Había una vez un hombre el cual al cumplir los 30 años de edad, teniendo frente a sí una expectativa estadística de vida promedio de 70 años, lo usual para su generación en ese entonces, se empezó a quejar amargamente de lo poco que duraba la vida. Diariamente se quejaba despotricando en contra del plan universal diseñado para los humanos por una voluntad infinitamente superior, y creía que lo poco que duraba la vida era algo absolutamente injusto ante lo cual había que rebelarse.
Como si respondiendo a sus lamentos y sus quejas, al hombre de pronto se le apareció una figura con aspecto de ángel en un intenso destello luminoso tan brillante que lo dejó enceguecido por varios minutos, tras lo cual preguntó intrigado:
-¿Y tú quién eres?
-¿No lo has apreciado aún? Soy un ángel.
-En verdad, tienes el aspecto de un ángel, por lo que veo. ¿Pero para qué has venido a mí?
-¿Cómo puedes hacer tal pregunta? Tus quejas y lamentos han sido escuchados. Tu vociferante rebeldía en contra del orden de cosas que dicta lo que para tí es una vida que no merece ser vivida por lo que tú llamas una corta duración ha llegado a los oídos de quien puede hacer algo para paliar tu descontento, dándote en parte algo de lo que reclamas así sea violando el orden temporal de las cosas humanas.
-¿Y cuál es tu plan? ¿Cuál es tu misión para la que fuíste enviado que supongo está relacionada con mis protestas?
-Empecemos por lo más importante. ¿Así que te parece poco una esperanza de vida de alrededor de unos 70 años?
-Es demasiado poco, es injusto. Cualquier hombre debería de vivir más que eso.
-¿Desearías sobrepasar una expectativa de vida de 70 años? Algunos viven lo que consideran una larga vida y mueren a los 80 años de edad, mientras que otros en menor cuantía viven hasta los 90 años, y al morir no se están quejando como tú lo haces.
-Sí me agradaría llegar hasta los 90 años, pero para mí sigue siendo demasiado poco. ¿Acaso tú me puedes ofrecer la inmortalidad en mi forma humana?
-La muerte es un acto inevitable, y todos los humanos tienen que pasar por esa experiencia. No, no te puedo ofrecer la inmortalidad en tu forma humana, la inmortalidad podría venir después con una resurrección que yo no te puedo dar, ello está fuera de mi potestad.
-¿Entonces qué es lo que ofreces?
-Sabiendo que la muerte es algo inevitable, que solo se puede retrasar, ¿cuánto más te parecería justo? ¿Qué tal una esperanza de vida garantizada en 120 años?
-Es muy poco, demasiado poco. Debería ser más.
-Mmmmhhh, ¿qué tal entonces una esperanza de vida garantizada de 140 años, como la que se le atribuye al viejito cuyo nombre sirve de marca a un famoso whisky?
-Eso ya es algo bueno, pero es insuficiente.
-¿Qué tal entonces una esperanza de vida garantizada de 150 años? Eso ya es siglo y medio de vida.
-No, no, eso me sigue dejando insatisfecho.
-¿Y 180 años de edad? ¿Te parecen pocos?
-Bueno, eso se acerca un poco más a algo que pudiera llamarse ideal.
-Pero no te basta, ¿verdad?
-Pues no, tú lo has dicho.
-Mmmmhhh, ¿y qué tal entonces 200 años de vida? Eso ya son dos siglos, es un quinto de milenio.
-Bueno, algo así ya podría considerarse aceptable.
-¿Qué estarías dispuesto a hacer con tal de llegar a los 200 años?
-Estaría dispuesto a cualquier cosa.
-¿A cualquier cosa?
-Lo que sea.
-¿Estás absolutamente seguro?
-No tengo la menor duda.
-¿Estarías dispuesto a pagar un precio, aún no estipulado, con tal de que se te conceda tu deseo?
-¡Desde luego que sí!
-Bueno, tal vez pueda hacer algo para responder a tu petición. Para formalizar nuestro acuerdo, lo único que tienes que hacer es sellar un pacto conmigo, y yo te daré lo que deseas.
-Me parece fabuloso. ¿Y cuál es el precio a pagar?
-El precio a pagar viene después. No te puedo dar detalles sobre la forma de pago, esa es una de las condiciones del pacto. Pero de que vivirás hasta llegar a los 200 años de edad, de eso no te debe quedar duda alguna.
El ángel sacó de entre una de sus alas un pergamino en el cual en un lenguaje extraño y desconocido para el hombre se estipulaba la naturaleza del pacto. Debía firmar el pacto pinchándose ligeramente un dedo y depositando una gota de su sangre en la parte inferior del pergamino. Sin pensarlo más, el hombre se pinchó su dedo índice con el fin de tomar de él una pequeñísima gota de su sangre, el paso indispensable para terminar de sellar el acuerdo mediante el cual se le otorgaría lo que pedía.
Al estar a punto de firmar el pacto, se le apareció otro ángel, el cual se le presentó como el ángel Azrael, el cual lo interrumpió diciéndole:
-No lo hagas, no firmes ese pacto. Yo sé lo que te digo. Hazme caso.
-¿Y tú que me ofreces a cambio si no firmo el pacto? ¿Me ofreces los mismos 200 años de vida?
-Yo no te puedo ofrecer eso.
-¿Entonces qué me ofreces?
-Yo no te puedo ofrecer más de lo que el destino le tiene deparado a cada hombre dentro de las leyes naturales que rijen el funcionamiento del Universo.
-Entonces hazte a un lado, porque yo viviré una larga vida, dos siglos, un quinto de década, lo quieras o no.
-Te lo repito, no lo firmes, hazme caso. Si no me escuchas, terminarás arrepentido de no haberme hecho caso.
-¿Quieres que me niege a mí mismo la posibilidad de poder Vivir hasta los 200 años, algo que tú no me puedes ofrecer, solo porque tú me lo pides? Hazte a un lado, que ya escuché de tí más de lo que puedo tolerar. Tú no ofreces nada más que una muerte que quizá sea temprana, tú no eres mi amigo, eres mi enemigo, y me lo estás demostrando al querer negarme la bendición de poder disfrutar una larga vida.
-Bueno, si crees que te estoy molestando, no te molestaré más. Me retiro, pero algún día, dentro de muchos años, te acordarás de mí y la advertencia que te hice.
El ángel Azrael se esfumó dejando solo al hombre que empezaba a meditar sobre si no sería prudente hacerle caso a quien le había advertido en contra del paso que estaba por tomar. Adivinando sus intenciones, el ángel sin nombre lo reprendió diciéndole:
-Mira, si no quieres firmar el pergamino, si no quieres que sellemos nuestro pacto, si no quieres vivir hasta los 200 años, entonces yo también me voy y te dejo como estás. Pero si al llegar a los 45 años te encuentras a tí mismo muriendo a causa de un accidente automovilístico, un asalto o un incendio, entonces recordarás la oportunidad que se te ofreció aquí, y te lamentarás tal y como lo has estado haciendo toda tu vida, quejándote de que fue demasiado corta.
-No, espera, tienes razón. No quiero lamentarme de haber dejado escapar esta oportunidad que no creo que se le presenta a cualquiera. Acepto tu ofrecimiento, y acepto tus condiciones.
Dicho y hecho, el hombre dejó caer una pequeña gota de su sangre en la parte inferior del pergamino, tras lo cual el ángel sin nombre lo felicitó y le dijo:
-Lo que has pedido se te cumplirá. No morirás antes de haber cumplido los 200 años de vida. Nadie a tus alrededores vivirá tanto como tú vas a vivir. Muchos te envidiarán cuando lleges a los 100 años de edad, y al pasar más allá del centenario serás considerado cada vez más como un milagro viviente.
-Sí, seré un milagro viviente. Ahora estoy convencido más que nunca de que he hecho lo correcto.
Y el tiempo pasó. El hombre cumplió los 70 años, y seguía vivo. Cumplió los ochenta, rebasando las expectativas de vida para aquellos de su generación, y seguía vivo. Cumplió los noventa, y cumplió los cien, manteniéndose en pie.
Sin embargo...
Al cumplir los 130 años de edad, el hombre se lamentaba amargamente como nunca pensaba que lo haría en toda su vida. Estaba confinado a una cama de hospital, conectado la mayor parte del tiempo a tubos para alimentarlo por vía intravenosa y a un enjambre de aparatos para ayudarlo a respirar. Sus gastos médicos cada vez mayores, que al principio corrían por cuenta de la compañía de aseguranzas hasta que la compañía quebró, fueron absorbidos no solo por los servicios médicos gubernamentales sino por varias instituciones de educación superior que se dedicaron a utilizarlo para fines de investigación en el campo de la geriatría, investigándolo como una cosa sumamente rara de aquellas que sólo se dan una vez cada milenio, algo digno de preservar con vida al precio que fuera.
El anciano de 130 años de edad sufría. Ya no quería seguir vivo, no a ese costo, no confinado permanentemente a una camilla de hospital conectado a tubos que ya formaban parte permanente de su cuerpo y aparatos que pedía le fueran desconectados, petición que siempre le era negada por ser el suicidio algo prohibido por las leyes en vigor.
Justo cuando el anciano estaba totalmente decaído en su ánimo, lamentándose y quejándose amargamente por estar aún con vida, se le apareció el ángel sin nombre al cual no había visto desde que firmó con él un pacto cien años atrás. El ángel sin nombre le dijo:
-¿De qué te quejas? Ya cumpliste los 130, y sigues con vida. ¿No era eso lo que querías?
-Sí, pero mi proceso de envejecimiento no se ha detenido. Me veo y me siento tan viejo como la ciencia médica espera que se vea y se sienta un anciano de 130 años de edad. He perdido toda mi dentadura, no tengo una sola hebra de pelo en mi cabeza, tengo un centenar de achaques y molestias propias de una edad así, a duras penas puedo caminar y a duras penas me puedo levantar de la cama, estoy casi ciego, mis huesos son más frágiles que los de un pollo recién nacido, me estoy deformando y he estado perdiendo estatura con una joroba cada vez más pronunciada a grado tal que parezco un engendro, engarruñandome hasta quedar acartonado como una momia y enroscado como un guiñapo, se han ido muriendo todos mis amigos y conocidos y no queda ya nadie de mi generación que me pueda visitar para que no me sienta solo. ¿Te parece poco?
-Pero no has muerto. Sigues vivo, ¿y no era eso lo que querías?
-Nunca pensé que vivir por tanto tiempo pudiera dejar de ser una bendición para convertirse en una maldición.
-No te quejes. Si crees que estás mal ahora que tienes 130 años de edad, espérate a que tengas los 150 años de edad. Recordarás estos días como si fueran un paraíso, porque vas a seguir envejeciendo y te vas a seguir deteriorando, pero no te vas a morir. Y ni siquiera intentes suicidarte, porque yo no te lo voy a permitir y los médicos que te atienden no te lo van a permitir. Y de cualquier modo, tú no vas a estar en condiciones de poder quitarte la vida, porque ni siquiera podrás levantar un solo dedo de la mano para quitártela. Voy a cumplir con mi parte del pacto, lo quieras o no. Y cuando cumplas los 150 años, te vas a sentir mil veces peor que como te sientes ahora, y entonces añorarás estos días que hoy maldices.
-Si voy a estar tan malo y tan deteriorado como dices, entonces de seguro no pasaré de los 150 años de edad.
-Te equivocas. Vas a sobrepasar los 150 años de edad, porque voy a cumplir con mi parte del pacto, pero vas a vivir en tales condiciones que serás algo mil veces peor que un muerto, serás un muerto en vida. Estarás confinado de por vida como un prisionero en esa camilla dentro de este hospital en donde los médicos te mantendrán postrado en una cama como una curiosidad científica digna de ser mantenida con vida al precio que sea, como un experimento para ver hasta qué edad puede llegar un ser humano. Te vas a seguir deteriorando, te vas a seguir deformando, y la gente te verá como un fenómeno, como un guiñapo demasiado horripilante para contemplar por más de unos cuantos segundos. Pero seguirás allí. Serás la comidilla del día en los noticieros, envejeciendo y decayendo, pero sin morir.
-¿O sea que voy a llegar a los 160 años?
-Vas a llegar a esa edad y la vas a sobrepasar, porque aún te quedarán 40 años más por delante después de que hayas cumplido los 160. De eso me encargo yo.
-¿En qué condiciones?
-Realmente, ¿lo quieres saber?
-Dame una idea.
-Mira: cuando cumplas los 160 años, te vas a ver y te vas a sentir diez veces peor que como te verás y te sentirás cuando cumplas los 150 años. Y cuando cumplas los 170 años, te vas a ver y te vas a sentir cien veces peor que como te sentías cuando hayas cumplido los 160 años. Y cuando cumplas los 180 años, te vas a ver y te vas a sentir mil veces peor que como te sentías cuando hayas cumplido los 170 años. Y así irás progresando, si es que a eso se le puede llamar progreso.
-Eso no es vida, es el mismo infierno.
-¡Vaya! ¿Acaso no te habías dado cuenta de ello? Pero tú querías vivir hasta los 200. Y se te cumplió tu deseo. Quizá la lección que muchos humanos tardan toda una vida en aprender y muchos nunca aprenden es que hay que tener mucho, pero mucho cuidado con lo que se desea, porque siempre hay una posibilidad de que se le conceda a uno su deseo, de que se le cumpla su capricho, y entonces descubrirá demasiado tarde el por qué lo que tanto pedía se le estaba negando, algo que no pudo o no quiso comprender hasta que recibió su lección, una lección de la cual no hay marcha atrás.
Con una carcajada estruendosa, indudablemente burlona, el ángel desapareció dejando al anciano en su lamentable condición, sin hacer nada por ayudarlo y mucho menos para sacarlo de aquél predicamento para el cual el único alivio posible era la bendición de una muerte natural que se le estaba negando.
Unos cuantos minutos después, hizo su aparición Azrael, diciéndole al pobre anciano:
-Te dije que no firmaras ese pacto. Te lo advertí, pero no me hiciste caso. Ahora vas a tener que atenerte a las consecuencias.
-¿No hay forma alguna en la cual se pueda deshacer el pacto?
-No la hay. Estuviste de acuerdo y diste tu palabra, y ahora te toca pagar el precio.
-¿No se supone que el pago por estar de acuerdo con el pacto que firmé se haría efectivo después de mi muerte al cumplir los 200 años de edad?
-En realidad, ya estás pagando tu parte del pacto, y aún te falta lo peor.
-No lo entiendo. Cuando se me presentó aquél ser por vez primera, me dijo que era un ángel, y ciertamente tenía el aspecto de un ángel.
-Y no te mintió, en efecto, era un ángel. Excepto que era un ángel caído.
El anciano se puso lívido al comprender lo que había sucedido, al entender por fin la naturaleza del pacto que había sellado con su propia alma pagando de antemano con la condenación física de su propio cuerpo.
Azrael, preparándose para despedirse, agregó:
-Cometiste un error, el error que cometen todos los humanos que se quieren aferrar a la vida al precio que sea. Existe un orden superior, existe un por qué para todas las cosas. Y cuando se quiere desafiar ese orden, cuando se quiere ser la excepción sin importar el costo, el castigo llegará por sí solo.
Y el hombre que quería vivir hasta los 200 años quedó solo al desaparecer Azrael, subsistiendo confinado en una cama de hospital de la cual sabía ya que no saldría jamás en los próximos 70 largos y dolorosos años que le quedaban de vida, marcando con ello su condena.
Los esfuerzos de la ciencia médica por prolongar la vida del hombre lo más que se pueda, si bien son loables y dignos de encomio, también pueden resultar contraproducentes e inclusive bastante desagradables cuando se quiere estirar la cuerda más allá del punto en el cual se tiene que reventar, cuando se quiere desafiar incluso a la misma muerte contraviniendo y desafiando las leyes de la Naturaleza para continuar viviendo indefinidamente al costo que sea.
¿Habrá algún lector por aquí que todavía quiera vivir hasta los 200 años, al precio que sea?