En la copa mundial de futbol celebrada en el año 2010 en Sudáfrica, después de un inesperado triunfo ante Francia cuyos tiempos como campeón mundial son ya solo un recuerdo, la selección de México cayó derrotada ante Uruguay cuando el triunfo sobre Francia alimentaron las expectativas irreales sembrando la duda sobre si sería posible ganarle o al menos empatar al equipo de la selección nacional de Argentina. En el periódico local Sergio Sarmiento tuvo algo que decir sobre lo sucedido en un artículo titulado “La derrota”:
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No sé qué me inquieta más: que miles de fanáticos mexicanos salgan al Ángel de la Independencia a celebrar una derrota del equipo nacional de futbol o que la celebración se convierta en disturbio violento en que los fanáticos buscan desvestir y manosear a las mujeres y agreden a la policía cuando ésta trata de intervenir.
México, claramente, es un país al que le cuesta mucho trabajo tener triunfos. Estamos habituados a la derrota... y no sólo en el campo deportivo. Quizá por eso nuestros festejos ante las victorias y las derrotas son tan carentes de proporción.
México ha tenido hasta ahora el desempeño esperado en la Copa del Mundo de futbol. Era lógico para el decimoséptimo equipo del mundo terminar la primera ronda con una victoria, un empate y una derrota. El orden de los factores no fue el esperado: pocos hubieran pensado que el triunfo habría sido frente a Francia y la derrota ante Uruguay, pero el futbol ofrece siempre ese tipo de sorpresas.
Si era previsible que la selección nacional pasara a octavos de final en el segundo lugar del grupo A, era igualmente lógico que nos tocara enfrentar inmediatamente después a Argentina.
Es muy probable que el Mundial concluya para México este próximo domingo en el encuentro contra el equipo más brillante de la primera etapa de la competencia. No hay en las filas nacionales un Guardado que pueda rivalizar con Messi, ni un Chicharito que rebase a Higuaín, ni un Cuauhtémoc que pueda superar a Tévez. Los jugadores en la banca de Argentina -Palermo, Milito, Agüero- serían suficientes para derrotar a la selección nacional en casi cualquier día. Pero esto es algo que muchos mexicanos se niegan a entender.
Los mexicanos queremos ver el futbol -y la vida económica- como batallas en las que se puede triunfar con buena voluntad y la intervención milagrosa de la Virgen de Guadalupe. En la derrota contra Uruguay del 22 de junio encontré en el Estadio Real Bafokeng a varios mexicanos que con lágrimas en los ojos me aseguraban que la derrota era producto de que El Vasco Aguirre no había metido al Chicharito Hernández desde un principio o de que no había querido sentar en la banca al Guille Franco. Pocos quieren darse cuenta de que el proceso que permite a un país, como Argentina, tener una escuadra vencedora en cualquier Mundial es empezar desde muy temprano con la preparación de jugadores infantiles y juveniles.
La derrota puede ser una gran maestra. Nos muestra nuestras carencias y nos permite remediarlas. El problema es cuando nos negamos a ver las lecciones y pretendemos seguir viviendo en un mundo de mentiras.
Quizá si reaccionáramos de manera distinta a las derrotas podríamos albergar otros sueños. Si nos sirvieran de incentivo para construir canchas de futbol en las escuelas y organizar ligas infantiles y juveniles en todo el país, podríamos construir equipos nacionales más brillantes para las Copas del 2018 en adelante. Mientras las victorias y las derrotas sean un simple pretexto para salir a las calles, intoxicarse con alcohol, lanzar espuma a la gente y tratar de desvestir y manosear a las mujeres que se atrevan a ir al Ángel de la Independencia, seguiremos siendo el país del nunca jamás.
Las lecciones del futbol son las mismas que aprendemos de la economía global. De nada nos sirve ponernos el sombrero de charro y gritar ¡Viva México!, o lamentar el trato que la Border Patrol de Estados Unidos les da a los trabajadores mexicanos, si no hacemos el esfuerzo para construir un país más próspero que pueda dar trabajo y un mejor nivel de vida a los mexicanos en su propia patria.
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Un abogado de la localidad de nombre Carlos Murillo expresó esto con respecto a la locura futbolera promovida hasta el cansancio por las televisoras de México:
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Me declaro agnóstico del futbol, es decir, no sé y no me interesa. Siento un profundo respeto por los fanáticos, aunque la propia palabra “fanático” me parece sinónimo de sin-razón, la imagino en un rincón profundo de la “caverna de Sócrates”.
La gente es así aquí en México, le encanta, qué digo le encanta, le enloquece el balompié, invertimos tiempo y dinero en el juego, generando un mercado emergente enmedio de la crisis mundial.
Las televisoras que saben husmear donde hay dinero –y a diferencia de los países desarrollados donde el Mundial es un evento más– dedican inversiones millonarias por ganar audiencia, la guerra mediática es una regresión a la era salvaje por ganar a la presa (el público).
Tengo miedo de prender la televisión y ver más análisis futbolero; cientos de números y estadísticas sobre las más insignificantes cuestiones relacionadas con el Mundial, ¡por favor!
Y la gente que grita asustada cuando llega el balón a la portería ¿de qué se asustan? Pueden ver un muerto en la calle pero no soportan un tiro a gol del equipo contrario.
La gente llora cuando pierden. Celebra cuando gana(mos). Porque, como siempre, el triunfo tiene muchos padrinos y la derrota es huérfana.
La emoción del fan se convierte en una pócima mágica que le resuelve todos los problemas por 90 minutos, un simple entretenimiento se convierte en dogma, en religión, en día inhábil.
Tal vez el 90 por ciento de los mexicanos vean un juego de la selección mexicana, en contraste con el 1 por ciento que se detiene a ver un debate político entre candidatos a un puesto de elección popular, cifras escalofriantes en un país que ya cuenta con 60 millones de pobres e incrementa cada día su desigualdad en una brecha entre clases sociales que cada día se va ensanchando más, ante la mirada de todos y la voz de nadie.
La bronca está ahí, en una olla exprés que va a cumplir otros cien años sin que podamos brincar la barda del subdesarrollo, pero olvídese de eso, aquí lo interesante es el grado de enajenación social que provoca el futbol; que hace que se nos olvide todo. Un reportero ignorante dice: “Ojalá que el triunfo sobre Francia nos lleve a todos a ser más eficientes en nuestro trabajo”, ¿De dónde brincó este tipo de una premisa a otra y concluyó en capirotada? ¿Ese mensaje de triunfalismo frívolo se lo enseñaron en qué escuela barata de ventas corporativas?
Y por lo regular esa misma gente desdeña todo lo que huela a política, con esa voz muy propia del ciudadano común repiten el mismo discurso “es que el gobierno no hace nada”, “siempre es lo mismo”, “los políticos sólo saben robar”.
¡Claro! El diagnóstico puede ser muy real ¿Y porqué tenemos esos gobernantes?
Por una razón muy sencilla: tú, ciudadano común, ciudadano en la media, inmensa mayoría, tú, estabas viendo el futbol, seguías enajenado con la televisión, le diste la espalda al proceso electoral. Ojalá que pierda la selección el domingo y regresemos a la realidad para el 4 de julio emitir un voto razonado. Ojalá el Mundial se acabe pronto.
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Es tal el fanatismo que despiertan en México las expectativas irreales promovidas mediáticamente y comercialmente en torno a los partidos de futbol que cuando, hablando en serio, un reportero le preguntó a un director técnico en México si una victoria en el partido final de la Copa Mundial de Futbol FIFA haría que les construyeran un monumento a los jugadores de la selección nacional de México cerca del Ángel de la Independencia, éste respondió de inmediato sin tener que pensarlo mucho: “Si nuestros muchachos ganan la copia Mundial, no les van a levantar un monumento cerca del Ángel de la Independencia, ¡LES VAN A LEVANTAR UN ALTAR!”, con las imágenes de los jugadores puestas en nichos para recibir las plegarias de sus devotos fanáticos, y con la imagen del director técnico de la selección nacional Javier Aguirre en el centro del “sagrario”. Y de hecho Cuauhtemoc Blanco, uno de los jugadores que le metió un gol (en tiro de penales) a Francia, recibió como justo reconocimiento a ese gol el mote de “San Cuauh”, con todo y plegaria que dice “San Cuauh talentoso de jugadas divinas, llévanos al Mundial con una Cuauhtemiña”, y hasta su imagen estaba siendo promovida junto con una camiseta con su imagen como “santo” y con una veladora incluída. Por lo pronto, la Iniciativa México (iMX) auspiciada y financiada por Televisa desde el 12 de enero de 2010 empezó con un comercial con el director técnico de la selección nacional Javier Aguirre afirmando que ya es hora de pasar del México del “sí se puede” al México del “ya se pudo”, casi dando por hecho (en la fantasía mediática de la principal productora de telenovelas en Latinoamérica) que la selección nacional de México regresará a casa con la Copa Mundial en sus manos.
La fiebre desatada en México por la Copa Mundial de Futbol, y promovida con muchos meses de anticipación por las televisoras y los medios de comunicación así como por los comerciantes que en su propaganda buscaron llevar agua a su molino, hasta el día de hoy no ha dejado beneficio alguno a México excepto el previsible aumento desmesurado en la venta y el consumo de cerveza y de frituras (comida chatarra) en los días en los que se celebran los partidos. Lo único para lo que ha servido es para desviar la atención sobre problemas mucho más importantes que siguen con nosotros cuando concluyen los partidos de futbol. En otros países como Inglaterra también hay entusiasmo exacerbado hacia el futbol, pero no permiten que ese entusiasmo haga a un lado la atención que se le debe dar a los problemas nacionales. En países como Corea del Sur y Japón hay también fanatismo hacia los partidos de futbol, pero al mismo tiempo esos países siguen construyendo su liderazgo con tecnología de punta en empresas como Goldstar Electronics (LG), Sony, Hyundai y Mazda, que generan empleos y prosperidad; mientras que en México lo único que queda es la borrachera o el hastío al haber terminado un partido, de vez en cuando alguna alegría pasajera que no sirve para pagar los recibos de la energía eléctrica y el servicio telefónico . Algunos de esos entusiastas aficionados al futbol son mexicanos que tarde o temprano se tendrán que ir de “mojados” hacia los Estados Unidos porque en México carecen de empleos y de ingresos, lo único que tienen garantizado hasta la muerte es futbol, futbol, y más futbol. Y los que logren colarse como indocumentados se llevarán consigo su manía futbolera que pocos americanos entenderán porque ellos aún no han visto “la luz” y aún no han recibido la bendición de ser iluminados con esa pasión por el futbol.
Esta locura mundialística que se dá en México tiene dos culpables; el primero desde luego lo son las televisoras y los medios de comunicación que se prestan a la promoción mediática de toda esta locura incluyendo a los políticos que quieren sacarle provecho al asunto (Felipe Calderón en su campaña para la presidencia de México utilizó a su lado al “Kikín” Fonseca, y él estuvo personalmente en Sudáfrica para echarle porras a la selección nacional de futbol en el encuentro inaugural con el equipo de Sudáfrica), y el segundo lo son los millares de mexicanos que voluntariamente se suman y se entregan a la locura actuando como si el futbol lo fuera todo en la vida. Eventualmente, llegará la final del Campeonato Mundial de Futbol en Sudáfrica, y no creo que el equipo de México estará en el torneo final: más bien los jugadores habrán regresado a casa repitiendo un ritual que tiene lugar cada cuatro años, con caras largas y con la mirada dirigida hacia el suelo como si el mundo se hubiese acabado, mientras que los fanáticos estarán por varios días con la mirada perdida en el vacío como si la vida hubiera dejado de tener sentido alguno. Pero ya llegará el siguiente campeonato mundial de futbol, y mientras llega las televisoras se encargarán de irle calentando nuevamente el cerebro a los ilusos para quienes el futbol es lo único que importa en el Universo, a los cuales se les podría recordar la famosa frase de una famosa película: “¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?”
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