martes, 28 de abril de 2009

La extinción de los dinosaurios, revisada

En una nota periodística recién publicada, se avanzó una nueva argumentación en contra de la teoría que supone que la extinción masiva de los dinosaurios se debió al impacto de un asteroide en la península mexicana de Yucatán que todavía hasta hace poco se creía que fue el causante de la desaparición de los dinosaurios hace 65 millones de años, teoría que ha vuelto a ser puesta en entredicho en un nuevo estudio geológico. De hecho, “ni una sola especie se extinguió como resultado del impacto de Chicxulub”, afirma la paleontóloga Gerta Keller, de la universidad estadounidense de Princeton, autora principal del estudio publicado ayer en “The Journal of the Geological Society”. “El impacto de Chicxulub se produjo unos 300 mil años antes de la extinción en masa y por tanto no podría haberla causado”, dijo Keller. Varios científicos, entre ellos la propia Keller, habían puesto en duda anteriormente la teoría del impacto como causa de la extinción de los dinosaurios y del 65 por ciento de todas las especies en el límite entre los períodos Cretácico y Terciario. Esa teoría se fraguó poco después del descubrimiento en 1978 en Chicxulub, en el norte de Yucatán, de un cráter de impacto de 180 kilómetros de diámetro en el que fueron halladas esférulas de vidrio en los sedimentos situados debajo del límite del Cretácico-Terciario (K/T en la jerga geológica) que se asocia con la extinción en masa. La capa de esférulas marca el momento del impacto, explicó Keller. Ahora, Keller y sus colegas han encontrado nuevas pruebas en México de que el impacto antecedió en 300 mil años el límite K/T y que no tuvo el efecto dramático que se pensaba sobre las especies. En sus excavaciones en la localidad mexicana de El Peñón, los paleontólogos hallaron los fósiles de las mismas 52 especies en los sedimentos situados por debajo y por encima de la capa de esférulas, según el estudio. “Descubrimos que ni una sola especie se extinguió como resultado del impacto de Chicxulub”, dijo Keller. La científica explicó que en El Peñón las esférulas están incrustadas en sedimentos a más de entre 4 y 9 metros por debajo del límite K/T. Estos sedimentos fueron depositados a razón de entre dos y tres centímetros cada mil años después del impacto. Keller también rechaza las alegaciones de los defensores de la teoría del impacto según los cuales ambos eventos están separados en el registro de los sedimentos debido a un movimiento sísmico o tsunami como resultado del choque del asteroide. El estudio halló que los sedimentos que separan ambos sucesos tienen características naturales, con los típicos huecos formados por las criaturas que colonizaban el fondo del océano, sin rastro de una alteración estructural.

En opinión de Keller, la desaparición de los dinosaurios pudo deberse a “una combinación de factores, pero el impacto de Chicxulub no sería uno de ellos”. Este antecede a la extinción en masa y no provocó la desaparición de ninguna especie de foraminíferos planctónicos, los organismos unicelulares más pequeños y más sensibles de los océanos, que son utilizados para reconstruir los cambios climáticos a través de la historia, explicó. Uno de los factores pudieron ser las erupciones de Deccan, cuya fase principal coincidió con la extinción en masa y que produjeron ríos de lava que componen hasta el 80 por ciento de las montañas volcánicas de 3 mil 500 metros de altitud en la India, señaló Keller. “La idea más plausible es que los gases de dióxido de azufre fueran mortales a la hora de causar un enfriamiento global, mientras que la lluvia ácida destruyó las plantas y la acidificación de los océanos acabó con los organismos que segregan carbonatos”, dijo.

Hay otra hipótesis que no está siendo considerada por la Dra. Keller, la cual debe ser tomada en cuenta en base a lo que está sucediendo hoy en México, la posibilidad de que la extinción masiva de los dinosaurios que muchos paleontólogos suponen ocurrió de manera extraordinariamente rápida (hablando en términos de la escala geológica) haya sido la consecuencia directa de una pandemia viral o bacteriológica que acabó con las vidas de la gran mayoría de los dinosaurios. Después de todo, también en los tiempos de los dinosaurios había bacterias y virus, predecesores de todas las formas superiores de vida, y esas bacterias y virus también mutaban adaptándose a las condiciones cambiantes de la biósfera. Y en esos tiempos no había vacunas ni médicos que pudieran hacer algo por evitar la extinción de unas especies que al ir desapareciendo rápidamente habrían sido clasificadas como especies en peligro de extinción y habrían recibido alguna ayuda de haber habido alguna ayuda posible en aquél entonces (si el día de hoy hay grupos ambientalistas que salen a la defensa del tiburón argumentando alarmados que los números de esas especies están disminuyendo, es lógico suponer que los ambientalistas de aquella época en caso de que los hubiera habido se habrían movilizado para luchar por la preservación de esas especies por hostiles que hubieran sido a la vida humana).

Los dinosaurios tenían todo para ser susceptibles a sucumbir a una nueva mutación espontánea de un virus que haya resultado ser letal para ellos. Sus células también estaban hechas de ADN al igual que las nuestras. Sus maquinarias celulares eran tan propensas de ser infectadas como las nuestras. En ese respecto no eran superiores a nosotros. Si a eso le agregamos la posibilidad de que los dinosaurios no poseyeran un sistema de defensa inmunológica como el que poseemos los humanos y el cual heredamos directamente de nuestros ancestros, las probabilidades de que los dinosaurios sucumbieran a una pandemia antes que los mismos humanos de aquél entonces deben haber sido mucho mayores.

La gripe porcina que hoy está atacando a México con la amenaza de convertirse en una pandemia debe su enorme efectividad a lo novedoso del virus contra el cual no hay vacunas aunque afortunadamente hay un medicamento antiviral (Tamiflu) que lo puede contener disminuyendo las probabilidades de un desenlace fatal. Pero un nuevo virus de este tipo que sea resistente a los medicamentos antivirales de la actualidad tiene el potencial de diezmar a la población mundial acabando con la gran mayoría de los que habitamos en este planeta. En este sentido, no estamos mejor protegidos que los dinosaurios.

Si una nueva infección virual más enérgica que la gripe porcina (posiblemente una mutación de un patógeno como el Antrax) nos llega a borrar del planeta, no sería imposible que una nueva generación de seres inteligentes, 50 millones de años después, descubran nuestros huesos y comiencen a formular hipótesis sobre los motivos del por qué esos seres bípedos que parecían poseer cierto grado de inteligencia terminaron extintos. Aunque si en los lugares en donde seamos desenterrados también encuentran grados elevados de contaminación o material radioactivo, entonces concluirán razonablemente que la causa de nuestro deceso no fue el resultado de una pandemia global. Y concluirán también que, a fin de cuentas, no éramos tan inteligentes como creíamos.

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