Todos los males que actualmente padece la humanidad, hambre, peste, guerra, muerte, son atribuídos en el Antiguo Testamento de la Biblia al hecho de que Adán y Eva, desobedeciendo al Creador y escuchando las tentaciones de la serpiente del Paraíso terrenal, comieron el fruto del Árbol Prohibido, el Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal. De este modo, todos los males que padecen y han padecido los trillones de seres humanos que habitan y que han habitado este planeta tienen como principales y únicos culpables a solo dos personas, los primeros padres de la humanidad, y por culpa de tan solo dos bellacos que no agradecieron lo que se les había dado gratuitamente hubieron de pagar y deben de seguir pagando un alto costo los trillones de seres humanos que ha habido de la descendencia de los primeros padres. Queda la interrogante del por qué, en un paraíso supuestamente perfecto, podía rondar libremente un ser tentador, la serpiente, que con unas cuantas palabras de persuasión podía echar a perder la Creación entera en el planeta Tierra. ¿No hubiera sido mucho más fácil echar a la serpiente desde un principio, que permitirle estar rondando a sus anchas con aviesas intenciones?
Dada la enorme extensión y repercusiones de un solo acto, el haber comido el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, muchos sacerdotes y filósofos se han preguntado seriamente qué habría sido si los primeros padres no hubieran escuchado a la Serpiente y hubieran obedecido en todo momento al Señor. Se supone y se da por hecho que si Adán y Eva no hubieran hecho lo que hicieron, hoy no habría guerras, no habría muerte, no habría hambres ni habría pestes, y todos estaríamos ahorita viviendo en un verdadero Paraíso en el que no tendríamos que trabajar para comer. ¿Qué habría sucedido si Adán no hubiera desobedecido al Señor? Esta pregunta tal vez tenga una respuesta, por el hecho de que el Universo en el que vivimos, tal y como lo conocemos, se supone que es infinitamente grande, una suposición confirmada día a día por descubrimientos como los que nos dá el
telescopio Hubble, y contiene una cantidad infinita de galaxias conteniendo a su vez una cantidad infinita de estrellas y sistemas solares conteniendo a su vez una cantidad infinitamente grande de planetas igual que el nuestro, con condiciones propias para el florecimiento de la vida, debiendo de haber por allí afuera algún planeta en el cual se repitió la primera parte de lo que describe el Libro del Génesis, con un primer hombre y una primera mujer viviendo en un Paraíso. Después de todo, ¿por qué no? Un Ser infinitamente inteligente capaz de crear un Universo infinito en extensión capaz de poder albergar la vida en cualquiera de sus planetas, plenamente consciente de que el hombre Adán en uno de sus planetas le podía fallar echando a perder el propósito de la Creación, no habría confiado todo el destino y todo el propósito de la Creación a la decisión individual de un hombre y una mujer viviendo en un planeta entre una cantidad infinitamente grande de planetas. Lo lógico es que, en previsión de que el hombre en el planeta Tierra le pudiera fallar, se hubiera dado una duplicidad de las mismas condiciones que las que se dieron en este planeta. Es como tener un carro de uso cotidiano y dos carros de reserva. Si falla el carro de uso cotidiano, se puede usar uno de los carros de reserva, y si por alguna razón llegara a fallar se puede usar el segundo carro de reserva. En este caso, el Creador puede darse el privilegio de tener una cantidad infinitamente grande de carros de reserva.
Podemos suponer entonces que, por ahí afuera en algún lugar de la inmensa bóveda celeste, debe de haber otro planeta con condiciones de creación y de vida exactamente iguales a las del planeta Tierra, un planeta en el que también se habilitó un paraíso terrenal con todo y un Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Pero con una pequeña y muy importante diferencia: en ese planeta, el hombre no desobedeció al Señor, no probó el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal.
Esta es la historia.
*
En ese planeta distante, desde un principio muy lejano en el pasado, ha habitado un primer hombre que, a diferencia del Adán en nuestro planeta Tierra que nos condenó a todos a un verdadero infierno con su acto de desobediencia, es llamado el
Gran Padre Adán. Aún vive y no ha muerto, y tiene una descendencia numerosa que se cuenta en trillones de humanoides. Tiene hijos, nietos, bisnietos, tataranietos, y así sucesivamente extendiéndose por miles de generaciones, todos ellos vivos aún, ninguno de ellos ha muerto. Si a causa de algún suceso inesperado como un meteorito cayendo del cielo uno de ellos queda desintegrado al caerle el meteorito entonces ocurre un milagro que ellos llaman
regeneración instantánea y el desaparecido vuelve a aparecer como si nada con su memoria intacta. Como podemos imaginar, ese planeta está más que superpoblado pero ya han hecho algo al respecto construyendo naves espaciales para ir a habitar otros planetas cercanos con la simiente original del Gran Padre Adán.
En el Paraíso que gozan en ese planeta, nadie muere, no hay enfermedades, no hay guerras, y nadie padece hambres excepto aquellos que por decisión propia quieran ponerse a dieta para poder bajar de peso. En un principio, al igual que en nuestro planeta Tierra, también allí rondaba una Serpiente tratando de tentar a los primeros padres, al Gran Padre Adán y a la Gran Madre Eva. Pero la Gran Madre Eva, en vez de hacer lo que la Serpiente le sugería, fue a proponérselo al Gran Padre Adán que, pese a su inocencia e ingenuidad, montó en cólera y le puso una zurra tremenda a la Gran Madre Eva que todavía hasta la fecha muestra los moretones que le dejó la tremenda tunda que le puso el Gran Padre Adán.
No hay templos religiosos en ese mundo, porque al no haber probado jamás el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, nadie ha pecado, y si nadie ha pecado entonces nadie tiene absolutamente nada de qué arrepentirse. Hay, desde luego, lugares en donde se hacen ofrendas al Señor para agradecerle los bienes y bendiciones que le ha dado a todas sus criaturas, pero no hay un solo templo, no hay una sola iglesia, y al Hijo del Creador nunca lo han conocido porque no ha tenido que ir a redimir a ese planeta y salvar a nadie porque no tienen nada de que ser salvados al no haber incurrido en pecado original alguno. Inclusive muchos de ellos andan desnudos -no todos- sin pena alguna porque no se han dado cuenta de su desnudez al no haber probado el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, y los que andan vestidos lo hacen para andar a la moda.
Puesto que en ese planeta nadie se enferma ni hay accidentes, no hay médicos ni hay hospitales ni hay enfermeras ni hay laboratorios de análisis clínicos ni hay farmacias ni hay empresas de productos farmacéuticos. Como nadie le hace ningún mal a nadie, no hay cárceles ni hay policías ni hay abogados ni hay juzgados ni hay magistrados, y por lo tanto no hay escuelas ni universidades para preparar gente en estos oficios y profesiones, como tampoco hay códigos legales de ningún tipo (en el Paraíso de la Biblia, no había Tablas con los Diez Mandamientos ni había ordenanza alguna que tenía que ser obedecida excepto una sola cuya desobediencia les costó a Adán y Eva el ser echados del Paraíso). En ese planeta no conocen la violencia, a grado tal que no tienen ni un solo videojuego violento como
Mortal Kombat o como
Resident Evil ni tienen películas de acción con personajes como Bruce Willis o Dwayne Johnson, y como no saben de lágrimas ni de tristezas tampoco tienen telenovelas ni dramas teatrales ni tienen dramaturgos de renombre como Shakespeare o Víctor Hugo. Como todos comparten con otros lo que poseen y nadie acapara riquezas, no hay multimillonarios pero tampoco hay pobres, algo así como lo que ocurre en las colonias de hormigas, y por lo tanto no hay banca privada ni existen las cuentas de ahorros ni las cuentas de cheques ni se usan las tarjetas de crédito. Aún así, son una sociedad tecnológicamente avanzada, mucho más que nosotros porque no han perdido tiempo alguno en estarse haciendo pedazos entre sí como lo hemos estado haciendo nosotros. No hay fabricantes de armas ni narcotraficantes ni ejércitos para hacer guerras como tampoco hay Generales ni soldados y por lo tanto no tienen héroes a quienes levantarles un monumento. Puesto que ignoran lo que es el sufrimiento, para saberlo tendrían que viajar en naves interestelares hasta la Tierra en el Sistema Solar en donde sin duda alguna quedarían horrorizados al ver lo que el hombre le hace al hombre en nuestro planeta, pero como no saben de nuestra existencia ni saben en dónde encontrarnos y además están muy lejos de nosotros, nunca darán con nosotros y jamás serán manchados con nuestra maldad. Tanto mejor.
En ese paraíso en donde mora el Gran Padre Adán todo era perfecto, tal y como fue diseñado por el Supremo Hacedor. Bueno,
casi perfecto. En realidad, no era perfecto, porque desde hace mucho tiempo atrás tenían rondando a un ser colorado con cuernos de toro, piernas con pezuñas de macho cabrío y una cola larga como de lagarto que, habiendo fracasado en tentar al Gran Padre Adán, seguía haciendo su luchita tratando de hacer caer a alguno de los descendientes del Gran Padre Adán, tratando de convencer por lo menos a uno de ellos de probar el fruto del Arbol prohibido. Ninguno caía, porque el Gran Padre Adán diariamente y a cada rato iba de un lado a otro haciéndoles sus advertencias severas a sus trillones de descendientes. Pero la diaria tentación que tenían que estar aguantando todos los días llegó a ser en cierto momento algo
insoportable, y los numerosos descendientes del Gran Padre Adán estaban más que hartos de tener que estar aguantando todo el tiempo algo que hacía que un Paraíso que debería de haber sido perfecto no fuera tan perfecto. Todos se estaban quejando de la presencia del
árbol maldito refiriéndose al mismo como si fuera una especie de tumor canceroso en el Paraíso dado al Gran Padre Adán. Fue así como uno de ellos, nombrado representante ante el Gran Padre Adán por el resto, se acercó cauteloso un buen día para decirle:
-Gran Padre Adán...
-¿Sí?
-Tenemos que hablar contigo sobre algo muy importante.
-Os escucho.
-Tiene que ver con ese árbol que está en el centro de nuestro Paraíso, nos referimos al
árbol malo.
-Ya saben muy bien de la prohibición, hijos míos.
-Lo sabemos, y te escuchamos todos los días a través de los aparatos de radio y televisión que hemos inventado así como CableParaíso e InternetParaíso, y todos te hemos obedecido, no hay uno solo entre todos nosotros que se haya atrevido a desobedecerte.
-¿Entonces cuál es el problema?
-El problema es que ya no aguantamos tener a ese árbol de tentación plantado en nuestro Paraíso, ya estamos hartos de la tentación diaria que ese árbol nos ofrece, como también estamos hartos del ser colorado con cuernos de toro, piernas con pezuñas de macho cabrío y una cola larga como de lagarto que diariamente a cada hora no deja de susurrarnos al oído que probemos el fruto de tal árbol que según él es un fruto muy sabroso que no se compara con ninguna otra cosa que hayamos probado.
-¿Y?
-Tenemos una propuesta que hacerte, Gran Padre Adán.
-Os escucho.
-Ya nos has advertido, porque así te lo advirtió el Señor desde hace miles de años, que las consecuencias de probar el fruto de ese árbol serían tan terribles para todos nosotros que no habría palabras en nuestros diccionarios para describirlas.
-Eso es cierto.
-Gran Padre Adán: ese árbol no es una bendición, con todo y el debido respeto para el Supremo Creador, más bien parece una
equivocación en el Plan de la Creación...
-¡Cuidado, hijo mío, que te estás acercando peligrosamente a la ofensa de blasfemia al cuestionar a la Creación!
-Perdón Gran Padre Adán. Pero permítenos continuar. Ese árbol no produce ningún fruto que podamos necesitar, no produce nada que nos pueda servir de nada, ese árbol es algo que sale sobrando, y si es removido del Paraíso, ninguno de nosotros lo echaría de menos, y creo que tampoco tú ni nuestra Gran Madre Eva lo echarían de menos.
-Bueno, hay algo de cierto en eso.
-¿Por qué entonces no matar al Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal? ¿Por qué no removerlo de una vez por todas y para siempre del Paraíso?
-¿Coooomoooo?- respondió perplejo y azorado el Gran Padre Adán.
-Como lo acabas de escuchar, Gran Padre Adán. Te estamos proponiendo liberarnos de ese espantoso adefesio de una vez por todas y para siempre, liberando así a toda nuestra humanidad de tan terrible tentación, y liberándonos de paso de la presencia diaria de ese ser colorado con cuernos de toro, piernas con pezuñas de macho cabrío y una cola larga como de lagarto que parece ser sumamente inteligente y ha recurrido a casi todos los argumentos que se puedan inventar para tratar de hacernos probar el fruto del Árbol del Bien y del Mal.
-La propuesta de ustedes de acabar con el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal me parece una afrenta directa al Señor. ¿Quiénes se creen todos ustedes, con todo y que sean mi descendencia, para cuestionar cualquier propósito de la Creación?
-Gran Padre Adán, por favor repasa las admoniciones que te dió el Señor. Te prohibió terminantemente a tí y a nuestra primera madre probar el fruto del Árbol prohibido.
-Así es, en efecto. Fue una advertencia severa y terrible en sus consecuencias. Aún la recuerdo como si fuera el primer día.
-Pero en ningún momento te prohibió deshacerte de ese árbol. ¿O te prohibió estrictamente tal cosa? ¿Te lo dijo?
-Pues... no. En realidad, solo nos prohibió comer el fruto de ese árbol. Pero no dijo palabra alguna en relación a lo que pudiéramos hacer con ese árbol.
-¿Lo ves, Gran Padre Adán? Todo el tiempo hemos sufrido la presencia de ese árbol que nunca nos ha traído nada bueno, cuando estaba en nuestra potestad el deshacernos de una vez por todas y para siempre de su presencia.
-Pero yo me imagino que la presencia de ese árbol en nuestro Paraíso ha de tener algún propósito, todo en el Gran Plan de la Creación tiene un propósito.
-¿Y qué propósito pudiera ser ése? ¿Condenarnos a todos a la postre a cosas tan terribles que no tenemos palabras para describirlas, en caso de caer en la tentación de probar su fruto? ¿Que utilidad puede tener ese adefesio para nosotros? ¿Te dijo el Señor qué uso práctico le podíamos dar a tan terrible cosa?
-Pues no, no se me dijo qué uso le pudiéramos dar o qué uso pudiera tener.
-¿Lo ves, Gran Padre Adán? No nos sirve ni a nosotros ni a tí, ni hay una prohibición específica de que se le mate o se le corte enviándolo a un planeta lejano o mejor aún, a un
hoyo negro. Se nos ha dado libre albedrío, y con él la decisión de poder disponer de ese espantoso adefesio como nosotros queramos. Ya hemos padecido por miles de años la presencia entre nosotros de esa monstruosidad de árbol que nos ha impedido ser completamente felices, y si no se te ha prohibido desde que fuiste creado, pues ya es hora de que nos quitemos de encima y para siempre esa cosa monstruosa.
Titibuando largo rato, no muy convencido de lo que iba a decir, el Gran Padre Adán por fin accedió a las peticiones de sus trillones de descendientes, ya que era algo en lo que todos se habían puesto de acuerdo, y él no encontraba argumento alguno suficientemente sólido para defender la existencia de algo cuyo fruto en caso de ser probado podía traer consecuencias tan funestas para toda la creación.
-Está bien. Háganlo. ¿Y qué es lo que piensan hacer?
-Pues como es un simple árbol, lo talaremos y echaremos el árbol con todo y sus malditas raíces a un barranco profundo o a un planeta deshabitado para que no ocasione nunca daño a nadie.
-Está bien, háganlo- respondió el Gran Padre Adán.
Al poco tiempo, llegaron varios leñadores y empezaron a golpear con sus hachas la base del tronco del Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal. Pero por más que golpeaban, no lograban hacer mella en la base del tronco. Fue entonces que uno de ellos propuso la elaboración de hachas especiales que deberían ser fabricadas por Vulcaniófilum, el mejor forjador de las artes metalúrgicas entre toda la enorme descendencia del Gran Padre Adán. Vulcaniófilum elaboró unas hachas especiales con una aleación especial de acero, titanio y un componente secreto cuya composición Vulcaniófilum se reservó para sí. Una vez terminadas las hachas, y después de que tardaran varias semanas en enfriarse por la enorme temperatua a la cual fueron forjadas, los leñadores más fornidos entre la enorme descendencia del Gran Padre Adán fueron por ellas y se dirigieron hacia el Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal para talarlo y matarlo de una vez por todas. Pero cuando el primer leñador, Herculino, el más fornido de todos, dió un golpe con todas sus fuerzas a la base del tronco principal del Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, al árbol maldito ni siquiera le quedó un rasguño, mientras que el hacha suprema quedó con una horrible muesca a la cual se le añadieron otras muescas mientras el enfurecido Herculino continuó tratando en vano de talar el árbol maldito.
-Me rindo -dijo Herculino-. El hacha suprema elaborada por Vulcaniófilum ya perdió por completo su filo, y este árbol ni siquiera muestra un rasguño. Es imposible talarlo.
Pero los descendientes del Gran Padre Adán no eran criaturas que se dieran por vencidas tan fácilmente. Uno de ellos propuso escarbar la tierra en torno al tronco del árbol y continuar escarbando hasta que todas las raíces estuvieran expuestas, y ya con todo el árbol expuesto a la intemperie el siguiente paso sería arrastrarlo con una grúa para llevarlo a un gran barco para tirarlos al fondo del mar. De este modo, empezaron a escarbar en torno al Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal exponiendo sus raíces. Y continuaron escarbando hacia abajo, pero las raíces no parecían tener fin. Escarbaron, escarbaron y escarbaron, y cuando ya habían recorrido varios kilómetros por debajo de la superficie, se dijeron:
-Estas raíces parecen no tener fin. Si llegan hasta el centro del planeta, no habrá forma alguna de poder arrancar el árbol del suelo que lo rodea. Nos rendimos.
En este punto, los descendientes del Gran Padre Adán acudieron con Lavoisinio, el más grande y excelso químico entre la numerosa descendencia del Gran Padre Adán, para ver qué podía hacer él con sus artes químicas. De inmediato se puso a trabajar, y logró sintetizar un veneno muy corrosivo tan poderoso que unas cuantas gotas del veneno hubieran sido suficientes para matar un bosque con una extensión de cientos de hectáreas. Llevaron pues el poderoso veneno en un recipiente herméticamente cerrado, tras lo cual abrieron el recipiente desde lejos usando un robot para ello, rociando el Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal con el poderoso y mortífero veneno inventado por Lavoisinio. Rociaron el tronco, las ramas, las hojas, los frutos del árbol. Pero después de transcurridas varias horas, y después de transcurridos varios días, el árbol seguía vivo, como si no se le hubiera echado absolutamente nada. Las hojas ni siquiera se mancharon con el potente y corrosivo veneno. Lo único que murió fueron las moscas y los gusanos y todo tipo de bichos que moraban en el
árbol maldito, lo cual tal vez habría agradecido el árbol si hubiera podido hablar.
El Gran Padre Adán, desde luego, era mantenido al tanto de todos los fracasos en que habían incurrido sus descendientes en sus esfuerzos inútiles por tratar de deshacerse del Árbol del Conocimiento del Bien y el Mal.
-Este árbol es una verdadera abominación. No podemos deshacernos de él por más que queramos. Quizá el único que pueda hacer algo al respecto es el gran Einsteiniovich, nuestro más excelso científico que ha logrado dominar la ciencia de los átomos.
Así pues, fueron a ver al gran Einsteiniovich, el cual después de mucho pensar ideó una bomba poderosa, tan poderosa que les advirtió a sus hermanos en el Paraíso que después de ser detonada la bomba se crearía un hongo gigantesco de fuego y no quedaría nada con vida en cien kilómetros a la redonda del árbol, y de noche todo en torno a ese paraje desolado estaría emitiendo una luz verde fosforescente por cientos de años y para poder acercarse al árbol se requerirían trajes especiales.
Terminada la construcción de la bomba, varios técnicos fueron a colocarla al pie del árbol, y llegado el gran momento, se le concedió al Gran Padre Adán el honor de apretar el botón que detonaría la poderosa bomba. Dicho y hecho, la bomba estalló y se elevó un hongo luminoso y siniestro hasta las alturas, arrasando y quemando y pulverizando todo en derredor al árbol a una distancia de cien kilómetros como lo había pronosticado Einsteiniovich, pero ya que se hubo aclarado todo, ¡el Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal seguía allí en pie sin mostrar daño alguno! El árbol monstruoso era aparentemente indestructible.
Sin otro recurso en contra del árbol, los descendientes del Gran Padre Adán e inclusive el Gran Padre Adán en persona fueron a consultar a Socratinio, el más ilustre filósofo entre los habitantes del planeta (recuérdese que en este planeta no hay templos religiosos y por lo tanto tampoco hay sacerdotes ni obispos ni cardenales), para que les explicara el por qué era imposible acabar con ese árbol de una vez por todas. Respirando profundamente, Socratinio respondió:
-Nunca van a poder acabar con ese árbol, por la simple razón de que ese árbol no es más que la proyección metafísica en nuestro mundo real de algo intangible y poderoso que existe más allá de nuestros sentidos, algo que escapa toda nuestra comprensión, algo que está más allá de nuestras limitadas facultades de razonamiento, al igual que no podemos acabar con una idea o con un teorema matemático complejo. Se trata de algo mucho muy profundo.
-¿Y qué pudiera ser ese algo?- preguntó el Gran Padre Adán.
-Pues... yo... yo... ¡yo solo sé que no sé nada!- exclamó azorado Socratinio a la vez que se alejaba rascándose la cabeza.
Incapaces de poder acabar con el Árbol de la Ciencia del Bien y el Mal, hicieron lo mejor que pudieron, decidieron hacer el árbol completamente inaccesible para todos los moradores del Paraíso habitado por el Gran Padre Adán y su numerosa descendencia. Lo recubrieron de cinco mil toneladas de concreto reforzado en todo su derredor en forma de cubo, y en la parte exterior del concreto reforzado pusieron cuatro placas enormes de acero inoxidable de un metro de espesor además de la placa que iba en la parte superior con las imágenes de una cabeza de calavera para advertir de los peligros que se encerraban dentro de la mole, efectivamente sellando al árbol prohibido del exterior y haciendo imposible que cualquiera en el futuro intentase tratar de probar el fruto del árbol prohibido. En efecto, el árbol maldito aunque seguía allí en donde había sido puesto como parte del plan de la Creación, era completamente inaccesible para cualquiera. Nunca más nadie volvería a intentar probar el fruto del árbol prohibido por el simple hecho de que había sido en cierta forma removido para siempre. Esto tuvo una consecuencia inmediata: al ser colorado con cuernos de toro, piernas con pezuñas de macho cabrío y una cola larga como de lagarto ya nunca se le volvió a ver por allí, porque después de una corajina tremenda se retiró del Paraíso echando pestes al darse cuenta de que ya no contaba con su arma principal y por lo tanto ya no tenía nada más que hacer allí, ya no tenía nada con qué tentar ni al Gran Padre Adán ni a ninguno de sus numerosos descendientes. En efecto (y aunque parezca un atrevimiento decirlo), el humanoide en ese planeta había hecho a la Creación
aún más perfecta, removiendo el principal peligro, quitando del camino para siempre el principal escollo. Tal vez esta era la verdadera prueba, darle al hombre en ese planeta la oportunidad de mejorar la Creación con su propia contribución en lo que era a fin de cuentas era lo más importante para asegurar su superviviencia.
Al contemplar el enorme bloque de concreto sellado con placas de acero inoxidable con imágenes de las cabezas de calavera grabadas en cada uno de los cuatro lados, uno de los descendientes del Gran Padre Adán le dijo:
-Gran Padre Adán. Sabemos ya que este Universo en el que vivimos es infinito en extensión, y que debe de haber otros mundos con vida parecida a la nuestra. Nosotros no somos los únicos.
-Creo que así debe de ser, en efecto.
-¿Habrá entre esos planetas un planeta muy parecido al nuestro en el que el primer hombre, desobedeciendo a nuestro Creador, se haya atrevido a probar el fruto del árbol prohibido? Y en caso de ser así, ¿cómo les estará yendo en estos momentos a esos pobres seres?
Menando la cabeza expresando desaprobación y tristeza y agitando su mano derecha a la vez que mostraba sus dientes rechinándolos, el Gran Padre Adán respondió:
-En ese planeta... ¡pobres! ¡Se los ha de estar cargando el carajo a todos! Creo que es tiempo de que todavía lo siguen lamentando. ¡No se la van a acabar!
*
Hemos llegado al fin de nuestro relato acerca del Gran Padre Adán, ese Adán de otro planeta muy distante que no cayó en la tentación de probar el fruto del árbol prohibido.
Empezamos el relato diciendo: ¿Qué habría sucedido si Adán no hubiera desobedecido al Señor? En el planeta del que hemos estado hablando, el cual es muy posible que existe y sea una realidad, pueden hacer la pregunta contraria: ¿Qué habría sucedido si Adán hubiera desobedecido al Señor? Nosotros ya tenemos la respuesta a la segunda pregunta, todo lo que tenemos que hacer es mirarnos en el espejo.
En la Biblia, en el Libro del Génesis que describe el principio de todas las cosas, se mencionan no uno sino
dos árboles, el
Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, y el
Árbol de la Vida como parte integral del Paraíso. Pero casi al final del Libro del
Apocalipsis (Revelación), al hablar de la
Nueva Jerusalen en la descripción del Paraíso futuro para los que serán salvos, solo aparece mencionado el Árbol de la Vida (Apocalipsis 22:2-3), ya no aparece mención alguna al Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. El
árbol maldito ya no existe en la Nueva Jerusalen. Tal vez esto sea un reconocimiento y aceptación del evangelista San Juan de que con una vez ya fue más que suficiente, ya hemos aprendido la dura lección que nos ha costado tanto trabajo aprenderla, y ya no hay espacio en el nuevo Paraíso para el
árbol maldito que si no hubiera estado en el Paraíso original no habría causado la caída de toda la humanidad por culpa de dos malditos (maldecidos por el mismo Creador) que se han de estar ajando en el quinto infierno y seguramente para los cuales no hay ni habrá jamás por el resto de la eternidad ni perdón ni olvido por el mal que le causaron a tantos trillones de seres humanos y a la Creación misma, con todo y que sean nuestros primeros padres y con todo y que el Cuarto Mandamiento dice “Honrarás a tu padre y a tu Madre”. El pedirnos que se les perdone a los primeros padres Adán y Eva, en este caso muy especial, se antoja como un trago amargo que muy pocos estarán dispuestos a tomar. Pero lo importante es que, ya sin el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal, el nuevo Paraíso en la
Nueva Jerusalen verdaderamente será
perfecto, a diferencia del Paraíso original que tuvo en su centro un lunar espantoso que terminó siendo la causa de tanto dolor y sufrimiento. Si algún propósito tuvo el
árbol maldito en el Paraíso original, ese árbol ha dejado de existir para siempre en el Libro del Apocalipsis. Cumplió su función, si es que alguna vez la tuvo, y quedará desechado para siempre si se cumplen las profecías.
La próxima vez al mirar hacia arriba durante la noche en ausencia de nubes, suponiendo que lo que dice la Biblia es cierto y al pie de la letra, y dando por hecho de que el Universo es infinitamente grande y no estamos solos en el Universo ni somos la única forma de vida inteligente, el lector tal vez quiera meditar que, sin saberlo, está mirando hacia un rincón del Universo en donde existe un planeta con vida humanoide en el cual , a diferencia de nuestro atribulado y sufrido planeta, tienen un Gran Padre Adán que no desobedeció al Creador. Y seguramente les está yendo mucho mejor que a nosotros aunque en ese planeta se hayan perdido el privilegio de ser visitados en su propia forma humanoide por Dios hecho hombre, o sea Jesús al que no conocen. De cualquier modo, si decide visitarlos, al menos en ese planeta no lo crucificarán,