miércoles, 29 de enero de 2014

Detroit: “¡Queremos inmigrantes!”

Todavía a principios del siglo pasado, la mentalidad de la sociedad norteamericana y de sus representantes en Washington reflejaba la siguiente actitud en relación a las oleadas de inmigrantes que estaba recibiendo Estados Unidos:

“Los pobres de Europa hicieron rica a Norteamérica”

Pero medio siglo después, al terminar la Segunda Guerra Mundial, esto había dado un giro de 180 grados, y en vez de una política de brazos abiertos la nueva actitud hacia la inmigración era:
“Esos inmigrantes que vienen de fuera sólo vienen a competir con ciudadanos norteamericanos por empleos bien pagados, solo vienen a quitarnos nuestros empleos. Hay que empezar a cerrarles las puertas y hacerles saber que ya no son bienvenidos”
La nueva actitud se vió reflejada en un endurecimiento de las leyes migratorias formalizado con la aprobación del Acta McCarren-Walter que impuso límites rigurosos a la inmigración que estaba llegando de todas partes del mundo, incluída Europa, con un sistema de “cuotas” para cada país y para el mundo entero que contabilizaba a los aspirantes a inmigrar como si fuesen cabezas de ganado. Posteriormente, los requisitos se endurecieron aún más con la nueva ley Immigration Reform and Control Act hecha ley en los tiempos en los que Ronald Reagan era Presidente de los Estados Unidos. Pero en los intervalos que tuvieron lugar entre estos actos legislativos, se fueron autorizando enmiendas en el Congreso que paulatinamente fueron cerrando aún más las puertas. Cada vez que había tiempos de recesiones económicas, se ponían nuevas trabas burocráticas y se endurecían todavía más los requisitos migratorios, pero ya después cuando volvían los tiempos de recuperación y prosperidad las nuevas trabas no eran removidas, quedaban en pie sin cambio alguno, de modo tal que, progresivamente, fue cada vez más difícil el poder inmigrar legalmente a Estados Unidos, casi imposible para muchos, a grado tal que el país que se jacta de ser una “nación de inmigrantes” empezó a dejar de serlo. Como era de esperarse, la inmigración europea de otros tiempos se convirtió en un simple recuerdo histórico de épocas que se fueron para no volver.

La xenofóbica mentalidad anti-inmigrante es precisamente lo mismo que en 1964 llevó al Congreso norteamericano a terminar de modo definitivo y fulminante con el Programa Bracero, con varios sectores de la sociedad norteamericana nutriéndose de estereotipos y adoptando la actitud de decir “no necesitamos para nada a esos asqueroros y malolientes mexicanos de piel café, a esos mexican greasers, para nuestras labores del campo; que se queden en México y que no se paren por aquí nunca más”. Eran los tiempos en los que organizaciones racistas como el Ku Klux Klan tenían mucha influencia y mucho poder, sobre todo en los estados sureños de la Unión Americana en donde todavía ondean con orgullo la bandera confederada que por muchos años fue el símbolo descollante de la esclavitud en Norteamérica y de la explotación del hombre por el hombre. Esta misma cultura se sigue reflejando hoy en día. Esta misma cultura se sigue reflejando en el Congreso norteamericano hoy en día, al mantenerse renuente a aceptar un restablecimiento así sea parcial del “programa bracero” pese a que últimamente se les han estado pudriendo cosechas en los campos agrícolas al no contar con suficientes “mugrosos y malolientes mexicanos de piel morena” para hacer las labores duras del campo que los nacidos en los Estados Unidos nunca han querido hacer. Para la buena suerte de México, las exageradas e irresponsables tasas de natalidad de otros tiempos en los que era normal para una familia cualquiera tener ocho o más hijos por familia están llegando a su fin, y con una tasa de natalidad promedio actual por familia que no excede de los tres hijos por familia y que sigue cayendo, México está a un paso de dejar de ser una fábrica de exportadora de aspirantes a indocumentados que se van ilusamente en pos de esa leyenda llamada “el sueño americano”.

Es pues, sorprendente, que medio año después de que el Acta de Inmigración McCarran-Walter se convirtiera en ley, apareciera publicada la siguiente noticia el 24 de enero de 2014 elaborada para la Associated Press por Jeff Karoub y David Eggert bajo el título “Busca Michigan atraer inmigrantes a Detroit”: “El gobernador Rick Snyder anunció que solicitará al Gobierno del presidente Barack Obama que habilite miles de visas de trabajo para atraer inmigrantes que vivan y trabajen en la ciudad de Detroit, sumida en una profunda bancarrota. En una conferencia de prensa ayer, el gobernador de Michigan dijo que busca 50 mil visas exclusivamente para Detroit a lo largo de un lustro. Las visas de trabajo no son asignadas por región ni por estado. Se otorgan a inmigrantes con títulos profesionales avanzados o que han demostrado habilidad excepcional en determinadas actividades. Snyder dijo a The Associated Press antes de la conferencia de prensa que una ‘oportunidad clave’ para acelerar la recuperación de Detroit es atraer inmigrantes autorizados. Dijo que la propuesta es un modo en que el gobierno federal puede ayudar sin necesidad de un rescate financiero. Snyder equiparó la idea a las exenciones ‘de interés nacional’ otorgadas a los médicos que acceden a trabajar en áreas necesitadas a cambio de la tarjeta de residente. Según la singular propuesta, una cuarta parte de las 40 mil visas EB-2 emitidas anualmente serían destinadas a dichos inmigrantes dispuestos a vivir y trabajar durante cinco años en Detroit, una ciudad conmovida por la mayor bancarrota municipal en la historia de los Estados Unidos cuyos vecindarios se han visto afectados por una prolongada merma de población. ‘Enviemos un mensaje a todo el mundo: Detroit, Michigan, está abierto al mundo’, dijo Snyder en su conferencia de prensa, un día después que respaldó planes de dedicar hasta 350 millones de dólares en fondos estatales para reforzar los fondos de pensión de Detroit e impedir la venta de objetos de arte valiosos en propiedad de la municipalidad. Snyder presentó el plan de inmigración en las oficinas de IDEAL Group, una compañía de manufactura y construcción en Detroit cuyo fundador es nieto de inmigrantes mexicanos. El alcalde Mike Duggan, miembros del concejo municipal y otros líderes comunitarios estuvieron presentes. En una entrevista el miércoles, el gobernador dijo a la AP que la propuesta no requerirá rescate financiero. ‘Esto involucra trabajar con reglas inmigratorias y límites de visas’, afirmó. ‘Existe un camino sin necesidad de dinero en efectivo para acelerar significativamente la recuperación de Detroit’. La portavoz de Snyder, Sara Wurfel, dijo que su gobierno planea presentar la solicitud innovadora al gobierno federal esta misma semana, de ser posible. El gobernador busca flexibilidad en una exención que permite a trabajadores extranjeros con una maestría o doctorado -o que hayan demostrado habilidades excepcionales en ciencias, negocios o el arte- venir a Estados Unidos si es ‘de interés nacional’. Snyder quiere ampliar la definición de interés nacional para aplicarlo al área geográfica de Detroit. Según el plan propuesto, Detroit recibiría 5 mil visas en el primer año, 10 mil en los tres años siguientes y 15 mil en el quinto año. Snyder está particularmente interesado en mantener a los estudiantes extranjeros en Michigan con títulos avanzados en ciencia, tecnología, ingeniería o matemáticas. ‘Muchos de ellos vienen a recibir sus títulos, les damos una educación de nivel mundial y después les decimos que se vayan’, afirmó.”

¿Pues no decían acaso en Estados Unidos que los extranjeros llegados de fuera eran un problema social porque competían contra los ciudadanos norteamericanos por empleos bien pagados contribuyendo con ello al desempleo de los ciudadanos nacidos en los Estados Unidos? ¿No se jactaban acaso de que Estados Unidos ya tenía dentro de su territorio toda la gente que se necesitaba para hacer cualquier trabajo y que ya no era necesario admitir más gente? ¿Acaso el Departamento de Trabajo (Department of Labor) no era el encargado de certificar que antes de que cualquier extranjero fuese admitido como inmigrante primero tuviese que demostrar a satisfacción del Departamento de Trabajo que en todo el territorio norteamericano no había absolutamente nadie que pudiese hacer su mismo trabajo?

Los resultados de ciertos experimentos sociales conducidos a gran escala no son obvios a primera vista. Antes de llevarse a cabo, las ideas en el papel parecen buenas; parecen tomadas de un mundo ideal, y que puestas en práctica conducirán a una ansiada utopía. Pero a lo largo no de años sino de décadas, conforme los resultados se van acumulando, eventualmente se va forjando un veredicto histórico cada vez más contundente. Tómese por ejemplo la famosa “guerra contra las drogas” emprendida desde los tiempos en los que Richard Nixon era presidente de los Estados Unidos. En aquél entonces parecía algo que se podía ganar si se ponía suficiente empeño en ello. Hoy, a varias décadas de distancia, se ha reconocido que esa guerra fue un rotundo fracaso, y se ha reconocido que no hay razón alguna para esperar que se obtenga en el futuro algún resultado diferente al resultado calamitoso que ya se ha obtenido. Tómese también el experimento del comunismo. A principio parecía algo casi ideal: una economía nacional planificada en todos sus detalles por el Estado, previendo cualquier posible falla en la marcha de la economía, una economía capaz de garantizar un empleo a todos los habitantes, o sea el ideal de cero desempleo que las economías basadas en esquemas capitalistas nunca han  podido lograr, una economía capaz de garantizar educación gratuita a cada quien de acuerdo a sus capacidades y libre de los ciclos perniciosos de prosperidad-recesión que caracterizan a las economías capitalistas. Hoy, a un siglo de distancia de la revolución bolchevique en Rusia, el experimento del comunismo ha sido ya declarado como un fracaso, los rusos quedaron arrepentidos de haber sido los conejillos de indias para tal experimento, y el único país del mundo en donde se mantiene el fracasado experimento del comunismo más como una dictadura de corte monárquico que como un esquema de colectivización de la riqueza es Corea del Norte.

Repudiando su pasado histórico, Estados Unidos empezó a estrangular el flujo migratorio del que en otros tiempos se enorgullecía. Este experimento ha estado en marcha desde hace casi medio siglo. Y cinco décadas después, el grito de auxilio que está dando el gobernador de Michigan pidiendo la habilitación de miles de visas de trabajo hace sospechar que el estrangulamiento casi total de lo que en otros tiempos era un flujo migratorio libre trajo consigo repercusiones no-anticipadas.

Una realidad actual que tiene que afrontar Estados Unidos en sus políticas demográficas es que la “vida útil” de la generación del baby boom está llegando a su fin. El “baby boom” está conformado por los centenares de miles de niños que empezaron a nacer al terminar la Segunda Guerra Mundial, esto como consecuencia directa del regreson de miles de soldados norteamericanos a la vida civil incorporándose como individuos que querían echar a andar sus propias familias. Fué un “pico” bastante pronunciado en las estadísticas que le dió al país un aumento súbito de población que no se esperaba. Eran los tiempos en los que la píldora anticonceptiva no existía, y aunque hubiese habido métodos anticonceptivos eficaces la expansión espectacular de la economía hacía suponer que cualquiera podía tener una familia del tamaño que fuese sin tener que preocuparse. Pero han transcurrido ya más de 60 años desde los tiempos del “baby boom”, muchos de los que nacieron en aquella época están empezando a jubilarse, se están retirando ya del mercado del trabajo, y hay millares de maestros, enfermeras, contadores, ingenieros, administradores, etcétera que simplemente están empezando a desaparecer del mercado laboral, y no ha habido otro “pico” estadístico como el que ocurrió en aquél entonces para proporcionarle a Estados Unidos los profesionistas y trabajadores que reemplazarán a los que se están yendo. En pocas palabras, no hay reemplazos suficientes para los niños del “baby boom”, y la política de puertas cerradas en cuestión migratoria no ayudará en casi nada a solventar la escasez.

Por otro lado, el problema que tiene ahora el gobernador de Michigan es que no será tan fácil revertir el daño que Estados Unidos se causó a sí mismo al ponerle una horca al libre flujo migratorio que antes había, porque al convertirse Estados Unidos en un país casi inaccesible a la inmigración legal, el resto del mundo se ha estado acostumbrando a no depender de los Estados Unidos como “válvula de escape”. Ha sido un largo proceso de aprendizaje, un proceso que ha tomado décadas, y fuera de algunos países latinoamericanos son pocos quienes consideran perder su tiempo probando su suerte para intentar inmigrar legalmente en los Estados Unidos.

Tómese por ejemplo el caso hipotético de un bioquímico con estudios de postgrado que vive en Suiza. Un profesionista con estas capacidades no vive mal en Suiza, de hecho vive muy bien, gana muy buen dinero y vive en un buen “chalet”. Vive rodeado de sus familiares, tiene como vecinos a amigos suyos que ha conocido de toda la vida, y el confort en el que vive no le pide nada al confort que podría aspirar a tener si se trasladase a los Estados Unidos. Por otro lado, ¿por qué razón habría de desarraigarse, abandonando a sus familiares y sus amigos, para trasladarse a vivir a un país en el que no conoce a nadie? Y lo más importante: Europa se encuentra en paz, no está sucediendo nada de lo que sucedió durante ese gran desastre europeo conocido como la Segunda Guerra Mundial, no existe la presión para emigrar hacia el otro lado del mundo para salvar el pellejo, y menos hacia una ciudad como Detroit que está en bancarrota. Y así como el bioquímico de Suiza, también en otros países europeos como Alemania, Gran Bretaña, Francia, Holanda, etc. no hay la presión que había en otros tiempos para emigrar a los Estados Unidos; es más, ni siquiera hay el interés. La consecuencia final es que, para fines prácticos, la inmigración europea masiva que “hizo rica a Norteamérica” ha llegado a su fin. Hay todavía algunos europeos dispuestos a emigrar a los USA, pero ya no como antes; eso se acabó.

En lo que toca al continente asiático, con China empezando a convertirse en una superpotencia mundial que está alcanzando ya o incluso rebasando a los Estados Unidos, no se anticipan en el futuro cercano oleadas de inmigrantes de China como las que había en otros tiempos que se fueron para no volver. Por su parte, Japón como país industrializado goza de un alto nivel de vida y tampoco hay mucha presión para emigrar hacia los Estados Unidos, además de que la política norteamericana de puertas cerradas a la inmigración asiática “educó” después de varias décadas de aprendizaje a los habitantes del continente asiático a no depender de los Estados Unidos como “válvula de escape”.

Esto deja a los países africanos como fuente potencial de “sangre nueva” inmigrante hacia los Estados Unidos, pero las barreras del lenguaje (no son muchos los africanos que dominan el inglés) así como las barreras educativas y las barreras de la distancia convierten a esta opción en una opción poco atractiva para ambas partes.

En esta misma bitácora, desde hace ya algún tiempo que se le lanzó en su lengua nativa a Jeff Sessions, un Senador anti-inmigrante, el reto de devolverle a México los 11 millones de indocumentados mexicanos en territorio norteamericano que Estados Unidos se niega a legalizar, invitándolo a que Estados Unidos le devuelva cuanto antes a México sus jornaleros, sus herreros, sus carpinteros, sus mecánicos, sus jardineros, sus nanas, sus electricistas, sus albañiles, sus plomeros, etc., y ¿por qué no? a otros mexicanos como Mario Molina (ganador del Premio Nóbel de Química) y los directores de cine Alfonso Cuarón (el creador de la cinta de largometraje “Gravity”) y a Guillermo del Toro, por nombrar unos cuantos. Que nos los devuelvan a todos, sin excepción, los necesitamos en México para que generen riqueza en México, no riqueza en los Estados Unidos. El Senador Jeff Sessions se ha quedado bien calladito sin dar respuesta al reto. Y aunque el gobierno norteamericano continúa deportando millares de indocumentados, no se le ve que tenga realmente las ganas de echar fuera de un solo golpe a todos los 11 millones de indocumentados que ya tiene, pero de los cuales se queja tener. El no llevar a cabo una deportación masiva de tal naturaleza no tendría nada que ver con las posibles consecuencias económicas para la ya de por sí debilitada economía norteamericana en caso de hacerse tal cosa. ¿O sí? Por otro lado, se le hizo la invitación a Jeff Sessions para que el Congreso norteamericano terminara de cerrar por completo las puertas a la inmigración legal bajando todas las cuotas de inmigración a un cero absoluto, sin excepciones. Sin embargo, no lo han hecho. ¿Pues no que Estados Unidos no necesitaba a nadie de fuera porque ya tenía entre su propia población toda la gente necesaria para hacer cualquier trabajo? Algunos congresistas ancianos de cabeza dura (los mismos que le fueron cerrando paulatinamente las puertas a la inmigración de todos tipos, legal e ilegal) insisten en que sólo se debe empezar a admitir gente de fuera en cuanto el desempleo en los Estados Unidos haya bajado a cero. Pero no se han atrevido a hacer tal cosa ni siquiera en tiempos de duras recesiones económicas. Y no ha habido un solo día en la historia de los Estados Unidos en el cual el desempleo haya sido igual a cero (y se duda que lo habrá). El no terminar de cerrar por completo las ya de por sí endurecidas puertas a la inmigración legal no tiene nada que ver con el temor no proclamado de que si se llega a hacer tal cosa ello sería el equivalente de ponerse un tiro directo en la cabeza. ¿O sí?

Por lo pronto, el gobernador de Michigan va a tener que patalear y chillar de impotencia, porque esa gente inmigrante que él quisiera que llegara de fuera para ayudar a rescatar a su ciudad y a su estado no va a llegar ni mañana ni pasado mañana. Y si el disfuncional Congreso norteamericano sigue atascado en pleitos y politiquerías de escaso valor, lo más probable es que los inmigrantes que el gobernador Snyder quisiera tener en su territorio no van a llegar nunca. Y en tal caso, tienen un verdadero problema entre manos que van a tener que cargar por un buen tiempo.



viernes, 24 de enero de 2014

La glorificación de un asesino

El 31 de enero de 1994, en la ciudad de Houston, Texas, el oficial de policía Guy P. Gaddis, quien llevaba dos años en la Policía de Houston, llevaba a Édgar Tamayo Arias y otro hombre desde el lugar en donde se había cometido un robo cuando, de acuerdo con las evidencias y los testigos que se presentaron posteriormente ante los tribunales, el oficial recibió tres disparos en la cabeza y en el cuello con una pistola que Tamayo había ocultado en sus pantalones. Con el conductor muerto, el auto se estrelló, y Tamayo huyó a pie junto con su acompañante, pero fue capturado a pocas cuadras, todavía esposado, con el reloj y el collar de la víctima inicial del robo.

Un error que cometieron los detenidos después de haber sido cometido el asesinato fue el tratar de huír del lugar de los hechos estando aún esposados. No se les ocurrió tratar de alcanzar la llave para liberarse de las esposas tomándola del policía que ya estaba muerto, de forma tal que no pudieron llegar muy lejos cuando otras patrullas acudieron al lugar de los hechos.

Tras llevase a cabo un juicio prolongado en donde Édgar Tamayo contó con defensa legal, un jurado estuvo deliberando los argumentos y las pruebas, encontrando a Tamayo culpable de haber cometido asesinato en primer grado en contra del policía Guy P. Gaddis, aplicándosele la sentencia que se imparte en Texas a un delito de esta naturaleza: la pena de muerte. A partir de este momento, y por 20 largos años, funcionarios mexicanos y los abogados de Tamayo estuvieron repitiendo como pericos que el sentenciado estaba protegido por una cláusula de la Convención de Viena sobre relaciones consulares, argumentando que la asistencia jurídica que garantiza ese tratado podría tal vez haber descubierto pruebas para posiblemente impugnar la pena capital por asesinato y evitar que Tamayo fuese condenado a muerte. En realidad, toda la defensa y las apelaciones se redujeron a la insistencia de que a Tamayo se le habían violado sus “derechos consulares” y que por ése solo hecho, por un tecnicismo legal, tenía que ser puesto en libertad. De que había asesinado a sangre fría al policía, de eso no había duda alguna en las mentes de los miembros del jurado que lo encontró culpable y lo condenó a la pena de muerte. De lo que se trataba ahora era de recurrir a una “chicana” de carácter semi-legaloide para obtener la exoneración del asesino.

Al irse acercando la fecha de la ejecución, con el caso retrasado por dos largas décadas al irse agotando apelación tras apelación tras apelación, como si hubiese habido una consigna dada a todos los medios mexicanos, muy en especial a las cadenas nacionales de televisión Televisa y TV Azteca, prácticamente no se hizo mención alguna de la verdadera víctima, el policía asesinado:




ni se entrevistó a ninguno de los familiares del policía asesinado para que diesen su opinión sobre el veredicto de culpabilidad emitido en contra de Édgar Tamayo así como su opinión sobre la pena de muerte ordenada como castigo en contra de Édgar Tamayo. En los medios de comunicación de México, los grandes ausentes en la cobertura de noticias fueron los familiares del policía asesinado, los cuales carecieron de existencia a la vez que se elevaba al asesino Tamayo a la categoría de una pobre e inocente víctima cuyo martirio injusto estaba fuera de toda proporción. Tampoco se le dió difusión en México a una carta escrita por Stephanie Gaddis, hija del policía asesinado, la hija que el policía nunca conoció porque fue asesinado hace 20 años cuando su hija aún no nacía, una misiva dada a conocer el 22 de marzo del 2013 cuando concluyó sus estudios de preparatoria, de la cual se extrae lo siguiente: “Hola papá, nunca había encontrado éste sitio de internet en el que tanta gente dice tantas cosas tan bonitas sobre ti, me hubiera gustado mucho conocerte. No he tenido ni siquiera la oportunidad de extrañarte pero puedo decir que te quiero mucho y que te debo todo lo que soy. Aun sin tu presencia aquí, te has asegurado de que mi madre y yo seamos cuidas, has aportado para todas nosotras ésta magnífica oportunidad de hacer algo de mí misma”. La joven destacó en la misiva que le encanta escuchar historias sobre su padre. “Todo mundo dice que tengo tus ojos, sueño constantemente contigo, son esos mis sueños favoritos”. Entre otros temas le señala que ha conocido a un chico del cual está enamorada, además le indica que le hubiera gustado que él lo conociera, pero sabe que la acompaña desde donde quiera que esté. Asimismo en el texto Stephanie destaca que Houston le hizo un homenaje, por lo que se siente orgullosa de que su padre hubiera sido un hombre tan honorable. Además resalta que cada vez que ve fotografías o imágenes suyas, siempre lo encuentra sonriente y cuando tiene un mal día le gustaría hablar con su padre porque sabe que siempre la hubiera escuchado con paciencia. “Ahora yo sé que puedo superar todo porque tú estás a mi lado protegiéndome. Te amo papá y gracias por todo”.

El policía asesinado siempre fue el gran ausente en los medios de comunicación nacionales de México, muy rara vez se mencionó o se trató de entrevistar a los familiares del patrullero (los cuales obviamente no tenían muchos elogios para el asesino  Édgar), y las pocas veces que se les llegó a mencionar ello fue como un simple y estorboso colofón.

El principal argumento usado desde un principio para tratar de salvarle la vida a Édgar Tamayo fue que no se le había informado de su derecho a recibir ayuda legal de la representación consular de México en los Estados Unidos ni se le había informado oficialmente a la representación consular de México en los Estados Unidos sobre la detención de Tamayo y su acusación del delito de homicidio. Sin embargo, este argumento omitió algo muy importante: el juicio de Tamayo no fue algo que tuviera lugar en algún punto distante del planeta en donde las autoridades consulares de México estuviesen ignorantes de lo que ocurría. Fue un juicio bastante público y bastante publicitado en los medios norteamericanos como para que ningún funcionario consular mexicano se hubiese enterado del asunto a menos de que nunca leyera las noticias ni en los periódicos ni en la radio ni en la televisión al grado de estar viviendo un caso extremo de sordera y ceguera. Al enterarse del juicio, y desde el primer día, la representación consular de México en el Estado de Texas se pudo haber puesto en contacto de inmediato con Tamayo o con los abogados defensores de Tamayo para ofrecerle asistencia legal consular. Pero deliberadamente no lo hicieron, fingieron demencia, precisamente para poder argumentar posteriormente ante la Corte Internacional de Justicia que a Tamayo se le habían negado sus “derechos consulares”.

Es importante aclarar que el Estado de Texas no es signatario de acuerdo alguno que lo obligue a acatar sin chistar todas las decisiones de la Corte Internacional de Justicia, ni tiene intención alguna de entregar la soberanía de su sistema judicial a un organismo extranjero que no responda a los deseos y mandatos de la ciudadanía texana. La creación de un organismo mundial no implica de manera automática que todas sus órdenes deban ser acatadas por todos los países del mundo; cada país individualmente tiene la libre opción de rechazar o acatar las órdenes y decisiones de un organismo tal, no estando obligado a postrarse de rodillas y postrar su soberanía de rodillas sin antes haberse comprometido por escrito a hacer tal cosa. Cuando un país firma un acuerdo para acatar las disposiciones de un organismo de carácter mundial volviéndose signatario oficial de dicho acuerdo, entonces su negativa a plegarse ante cualquier decisión de tal organismo lo pondría en la ilegalidad. Pero si no se ha firmado dicho acuerdo, no hay ilegalidad alguna. Cabe agregar que Estados Unidos no es el único país que no reconoce incondicionalmente la potestad absoluta de la Corte Internacional de Justicia, hay otros países que tampoco han firmado acuerdo alguno para entregarle su soberanía a dicho organismo.

Por lo tanto, y digan lo que digan los medios nacionales en México, el sistema judicial texano no incurrió en violación legal alguna ni desacato al no aceptar la decisión de la Corte Internacional de Justicia relativa a los “derechos consulares” de Édgar Tamayo. Es importante aclarar también que la Corte Internacional de Justicia no hizo jamás pronunciamiento alguno en relación a lo más importante: la inocencia o culpabilidad de Édgar Tamayo, eso ni siquiera fue analizado o puesto a discusión. El único pronunciamiento fue relacionado con los “derechos consulares” del acusado, lo cual no es una exoneración de la acusación del crimen del policía. Pero de lo que se trataba esta burda manipulación de los procesos judiciales era de mandar abajo el juicio y el veredicto en contra de Édgar Tamayo recurriendo a un argumento de tipo “legaloide”, a una “chicana”. Y es precisamente por este tipo de cosas por las cuales el Estado de Texas se ha rehusado a convertirse en un signatario de los acuerdos reconociendo la autoridad absoluta de la Corte Internacional de Justicia.

Mañosamente, los medios nacionales en México estuvieron ocultando el hecho de que a Édgar Tamayo, aunque no se le leyeron sus “derechos consulares”, sí se le leyeron tras su detención una vez cometido el homicidio sus derechos Miranda, o sea que fue informado que: (1) tenía el derecho de permanecer callado y que cualquier cosa que dijese podía ser usada en contra suya, (2) tenía derecho a ver a un abogado, y si no tenía dinero para pagar un abogado entonces tenía el derecho de que se le proporcionara en forma gratuita un abogado defensor de oficio. Ciertamente, la Convención de Viena de 1963, ratificada por 175 países -entre ellos Estados Unidos- señala que las autoridades penitenciarias deben velar por que el extranjero sea notificado de “los derechos que son suyos” y principalmente de “su derecho a informar a sus representantes consulares”. De su lado, el Consulado debe ofrecer ayuda y asistencia, visitarlo en prisión y representarlo ante los tribunales. Pero en la lectura de los derechos Miranda, implícitamente se da a todo detenido el privilegio de procurar cualquier ayuda legal incluída la ayuda de una defensa proporcionada por los funcionarios consulares de su país de origen. Y a menos de que el consulado se encuentre situado en el Polo Norte, nada impide que los funcionaros consulares al enterarse de la detención y la apertura del juicio, visiten al detenido para ofrecerle su ayuda. Fingir ignorancia para usarlo posteriormente como argumento legaloide denota mala fé de parte de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y todas sus representaciones consulares alrededor del mundo.

El hecho de que a Édgar Tamayo sí se le leyeron sus derechos Miranda en dos ocasiones distintas al ser detenido la noche del 31 de enero de 1994 (la primera ocasión leídos por el mismo oficial de policía Guy P. Gaddis al momento de ser arrestado Édgar Tamayo, y la segunda ocasión cuando fue arrestado por otros policías por el homicidio cuando intentaba escapar) fue ocultado mañosamente por la prensa mexicana.

El Consulado mexicano en Houston, aún sin haber recibido notificación oficial alguna de parte de las autoridades policiacas de Texas, pudo haber ofrecido y brindado ayuda en forma espontánea a Édgar Tamayo durante el juicio, al enterarse a través de los medios de lo que fue un juicio bastante público. Pero en caso de haber hecho tal cosa, la Secretaría de Relaciones Exteriores de México no podría haber argumentado ante la Corte Internacional de Justicia que no había estado enterada del caso de Tamayo. Abstenerse deliberadamente (e inclusive, actuando de mala fé) de intervenir activamente en la defensa de Tamayo ya sea en forma directa o a través de los abogados defensores de Édgar Tamayo proporcionó el pretexto “legal” (más bien, legaloide, con mera apariencia de formalismo legal pero sin contribuír en nada a la impartición de justicia) para tratar de anular posteriormente el juicio y la sentencia de algo que de cualquier manera ya estaba perdido.

Contrariamente a lo que se estuvo difundiendo en los medios de comunicación en México, las autoridades texanas lejos de oponerse a la intervención de las autoridades consulares mexicanas en la defensa legal de Édgar Tamayo se habrían mostrado en la mejor disposición de permitir tal cosa, porque ello le habría ahorrado una buena cantidad de dinero al sistema de justicia norteamericano al tener que absorber el gobierno de México por completo los costos de la defensa legal de Tamayo. En el Estado de Texas (y de hecho en todos los estados de la Unión Americana) si el acusado de un delito grave carece de recursos económicos para contratar un buen equipo de abogados defensores, entonces el Estado está obligado (lo quiera o no) a proporcionarle en forma gratuita una buena defensa legal al acusado (en México esta función está a cargo de los defensores de oficio). Y en casos de este tipo, la defensa legal puede ascender fácilmente a sumas millonarias e inclusive multimillonarias, con cargo al contribuyente norteamericano. El permitir que un Consulado, y por lo tanto un gobierno extranjero, absorba en su totalidad los costos de la defensa legal del acusado pagando hasta el último centavo, es algo que siempre es bienvenido por las autoridades texanas. Y por ley cualquier acusado puede decidir a quién escoge para que lo defienda (inclusive tiene la opción de tomar a cargo su propia defensa, lo cual con un desconocimiento de las leyes puede ser garantía de una derrota judicial contundente en contra del mismo acusado). Obviamente, el Consulado mexicano en Houston (y ultimadamente, la Secretaría de Relaciones Exteriores de México) no estaba dispuesto a desembolsar una cantidad extraordinaria de dólares para tratar de salvar a un homicida de su casi segura condena de culpabilidad. Era mucho más fácil (y mucho más económico) mantenerse alejado lo más posible del acusado dejándole a los medios de comunicación en México la tarea de estarlo glorificando como una víctima inocente mientras se restregaba una y otra vez hasta el cansancio de que a Tamayo se le habían violado sus “derechos consulares”, un argumento enclenque que no le devolvería la vida al policía asesinado por Edgar Tamayo.

Los apologistas de Édgar Tamayo también trataron de alegar infructuosamente que Édgar Tamayo no era mentalmente capaz, y por lo tanto no era elegible para la pena de muerte, pero todas las instancias de apelaciones rechazaron el argumento pueril de que un “tontito” no es responsable de los crímenes que cometa por el solo hecho de ser un “tontito”, y ciertamente Tamayo por la habilidad que demostró en estar manipulando desde su celda carcelaria todos los recursos mediáticos que pudo para escapar de su condena comprobó que no tenía nada de “tontito”, y por el contrario se trata de un tipo que se quiso pasar de listo. Fingirse “tontito” o “loquito” para escapar una condena de muerte no es algo que pueda ayudar mucho al condenado, sobre todo en un lugar como el Estado de Texas.

El asesino glorificado por los medios nacionales en México y por las mismas autoridades mexicanas así como por centenares de organizaciones que se proclaman como derecho-humanistas era un delincuente hecho y derecho, de eso no hay duda alguna. El asesinato cometido la noche del 31 de enero de 1994 era su segundo delito llevado a cabo esa noche. El primer delito consistió en el robo que cometió con violencia en contra de otra persona, el mismo robo por el que fue detenido Édgar Tamayo por el oficial Guy P. Gaddis. Aparentemente no hubo ningún medio de comunicación en México que mencionara siquiera el nombre de esa persona asaltada que había solicitado el auxilio de la policía tras el robo cometido por Tamayo, y mucho menos que publicara la fotografía de esa primera víctima. ¿Y los derechos humanos de esta persona asaltada en dónde quedan? Hay quienes señalan que es muy posible que Édgar haya cometido muchos delitos más en la Unión Americana antes de que se le acabaran su suerte y su carrera delincuencial en el primer mes de 1994. Como también es muy posible que haya emigrado de su estado natal Morelia hacia los Estados Unidos tras haber cometido uno o varios asesinatos en México, creyendo que por no haber recibido en México su justo castigo también en Estados Unidos se podía salir con la suya y continuar viviendo en la impunidad cometiendo delitos de todo tipo.

Aunque en México se estuvo publicitando en todos los medios nacionales que la aplicación de la pena de muerte a Édgar Tamayo era un acto de barbarie, una aplicación del salvajismo brutal de la fuerza del Estado, de acuerdo a la Ley del Talión que dice “ojo por ojo, diente por diente” (el castigo aplicado debe ser proporcional en severidad a la magnitud del delito cometido, o sea que tan injusto es aplicarle una pena de veinte años de prisión a un individuo por haberse robado una pieza de pan para mitigar su hambre como en el caso de la novela Los Miserables de Víctor Hugo como imponerle una multa de cinco dólares a un culpable de los delitos de secuestro y violación) a Édgar Tamayo no se le aplicó más que un castigo equiparable a la magnitud de su crimen. Los defensores de la pena de muerte argumentan que Tamayo arrebató una vida, y por lo tanto se le había condenado a dar por terminada la suya propia pagando con su vida el haber arrebatado una vida.

En México, el asesinato de un policía no acarrea la pena de muerte. De hecho, si la misma persona mata a cien o mil policías, ello no le acarrea la pena de muerte, lo cual simplifica mucho las cosas a quienes delinquen, e inclusive abarata el costo de una ejecución a grado tal que en algunas partes de México una vida no se cotiza en más de unos mil pesos (unos cien dólares) bajando la tarifa por el servicio hasta unos trescientos pesos si el sicario contratado anda de buen humor. Eso es lo que vale una vida en México, en donde no existe la pena de muerte.

Los detractores de la pena de muerte argumentan que dicho castigo no sirve como medida disuasiva en contra de la comisión de homicidios. Pero si esto es cierto, ¿cómo explican el hecho de que, al mismo tiempo de que durante el sexenio del presidente Felipe Calderón, Ciudad Juárez (en donde no existe la pena de muerte) se convirtió en la ciudad más peligrosa del mundo entero (de acuerdo a las estadísticas), su vecina inmediata, la ciudad de El Paso en Texas (en donde sí existe la pena de muerte) era clasificada como la ciudad más segura de toda la Unión Americana? Y la ciudad de El Paso no está situada a varios kilómetros de Ciudad Juárez, ambas ciudades son vecinas inmediatas, comparten una frontera común, pero sistemas judiciales distintos. (A principios de 2014, y por cuarto año consecutivo, la ciudad de El Paso fue nombrada como la ciudad más segura de los Estados Unidos, según un estudio realizado por la firma de análisis demográfico CQ Press.)

En México, una mayoría de mexicanos han estado consistentemente a favor de la pena de muerte. Pero pese a que México se jacta de ser una democracia representativa, ello no se refleja en las leyes que se elaboran en el Congreso porque en el poder legislativo en México mandan las minorías, no las mayorías, son unos cuantos los que mandan y dan las órdenes y son las mayorías las que obedecen.

No se enfatizó en los medios nacionales mexicanos el hecho de que cuando Édgar Tamayo asesinó al policía él se encontraba ilegalmente en los Estados Unidos en calidad de indocumentado, de que se le hizo fácil violar las leyes migratorias norteamericanas. Pero su verdadero error, además de haber cometido el crimen, fue el haber creído que al igual que como ocurre en México, se podía matar a un policía sin tener que terminar pagando el crimen con la propia vida.

Algunos policías del Estado de Morelos que rehusan ser identificados por temor a las represalias ante las olas de apoyo promovidas en México a favor de Édgar Tamayo han manifestado sus fuertes sospechas de que la verdadera razón por la cual Édgar Tamayo emigró como indocumentado hacia los Estados Unidos fue porque en su estado natal Tamayo estuvo involucrado en otros asesinatos y temía que las investigaciones policiacas que se estaban emprendiendo pudieran llevar hacia su captura. Si estas sospechas son ciertas, y bien podrían serlo, entonces Tamayo cuando arribó en los Estados Unidos distaba mucho de ser una blanca paloma, ya estaba bastante maleado. Lo que sí es un hecho es que su madre, quien siempre defendió a su hijo a capa y espada, no le inculcó a su hijo los valores necesarios para convertirlo en una persona de bien alejada de problemas con la ley, como tampoco tuvo la fortaleza espiritual para comunicarse por vía telefónica con la madre y los familiares del policía asesinado para ofrecerles sus disculpas por lo que hizo su hijo Édgar Tamayo. Si en vez de estarlo mimando y consintiendo en todo tapándole todas sus fechorías le hubiera dado sus buenas nalgadas desde un principio, tal vez Édgar Tamayo estaría aún con vida trabajando en un empleo honesto.

Las leyes del Estado de Texas no estipulan en ninguna parte que a un detenido de origen mexicano se le lean sus “derechos consulares” ni que a un detenido originario de Paquistán se le lean sus “derechos religiosos” y así por el estilo (los policías en el Estado de Texas y no sólo ellos sino también los policías en muchos otros países del mundo como México no están obligados a ser expertos en la materia de Derecho Internacional ni a tener conocimiento de los “derechos consulares” o los “derechos religiosos” o los derechos de lo que sea de cualquier individuo originario de cualquier parte del mundo, ellos sólo están obligados a llevar a cabo su labor en base a las leyes en vigor en el Estado de Texas, y punto).

De cualquier modo, para remover pretextos de carácter legaloide que sólo buscan que los asesinos de otros países sean puestos en libertad alegándose violación a los “derechos consulares”, en el Congreso de los Estados Unidos se ha estado discutiendo la aprobación de lo que se conoce como el Acta de Cumplimiento de Notificación Consular, aunque esto no significa que la pena de muerte vaya a ser derogada en estados como Texas, y aún si este recurso estuviera aprobado es dudoso que le habría sido de alguna ayuda a Édgar Tamayo, culpable al fin y al cabo de haber asesinado a un policía norteamericano. Y Estados Unidos no es el único país en el que se aplica la pena de muerte; hay otros países como China y Arabia Saudita en donde las autoridades no se tientan el corazón para aplicar la pena máxima a quienes se hayan hecho acreedores a ella por delitos considerados como graves.

Glorificado en los medios nacionales mexicanos como un pobre chivo expiatorio sin culpa alguna (como ocurre cada vez que un mexicano se encuentra a unos cuantos días del patíbulo en la Unión Americana), Édgar Tamayo no fue condenado a la pena de muerte por un gobernador texano caprichoso y malintencionado actuando de mala fé y actuando al mismo tiempo como juez, jurado y verdugo, predispuesto por un racismo xenofóbico en contra de los inmigrantes indocumentados mexicanos. Tamayo tuvo su juicio en los tribunales, en donde sus abogados defensores tuvieron la oportunidad para presentar todo tipo de pruebas en defensa de Tamayo, y el caso fue juzgado por un jurado compuesto por doce ciudadanos escogidos cuidadosamente de entre la población.

Contrario a lo que muchos suponen, en la Unión Americana no es tan fácil obtener en un juicio un veredicto de culpabilidad que conlleve la pena de muerte. Los miembros del jurado saben que tienen una vida en sus manos, y son los principales escépticos de las pruebas presentadas. Si los argumentos de la fiscalía no son convincentes, no vacilarán en echar por la borda las acusaciones. Si la fiscalía de Texas obtuvo un triunfo, fue porque presentó argumentos convincentes, empezando por las declaraciones del otro detenido, Jesús Mendoza, quien testificó en contra de Tamayo acusándolo del homicidio, mientras que un titubeante Édgar Tamayo simplemente se limitaba a decir que por estar “pasado de copas” no recordaba nada de lo sucedido.

El juicio en el que un jurado ciudadano encontró a Édgar Tamayo culpable de haber asesinado al policía a sangre fría no fue la única oportunidad que tuvo Tamayo para demostrar su inocencia y salvarse del patíbulo. De inmediato y en forma automática (como ocurre en todos los casos en donde hay una sentencia de muerte) el veredicto fue enviado a un tribunal de apelaciones, en donde después de una revisión cuidadosa y exhaustiva del expediente para encontrar posibles irregularidades así como de las pruebas y alegatos presentados, el veredicto de culpabilidad quedó en pie. Y tras esto se recurrió a una nueva apelación. De hecho, desde 1994 hasta 2014 (veinte años, dos décadas) hubo varias apelaciones, se le dieron todas las oportunidades que ciertamente Tamayo no le dió al policía. Y la conclusión fue siempre la misma: culpable. Horas antes de la ejecución, la Junta de Perdones de Texas le negó clemencia a Tamayo, y del gobernador texano Rick Perry jamás se esperó que hiciera a última hora un indulto que le habría volteado a la población texana en contra suya.

La insistencia de los medios de comunicación en México en tratar de impedir mediáticamente desde México que se llevara a cabo la ejecución de Édgar Tamayo, así como la insistencia del gobierno de México en impedir por todos los medios a su alcance (excluyendo el pagarle una defensa legal contratando uno de los mejores y más caros bufetes de abogados que pudiera haber en la Unión Americana) la aplicación de la pena de muerte, y la insistencia de organismos como la Comisión Nacional de Derechos Humanos, así como la intervención (en algunos casos no pedida) de una plétora de organismos no-gubernamentales defensores de los derechos humanos interviniendo a favor de Édgar Tamayo, contribuyeron en conjunto a convertir su caso en un conflicto diplomático serio dándole una importancia a Tamayo que él mismo antes del crimen jamás hubiera creído que se le hubiera dado en vida convirtiéndolo en una cause celebre. En efecto, de ser uno entre el montón, pasó a ser un personaje famoso con una celebridad digna de las grandes estrellas de Hollywood, situado a la par con los grandes próceres de México, elevado casi a la categoría de héroe nacional merecedor de elogios y alabanzas oficiales de todo tipo.

Lo único que faltó en la defensa del felón Édgar Tamayo (en Texas el asesinato de un policía está legalmente clasificado como una felonía) fue tratar de echarle la culpa a la víctima, al patrullero inmolado (en casos perdidos como un famoso caso, el de los hermanos Menéndez, los abogados defensores suelen recurrir a estas tácticas de honorabilidad dudosa con tal de lograr salvar a sus defendidos del patíbulo), porque si el policía no hubiera arrestado a Tamayo entonces Tamayo no se habría visto en la penosa necesidad de tener que matar al patrullero para intentar salvarse a sí mismo. O intentar echarle la culpa a la primera víctima, a la persona a la cual robó sus pertenencias, porque si esa persona se hubiera quedado callada sin denunciar el robo ante la policía entonces el patrullero Gaddis no habría acudido a atender la denuncia y Tamayo no se habría visto en la penosa necesidad de tener que matar al patrullero. O sea, todos los demás culpables, menos el verdadero culpable. En rigor de verdad, todas estas argumentaciones de defensa son tan peregrinas y tan idiotas como el argumento de la “violación de los derechos consulares” que en vez de enaltecer la profesión de la jurisprudencia terminan desacreditándola haciendo que muchos terminen perdiendo la fé en la justicia humana cuando tales trapacerías triunfan en lograr que el culpable escape su merecido castigo.

Dándole una importancia que no le concede a sus propios gobernados en el Estado de Morelos, el gobernador Graco Ramírez intervino personalmente en el asunto de Édgar Tamayo enviándole un oficio a su homólogo el gobernador texano Rick Perry pidiéndole el indulto y la liberación inmediata de Tamayo, a lo cual obtuvo una respuesta enviada por la portavoz del gobernador texano, Lucy Nashed, dada a conocer el 7 de enero de 2014, en donde le dijo: “Hemos recibido su carta. No importa de dónde sea la persona, si alguien comete un crimen despreciable como éste en Texas, queda sujeto a nuestras leyes estatales, incluyendo un juicio justo con jurado y la pena máxima”.

Con mucha publicidad informativa, se estuvo gritando en los medios nacionales de México a los cuatro vientos que la ejecución de Édgar Tamayo sería una violación flagrante y brutal a sus derechos humanos, y con tal argumento la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México metió su cuchara en el asunto exigiendo al gobernador Rick Perry la anulación de la pena de muerte en contra de Tamayo. Sin embargo, el policía asesinado también tenía sus propios derechos humanos, los cuales fueron violados por Édgar Tamayo.

Como si la intervención de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México metiendo su cuchara en un asunto fuera de su jurisdicción no hubiera sido suficiente, y bajo la presión de los medios de comunicación en México así como del mismo gobierno mexicano, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos exigió el 17 de enero de 2014 a Estados Unidos suspender la ejecución y soltar al homicida poniéndolo en libertad, llegando incluso al extremo inaudito de solicitar una “reparación efectiva del daño” derivado de la violación de los derechos humanos que supuestamente padeció Édgar Tamayo en su proceso judicial (la Comisión Interamericana de Derechos Humanos no tiene jurisdicción legal alguna dentro de los Estados Unidos).

En los días inmediatos previos a su ejecución, Édgar Tamayo estuvo despotricando en contra de las autoridades consulares de México en Houston manifestando estar disgustado por el hecho de no haber recibido ayuda de los funcionarios consulares durante su juicio, pero nunca quiso aceptar la idea (o nadie quiso informarle) que la gran ausencia de las autoridades consulares de México durante el juicio de Tamayo fue algo planificado precisamente para forzar su liberación recurriendo a argumentos legaloides, ya que la presencia de las autoridades consulares de México en el juicio de Tamayo hubiera echado a perder el argumento infantil de que se le había negado obtener ayuda consular mexicana durante su proceso legal. Siendo verdaderamente culpable del crimen, la única esperanza que tenía el asesino era de que el juicio en su contra se mandara abajo recurriendo a tecnicismos legales, a “chicanas”.

Tanto la Corte Federal para el Distrito Oeste de Texas como la Corte de Apelaciones Criminales de Texas rechazaron el pedido de clemencia e indulto de los abogados defensores así como la oposición diplomática de México así como la presión mediática de los medios de comunicación de México que a las autoridades texanas ni siquiera les hacen cosquillas.

Ya no hubo tiempo, por lo apretado de sus agendas, para tratar de convencer al Papa Francisco y al Secretario General de las Naciones Unidas para trasladarse en persona hasta Texas para presionar al gobernador Rick Perry pidiéndole conceder el indulto y la libertad a Édgar Tamayo, pero seguramente esto fue algo considerado seriamente por la gente que labora dentro de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México.

Aunque el argumento infantil, casi estúpido, de la “violación de los derechos consulares” de Édgar Tamayo para obtener su exoneración y liberación, estaba condenado al fracaso, ello no quiere decir que de vez en cuando se cometan trastadas en el sistema judicial norteamericano en las cuales los culpables queden en libertad usando en su defensa argumentos que rayan en lo increíble. Uno de tales casos es el de la “defensa Twinkie”, en el cual el acusado de un homicidio obtuvo su libertad echándole la culpa a una barrita de dulces “Twinkie” alegando que el haber comido esa barrita de dulce lo había predispuesto al crimen y por lo tanto era inocente. Otro caso parecido y más reciente es el de un junior norteamericano de clase acomodada de nombre Ethan Couch, de Keller, Texas, acusado de manejar borracho un carro deportivo matando a varias personas en su loca carrera y que obtuvo su libertad argumentando que era inocente porque era “demasiado rico” y por lo tanto no estaba plenamente consciente de la diferencia entre el bien y el mal a causa de la gran fortuna de sus multimillonarios papás. Pero tratándose del asesinato de un joven policía, la situación se vuelve tan repugnante que la sentencia de culpabilidad y la condena a la pena de muerte están prácticamente garantizadas sin importar la cantidad de chicanas y maniobras legaloides que los abogados defensores intenten meter durante el juicio así como posteriormente en el curso de las apelaciones.

La ejecución de Édgar Tamayo estaba programada para ser llevada a cabo el 22 de enero de 2014 a las 5:00 P.M. en la prisión de Huntsville en Texas. Pero todavía a última hora, faltando pocos minutos para su ejecución, la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos intervino deteniendo la ejecución para revisar el expediente por última vez desde la más alta autoridad judicial que pueda haber en dicho país, dando lectura cuidadosa a todos los alegatos presentados por los abogados defensores. La respuesta que dieron los ministros de la Suprema Corte (en la cual hay una ministra de origen hispano) fue contundente: “La presunta violación de los derechos consulares de Tamayo, al cual se le leyeron sus derechos Miranda en dos ocasiones distintas, no lo exonera del asesinato del policía como tampoco le devuelve la vida al policía inmolado. Si la madre de Édgar Tamayo se enfermó del corazón, si lo tuvieron a pan y agua en la prisión, si fue insultado por los guardias y otros reos, tales cosas no lo exoneran del crimen ni le van a devolver la vida al policía que murió en el cumplimiento de su deber”.

Antes de ser ejecutado a las 9:32 P.M. tras el rechazo contundente de la Suprema Corte de Justicia negándole en forma categórica y terminante la suspensión de la ejecución, Édgar Tamayo pidió que se le diera de comer arroz con chuletas de puerco, vegetales verdes y café, deseo que le fue concedido (previamente ya había comido dos bolsas de papitas fritas).

Al final de su vida, Édgar Tamayo se comportó como un cobarde. En vez de confesar abiertamente su crimen y decir: “pido y ruego el perdón de los familiares del policía que maté, y acepto el castigo que se me ha impuesto para pagar el daño irreparable que le ocasioné a la sociedad”, desde su celda de prisión pataleó hasta el último momento permitiendo que los medios de comunicación en México lo estuviesen glorificando e hizo cuanto pudo para impedir que se le aplicara la pena de muerte, porque si bien él no tuvo ningún reparo en causarle la muerte al policía porque la vida del oficial no le valía absolutamente nada, en cambio consideró que causarle la muerte a él mismo era un crimen de lesa humanidad, algo que no se debía llevar a cabo por ningún motivo porque su propia vida sí era muy preciosa (para él mismo). Lo realmente lamentable es que la ejecución del asesino no le devolvió la vida al policía que mató, simplemente emparejó el homicidio del policía con un castigo equiparable en la balanza de la justicia. Y eso es precisamente lo que representa la balanza de la justicia: la ley del Talión.

Entre las personas cuya existencia fue ocultada deliberadamente por los medios audiovisuales de comunicación en México está Gayle Gaddis, la madre del policía asesinado, a la cual Édgar Tamayo no tuvo el valor de voltear a verla al llevarse a cabo la ejecución pese a que la tenía a unos cuantos metros de distancia, y la cual dijo: “Me da gusto que se haya terminado esto y mi corazón destrozado se siente mejor”. Nada de esto fue radiado ni por Televisa, ni por TV Azteca, ni por Milenio Televisión ni por ninguna otra cadena nacional, en línea con el “script” de no transmitir por televisión nada que pudiera ocasionar alguna animadversión hacia el homicida volteando las miradas de compasión hacia las verdaderas víctimas. Mientras moría, Tamayo nunca miró hacia la madre del policía asesinado.

Había decenas de policías y simpatizantes del patrullero muerto que aceleraban sus motores fuera de la prisión antes de que dejaran ingresar a los testigos dentro de la cámara de muerte.

Tras la ejecución, el cuerpo del asesino fue recogido por empleados de la casa funeraria Carnes para ser velado, con todos los gastos pagados (en dólares) por el gobierno de México. Pocas horas después, el presidente Enrique Peña Nieto hablando desde Suiza en donde se encontraba atendiendo el Foro Económico Mundial de Davos manifestó su más enérgica protesta por la ejecución del asesino, diciendo que la ejecución generaba “un mal precedente en la aplicación de la justicia”. Lo mismo fue repetido por el Secretario de Relaciones Exteriores, José Antonio Meade, quien dijo “lamentamos profundamente la decisión de Texas de ejecutar a Édgar Tamayo”. Hasta la Unión Europea fue conminada a hacer escucharse, mediante un comunicado emitido por la jefa de diplomacia del bloque europeo, Catherine Ashton, también lamentando “profundamente” la ejecución de Édgar Tamayo afirmando que “la pena de muerte es cruel, inhumana e irreversible, y su abolición es esencial para proteger la dignidad humana”. Lo mismo se puede decir del asesinato del patrullero de Houston, el cual fue cruel, inhumano e irreversible. Días después de la ejecución el cadáver estaba listo para ser repatriado en avión a México (gastos de traslado también pagados por el gobierno de México) para darle un cortejo fúnebre en grande encabezado personalmente por el gobernador Graco Ramírez y otros funcionarios de primer nivel con el féretro cubierto con la bandera nacional y bandas de guerra dando solemnidad musical al entierro en medio de llantos, ofrendas florales y declamación magistral de poemas propios para la ocasión. Se empezó a hablar incluso sobre la posibilidad de eregirle estatuas y monumentos honrándolo como si hubiese sido un verdadero héroe nacional en vida, poniéndole su nombre a varias calles, avenidas y parques públicos de México y hasta bibliotecas, escuelas públicas y hospitales, honrándolo… ¿Como un ejemplo a seguir?

Ya no hubo tiempo, por lo apretado de sus agendas, para tratar de convencer a jefes de Estado de otros países así como al Papa Francisco y al Secretario General de las Naciones Unidas de que se trasladasen hasta Morelia para estar presentes en las honras fúnebres y el entierro de Édgar Tamayo encabezando un gran desfile popular de “desagravio”, pero seguramente esta idea por descabellada que parezca fue algo considerado seriamente por la gente que labora dentro de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México. De cualquier modo, se daba por hecho que en las exequias del homicida estarían presentes el gobernador de Morelos, Graco Ramírez, representantes del gobierno federal de México incluyendo desde luego a representantes de la Secretaría de Relaciones Exteriores así como representantes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y muchos otros organismos gubernamentales así como organismos no-gubernamentales (ONGs) que acudieran a las honras fúnebres para estar denunciando el castigo aplicado a Édgar Tamayo como “un asesinato injusto, cruel, inhumano, atroz, inaudito, fuera de toda proporción, un acto de barbarie propio de trogloditas salvajes”. ¿Y el policía asesinado? A ése ni mencionarlo siquiera para no echar a perder la “fiesta”.

No todos los mexicanos son defensores o simpatizantes de homicidas, y por el contrario, muchos mexicanos, demasiados quizá, han sido víctimas de la enorme ola de inseguridad que azotó a México durante el período en que gobernó al país el presidente Felipe Calderón. Tampoco todos en México estuvieron de acuerdo con el denigrante espectáculo circense en el cual se pretendió obtener mediáticamente y oficialmente la exoneración y liberación del homicida Édgar Tamayo argumentando la presunta violación de sus “derechos consulares”. Entre quienes no estuvieron de acuerdo con el manejo sesgado de noticias que se dió en México al caso del policía sacrificado en Houston, cabe citar a Javier Cuéllar, un destacado columnista del periódico El Diario, del cual se publicó el 22 de enero de 2014 un editorial titulado “Tal vez el débil y el valentón” en donde expresó lo siguiente: “Tal parece que lo único que podemos hacer por el señor Edgar Tamayo, quien fuera encontrado culpable de asesinato de un policía en Texas y sentenciado a la pena capital, es rezar por el eterno descanso de su alma y que encuentre el perdón de Dios ya que de los órganos de la justicia no es posible. Para cuando esta nota se publique es viable que Edgar Tamayo ya esté en presencia de Su Juez en el más allá. Aunque el destino de su alma sea incierto, se habrá hecho justicia aquí en la tierra, el orden jurídico que ese hombre quebrantara habrá sido restaurado y los familiares del policía asesinado habrán recibido el consuelo de lo justo aunque eso no resucite a su familiar victimado, sin dejar de advertir que el perdón o la conmutación de la pena por cadena perpetua, tampoco lo haría. Sin embargo, considero ingrata la acusación de éste hombre contra el gobierno mexicano de haberle brindado poca ayuda y ser blandengue en sus reclamaciones o imploraciones de perdón por su persona. Las autoridades hicieron todo lo que humanamente podían tomando en cuenta que se trata de un país soberano que tiene todo el derecho de aplicar sus leyes contra reos de crímenes que ahí sancionan con la pena capital. Muchos individuos que están acostumbrados al extenso clima de impunidad que impera en México, donde el 98 % de los homicidios cometidos ni tan siquiera se investigan, van al vecino país del norte y pretenden seguir alegremente con sus conductas impropias y cuando son castigados por sus fechorías, se duelen amargamente de la dureza del sistema del país al que voluntariamente eligieron emigrar y omiten tomar conciencia de sus acciones. En muchos modos el sistema penal de los Estados Unidos es blandengue porque muchas condenas de prisión por quince o veinte años son purgadas en tan sólo unos cuatro inviernos debido a un esquema de rebajas y preliberaciones muy holgado que se aplica en sus prisiones dejando en la sociedad un amargo sabor de boca, muy parecido al de la impunidad que aquí impera. En contraste, en México, una sentencia de veinte años de prisión es de veinte años con todas sus letras, con todos sus meses y sus días, pero no existe la pena de muerte para torvos asesinos y delincuentes por más atroces que hayan sido los crímenes cometidos. Al final de cuentas aquí también la sociedad se queda con el amargo sabor de boca de la impunidad por no aplicarse el castigo, que en justicia debiera, a asesinos que denotan una brutal ferocidad. Si México contara en su arsenal de castigos con la pena de muerte para aplicarse a criminales reos de delitos de alto impacto como los descuartizadores, los plagiarios, los incendiarios, los secuestradores, los extorsionadores y todos esos que nos mantienen postrados como sociedad y como país, tal vez las cosas seguirían igual como hasta ahora porque la efectividad de investigación de las autoridades policíacas encargadas de perseguir el delito serían las mismas plagadas de contubernios y pactos con los criminales. Tal vez la impunidad sería la misma, tal vez la existencia de la pena capital no desalentara la comisión de delitos en delincuentes redomados, pero seguramente si sería disuasiva en el caso de delincuentes muy jóvenes que se suman a las mafias, sabedores que jamás serán castigados. La impunidad los alienta pero la existencia del cadalso pudiera disuadirlos porque “no es lo mismo ver morir que cuando a uno le toca.” Es difícil juzgar la conducta final de un condenado a muerte, realmente puede hacer y decir lo que quiera que todo eso, menos su delito toral, le será perdonado, pero si hemos de hablar de un hombre macizo debiera adoptar una conducta de reconciliación con Dios y Su Justicia y no pedirle a “Pablo” que costee el traslado de sus restos mortales a Miacalatán en el estado de Morelos, para nada pedirle al gobierno mexicano en un dejo de orgullo poco edificante. ¿Para que pedir perdón por llegar a su rancho en un cajón? ¿Cómo quería regresar? ¿En un trono a la intemperie como la carreta alegórica de paja a la que se refería Ramón López Velarde? ¿O en una Avalanche del año? Tal vez pudiéramos concluir estas insulsas reflexiones con el pensamiento de Benjamín Franklin que nos dice: “El hombre débil teme la muerte; el desgraciado la llama; el valentón la provoca y el hombre sensato la espera”. ¿Cuál de estos personajes es Edgar Tamayo? Tal vez el débil y el valentón”.

En vez de regresar Édgar Tamayo a México del “sueño americano” manejando una camioneta pick up último modelo con la cartera repleta de dólares, lo que se deportó fue un muerto que acostumbrado a ver la violación de las leyes en México gozando de una impunidad total se le hizo fácil hacer lo mismo fuera de México.

Hay algo de irreal, por no decir surrealista, en el hecho de que a un homicida que con alevosía y ventaja priva de la vida a sangre fría a un funcionario público honesto y trabajador, en vez de ignorarlo y dejarle que pague por su crimen, se le convierta en toda una celebridad en México y que se movilicen tantas figuras públicas, tantos medios de comunicación, tantos recursos mediáticos, tantas dependencias gubernamentales y organismos derecho-humanistas de todo tipo exigiendo el indulto y la liberación inmediata del homicida como si lo que hizo hubiera sido algo intrascendente sin ninguna importancia, pisoteando los derechos humanos de la verdadera víctima a la cual se le restó importancia o incluso se le nulificó por completo. Hay algo de irreal en el hecho de que, habiendo tantos problemas graves en México (empezando por el de la inseguridad que hizo crisis en Michoacán), se desvíen tantos recursos, tantas energías, tanto tiempo, para salvar del patíbulo al homicida de un policía. Algo parece completamente fuera de lugar.

Hubiera sido algo muy bueno y muy generoso que la Secretaría de Relaciones Exteriores de México hubiera enviado una misiva oficial a los familiares del policía asesinado ofreciéndoles disculpas por el crimen cometido en los Estados Unidos por un ciudadano mexicano que se encontraba ilegalmente en dicho país, y ofreciendo pagar la reparación económica del daño dando una pensión vitalicia a los familiares sobrevivientes del policía con un texto como el siguiente: “El gobierno de México lamenta profundamente que uno de sus ciudadanos que se encontraba viviendo y trabajando ilegalmente en territorio norteamericano haya arrebatado la vida en forma violenta y salvaje a un oficial en el cumplimiento de su deber, y ofrece por éste conducto a los familiares sobrevivientes una compensación económica por el daño causado, consistente en una pensión vitalicia, pagada en dólares, absorbiendo el sostenimiento económico de todos aquellos que dependían económicamente del oficial Guy P. Gaddis”. Pero esto hubiera sido tanto como proclamar como víctima a la verdadera víctima, y estaba fuera del “libreto oficial”.

No es Estados Unidos el único país en donde se aplica la pena de muerte a quienes violan las leyes incluídos los extranjeros a los que no se les concede ningún privilegio especial ni se les acepta el peregrino argumento de que sus “derechos consulares” les merecen un trato diferente en la aplicación de la justicia. En los días por venir, se puede anticipar un nuevo espectáculo medíatico-circense conforme se acerque la fecha de la ejecución de tres mexicanos (hermanos) que fueron detenidos en Malasia, acusados de actividades relacionadas con narcotráfico, los cuales ya agotaron todos los recursos legales de apelación que hay en el sistema de justicia de dicho país y están en camino de ser ahorcados. Desde ahora se puede anticipar que serán glorificados al igual que como lo fue Édgar Tamayo, adquiriendo una celebridad que jamás pudieran haber anticipado a lo largo de sus vidas.

Bien haría el gobierno de México, y bien harían los medios de comunicación de México, en vez de estarle dando al pueblo mexicano este mismo “show” mediático y tragicómico cada vez que un mexicano va a ser ejecutado en el extranjero por algún crimen grave que haya cometido ensalzándolo como un inocente chivo expiatorio que debe ser proclamado inocente por el solo hecho de habérsele violado sus “derechos consulares”, en mejor pregonar sin parar y en forma repetitiva la siguiente advertencia a todos los aspirantes a emigrar, muy en especial los indocumentados que se irán violando las leyes migratorias del país en el cual planean residir: “Mexicano: si vas a otro país, cuídate y no te portes mal. Respeta las leyes del país al que vayas y no te metas en problemas. Allá afuera no es como en México, allá afuera sí ejecutan a los homicidas, y si te metes en problemas no habrá absolutamente nada que ni siquiera el mismo presidente de México pueda hacer para salvarte del patíbulo. Si estás empecinado en portarte mal, mejor quédate en México, porque una vez que salgas del país ¡ay de tí si te metes en problema incurriendo en actos ilegales! Lo que hagas fuera de México, será bajo tu cuenta y riesgo”.

Así, una vez advertidos de antemano con sendos anuncios puestos del lado mexicano en los puntos fronterizos de cruce hacia los Estados Unidos, quienes insistan en portarse mal allá igual que en México deberán asumir valerosamente las consecuencias de sus actos en vez de estar pataleando en sus intentos desesperados por salvarse del patíbulo pidiendo la intervención del presidente de México, del Congreso de la Unión, del gobernador estatal a quien corresponda el caso, de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de Human Rights Watch, de Amnistía Internacional, de los medios de comunicación audiovisual en México, y de cientos y cientos de organizaciones de todo tipo que en vez de perder su tiempo abogando por los victimarios deberían dedicarse mejor a procurar auxilio para las víctimas que quedaron desprotegidas y que también tienen sus propios derechos humanos.


ADENDOS:  No había sido enviado aún el cuerpo de Édgar Tamayo a México cuando el lunes 27 de enero de 2014 en la Ciudad de México durante un asalto a la Joyería Expressiones de Plaza Galerías Coapa fue asesinado a sangre fría de un balazo en la cabeza el valiente policía Ismael Antonio Ramírez:




Este hecho imprevisto e “inoportuno“” (inoportuno para los defensores a ultranza del asesino del policía de Houston) que conmovió e indignó a los capitalinos y a todo el país fue al final de cuentas lo que impidió hacerle a Édgar Tamayo una despedida apoteósica durante su entierro como se tenía originalmente planeada, pletórica de fanfarrias y honras de carácter oficial con la presencia de altos funcionarios pronunciando arengas populacheras de fervor patriótico y personajes importantes del mundo de la política deshaciéndose en elogios de “desagravio”, por no ser algo políticamente correcto. Al final de cuentas, se le enterró y ya. El muerto al pozo, y el vivo al gozo. Si el cobarde asesino que sacrificó arteramente al policía capitalino Ismael Antonio Ramírez termina huyendo a los Estados Unidos, entonces podrá tener un problema si llega con la creencia de que allá en los Estados Unidos puede hacer lo mismo que lo que hizo en México sin que le apliquen la pena capital, porque si repite allá su fechoría de seguro lo regresarán a México en un ataúd al igual que a Édgar Tamayo en donde, eso sí, será glorificado al igual que como lo fue en vida Édgar Tamayo, con todos los gastos pagados en pesos y en dólares hasta el último centavo por la Secretaría de Relaciones Exteriores de México especializada en luchar con denuedo en el extranjero por la liberación de asesinos de origen mexicano alegando la violación de sus “derechos consulares” y especializada también en abrir generosamente las arcas del presupuesto para traslado en avión desde Estados Unidos hasta México de los cadáveres de asesinos de policías norteamericanos.

miércoles, 22 de enero de 2014

El perrito triste de Cochabamba



En un trabajo anterior publicado el 16 de septiembre de 2012 en esta bitácora bajo el título “Nobleza canina”, se documentaron algunos casos de perritos que han demostrado tener mucho más alma y corazón que muchos humanos pese a que a su especie se les niega poseer un alma.

Recientemente apareció publicada a mediados de enero de 2014 una nota que nuevamente da fé sobre la fidelidad y la memoria tenaz de los perritos hacia sus amos, sobre todo cuando están ausentes. La nota trata sobre un perrito triste triste que deambula en la ciudad de Cochabamba, en Bolivia, un perrito al que todos conocen como Hachi, Hachiko, o Huachi.

La ciudad ha sido testigo de la lección de lealtad y perseverancia de este modesto perro mestizo, que desde hace cinco años espera en la esquina de una avenida de esa urbe a su amo fallecido en un accidente de tráfico. Algunos lo llaman ‘Hachi’, emulando al famoso perro japonés ‘Hachiko’; otros le dicen ‘Huachi’ o ‘Huachito’, pero lo cierto es que este can de color café ha conmovido a los vecinos y comerciantes establecidos en la avenida Papa Paulo, en la zona noreste de Cochabamba, que lo alimentan. “Deben ser unos cinco años desde que falleció su dueño en un accidente de motocicleta. El perro venía por detrás y se quedó aquí desde entonces”, dice Román Bilbao Luján, el propietario de una tienda de carnes y fiambres ubicada a unos metros del lugar donde ‘Hachi’ perdió a su amo.

El amo del can era un universitario que todos los días seguía esa ruta en motocicleta con el perro como escolta, hasta que un día el muchacho fue embestido por un taxi y falleció cuando era trasladado al hospital, relató esta semana la vendedora de periódicos Aida Miranda al diario cochabambino Opinión. Desde entonces, 'Hachi' ha hecho de la avenida Papa Paulo su hogar y llora en la esquina donde ocurrió el accidente que le quitó a su amo, comenta Elizabeth Martha García, quien ayuda en la venta de periódicos a Miranda. "Él camina de esquina a esquina y vuelve a venir donde ha fallecido su dueño. Se va caminando, se para en una esquina y aulla cuando ve la esquina donde ha muerto su dueño", agrega García.

Ver más en: http://www.20minutos.es/noticia/2026024/0/perro-hachi/llora-dueno-muerto/cochabamba/#xtor=AD-15&xts=467263
El amo del can era un universitario que todos los días seguía esa ruta en motocicleta con el perro como escolta, hasta que un día el muchacho fue embestido por un taxi y falleció cuando era trasladado al hospital, relató esta semana la vendedora de periódicos Aida Miranda al diario cochabambino Opinión. Desde entonces, 'Hachi' ha hecho de la avenida Papa Paulo su hogar y llora en la esquina donde ocurrió el accidente que le quitó a su amo, comenta Elizabeth Martha García, quien ayuda en la venta de periódicos a Miranda. "Él camina de esquina a esquina y vuelve a venir donde ha fallecido su dueño. Se va caminando, se para en una esquina y aulla cuando ve la esquina donde ha muerto su dueño", agrega García.

Ver más en: http://www.20minutos.es/noticia/2026024/0/perro-hachi/llora-dueno-muerto/cochabamba/#xtor=AD-15&xts=467263
El amo del can era un universitario que todos los días seguía esa ruta en motocicleta con el perro como escolta, hasta que un día el muchacho fue embestido por un taxi y falleció cuando era trasladado al hospital, relata la vendedora de periódicos Aida Miranda. Desde entonces, ‘Hachi’ ha hecho de la avenida Papa Paulo su hogar y llora en la esquina donde ocurrió el accidente que le quitó a su amo, comenta Elizabeth Martha García, quien ayuda en la venta de periódicos a Miranda. “Él camina de esquina a esquina y vuelve a venir donde ha fallecido su dueño. Se va caminando, se para en una esquina y aulla cuando ve la esquina donde ha muerto su dueño”, agrega García.

El nombre que el pueblo le ha dado al perrito está inspirado en una historia similar que nos llega de Japón, acerca de un perrito llamado Hachiko:




El ‘Hachiko’ original fue un perro de raza Akita que pertenecía a Hidesaburo Ueno, un profesor de ingeniería agrónoma de la Universidad de Tokio que murió en 1925 tras sufrir una hemorragia cerebral mientras impartía una de sus clases. Pese a que su dueño había fallecido, el can acudió todos los días durante nueve años a la estación de Shibuya a la hora en la que llegaba el tren que siempre traía de vuelta a Ueno. La lealtad de ‘Hachiko’ ha sido inmortalizada en una estatua de bronce:




erigida en el lugar donde esperó a su protector, y su historia ha sido rescatada por la industria cinematográfica de Hollywood en la película Hachiko: A Dog's Story, protagonizada por el estadounidense Richard Gere.

Cuando recién falleció su amo, el ‘Hachi’ boliviano no paraba de llorar en la esquina donde ocurrió el accidente y aullaba y ladraba desesperadamente cada vez que pasaba una motocicleta por el lugar, pensando que se trataba de su amo, señala Román Bilbao. Los comerciantes le dan comida y cobijo Así como los usuarios de la estación de Shibuya comenzaron a dar de comer y a atender a diario a ‘Hachiko’, el can boliviano también despertó la compasión y solidaridad en la avenida Papa Paulo, donde la gente le ha tomado cariño. El perro sabe que tiene desayuno asegurado con Bilbao, cuya tienda funciona desde hace 18 años en la avenida Papa Paulo. Así, la jornada de ‘Hachi’ comienza entre las 6.30 y 7.00 de la mañana en la puerta del negocio de Bilbao, quien le aguarda con pescuezos de pollo y agua. ‘Hachi’ toma una pieza y retorna a su esquina para comerla; después camina un poco y a media mañana se dirige a un pequeño restaurante o al mercado vecino, donde sabe que podrá recibir algo para el almuerzo. En las noches consigue alimento en una churrasquería donde el perro de mirada melancólica también recibe cobijo ocasional para pasar la noche. Varias personas han intentado adoptar al can e incluso los familiares de su difunto amo se lo llevaron a su casa, del otro lado de la ciudad. Pero, al parecer, la nostalgia de ‘Hachi’ es mayor, por lo que siempre logra escapar para volver a su esquina a esperar que su dueño vuelva a pasar por allí en motocicleta, como en los viejos tiempos.

Es muy posible que el amo del perrito triste de Bolivia aún no ha traspasado ese túnel de luz del cual hablan algunos videntes que afirman que la entrada a dicho túnel de luz es recorrida por las almas en su transmigración hacia el más allá. Es muy posible que el amo aún esté rondando por allí, para que llegado el momento, su leal amigo se pueda reunir junto con él y así ambos puedan partir juntos hacia su lugar de descanso eterno.

domingo, 19 de enero de 2014

El dinero y la felicidad

¿Puede el dinero comprar la felicidad?

El dinero es importante para muchas cosas. La primera de ellas: para mitigar el hambre, hay que consumir alimentos que el cuerpo requiere, y estos no son gratis en ninguna tienda de abarrotes o supermercado comercial. El transporte que se requiere para poder trasladarse a lugares remotos en corto tiempo tampoco es gratis, hay que pagar por el pasaje. Las cuentas de gastos médicos y hospitalarios así como las medicinas tampoco se pagan solas. Estas cosas impactan directamente en la calidad de vida de cualquier individuo, y estamos hablando de billones de personas de todas edades en el planeta; y la carecencia de recursos para solventar necesidades básicas es causa de estrés e infelicidad.

Por otro lado, si se cuenta con dinero en abundancia, mucho más del que se requiere para poder atender las necesidades básicas de alimentación, vivienda, transporte y educación, ¿será ésto una garantía de que se tendrá felicidad en abundancia? ¿Puede ser la cantidad de dinero que uno posea sinónimo de felicidad?

En los cuentos de la antigua Grecia, es famoso el relato del Rey Midas, el cual era rico ya de por sí, no le faltaba absolutamente nada y vivía en un palacio con todas las comodidades a las que uno pudiera aspirar para esos tiempos. Pero aún así el Rey Midas languidecía porque sus riquezas no le eran suficientes, quería más y más, quería poseer oro en abundancia, quería poder convertir en oro todo lo que tocara para rodearse por todas partes del metal aúreo. En una versión popular del mito, el dios griego Dionisio, viendo la ambición desmedida del Rey Midas, le concedió justo lo que tanto anhelaba, le dió el poder de convertir en oro todo lo que tocase, absolutamente todo, habiéndole advertido que una vez concedido el don éste era algo que ya no podía ser removido por poder humano sobre la faz de la Tierra, lo cual hizo aún más feliz al codicioso Midas. De inmediato puso manos a la obra, y empezó a tocar la vajilla que usaba, toda la cual se convirtió en vajilla de oro. Empezó a tocar las estatuas de su palacio, las cuales también se volvieron de oro. Salió a los jardines de su palacio, y con el toque de Midas empezó a convertir los rosales y los árboles en rosales y árboles de oro puro. Así prosiguió todo el día, hasta que se cansó y tuvo hambre, yendo a la mesa para comer una manzana. Pero en cuanto tocó la manzana, ésta se convirtió en una manzana de oro que el rey no podía comer. Intentó hacer lo mismo con otras frutas, pero sucedió lo mismo. Todo lo que tocaba se convertía en oro, y no había nada que pudiera comer. Inclusive hasta el agua que intentaba beber se convertía en oro sólido. Al siguiente día, tras no haber comido nada el día anterior, el rey Midas tenía un apetito atroz, y también tenía mucha sed. Pero de nueva cuenta, no pudo comer ni beber nada, porque todo lo que tocaba se seguía convirtiendo en oro. Al cabo de unos cuantos días, presentando un aspecto deplorable por no haber comido ni bebido nada, el rey Midas imploró que se le quitara el don, jurando que ya había aprendido su dura lección.

Otro cuento que cada temporada navideña adquiere relevancia es el cuento “A Christmas Carol”, cuyo personaje principal, un hombre avaro y ambicioso llamado Ebenezer Scrooge, dedica su vida entera a la acumulación desmedida de dinero. Habiendo entrado ya en edad avanzada, se le aparecen tres fantasmas, el fantasma de las navidades pasadas, el fantasma de las navidades presentes, y el fantasma de las navidades futuras. Uno a uno, los fantasmas le van mostrando a Scrooge lo que se perdió de la vida por haber estado dedicado en cuerpo y alma al atesoramiento de recursos monetarios, y el final impactante ocurre cuando el fantasma de las navidades futuras le muestra a Scrooge una tumba solitaria en donde yace un hombre que no se llevó un solo centavo de la inmensa fortuna que atesoró en vida. Arrepentido, Scrooge decide cambiar sus hábitos, convirtiéndose en una persona nueva dispuesta más a la ayuda del prójimo que en continuar acumulando una fortuna inmensa.

Si bien el rey Midas y Scrooge son personajes de ficción, en la vida real abundan los casos que demuestran en forma impactante las moralejas que esos cuentos pretenden transmitir a los demás.

Podemos empezar por el caso de Jay Gould. Este magnate financiero del siglo antepasado dedicó su vida entera a acumular la mayor fortuna monetaria que pudiese acumular por cualquier medio posible. Se convirtió en un especulador amoral, un verdadero depredador que no vaciló en pisotear a los demás para reunir una fortuna considerable. Y lo logró, convirtiéndose en el noveno hombre más rico del planeta (para su época). ¿Pero fué feliz? Esto nos lo dijo Jay Gould con sus propias palabras al acercarse al final de su vida:

“I suppose I am the most miserable man on Earth” (Supongo que soy el hombre más miserable de la Tierra).

Un caso más reciente es el de Robert Wilson, un magnate de Wall Street que logró acumular 800 millones de dólares a lo largo de su vida:




Si un hombre al nacer tuviese a su disposición cien millones de dólares para vivir el resto de su vida sin tener que trabajar, Robert Wilson podría haber vivido ocho vidas consecutivas sin tener que hacer absolutamente nada excepto dedicarse a disfrutar cada vida y gastar los 100 millones de dólares disponibles al comenzar en cada vida. ¿Pero fue feliz? No estando casado, y sin tener hijos, en vísperas de la Navidad de 2013 Wilson saltó desde su apartamento situado en un 16avo piso del lujoso edificio San Remo en la zona poniente de Manhattan, apenas dándose tiempo para repartir 700 millones de dólares a varias organizaciones no-lucrativas (no pudo repartir los 100 millones de dólares restantes porque estaban colocados en inversiones a largo plazo). Viendo en retrospectiva, Robert Wilson posiblemente terminó envidiando a muchos que sin tener ni siquiera la milésima parte del dinero que el financiero acumuló en vida fueron mucho más felices y disfrutaron la vida al máximo.

El dinero no puede comprar la felicidad. No es algo que esté a la venta en un aparador o en un catálogo. Si fuera así, el multimillonario Robert Wilson seguramente habría dado 400 millones de dólares, la mitad de su fotuna, o posiblemente toda, para comprar ese intangible que llamamos felicidad. Se saben de casos de gente que no es rica, inclusive es gente pobre, que aunque no tiene mucho es feliz con lo que tiene, con lo que la vida le ha dado. Esto trae a colación un viejo cuento de los hermanos Grimm, el cuento de “La camisa del hombre feliz”, que trataba de un rey que pese a que lo tenía todo sentía que algo le faltaba, sentía que no era feliz. El mago del reino le revela que para poder curar su mal, tenía que llevar puesta la camisa de un hombre que fuera realmente feliz. El rey manda a sus guardias buscar por todo el reino a un hombre que fuera realmente feliz, pero al emprender la misión se topan con el problema de que todos los que entrevistan tienen algún motivo de queja, quejándose de que no tenían suficiente dinero, de que no tenían suficientes propiedades, que no les gustaba algo de su cuerpo, que no les gustaban algunos de los familiares que tenían; siempre había algún motivo de queja. Cuando están a punto de darse por vencidos, los guardias logran encontrar en un rincón apartado del reino a un hombre que aunque no era rico no le ponía pero alguno a la vida, estaba contento con lo que tenía aunque no fuera mucho y daba gracias a Dios todos los días por haberlo bendecido. De inmediato, los guardias se abalanzan sobre él para quitarle la camisa, pero al removerle una piel de borrego que traía puesta para cubrirse el torso descubren estupefactos que el hombre feliz... ¡no era dueño de camisa alguna!

Tratando de cubrir los escenarios de lo que podía suceder cuando gente ordinaria de pronto contaba con una amplia cantidad de dinero en sus manos, en la década de los sesentas se popularizó en la televisión norteamericana en la cadena nacional CBS un programa titulado The millionaire (El millonario), el cual trataba de un billonario incógnito que había decidido empezar a compartir su enorme fortuna entre gente seleccionada cuidadosamente a la cual se creía que el dinero le podía ser de gran utilidad y provecho. El dinero lo hacía llegar por medio de cheques de un millón de dólares a través de un empleado leal, y cuando el cheque era entregado se estipulaba rigurosamente como condición a ser cumplida en todo momento que la donación debería ser mantenida por el recipiente como un acto anónimo, el cual insistía que sus beneficiarios nunca supieran de quién se trataba. Y en varios de los capítulos cubriendo historias diferentes, los recipientes en cuyas manos caía de la nada ese millón de dólares en vez de tener todos sus problemas resueltos descubrían que esa abundancia súbita de dinero terminaba siendo casi una maldición, y en algunos de los casos terminan devolviéndole el millón de dólares al donante anónimo con tal de recuperar la tranquilidad de sus vidas previas. En la vida real, se sabe de casos de personas que después de sacarse la lotería terminan con sus vidas trastornadas a tal grado que quedan arrepentidas de haber comprado los boletos que los llevaron a la posesión de una enorme cantidad de dinero que terminó comiéndolos en vida. No todos terminan así, pero hay unos que ciertamente terminan muy mal, y el común denominador es que todos los que creían que serían invulnerables a ser corrompidos por el poder del dinero en no pocas ocasiones terminan descubriendo que eran mucho más débiles de lo que suponían.

Cualquiera de nosotros puede decidir recorrer el mismo camino que recorrieron Jay Gould y Robert Wilson centrando su felicidad en la acumulación de fortunas cuantiosas, pero ante la posibilidad de terminar igual que ellos resulta sabio aprender de las experiencias de otros como ellos antes de terminar descubriendo lo que ellos terminaron descubriendo demasiado tarde en el ocaso de sus vidas.

Otro caso digno de mención es el de la princesa Diana. Se casó con un príncipe, el sueño imposible de muchas jovencitas. Vivía en un palacio rodeada de lujos y comodidades, atendida por mayordomos, cocineros, amas de llaves, y custodiada por las guardias reales; no le faltaba absolutamente nada, y estaba destinada a ser la reina de Inglaterra. ¿Pero fue feliz? Después de un matrimonio considerado como un absoluto fracaso, Diana terminó divorciándose del príncipe, y su vida terminó en una muerte trágica al buscar vanamente en un playboy el consuelo que no pudo encontrar en el matrimonio que formó con el hombre con el cual se casó.

Más cerca de México, otro que se está balanceando peligrosamente hacia el despeñadero es el famoso cantante Luis Miguel, conocido por sus admiradores y admiradoras como “el Sol”. Es propietaro de cuentas bancarias multimillonarias, vive en mansiones lujosas, tiene todos los bienes materiales que cualquier persona ambiciosa pudiera desear tener, y ha poseído a cientos de las mujeres más hermosas del mundo. Pero este hombre en esencia vive solo, y carece de familia propia. No ha tenido ni tiene contacto con sus dos hijos únicos que procreó con Aracely Arámbula, los cuales están creciendo y entrando a la adolescencia, y para los cuales su padre es un perfecto extraño con el que no han desarrollado ninguna relación y a cuya ausencia total como figura paterna ya se acostumbraron, y es posible que a la hora de su muerte no derramen ninguna lágrima al ser para ellos un desconocido, y en todo caso cualquier interés que muestren en su deceso posiblemente tendrá más que ver con lo que les toque de herencia al ser sus únicos hijos biológicos.

Lo dijo el mismo Jesús de Nazareth: Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los Cielos. Y los casos que se han dado arriba como ejemplo (podrían darse muchísimos ejemplos más, posiblemente el lector conozca casos parecidos dentro de su propia comunidad que se le vengan a la mente) ilustran bien una de las más importantes lecciones de la vida.

No todos los ricos tienen la mala fortuna de terminar siendo esclavos y propiedad absoluta de los dineros que han atesorado en vida. Un caso en el cual un multimillonario de la vida real pudo darse cuenta a tiempo de la futilidad de estar acumulando dinero en demasía más allá de lo que se requiere para satisfacer las necesidades elementales de subsistencia es el del doctor J. Robert Ouimet, el cual tuvo la enorme suerte de poder recibir su iluminación precisamente de una mujer reconocida por muchos como una verdadera santa, la Madre Teresa de Calcuta, la cual dió todo de sí y no conservó nada para ella. Hoy, el doctor Ouimet no es el mismo empresario que era a principios de la década de los ochenta. Su visión cambió luego del encuentro que tuvo con la Madre Teresa. Ouimet es el presidente y director ejecutivo de Holding O.C.B., Cordon Bleu International y Piazza Tomasso International. Este grupo de empresas fundadas por su padre en 1933, produce y comercializa alimentos congelados de pasta italiana en Canadá. Además de su trabajo al frente de las empresas, Ouimet imparte conferencias alrededor del mundo presentando “Nuestro proyecto”, un modelo original de transformación de la gestión interna que su padre J. René Ouimet y él han experimentado, y el cual permite combinar la rentabilidad económica y la realización personal de los trabajadores. En 1983, el empresario tuvo su encuentro con la monja católica y le hizo una pregunta. Le dijo: “Madre, ¿debería regalar todo lo que tengo?”. Según Ouimet, si la religiosa le hubiera contestado afirmativamente, él habría regresado a Montreal a regalar todo. Pero la respuesta de la monja fue más impactante, cuando le dijo: “Señor, nada es suyo, no es dueño de nada. Todo lo tiene prestado”. De este modo, la Madre Teresa le abrió aún más los ojos al hacerle ver que en realidad la fortuna que creía que era suya en ni siquiera era suya, era algo que le había sido prestado temporalmente por una autoridad superior y que llegado el momento supremo le sería arrebatada de un solo golpe. A raíz de esto, Ouimet escribió un libro titulado “Todo les ha sido prestado” aceptando un hecho factual que muchos sacerdotes repiten con las siguientes palabras que suelen caer en oídos sordos: Somos administradores de los recursos del Señor. En efecto, la Madre Teresa le hizo ver al millonario que el verdadero poseedor de todo, absolutamente todo lo que Ouimet creía que era suyo, no era de él sino de Aquél cuya providencia le había proporcionado tales recursos para administrarlos en beneficio de sus congéneres, y al final de su vida cuando los recursos le fueran recogidos en su totalidad podía esperar en el más allá una pregunta durísima: ¿Qué hiciste con los recursos que se te dieron en vida? ¿Los usaste para ayudar a tus semejantes? Si la respuesta a la pregunta era haberlos usado egoístamente para disfrutar los placeres de la vida al máximo, entonces desde la perspectiva de las enseñanzas de los Evangelio los recursos fueron prestados en vano.

Habiendo aceptado la realidad de que el dinero no necesariamente es sinónimo de felicidad, si la felicidad ha de encontrarse no en la acumulación desmedida de fortunas sino en otro lado, la pregunta lógica es: ¿en dónde? Aquí es donde la iluminación dada al millonario por la Madre Teresa de Calcuta puede servir como guía: ayudando a los demás. Estaremos limitados siempre en nuestro poder para ayudar a otros, habido el hecho de que los recursos de los que podramos disponer, los recursos que nos han sido prestados, no serán infinitos, siempre serán recursos limitados. Y por ello es importante usarlos sabiamente, algo nada fácil y de hecho más difícil que simplemente poseerlos. Pero si el uso dado a lo que nos ha sido prestado es motivado por el interés en ayudar a los demás, en la satisfacción obtenida al comprobar que es mejor dar que recibir, entonces detrás de tal ayuda comunitaria necesariamente habrá algo del ingrediente que la Madre Teresa no tuvo que mencionarle al millonario: el amor. Quizá pensando en estas cosas, Erich Fromm escribió su libro El arte de amar.

“El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no con un 'objeto' amoroso. Si una persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado”, explica Fromm. La mayoría de la gente supone que el amor está constituido por el objeto, no por la facultad. Pero el amor es “una actividad, un poder del alma”: Si uno ama realmente a una persona, ama a todas las personas, ama al mundo, ama la vida. Si puede decírsele a alguien “Te amo”, debo poder decirse “Amo a todos en ti, a través de ti amo al mundo, en ti me amo también a mí mismo”. Aunque el amor es una orientación que se refiere a todos y no a uno, existen diferencias entre los diversos tipos de amor, que dependen de la clase de objeto que se ama. Es allí donde Fromm enlista lo que él define como los “objetos amorosos”:

El amor fraternal

Es la clase más fundamental de amor, básica en todos los tipos de amor. Por el amor fraternal se entiende el sentido de responsabilidad, cuidado, respeto y conocimiento con respecto a cualquier otro ser humano, el deseo de promover su vida. A esta clase de amor se refiere la Biblia cuando dice: ama a tu prójimo como a ti mismo. El amor fraternal es el amor a todos los seres humanos; se caracteriza por su falta de exclusividad. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos. En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana. El amor fraternal se basa en la experiencia de que todos somos uno. Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son despreciables en comparación con la identidad de la esencia humana común a todos los hombres. El amor fraternal, dice Fromm, es amor entre iguales. Sin embargo, destaca que el amor al desvalido, al pobre y al desconocido, son el comienzo del amor fraternal. El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales. En forma harto significativa, en el Antiguo Testamento, el objeto central del amor del hombre es el pobre, el extranjero, la viuda y el huérfano, y, eventualmente, el enemigo nacional, el egipcio y el edomita.

El amor materno

Este amor es una afirmación incondicional de la vida del niño y sus necesidades, que se presenta en dos aspectos: uno es el cuidado y la responsabilidad absolutamente necesarios para la conservación de la vida del niño y su crecimiento; el otro va más allá de la mera conservación y se traduce en la actitud que inculca en el niño el amor a la vida, que crea en él un sentimiento del amor. El amor materno, en su segunda etapa, hace sentir al niño que es una suerte haber nacido; inculca en el niño el amor a la vida y no sólo el deseo de conservarse vivo. La tierra prometida se describe como “plena de leche y miel”. La leche es el símbolo del primer aspecto del amor, el de cuidado y afirmación. La miel simboliza la dulzura de la vida, el amor por ella y la felicidad de estar vivo. La mayoría de las madres son capaces de dar “leche”, pero sólo unas pocas pueden dar “miel” también. Indudablemente, agrega el autor, es posible distinguir, entre los niños –y los adultos– aquellos que sólo recibieron “leche” y los que recibieron “leche y miel”. Es precisamente por su carácter altruista y generoso que el amor materno ha sido considerado la forma más elevada de amor, y el más sagrado de todos los vínculos emocionales.

El amor erótico

Este amor es el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal; es también, quizá, la forma de amor más engañosa que existe, según Fromm. En primer lugar, se lo confunde fácilmente con la experiencia explosiva de “enamorarse”, el súbito derrumbe de las barreras que existían hasta ese momento entre dos desconocidos. Para quienes así proceden, la intimidad se establece principalmente a través del contacto sexual. En el amor erótico hay una exclusividad que falta en el amor fraterno y en el materno. Pero es frecuente encontrar dos personas “enamoradas” la una de la otra que no sienten amor por nadie más. Su amor es, en realidad, un egoísmo á deux; son dos seres que se identifican el uno con el otro, y que resuelven el problema de la separatidad convirtiendo al individuo aislado en dos. Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso –es una decisión, es un juicio, es una promesa–. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para la promesa de amarse eternamente.

El amor a sí mismo

En este tipo de amor, aclara Fromm, se expresa el hecho de que el amor es una actitud que es la misma hacia todos los objetos, incluyéndome a mí mismo. “Si es una virtud amar al prójimo como a uno mismo, debe serlo también –y no un vicio– que me ame a mí mismo, puesto que también yo soy un ser humano. No hay ningún concepto del hombre en el que yo no esté incluido (...) El amor a sí mismo está inseparablemente ligado al amor a cualquier otro ser”, argumenta Fromm. De tal forma, no sólo los demás, sino nosotros mismos, somos “objeto” de nuestros sentimientos y actitudes; las actitudes para con los demás y para con nosotros mismos, lejos de ser contradictorias, son básicamente conjuntivas: el amor a los demás y el amor a nosotros mismos no son alternativas. Por el contrario, en todo individuo capaz de amar a los demás se encontrará una actitud de amor a sí mismo. Si un individuo es capaz de amar productivamente, también se ama a sí mismo; si sólo ama a los demás, no puede amar en absoluto.

Amor a Dios

Según el amplio y documentado análisis de Fromm, el amor a Dios tiene tantos aspectos y cualidades distintos como el amor al hombre. En todas las religiones teístas, sean politeístas o monoteístas, Dios representa el valor supremo, el bien más deseable. Por lo tanto, el significado específico de Dios depende de cuál sea el bien más deseable para una determinada persona. La comprensión del concepto de Dios debe comenzar, en consecuencia, con un análisis de la estructura caracterológica de la persona que adora a Dios. En este tema, Fromm abunda en reflexiones relativas a lo que podría ser antropología de las divinidades e historia de las religiones, para abordar las diferencias matriarcales y patriarcales de la religión. Esa diferencia entre los aspectos maternos y paternos del amor a Dios es, empero, sólo uno de los factores que determinan la naturaleza de ese amor; el otro factor es el grado de madurez alcanzado por el individuo y, por lo tanto, en su concepto de Dios y su amor a Dios. Al comienzo de la evolución de la raza humana, dice Fromm, encontramos un Dios despótico, celoso, que considera que el hombre que él ha creado es su propiedad, y que tiene derecho a hacer con él cuanto quiera. Luego, Dios se torna verdad, amor, justicia. Dios es yo, en la medida en que soy humano. La persona verdaderamente religiosa, que capta la esencia de la idea monoteísta, no reza por nada, no espera nada de Dios; no ama a Dios como un niño a su padre o a su madre; ha adquirido la humildad necesaria para percibir sus limitaciones, hasta el punto de saber que no sabe nada acerca de Dios. Dios se convierte para ella en un símbolo en el que el hombre, en una etapa más temprana de su evolución, ha expresado la totalidad de lo que se esfuerza por alcanzar: el reino del mundo espiritual, del amor, la verdad y la justicia.

Por lo tanto, de acuerdo con Fromm, lo más importante es la forma correcta de vivir. Toda la vida, cada acción, banal o importante, se dedica al conocimiento de Dios, pero no a un conocimiento por medio del pensamiento correcto, sino de la acción correcta.

Pero nos hemos alejado un poco del punto principal. ¿Puede el dinero comprar la felicidad? Aquí el lector puede tomar (si es que no ha tomado ya) la decisión de experimentar consigo mismo el poner a prueba la validez de la hipótesis de que el dinero es un sinónimo de felicidad. Pero puede terminar estrellándose contra el suelo al igual que muchos otros se han estrellado. Y la vida solo nos da una oportunidad para llevar a cabo este experimento.