Hace ya algún tiempo ví en un programa documental de televisión la entrevista que se le efectuó a un académico (francés, o belga, no recuerdo exactamente) cuyo nombre no tuve la precaución de anotar, el cual fue presentado no solo como un médico especializado en neuropsiquiatría y psicología sino también como un erudito en el tema de las religiones orientales y occidentales, la filosofía, la metafísica, y el estudio de los fenómenos paranormales.
El hombre sacó a relucir una hipótesis interesante, producto de las conclusiones a las que ha llegado después de varias décadas de arduos estudios, que no debe dejar de llamar la atención por la importancia que pueda tener para quienes en estos tiempos turbulentos no encuentran explicación alguna a la abundancia de tanto mal y los números cada vez más grandes de individuos proclives al mal que casi diariamente saltan a la fama en los noticieros mundiales por las atrocidades que cometen.
En síntesis, el académico señaló que, después de haber estado meditando y reflexionando muchos años sobre el asunto, después de haber estado estudiando a fondo las costumbres de muchas culturas así como el comportamiento del hombre en cada una de dichas culturas, ha llegado a un diagnóstico que a muchos nos puede parecer terrible, el cual resume que
la gran mayoría de las personas que cometen crímenes y atrocidades sin nombre sin sentir remordimiento alguno ni cargos de conciencia lo pueden continuar haciendo porque ya han perdido su alma. Estamos hablando del espíritu, del alma inmortal de la cual hablan las religiones.
De acuerdo con la tesis, el violador, el secuestrador, el sicario, el asesino serial, el dictador brutal y otros como ellos, no están fingiendo cuando no muestran arrepentimiento alguno por lo que hacen, cuando el dolor que le ocasionan a otros no les produce ningún cargo de conciencia ni hace que les aflore remordimiento alguno. Genuinamente, no pueden hacerlo, porque en algún momento de sus vidas han perdido el alma que les servía como brújula permitiéndoles discernir entre lo bueno y lo malo. Han muerto espiritualmente, y la muerte física que debe llegar tarde o temprano a todos ellos no es más que un mero formalismo de la vida, una especie de trámite final para dar por concluído un ciclo que fue desperdiciado y que no puede ser rescatado, algo así como el acta de defunción que meramente formaliza como trámite burocrático el deceso del cual ya no es posible traer de nuevo a la vida al que ha atravesado el umbral.
Si aceptamos la tesis como cierta así sea para meros fines de discusión, el escritor
Robert Louis Stevenson posiblemente no estaba tan errado cuando en su obra clásica
El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde escrita en 1886 habla de un “yo bueno” y un “yo malo” conviviendo simultáneamente dentro de cada ser humano. El doctor Jekyll encuentra la manera, por medios químicos, de liberar por completo por breves períodos de tiempo a su “yo malo” interior, a su señor Hyde, permitiéndose el gusto de hacer libremente todas aquellas cosas que el recto doctor Jekyll nunca se atrevería a hacer sin ser atormentado por sentimientos de culpa y angustiosas sensaciones de arrepentimiento. El problema para el doctor Jekyll es que su “yo malo” interno, al cual creía poder controlar, se empieza a salir fuera de control, reclamando un dominio cada vez mayor sobre el doctor Jekyll, hasta que termina dominándolo por completo inclusive sin necesidad de tener que recurrir a combinaciones extrañas de compuestos químicos para quedar liberado. Al final de la historia, la única manera en la cual el doctor Jekyll puede dejar de obrar con la maldad del señor Hyde es con su propia muerte, con la muerte del señor Hyde, quien se lleva consigo al mismo doctor Jekyll al más allá. Puesto de otro modo, el doctor Jekyll en realidad jamás queda liberado del señor Hyde, al morir Hyde muere Jekyll, mueren los dos, y al morir Jekyll no muere como Jekyll sino como el señor Hyde. El monstruo, una vez liberado, ya no puede ser quitado de encima, el osado aventurero se va con él al más allá.
Un paradigma de la persona que muy posiblemente perdió su alma mucho antes de que sobreviniera su muerte física bien pudiera ser el caso del multiasesino Adam Lanza, el culpable de la masacre de
Sandy Hook en la cual mató sin consideración alguna a 20 niños de una escuela primaria y seis adultos, ello después de haber asesinado a su propia madre. Al momento de estar asesinando a sangre fría a los niños, Adam Lanza no mostró ningún remordimiento ni sentimiento de culpa, ni mostró intención alguna de querer detener su orgía de sangre, la cual concluyó cuando Adam Lanza al escuchar el sonido de las sirenas de patrullas acercarse a la escuela apuntó hacia él mismo para matarse huyendo por la puerta falsa. Adam Lanza no derramó una sola lágrima ni siquiera por él mismo al momento de suicidarse, cuando Adam Lanza con su propia mano terminó con la vida del mismo Adam Lanza. Lo mismo se puede decir de otros que precedieron a Adam Lanza, como los tristemente célebres autores de la
masacre de Columbine, Eric Harris y Dylan Klebold, los cuales al momento de entrar decididos a matar a la mayor cantidad posible de personas que pudieran matar ambos habían perdido ya sus almas, y con sus suicidios lo único que hicieron fue llevar a cabo la formalidad de sumar la muerte física a la muerte espiritual. De acuerdo a la tesis ofrecida por el investigador erudito, a Eric Harris y a Dylan Klebold se les hizo fácil llevar a cabo la carnicería que tenían planeada desde hace varios meses como igualmente se les hizo fácil privarse de sus propias vidas sin temor alguno porque desde antes de la masacre carecían de esa guía moral que ofrece el alma espiritual.
Otro caso, de una joven que muy posiblemente también ya perdió su alma, más reciente y más cercano a la zona geográfica en la que resido, es el de Ana Carolina. En los noticieros del portal de Yahoo!, en un artículo publicado el 24 de mayo de 2013 elaborado por Patricia Quintana bajo el título “Ana Carolina, la psicópata adolescente que conmocionó Chihuahua”, se dice lo siguiente: “El caso de Ana Carolina, la chica de 17 años que asesinó y
posteriormente incineró a sus padres adoptivos, se ha convertido en
noticia, porque psicólogos e investigadores no comprenden cómo una
persona que posee todo, pudo asesinar y después del homicidio ir a
comer un hot dog. Hoy la también llamada ‘psicópata adolescente’
se encuentra detenida y es el centro de un intenso escrutinio
criminalístico que hasta ahora ha descubierto que Yeni como le decía su
familia de cariño, tiene una psicopatología nivel 9, que en escalas del
FBI sólo está reservada para los peores homicidas. Porque hasta
ahora, Ana Carolina no ha mostrado ninguna señal de arrepentimiento por
el doble homicidio que cometió e incluso cuando la enviaron a su celda
especial confesó ‘sentirse libre’ porque sus padres Efrén (un señor de
90 años) y doña Albertina (señora de 60 años) ya la tenían harta. Por
esta razón José Alberto (su novio), Mauro Domínguez (un amigo
interesado en el homicidio) y ella planearon durante un mes el
homicidio, que como narra
Víctor Hugo Michel, periodista del diario Milenio,
comenzó el 3 de mayo cuando Ana Carolina preparó una trampa de dos
tiempos. Primero prendió la televisión de la sala y esperó a que su
padre no estuviera para llamar a su madre a la cocina, con Mauro
agazapado detrás de un sillón. ‘Mamá, no encuentro un
ingrediente’, dijo. Cuando Albertina entró a la estancia, fue
sorprendida por la espalda. Tenía los ojos en su hija al momento de ser
asfixiada con un cable. Cuando Don Efrén llegó ese mismo día a
las 10 de la noche, Yeni repitió la misma operación. ‘Papá, ¿no vienes a
cortar fruta conmigo?’ Fueron las últimas palabras que escuchó antes de
que José le impidiera respirar con ayuda de un cable. De acuerdo
con las declaraciones difundidas por la Fiscalía General del Estado de
Chihuahua, incluso a ambos cuerpos les inyectaron cloro con insecticida
en la yugular, para cerciorarse que estuvieran muertos. Después
del homicidio, Ana Carolina, José y Mauro dejaron los cuerpos en la sala
para ir a cenar hot dogs y remataron con un six de Tecates. Al día
siguiente acudieron a un lote baldío cerca de Sapo Verde, rociaron 13
litros de gasolina en los cuerpos para prenderles fuego, luego los
novios fueron de compras a medirse los dedos para anillos de compromiso
y por la noche acudieron a una fiesta de XV años, todo esto según
constan las declaraciones de José y Ana Carolina. Cuando las
autoridades encontraron los cuerpos estos ya estaban completamente
carbonizados y yacían junto a una barda de hormigón ennegrecido. Los
peritos del estado de Chihuahua determinaron que habían sido
incendiados y abandonados apenas hacía unas horas. Así comenzó la
investigación que terminó finalmente el 5 de mayo cuando José Alberto
Grajeda Batista (novio de Ana Carolina) declaró “ya no puedo más,
necesito un psicólogo” ante investigadores de la fiscalía quienes le
estaban haciendo preguntas de rutina sobre la desaparición del
empresario Efrén y su esposa; dueños de una decena de bares y expendios
de licor en la ciudad, además de distintas propiedades en Chihuahua y
Texas. José Alberto, no sólo no aguantó la presión, también
delató a su novia que en dos ocasiones había confesado ante las
autoridades ‘no sé qué ha pasado con mis padres, cuando desperté ya no
estaban’ y Mauro que durante su aprehensión tenía quemaduras en la cara
causadas al intentar quemar la evidencia que lo vinculaba con el caso. Actualmente
han pasado más de dos semanas desde detención de estos tres
adolescentes, pero por ahora los medios de comunicación y la opinión
pública sólo se han enfocado en debatir cómo esta adolescente rica que
usaba ropa de marca, iba de vacaciones a Disneyland, Miami, las Bahamas,
estaba a punto de ir a Venecia y a la que según familiares sus padres
no le negaban nada (aunque hay versiones de que la decisión de
asesinarlos surgió cuando no le prestaron el coche), pudo cometer un
crimen tan atroz. Esta es la historia de Ana Carolina, la chica
que es conocida como la psicópata adolescente, la novia que por una
prueba de amor ha condenado a su novio a cadena perpetua, la hija que
está feliz de haber matado a sus padres adoptivos porque de lo único que
se arrepiente es que ahora no va a poder casarse con su novio”.
La nota sobre el caso de Ana Carolina agrega como colofón el caso de una niña japonesa de nombre Natsumi Tsuji de once años de edad, la cual fue sentenciada en el año 2004 a pasar nueve años de prisión por degollar a su compañera Satomi Mitarai con una navaja en un salón de clases.
Los psicólogos e investigadores que aún no comprenden cómo una persona como Ana Carolina que poseía todo pudo asesinar a sangre fría a sus propios padres y después del homicidio ir a comer un hot dog posiblemente jamás encuentren una explicación compatible con lo que enseñan en los libros de texto universitarios. Sin embargo, si están dispuestos a abrir sus mentes considerando una hipótesis de carácter espiritualista-religioso, entonces la explicación ofrecida por el erudito es lo único que ofrece algún sentido lógico. Al preguntársele al académico si había alguna edad específica en la cual haya mayores probabilidades de que se pierda el alma, el académico aclaró que el alma se puede perder a cualquier edad, agregando que esto puede ocurrir en cualquier país sin que en ello tengan que ver las creencias religiosas o la ausencia de creencias religiosas de los lugares en donde se dan estos casos. Agregó también que aquellas personas que han perdido su alma tienen algo en común que requiere de cierta pericia para detectarlo aunque en ocasiones el síntoma es obvio e inocultable: la mirada de tales personas delata algo así como un vacío absoluto, en sus ojos no parecen aflorar sentimientos como en otras personas, ni parecen estar conscientes de su entorno. Es como si tuvieran perdida la mirada en el vacío. Esto le da un nuevo sesgo a la vieja frase que dice que “los ojos son el espejo del alma”. Sus ojos son incapaces de reflejar tristeza. Ni siquiera son capaces de llorar, al menos no lágrimas verdaderamente genuinas sino lágrimas manipuladoras. Estas personas pueden tener en perfectas condiciones su maquinaria mental para poder llevar a cabo razonamientos perfectamente lógicos, y de hecho muchos criminales muestran altos grados de inteligencia, las cabezas y los mandos superiores dentro de las filas de la delincuencia organizada son prueba de ello. Lo que está ausente por completo de sus en ocasiones elevados índices de coeficiente intelectual es cualquier consideración hacia sentimientos de compasión, misericordia, piedad, en fin, lo que comunmente se asocia a personas nobles de buen corazón. Si quienes han perdido su alma acaso llegan a mostrar un asomo de sentimientos nobles, no es porque en realidad puedan sentir tal cosa ya que esa facultad ya la perdieron irremisiblemente; más bien son simulaciones astutas para evadir alguna situación comprometedora o con la finalidad de engañar a otros con el fin perverso de sacar provecho posterior del engaño.
Puede resultar instructivo e iluminante echar un vistazo a los ojos y las miradas de algunos multiasesinos famosos para ver si podemos detectar en la forma en como ellos ven a los demás esa señal inequívoca -de acuerdo al académico europeo- el síntoma más distintivo de una persona que ha perdido su alma, empezando por Adam Lanza, el que mató a sangre fría a 20 niños de la escuela primaria en Sandy Hook:
Esta es la mirada de James Holmes, el multiasesino que entró armado a un cine en Aurora, Colorado, para matar por el solo gusto de matar:
Esta es la mirada de David Berkowitz, mejor conocido por su apodo
Son of Sam, otro famoso asesino serial:
Otro tristemente célebre asesino a sangre fría, Richard Ramírez, conocido por el mote de
Night Stalker, recientemente fallecido, jamás mostró ningún arrepentimiento sincero hasta el final de sus días por haber aterrorizado a toda una nación:
Por último, esta es la mirada de Anders Behring Breivik, el multiasesino de Noruega que armado hasta los dientes mató a cuantos jóvenes pudo matar en el día en el que consumó por completo a lo que en la serie de películas
La Guerra de las Galaxias llaman “el lado obscuro de la Fuerza”:
¿Tienen algo en común las miradas de estos individuos? ¿Qué opina el lector? Ninguno de ellos mostró jamás seña alguna de arrepentimiento por lo que hicieron o lo que planeaban hacer, jamás derramaron una sola lágrima por ninguna de sus víctimas, y antes bien todo parece indicar que gozaban viendo morir a sus víctimas indefensas, gozaban con el sufrimiento y el dolor que le causaban a otros. ¿Son seres que al momento de empezar a cometer sus crímenes ya habían perdido sus almas? El académico europeo fue muy enfático al señalar que no hay que cometer el error de confundir la mirada extraviada de las personas sin alma con la mirada de aquellas personas que muestran síntomas inequívocos de locura diagnosticable por cualquier psiquiatra competente, ya que los sin-alma no padecen enfermedades tales como la esquizofrenia, la demencia senil, la bipolaridad, el síndrome de personalidad múltiple, el desorden de déficit de atención, el síndrome de Tourette o cualquiera de muchas otras enfermedades que son resultado de algún trastorno fisiológico de tipo neural que pueda ser detectado mediante pruebas genéticas o estudios de tomografía del cerebro; y por el contrario los sin-alma suelen ser manipuladores expertos que logran engañar hasta sus amigos y familiares más cercanos ocultándoles de manera extraordinariamente astuta (como no puede hacerlo un loco) su proclividad al mal y sus intenciones perversas; de allí que no sea fácil atraparlos y detenerlos antes de que sigan cometiendo infamias sin nombre. El erudito europeo ha llegado a la conclusión de que no es posible tratar de salvar a estos seres porque adentro del cascarón físico que es el cuerpo ya no existe la esencia espiritual que es a la vez la guía y conciencia moral del hombre así como la prolongación de la vida hacia otra.
De acuerdo al estudioso, los sin-alma pueden sonreir, pero esta sonrisa suele ser una sonrisa cínica y hasta burlona, algo típico de los delincuentes que al ser aprehendidos sonríen ante las cámaras como si los delitos por los cuales fueron arrestados tuvieran alguna gracia. Para ellos, usar a los demás como si fuesen objetos o estropajos es una cosa de juego. Ven y manipulan a los demás como si fueran los personajes descarnados de un videojuego a los cuales se les puede resucitar con solo empezar un juego nuevo, como si quienes los rodean fueran seres desechables. Siendo incapaces ya de sentir, les resulta difícil o más bien imposible entender que los demás sí puedan sentir, sí puedan llorar, sí puedan sufrir, porque sólo la posesión de un alma permite apreciar lo que una máquina construída únicamente a base de tejidos orgánicos no puede apreciar ni entender, del mismo modo que un ciego de nacimiento no puede entender lo que son los colores por más que se le trate de explicárselo.
El académico europeo está convencido de que no se requiere ser un asesino serial para desarrollar la mirada helada y la indiferencia total al daño causado a los demás, e inclusive ni siquiera se require haber matado a otro, y afirma haber encontrado la misma sintomatología que caracteriza a los ya sin-alma en muchos estafadores famosos (“Bernie” Madoff podría ser un ejemplo), violadores de niños (el clérigo Marcial Maciel podría ser un ejemplo), sádicos que se placen en martirizar y matar a animales indefensos como perros pequeños y gatos que llegan a caer en sus manos, en fin, la lista puede ser amplia. Todos aquellos que han cruzado ese umbral intangible habiendo perdido para siempre lo que sin lugar a dudas era su posesión más valiosa no pueden ser ayudados porque ellos mismos se ha puesto más allá de cualquier ayuda posible. El caso limítrofe vendría siendo aquél que está a punto de perder su alma pero todavía le queda algo de conciencia, todavía siente algún remordimiento por el mal que hace o que planea hacer a otros, y procura ayuda médica o religiosa. Pero cuando se ha convertido en otro sin-alma, pasando a ser el equivalente de un monstruo que ha perdido el control de sí mismo, le será imposible devolverse a sí mismo algo que ya no tiene y no podrá tener nunca más mientras tenga vida física.
El diagnóstico dado por el erudito entrevistado es verdaderamente terrible. El punto de vista generalmente aceptado sobre todo en las religiones judeo-cristianas es que toda persona es poseedora de un alma que lleva consigo hasta el momento de su muerte, y que toda persona, por malvada que sea, siempre tiene una oportunidad para arrepentirse y para tratar de expiar y reparar el daño que le ha ocasionado a sus víctimas. El nuevo enfoque dado por el estudioso es que no es necesaria la muerte física para que ocurra la muerte espiritual, y que de hecho la muerte espiritual (que viene siendo lo mismo que la pérdida del alma) se puede dar mucho antes de que ocurra la muerte física, se puede dar a cualquier edad y en cualquier país. De acuerdo a la nueva tesis, una persona que ha perdido su alma está en cierto modo funcionando en una especie de “piloto automático” pero sin ninguna brújula con sentido de ética y moral que lo pueda guiar por la vida, porque la única brújula que poseía y con la cual llegó al mundo al momento de su nacimiento la ha perdido en algún momento infausto de su vida. Carece ya de brújula, carece ya de alma, ha dejado de tener conciencia, y la ha dejado de tener no solo momentáneamente sino por el resto de su vida.
Al preguntarle los entrevistadores al erudito si había alguna forma en la cual cualquier persona pudiera determinar por sí misma si había alguna manera de poder saber si ya ha perdido su alma, el erudito respondió sin titubear que sí la había. La manera de saber si se ha perdido el alma requiere primero un examen honesto y autoconsciente, en el cual la persona se pregunte a sí misma si es capaz de matar a otro sin que ello le produzca la menor pena ni el menor asomo de arrepentimiento, y si la persona encuentra por sí misma una respuesta afirmativa entonces ello es un síntoma de que ya perdió su alma o está prácticamente a punto de perderla. Si un violador encuentra que no siente remordimiento alguno por aquellas mujeres a las cuales les destruyó la vida ni siente que tiene que pagar de alguna manera ante la sociedad por sus delitos, entonces puede tener la certeza de que también ya perdió su alma.
El estudioso manifestó que en la vida de todo aquél que ha perdido su alma hay algún acontecimiento decisivo en su vida que marca el punto exacto de la pérdida del alma. Entre los hechos que califican para tal suceso definitorio está el primer asesinato que se comete en contra de otra persona. Muchos que no han matado jamás a nadie en sus vidas reconocen que dar ese paso sería algo inaceptable con lo cual no podrían cargar por el resto de sus vidas, y en efecto cuando tienen alguna oportunidad para matar así sea en forma justificada encuentran la manera de refrenarse justo a tiempo a sí mismos, sin que en ello tenga mucho que ver el temor de ser capturados y enviados a prisión por muchos años; y ello se debe a que el alma aún presente está actuando como una guía que les permite distinguir entre el bien y el mal y que les permite apreciar el dolor y el sufrimiento que se le va a producir a otros, especialmente los familiares de la víctima. Generalmente hablando, el primer asesinato es el más difícil de cometer. Pero una vez cometido el primer asesinato, y en esto concuerdan muchos sociólogos y psicólogos, los asesinatos posteriores son mucho más fáciles de llevar a cabo. Lo mismo ocurre con otro tipo de crímenes y delitos. Una vez que se comete la primera violación en contra de una mujer o de un niño, las violaciones posteriores resultan mucho más fáciles de llevar a cabo. Una vez que se comete en la primera estafa, las estafas posteriores son las más fáciles de llevar a cabo. Una vez que se ha encausado a alguien por el camino de la drogadicción, el encausamiento de otros para que recorran el mismo camino resulta mucho más fácil. Inclusive llega el momento en el que se puede sentir placer por estar cometiendo atrocidades sin nombre, disfrutando el dolor y la impotencia de las víctimas tomándolo como un pasatiempo recreativo. Eventualmente, y de manera irremediable, se llega al punto en el cual ya no se siente ningún arrepentimiento, ningún complejo de culpa, ningún cargo de conciencia, porque ya no hay alma alguna dentro del cuerpo para sentir tales cosas. Y el mensaje más terrible de las conclusiones a las cuales llegó el académico es que,
una vez que se ha perdido el alma, esta es irrecuperable, no hay poder humano sobre la tierra ni médico alguno que pueda resarcir la pérdida, no hay quien pueda devolverla al cuerpo en el que habitaba. Viene siendo algo así como quien con un hacha se corta varios dedos de su mano o inclusive su propio brazo. Tiempo después de hacer tal cosa, el individuo puede estar arrepentido de haberlo hecho (arrepentido no en el sentido espiritual, sino como consecuencia de los innumerables problemas que le ha traído la pérdida de los dedos de la mano o del brazo), pero ello no hará que le vuelvan a crecer los dedos de la mano o que le vuelva a crecer un nuevo brazo. La pérdida es absoluta, irremisible, total. Del mismo modo, no se puede hacer ya nada por los sin-alma porque todo lo que queda es un cascarón incapaz de entender o comprender mensaje de esperanza alguno o de atender un llamado para retomar el camino que recorrían antes de haber perdido sus almas. Es algo así como tratar de llenar de agua una cubeta a la que se le ha desprendido su fondo.
Así pues, el académico señala que la humanidad se subdivide en dos grandes grupos: los sin-alma y los que aún no la han perdido. Los primeros viven al acecho constante de los segundos que aún poseen sentimientos y conciencia moral precisamente porque todavía no han perdido su alma. Los primeros se pueden entregar al mal y vivir haciendo daño a los segundos porque son algo así como una especie de
muertos vivientes aunque les cueste trabajo creerlo y aunque sientan que no han perdido nada porque después de todo ¿qué es para ellos esa cosa que no se puede tocar con las manos ni se puede pesar con una báscula y que no puede ser olfateada ni vista con otros ojos excepto los ojos de la fé?, poseen un cerebro físico que no es más que una máquina de carne formada por átomos y moléculas sin discernimiento ético alguno. Aunque los humanos que aún poseen alma no les hagan daño alguno a los sin-alma, al menos no sin apenarse por el daño ocasionado a otros inocentes, los sin-alma le pueden causar daño a los demás sin tomar consciencia de lo que hacen. Visto a una escala mayor, la perenne lucha entre el bien y el mal es en realidad una lucha entre quienes aún no han perdido su alma y entre quienes ya la perdieron. Siendo así, el Hades o el infierno del que hablan algunas religiones estaría habitado por los sin-alma que han muerto ya físicamente y carecen de cuerpo para seguir obrando mal, condenados a vivir al lado de otros sin-alma en los que ciertamente no encontrarán consuelo alguno.
En el Nuevo Testamento de la Biblia, están consignadas las siguientes palabras pronunciadas por el mismo Jesús de Nazareth (Mateo 16:26):
“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al final pierde su alma?”
Si la pérdida del alma mucho antes de que sobrevenga la muerte física es un suceso irreversible, quienes aún la poseen o creen que la poseen tal vez deberían meditar un poco sobre las conclusiones a las que llegó el académico, antes de atreverse a cruzar ese umbral del cual ya no podrán regresar nunca más.
Queda, desde luego, la opción cómoda y expedita de adoptar una postura cien por ciento materialista, negando por completo la realidad de esa cosa intangible e indetectable por medios físicos que varias religiones y movimientos filosóficos identifican como el alma. Pero al adoptar una postura así, se corre el riesgo de descubrir al morir físicamente otra realidad intangible que no puede ser accesada con los ojos físicos o mediante el uso de la razón lógica pero que pueda ser inclusive más real que la realidad del mundo objetivo que nos rodea.
Una cosa sobre la que no quiso opinar el erudito es acerca del lugar a donde puedan estar yendo las almas perdidas mientras aguardan un reencuentro inevitable con sus antiguos poseedores cuando sobrevenga la muerte física de los sin-alma conforme sus muertes físicas se vayan dando como se tienen que dar tarde o temprano, como tampoco quiso opinar en relación a esto sobre cuestiones que tengan que ver con una permanencia en algún lugar en el más allá que de acuerdo a varias religiones está equiparado con la misma eternidad, con el tiempo sin fin.