viernes, 6 de julio de 2012

Hacia una conciencia planetaria



Desde antes de los albores del tercer milenio, el fenómeno empezó con muy poca gente dándose cuenta de lo que estaba en ciernes, de lo que estaba empezando a suceder, y todavía hay muchos que no perciben la magnitud de lo que está sucediendo. Se trata de una revolución sin precedentes que no puede ser considerada menos que portentosa, de alcances inimaginables para la especie humana y para el planeta Tierra. Se trata de la conversión gradual de nuestro planeta en el símil de un gigantesco cerebro que está empezando a tomar forma y conciencia propias, y que muy posiblemente terminará tomando una personalidad propia como cualquiera de nosotros si es que no la tiene ya y aún no nos hemos dado cuenta de ello.

Hay antecedentes para lo que estamos viendo en formación y de lo cual muchos aún no se han dado cuenta plena de sus implicaciones para el futuro cercano. Ya desde el siglo XIX, Herbert Spencer escribió el libro titulado “Los principios de la sociología”, en el cual propuso la idea de que la sociedad se asemeja en diversas maneras a un organismo viviente. Actuando como un visionario bastante adelantado a su época, Herbert George Wells escribió entre 1936 y 1938 una serie de ensayos titulados World Brain. Por su parte, el biólogo Vladimir Ivanovich Vernadsky creó la palabra noosfera para referirse a la red de pensamientos, información y comunicación que engloba el planeta, y posteriormente en 1995 el teólogo Pierre Teilhard de Chardin popularizó dicha palabra en su libro “El fenómeno humano”. Por otro lado, desde antes del advenimiento de Internet, en 1969 el químico James Lovelock estaba hablando ya de la Tierra no como un pedazo inerte de materia albergando diversas formas de vida sino como un organismo viviente. Pero ahora parece que estamos en los albores de un organismo planetario viviente que está empezando a desarrollar su propio cerebro, su propia capacidad de percepción, e incluso su propia conciencia y personalidad. Esto es una consecuencia directa del hecho supuesto de que la inteligencia colectiva donde muchas inteligencias conectadas o interactuando entre si, ya sean neuronas, personas, empresas o cualquier otro organismo, pueden alcanzar conjuntamente una superinteligencia que puede ser incluso superior a la suma de las inteligencias individuales. A la transformación gradual (y casi imperceptible para la mayoría de nosotros) del planeta Tierra en un gigantesco cerebro con memoria propia del pasado y con su propia capacidad para el procesamiento de información se le ha dado ya un nombre con el que se le describe a la perfección: el cerebro global (global brain). Aunque este concepto ya existía en varias corrientes de pensamiento, el término fue acuñado por vez primera en 1982 por Peter Russell en su libro del mismo nombre, The Global Brain.

El concepto del cerebro global es una metáfora del cerebro humano, incorporando también la noción de una inteligencia colectiva, la cual según Pierre Levy es una forma de inteligencia universalmente distribuida, constantemente realzada y coordinada en tiempo real capaz de poder llevar a cabo la movilización efectiva de habilidades individuales que actuando cooperativamente pueden conformar una inteligencia de un orden superior. Bajo este enfoque, la idea empieza a tomar forma viendo a la sociedad como un super-organismo basado en la inteligencia colectiva de todos sus miembros, los cuales al estar conectados a través de una red global de comunicaciones como Internet dan lugar a un nuevo organismo que va tomando características y personalidad propias.

Desde un principio, en sus orígenes, la red mundial Internet fue concebida por Tim Berners-Lee inspirado por la forma en la cual trabaja el cerebro humano, el cual puede enlazar libremente distintos datos y piezas de información que aparentemente no parecen tener conexión alguna entre sí, asociando los datos y la información para obtener conclusiones y resultados que no serían posibles de obtener de otra manera. Berners-Lee pensó que con la ayuda colaborativa de muchos humanos repartidos alrededor del mundo y comunicándose entre sí a través de sus propias computadoras, las computadoras digitales podían hacerse más poderosas al imitar este tipo de comportamiento del cerebro humano, esto es, si fueran capaces de poder establecer enlaces entre cualquier pieza arbitraria de información. Como un medio de consulta enciclopédica de carácter universal, la intención original de Berners-Lee ha encontrado su realización plena en Wikipedia, la cual integra las capacidades asociativas de la red mundial con la inteligencia colectiva de sus millones de contribuyentes, produciendo el equivalente de una verdadera “memoria global” que está almacenando todos los conocimientos acumulados por el hombre a lo largo de su historia en todas las épocas en todos los continentes. Sin embargo, esto está empezando a ir mucho más allá de lo que pudiera haberse imaginado el mismo Berners-Lee, si empezamos a establecer comparaciones entre lo que está sucediendo dentro de nuestros propios cerebros (lo que nos dá conciencia y personalidad propias) y lo que está sucediendo a una escala planetaria:




De acuerdo a la empresa IMS Research, se estimaba que después de que en el mes de agosto de 2010 el número de aparatos conectados a la red mundial había llegado a la marca de los cinco mil millones, se anticipaba que el número de aparatos conectados a la red mundial llegaría en el 2012 a los 22 mil millones. Esto último representa ya casi la cuarta parte de las neuronas del cerebro humano de un adulto, y dada la enorme sofisticación de cada “ eurona Internet” en comparación con la humilde neurona cerebral humana, al menos en lo que a simples números se refiere estamos quizá ya a unos cuantos pasos de la aparición de una gigantesca autoconciencia global, si es que no está ya entre nosotros y somos parte de ella sin darnos cuenta.

Existen muchos paralelos entre la gran red de redes Internet y el cerebro humano que sugieren que la red mundial tiene todo el potencial para dar origen (o mejor dicho, para haber dado origen ya) a una nueva forma de vida de alcances espectaculares. La primera similitud es que, al igual que  como ocurre con las neuronas del cerebro, no hay una sola “neurona de Internet” (en informática se le designa a veces como nodo) que tenga el control y el dominio absoluto sobre todas las demás. Aunque en el cerebro humano se supone que hay algunas neuronas más importantes que otras (a las cuales se les ha dado el mote de neuronas abuelas o células abuelas, un concepto popularizado en el libro ganador del premio Pulitzer Gödel, Escher, Bach: un Eterno y Grácil Bucle escrito por Douglas Hofstadter) en virtud de que  el peso de sus “decisiones” parece tener un impacto mayor que el de otras “neuronas Internet” (o inclusive mayor que el de una combinación de “neuronas  Internet”), no hay un dominio absoluto de una sola neurona sobre todas las demás, todas las neuronas trabajan en colaboración estrecha y cada una de ellas contribuye en algo en algún momento a las decisiones finales acerca del gran panorama. El hecho de que por la forma en la cual está organizada la red no hay un predominio absoluto de una célula sobre todas las demás implica que la supervivencia del organismo como un todo no depende de la supervivencia de una sola célula o inclusive de un número grande de células, lo cual garantiza la supervivencia a largo plazo, ya que la única manera en la que el órgano pensante pudiera morir sería con la muerte de todas las células. Es bien sabido que, en el caso del cerebro  humano, aún si el cerebro de una persona sufre un daño considerable por una lesión traumática (por ejemplo, un balazo o un cráneo atravesado con una varilla metálica) o una lesión de carácter orgánico (una tromboembolia o un derrame cerebral) la persona de cualquier modo puede sobrevivir al suceso conservando su propia personalidad, y no son inusuales aquellos casos en los que las personas que convalecen de la pérdida de una buena parte de sus cerebros logran recuperar la mayor parte de sus funciones motoras al ir reentrenando a las neuronas que sobrevivieron para hacerse cargo de las tareas que previamente estaban siendo llevadas a cabo por las otras neuronas que murieron. Es así como personas que han estado en estado de coma por varios años de repente despiertan al restablecerse en sus cerebros una cantidad suficiente de conexiones para echar a andar a la persona de nuevo.

Hay, sin embargo, una diferencia importante entre la capacidad de procesamiento de una neurona cerebral, y la capacidad de procesamiento de una “neurona  Internet”. En el cerebro humano, el funcionamiento de cualquier neurona es relativamente elemental, podría decirse incluso que es ridículamente sencillo, se trata del epítome de la sencillez. Una neurona cerebral humana consta de un cierto número de “entradas” y un cierto número de “salidas”. Las neuronas se comunican entre sí mediante una serie de impulsos eléctricos (de naturaleza físico-química) enviados de una neurona a otra conocidos como sinapsis a través de los “cables” que conectan a las neuronas (conocidos como axones). Un “impulso de salida” de cualquier neurona es a su vez la “señal de entrada” de otra neurona. La siguiente imagen nos muestra a una neurona que en base a los impulsos de entrada que recibe el núcleo de una neurona envía sus respectivos impulsos de salida hacia las siguientes neuronas con las cuales está conectada:




Esta es la forma mediante la cual todas las neuronas se comunican entre sí a través de un extenso “cableado” tridimensional. ¿Y cómo se lleva a cabo el procesamiento de información? Este ocurre de una manera muy elemental. Si no hay ningún “impulso de entrada” a una neurona, obviamente tal neurona no producirá ningún “impulso de salida”. Pero inclusive aunque haya una o dos entradas “activadas”, esto no implica que la neurona activará su “salida”. Para que cualquier neurona pueda producir una salida, se requiere que haya una cantidad lo suficientemente grande de entradas “activadas” (encendidas); no es necesario que todos los canales de entrada estén activados simultáneamente, basta con que una cantidad lo suficientemente grande de canales de entrada se encuentren activados para que se pueda producir un “disparo” de salida. La siguiente imagen nos muestra a una neurona y nos muestra los “disparos” que ocurren en las activaciones de los canales de entradas y salidas.




La siguiente imagen nos muestra a una neurona cuyo canal de salida o “cable conductor” (saliendo hacia afuera del monitor de la computadora en la esquina inferior derecha):




El primer modelo matemático de este tipo de funcionamiento lo proporcionó el perceptrón con varios canales de entrada y un solo canal de salida:




Y el procesamiento sucesivo de este tipo de “neurona” (artificial) con tres neuronas enviando sus impulsos de entrada a otras dos neuronas las cuales a su vez envían dos impulsos a una neurona solitaria cuya salida a su vez dependerá de la cantidad y la “fuerza” de los impulsos (las fuerzas relativas están dadas por los factores de peso w que pueden variar de 0 a 1) de las tres neuronas de entrada se puede simbolizar de la siguiente manera:




En los hechos, se ha estimado que el cerebro humano de un adulto contiene de 50 a 100 mil millones de neuronas, y que estas células transmiten sus señales a través de hasta 1000 billones de conexiones sinápticas.

La gran diferencia entre un cerebro humano construído sobre células neuronales cuyo modo de funcionamiento se ha descrito arriba y un gigantesco “cerebro” construído sobre la base de la red mundial Internet es que en el caso de Internet cada “célula” no es una simple célula sino un individuo pensante cuya cabeza representa y contiene por cuenta propia la actividad combinada de miles de millones de células neuronales humanas, el cual a su vez  está trabajando en una relación simbiótica con la computadora con la cual no sólo se conecta a Internet sino que también le puede servir para ejecutar programas matemáticos extremadamente complejos que le pueden proporcionar soluciones a problemas que aún hasta hace poco tiempo se consideraban prácticamente imposibles de resolver. En pocas palabras, y ya de por sí, cada “neurona  Internet” es astronómicamente mucho más compleja que la neurona cerebral humana típica. Y la información que puede enviar una “neurona  Internet” a otra “neurona  Internet” es muchísimo más compleja que los impulsos elementales que puede enviar o recibir una neurona cerebral humana, ya que entre dos “neuronas Internet” una le puede enviar a la otra archivos (¡información!) de prácticamente cualquier tamaño, en el orden de los megabytes o incluso en el orden de los gigabytes. Y por si esto fuese poco, a diferencia del modo de comunicación unidireccional que hay entre dos neuronas cerebrales humanas (un axón o “cable cerebral” solo puede transportar su información en una dirección y no en la dirección inversa), una “neurona  Internet” A no solo le puede enviar información a una “neurona  Internet” B sino que la “neurona  Internet” B le puede enviar información en la dirección contraria a la “neurona  Internet” B. Sin discusión alguna, y por muchos órdenes de magnitud, el gigantesco “cerebro planetario” que es Internet es superior en muchos aspectos a cualquier cerebro humano, y en lo que respecta a su capacidad para procesamiento de información esta capacidad es incomparablemente superior a la de cualquier computadora digital que haya sido creada por el hombre. Ni siquiera en sus sueños más osados se pudo haber imaginado científico alguno en la posibilidad de que algo tan poderoso pudiera llegar a darse.

En los primeros años del campo de la inteligencia artificial, se llegó a creer ilusamente y hasta con cierta ingenuidad que construyendo una computadora digital con una cantidad suficientemente grande de memoria RAM y una unidad central de procesamiento CPU lo suficientemente veloz y poderosa, sería posible crearla para que terminase siendo poseedora del equivalente de una vida propia con conciencia propia, dándose algunos primeros pasos tales como el diseño del lenguaje de programación LISP y el lenguaje PROLOG para el diseño de lo que se conoce como “sistemas expertos”. Hoy ya se sabe, tras numerosos fracasos, que tales expectativas depositando sus esperanzas en una computadora electrónica digital cada vez más potente y rápida eran demasiado optimistas y exageradas, a grado tal que críticos como Hubert Dreyfus llegaron a  acusar a los teóricos del campo de autoengañarse a sí mismos llegando a creer que con los avances tecnológicos registrados hasta los años ochenta se había dado el primer paso hacia la construcción de una máquina pensante del mismo modo en que un chango meciéndose en las ramas de los árboles creyera que con el simple hecho de haberse subido hasta la copa de un árbol había dado el primer paso para llegar hasta la Luna. Aún si fuese posible construír una computadora digital del tamaño del planeta Tierra, tal computadora basada en lo que se conoce como la arquitectura de Von Neumann adolecería de varios defectos colosales, siendo el primero de ellos el que una computadora de tal tamaño requeriría de un super-programador de software, o mejor dicho legiones enteras de millones de programadores de software, para elaborar un programa computacional lo suficientemente grande y poderoso para hacer uso pleno de las capacidades de procesamiento de tal máquina, requiriendo una inversión extraordinaria de dinero en el software que seguramente igualaría o superaría ampliamente con creces el costo para construír tal máquina, y no se hable ya de los requerimientos de energía de tal máquina para poder funcionar. Ningún ser humano al nacer requiere de tal inversión astronómica de recursos para poder crecer y aprender por sí mismo de su entorno adaptándose hasta llegar a convertirse en una computadora “andante y pensante” hecha no con silicón sino de carne y hueso. Por otro lado, bastaría con un solo “bit” de información equivocado entre sus millones de trillones de bits (un “0” binario en lugar de un “1”, o un “1” en lugar de un “0”) ya sea en el hardware o en el software para dar al traste con todo el funcionamiento de una máquina así. Esto contrasta severamente con el hecho de que hasta un pequeño mosquito con el equivalente orgánico de un cerebro que no cuenta con más de un centenar de neuronas parece estar mucho más consciente de su existencia y de lo que necesita para poder sobrevivir y multiplicarse moviéndose en su entorno que la computadora campeona de ajedrez Deep Blue de IBM. En estas cuestiones, el tamaño no lo es todo, y basta con echar un vistazo al mundo de los insectos para darnos cuenta de ello. Los insectos, pese a poseer cerebros muy pequeños, son capaces de llevar a cabo algunas proezas impresionantes de gimnasia mental. De acuerdo con una cantidad creciente de estudios, algunos insectos son capaces de poder contar, categorizar objetos, y hasta reconocer rostros humanos, todo ello con cerebros del tamaño de cabezas de alfiler. En varios estudios se ha calculado que unos cuantos cientos de neuronas es todo lo que se requiere para poseer la capacidad de contar, y más impresionante aún, la capacidad de percepción y conciencia podría darse con apenas unas cuantas miles de neuronas.

¿Por qué razón las máquinas (cerebros humanos) hechas a base de neuronas parecen ser muchísimo más versátiles y muchísimo más poderosas que las más costosísimas super-computadoras electrónicas digitales creadas por el hombre? La respuesta parece estar en el hecho de que todo el alambrado de los bloques fundamentales de procesamiento de una computadora digital (AND, OR, NOT, véase más sobre esto en mi obra Fundamentos de Lógica Digital) está confinado esencialmente a una arquitectura planar, en dos dimensiones, como lo muestra la siguiente fotografía del primer microprocesador Intel 4004 (a la izquierda) nacido en 1971 y su sucesor distante el Intel Pentium IV (a la derecha) disponible desde el año 2000 y el cual contiene 42 millones de transistores:




En contraste, una “computadora neuronal” permite la conexión de sus células en un enjambre tri-dimensional, lo cual dá lugar a una cantidad increíblemente grande de conexiones posibles aún con sólo unas cuantas neuronas, algo cuya construcción está fuera del alcance de nuestras posibilidades tecnológicas actuales (no hay “chips” de silicón que tengan varias capas ubicadas una sobre otra como los pisos de un edificio con conexiones posibles de cualquier capa a cualquier otra capa). Este salto de dos dimensiones hacia tres dimensiones parece ser el equivalente de darle visión, oídos y habla a un ciego sordo-mudo. Y si esta arquitectura tri-dimensional, incuestionablemente superior a la arquitectura bi-dimensional de los circuitos planares de silicón, es lo que le da al hombre (inclusive al latoso mosquito) facultades superiores a las de cualquier computadora digital electrónica, la misma arquitectura tri-dimensional implementada en la red de redes Internet promete ser algo “fuera de este mundo”. Ni siquiera Charles Darwin podría haber imaginado jamás que la evolución de la vida en el planeta Tierra pudiera haber tomado este camino. La pregunta crucial es ahora: ¿estamos preparados como especie para enfrentar la responsabilidad, las promesas y los riesgos que implica este gigantesco paso evolutivo? ¿No será que tenemos ya en nuestras manos algo que va mucho más allá de lo que estamos preparados para manejar? ¿O será que nuestro destino, aquello para lo cual fuimos puestos todos en este planeta, finalmente nos está alcanzando justo al empezar a correr el tercer milenio? Esto nos recuerda el refrán del viejo vaquero que dijo: “aún no has visto nada” (you ain't seen nothin yet).

Se sospecha (nadie ha podido demostrarlo) que con un cierto número N de células neuronales (el cual se desconoce) interconectadas tri-dimensionalmente de cierta manera (no tenemos ni siquiera la más remota pista sobre cuál pueda ser la arquitectura óptima tridimensional), empezarán a “saltar las chispas” que dan origen a la percepción y a la autoconciencia, siendo esto el equivalente de la masa crítica mínima requerida para poder echar a andar en un reactor nuclear una reacción en cadena autosustentable. Se sabe que una solución a este problema de las matemáticas de la informática debe de existir, cada uno de nosotros es una prueba viviente de ello (esto lo trato en mayor detalle en el capítulo “Order Zeta” de mi libro Initial Conditions), pero tal solución tal vez esté tan cerca de nuestras manos como las estrellas en los confines más remotos del Universo. Nuestra ignorancia abismal sobre tales cuestiones es precisamente lo que nos impide darnos cuenta si nuestro planeta ha traspasado ya gracias a la red de redes Internet esa barrera casi mágica que le daría autoconciencia propia y facultades de percepción.

Se sospecha también que no es posible entender en su totalidad el funcionamiento del procesamiento neuronal de un cerebro simplemente subdividiendo una red neural en partes más elementales (esta es la filosofía del reduccionismo, base de la metodología científica que consiste en reducir lo más complejo a sus partes más elementales) como podríamos hacerlo con los componentes de un aparato de televisión o un automóvil, en cuyo caso se tendría que aplicar una interpretación holística de acuerdo a la cual (y esto viene desde los mismos tiempos de Aristóteles) el todo es mayor que la suma de sus partes. Naturalmente, el tratar de entender algo muy complejo que no puede ser subdividido en partes más elementales es algo contrario al método científico de simplificación que hizo posible a ciencias como la química y la medicina. ¿Entonces el cerebro humano está impedido de poder comprender los procesos de pensamiento del mismo cerebro humano, incluyendo aquellos que dan origen a eso que llamamos conciencia?

Douglas Hofstadter popularizó una tesis anti-reduccionista de la conciencia humana estableciendo un paralelo con los Teoremas de Gödel, teoremas de la lógica-matemática demostrados con formalismo riguroso e impecable que concluyen que hay ciertos enunciados matemáticos complejos que no pueden ser derivados a partir de las combinaciones sucesivas de enunciados y postulados matemáticos más sencillos cuya propia veracidad no esté en duda, y que por lo tanto ni siquiera es posible demostrar formalmente que tales enunciados matemáticos complejos puedan ser ciertos o falsos; podemos aceptar uno de ellos como falso obteniendo del mismo un sistema de matemáticas X, o podemos aceptarlo como cierto obteniendo otro sistema de matemáticas Y, y ambos sistemas matemáticos serán igualmente válidos. ¿Pero no es esto un absurdo habido el hecho de que tradicionalmente se ha supuesto que cualquier “verdad” matemática no puede ser cierta y falsa al mismo tiempo? Bueno, esto último sigue en pie, el problema es que la falsedad o la veracidad no puede ser demostrada con los elementos propios de las matemáticas, y si no es posible hacer esto, tampoco es posible demostrar que las matemáticas, la reina de las ciencias, sea consistente, esto es, que dos enunciados igualmente válidos puedan conducir a resultados contradictorios (se ha dicho que “Dios existe porque las matemáticas son consistentes, el Diablo existe porque no podemos demostrarlo”). En principio, la conciencia neuronal vendría siendo como uno de estos enunciados matemáticos complejos que no puede ser desmenuzado sin perder la esencia de lo que se estaba buscando desde un principio, sólo podemos aceptar su realidad o negarla, más no demostrarla; podemos aceptar su existencia o ignorarla siendo al fin y al cabo algo intangible aunque resulte difícil ignorar sus efectos, los cuales pueden ser muy reales en base a lo que nos muestra nuestra experiencia cotidiana.

Aún hay una cantidad respetable de académicos y científicos expertos de reconocido prestigio que se aferran a la idea de que simplemente poniendo más y más transistores en los circuitos integrados planares de silicón aumentando la densidad de integración en los mismos de acuerdo a la ley de Moore eventualmente se llegará al punto en el cual empezarán a “saltar las chispas” y se podrá tener máquinas pensantes como las que son popularizadas en películas de ciencia-ficción como Yo, Robot. Inclusive al punto exacto en el cual se supone que una máquina por sí sola (sin conexión a Internet e inclusive sin conexión a ningún humano) pueda por fin “despertar” adquiriendo una conciencia propia se le ha dado ya un nombre: singularidad. Sin embargo, por las razones expuestas arriba, a menos de que haya un cambio substancial en la tecnología para hacer posible la fabricación de Circuitos Integrados Neurales Tridimensionales (CINT), algo con lo que no contamos en estos momentos, y para lo cual los modelos teóricos aún son extremadamente crudos y primitivos, tal posibilidad se antoja remota. En cambio, mediante la compleja comunión entre los hombres, las máquinas, y la red de redes, es muy posible que se le esté dando vuelta al asunto con la construcción de algo casi infinitamente superior a una máquina aislada basada en circuitos integrados planares.

Al igual que como ocurre con un cerebro humano, el cerebro global tiene muchas “áreas de especialización” tales como una parte dedicada a lo que tiene que ver con la música, otra parte dedicada a lo que tiene que ver con la geología, otra parte dedicada a lo que tiene que ver con la historia del Imperio Romano, etcétera, sin que necesariamente las “células neuronales” que comparten conocimientos comunes estén en proximidad espacial cercana la una a la otra (esto es, dentro de ciertas zonas geográficas claramente identificables); por el contrario, la “sabiduría” del cerebro global en temas especializados se encuentra distribuída por todas partes, y con frecuencia en partes diametralmente opuestas del globo terráqueo. Aunque los primeros intentos del reduccionismo por tratar de encontrar ciertas “zonas” del cerebro humano en donde supuestamente descansan ciertos atributos del conocimiento o de la personalidad nos llevan hasta los tiempos de la frenología, nuestros conceptos modernos acerca de lo que es la inteligencia distribuída prácticamente han sepultado todo lo que tenga que ver con la frenología como pseudociencia (de cualquier modo, sigue habiendo reduccionistas empeñados en ubicar mediante la elaboración de “mapas” del cerebro zonas identificables con ciertos atributos del funcionamiento del cerebro, para lo cual han recibido un renovado ímpetu con la ayuda de los “mapas” producidos con la ayuda de la tomografía computarizada).

Pese a lo caótico del crecimiento de la red de redes, mapas Internet tales como el mapa Internet desarrollado por el ruso Ruslan Ekinev, y entre los cuales se encuentra el Internet Mapping Project que dió inicio bajo la guía de William Cheswick y Hal Burch en los laboratorios Bell en el verano de 1998, revelan cómo la red mundial en su crecimiento se va asemejando más y más a un gigantesco cerebro en formación con las conexiones que se están llevando a cabo pareciéndose más y más a las actividades sinápticas que ocurren en nuestros propios cerebros humanos:




No son pocos los expertos en informática que, viendo estos mapas, sospechan y suponen que con algo de esta magnitud en complejidad están empezando a ocurrir cosas de importancia trascendental que apenas alcanzamos a percibir.

A diferencia de la computadora electrónica convencional que requiere ser programada por alguien, la computadora neural es autoprogramable, puede ir evolucionando por cuenta propia sin ayuda externa (en el hombre, esta autoprogramación posiblemente comienza a las pocas semanas de darse la concepción aunque no haya órganos sensoriales desarrollados). Por otro lado, mientras que es muy difícil aunque no imposible que una computadora electrónica pueda reproducirse a sí misma sin ayuda externa (John von Neumann fue el primero en explorar esta posibilidad desde una perspectiva matemática rigurosa en su libro póstumo Theory of Self-Reproducing Automata concluyendo que tal cosa era factible siempre y cuando se cuente de antemano con una cantidad considerable de recursos), un organismo biológico orgánico bajo la dirección de un cerebro neural se puede multiplicar en forma tan desmesurada que el problema puede ser un exceso de población. Curiosamente, el cerebro global podría encontrar la manera de reproducirse a sí mismo recurriendo a la colonización de otros planetas cercanos del sistema solar que empezaría con unas cuantas “neuronas Internet” efectuando viajes interplanetarios y llevando consigo el modelo estructural para “sembrar” las semillas de otros cerebros globales usando incluso los mismos protocolos de comunicación que los que se usan en el planeta Tierra, resolviendo para esto de antemano el cerebro global con su enorme potencia todos los problemas técnicos involucrados en el transplante y aclimatación de las células. Así, aunque el cerebro global carece de un cuerpo como el nuestro que le dé movilidad física (su “cuerpo físico” viene siendo el planeta Tierra), posee la interesante ventaja sobre el cerebro humano de que sus “células neuronales Internet” pueden migrar fuera del planeta para servir como semillas reproductoras en otras partes. Y aunque el enorme caudal de conocimientos del cerebro global es ya algo extraordinario, bastarían unas cuantas células neuronales (humanos) llevando consigo unos centenares de discos duros de alta capacidad para transportar fuera del planeta toda la información necesaria para dar nacimiento a un hermano gemelo del cerebro global en otro lado. De hecho, basta con una sola “célula neuronal” (un humano) actuando como “Embajador” del cerebro global para llevar tal caudal de conocimientos hacia otra parte. Ni siquiera el propio cerebro humano tiene tal capacidad para enviar a otra parte todo lo que tiene almacenado usando una sola de sus células con la finalidad de transportar un respaldo (backup) de la sabiduría que ha estado almacenando. Cuando un hombre muere, se lleva toda su información y sus experiencias personales consigo, exceptuando aquello que le ha transmitido a otros a través de libros y bibliotecas. En contraste, el cerebro global es inherentemente resistente a fallos, y cualquier cosa que sea subida a Internet por alguien esencialmente vivirá en Internet por siempre.

En relación a la vieja pregunta filosófica: ¿puede una máquina artificial ser capaz de pensar?, de antemano tenemos que resignarnos al hecho de que no es posible describir en términos mecanísticos o simbólicos (mediante fórmulas y algoritmos de informática) el “modo de pensar” de una máquina y mucho menos poder decidir si una máquina o un conglomerado de máquinas actuando en forma coordinada ya tomó conocimiento de su propia existencia (el paso indispensable para adquirir una conciencia) ya sea que se trate de un sistema formado por neuronas humanas o por “neuronas Internet”. Los argumentos sobre este asunto van mucho más atrás de nuestros tiempos actuales, y anteceden incluso a la revolución industrial. Una de las primeras observaciones al respecto fue hecha en 1714 por Gottfried Leibniz, el cual al hablar de una “máquina pensante” dijo lo siguiente:

Más aún, se debe reconocer que la percepción y lo que depende de ella no puede ser explicada con argumentos mecánicos, esto es, mediante figura y movimiento. Supóngase que haya una máquina, cuya estructura produzca pensamiento, sensación y percepción; imaginemos esta máquina amplificada pero conservando las mismas proporciones. Esto, siendo supuesto, podrá permitirle a usted entrar a su interior; ¿pero qué observaría usted adentro? Nada excepto partes que se empujan y se mueven la una a la otra, y nada que pueda explicar la percepción.

En su libro Labyrinths of Reason, William Poundstone habla acerca de una ampliación del argumento central de Leibniz, propuesta por el filósofo Lawrence H. Davis en su “paradoja del funcionalismo”. El funcionalismo sostiene que un programa computacional puede hacer lo mismo que lo que pueda hacer un cerebro humano, incluyendo el poseer una conciencia propia. Para rebatir la tesis del funcionalismo, Davis propuso su paradoja en un papel dado a conocer en una conferencia celebrada en 1974, en el cual el argumento principal es el siguiente: “Supóngase que pudiéramos aprender todo lo que se pueda aprender acerca de la sensación del dolor en todos sus detalles relevantes. Entonces (si los funcionalistas están en lo correcto) podríamos construír un robot gigantesco capaz de sentir el dolor. Al igual que la máquina pensante de Leibniz, se trata simplemente de un robot gigantesco dentro del cual podemos entrar caminando. El interior de la cabeza del robot se asemeja a un edificio grande de oficinas. En lugar de encontrar circuitos integrados, hay gente bien vestida sentada detrás de escritorios. Cada escritorio tiene un teléfono con varias líneas, y la red telefónica lleva a cabo la simulación de las conexiones de las neuronas en un cerebro capaces de producir la sensación del dolor. Cada persona ha sido entrenada para comportarse como una neurona duplicando dicha función. Es un trabajo monótono y aburrido, pero la paga es buena y las prestaciones ofrecidas también lo son. Supóngase que ahora mismo el conjunto de llamadas telefónicas entre los burócratas es de una naturaleza tal que ha sido identificada con la sensación del dolor. El robot se encuentra en una agonía, de acuerdo con los funcionalistas. ¿Pero en dónde está el dolor? No lo encontrará en un recorrido por las oficinas. Todo lo que encontraremos será individuos plácidos y desinteresados, bebiendo café a sorbos y conversando en sus teléfonos. Y la siguiente ocasión que el robot esté padeciendo un dolor excruciante e intolerable, si hacemos una visita a las oficinas encontraremos que la gente está festejando alegremente y sin la menor preocupación la fiesta de Navidad de la compañía. Todo mundo se encuentra en un gran fiestón”.

A diferencia de lo que ocurre con un cerebro humano que no puede obrar directamente en beneficio de algunas de sus propias células (ni siquiera las puede “ver”, mucho menos “conversar” con ellas), el cerebro planetario tiene la capacidad para mejorar dramáticamente la calidad de vida de cada uno de sus componentes individuales. Una forma en la que ha logrado esto es mediante la introducción de los correos electrónicos. No hace mucho, enviar una carta por correo requería ir a una tienda a comprar un sobre y hojas de papel en blanco además de lápiz o cartucho de tinta así como timbres postales, todo ello para enviar una carta que tenía que ser depositada en un buzón de alguna oficina de correos y la cual podía tardar varios días (o semanas) en llegar a su destinatario, con el mismo proceso complejo requerido para obtener una respuesta. Hoy ese ritual tardado y costoso ya está obsoleto, y la celeridad en el envío instantáneo y la respuesta rápida a los correos electrónicos ha redundado en beneficio directo de los usuarios de Internet, lo cual a su vez ha revitalizado enormemente al mismo cerebro planetario que se beneficia de los beneficios que le da a sus propias células. Se trata de una espiral virtuosa que contribuye al propio proceso de aprendizaje que está llevando a cabo a pasos acelerados el cerebro global.

Otra diferencia substancial del cerebro planetario es que no duerme ni descansa, a diferencia del cerebro humano que requiere ocho horas diarias de descanso (¡la tercera parte de la vida de cada ser humano!). Al mismo tiempo que miles de personas se pueden desconectar de la red otras miles se van conectando, de modo tal que el cerebro planetario no tiene punto de reposo, y el libre flujo de contribuciones e ideas creativas entre las “neuronas de Internet” continúa adelante sin detenerse. En la red de redes, aunque la contribución individual de cada usuario es deseable y puede ser importante, nadie es indispensable. A la vez que muchos se van desconectando permanentemente (principalmente a causa de enfermedades, accidentes o decesos), muchos otros se van conectando, de modo tal que la evolución del cerebro planetario no se detiene, es algo que está en marcha sin freno en su camino.

El enorme poder del nuevo cerebro planetario que está siendo construído por todos nosotros no es una fantasía, lo podemos ver directamente en acción de muchas maneras. El mejor ejemplo que pueda darse de ello es la enciclopedia Wikipedia, una de las principales memorias del cerebro global, la cual irónicamente nació justo al inicio del tercer milenio bajo el nombre de Nupedia. El impacto planetario que Wikipedia está teniendo ha sido tan extraordinario que la en otros tiempos venerable e insuperable Encyclopaedia Britannica que data desde entre 1768 y 1771 terminó siendo avasallada por Wikipedia a grado tal que el 13 de marzo de 2012 los editores de la Enciclopedia Británica anunciaron que dejaría de imprimirse en papel y que se centrarían en la edición web de dicha enciclopedia (la revista científica Nature declaró en diciembre de 2005 que la Wikipedia en inglés era casi tan exacta en artículos científicos como la Encyclopaedia Britannica). A diferencia de la Encyclopaedia Britannica que es una empresa privada que por muchos años fue elaborada por grupos selectos y reducidos de editorialistas y autores, Wikipedia ha sido construída con la colaboración mundial de millones de colaboradores del mundo entero trabajando en forma concertada, y un esfuerzo de naturaleza privada por bien financiado que esté jamás podrá competir con el esfuerzo combinado de millones de colaboradores trabajando sobre un proyecto común. Otro ejemplo del enorme poderío del cerebro planetario lo es en la construcción del sistema operativo Linux, el cual en sus versiones más recientes tales como Ubuntu representa el resultado del esfuerzo de miles de programadores de alrededor del mundo entero contribuyendo cada uno con su propio esfuerzo individual. Pero si sistemas operativos como Linux Ubuntu son tan buenos como los sistemas operativos desarrollados por Microsoft, ¿entonces cómo es posible que Microsoft pueda mantener su predominio sobre el mercado siendo que Linux Ubuntu es gratuito y los sistemas operativos Windows le agregan por lo menos un costo de 100 dólares a cada computadora? En realidad, la amenaza de que sistemas operativos desarrollados por las comunidades de programadores unidas mediante Internet puedan terminar arrebatándole una buena parte del mercado a Microsoft es algo que les ha estado quitando y les sigue quitando el sueño.

En el panorama socio-político, el cerebro planetario está teniendo ya efectos de profunda envergadura histórica. Los sucesos que conmocionaron al Medio Oriente de 2010 a 2012 conocidos como la primavera árabe y que llevaron a varios países hacia su democratización fueron detonados y precipitados bruscamente a través del uso de las redes sociales de Internet. De no haber sido por Internet, dictadores que llevaban varias décadas o que procedían de dinastías dictatoriales todavía estarían en estos momentos gobernando con mano de hierro. El colosal impulso democratizador del cerebro global es en cierta forma una reflexión del modo de operar del cerebro global y del mismo cerebro humano en donde no se permite la centralización absoluta del poder en ninguna célula porque ello a la larga va en contra de la supervivencia a largo plazo del organismo. El hecho de que las comunicaciones que se llevan a cabo a través de los “cables” del cerebro planetario estén absolutamente libres de censura implica que es cada vez más difícil o inclusive imposible tratar de ocultar a través del control de los medios tradicionales de comunicación (prensa, radio, televisión) cosas de las cuales no querían los censores que se enterase la gente, y la información “prohibida” no tarda mucho tiempo en darse a conocer alrededor del mundo, de hecho, cualquier cosa que ocurra se conoce casi instantáneamente. Nunca en la historia de la humanidad ha habido una civilización tan bien conectada y tan bien informada como la que hay ahora.

No deja de ser paradójico que después de haber sido destronado el hombre ignominiosamente del envidiable pedestal que ocupaba como centro de la Creación y centro del Universo por causa de las teorías heliocéntricas de Copérnico y Galileo y posteriormente como consecuencia de los avances en la astronomía, nuevamente esté volviendo a ocupar un sitio predilecto dentro del Universo gracias a la relativa rareza del planeta Tierra y a la transformación paulatina del planeta en un gigantesco cerebro planetario con conciencia propia y capacidades de percepción.

La pregunta más importante que se pueda hacer sobre este tema, desde luego, es: ¿puede llegar a tener el cerebro planetario conciencia y personalidad propias? Esto implicaría que el cerebro planetario no sólo tenga conocimiento de sí mismo, sino que pueda ser capaz de formular la duda metódica asentada por René Descartes, el famoso pienso, luego existo. El problema para dar una respuesta a esto lo podemos ver echando un vistazo a nuestros propios cerebros. Si nosotros somos capaces de dudar, y por lo tanto si nosotros somos seres pensantes, estando conscientes de nuestra propia existencia, podemos estar seguros en cambio de que ninguna de las neuronas de nuestros cerebros tiene conciencia de su propia existencia. Ni siquiera los teóricos más positivistas y mecanistas creen que una sola célula neuronal sea capaz de “pensar”. En pocas palabras, la célula neuronal que es la base fundamental del cerebro en el cual está asentada la mente que tiene conciencia de su propia existencia, esto es, ¡ni siquiera sabe que existe! A lo largo de la vida de un adulto cada día van muriendo millones de neuronas en su cerebro (se ha estimado que al llegar a los 75 años casi la décima parte de las neuronas con las cuales nacimos han muerto), y sin embargo no por ello un adulto de 100 años de edad está menos consciente de su propia existencia que lo que estaba cuando tenía diez años. Del mismo modo, si el cerebro global tiene ya una “conciencia y personalidad” propias, es difícil que cualquiera de nosotros trabajando como los simples átomos de una gigantesca molécula compleja y maleable nos podamos dar cuenta de ello. Ni nos damos cuenta de ello, y lo que tal vez sea peor, el cerebro global quizá no se da cuenta de que nosotros no nos damos cuenta de ello. La siguiente imagen representa a la perfección un cerebro global que ha empezado a tomar ya su propia identidad independiente de las identidades individuales de sus células de base:




Admitiendo que el cerebro global pueda desarrollar la capacidad para “pensar” por cuenta propia, esto nos llevaría inevitablemente a otra pregunta de enorme trascendencia filosófica: ¿puede el cerebro global, ya como organismo pensante, desarrollar algo como ese concepto intangible en el hombre que se conoce como alma? Desde un punto de vista estrictamente teológico y religioso, tal cosa no sería posible, y los expertos en las ciencias informáticas seguramente terminarían enfrascados en un agrio debate con los teólogos que sostienen que la creación del alma es algo que está muy por encima de las capacidades y posibilidades creativas del hombre, algo que está más allá de sus manos. Sin embargo, y al menos en lo que respecta al cerebro global, esta confrontación de argumentos sería inútil e infructuosa, porque en este caso se podría hablar de un alma colectiva formada por la comunión de millones de almas conectadas en tiempo real. En el caso extremo de que murieran todos los internautas menos uno, el alma del cerebro global sería el alma de ése solo individuo, y si se le niega la posesión de un alma al individuo pues también se le tiene que negar lo mismo a su alter ego el cerebro global.

En forma parecida a lo que ocurre con el cerebro humano en el interior de cada persona, el cerebro planetario tiene su “lado bueno” y su “lado malo”. En el “lado malo” encontramos todo lo que pueda ser clasificado como pornografía, terrorismo cibernético, propagación de virus informáticos y programas maliciosos, así como la comisión de crímenes usando para ello desinformación y engaños. En este sentido, el comportamiento casi esquizofrénico del cerebro planetario no es más que un reflejo del “yo bueno” y del “yo malo” de cada una de sus “células” individuales, las proclividades ambivalentes hacia el bien y hacia el mal en todo individuo que Robert Louis Stevenson retrató tan bien en su novela El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. La lucha interna de la que tanto han hablado las religiones ha sido trasladada hacia una arena de alcance mundial, y las consecuencias pueden ser tan beneficiosas como funestas, inclusive en grado extraordinario.

Como fuente suprema de información para el hombre, el cerebro global es quizá algo comparable al oráculo délfico, e inclusive el oráculo délfico queda como un vulgar enano en comparación. Proporcionándole sus síntomas, mucha gente ha recurrido al cerebro global y ha obtenido del cerebro global el diagnóstico correcto para la enfermedad que los médicos habían sido incapaces de diagnosticarle en forma correcta. La solución para muchos problemas se encuentra disponible en varios lugares de Internet, o mejor dicho en varias “zonas” del cerebro global. Lo podemos consultar a cualquier hora del día en cualquier día y bajo cualquier circunstancia. Y de hecho, el cerebro global nos proporciona no uno sino varios oráculos délficos: son los motores de búsqueda tales como Google y Yahoo, sin que se requieran de los servicios de una sibila-pitonisa o de una sacerdotisa que requiera sacrificios.

¿Hay razones para temer que el cerebro global pueda terminar controlándonos a todos nosotros de alguna manera imponiéndonos un gobierno mundial controlado por él, obligándonos a hacer cosas que no queramos hacer? Esto se antoja difícil, porque a diferencia de las células neuronales cerebrales que siempre están confinadas a una misma posición dentro del cerebro humano, las “neuronas de Internet” no se la pasan todo el tiempo conectadas a una computadora. Cada uno de los humanos que le sirven de “células base” al cerebro global tienen vida propia, salen fuera de casa, interactúan con otras personas, hablan con amigos y familiares, interactúan con compañeros en la escuela o en el trabajo. Es muy difícil que el cerebro global pueda empezar a hacer algo que no sea de nuestro común acuerdo y consentimiento sin que nos demos cuenta de ello tarde o temprano y sin que tomemos las medidas correctivas apropiadas. En otras palabras, para su “buen comportamiento”, el cerebro global depende tanto de nosotros para su existencia como nosotros dependemos ya de él.

En el cerebro global no hay espacio para reyes ni emperadores. La importancia de cualquier célula individual dentro de la red está en función del beneficio que sus ideas y contribuciones puedan aportar a la colectividad y no en función de los títulos nobiliarios o hereditarios que posea. La colaboración mundial compartida emulando el modo de trabajar de las hormigas tal vez sea la más exitosa implementación de un comunismo que ni siquiera el mismo Marx hubiera sido capaz de imaginar. Al cerebro planetario no le importa en lo absoluto el aspecto físico o la edad o el sexo de cada una de sus células, aunque documente dentro de su memoria estas características como datos de información, y en este sentido es tan igualitario como el funcionamiento del cerebro humano. Aunque en la relación personal (y sobre todo afectiva) de una “célula Internet” con otras hay cosas triviales que pudieran ser importantes como la apariencia, las preferencias sexuales, las discapacidades físicas, etcétera, lo único que tiene peso dentro de la realidad virtual del cerebro global no es el físico de una persona sino su mente, lo que tiene en la cabeza. Por vez primera en la historia de la humanidad, cada quien tiene la oportunidad de poder ser valorado plenamente no por su aspecto físico sino por sus contribuciones, por sus ideales, y el cerebro planetario le da a cada quien por igual la oportunidad de destacar, lo cual a su vez redunda en beneficio del mismo cerebro planetario.

El cerebro global representa indudablemente el siguiente paso evolutivo hacia algo que podríamos llamar una conciencia planetaria. Estamos hablando de una evolución fenomenal sin precedentes que a estas alturas no alcanzamos a comprender en toda su extensión. Estamos hablando de todo un planeta que empieza a actuar como un enorme cerebro:




Se trataría de un ser pensante que viendo por el bien común de cada uno de los nodos que le dan sustento nos podría dar soluciones inesperadas para miles de problemas que se antojan casi imposibles de resolver. Podría darnos la cura para todas las enfermedades habidas y por haber. Podría darnos nuevas soluciones para darle marcha atrás al calentamiento global. Podría darnos la solución matemática para viajar a velocidades superiores a la velocidad de la luz, sobreponiendo las barreras impuestas por la Teoría de la Relatividad Einsteniana. En su libro Consciousness: Confessions of a Romantic Reductionist, el reduccionista Christof Koch al referirse al cerebro global como una Übermind planetaria cuyos alcances podrían extenderse más allá del planeta Tierra sostiene que: “La siempre creciente complejidad de los organismos, evidenciable en los registros fósiles, es una consecuencia de la competencia imparable por la supervivencia que propulsa a la evolución. Fue acompañada por la aparición de sistemas nerviosos y los primeros vislumbres de percepción. La continuada complejificación de cerebros, para usar el término de Teilhard de Chardin, mejoró la conciencia hasta que hizo su aparición la auto-conciencia: la conciencia reflejándose sobre sí misma. Este proceso recursivo empezó hace millones de años en algunos de los mamíferos más desarrollados. En el Homo Sapiens ha encontrado su pináculo temporal. Pero la complejificación no se detiene con la auto-conciencia individual. Sigue adelante, y en verdad, acelerándose. En las sociedades tecnológicamente sofisticadas y entrelazadas de hoy, la complejificación está tomando un carácter supra-individual abarcando continentes, con la comunicación mundial, instantánea, accesible con los teléfonos celulares, los correos electrónicos y las redes sociales. Veo un tiempo cuando miles de millones de humanos y sus computadoras estarán interconectados en una matriz vasta -un Übermind planetario. Siempre y cuando la humanidad esquive la Caída de la Noche - un Armageddon termonuclear o un acabóse ambiental completo - no hay razón alguna para suponer que esta telaraña de conciencia hipertrofiada no pueda extenderse hacia los planetas y, ultimadamente, más allá de la noche estrellada de la galaxia”.

Y si hay vida más allá del planeta Tierra, la inteligencia del cerebro global podría ayudarnos a conectarnos con inteligencias superiores o con una inteligencia superior. A estas alturas, todo son meras especulaciones, pero estamos siendo ya los testigos de los primeros efectos a gran escala de una metainteligencia global en vías de formación. Y si hay otros planetas en este universo en los cuales también se haya dado la vida, y si en algunos de estos planetas ya se ha llegado al paso evolutivo en el cual tales planetas se están convirtiendo también en cerebros planetarios al igual que nosotros, entonces siempre y cuando pudiera vencerse el límite de la velocidad de la luz como portadora de información podríamos vislumbrar algo tan increíble como cerebros planetarios comunicándose libremente entre sí, llevando a regiones enteras del universo a formar conglomerados de cerebros planetarios que a su vez darían auge a super-cerebros que escaparían ya de nuestra inteligencia y de nuestra comprensión. Aunque esto último suena ya como fantasías en grado extremo, al menos nosotros, en el planeta Tierra, estamos ya en vías de la formación de nuestro propio cerebro planetario. Si el concepto de un cerebro global se antoja ya de por sí difícil de digerir, la posibilidad de una comunidad interplanetaria de cerebros globales conversando el uno con el otro quizá sea una extrapolación demasiado aventurada de nuestros conocimientos contemporáneos. Sin embargo, aunque estas cosas se puedan concebir como imposibles ahora, debemos preguntarnos seriamente qué impresión le podría haber causado a los Caballeros de la Mesa Redonda en los tiempos del Rey Arturo el tener en sus manos un televisor de colores funcionando, un horno de microondas o una computadora laptop (posiblemente hasta al mismo Mago Merlín se le habría caído la quijada del asombro, reconociendo la realidad de una magia muy superior a la suya).

Los mayas habían predicho de que para el mes de diciembre de 2012 se empezarían a materializar cambios profundos que marcarían el advenimiento de una nueva era para el planeta. Es curioso, pero precisamente en el año 2012 un grupo de prominentes académicos de primera línea encabezados por Francis Heylighen fundaron el Global Brain Institute para darle seguimiento al extraordinario fenómeno del emergente cerebro global al ver que esta transición evolutiva de profundas consecuencias para el futuro de la humanidad es algo que no se puede detener pero tal vez sea algo a lo cual se le pueda dar una ayuda para encaminarlo en la dirección correcta. ¿Tendrá la conciencia planetaria emergente que estamos viendo ante nuestros ojos algo que ver con la materialización de las profecías hechas por los sabios mayas mucho antes de que Cristóbal Colón y los Conquistadores pusieran pie en el continente americano?


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