Creación original de la diseñadora de modas inglesa Mary Quant, la prenda hoy tiene un alcance internacional y se ve en uso cotidiano por todos lados excepto en países con regímenes autoritarios duros tales como Corea del Norte y Arabia Saudita. En cuanto aparecieron en los aparadores de algunas tiendas mexicanas de las primeras minifaldas llegadas del exterior, de inmediato fueron satanizadas como "indumentaria lasciva y perversa cuya única finalidad es conducir a los hombres al pecado y a la perdición". Esos eran los tiempos en los que el Regente de la Ciudad de México era Ernesto Uruchurtu, el mismo moralista oficial que impidió que el grupo musical londinense The Beatles pudiera venir a México a dar un concierto (escandalizado hasta la médula de sus moralistas huesos por el pelo largo que los integrantes del famoso cuarteto popularizaron en aquellos días). De inmediato aparecieron en las escuelas privadas las advertencias y amonestaciones señalando que aquellas estudiantes que tuvieran la osadía de asistir a clases usando una minifalda serían consideradas de inmediato como candidatas para "una expulsión inmediata" por la gravísima e imperdonable ofensa de "atentar contra la moral y las buenas costumbre". Las tradicionalistas sociedades de padres de familia en las escuelas reaccionaron alarmadas como si la vestimenta fuera una agresión directa en contra de "todo lo que es puro, bueno y noble", y los prefectos (los "perfectos") de varias escuelas recibieron las órdenes directas de negarle la entrada a las aulas a todas aquellas jóvenes que tuvieran puesta una falda cuyo corte inferior estuviera por encima de las rodillas. Las pocas jovencitas que se atrevieron a estrenar las primeras minifaldas en México de inmediato fueron tildadas por la "gente de bien" como "mujerzuelas mal nacidas sin recato ni pudor alguno" que "se ofrecen como prostitutas al mejor postor porque esas mujeres nacen y mueren siendo lo mismo", y solo faltaron los inquisidores del Tribunal del Santo Oficio para "meter en cintura a esas ovejas descarriadas" en la época del PRI-gobierno. Grrrr, grrrr, grrrr.
Lo anterior no son exageraciones. A continuación tenemos una prueba de que tales excesos morales (que hoy no se dan) ocurrieron en la década de los sesentas. Es una fotografía de varias damitas y jovencitas llevando a cabo una manifestación de protesta en la Ciudad de México en contra de la represión despidada de que eran objeto (obsérvese que todas ellas llevan puesta una minifalda algo recatada para las normas de hoy en día, o sea no tan escandalosa):
En tal manifestación, las mujeres de México calificadas como "impúdicas sin ningún respeto a sus mayores" estaban protestando en defensa de su derecho para vestir como ellas quisieran. Tal vez no se dieron cuenta de que también estaban luchando por el mismo derecho para las mujeres de hoy que no tienen tantos y tan peculiares problemas con sus gustos por la moda. Los moralistas oficiales hubieran querido que todas ellas vistieran como monjas aún sin serlo. Sin embargo, las jovencitas de esos tiempos pasados tuvieron un aliado poderoso en sus compañeros de clase y los numerosos admiradores de ellas en todos los ámbitos de la vida pública que las apoyaron para vestirse como ellas quisieran sin hacerle caso a los que ponen el grito en el cielo por cualquier cosa. Y fue así como ellas, medio siglo atrás, lograron ganar en México la batalla y la guerra, y la minifalda es un atuendo que hoy ya no escandaliza a nadie y que ellas están en plena libertad de usar (sobre todo en la época calurosa del Verano). Las jovencitas del Tercer Milenio no deben ni merecen ser enclaustradas como ocurría en el siglo pasado con sus abuelas, ni merecen ser tratadas como enanos mentales que en cuestiones de moda son acusadas de no saber absolutamente nada de nada. De los moralistas de aquél entonces ya nadie se acuerda ni quiere acordarse, la única contribución de tales seres "virtuosos" (si es que se le puede llamar contribución) fue hacerle la vida pesada a los demás tratando de imponerles sus rígidos e inflexibles criterios y normas actuando como juzgadores a tiempo completo de lo que es "correcto" (según ellos) en el modo de vestir y lo que es "amoral, reprobable", tal y como acostumbran hacerlo los fanáticos musulmanes bajo la estricta ley Sharia que ordena la aplicación de latigazos públicos para aquellas "impúdicas" que se atrevan a desafiar los preceptos del profeta Mahoma (el cual, por cierto, era un pedófilo; considerando que el degenerado vejete contrajo matrimonio con la pequeña Aisha cuando ella tenía tan solo seis años de edad.) Hoy ya nadie se escandaliza cuando una joven se pone una minifalda que le llega hasta la mitad del muslo, y las pocas que quedan que crecieron acostumbradas en casa a usar desde siempre el equivalente de la maxifalda (una falda que llega hasta el tobillo del pie) se han dado cuenta de que pocos hombres se fijarán en ellas en las fiestas cuando hay otras jóvenes más desinhibidas en su derredor compitiendo en contra de ellas por los chicos más populares de la escuela o del trabajo, la ventaja de lucir atractivas es que pueden ampliar su universo de posibilidades (las leyes de la selección natural de Darwin en la competencia por lograr lo mejor siguen operando de mil maneras en todos los aspectos de la vida humana, es la ley de la vida, y así están las cosas nos guste o no). En aquellos casos de jovencitas atrapadas en el pasado reluce el hecho de que para ellas la manera de vestir nunca fue una cuestión de gusto personal sino de obediencia ciega a dictados draconianos emanados de gente con mentalidad atrapada en el Medioevo. Al menos los maestros de las escuelas ya entendieron que el desempeño académico e intelectual de los jóvenes no tiene relación con su manera de vestir, y los prefectos ya no andan perdiendo el tiempo negando el ingreso a las aulas dependiendo de cuántos centímetros arriba de la rodilla se traiga puesta la falda.
De cualquier modo, y a falta de una Máquina del Tiempo, nunca es demasiado tarde para emprender cruzadas moralistas como las de antaño para tratar de meter a todos los hombres y a todas las mujeres obligando a todos a un modo de vestir "pulcro y correcto" como el que se acostumbra en los ejércitos y sobre todo en los monasterios y conventos. Pero, me pregunto, ¿habrá quienes realmente quieran secundar ahora este tipo de campañas moralizadoras, sobre todo en estos tiempos en los que quienes dan la mala nota de escándalo son pastores y ministros religiosos culpables de cometer acoso sexual contra menores y actos de pedofilia? Al igual que Mahoma, los más rígidos moralistas resultan ser lo peorcito cuando se les escarba hasta el fondo en su vida personal privada.
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