La gran mayoría de la población en México ya está enterada acerca de lo que son los políticos plurinominales. Se trata de esa casta “divina” de diputados y senadores cuyos nombres jamás aparecen en las boletas electorales. Nadie puede votar directamente por ellos precisamente porque jamás se someten al voto directo del pueblo a sabiendas (la mayoría de ellos) de que si hicieran tal cosa seguramente perderían al recibir en las ánforas electorales el repudio del pueblo. Los plurinominales son el resultado de un exceso de “partidocracia” en México mediante la cual los principales partidos políticos han llegado a un arreglo cupular para garantizarse a sí mismos una cuota segura de escaños y curules en el Congreso, un número apreciable de diputaciones y senadurías que se obtendrán de acuerdo a la proporción de votos que cada partido político reciba en las urnas. Es lo que ellos llaman la “representación proporcional”. En principio, los partidos mayoritarios tienen prácticamente garantizada una cuota de diputaciones y senadurías en el Congreso en virtud de que cuentan con lo que se llama el “voto duro” conformado por aquellos seguidores que siempre votarán mecánicamente por tales partidos sin tomar en cuenta su desempeño en el Congreso ni los beneficios que le hayan representado a la Nación, seguidores que siempre los apoyarán aunque entre su lista de candidatos se encuentren villanos a la altura del Lex Luthor (el archienemigo de Supermán), el Guasón (archienemigo de Batman), el Doctor Octupus (archienemigo del Hombre Araña) y Magneto (archienemigo de Los Hombres-X).
Además de que quienes llegan a ocupar una silla en el Congreso como resultado de una imposición plurinominal tienen garantizado el “fuero constitucional” que les otorga plena garantía de impunidad y la seguridad absoluta de que no serán aprehendidos por la policía aunque hayan cometido crímenes horrendos, además de percibir los altos salarios y prestaciones y exposición mediática que les otorga la diputación o senaduría a la cual llegaron como resultado de las cuotas plurinominales y no por el voto directo de nadie (ni siquiera el de ellos mismos), en virtud de su elevado y desproporcionado número en el Congreso tienen el poder para bloquear leyes que puedan ir en contra de sus propios intereses.
Para explicar mejor lo anterior, supóngase un “Congreso” conformado por los alumnos de una escuela secundaria en el cual hay cien “legisladores”, en uno de los ensayos que los maestros de la materia de enseñanza cívica acostumbran llevar a cabo como parte de la educación que le dan a los alumnos para que aprendan la manera en la cual se integra el Congreso. Supóngase ahora que hay una “ley” que urge aprobar, pero la cual afecta a los intereses de los plurinominales (por ejemplo, la propuesta para desaparecer a los plurinominales). Supóngase también que para que la ley pueda ser aprobada, se requiere de por lo menos las dos terceras partes de los votos de todos los pequeños “legisladores”. Si los legisladores plurinominales integran la tercera parte de los votos en el pequeño “Congreso”, basta con que los “representantes plurinominales” se unan en bloque para votar en contra de la propuesta de ley para poder obstaculizarla exitosamente impidiendo que pueda ser aprobada.
Bajo otro esquema matemático de aprobación de “leyes”, supóngase que para que una ley pueda ser aprobada se requieren no las dos terceras partes sino la mitad de los votos más uno. Supóngase también que hay 100 “legisladores”. Entonces, en una votación cerrada en la cual la cosa está pareja y hay un virtual “empate técnico”, basta con que uno solo de los “pluris” ejerza su voto a favor de un bando o a favor del otro para que la ley sea aprobada o rechazada. Si ese “pluri” vota en contra, entonces habrá 51 votos en contra y 49 a favor, y la ley será rechazada. Pero si ese “pluri” cambia de opinión y da su voto a favor, entonces habrá 51 votos en contra y 49 votos a favor, y de este modo en virtud de la acción de una sola persona que no llegó a su puesto por el voto directo del pueblo la ley será rechazada.
Bajo cualquiera de los dos esquemas, el problema está, desde luego, en que el voto de un diputado o senador plurinominal tiene el mismo peso a la hora de aprobar o rechazar leyes que el voto de un diputado o senador que llegó por el voto directo del pueblo y que por lo tanto sí representa al pueblo, sí representa a los electores que votaron por él, lo cual dicho sea de paso es precisamente lo que se llama “democracia”, un gobierno del pueblo y para el pueblo. Así, un plurinominal que no representa a nadie, literalmente hablando, tiene la misma fuerza y la misma voz junto con los mismos privilegios que alguien que tuvo que haber llegado a su curul o a su escaño conquistando directamente las simpatías de los electores, y en ciertas situaciones (ya se han dado muchas de ellas en el Congreso de México) un plurinominal tiene en sus manos el poder para decidir no lo que la mayoría del pueblo quiere (a través de sus representantes) sino lo que el plurinominal quiere atendiendo sus propios intereses.
Hay, sin embargo, una alternativa matemática para crear un contrapeso que reduzca el desmedido poder que tienen los plurinominales a la realidad de que son tipos que no representan a nadie más que a sí mismos (en principio, representan a sus partidos, pero ya se ha dado el caso en numerosas ocasiones de diputados y senadores plurinominales que han votado en contra de las propuestas de sus propios partidos.
La alternativa matemática consiste en que el voto de un diputado o senador plurinominal no valga lo mismo en el Congreso que el de un diputado o un senador por el cual los electores en sus propios estados votaron directamente después de una intensa campaña política. Y para el caso en el cual la mayoría se obtiene mediante las dos terceras partes de la votación, la alternativa justa consiste en que el voto de un plurinominal valga la mitad de lo que vale el voto de un verdadero representante popular.
De este modo, y en un esquema reducido a cantidades mínimas, en un “Congreso” escolar pequeño en el que haya cuatro legisladores, dos de ellos elegidos por el voto directo del “pueblo” y dos plurinominales, a los dos plurinominales les será imposible, matemáticamente hablando, el poder impedir uniéndose en bloque la aprobación de un nuevo y beneficioso proyecto de ley con el que los plurinominales no estén de acuerdo por afectarles sus intereses, en virtud de que si el voto de cada plurinominal vale la mitad de lo que vale el voto de un legislador que realmente representa al pueblo (y por lo tanto a los intereses del pueblo), aún uniéndose los dos plurinominales en contra entre ambos sólo lograrán totalizar un solo voto, que irá en contra de los dos votos de los otros dos legisladores. Esto da un total de tres votos, y al haber dos terceras partes de la votación a favor, la nueva ley será aprobada aún teniendo en contra todos los votos de los dos plurinominales. La única manera en la cual la ley puede ser rechazada es que los plurinominales, además de unir sus votos en un bloque sólido, convenzan a que uno de los legisladores auténticos les sume su voto a ellos, con lo cual obtendrían las dos terceras partes de los votos (los dos votos de los plurinominales sumado al voto del legislador que lograron convencer para sumarse a su bando en el asunto) y la ley sería rechazada. Pero en este último caso, los plurinominales no solo dependen de ellos mismos unidos en alianza indivisible tipo mafia sino que dependen también del voto de un legislador “verdadero” (no plurinominal) para poder prevalecer, y de este modo en cierta forma la votación refleja más el sentir del pueblo que lo que reflejaría la situación en la cual a cada plurinominal se le dá un voto (y voz) con el mismo peso en el Congreso que el voto de un legislador “verdadero”. Obsérvese que este modo de operación funciona aún cuando haya tantos legisladores plurinominales (dos) como legisladores enviados al Congreso por el voto directo del pueblo (dos), lo cual le dá mayor fuerza al pueblo en el Congreso en contra de los plurinominales presentándoles un contrapeso al cual no se pueden oponer los plurinominales aún uniéndose en bloque.
Aunque el esquema anterior supone un Congreso minúsculo integrado por cuatro legisladores (estudiantes de secundaria), el esquema sigue siendo igualmente válido si se aumenta todo proporcionalmente usando números mayores y aplicando los resultados de los análisis al mundo real. En un Congreso real que esté integrado por 400 legisladores, la mitad de los cuales sean plurinominales pero cuyos votos valgan la mitad, aún uniéndose en bloque les será imposible impedir, matemáticamente hablando, la aprobación de una ley que no les guste en lo personal, a menos de que “jalen” de su lado los votos de legisladores que sí llegaron a sus curules por el voto directo del pueblo, lo cual mete de inmediato más democracia en el asunto.
Naturalmente, si el voto de cada diputado o senador plurinominal en el Congreso vale la mitad de lo que vale el voto de un diputado o senador que llegó al Congreso gracias al apoyo directo del pueblo en las urnas, también sería perfectamente válido y legítimo esperar que cada diputado o senador plurinominal reciba la mitad del sueldo y la mitad de las prestaciones que reciben sus contrapartes en el Congreso, lo cual no representaría un gran sacrificio para los plurinominales tomando en cuenta los generosos emolumentos que actualmente reciben los legisladores. Aún si se cortaran sus percepciones y beneficios a la mitad, eso sería como quitarle un pelo a un gato; lo echarán de menos, pero no se morirán de hambre, máxime que ninguno de ellos gana el salario mínimo con el que se tienen que conformar muchos de los mexicanos que no gozan de tales ingresos y beneficios.
Lo mejor sería, desde luego, dar por terminadas todas las categorías plurinominales y terminar por transformar a México de una vez por todas en una verdadera democracia, sin parásitos plurinominales que se estén perpetuando en tales posiciones (saltando de una diputación plurinominal a una senaduría plurinominal y vicecersa) gracias a sus acuerdos secretos y trastupijes ocultos con los líderes de sus partidos que se encargan de meterlos en los primeros lugares de las listas plurinominales para garantizarles seguir enquistados en las redes de poder chupándole la sangre al pueblo. Pero en ausencia de una desaparición de los plurinominales, muchos mexicanos se darían por bien servidos si se les empieza a arrebatar poder y fortuna, reduciéndoles a los plurinominales la fuerza de sus votos así como sus percepciones y emolumentos a la mitad de lo que realmente valen; lo cual es quizá lo más justo que se pueda hacer con ellos, matemáticamente hablando.
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