domingo, 17 de febrero de 2013

Y el mundo no se acabó. Pero...


Como se puso aquí previamente, el mundo no se acabó el 21 de diciembre de 2012 como algunos habían supuesto en un supuesto cumplimiento a una profecía maya relacionada con dicha fecha, pero...

Transcurrido el año 2012 y al comenzar el primero de enero de 2013, muchos dieron un suspiro de alivio al ver que la presunta profecía maya del fin del mundo no se cumplió, habiendo empezado el 2013 al igual que cualquier otro año.

Todo estaba bien... hasta el día 11 de febrero de 2012, cuando en forma sorpresiva el Papa Benedicto XVI anunció su renuncia como el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. La renuncia en sí es algo extraordinariamente inusual, porque no se había dado ninguna renuncia al papado en cerca de 600 años de historia. Y se trata precisamente de la primera renuncia al papado en el nuevo milenio del calendario cristiano, el tercer milenio, el milenio de las maravillas tecnológicas y los descubrimientos científicos a paso agigantado, el milenio de Internet así como el milenio de sucesos preocupantes de gran envergadura a escala planetaria. La renuncia de Benedicto XVI a su pontificado se vuelve más sorprendente aún considerando que se dá justo en vísperas de la Semana Santa, el evento de mayor importancia no solo en la feligresía católica sino en todas las comunidades cristianas del mundo entero, coincidiendo con los eventos que marcaron en Jerusalén hace unos dos mil años los mismos inicios de la Iglesia Católica y el cristianismo en general.

Precisamente la noche del mismo día en la que Benedicto XVI anunció su renuncia al Papado, cayó un rayo directamente sobre lo más alto de la cúpula de San Pedro, un hecho extraordinario que quedó documentado en tomas gráficas como las siguientes:






¿Se trata tan solo de una mera y extraordinaria coincidencia?

Y los numerólogos para quienes el número 13 posee tintes cabalísticos de enorme potencia no tardaron en señalar que la renuncia del Papa Benedicto XVI a su pontificado se dió en la víspera de un Miércoles de Ceniza que cae precisamente en un día 13, el 13 de febrero de 2013, precisamente en el primer año del milenio que termina en el número 13. Ciertamente, hay otros años del nuevo milenio que también terminan en 13 como 2113 ó 2213, pero ninguno de ellos está precedido por un cero que en la convención usual aceptada tiene la importancia que se le debe dar a un cero puesto a la izquierda de un número. Habrá que esperar mil años para la siguiente fecha del calendario cristiano que termine en un trece precedido por un cero, o sea 3013. Y curiosamente, la proximidad del final de la lista de Papas dada por San Malaquías coincide más o menos temporalmente con la puesta en marcha del 13 Baktun del calendario maya ocurrida apenas dos meses antes (el 21 de diciembre de 2012), precisamente el 13avo ciclo en los que de acuerdo a los antiguos sabios mayas ocurren dando el inicio de una nueva era incierta. ¿Otra simple y extraordinaria coincidencia? No se requiere ser numerólogo para darse cuenta de que el número 13 está apareciendo por todas partes.

Independientemente de la credibilidad que se le quiera dar a los numerólogos, detrás de la renuncia del Papa Benedicto XVI subyace otro hecho importante: las profecías de un hombre que con cientos de años de anticipación proporcionó una lista de los Papas que dirigirían la Iglesia Católica. Y este hombre no era un charlatán o un brujo con su consultorio abierto al público para consultas astrológicas. Se trata ni más ni menos que de un Santo de la Iglesia Católica, San Malaquías.

El Santo irlandés presumiblemente elaboró una serie de opúsculos en los cuales en forma algo críptica dá detalles describiendo hechos y situaciones en los Papas aún por venir. Para varios eruditos, el cumplimiento de varios de los vaticinios hechos por San Malaquías se ha estado llevando a cabo al pie de la letra, y es cuando los sucesos se han cumplido que la naturaleza críptica y oculta de varios de los versículos sale por fin a relucir, como en el caso del ciego al que finalmente se le cae la venda y puede ver con perfecta claridad algo de lo que no tenía ni siquiera la más remota idea.

La profecía de los Papas de San Malaquías, independientemente de las interpretaciones que se le puedan dar a los versículos en latín en los cuales San Malaquías plasmó sus visiones para la posteridad, son sumamente específicas en un dato de importancia toral: el número de Papas. De acuerdo con la lista, la cual se ha ido agotando con cada Papa nuevo que ha sido designado sucesor de San Pedro, el penúltimo Papa es precisamente el Papa que renunció al cargo. Queda un lugar en la lista para otro Papa. Y después, la lista se acaba. Ya no hay más Papas en la lista. No importa cómo se le trate de estirar o como se quieran reinterpretar las visiones de San Malaquías, simple y sencillamente no hay más Papas en su lista. En realidad, desde hace cientos de años conforme iba ascendiendo un Papa nuevo al trono de San Pedro, se sabía que la lista se iría agotando. De este modo, cuando faltaban 50 Papas, seguramente los estudiosos decían con cierta tranquilidad: “Bueno, ya no me tocará ver el final, y habrá más Papas para rato y a mis hijos y a mis nietos tampoco les tocará ver el final”. Lo cual era cierto hace doscientos o trescientos años. Pero hemos llegado por fin al final de la lista. Ya no hay más Papas. La lista esencialemente está agotada, y somos precisamente nosotros a quienes nos ha tocado ver el desenlace final de la lista.

San Malaquías falleció el 2 de noviembre de 1148. Quien hubiera creído en aquél entonces en las profecías de San Malaquías se habría carcajeado si se le hubiera aparecido algún santón charlatán anunciando el fin del mundo, porque habría respondido “todavía faltan muchos Papas por reinar, todavía faltan muchos Papas por venir, de acuerdo a la lista dada por San Malaquías, así que el mundo no se acabará ni hoy, ni mañana, ni el año entrante, ni en los próximos 100 años por venir”. Y visto en retrospectiva, habría estado en lo correcto. Pero hay algo más importante en tal certeza. El Apocalipsis del San Juan, el libro de las revelaciones del final de los tiempos, no se cumpliría por el resto del milenio, porque de ser así, de no haber llegado la humanidad al tercer milenio por algo como lo predicho por el Apocalipsis, la lista dada por San Malaquías no se habría agotado, habrían habido varios Papas que nunca pudieron ser, y las capacidades proféticas de San Malaquías habrían quedado en entredicho. San Malaquías al elaborar y documentar sus visiones, tenía pues la certeza de que nada como el Apocalipsis ocurriría en varios cientos de años por venir, y que no habría ni plaga, ni guerra, ni suceso cataclísmico natural en los próximos cientos de años que terminaría con el dominio del hombre sobre el planeta Tierra. ¿Cómo pudo haber estado tan seguro San Malaquías? Ese es precisamente uno de los misterios en torno a este Santo. Por eso se llaman profetas. Por eso son hombres inusuales y extraordinarios que no se dan por centenares.

Hay que ver lo que dice San Malaquías en relación a lo que no puede ser interpretado de otra más que una alusión clara y directa a lo que será sin duda alguna el último Papa para que a muchos se les pongan los pelos de punta. Se trata del lema profético 112. En latín, la visión dice lo siguiente:

        Gloria olivæ.

        In prosecutione extrema S.R.E sedebit

        Petrus Romanus, qui

            pascet oves in multis tribulationibus:
            quibus transactis civitas septicollis diruetur,
            et Iudex tremendus iudicabit populum suum. Finis.

que en castellano significa lo siguiente:

       La gloria del olivo.

            Durante la última persecución de la Santa Iglesia Romana reinará

     Pedro el romano quien

         apacentará a su rebaño entre muchas tribulaciones;
         tras lo cual, la ciudad de las siete colinas
         será destruida
         y el tremendo Juez juzgará a su pueblo.

La ciudad de las siete colinas es inconfundible; no puede ser otra más que Roma. Esta es una alusión clara y directa a la sede misma de la Iglesia de Cristo, en esto no hay ni puede haber confusión alguna ni por la vía de la etimología ni por la vía de la interpretación escatológica. La profecía habla claramente de la destrucción de la mismísima sede del catolicismo mundial. Pero si esto no fuese suficiente para poner los pelos de punta, el resto de la profecía se encarga de hacerlo, al asentar que “el tremendo Juez juzgará a su pueblo”. Y en esto tampoco hay confusión ni malinterpretación alguna: se trata del Día del Juicio Final, el advenimiento de la Gran Tribulación, precisamente el desencadenamiento de los eventos predichos en el Apocalipsis de San Juan. Y quien anunció esto último no fueron ni San Malaquías ni San Juan, fue el mismo Jesús de Nazareth quien lo dijo a sus discípulos en el Monte de los Olivos, el mismo Jesús que predijo que poco tiempo después de su partida el Templo de Jerusalén sería destruído, algo de lo cual el general y emperador romano Tito Flavio (o mejor dicho, sus tropas, desobedeciendo sus órdenes) se encargó de darle cabal cumplimiento.

Hay, desde luego, ministros religiosos que tratando de calmar las crecientes ansias de sus cada vez más inquietos feligreses en lo que respecta al final de los tiempos como hoy los conocemos, citan textualmente lo que está asentado en el versículo 13:32 del Evangelio según San Marcos citando al mismo Jesús: “Pero del día y hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino mi Padre solo”. Efectivamente, y sobre todo tratándose de una profecía de este calibre, nadie, absolutamente nadie, está en condiciones de poner una fecha en el calendario para tales sucesos. Sin embargo, una cosa es absolutamente cierta: a menos de que el final sea un final instantáneo y completamente inesperado del que nadie se dará cuenta (y ciertamente nada de lo que está escrito en el libro del Apocalipsis de San Juan permite suponer que el anticipado final será instantáneo y que, por el contrario, será excesivamente prolongado para el gusto de muchos), eventualmente empezarán a ocurrir cosas y sucesos que irán indicando que el anticipado final está más cerca de lo que muchos quisieran creer. Los pasajeros que estaban en el Titanic cuando se estaba hundiendo (el mismo barco cuyos constructores popularizaron aquella famosa frase en la que se jactaban de que ni siquiera Dios podría hundirlo) no tuvieron que esperar hasta el final para saber que el buque se hundiría, desde el mismo momento en que los pasajeros fueron siendo puestos en las pocas lanchas de salvamento que había y cuando las aguas del mar empezaron a entrar a los camarotes el final podía verse claramente aunque aún le quedaran unas cuantas horas de vida al buque, fue en ese entonces cuando estuvieron completamente seguros de que el día y la hora les había llegado a ellos. Igualmente, si va a ocurrir algo como lo que ocurrirá de acuerdo a las filosofías escatológicas del cristianismo que anticipan un giro substancial y dramático en el curso de los acontecimientos humanos de proporciones colosales tal y como lo que predicen los Evangelios, entonces no habrá que esperar hasta el último segundo del último minuto de la última hora del último día de la última semana del último mes del último año para darse cuenta de que el momento del cumplimiento de tales profecías bíblicas ha llegado, será más claro que el agua, y ya ni siquiera serán necesarias las señales que adviertan que el final se acerca, porque se presume que las señales son para aquellos a los que aún les queda algo de temor o de fé, mientras que el cumplimiento de las advertencias es para quienes nunca creyeron en tales cosas.

¿Son carnicerías insensatas y sin sentido tales como la masacre de 20 niños en una escuela primaria de Estados Unidos y de 12 personas en un cine de Colorado señales de que se están desencadenando fuerzas que apenas alcanzamos a comprender vagamente? ¿Son los atentados terroristas suicidas de musulmanes fanáticos enloquecidos otras señales claras del desencadenamiento de estas fuerzas que escapan a nuestra comprensión? ¿Es la invasión de pederastas y pedófilos dentro de las filas de ministros de la Iglesia Católica llevándola a su desprestigio y su autodestrucción otra de esas señales? ¿Es la desecración y profanación de los templos religiosos otra de esas señales? ¿Es la proliferación de la drogadicción entre los jóvenes, la pérdida de valores y el creciente e imparable poderío de los cárteles del crimen organizado otra de esas señales? Ciertamente, están sucediendo cosas que antes no se veían, y lejos de aminorar parece que están arreciando, incluyendo la incidencia alarmante de cataclismos naturales sin precedentes como el terremoto y tsunami de Japón ocurrido en 2011, la gran sequía de 2012 en los Estados Unidos (la peor sequía en su historia) coronada en ese mismo año por el huracán Sandy (el segundo huracán más costoso en la historia de los Estados Unidos) así como el terremoto de Haiti ocurrido en 2010, y en varios casos no se trata de fenómenos locales confinados a una villa o una ciudad pequeña, son fenómenos que están ocurriendo a una escala planetaria. El terremoto de 9 grados de magnitud que sacudió a Japón el 11 de marzo de 2011 fue lo suficientemente poderoso para desviar a la Tierra de su eje entre 10 y 20 centímetros, mientras que el terremoto de 8.8 grados que ocurrió en Chile el 27 de febrero de 2010 fue lo suficientemente poderoso como para desviar a la Tierra de su eje en 10 centímetros y acortar la duración del día terrestre en aproximadamente 1.26 microsegundos de acuerdo a cálculos elaborados por un equipo de científicos encabezados por Richard Gross, un científico del Laboratorio de Propulsión de la NASA en la ciudad estadounidense de Pasadena (California).

Los que se estuvieron carcajeando a mandíbula batiente del “fracaso de la profecía maya” en su cumplimiento del presunto fin del mundo, perdieron de vista un punto muy importante. Los antiguos sabios mayas jamás predijeron en su cosmogonía que el mundo se iba a terminar el 21 de diciembre de 2012. Lo que sí anunciaron, y lo dijeron con cientos de años de anticipación (al igual que San Malaquías anticipándose por siglos a su época) es que a partir del solsticio de invierno del 2012 empezarían a ocurrir cambios importantes y posiblemente irreversibles en el curso de los acontecimientos humanos, cambios de los cuales ellos mismos no pudieron (o no quisieron) dar más detalles, cambios que a una generación futura (nosotros) les tocaría vivir.

Lo que sí no es ninguna fantasía es que el rayo que cayó sobre la cruz que corona a la Basílica de la Plaza de San Pedro en Roma justo el mismo día en que Benedicto XVI anunció su renuncia al Papado vino directamente desde el cielo, provino directamente desde las alturas, sin intervención alguna de la mano del hombre, y esto es algo que no lo puede negar ni la misma NASA. Pero algo más inquietante y desconcertante aún (a lo que todavía no se le ha dado mucha difusión) es que no fue un rayo sino DOS rayos los que cayeron esa noche sobre la cúpula de la Basílica. ¿Alguien ha escuchado alguna vez la vieja anécdota sobre las probabilidades de que caiga un rayo exactamente en el mismo lugar? Los afortunados que pudieron ver con sus propios ojos el extraordinario fenómeno posiblemente se están poniendo a pensar en el anuncio de la dimisión a su pontificado hecho por el Papa Benedicto XVI horas antes de la caída de los dos rayos, y seguramente los están hilando con el poco tiempo que ha transcurrido desde que entró en vigor el inicio de la nueva era del calendario maya apenas dos meses atrás. Y seguramente empezarán a oír y comentar acerca de las profecías de San Malaquías. Y muy seguramente se pondrán a pensar y a reflexionar como nunca antes lo habían hecho en sus vidas.

Por si lo que ya se ha mencionado arriba no bastara para preocupar a quienes han puesto su fé en las Sagradas Escrituras, además de la profecía de San Malaquías dando su lista de Papas hay otra profecía, atribuída a nadie menos que al mismo Nostradamus. Aunque los cuartetos en los cuales Nostradamus asentó sus visiones están codificados deliberadamente en lenguaje críptico que a veces resulta incomprensible (esto lo hizo Nostradamus para evitar problemas con la Santa Inquisición) y en varios casos es necesario que ocurra algún suceso para poder ir aclarando el significado de los cuartetos de Nostradamus, ha tomado fuerza un consenso entre los estudiosos de los cuartetos de Nostradamus el que, de acuerdo con sus visiones, un sucesor de color, presumiblemente en el siglo XXI, marcará lo que para muchos será el fin del mundo, al menos el mundo tal y como hoy se conoce. Según la temida profecía, el sucesor de piel oscura será el último Papa antes de que se desencadenen los acontecimientos predichos en el libro del Apocalipsis. Y resulta que entre los posibles remplazantes de Benedicto XVI hay dos Cardenales africanos. Uno de los Cardenales que podría asumir el pontificado es de Ghana y se trata de Peter Turkson, un Cardenal relativamente joven y el cual podría ser seleccionado por el Colegio Cardenalicio para no repetir a corto plazo el problema que se presentó con Benedicto XVI debido a los problemas derivados de su avanzada edad:




El Cardenal Turkson es afrodescendiente y en relación con esto obra la casi increíble profecía anunciada por el propio Nostradamus. La profecía de Nostradamus sobre un Papa negro es extraordinaria en sí porque hasta ese entonces no se conocía a nadie de piel negra que hubiera llegado a ocupar la silla de San Pedro, todos eran blancos. Inclusive antes de que Juan Pablo II, un blanco caucásico, ocupara la silla de San Pedro, todos los Papas anteriores a él habían sido italianos. Juan Pablo II, con sus 58 años, no solo se convirtió en el Papa más joven del siglo XX, sino que fue el primero no italiano desde el holandés Adriano VI (1522-1523). Todos ellos blancos. Todavía hasta hace unas cuantas décadas, el solo hecho de mencionar la posibilidad de que un hombre de piel obscura no italiano pudiera ocupar la silla de San Pedro habría sido considerado tan remotamente imposible e impensable como la posibilidad de un aterrizaje de naves extraterrestres en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. El solo hecho de que hoy se presente seriamente esa posibilidad como algo digno de seria consideración cuando en los tiempos de Nostradamus algo así se consideraba poco menos que imposible ha puesto a dudar inclusive a varios de los más duros escépticos y detractores de Nostradamus.

Si lo anterior no basta para poner a pensar a muchos, y si se insiste en no darle credibilidad a Nostradamus pese a que predijo correctamente con siglos de anticipación la Segunda Guerra Mundial, el ascenso de un Anticristo e inclusive dando su nombre -se equivocó algo en el nombre, lo llamó Hister cuando todos sabemos ya que la referencia no puede ser de otro más que el mismo Hitler, aunque siendo Nostradamus francés y no alemán y habiendo dado el nombre con siglos de anticipación, la aproximación resulta escalofriantemente cercana- además de predecir correctamente la aparición de un arma poderosa de destrucción masiva que no puede ser otra que la bomba atómica, podemos regresar al mismo San Malaquías. En el lema profético 112 citado arriba textualmente, San Malaquías se refiere claramente al último Papa de la Iglesia Católica como Pedro el Romano. Y ese es precisamente el nombre del Cardenal Turkson. Al mes de febrero de 2013 cuando Benedicto XVI anunció su renuncia a su pontificado, en la lista de Cardenales vivientes (todos ellos Papables) solo había otro Cardenal llamado Pedro, el Cardenal húngaro Péter Erdő, el cual no figura en la lista de los tres principales “favoritos” para suceder a Benedicto XVI. Los escépticos podrían cuestionar argumentando que el Cardenal Peter Turkson no es ningún romano, y ni siquiera es italiano, es un africano. Sin embargo, en caso de ser electo el Papa sucesor de Benedicto XVI, por ese solo hecho Peter Turkson se convertiría además de Papa en el encargado de la Diócesis de Roma, se convertiría en el Obispo de Roma, esa designación es automática y viene con el cargo y las responsabilidades del Papa. Y por ese solo hecho Peter Turkson pasaría a ser el mismo Pedro el romano anticipado por San Malaquías con muchos siglos de antelación. Estamos hablando aquí de algo extraordinario, estamos hablando del cumplimiento de dos visiones proféticas distintas venidas de dos hombres -San Malaquías y Nostradamus- que no se conocieron en persona y que vivieron en épocas distintas separados por siglos de distancia, formuladas con una precisión tal que esto ya no parece oler a meras coincidencias. La más extraordinaria ironía sería el hecho de que la Iglesia Católica que nació encabezada por un hombre llamado Pedro (San Mateo 16:13-20: “:Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día”) llegara a su término con otro hombre llamado también Pedro al desencadenarse los hechos previstos en los Evangelios cristianos.

Las visiones que llegaron a Nostradamus hablaban de un hombre con mucho poder en el primer siglo del nuevo milenio. Hoy es generalmente aceptado que pocos Papas han tenido tanto poder y tanta influencia en el mundo contemporáneo como el carismático Papa Juan Pablo II, el cual tuvo una influencia decisiva para llevar a su término al bloque soviético propiciando la caída inesperada del comunismo en la Europa Oriental, logrando en forma pacífica sin tener que disparar una sola bala lo que no pudo lograr con todo su armamento nuclear la nación más poderosa del mundo, Estados Unidos. Tanto para Nostradamus como para los que están familiarizados con sus cuartetos proféticos, después de que el Papa Juan Pablo II falleciera sólo otro Papa podría acumular tanto poder. Sin embargo, en ese momento la profecía no se cumplió, al ascender al Papado un anciano de edad avanzada, pero la profecía de Nostradamus vuelve a desempolvarse luego de que el papado de Benedicto XVI se interrumpiera a causa de su inesperada y sorprendente renuncia. Se espera que el nombre la cabeza y heredero del ministerio de San Pedro se conozca para marzo, probablemente para Semana Santa ya se tenga un nuevo Papa. Solo ahí se conocerá si las profecías se se cumplen de modo casi mecánico e inevitable.

¿Debe tomar en cuenta el Colegio Cardenalicio las presuntas profecías acerca de un Papa negro y un sucesor de Benedicto XVI llamado Peter para que esto influya en su selección del sucesor de Benedicto XVI, lo cual sería con el deliberado e intencionado propósito de tratar de impedir que se cumplan las visiones y profecías formuladas desde hace 500 años retrasando al menos por algún tiempo el advenimiento de los sucesos de los que habla el Apocalipsis? Esto arroja un serio dilema: Si el Colegio Cardenalicio se deja influír por las profecías votando deliberadamente en contra de un Cardenal de ascendencia africana llamado Pedro con el solo objetivo de impedir que se cumplan las profecías, entonces no solo se le estaría dando una importancia que se podría parecer exagerada a algo que no forma parte ni de los dogmas ni de las enseñanzas centrales de la Iglesia Católica, sino que los Cardenales estarían asumiendo una actitud de soberbia al suponer que las decisiones del hombre pueden tener más fuerza y más peso que los mismos designios divinos. Pero por otro lado, si se vota deliberadamente por un Papa de ascendencia africana llamado Pedro en parte para no darle mucha importancia y credibilidad oficial a las terribles profecías escritas desde antes de la Edad Media (además de que la Iglesia Católica está urgentemente necesitada de un Papa joven que sea la prueba viviente del caráctar universal de la Iglesia Católica, ¿quién mejor para ello que un Papa de ascendencia africana?), entonces se podría estar dando cumplimiento cabal a las mismas profecías. De un modo u otro, esta situación se antoja como un callejon sin salida. No hay opciones.

Todo lo anterior quizá sea suficiente para opacar otras dos coincidencias igualmente extraordinarias que tuvieron lugar dos días después del inicio de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza, las cuales sucedieron el viernes 15 de febrero con unas cuantas horas de diferencia. Se trata de los dos objetos llegados del espacio exterior, uno de los cuales, el asteroide 2012 DA14 del tamaño de un campo de futbol y 130 toneladas de peso, se aproximó a la Tierra a 27 mil kilómetros de distancia y pasó rozándola a una distancia menor que la distancia a la cual orbitan varios de los satélites artificiales lanzados por el hombre, y el otro un meteorito que impactó la Tierra ocasionando más de mil heridos en Rusia. El meteorito que cayó en Rusia medía aproximadamente 17 metros antes de entrar a la atmósfera de la Tierra a una velocidad de 18 kilómetros por segundo (30 veces más rápido que un avión Concorde), y tenía un peso estimado de 10 mil toneladas, liberando una energía de 500 kilotones, lo que se asemeja a la fuerza de casi 40 bombas como la de Hiroshima (aproximadamente 15 kilotones), de acuerdo a nuevas cifras divulgadas por la Agencia Espacial de Estados Unidos (NASA) cifras estimadas con información recabada por cinco estaciones de infrasonido alrededor del mundo. Anteriormente, la NASA había estimado que el meteorito tenía un tamaño aproximado de 15 metros, un peso de siete mil toneladas y que había liberado una energía de 30 kilotones. Las nuevas mediciones del fragmento que impactó sobre los Urales rusos son que pesaba al menos 3 mil  toneladas más. Para tomar una idea así sea remota de la rareza de este tipo de sucesos en forma individual, ya no se diga en forma conjunta, se estima que este tipo de eventos suceden uno cada 100 años, de acuerdo con los mismos expertos de la NASA. aunque es la primera ocasión en los registros de la historia de la humanidad que un fenómeno de este tipo produce víctimas en la Tierra con rostros y nombres además de ser grabado directamente en forma tan cercana por videocámaras. En 1908 ocurrió un fenómeno similar en Tunguska, Siberia, sin embargo, éste era de menor tamaño que elel meteorito bautizado ya como el “bólido de Cheliábinsk”, y ciertamente no produjo más de mil heridos como ocurrió ahora. Aún más sorprendente e inédito es el hecho de que dos fenómenos de origen celeste sucedan el mismo día y con diferencia de apenas unas cuantas horas, sobre todo tomando en cuenta que el asteroide DA14 y el “Bólido de Cheliábinsk” tienen orígenes diferentes, no se trata de dos pedazos de una misma pieza que se rompió con sus retoños separados a una distancia relativamente corta el uno del otro, se trata de cuerpos celestiales distintos venidos de partes diferentes. La probabilidad de una coincidencia conjunta de esta índole podría haber sido considerada tan remota que se hubiera creído que era casi imposible que pudiera ocurrir, algo así como la leyenda sobre la imposibilidad de que dos rayos puedan caer dos veces en el mismo sitio y sobre todo con un poco tiempo de diferencia entre ambos. Y al igual que en el caso de los dos rayos que impactaron lo más alto de la Basílica de San Pedro, el asteroide y el meteorito son cosas que llegaron directamente desde arriba, son cosas que llegaron del cielo. Se antojan ya como demasiadas coincidencias de índole tan extraordinaria como para no ponerse a pensar por lo menos que la época que estamos viviendo no tiene nada de “común y corriente”.

Lo único que podemos hacer ahora es tomar el papel de espectadores viendo cómo se desenvuelven los acontecimientos futuros, resignándonos al hecho de que hay cosas que están completamente fuera de nuestro control. El hombre moderno, a fin de cuentas, no es tan poderoso como su propia tecnología se lo ha hecho creer.

jueves, 7 de febrero de 2013

Divagaciones

He aquí un acertijo relacionado con los números. Dada una serie de guarismos es posible, mediante la aplicación de una sencilla lógica de matemáticas, decir cuál es el número siguiente. Por ejemplo, si escribimos: 2-4-6-8-10, sabremos que el número que sigue es 12. Si ponemos: 3-6-9-12-15, es fácil discernir que el siguiente número es 18. Veamos ahora esta serie, y tratemos de encontrar el número que debe seguir al que aparece al último: 2-10-12-16-17-18-19... ¿Cuál es el número siguiente? Daré en seguida la respuesta, para que nadie se fatigue el seso tratando de aplicar la lógica matemática al asunto, o de solucionarlo con el empleo de alguna complicadísima ecuación. El número que sigue al 19 en esa serie de guarismos es el 200. ¿Por qué? Porque entre todos los números que siguen al 19 el 200 es el primero cuyo nombre empieza con la letra d. Y los nombres de los números que forman aquella serie empiezan todos con esa misma letra. Ya se ve que hay aquí una pequeña trampa que se puede advertir desde el planteamiento de la cuestión. La solución de un caso, en efecto, ha de empezar a buscarse a partir de la forma misma en que el dicho caso se plantea. Obsérvese que no se dijo: “Un problema de matemáticas”, y ni siquiera: “Un acertijo de números”. Se dijo: “Un acertijo relacionado con los números”. Y es que el asunto aquí no es de números, sino de letras. Igual ocurre con la adivinanza en la cual el chiquillo le pregunta a su abuelito: “150 monos, y hay 150 sillas. ¿Cuántas sillas sobran?”. “Ninguna” –parece ser la respuesta apropiada. O, más bien, con suficiente rapidez. Respuesta equivocada. Si esa fue la respuesta, es que no se examinó bien el planteamiento: “Siento 50 monos, y hay 150 sillas”. Sobran 100 sillas, claro.

martes, 5 de febrero de 2013

La fuga de cerebros que se avecina


Allá por los años 50, con la aprobación del Acta de Inmigración McCarren-Walter, Estados Unidos dió un giro brusco a su otrora generosa política migratoria de puertas abiertas a los profesionistas y científicos de otras partes del mundo interesados en poder inmigrar a dicho país, adoptando una mentalidad cerrada bajo varios lemas que pudieran ser leídos así: “los profesionistas extranjeros solo vienen a quitarle empleos bien pagados a nuestros propios profesionistas norteamericanos”, “Estados Unidos tiene las mejores universidades del mundo y gradúa cada año todos los profesionistas que este país necesita, y no necesitamos traer a nadie de fuera”.

Con la aprobación de esa reforma migratoria que impuso un sistema de categorías junto con “cuotas” de inmigración anuales (tratando despectivamente a los aspirantes a inmigrar como si fuesen cabezas de ganado), Estados Unidos virtualmente le cerró sus puertas a muchos profesionistas del mundo entero que de otra manera tal vez habrían considerado seriamente la posibilidad de cambiar su residencia a dicho país, porque dentro del sistema de cuotas quienes recibían la preferencia absoluta bajo el sistema de categorías estaban en primer lugar los hijos de ciudadanos norteamericanos, a los cuales no se les exigía ningún requisito de escolaridad mínima, ni siquiera la escuela primaria, porque inmigraban no por los estudios o conocimientos que poseyeran sino por el simple hecho de ser hijos de ciudadanos norteamericanos. En la segunda categoría de preferencias estaban aquellos casado con ciudadanos o ciudadanas norteamericanas, a los cuales tampoco se les exigía ningún requisitio de escolaridad mínima, ni siquiera la escuela primaria, porque inmigraban no por los estudios o conocimientos que poseyeran sino por estar casados con un ciudadano norteamericano. Y así sucesivamente, hasta llegar a la categoría reservada para los profesionistas, la sexta categoría, que bajo el número sumamente estrecho de visas disponibles condenaba a cualquier profesionista extranjero, incluso uno graduado de una universidad norteamericana, a tener que esperar muchos años haciéndose viejo para que le pudiera tocar su turno en la lista de espera. La única forma de poder inmigrar legalmente sin tener que esperar tanto tiempo y sin el riesgo de ser rechazado era (y sigue siendo hasta el día de hoy) casarse con un ciudadano o una ciudadana norteamericana. De hecho, muchos extranjeros buscaron deliberadamente y procuraron casarse con ciudadanos o ciudadanas norteamericanas no porque realmente sintieran algún lazo afectivo por dichas personas sino porque esa era la única forma de poder inmigrar, y si aquellos con quienes se desposaron no hubieran sido ciudadanos norteamericanos posiblemente ni siquiera se habrían fijado en ellos, los cuales no sabían que estaban siendo utilizados para darle la vuelta a un complejo proceso burocrático y que estaban siendo engañados con palabras de amor tan falsas como los cuentos del Barón de Münchhausen.

A principio de los años 50, Estados Unidos aún tenía una amplia disponibilidad de profesionistas llegados de Europa como consecuencia de los calamitosos efectos de la Segunda Guerra Mundial, entre los cuales se pueden citar personalidades como Wernher von Braun, Albert Einstein, Edward Teller, Kurt Gödel, Enrico Fermi y muchos otros talentos de primera línea (demasiados, tal vez) que fueron recibidos con los brazos abiertos antes de la aprobación de la reforma migratoria de 1952. Pero ha transucurrido más de medio siglo desde aquél entonces, y esos profesionistas de primera línea han ido muriendo, sin que hayan llegado a Estados Unidos de Europa o de Asia o inclusive de Latinoamérica nuevos talentos para reemplazarlos. En el caso de Europa, tras la reconstrucción del continente europeo y la mejora dramática en los niveles de vida de los talentos europeos así como la fundación de la Comunidad Económica Europea, había ya muy pocos incentivos para muchos de los nuevos talentos europeos para irse a vivir a los Estados Unidos, porque ¿quién en su sano juicio piensa seriamente en abandonar a sus familiares y a sus amigos de toda la vida para irse a un país en donde no conoce a nadie, sobre todo cuando puede tener un nivel de vida económicamente envidiable en la misma Europa? Y menos cuando prácticamente se les obligaba a tener que casarse con una ciudadana norteamericana para poder ser aceptados dentro de un plazo de tiemp que no superara una década de estar esperando afuera del Consulado o de la Embajada norteamericana, sin ningún verdadero aprecio por la educación universitaria y la formación profesional que tenían.

Para empeorar aún más las cosas, a algún burócrata o congresista norteamericano se le ocurrió la “brillante” idea de imponer como requisito indispensable para poder inmigrar a dicho país la condición de presentar la famosa “carta de trabajo” expedida por alguna empresa norteamericana ofreciéndole empleo al aspirante, aunque fuese un inmigrante sumamente calificado. Esto en sí era una estupidez bárbara, porque en principio (y supuestamente) para poder buscar legalmente empleo en dicho país se tiene que contar primero con la autorización migratoria para poder trabajar en dicho país, y si no se cuenta con esa autorización migratoria el interesado no puede buscar empleo. ¿Entonces cómo puede buscar empleo para obtener la “carta de trabajo” que le piden en el Consulado o la Embajada si no se le dá primero una autorización para poder buscar empleo? Este es el tipo de círculo vicioso que en Estados Unidos se le conoce como el catch-22. Y para empeorar todavía más las cosas, a algún burócrata o congresista norteamericano (posiblemente el mismo) se le ocurrió meter al Departamento de Trabajo en el asunto exigiéndole al aspirante a inmigrar el demostrar fehacientemente que no había en todo Estados Unidos nadie que pudiera efectuar el trabajo en el cual estaba intersado en ofrecer sus servicios. Y el peso y la carga de demostrar que no había en todos los Estados Unidos nadie que pudiera efectuar el trabajo que el inmigrante prospecto aspiraba efectuar corría completamente a cargo del interesado, algo que para fines prácticos se antoja irreal e impráctico, por no decir oneroso. Todas estas trabas terminaron por cerrarle las puertas a los profesionistas junto con cuotas de inmigración cada vez más restrictivas y endurecidas al gusto de los burócratas en turno con cada crisis o recesión económica en la que entraba dicho país. La única manera de poder inmigrar legalmente era casándose con un norteamericano o una norteamericana, algo que de cualquier modo muchos profesionistas extranjeros no podían hacer por estar ya casado.

Ya por los años 80, empezaron a sonar varias voces de alarma señalando que el trato hostil hacia los profesionistas extranjeros interesados en inmigrar había llegado demasiado lejos, y que el mismo gobierno norteamericano había cerrado la válvula que le había permitido a Estados Unidos lograr su incuestionable liderazgo científico y tecnológico al finalizar la Segunda Guerra Mundial. El efecto más dramático era que muchos estudiantes extranjeros que graduaban con honores con títulos de post-grado en instituciones educativas como el Massachussetts Institute of Technology o Harvard eran prácticamente obligados a regresar a sus países de origen al concluír sus estudios. Pero esto no les importaba a los políticos y los burócratas norteamericanos porque aún les quedaba una reserva de profesionistas que habían inmigrado una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y los cuales aún no habían muerto ni se habían jubilado.

Pero ya para finales del siglo XX, la reserva de profesionistas talentosos que habían inmigrado antes de la aprobación del Acta de Inmigración de 1952 estaba prácticamente agotada, y no había ya reemplazos nuevos gracias a la horca migratoria. Y los políticos norteamericanos así como la sociedad norteamericana se empezaron a dar cuenta paulatinamente de que una cantidad cada vez mayor de patentes estaban siendo otorgadas no dentro de los Estados Unidos sino en el extranjero, gracias a innovaciones logradas por profesionistas extranjeros que después de haber graduado en algún postgrado con honores habían sido obligados a regresar a sus países de origen. De este modo, los principales beneficiarios de las hostiles políticas migratorias fueron los países de origen de tales profesionistas cuyos gobiernos sin decirlo han estado muy agradecidos con los norteamericanos por regresarles prácticamente a la fuerza a sus profesionistas más talentosos. Eventualmente, al concluír la primera década del tercer milenio, los norteamericanos se están dando cuenta de que su hostilidad hacia el talento extranjero les está comenzando a costar liderazgo científico y tecnológico, y como consecuencia inevitable del predomino absoluto de tal liderazgo lo único seguro es una caída en los estándares de vida. Y ante la catástrofe que se avecina, cada vez más preocupados, parece que están dispuestos a dar marcha atrás en lo que viene siendo más de medio siglo de estupideces en políticas migratorias. Este punto de vista lo manifestó al empezar febrero de 2013 un analista muy famoso de nombre Andrés Oppenheimer, el cual en un trabajo suyo titulado “La próxima fuga de cerebros”, el cual reproduzco a continuación:

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El plan de reforma migratoria del presidente Barack Obama incluye un gran aumento de visas para estudiantes extranjeros que se gradúen en ciencias e ingeniería, que planteará un enorme desafío para China, India y Latinoamérica: los países emergentes tendrán que ponerse las pilas para retener a sus mejores cerebros, o sufrirán la mayor fuga de cerebros de la historia reciente.

La competencia global para atraer talentos ya ha comenzado. Canadá, Australia, Singapur, Brasil y Chile han aprobado recientemente medidas para a atraer científicos, ingenieros y emprendedores de alta tecnología. Ahora, si Estados Unidos –la economía más grande del mundo– se suma a la carrera, la competencia global por profesionales altamente calificados será feroz.

Así como ocurrió después de la segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno estadounidense atrajo a Albert Einstein y a otros científicos europeos de primer nivel, Estados Unidos se convertirá en un imán para una nueva generación de los mejores cerebros del mundo.

Según un proyecto de ley bipartidista conocido como el Acta de Inmigración-Innovación, Estados Unidos eliminaría las restricciones a las visas de trabajadores graduados en Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemática en universidades estadounidenses, y duplicaría el cupo de visas para inmigrantes altamente calificados, incluyendo enfermeras y programadores de computación.

El proyecto de ley, que probablemente pase a formar parte del plan de inmigración de Obama, tiene muy buenas posibilidades de ser aprobado en el Congreso. Ambos partidos coinciden en la necesidad de aumentar drásticamente el número de visas de científicos e ingenieros extranjeros para ayudar a que la economía estadounidense se haga más competitiva.

“Este es realmente un gran paso adelante”, me dijo Vivek Wadhwa, un conocido gurú de la innovación de Singularity University, y autor del reciente libro El éxodo de inmigrantes, que afirma que Estados Unidos se está perjudicando al no permitir que los graduados extranjeros de sus universidades se queden en el país.

Hoy día, casi todas las visas de Estados Unidos se conceden en base a los vínculos familiares, y no a la profesión de los postulantes. En Estados Unidos, sólo el 7 por ciento de las visas son otorgadas en base a las capacidades profesionales, comparado con el 25 por ciento en Canadá, el 42 por ciento en Australia, el 58 por ciento en Inglaterra, el 80 por ciento en Suiza y el 81 por ciento en Corea del Sur, según un estudio reciente de la Sociedad Para una Nueva Economía Americana.

Según el nuevo proyecto de ley de Estados Unidos, el número de visas para extranjeros altamente capacitados aumentaría de las actuales 140 mil anuales a unas 280 mil.

“La competencia por inmigrantes calificados se está intensificando cada vez más”, me dijo Wadhwa. “Antes, cuando la economía mundial dependía de las manufacturas, uno necesitaba trabajadores. Ahora que la economía mundial depende de la tecnología y la innovación, uno necesita científicos e ingenieros calificados”.

Si Estados Unidos empieza a importar más científicos e ingenieros, no sólo aumentará su primacía en el registro de patentes internacionales, sino que también reducirá la necesidad de sus multinacionales de instalarse en China, India y Latinoamérica, agregó.

Entonces, ¿qué deberían hacer los países latinoamericanos? Casi todos los expertos coinciden en que los países de la región tendrán que producir más y mejores científicos e ingenieros, y proporcionar un mejor clima de negocios a sus sectores tecnológicos, para no quedarse atrás.

En este momento, sólo alrededor del 14 por ciento de los estudiantes latinoamericanos estudian ciencias e ingeniería, y no hay ninguna universidad latinoamericana que figure en los principales lugares de las mejores 150 universidades del mundo.

Además, pocos países de la región –con excepciones, incluyendo a Chile y Brasil– dan grandes incentivos impositivos o financiación para nuevas industrias tecnológicas.

Chile, por ejemplo, ha lanzado la agencia Start-Up Chile, que le da 40 mil dólares, oficinas gratuitas y visas de trabajo a los emprendedores extranjeros con buenos proyectos, especialmente en alta tecnología.

Mi opinión: Si los países latinoamericanos actúan con inteligencia y se insertan en la nueva economía global del conocimiento –por ejemplo, aumentando sus convenios de titulación conjunta con universidades extranjeras, ofreciendo mejores condiciones de trabajo a sus graduados en el exterior, y creando un clima de negocios más amistoso hacia los inversores en alta tecnología– podrían beneficiarse de la creciente competencia mundial por el talento.

Podrían convertir lo que antes se llamaba “fuga de cerebros” en una “circulación de cerebros”, tal como lo han hecho exitosamente China, India, Taiwan, Corea del Sur y otros países.

Estos últimos se beneficiaron al enviar a decenas de miles de sus mejores estudiantes a Estados Unidos, y luego recibirlos de regreso en calidad de inversionistas, funcionarios públicos o profesores universitarios.

Pero si los países latinoamericanos se quedan con los brazos cruzados, probablemente veremos la mayor fuga de cerebros de los últimos tiempos.

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La cruda realidad es que Estados Unidos por mucho tiempo fue un país que se nutrió del talento extranjero. Al propiciar la fuga de cerebros a lo largo de su historia, Estados Unidos fue el principal beneficiario y los países exportadores fueron los principales perjudicados; el único respiro que se tuvo a esta merma se debió gracias al mismo gobierno norteamericano que fue cerrando gradualmente las puertas beneficiando a los países que de otro modo habrían salido perjudicados. Pero en Estados Unidos parecen estar tomando conciencia ya, de acuerdo a lo que escribió Andrés Oppenheimer, de la debacle que se les viene encima si insisten en su política de puertas cerradas a profesionistas extranjeros. En realidad, a nadie le agrada la idea de ver hundirse a su país y de hundirse junto con sus coterráneos a causa de malas políticas y malas decisiones tomadas por los gobernantes en turno.

La urgencia por dar marcha atrás es de tal magnitud que en el congreso norteamericano hay varios legisladores que están considerando seriamente una propuesta que hace algunas décadas habría sido considerada descabellada e impensable: otorgarle automáticamente visa de residencia legal a cualquier extranjero que gradúe de un nivel de postgrado de una universidad norteamericana, aunque el estudiante extranjero no haya hecho trámite alguno para procurar dicha visa de residencia. En pocas palabras, bastaría con el simple y solo hecho de haber graduado de una universidad norteamericana en alguna especialidad de postgrado para recibir la visa legal de residencia sin tener que hacer absolutamente ningún trámite. No serían obligados a pasar a formar parte de una larga fila de espera en los consulados o embajadas norteamericanas en sus países de origen y obligados a esperar muchos años para poder ser atendidos por un funcionario consular de mala cara. Ni siquiera se les obligaría a casarse con un ciudadano o una ciudadana norteamericana para poder tramitar la visa de residencia legal. Y la visa de residencia ni siquiera tendría que ser tramitada, porque tal visa de residencia legal podría ser reclamada por el interesado quizá con el solo hecho de presentar su diploma. Punto. Los políticos y congresistas que están a favor de esta idea argumentan que si un extranjero no ha cometido delito alguno en los Estados Unidos ni en su país de origen, y si ya cumplió con todos los requisitos para poder ser aceptado en un nivel de post-grado en una universidad norteamericana, y si ya graduó en dicha universidad norteamericana, en realidad ya cumplió cabalmente con todos los requisitos que se le podrían pedir a un aspirante a inmigrar, siendo todo lo demás burocracia inútil y estúpida que equivale a darse un balazo en el propio pie con la propia pistola.

Los países que en otros tiempos fueron los principales exportadores de cerebros a los Estados Unidos tienen razones para empezar a preocuparse. A un país como México le quedaría entre las pocas opciones disponibles la posibilidad de adelantársele a los políticos norteamericanos pasando a la menor brevedad posible una ley haciendo realidad en México lo mismo que varios políticos prominentes en Washington quieren hacer en su país: otorgarle de inmediato y en forma automática sin necesidad de tener que hacer ningún trámite una visa legal de residencia con permiso para trabajar a cualquier estudiante o profesionista extranjero que haya concluído estudios de post-grado en cualquier universidad mexicana acreditada. Queda también la posibilidad de atenerse a la esperanza de que las nuevas propuestas migratorias en Estados Unidos queden trabadas en el congreso norteamericano al igual que como han quedado trabadas muchas otras propuestas en otros asuntos de importancia, aunque lo más probable es que conforme siga transcurriendo el tiempo sin hacer nada muchos otros políticos y congresistas norteamericanos se den cuenta del daño que le están haciendo a su propio país y opten por salir de su letargo.

De cualquier modo, hay cosas que no se antoja que volverán a ocurrir en el futuro inmediato. Para que hubiera un nuevo éxodo masivo de profesionistas europeos hacia los Estados Unidos como el que hubo durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, se necesitaría que estallara primero en Europa otra guerra equiparable, lo cual no se antoja posible porque parece que los europeos ya aprendieron su lección, y si de algo han servido los arsenales atómicos es para reprimir las tentaciones belicistas. Las democracias están cada vez más consolidadas en Europa, lo que hace cada vez más difícil que dictadores como los que arrojaron a Europa a la Segunda Guerra Mundial puedan acceder al poder. Por otro lado, la decisión de abandonar el país de origen diciéndole adiós a los familiares cercanos y a los amigos de toda la vida no es una decisión fácil de tomar, sobre todo si se trata de algún médico cirujano excepcional o de algún bioquímico europeo sumamente talentoso que está recibiendo un salario sumamente elevado en euros y tiene su residencia en un lujoso y comfortable chalet suizo a un lado de un lago cerca de las montañas; lo que le puedan ofrecer en Estados Unidos posiblemente no compense o justifique lo que terminaría perdiendo si abandonara todo en Suiza (o en Alemania, o en Francia) para irse a vivir a un país en el que no conoce a nadie, sobre todo siendo la vida tan corta. Y esto último es lo que realmente temen varios prominentes políticos y congresistas norteamericanos, que los efectos de la hostil política migratoria que estuvieron ejerciendo a su antojo impunemente por décadas puedan ser parcialmente irreversibles, sobre todo cuando los efectos nocivos se fueron acumulando y tardaron en aflorar paulatinamente a lo largo de más de medio siglo.