domingo, 3 de mayo de 2009

Matar a un ruiseñor, Pottsville, mayo de 2009

Una nota periodística que he leído el día de hoy trata acerca de la conclusión de un juicio llevado a cabo en Pottsville, Pennsylvania, en contra de dos adolescentes anglosajones, acusados del delito de homicidio con todas las agravantes de la ley cometido en contra de un inmigrante indocumentado mexicano a mediados del año pasado. El asunto comenzó cuando los jóvenes de raza blanca de nombres Brandon Piekarsky de 17 años y Derrick Donchak de 19, jugadores de un equipo de futbol americano, después de salir de un evento deportivo y estar ingiriendo algunas bebidas alcohólicas, se encontraron en su recorrido de juerga con un indocumentado mexicano de nombre Luis Ramírez que se había mudado al poblado hace unos siete años tras llegar de Iramuco, en el estado central mexicano de Guanajuato, para trabajar en una fábrica y en la recolección de fresas y cerezas, el cual jamás les había hecho nada a los dos jóvenes asesinos con los cuales tuvo la mala suerte de encontrarse y los cuales en su xenofobia racista y mostrando su profundo desprecio hacia el mexicano lo empezaron a golpear entre los dos hasta hacerlo caer al suelo en donde continuaron pateándolo salvajemente sobre todo en el estómago y en la cara, profiriendo en contra suya todo tipo de insultos denigrante llamándolo “perro mexicano”, “greaser”, “marrano venido del sur”, “hijo de puta” y muchos otros insultos altisonantes que les hubiera merecido una respuesta. El indocumentado mexicano, sin embargo, no se defendió de estos hamponcetes que lo único que tienen para presumir no son altas calificaciones escolares sino el hecho de ser “american citizens” y pertenecientes a la raza blanca “superior”. Y así demostraron su superioridad, golpeando al hombre indefenso con un salvajismo del que solo los más racistas anglosajones son capaces de mostrar. Después de todo, si ellos eran WASPs (White, Anglo-Saxon and Protestant) y el hombre al que estaban golpeando no solo no era un “american citizen” sino que ni siquiera se le podía considerar un animal por el hecho de no ser blanco, por ser un mexicano, ¿por qué no habrían de patearlo en la cara repetidamente hasta dejarlo tan gravemente herido en el suelo, bañado en sangre, que le fue imposible a los médicos en el hospital salvarle la vida? El veredicto inapelable de un jurado, formado sólo por blancos, tan blancos como los jóvenes criminales, exoneró a los dos adolescentes criminales de todos los cargos graves que se les imputaban a raíz de la paliza que le propinaron al inmigrante indocumentado mexicano que le causó la muerte. Como una forma de disimular lo aberrante del veredicto, ambos fueron hallados culpables de agresión simple y podrían ser condenados a tan sólo uno o dos años de cárcel. Los acusados, blancos como la leche y sintiéndose tan superiores como en su tiempo se sintieron los encapuchados del Ku Klux Klan, se abrazaron tras la lectura de los veredictos, mientras sus amigos y sus familiares aplaudían. Por fin en el racista poblado de Pottsville le habían dado una lección histórica a esos perros mexicanos y al resto del mundo sobre quién es el que manda en esos lugares en donde predomina hoy al igual que hace muchas décadas el racismo propio de los esclavistas. Gladys Limón, abogada del grupo activista Mexican American Legal Defense and Education Fund (Fondo de Defensa Legal y Educación Mexicano Estadounidense) que asistió al juicio e informó a los familiares de la víctima del fallo, afirmó: “Hubo un fracaso completo de la justicia. Es indignante y muy difícil de entender cómo cualquier jurado pudo haber tenido una duda razonable de la culpabilidad de los acusados”.

Este veredicto ignominioso dado por un jurado compuesto en su totalidad por blancos anglosajones para absolver a dos jóvenes también blancos de los delitos agravados de homicidio cometido con toda la alevosía y ventaja que les fue posible me recordó una película famosa de antaño cuyo actor principal fue Gregory Peck, la película “Matar a un ruiseñor” (To kill a mockingbird), basada en una novela escrita por Harper Lee publicada en 1960 que le valió el Premio Pulitzer. La novela está inspirada en las observaciones de la autora sobre su familia y sus vecinos, como también en un incidente de la vida real que ocurrió cerca de su ciudad en 1936, cuando ella contaba con 10 años de edad. Aunque la novela trata sobre temas serios como la violación y desigualdad racial, la novela también es alabada por su calidez y humor. El padre de la narradora, Atticus Finch, ha servido como ejemplo de moral para muchos lectores y como modelo de integridad para los abogados. Un crítico explicaba el impacto de la novela diciendo, “En el siglo XX, Matar un ruiseñor es el libro más leído sobre el tema racial en norteamerica, y su protagonista, Atticus Finch, es el personaje de ficción más destacado de heroismo racial.” Los temas principales de Matar un ruiseñor comprenden la injusticia racial y la destrucción de la inocencia. Los estudiosos también han hecho notar que Lee también toca temas de clase, coraje y compasión, y de roles de género en el Sur nortemericano. El libro se utiliza ampliamente en las escuelas de países angloparlantes, junto con lecciones que enfatizan la tolerancia y condenan los prejuicios. A pesar de sus temas, Matar un ruiseñor ha sido objeto de campañas para eliminar su uso en las aulas de escuelas públicas. La historia transcurre a lo largo de un período de tres años durante la Gran Depresión en el viejo pueblo ficticio de Maycomb, Alabama. La narradora es Scout Finch, de seis años de edad, quien vive con su hermano mayor Jem y su padre Atticus, un abogado viudo de mediana edad. Jem y Scout traban amistad con un niño llamado Dill que está de visita en Maycomb durante el verano y que se hospeda en la casa de su tía. Los tres niños están aterrorizados y a la vez fascinados por su vecino “Boo” Radley quien posee un carácter huraño. Los adultos de Maycomb evitan hablar sobre Boo y muy pocos le han visto en años. Los niños alimentan su imaginación con rumores sobre las apariciones de Boo y las razones por las que permanece escondido, y elaboran fantasías y planes sobre como podrían incitarlo a que salga de su casa. Luego de dos veranos de amistad con Dill, Scout y Jem comienzan a recibir pequeños regalos que alguien coloca en un árbol próximo a la casa de Radley. Varias veces, el misterioso Boo les hace pequeños presentes a los niños, pero para desengaño de ellos, nunca aparece en persona.

A Atticus le encargan la defensa de un hombre de raza negra llamado Tom Robinson, acusado de violar a una joven mujer blanca llamada Mayella Ewell. Aunque muchos de los pobladores de Maycomb no están de acuerdo, Atticus acepta defender a Tom de la mejor manera posible. Otros niños se burlan de Jem y Scout a causa de la posición que toma Atticus, y lo llaman “amante de los negros”. Aunque su padre le ha advertido que no lo haga, Scout se encuentra tentada de defender el honor de su padre mediante una pelea. Atticus, por otra parte, debe enfrentarse a un intento de un grupo de hombres que quieren linchar a Tom. Scout, Jem, y Dill logran desbaratar esta amenaza cuando aparecen en la escena y logran que la turba se disperse al hacerles comprender la situación desde los puntos de vista de Atticus y Tom. Dado que Atticus no desea que los niños presencien el juicio de Tom Robinson, Scout, Jem, y Dill lo observan en secreto desde un balcón. Atticus logra probar que tanto Mayella como su padre Bob Ewell, el borracho del pueblo, mienten en sus acusaciones. También se comprueba que Mayella había estado realizando insinuaciones de naturaleza sexual a Tom cuando su padre la sorprendió. Aunque existe una evidencia considerable sobre la inocencia de Tom, el jurado lo encuentra culpable. La fe que Jem y Atticus tenían en la justicia se ve sacudida cuando Tom, condenado y desesperado, intenta escapar de la prisión y recibe un tiro.

Lo que ocurre en la novela Matar un ruiseñor, basada en un hecho de la vida real, no es muy diferente de lo que ocurrió cuando al igual que en la novela un jurado compuesto por blancos se niega a escuchar las evidencias y absuelve a dos jóvenes blancos de uno de los crímenes más horrendos que se pudieran haber cometido en esa comunidad. Si el muerto hubiese sido también un hombre blanco anglosajón, es muy posible que no sólo lo habrían encontrado culpable sino que lo hubieran sentenciado a la pena de muerte. Pero tratándose de un mexicano, un ser al que los racistas sureños e inclusive los no tan sureños consideran un sub-humano, la absolución de los dos jóvenes criminales estaba garantizada. De hecho podemos considerar que la decisión del jurado compuesto por blancos de la misma comunidad ya estaba tomada desde antes de que empezara el juicio. El juicio fue una farsa total, al igual que muchas otras cosas malas que ocurren en el vecino país del Norte.

Lo inaudito es que estas cosas continúen sucediendo en el tercer milenio, en 2009, a casi un siglo de distancia de los hechos descritos por Harper Lee en su novela Matar un ruiseñor, y a unos cuantos meses de que fue inaugurado como presidente un hombre de raza negra. Estas abominables manifestaciones de racismo seguramente se seguirán dando en los Estados Unidos porque los jóvenes asesinos anglosajones, orgullosos y felices de haber eliminado de suelo norteamericano a un sub-humano y habiendo sido exonerados del crimen, al igual que sus padres y al igual que el jurado de blancos que los absolvió le enseñarán a sus hijos los mismos valores con los cuales fueron creados, valores que tal vez aprendieron en las reuniones de los encapuchados de la orden del Ku Klux Klan en las que se placían en martirizar y linchar a los negros, valores que en forma extraña hacen convivir en sus adentros con el supuesto cristianismo que profesan, porque todos estos racistas que se consideran seres superiores con el derecho de esclavizar, explotar o discriminar a quienes no sean de raza blanca son individuos que van a misa a rezar todos los fines de semana, aunque lo más posible es que, como lo dice la misma Biblia, sus rezos “no llegan al cielo”, ni siquiera al techo de los templos en donde se congregan.

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