miércoles, 30 de diciembre de 2020

UNA PROPUESTA QUE PODRIA SALVAR VIDAS DE ENFERMOS DE COVID

 Desde hace tiempo que es bien sabido que las transfusiones de sangre de personas que han logrado superar alguna infección viral grave, llamémoslas Y, hacia persona recientemente contagiada, llamémolas X, pueden ser una tabla de salvación que puede significar la diferencia entre la vida y la muerte para los enfermos X. Lo que marca la diferencia en la sangre de un recuperado Y que por cuenta propia logró superar los estragos del contagio son LOS ANTICUERPOS que dicha persona Y tiene circulando en su sangre contra el parásito de infección. En una persona que nunca en su vida se ha enfermado de cierta enfermedad altamente contagiosa no hay motivos para esperar que su sistema inmunitario haya desarrollado anticuerpos en contra de dicha enfermedad. Los anticuerpos solo se producen en el cuerpo cuando la persona se infecta por vez primera de algo con lo que su cuerpo nunca se había encontrado previamente. La técnica terapeutica de inyectarle plasma sanguíneo de una persona recién recuperada Y a una persona recientemente contagiada X para inundarla con anticuerpos salvadores con la finalidad de aumentarle sus probabilidades de supervivencia volvió a cobrar importancia e interés en la reciente pandemia de Ébola, originado en Africa, según podemos verlo en una noticia con el encabezado "Infectado de ébola recibe transfusión de sangre de paciente recuperado" reproducida por la agencia noticiosa AFP el 12 de septiembre de 2014 en donde aparece el texto mostrado a continuación:

"Un doctor estadounidense, que está siendo tratado del virus Ébola en Nebraska, recibió una transfusión de sangre de otro médico que ya se recuperó de la enfermedad, informó este viernes el hospital que lo trata. Rick Sacra, un misionero cristiano de 51 años, fue infectado de este virus hemorrágico cuando trabajaba como obstetra en Liberia y fue trasladado a Estados Unidos la semana pasada para recibir tratamiento. El doctor recibió plasma de Kent Brantly (33), otro médico estadounidense que se infectó de la enfermedad durante el verano, cuando trataba paciente en Monrovia, y fue curado en un hospital de Atlanta. Sacra pasó de un estado crítico de salud a mejores condiciones, después de una semana de cuidados en el Centro Médico de Nebraska, donde fue sometido a transfusiones de plasma y tratamientos experimentales.

Cuando Brantly contrajo esta enfermedad en Monrovia, también recibió transfusiones de sangre de un niño que se había recuperado de este virus hemorrágico. La semana pasada, unos 200 expertos de la salud -reunidos en Ginebra por dos días- acordaron que las terapias de transfusión de sangre y sueros pueden ser utilizadas para combatir el Ébola inmediatamente, mientras se inician las pruebas para crear una vacuna. Los expertos consideran que la presencia de anticuerpos del Ébola en la sangre de las personas que se han curado de la enfermedad puede ayudar a otros pacientes a combatirla

La enfermedad por el virus del Ebola (EVE) es un enfermedad grave, a menudo mortal en el ser humano. El virus se detectó por vez primera en 1976 en dos brotes simultáneos ocurridos en Nzara (hoy Sudán del Sur) y Yambuku (República Democrática del Congo).

He aquí otra noticia relacionada con el mismo tema:

Una sangre muy valiosa

El plasma de quien ha sobrevivido a una infección de ébola contiene anticuerpos contra el virus, unas proteínas de la sangre que pueden atenuar la enfermedad de otros contagiados

ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA / MANUEL VILASERÓ / MADRID

20 de octubre del 2014. Actualizada 24 de octubre del 2014 a las 20:13

Ante un virus para el que no existe tratamiento curativo ni vacuna, como el del ébola, la única defensa de que dispone quien se ha infectado es conseguir que su sistema inmunológico lo elimine o inactive, como hace a diario con múltiples microorganismos poco poderosos. Quienes han sobrevivido al ébola -un 45% de los infectados en el actual brote, unas 5.000 personas- lo lograron generando de forma espontánea anticuerpos neutralizantes que acabaron con las miles de copias del virus que contuvo su sangre. Esos anticuerpos se concentran en grandes cantidades en el plasma -el líquido que envuelve a los glóbulos rojos y blancos de la sangre- de quienes han sanado, y en él centran sus esperanzas los científicos que buscan de forma acelerada remedios contra el ébola.

La auxiliar de enfermería Teresa Romero recibió dos transfusiones de plasma con anticuerpos contra el ébola procedente de la sangre de Paciencia Melgar, la religiosa guineana que enfermó en Monrovia (Liberia) el pasado agosto, en el mismo hospital que el español Miguel Pajares, que fue repatriado a España poco antes de morir. Ella no fue repatriada y sobrevivió. Ayer se mostró muy contenta ante la evolución de Romero. «No sé si se ha curado por mi plasma, pero estoy muy contenta de haberla ayudado», dijo Paciencia, que se encuentra en Madrid.

Si regresa a Liberia, Paciencia no volverá a sufrir el ébola, ya que durante el resto de su vida estará protegida por su defensa sanguínea. Los anticuerpos -unas proteínas que cuando se administran como fármacos se denominan gammaglobulinas- permanecen en abundancia, y prácticamente para el resto de sus vidas, en la sangre de los supervivientes a la infección. «Se puede decir que están vacunados para siempre contra el ébola, aunque con el paso de los años los anticuerpos pierdan parte de su fortaleza», afirmó Josep Maria Gatell, responsable del control de enfermedades infecciosas en el Hospital Clínic.

En el caso de Romero, el plama recibido no fue objeto de ningún procesado químico. Se congeló y, tras comprobar que era compatible con la sangre de la auxiliar de enfermería y descartar que ocultara otras infecciones, le fue transferida. El periodo más conveniente para hacer este tipo de transfusiones, explicó Gatell, son los primeros siete días tras producirse la infección, ya que es el momento en que el virus inicia su multiplicación por la sangre y es, por tanto, cuando más conviene que el sistema inmunológico responda con energía produciendo anticuerpos en su contra. La segunda semana de la infección es decisiva para conseguir la supervivencia o sucumbir.

Si Romero se interesa en donar parte de su plasma para conservarlo en previsión de que otros infectados lo necesiten, podrá hacerlo, en las mismas proporciones en que un donante de sangre proporciona este material, es decir, una o dos veces al año, como máximo. Suficiente para tratar con ella a uno o dos enfermos.

Los fármacos que se han administrado a algunos occientales infectados por el ébola -Zmapp, de EEUU, y Zmab, de Bélgica- realizan una función similar a la de los anticuerpos neutralizantes procedentes de plasma de superviviente. «Se les denomina neutralizantes porque se adhieren al virus y lo inactivan, y es la misma acción que producen las sustancias antivíricas que se han experimentado con el ébola -explicó Gatell-. Desconocemos la eficacia de esas sustancias, porque no han sido evaluadas en estudios científicos en los que el grupo que las recibe sea comparado con otro al que no se administra nada». Esta situación excepcional se mantendrá en tanto no haya fármacos o una vacuna que completen su experimentación.

El problema es que en la actual pandemia de coronavirus COVID-19, si nos basamos en la regla dada en la nota anterior según la cual la donación de sangre está limitada a llevarse a cabo en las mismas proporciones en que un donante de sangre proporciona este material, una o dos veces al año, como máximo, que tal vez sea suficiente para tratar con ella a uno o dos enfermos, el número de enfermos actualmente hospitalizados que puedan beneficiarse con la técnica es extremadamente reducido ya que es un número muy limitado de personas que por cuenta propia han logrado vencer el COVID y que por lo tanto tengan en su plasma sanguíneo suficientes anticuerpos para hacer la diferencia en las vidas de los cientos de millones de personas que se están infectando.

En pocas palabras, para la terapia de transfusiones sanguíneas de personas recién recuperadas, ricas en anticuerpos contra el COVID, hay pocos donadores potenciales para las enormes multitudes que se están contagiando a una rapidez de propagación asombrosa que desafía lo que se había conocido antes. Se están contagiando diariamente muchas más personas que las personas que se pueden convertir en donantes.

Sin embargo, y casi por coincidencia del destino, o por una muy buena suerte, en estos momentos están apareciendo en el escenario nuevos donadores potenciales con bastantes anticuerpos en su plasma sanguíneo, precisamente en contra del nuevo bicho. Y se trata de gente que aún no ha caído enferma de COVID. Se trata de gente sana que no presenta ningún riesgo de infección a personas que ya están en el hospital.

¿Y de dónde salen o salieron estos donadores potenciales de plasma sanguíneo que pueden ser la clave para equilibrar la carrera entre los que se salvan de morir y los que se están muriendo a causa del COVID?

Hay un  avance científico reciente en el cual dos talentosos epidemiólogos turcos, Ugur Sahin y Özlem Türeci, lograron desarrollar una vacuna efectiva contra el COVID. Son los fundadores en Alemania de la empesa BioNTech, la cual desarrolló la vacuna actualmente financiada por Pfizer, con un 95% de efectividad.

El problema actual es que no se pueden producir suficientes dosis de vacunas para vacunar al mundo entero, considerando la velocidad con la cual se está propagando el virus. La carrera contra el tiempo aparentemente se está perdiendo.

Sin embargo, es momento de recordar que las vacunas funcionan porque son capaces de GENERAR ANTICUERPOS en una persona sana antes de que caiga infectada con el patógeno contra el cual la persona ha sido vacunada, sin que la persona vacunada se enferme y desarrolle la enfermedad en toda su virulencia. Y esta es la clave para poder ganarle la carrera al virus y a la misma muerte.

Cada persona que haya sido vacunada contra el coronavirus COVID-19, por el solo hecho de haber sido vacunada se convierte potencialmente en un donante de anticuerpos contra el COVID que en tres o cuatro semanas deben estar flotando abundantemente en su sangre.

Entonces la simple lógica nos dice que si una persona vacunada tienen inmunidad contra el mal al tener muchos anticuerpos en su plasma sanguíneo capaces de neutralizar al virus, dicha persona se puede convertir en un donante, si así lo desea, de sangre abundante en anticuerpos en contra del coronavirus.

Existe tan solo una limitante que casi todos los hospitales están preparados para enfrentar. Esto depende del tipo de sangre. No cualquier donante puede donar sangre a cualquier enfermo si los tipos de sangre son incompatibles. Pero este problema es fácilmente solventable con un simple análisis de sangre. Y en los casos de familias que tienen algún familiar gravemente enfermo en el hospital, cada uno de los familiares del enfermo se puede convertir en un donador de sangre porque son potencialmente compatibles por consanguinedad. Cada familiar que haya sido vacunado dos o tres días atrás ya debe tener en su sangre suficientes anticuerpos para donar una transfusión de sangre a su familiar hospitalizado, aumentándole enormemente sus probabilidades de sobrevivir. Esta es una razón adicional para vacunarse lo más pronto posible con cualquier vacuna que pueda garantizar un mínimo de inmunidad, la posibilidad de salvarle la vida a un familiar, a un padre, a una madre, o a un abuelo que haya terminado hospitalizado.

Vacunarse contra el COVID-19, y convertirse en donante potencial de anticuerpos (a través del plasma sanguíneo) para otros (que podrían terminar siendo familiares inmediatos de uno) que terminen hospitalizados a causa del peor mal de nuestra generación.


viernes, 4 de diciembre de 2020

El virus flotante

Nos han repetido hasta el cansancio mediante una sobresaturación de los medios de comunicación el mensaje "Quédate en casa, no salgas para nada" y "mantén tu sana distancia de dos metros", como únicas opciones para no contagiarse del mortífero coronavirus COVID-19. Supuestamente, obedeciendo al pie de la letra estas recomendaciones oficialistas, en cuestión de dos semanas se debería cerrar cualquier fuente de contagio en donde se aplican tan draconianas medidas que imponen un encierro obligado no solo a contagiados sino también a personas sanas para las cuales el confinamiento forzado equivale a cumplir el equivalente de una condena de prisión pese a no haber cometido delito alguno y no haber sido sentenciados de nada.

Sin embargo, cada vez son más frecuentes los casos de médicos y enfermeras que caen víctimas de contagio de coronavirus COVID-19, profesionistas de la salud que supuestamente siguen todas sus propias recomendaciones al pie de la letra y deberían saber mejor que nadie la naturaleza del bicho con el que estamos lidiando. Entonces... ¿cómo demonios se explica que estos profesionales de la salud terminen sucumbiendo igual que los demás sobre todo los que no usan cubrebocas ni mantienen una "sana distancia" de dos metros?

Está tomando fuerza una nueva teoría que se basa en una premisa que no tiene discusión alguna. Resulta que cada partícula del virus COVID-19, el "casquete esférico" que estamos acostumbrados a ver en los noticieros y que en términos científicos se le conoce como un "virión" (o partícula) tiene un diámetro aproximado entre un 0.06 de micrón y 0.14 de micron, en promedio 0.125 de micrón (un micrón es la millonésima parte de un metro, así que algo tan ridículamente pequeño no es visible a simple vista sin la ayuda de un microscopio electrónico.)

Bajo la nueva teoría, lo más importante no es tanto el tamaño de cada partícula de coronavirus sino el peso que debe andar alrededor de una diezmillonésima de miligramo por partícula. La creencia antigua era que cuando una persona contagiada tose o estornuda aventando millones de partículas al medio ambiente, dichas partículas eventualmente "caerán" al suelo en donde no tienen contacto directo con la piel humana cuando se usan zapatos. Esta creencia es lo que le da sustento a la fantasía de que es mejor estar en espacios "abiertos" que en recintos "cerrados" como aulas de clase o lugares de trabajo, porque las partículas que expulse un contagiado que no muestra síntomas de ello "eventualmente" caerán al piso en donde una trapeada con cloro se encargará de matarlas y recogerlas. Sin embargo, y esto es imposible negarlo, la limpieza continua del piso no sirve para eliminar las partículas que se quedan suspendidas en el aire, eliminar algo así requiere de alguna tecnología más avanzada como la irradiación con luz ultravioleta del tipo C (luz UVC, en la literatura comercial.) Lo importante es que cada partícula esférica de coronavirus, por sí sola, es extremadamente ligera, mucho más ligera que la pluma de un colibrí, y algo tan ligero no solo puede permanecer "flotando" en el aire de una habitación por muchísimo tiempo (años, inclusive siglos) sino que las "corrientes de aire" hacen que pueda "viajar" de un lado al otro por kilómetros ascendiendo incluso a grandes alturas, lo cual explica a la perfección el por qué en lugares montañosos de gran altura como los que encontramos en Italia se puede contagiar gente que vive a esas grandes alturas aunque tenga poco o casi ningún contacto con gente de las grandes urbes que vive "más abajo". Teóricamente, las moléculas del aire que están en constante movimiento (por las omnipresentes fluctuaciones térmicas) son capaces de "hacer subir" hacia arriba a los viriones del coronavirus, pudiéndolos llevar hasta la estratósfera en donde laboran los astronautas de la estación espacial internacional. De tal modo, la "ligereza" del coronavirus, su extraordinariamente bajo peso, no solo impide que "caiga" al suelo en donde pueda ser trapeado con cloro o pisado por las suelas de los zapatos (es falso que el caminar con paso firme sobre cualquier piso "aplastará" los viriones que estén en el suelo, son partículas esféricas demasiado pequeñas como para poder ser "aplastadas" con las suelas de los zapatos), sino que le permite "flotar" en el aire y ser transportado por las corrientes de aire a grandes distancias dentro de una urbe citadina y hasta fuera de la ciudad, hacia el campo o hacia otras ciudades. Esto manda por tierra la creencia de que los espacios "abiertos, exteriores" son espacios libres de partículas de coronavirus.

Lo peor del caso es que la densidad de partículas de COVID-19 (cantidad de partículas por cada centímetro cúbico de aire) tiende a emparejarse en zonas geográficas, de modo tal que si en algún lugar hay una concentración de diez mil partículas por cada metro cúbico de aire, después de un tiempo habrá la misma concentración de 10,000  partículas por cada metro cubico en todo el aire respirable de una comunidad, lo cual explicaría satisfactoriamente el por qué gente que nunca sale de casa y que jamás es visitada por nadie de todos modos igual termine contagiándose. Es una observación sostenida en las experiencias cotidianas de que hay quienes aunque obedezcan todas las recomendaciones oficialistas de no salir de casa sin mascarilla puesta y evitar aglomeraciones de más de diez personas  de cualquier modo igual van a terminar infectándose, porque el aire que necesitan para respirar eventualmente tiene que entrar de fuera de la casa o del lugar del trabajo, a causa de esas miles de millones de partículas invisibles que andan viajando "en el aire" por su bajo peso eventualmente hasta una persona que no salga de su casa para nada eventualmente pueda contraer el mal. Es importante observar que el uso frecuente de las mascarillas no solo desde el momento que se sale al exterior sino dentro del mismo lugar de trabajo, de cualquier modo será de gran ayuda para evitar respirar esas partículas esféricas. Sin embargo, es un hecho que hasta las personas que más acostumbradas a usar el cubrebocas desde el momento que salen de casa, se quitan el cubrebocas una vez que regresan a casa y cierran la puerta. No respiraron el aire infectado del exterior, pero a partir del momento en que regresan y empiezan a respirar el aire del interior que debe tener una concentración de viriones muy parecida a la concentración de viriones en el exterior están igual que como estaban afuera. ¡Y solo se requiere de unas cuantas partículas para sucumbir a la enfermedad! Hasta el solo hecho de salir a comer a un restaurante implica un riesgo, porque si una persona contagiada estuvo en dicho restaurante hace diez años y estornudó, las partículas de COVID-19 que permanecen flotando por mucho tiempo en el interior de dicho restaurante pueden "atacar" al comensal desde el momento preciso en el que se quita la mascarilla dentro del restaurante para poder comer los alimentos que le sirven, por muy sanitizados que estén dichos alimentos.

Si por causa de las partículas esféricas microscópicas que pueden permanecer flotando en el aire por siglos o, teóricamente, por toda la eternidad, la única manera de no respirar tan mortales bichitos es usar cubrebocas todo el tiempo, ¿significa ésto que no debemos quitarnos el cubrebocas ni siquiera para dormir durante la noche o para poder darnos un baño? ¿Hasta qué extremos tan ridículos hay que llegar para "detener" la propagación de un virus contagiosísimo en grado extremo y, además, mucho más ligero que una pluma, flotando en el aire todo el tiempo?

Bueno, como ya se dijo, la luz ultravioleta UVC es capaz de impactar directamente sobre el ADN de cada partícula matando dicha partícula aunque se encuentre "flotando" en el aire, al privarle de su capacidad para poder reproducirse. Esta es una alternativa que debería ser incluso de uso casero. En varios lugares y centros de trabajo ya se está implementando, con buen éxito ésta medida que no se ha popularizado ya sea por ignorancia o por desconocimiento de las alternativas tecnológicas como la luz UVC que existen para "sanitizar" por completo el aire que respiramos incluyendo todo aquello que esté flotando.

Eventualmente, lo único que va a poder terminar definitivamente con la propagación de ésta maldición demoníaca será el desarrollo de vacunas efectivas que le permitan al humano crear suficientes anticuerpos al COVID dentro de cada persona. Pero mientras se concreta tal remedio, lo más efectivo es acordarse de todas esas partículas que deben de estar flotando en el aire aunque no las podamos ver y las cuales, para cerrarles el paso, es importante tener el cubrebocas BIEN PUESTO filtrando el aire que entra a nariz y boca, sin resquicios laterales por donde se pueda meter el virus flotante, cuya letalidad y pese a toda la propaganda alarmista que se ha generado en torno del bicho, es del 2.5 por ciento (o sea, que de cada cien personas que se infectan, en promedio unas tres personas morirán, aunque quienes sobrevivan lo harán con secuelas tan incómodas que tal vez preferirán haber muerto.)