La búsqueda del poder corrompe, al igual que la lucha por el poder, y la obtención del mismo poder puede hacer trizas la salud mental de quien lo obtiene porque el poder en sí corrompe a quien lo posee. Ni siquiera el mismo Sataniel, descrito en las tradiciones judeo-cristianas como el ángel favorito de Dios antes de su caída, pudo sustraerse a la tentación de poseerlo todo a cualquier precio. El mismo Napoleón Bonaparte, uno de los más brillantes estrategas militares del siglo decimonónico y el cual poseía un cociente intelectual muy por encima de lo normal, tratando de conquistar a Rusia y así coronarse como emperador de toda Europa terminó por sellar su propia caída con su ambición desmedida. cegado su raciocinio por el poder que ya poseía y sin alcanzar a disfrutar lo que ya poseía.
De acuerdo al académico Gabriel Zaid, la mayor parte de las personas abusan del poder, a cuya sombra se cometen los mayores crímenes. Los abusos del poder no sólo son injustos, dañan al que los comete. “Yo no quisiera, Calicles, padecer la injusticia ni cometerla. Pero, si tuviera que escoger, preferiría padecerla”. Platón expone estas ideas de Sócrates en Gorgias, y suenan más socráticas que la idea del filósofo rey, que le atribuye en La República. Kant prosigue esta reflexión en La paz perpetua. Dice que para el filósofo no es deseable ser rey, porque el poder atrofia la razón. Y proclama el “principio de publicación” o transparencia: Las acciones del Estado que no pueden ser publicadas son injustas.
Lord Acton (1834-1902) escribió memorablemente: Power tends to corrupt and absolute power tends to corrupt absolutely. Fue un gran historiador que no dejó libros, aunque se preparaba para escribir una ambiciosa Historia de la libertad. Además, fue un aristócrata victoriano, cosmopolita, políglota, muy prestigiado en los altos círculos ingleses y europeos por su notable personalidad y erudición (dejó una biblioteca personal de 80 mil volúmenes), miembro del parlamento por décadas, amigo y asesor del primer ministro Gladstone, profesor de la Universidad de Cambridge, editor de una revista, creador de la Cambridge Modern History y autor de artículos, discursos y reseñas. Pero lo más notable para el caso es que era un católico cercano al cardenal Newman y que su frase tenía como referente inmediato el poder eclesiástico. Su amigo, el historiador Mandell Creighton, que llegó a ser obispo anglicano, escribió una Historia del papado durante la Reforma sobre la cual quería la opinión de un historiador católico, aunque pensaba haber sido prudente.
Acton le dijo que se había pasado de prudente; que debió señalar el daño causado a la Iglesia en 1517 (cuando Lutero critica públicamente la venta de indulgencias) por el error de creer que todo se derrumbaría si la autoridad diera marcha atrás en cualquier punto. “Me decepcionó que no explicara usted lo que nunca he podido entender: cómo se estableció en Roma esa peculiar disciplina.” Más adelante, en la misma carta del 5 de abril de 1887, añade:
“No puedo aceptar su regla de que el Papa y el Rey, a diferencia de las demás personas, merezcan el supuesto favorable de que no pudieron hacer algo malo. Frente a cualquier autoridad, hay que suponer lo contrario, y más aún cuanto más poder tenga. La falta de responsabilidad legal, debe suplirse con la responsabilidad histórica. El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Las grandes figuras son casi siempre malas personas, incluso las que no tienen autoridad sino influencia, especialmente si considera usted la tendencia corruptora del poder y su efecto de hecho. Suponer que el poder santifica es la máxima herejía.”
Sócrates, Kant y Acton señalan un hecho común, aunque no automático (de ahí las salvedades: “la mayor parte”, “tiende a”). Pero no lo explican. ¿De dónde surge la tendencia corruptora? Desde luego, de las oportunidades, el secreto, la impunidad, la irrealidad de creerse por encima de todo, la complicidad activa o pasiva de los demás. Pero, en el fondo, de la doble personalidad. La corrupción sólo puede existir cuando alguien está investido de una representación que lo convierte en otro: una personalidad simbólica, que no necesariamente coincide con sus propios intereses, gustos, deseos, opiniones. El poder empuja al crimen, la locura, la corrupción, porque se presta a la confusión de identidades. Lo que Max Weber llamó patrimonialismo (la indistinción entre el erario y el bolsillo de los hombres de Estado) es sólo una de las confusiones posibles. Antes de ser rapiña, irresponsabilidad, injusticia, la corrupción es una impostura: intencionada o no, útil o no a los intereses de la persona que abusa del poder. La impostura puede ser simplemente mañosa, pero puede ser trágica: como una posesión de la otra personalidad, que se apodera de la persona física y la arrastra a creerse lo que no es. También puede ser cómica.
El poder tiende a corromper el sentido de la realidad, por eso atrofia la razón. La corrupción degrada a las personas que abusan de lo que representan, por el abuso mismo, no por los beneficios que reciben. Las degrada incluso cuando abusan “para salvar la institución” o la fe, que así destruyen. Simultáneamente, la corrupción degrada a los cómplices activos o pasivos y a toda la sociedad, destruyendo los significados y los símbolos.
A principios del siglo XVIII, Montesquieu y Kant propusieron otros dos principios útiles: la división de poderes (hoy puesta en práctica en las democracias contemporáneas con tres poderes independientes, el poder legislativo que se encarga de elaborar las leyes, el poder ejecutivo que se encarga de aplicar las leyes, y el poder judicial que se encarga de dirimir conflictos del orden judicial, en contraposición con la mentalidad de aquél rey francés que decía “el Estado soy yo” dando a entender que una misma persona podía elaborar las leyes, encargarse de aplicarlas a su antojo, y hacerla al mismo tiempo de juez) y la transparencia del Estado, que fueron reforzados con la crítica de Voltaire, la Enciclopedia, la literatura panfletaria y la prensa. Todos estos principios dicen lo mismo: No te aloques, no eres Dios. Te respetamos como persona y respetamos tu investidura, pero te vamos a ayudar a que no te creas lo que no eres.
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