lunes, 28 de septiembre de 2009

Las injusticias de la vida

En una conferencia de prensa que dió el Presidente norteamericano John F. Kennedy en 1962, este pronunció una de sus frases más célebres por la que es aún recordado, “life is not fair“”, que se traduce como la vida es “injusta”. Esto se me vino a la mente por unos comentarios que virtió un abogado de nombre Javier Cuéllar bajo el título “Imitando al hijo pródigo”, en donde puso lo siguiente:

“Cuando cursan la secundaria las preferencias de las chicas no están con el jovencito de buena conducta y estudioso sino con el patancillo en ciernes, fumador prematuro y pendenciero que tiene las peores calificaciones y mantiene asolados a los demás; desde la óptica adulta, el peor prospecto. ¿La causa? ¿En qué consiste esa extraña atracción del pendenciero para las mujeres? No lo sé. Posiblemente se descubra años después cuando esas niñas son madres y se vuelquen en cuerpo y alma sobre sus hijos más porfiados, con desdén de los bien portados.”

“¿Les gusta la parábola del hijo pródigo? La verdad su sentido conductual es confuso. Ahí se premia al vástado derrochador e irresponsable, haciéndole una fiesta, recibiéndolo con mimos y con un anillo, matando en su honor el becerro más gordo con desprecio discriminatorio del hijo honesto, trabajado y leal. ¡Y la verdad yo no le voy a enmendar la plana a Nuestro Señor Jesucristo! Pero no le entiendo.”

“Sin embargo esta conducta de premiar al maldito e ignorar al virtuoso implica un sentido de contradicción con respecto a un criterio hipócrita de premiar lo bueno y reprimir lo malo, de que los buenos se van al cielo y los malos al infierno. Porque en ese pasaje bíblico se está obrando precisamente al contrario: se premia al malo y se castiga al bueno o por lo bajo, se le ignora. ¿Y esto no será frustrante y desalentador para el individuo que obra en bien?”

“Desde los más tiernos años en el hogar se repiten estas escenas, los padres dan más atención, mimos y cuidados al hijo mal portado, al berrinchudo, al que nunca obedece; y al buen chico, al probo y obediente sencillamente se le ignora. ¿Cuál es el mensaje? ¿Deben portarse mal para ser reconocidos? Y ya, actuando en la sociedad, tenemos que se le llama bueno al bobo. ¿Bueno? ¡Bueno de tarugo!”

“Esta reacción familiar y social de premiar de muchas maneras al malvado se aprende fácilmente y después tenemos reacciones. ¿Para qué estudiar? ¿Para ganar un sueldito de 8 o 10 mil pesos mensuales? Mejor pasan una buena carga de droga y se ganan en un día lo que honestamente se llevarían años.”

“Y ahí tenemos las consecuencias: una comunidad donde muchos de sus jóvenes han caído en las garras de los vicios y la criminalidad. Conductas perniciosas que alentamos desde nuestros propios hogares cuando no supimos recompensar el buen comportamiento y reprimir el malo e hicimos todo lo contrario. La impunidad no sólo es el mejor aliento que le podemos dar al delito sino que, en el hogar es el más pésimo ejemplo que le podemos dar a nuestros hijos. Todos quieren imitar al hijo pródigo, que al fin y al cabo no hay borlote.”

Esta desilusión manifestada por el Lic. Javier Cuéllar es tan solo uno de muchísimos y muchísimos ejemplos que podríamos encontrar sobre cómo las cosas suelen estar al revés en este mundo. Otro ejemplo de las injusticias de la vida lo tenemos aquí mismo en el Consulado norteamericano en la ciudad en la que habito, presuntamente el Consulado más grande de los Estados Unidos fuera de territorio norteamericano. Con el fin de poder inmigrar legalmente a los Estados Unidos, acuden a dicho consulado miles y miles de personas para pedir informes, siendo recibidos generalmente por algún funcionario con mala cara que les hace ver que es prácticamente imposible el poder inmigrar a los Estados Unidos a menos de que se cumplan tantos requisitos que la lista misma se antoja imposible de cumplir. Y a los pocos aplicantes cuyas solicitudes de inmigración aceptan en el Consulado, entre los muchos que rechazan, los tienen esperando año tras año mientras van envejeciendo, siempre muy derechitos, queriendo hacer las cosas legalmente porque los aplicantes no quieren romper ninguna ley, porque así los educaron en sus casas. Y el premio por querer ser honestos acatando todas las leyes y reglas impuestas por el Consulado norteamericano es una espera de años tras la cual es frecuente que venga el rechazo de la aplicación. Y en contraste con todos aquellos que nunca rompen la ley, que quieren inmigrar legalmente a los Estados Unidos acatando obedientemente todas las reglas y condiciones que les ponen, corriendo el riesgo de que su aplicación sea rechazada tras muchos años de espera, están aquellos que en socarrona violación a las leyes norteamericanas de inmigración simplemente se saltaron la barda ingresando a los Estados Unidos sin ningún papel, sin ningún pago de trámites, sin cumplir con ningún requisito, sin someterse a ningún examen médico. Y tras varios años de estar trabajando en los Estados Unidos, carcajeándose de las leyes migratorias de dicho país, carcajeándose del Consulado norteamericano en Ciudad Juárez y carcajeándose de los “idiotas” que esperan pacientemente su turno hasta que les toque su cita en el Consulado después de 10 o 15 años, ¿cuál es su castigo? Pues su “castigo” por romper la ley, su “castigo” por hacer aparecer al gobierno norteamericano y a su leyes como toda una idiotez, es una amnistía que les legaliza su situación permitiéndoles que sigan viviendo y trabajando en dicho país sin problema alguno, mientras que para los que han estado esperando no hay amnistía alguna y mucho menos alguna expeditación en sus tiempos de trámite por haber querido cumplir con las leyes del gobierno norteamericano. Esta amnistía ocurrió en los tiempos en los que Ronald Reagan fue Presidente, en 1986, pese a la oposición de prominentes Congresistas como el Senador Phil Graham que no jaló parejo con la aprobación de esa amnistía argumentando que con ella se premiaba a la gente por romper la ley. Si algo logró esa primera amnistía fue convencer a muchos de que la manera de inmigrar a los Estados Unidos no es cumpliendo un millón y medio de requisitos y someterse a todo tipo de exámenes y esperando pacientemente varios años para lo que puede terminar siendo una negativa y la peor desilusión de sus vidas, sino simplemente ingresando ilegalmente, saltarse las trancas, pitorrearse de todos los trámites legales, y empezar a trabajar de inmediato ilegalmente en los Estados Unidos mientras los que quieren hacer las cosas derecho siguen esperando. El resultado es que hoy en los Estados Unidos ya tienen unos diez millones de indocumentados que están exigiendo ya que les den cuanto antes una segunda amnistía, como si fuese un derecho al que tienen derecho después de tantos años después de haber estado violando la ley. ¿Y los que después de 1986 han estado esperando y siguen esperando pacientemente en estos momentos haciendo fila en el Consulado norteamericano para poder inmigrar legalmente a los Estados Unidos? ¿Esos qué? Para ellos no habrá ningún tipo de amnistía, no hay nadie que pida por ellos ante el Congreso norteamericano, los únicos que tienen voz son los que han violado la ley y están exigiendo la legalización de su residencia. Y si el gobierno norteamericano dá una segunda amnistía, lo más seguro es que propiciará una tercera ronda de centenas de millares de indocumentados que se cruzarán la línea divisoria rompiendo la ley con la esperanza de una tercera amnistía, y después la cuarta, y la quinta, y las que sigan, que al fin y al cabo el premio no es para el que se porta bien sino para el que se porta mal.

Poco tiempo después de que el Presidente Kennedy dijera que la vida es injusta, le tocó sufrir en carne propia los alcances de su propia máxima, ya que fue asesinado justo cuando estaba en el pináculo de su carrera política, cuando estaba casado con una de las mujeres más hermosas de Estados Unidos, y cuando estaba logrando todo a lo que cualquier norteamericano pueda aspirar a lograr en dicho país. Justo cuando había logrado llegar a la cima, la vida le arrebató todo de un solo golpe.

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