En otros tiempos ya idos pero no tan lejanos, nuestros padres y nuestros abuelos solían procurar obtener en las boticas (hoy se les llama farmacias) un suplemento alimenticio conocido simplemente como aceite de hígado de bacalao, del cual se aseguraba que contenía propiedades nutritivas importantes para estimular el buen desarrollo y crecimiento de los niños pequeños. Estas leyendas todavía perduran, y aunque no había estudios científicos serios en ese entonces acerca de los supuestos beneficios del aceite de hígado de bacalao, el credo popular era no cuestionar esas creencias de que el aceite del hígado de bacalao, por sus constituyentes, en efecto debía ser algo muy bueno como para no pasar por alto este suplemento alimenticio, sobre todo tratándose de algo considerado importante para el crecimiento de los niños e infantes.
Una presentación muy conocida del aceite de hígado de bacalao es conocida como la emulsión de Scott, siendo una marca popular de aceite de hígado de bacalao hasta que se lanzó al mercado la versión con sabor a naranja para paliar un poco el sabor desagradable de esta bebida. La fama de este producto se remonta a una visita realizada a finales del siglo pasado por Alfred Downe Scott a las playas de Noruega, durante la cual quedó muy impresionado por la fortaleza y longevidad de los pescadores. Al indagar sobre el aspecto saludable de los pescadores, encontró como respuesta común que ello se debía a la alimentación, basada en el bacalao. Para los pobladores indagados por Alfred Downe Scott, el bacalao que era el pescado más abundante en la región garantizaba la longevidad y la salud en las personas. Con base en los datos anecdóticos recopilados, Alfred Downe Scott decidió realizar la primera formulación de una emulsión que contenía aceite de pescado, para luego investigar algunas características del producto. La investigación de Downe Scott identificó, por ejemplo, que el aceite producido por el bacalao generaba un colesterol bueno, que ejercía una acción preventiva sobre el sistema cardiovascular, permitiendo que las personas disminuyeran sus problemas de este tipo. Incluso el creador de la fórmula corroboró que algunos pescadores consumían el aceite puro que sacaban del bacalao y morían muy viejos. Los tratados de materia médica de finales del siglo XIX dedicaban buen espacio al aceite de hígado de bacalao.
Los pescadores entrevistados por Scott aseguraban que la bebida daba fuerza, longevidad y ayudaba a prevenir enfermedades. Scott comenzó a investigar el fermentado y en 1876 en Inglaterra lanzó a la venta la hoy famosa Emulsión de Scott. Al volverse un producto popular, se industrializó el proceso, lo que no lo hace más apetecible que el original pues se basa en hervir los hígados y otros tejidos grasosos del pez para obtener los aceites necesarios. Unos años antes, en 1841, el médico escocés John Hughes Bennet ya había estudiado el fermentado y publicado un artículo para la comunidad médica del Reino Unido titulado: Treatise on the Oleum Jecoris Asselli, or Cod Liver Oil, en el que reconoce las propiedades terapéuticas del aceite obtenido del hígado de bacalao, sobre todo en enfermedades relacionadas a la deformación de los huesos, la gota, el reumatismo y la tuberculosis. En 1843, un médico holandés; Ludovicus Josephus de Jongh realizó estudios y análisis sobre el aceite descubriendo que con el paso del tiempo este aceite se oscurecia, descubriendo que el aceite que tenía más propiedades curativas era el que tenía un color café claro que representaba la primera etapa de la fermentación, y que entre más oscuro era el líquido menos propiedades tenía y su sabor era más concentrado y por lo tanto repugnante
Para principios del siglo XX, la Emulsión de Scott era promocionada como un complemento vitamínico rico en aceite de hígado de bacalao que a su vez es fuente natural de vitaminas A y D, además de que, en el caso de los niños, se "garantizaba" el fortalecimiento los huesos, y que la emulsión contribuía al óptimo desempeño del sistema nervioso, fomentando el crecimiento de los niños e impulsando su desarrollo. Sin embargo, parece que el ingrediente más benéfico no eran las vitaminas A y D que se pueden obtener de otras fuentes naturales (frutas y vegetales, por ejemplo), sino otro ingrediente "secreto" que en los tiempos de Alfred Downe Scott aún no había sido aislado e identificado plenamente.
Como suele suceder, había muchas dudas entre la comunidad científica sobre qué tan ciertas pudieran ser las propiedades beneficiosas atribuídas a la emulsión de Scott, algunas de ellas casi milagrosas, aderezadas con muchas leyendas anecdóticas derivadas de fábulas creadas por pescadores y a su vez infladas por la propaganda comercial. Pero resulta que varias de aquellas viejas creencias no estaban tan erradas. Está confirmado hoy en el tercer milenio que el aceite de hígado de bacalao contiene un compuesto casi esotérico para quienes no conocen mucho de química, un compuesto que algunas fórmulas nutricionales para infantes pequeños solo identifican simplemente como el DHA, sin dar mayores detalles. Una molécula del DHA tiene la siguiente apariencia:
¿Pero qué es el DHA, y por qué debemos dar credibilidad a que tal cosa pueda ser beneficiosa como suplemento alimenticio sobre todo para infantes pequeños?
DHA es el acrónimo de ácido docosahexaenoico. Hablando técnicamente, el DHA es un ácido graso esencial poliinsaturado de la serie omega-3. Químicamente es, como todos los ácidos grasos, un ácido carboxílico. DHA es una abreviatura que proviene de su nombre en inglés (docosa-hexaenoic-acid). Se encuentra en el aceite de pescado y en algunas algas. La mayor parte del DHA en peces y otros organismos complejos con acceso a comida marina tiene su origen en microalgas heterotróficas (se consideran heterótrofos a todos los seres vivos que requieren de otros para alimentarse, es decir, que no son capaces de producir su alimento dentro de su organismo si no que deben consumir elementos de la naturaleza ya constituidoscomo alimentos) fotosintéticas, y se va concentrando a su paso por la cadena alimenticia. Científicos de la Universidad de California han encontrado evidencia que sugiere que el consumo de este ácido graso puede influir positivamente para evitar el deterioro que causa el Alzheimer, aunque esto no se ha confirmado de manera definitiva. De resultar así, el DHA podría ser capaz de compensar los efectos de la pérdida de células neuronales con una reposición de las neuronas perdidas. En prematuros y neonatos se ha puesto de manifiesto la influencia del DHA sobre el desarrollo visual y neurológico; sin embargo, están en estudio los efectos sobre determinadas enfermedades crónicas neurológicas, inflamatorias o metabólicas. Los requerimientos de DHA no están determinados, aunque sus aportes suelen basarse en imitar la composición de la lactancia materna y, en niños mayores y mujeres gestantes y/o lactantes, y en asegurar la ingesta de pescado azul al menos 2 veces por semana. Es fundamental reconocer la necesidad de suplementos de este ácido graso en algunas enfermedades con dietas restringidas o alteraciones metabólicas que ocasionen un déficit, pero también conocer las evidencias científicas sobre los efectos que produce en diferentes situaciones.
Yendo más a fondo, los lípidos son componentes estructurales de todos los tejidos y son indispensables para la síntesis de las membranas celulares. El cerebro, la retina y otros tejidos nerviosos son particularmente ricos en Acidos Grasos PoliInsaturados de Cadena Larga (AGPI-CL). Muchos estudios clínicos y epidemiológicos han mostrado efectos positivos de estos ácidos grasos sobre el desarrollo neurológico del niño, cáncer, enfermedades cardiovasculares y más recientemente, en otras enfermedades como en el déficit de atención e hiperactividad. Además de su papel estructural, estos ácidos grasos contrarrestan la inflamación, la agregación plaquetaria, la hipertensión y la hiperlipidemia. Estos efectos beneficiosos pueden estar mediados por distintos mecanismos, incluyendo la alteración en la composición de membranas celulares y su función, la expresión génica o el ser precursores de la producción de eicosanoides.
Desde 1950 se conocen los efectos del aceite de pescado y se aconseja un consumo habitual de este alimento, rico en AGPI-CL. Recientemente, muchas entidades científicas han recomendado aumentar la ingesta de ácidos grasos n-3, y concretamente de ácido docosahexaenoico (DHA) en embarazadas y en la infancia, fundamentalmente en prematuros, neonatos y lactantes alimentados con fórmula artificial, así como en aquellos niños con patologías crónicas en las que puede existir un déficit. De hecho, además de los módulos de suplementos (como el Enfagrow en México), también han aparecido en el mercado alimentos enriquecidos con estos ácidos grasos como los huevos, yogurt o leche para asegurar el consumo de la población general.
A partir de diversos estudios, fundamentalmente en neonatos, la mejoría cognitiva y en el desarrollo de la visión se ha asociado particularmente con la ingesta de DHA, reforzando aún más la necesidad de que en el crecimiento y desarrollo del lactante debe asegurarse un aporte adecuado. Igualmente, se han observado efectos positivos en otras situaciones como en la prevención de enfermedades inflamatorias y mejoría en determinadas enfermedades crónicas. El objetivo de esta revisión es actualizar los conocimientos sobre los efectos del DHA y las recomendaciones para asegurar una ingesta adecuada con efectos beneficiosos sobre la salud en la infancia.
Muchos nutriólogos consideran que el DHA es fundamental en la concepción, crecimiento y desarrollo del embrión y en el niño. En el neonato, los niveles de DHA dependen de las concentraciones plasmáticas en la madre en relación a la nutrición durante el embarazo, y del tamaño de la placenta y las proteínas transportadoras. Las necesidades son mayores al nacimiento por el rápido enriquecimiento en lípidos que precisan las membranas celulares.
¿Y cuáles pueden ser las consecuencias cuando el consumo de DHA es insuficiente? Resulta que la disminución de DHA en el cerebro y retina interfiere con la normal neurogénesis y función neuronal así como en las cascadas de señalización visual1. Es durante la etapa postnatal que las conexiones neuronales se crean y refuerzan con la estimulación, y si esta se pierde, puede ocasionarse una pérdida transitoria de agudeza visual y cambios en las funcionales corticales. El DHA es precursor de docosanoides de los que deriva la neuroprotectina D1, que inhibe el estrés oxidativo y favorece la supervivencia celular. Las recientemente descritas nuevas funciones moleculares del DHA presentan una oportunidad para desarrollar nuevas terapias en prematuros, e incluso en enfermedades neuronales y retinianas degenerativas.
Los requerimientos mínimos de DHA o las ingestas dietéticas recomendadas (DRI) en la infancia son aún desconocidos y es difícil de fijar por varias razones, ya que el DHA además de poder ser sintetizado a partir de sus precursores, las concentraciones en el plasma que representen una deficiencia no están claras, y tampoco están determinadas las pruebas complementarias clínicas y de laboratorio para determinar un déficit y el tiempo de suplementación para observar efectos concluyentes. Por tal razón es prudente mantenerse al día e importante seguir las indicaciones de los pediatras sobre los suplementos alimenticios (como Enfagrow) disponibles comercialmente para optimizar la salud de los infantes pequeños en pleno crecimiento.
Teniendo en cuenta que el conocimiento científico es aún incompleto, las recomendaciones se deben enfocar individualmente más bien como patrones dietéticos. En estudios recientes, se han observado ingestas bajas de DHA en niños escolares en los que la ingesta de pescado azul era escasa, aunque no se han evaluado las consecuencias reales sobre la salud. No hay suficiente evidencia para aumentar la ingesta de DHA en niños sanos entre 2–18 años, con el fin de aumentar el desarrollo físico o neurológico o para conseguir determinados beneficios funcionales. Entre estos últimos, también destaca la dieta enriquecida en DHA para la mujer gestante, la lactancia materna y el consumo de pescado para promocionar la salud y disminuir el riesgo de enfermedades crónicas en los adultos, que pueden ser aplicables a niños mayores de 2 años. La Organización Mundial de la Salud ha consensuado unas recomendaciones de aproximadamente entre 400–1.000mg de n-3 por semana en adultos, mediante el consumo de pescado. En mujeres gestantes y durante la lactancia materna se recomiendan al menos 200mg/d de DHA que se consiguen con la ingesta de dos raciones de pescado a la semana, y por otra parte, raramente superan la ingesta tolerable de contaminantes. Además, aunque aún no hay datos unánimes que avalen la recomendación de los AGPI-CL en la infancia, debemos seguir imitando la composición de la leche materna de madres bien nutridas como una guía de recomendación para las fórmulas infantiles. En niños con enfermedades crónicas que supongan un riesgo de déficit, habrá que valorar la suplementación o enriquecimiento de la dieta. El aporte de ácidos grasos n-3 en la infancia depende de la lactancia materna, y de la propia ingesta de pescado que va aumentando con la edad. El DHA incluido en las fórmulas suele provenir del aceite de pescado, del huevo u organismos unicelulares, entre otros. Igualmente, para el uso en niños mayores, también existen suplementos con DHA puro o incluido en módulos.
En niños nacidos a término, hay fuertes argumentos teóricos a favor de la suplementación con DHA, fundamentalmente con la idea de imitar a la leche materna, aunque los resultados de los estudios de intervención en relación con cambios en el desarrollo neurológico y visual son todavía controvertidos. Aún así es difícil ya que la variabilidad de la cantidad de DHA en la leche materna es importante (0,17−0,99% del total de ácidos grasos), en mujeres de distintas zonas geográficas con ingestas muy diferentes con una media del 0,5% en el calostro (la primera leche materna al haber dado a luz) y de 0,25% en la leche madura (7–8mg/dl).
Las etapas de embarazo y lactancia son críticas y precisan que las mujeres lactantes aseguren una ingesta suficiente de DHA. En algunos estudios se han observado ingestas escasas de DHA en las embarazadas. Igualmente, el ofrecimiento de la lactancia materna durante al menos 6 meses asegura unos niveles de DHA mayores respecto al consumo de fórmulas artificiales. Esto último confirma la importancia y superioridad de la leche materna sobre suplementos alimenticios comerciales.
En lo que toca a efectos sobre la salud, los ácidos grasos esenciales no fueron considerados como tales hasta 1960, cuando se comenzó a evidenciar patología por déficit de lípidos en dietas parenterales. La deficiencia de ácidos grasos esenciales n-3 también causa patología dermatológica pero de una manera más subclínica y normalmente asociada a la deficiencia por n-6 y de otros micronutrientes. Diversos estudios clínicos han demostrado mejorías en la agudeza visual y el desarrollo cognitivo en niños con mayores aportes de DHA durante la lactancia o en prematuros tras suplementos en las fórmulas. Sin embargo, otros autores utilizando fórmulas suplementadas no han obtenido resultados concluyentes. Estos hallazgos no se pueden atribuir únicamente a los AGPI-CL. Existen además, otros factores de confusión en los resultados como pequeño tamaño de las muestras estudiadas, la sensibilidad de los diferentes métodos de medida y las proporciones de los distintos ácidos grasos de las fórmulas administradas o el tiempo de suplementación, y que pueden explicar las discrepancias en los resultados.
Posibles efectos de los ácidos grasos n-3 sobre la salud
Actuación de los ácidos grasos n-3 | Efectos sobre la salud |
Crecimiento | Efecto positivo en pretérminos |
Función visual | Mejora de la agudeza visual en neonatos |
Función cognitiva | Mejora de funciones motoras y del aprendizaje |
Perfil lipídico | Disminución de la hipertrigliceridemia |
Tensión arterial | Disminución de la tensión arterial |
Sistema inflamatorio | Efectos antiinflamatorios |
Sistema inmune | Prevención de alergias y enfermedades autoinmunes |
El déficit de DHA afecta de forma importante a la neurotransmisión, a la capacidad de unión con los sustratos de los enzimas de membrana, a la actividad de los canales iónicos, o a la expresión génica. Se ha asociado a enfermedades metabólicas con alteración en el sistema nervioso, o asociadas al envejecimiento. Esto ha dado lugar a investigaciones en diferentes patologías neurológicas para valorar el estado de los AGPI-CL y posibilidades de suplementaciones para mejorar los estados clínicos y evolución de los pacientes.
En los últimos años, se han atribuido a los ácidos grasos n-3 otros muchos beneficios sobre el sistema cardiovascular, inflamatorio o inmunológico, basados fundamentalmente en estudios en adultos. El consumo de productos enriquecidos con DHA ha permitido mejorar el perfil lipídico, glucosa y homocisteína de pacientes con síndrome metabólico o con dislipidemias. Además, este ácido graso tiene un especial papel en la regulación de la tensión arterial aunque todavía hay que determinar la dosis adecuada y el tiempo de tratamiento. También tiene propiedades antiarrítmicas al aumentar la permeabilidad de la membrana de las células cardiacas y, en la infancia, se están evaluando sus efectos sobre parámetros hemodinámicos.
En algunas enfermedades, existe una disminución del DHA, estando comprometida su importante funcionalidad. En estos casos, es importante realizar la suplementación nutricional para cubrir las deficiencias detectadas, así como valorar los efectos que esa intervención tiene como potencial terapéutico para la enfermedad. En determinadas patologías, la herramienta nutricional es apenas el único tratamiento que puede utilizarse, y esta puede proporcionar una mejora en la calidad de vida de las personas afectadas con enfermedades crónicas.
Para complementar de una manera un poco más amena la información proporcionada arriba, se reproducirá un extracto de un artículo publicado por Clarín titulado Cuáles son las grasas que ayudan a un mayor desarrollo del cerebro:
Desde la actividad cerebral, la vista, reducción del colesterol, hasta la prevención de enfermedades cardiovasculares, y diferentes aspectos fundamentales para la salud y el desarrollo, es vital el aporte de los ácidos grasos omega 3. Pero, un dato clave a considerar, es que el organismo no puede producirlos por sí solo, y por lo tanto, es necesario incorporarlos en la dieta para llevar adelante una nutrición y vida más saludable.
En términos específicos, se trata de los ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga (AGPI-CL) Omega-3, y el aporte adecuado al organismo es fundamental para una gran variedad de funciones y órganos vitales, como es el caso del cerebro. “Incrementan la fluidez de las membranas neuronales y actúan como segundos mensajeros en los sistemas de neurotransmisión, además de contribuir en muchos otros aspectos de la función neuronal”, explicó el doctor Alejandro Guillermo Andersson, Médico Neurólogo (MN 65.836), Director del Instituto de Neurología Buenos Aires (INBA).
Al hablar de la incorporación de este tipo de ácidos, es fundamental pensar en la forma de sumarlos a la dieta, dado que el cuerpo no puede producirlos por sí solo. El pescado, en particular los de agua fría como salmón, trucha, caballa, es el alimento que se ubica entre los primeros de la lista con Omega 3. Pero, sobre todo al buscar una alternativa que no implique la ingesta de carne, se encuentran los vegetales, como es el caso de las algas (de las que se alimentan los peces, y de ahí su presencia en ellos), y la planta salvia hispánica, de la cual se obtiene la semilla de Chía.
Los omega 3 se consideran grasas saludables imprescindibles para la función cerebral y cardíaca y para el bienestar general. “El DHA es el principal y más activo de los ácidos Omega 3, está implicado en la mielinización, y es importante en la eficiencia sináptica y en la velocidad de la transmisión, lo que podría aumentar la eficiencia en el procesamiento de la información”, señaló el doctor Alejandro Guillermo Andersson, Médico Neurólogo (MN 65.836), Director del Instituto de Neurología Buenos Aires (INBA). “Es como si fuera la grasa de las neuronas, es una grasa insaturada, un ácido graso poli insaturado. Las personas con alta cantidad de Omega 3 tienen un mayor volumen del hipocampo (consumido en cantidades significativas), prácticamente 200 gramos del cerebro dependen del DHA que tiene, la consecuencia es que la parte cognitiva funciona mucho mejor que la del que no lo consume. Eso está comprobado; se envejece mejor”, agregó.
En este sentido, el profesional hizo hincapié en la importancia del consumo en los extremos de la vida, incluso desde la etapa de gestación, durante el embarazo. “El consumo por la madre durante el embarazo da como resultado una mejor memoria visual de reconocimiento de cosas nuevas y unos mayores resultados de las puntuaciones de inteligencia verbal o lingüística en niños incluso después de los 8 años de edad, debido a su contenido en Omega 3”, explicó el neurólogo. “Los estudios epidemiológicos realizados en la última década han demostrado que las personas con mayores ingestas de omega-3 DHA y EPA tienen riesgo relativo menor de incidencia y progresión de demencia”, agregó.
Además de actuar específicamente sobre la actividad neuronal, este tipo de ácidos grasos contribuyen a la disminución de los niveles de colesterol y triglicéridos, mejorando la relación del colesterol “bueno” (HDL) con el “malo” (LDL), la reducción de la Diabetes tipo 2 y de la obesidad. Por eso resultan fundamentales para la prevención de los procesos de deterioro cardiovasculares, y contribuyen a la reducción de la presión arterial y de la frecuencia cardíaca.
Así pues, hay algo de cierto en las viejas leyendas acerca de los beneficios del DHA para la salud (del cual ni siquiera se sabía de su existencia cuando se promocionaba la emulsión de Scott), sobre todo en los infantes en sus primeras etapas de crecimiento. El tema es algo complejo cuando se estudia a fondo, y el mejor consejo que se puede dar es que los padres de familia que se están estrenando como tales deberían de considerar, en consulta con el médico de cabecera, al DHA como una especie de "vitamina" fundamental para el crecimiento del niño. Hay que cuidarse de recurrir al DHA como si fuese una "cura para la tisis" (no lo es) o un tónico "bueno para el cabello". Y en lo que toca a enfermedades crónicas en adultos, nada prohibe experimentar con suplementos alimenticios en cuya lista de ingredientes aparezca listado el DHA o el Omega-3, aunque se advierte que este suplemento no debe ser considerado como una "cura mágica" ni se deben esperar efectos terapeuticos milagrosos a corto plazo sino más bien a largo plazo (semanas o meses) si es que los hay, siempre procurando aquellos suplementos alimenticios que en su etiqueta diga claramente que contienen Omega 3, la fuente primaria en el mercado de DHA (posiblemente el lector ya sabía de esto último). ¡Hay hasta cápsulas con aceite de hígado de bacalao para perros y gatos, lo cual demuestra que hay una cantidad abundante de literatura sobre el tema!:
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