el General Lázaro Cárdenas”.
Al decir esto, los policías y el administrador se quedaron con la boca abierta y con el rostro helado sin decir palabra alguna. Muy satisfecho, el enanillo mental con ínfulas de todopoderoso asomó una sonrisa de satisfacción en su rostro, agregando: “Vaya, hasta que por fin les entró en la cabeza quién soy yo. Hasta que por fin se dieron cuenta de que nadie se mete conmigo así nomás. Yo puedo hacer lo que se me pegue en gana porque soy intocable, bola de mequetrefes”.
Los policías y el administrador seguían en silencio, estupefactos, sin poder responderle nada. Después de varios minutos, el patán les dijo: “¿No tienen nada que agregar. Ya se van a retirar para dejarme a mí y a mis amigos continuar la fiesta?”.
En eso, uno de los policías casi sin atreverse a señalar con su dedo le dijo al rijoso comensal: “No es eso, señor. Mire por favor quién está detrás de usted.”
Al voltear a mirar hacia atrás, también el conflictivo y soberbio sujeto se quedó con la boca abierta.
¡Era el General Lázaro Cárdenas en persona, el cual había entrado desde hace algún tiempo al restaurante, sin escolta, y había estado escuchando la conversación!
Sin atinar nada en que decir, el patán soberbio sólo se atrevió a saludar al General Cárdenas diciéndole: “¡Hola primo. ¿Cómo has estado? ¡Que gusto de verte por aquí!.”
Sin inmutarse, el General Cárdenas respondió dirigiéndose a los policías y al administrador: “Señores, yo no tengo ni siquiera la más remota idea de quién pueda ser este individuo, pero si está infringiendo la ley, cumplan con su deber y llévenselo a la comisaría para que responda ante la ley por sus actos.”
Tras el incidente, uno de los policías le comentó al administrador del restaurante: “Si ese individuo realmente era el primo del General Lázaro Cárdenas, entonces el Señor Presidente le acaba de dar la lección más grande de su vida.”
Otra anédota que viene al caso involucra a un ex Presidente de la Suprema Corte de Justicia que estaba yendo con su hermana a visitar cierto restaurante en el centro de la ciudad en el que no se podía encontrar estacionamiento alguno que estuviese cercano al lugar al cual iban a ir. Había un espacio libre, pero ese lugar estaba reservado porque había allí un hidrante para las máquinas de los bomberos, y tenía claramente un señalamiento que indicaba que estaba prohibido estacionarse allí. El chofer del vehículo de cualquier modo se detuvo y empezó a maniobrar el carro para estacionarlo precisamente allí, cuando el Ministro le dijo: “Por favor, allí no. Busque otro lado en donde haya lugar para estacionar el coche, aunque esté lejano.” El chofer le respondió: “Pero es que usted es el Presidente de la Suprema Corte de Justicia, usted es una persona muy importante, de las más importantes que hay en este país.” A esto, el Ministro le respondió: “Precisamente porque soy el Presidente de la Suprema Corte de Justicia, nosotros somos los primeros que debemos ponerle el ejemplo a los demás.” Sin agregar palabra alguna, el chofer comprendió lo que se le había dicho, y buscó otro lugar más alejado en donde pudiera estacionar el vehículo.
El paradigma del enanito, el individuo soberbio y arrogante muy dado a la práctica influyentista del “¿sabes quién soy yo?”, en México nos lo podríamos imaginar diciendo: “Yo soy ni más ni menos que el cuñado del primo de la hermana del tío de la esposa de la prima de la nieta predilecta de la amiga personal de la vecina de la esposa del asistente personal del secretario particular del Presidente de la República. ¿Cómo la ves desde a’i (allí, en caló mexicano)?” Pues, como yo la veo desde aquí, un individuo de estos está para dar lástimas, verdadera lástima, porque se ajusta muy bien al dicho que dice: “Dime de lo que presumes, y te diré de lo que careces.” Y como bien dice otro dicho, en el pecado se lleva la penitencia.
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