lunes, 5 de agosto de 2013

Cuando la “migra” gringa era “buena”

Cualquier mexicano que trate de internarse ilegalmente a los Estados Unidos en estos tiempos sabe que en el intento está poniendo en riesgo su vida no solo al tratar de cruzar durante la noche desiertos áridos e inhóspitos que han reclamado las vidas de mexicanos que mueren en el intento, sino también por la tenacidad y la dureza con la cual la Patrulla Fronteriza (Border Patrol) persigue a los indocumentados mexicanos en cuanto se encuentran en territorio norteamericano. Muy esporádicamente, algunos agentes de la Border Patrol han sido llevados ante la justicia por los excesos en los que han incurrido en un celo excesivo del cumplimiento de su deber que va más allá de límites que no deberían de ser rebasados, aunque ha habido otros casos (la gran mayoría) que han quedado en la impunidad y que involucran asesinatos de niños mexicanos cometidos desde los Estados Unidos como un caso famoso que le dió la vuelta al mundo y sobre el cual no se hizo justicia.

No siempre fue así.

Aunque cueste trabajo creerlo, hubo una época en la cual la “migra” gringa era la que le daba la bienvenida a los mexicanos aspirantes a trabajar como indocumentados en los campos agrícolas en donde la mano de obra mexicana era muy apreciada para el trabajo pesado en los campos agrícolas, trabajo al que los mismos norteamericanos le rehuyen más que al mismo diablo. Esto lo documenta una nota periodística aparecida el 4 de agosto de 2013 en el periódico El Diario bajo el título ‘¡Hey, mexicano, ven a trabajar aquí!’ en donde se consigna el siguiente texto: “Aquella mañana de noviembre de 1947, cientos de juarenses y trabajadores migrantes que llegaron del interior del país a Ciudad Juárez para enrolarse al Programa Bracero y trabajar en Estados Unidos, se sorprendieron con la actitud que tomaron los agentes de la Patrulla Fronteriza (Border Patrol). “¡Hey mexican, come to work here! Many people needed. ¡A lot of work!. Vengan a trabajar, hay mucho trabajo”, fueron las frases en inglés y español que exclamaron los oficiales de esa corporación, creada en 1924 para impedir el ingreso de los migrantes mexicanos a Estados Unidos. Miles aceptaron la invitación y cruzaron a El Paso, Texas y fueron “detenidos” por los agentes migratorios, pero esta vez fue para llevarlos directamente a los campos agrícolas texanos. Así lo recuerdan los habitantes de más edad de las colonias Hidalgo, Cuauhtémoc y de la zona Centro. “Se paraban en el bordo del Río Bravo, en los puentes y gritando invitaban a todo mundo a trabajar allá, sin ningún papel. Muchos se fueron y aquí la colonia se quedó casi sin hombres”, recuerda Don Manuel Flores, quien entonces era un niño. La Patrulla Fronteriza respondía así a un desacuerdo entre los gobiernos de México y Estados Unidos relacionado con el Programa Bracero, iniciado en 1942 y que ese año fue suspendido momentáneamente por las autoridades mexicanas, en la temporada en que los agricultores estadounidenses requerían de mano de obra. Como ambos países no se ponían de acuerdo sobre los términos del programa y no había más permisos de trabajo, los productores entraron en pánico y la propia Patrulla Fronteriza actuó como enganchadora de mano de obra. “Muchos no lo creían, por los malos tratos hacia los mexicanos”, refiere Flores. La apertura de la frontera a los migrantes con o sin papeles ese año, puso en evidencia que el verdadero fin de la Patrulla Fronteriza era el control de la mano de obra que ingresaba en forma ilegal a Estados Unidos y no su eliminación, afirma el historiador Martín González de la Vara, en Breve Historia de Ciudad Juárez y su región. En 1941, tras el ataque japonés a Pearl Harbor, Estados Unidos se involucró en la Segunda Guerra Mundial y envió miles de hombres al frente de batalla. Pronto requirió de mano de obra mexicana para mantener en funcionamiento la producción industrial y agrícola y firmó con el gobierno mexicano, el 4 de agosto del año siguiente, un acuerdo renovable que permitiría a los mexicanos trabajar en territorio estadounidense bajo condiciones vigiladas. Para aplicar el Programa Bracero, se instalaron en Juárez módulos de contratación de trabajadores y esta ciudad pronto empezó a sufrir aglomeraciones provocadas por miles de aspirantes a braceros, muchos de los cuales se quedaron en la frontera al no cumplir los requisitos; otros se internarían en forma ilegal. Se trataba de campesinos provenientes de las zonas agrícolas rurales de Coahuila, Durango y Chihuahua. En 1942 fueron contratados 4 mil 203 trabajadores, y para 1945 la cifra alcanzó los 125 mil, de acuerdo con datos recopilados por el historiador Armando B. Chávez. En 1942 Ernesto Galarza, funcionario consular mexicano asignado en Washignton, D. C., reportaba que la alta demanda de trabajadores se debía a la esperanza de los mexicanos de ganar en Estados Unidos sueldos mejores que los que obtenían en México. El Programa Bracero terminó oficialmente el 30 de mayo de 1963, pero los migrantes siguieron ingresando a los Estados Unidos hasta 1964, ya cuando había creado en Estados Unidos circuitos de migración, de trabajo y hasta una cultura distinta. De 1942 a 1964 se estima que cinco millones de mexicanos laboraron en los campos agrícolas del vecino país, según información difundida por el Proyecto Bracero, que dirige Carlos Marentes en el Centro de Trabajadores Agrícolas Fronterizos, en El Paso, Texas. Sin embargo, miles más que no fueron aprobados cruzaron sin ser documentados. Para estos últimos la Patrulla Fronteriza lanzó la operación “Wetback” o “Espalda Mojada”, mediante el cual en 1954 deportó por Ciudad Juárez a 35 mil mexicanos que ingresaron en forma ilegal a su territorio. El impacto para Juárez fue directo, pues entre deportados y aspirantes a cruzar, creció la población. De 50 mil habitantes que se tenían en 1940, se pasó a 122 mil 566 en 1950 y a 252 mil 119 en 1960. Los problemas sociales no se hicieron esperar, ya que los nuevos habitantes requerían de más espacios y servicios urbanos que el Municipio no podía otorgar por falta de recursos. “Llegan (migrantes) hasta los puertos norteños en busca de mejoría a sus niveles de vida, ya sea aprovechando lo que ellos suponen extraordinarias facilidades de trabajo en las poblaciones limítrofes con Estados Unidos o ilusionados con la idea de pasar a territorio norteamericano a ganar dólares”, narraba el entonces presidente municipal René Mascareñas, en 1959. “Al encontrarse sin poder lograr ninguno de los dos propósitos y sin la posibilidad inmediata de volver a sus lugares de origen, constituyen un problema de habitación, vigilancia, salubridad, alimentación, educación y trabajo de muy serias proporciones”. El edil señalaba que muchas familias apenas contaban apenas con recursos para subsistir. “A la demanda constante de servicios públicos por el mayor número de vecinos no corresponde un aumento en los ingresos municipales, ya que hay una enorme mayoría de familias cuyos ingresos apenas bastan para las más ingentes necesidades y no están en condiciones de contribuir a los gastos públicos”, enfatizaba. Sin embargo, nada paraba la llegada de migrantes que aspiraban a trabajar en Estados Unidos y el Programa Bracero se convirtió en un imán. El Proyecto Bracero estima que casi una cuarta parte de los braceros pasaron por la frontera de Ciudad Juárez y El Paso, a donde llegaron trasladados en trenes; posteriormente, una vez en Estados Unidos, en camiones eran enviados a Fabens, Texas, al Centro de Procesamiento de “Río Vista”, donde los bañaban, los desinfectaban con veneno en polvo y luego los entregaban a sus patrones. Los braceros partían de Fabens a las distintas regiones agrícolas del suroeste y el norte de los Estados Unidos a levantar las cosechas de algodón, betabel de azúcar y otros cultivos, por los que recibían de pago menos del 50 por ciento de lo que recibían los ciudadanos estadounidenses. En los ranchos, los braceros estuvieron a merced de sus patrones. Los rancheros de Texas y Nuevo México, generaron la fama de ser los peores explotadores. Un artículo escrito en 1946 por la profesora Pauline R. Kibbe, en Latin Americans in Texas, de la Universidad de Nuevo México, y rescatado por el Proyecto Bracero, revela los abusos que sufrieron los braceros. Relata que en la comunidad de Lubbock, Texas, la capital del algodón, en octubre de 1944 arribaron 496 camionetas cargadas con un promedio de 15 trabajadores mexicanos, es decir alrededor de 7 mil 494 migrantes que generaron una derrama económica importante al adquirir comestibles durante lo más intenso de la temporada de pisca.

“Sin embargo, Lubbock no tomó ninguna providencia para ocuparse de esta corriente de gente, que llega regularmente cada otoño, cada fin de semana de cada otoño”, señalaba Kibbe. “No hay ningún lugar donde puedan estacionar sus vehículos, darse un baño, cambiarse de ropa o simplemente ir al sanitario”.

En algunas otras ciudades el trato era aún peor. En Lamesa, los sanitarios de la presidencia municipal eran clausurados los sábados al mediodía, y en algunas de las estaciones de gasolina se tenía prohibido prestárselos y los migrantes eran forzados a hacer sus necesidades donde pudieran hacerlo, lo que finalmente generó una epidemia de disentería entre la población en general. A los migrantes también se les prohibía la entrada o servicio en sitios públicos, en negocios y de diversión, tales como cafés, barberías y en algunas instancias y cines. Los braceros también estuvieron a expensas de la corrupción de funcionarios mexicanos, puesto que durante el tiempo que fue aplicado el programa, una porción del sueldo les fue retenida para generar un ahorro que a su regreso a México se les entregaría, situación que pasó inadvertida por los trabajadores que firmaron contratos en idioma inglés, sin saber su contenido y las condiciones a las que estarían expuestos. Sin embargo, la devolución no se concretó y casi medio siglo después salió a la luz pública y miles de braceros realizaron protestas y reclamos al gobierno mexicano que terminó dando, no sin poner muchas trabas, una pequeña compensación a quienes comprobaron su participación en el Programa Bracero. “Mi padre se fue cuando yo tenía 13 años. Duró 10 años trabajando en Canutillo, Texas, en la pisca de algodón. Venía cada mes a vernos y regresó finalmente en 1959 cuando yo ya tenía 23 años”, recordó Ramón Hernández, hijo de Antonio Hernández Duarte, en una entrevista concedida a El Diario en 2009. Hernández Duarte, quien murió en 1987, participó en el Programa Bracero de 1949 a 1959, dejando en Juárez cuatro hijos y a su esposa. Señaló que como a miles le retuvieron un porcentaje de su sueldo y murió en 1987 sin ver jamás la retribución de ese esfuerzo. (Juan de Dios Olivas/El Diario; Fuentes: Martín González de la Vara en Breve Historia de Ciudad Juárez y su región; Armando B. Chávez en Visión Histórica de la Frontera Norte de México.”

A partir de la puesta en vigor en 1952 de la iniciativa migratoria McCarran-Walter, y trabajando sobre la fantasía de que en Estados Unidos no se requería de ninguna mano de obra extranjera para los trabajos duros por haber suficiente mano de obra disponible en los Estados Unidos, los requerimientos migratorios para los trabajadores extranjeros se fueron endureciendo más y más. Del mismo modo, la Patrulla Fronteriza fue endureciendo cada vez más y más su postura en contra de los indocumentados provenientes de México. El 11 de septiembre de 2001, ocurrió un evento que fue decisivo para el virtual cierre de la frontera a todos los trabajadores indocumentados mexicanos: los atentados terroristas a las torres gemelas en Nueva York y el Pentágono. Si antes ya era harto difícil para cualquier aspirante mexicano a indocumentado el tratar de internarse sin papeles en los Estados Unidos, tras el 2001 se volvió extremadamente difícil el ingreso inclusive para los mexicanos sin antecedente penales y con empleo permanente establecido en México. La Patrulla Fronteriza y los agentes migratorios recibieron amplios poderes plenipotenciarios que nunca antes habían tenido, y la cacería de indocumentados se convirtió inclusive en un pasatiempo en el cual tomaron parte los grupos que se afiliaron al proyecto Minuteman en el cual hasta actores famosos como Steven Seagal han ofertado sus servicios sin cobrar un solo centavo solo por el puro gusto de poder unirse a la alegre cacería de indocumentados mexicanos.

Todo lo que se ha descrito ha traído una consecuencia. Y la consecuencia es que las decenas de millares de trabajadores mexicanos indocumentados en amplia disponibilidad para los trabajos duros en los campos agrícolas ha ido disminuyendo de manera irreversible. Lo cual a su vez ha traído otra consecuencia, el que cada vez en mayores cantidades de vegetales, verduras y frutas se están pudriendo al no haber nadie que levante las cosechas. Los norteamericanos de hoy, acostumbrados a la vida cómoda y a recibir el beneficio de amplios programas gubernamentales de asistencia social, se rehusan a llevar a cabo tales trabajos. De este modo, el porcentaje de norteamericanos desempleados que maneja el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos como la cifra de aquellos que vuelven innecesaria la admisión de trabajadores foráneos para esos trabajos temporales es una cifra ficticia. Del 7.4 por ciento de norteamericanos desempleados reportados para agosto de 2013, posiblemente no haya entre ellos un solo norteamericano que quiera dedicarse a la dura faena de recolección de productos en los campos agrícolas, de modo tal que de ese 7.4 por ciento el porcentaje disponible para los trabajos de campo puede ser tomado como igual a cero. Esto deja a los productores agrícolas de los Estados Unidos, principalmente los del estado de California, sin disponibilidad de mano de obra norteamericana para ayudarles a levantar sus cosechas. La “migra” gringa ha tomado nota cuidadosa de esta situación, y tomando en cuenta que los productores agrícolas también pagan impuestos al gobierno federal, impuestos usados en parte para sostener económicamente a los agentes de la Border Patrol y todos los demás funcionarios migratorios, se está haciendo “de la vista gorda”, actuando no tanto como un muro de contención infranqueable sino como una “válvula reguladora”. Si lo quisieran, podrían ir sobre todo en tiempos de recolección de cosechas a muchos campos agrícolas, en especial en el estado de California, para detener a los millares de trabajadores indocumentados que se encuentran trabajando en dichos campos. Ellos saben muy bien de cuáles campos agrícolas se trata, y saben muy bien lo que van a encontrar. Pero también saben muy bien que si hacen tal cosa, pueden terminar “tronando” la economía de la nación sumiéndola en un barranco sin fondo. De este modo, aunque en la frontera con México los agentes migratorios fronterizos hoy son más duros que nunca, hay una moderación en lo que respecta a las acciones drásticas y enérgicas que pueden tomar en el interior del país, a sabiendas de que hoy más que nunca es extremadamente difícil si no imposible llenar los huecos que puedan dejar las cacerías masivas de indocumentados llevadas a cabo en los campos agrícolas.

Y por su parte, los empleadores norteamericanos de mano de obra mexicana indocumentada en los campos agrícolas saben muy bien que no hay muchos africanos y asiáticos que viajarán hasta los Estados Unidos para trabajar en los campos agrícolas porque en tales casos no se trata simplemente de brincar un muro con una escalera o de cruzar a nado un río sino de atravesar inmensos océanos, y la única forma para llegar desde tales países a los Estados Unidos es pagando un boleto de avión, pero quien tenga suficiente dinero para pagar un boleto de avión para trasladarse desde Africa o Asia hasta los Estados Unidos generalmente será una persona acomodada de clase media que ni estando loco viajaría hasta los Estados Unidos solo para llevar a cabo tales trabajos (las percepciones económicas en los campos agrícolas norteamericanos son tan bajas que no alcanzan para pagar un boleto de avión de ida y vuelta hacia otro continente). Y de cualquier modo, nadie puede tomar un vuelo desde Africa o Asia hacia los Estados unidos si no tiene pasaporte y visado para entrar legalmente a los Estados Unidos, lo cual elimina toda posibilidad de que se pueda encontrar un reemplazo a la mano de obra mexicana en los campos agrícolas norteamericanos. Aún así, conforme se sigan endureciendo más y más las políticas migratorias norteamericanas en la frontera con México, el declive de mano de obra mexicana solo puede continuar en picada, lo cual está causando ya serias preocupaciones entre varios políticos prominentes que anticipan una crisis en puerta. La senadora por California Dianne Feinstein está impulsando una iniciativa de ley titulada AgJobs, y en defensa de su iniciativa dice lo siguiente en un documento titulado “Passing AgJobs” (se reproduce en el idioma original para que no se pierda su pleno sentido en el proceso de traducción): “Across the United States, there are not enough legal agricultural workers to do the pruning, picking, packing, and harvesting that keeps California and U.S. farms in business. As a result, farms are closing, growers are planting less or switching to other crops, and the production of fresh foods and vegetables is moving abroad.  Between 2007 and 2008, 1.56 million acres of farmland were shut down in the United States.  American farmers have moved at least 84,155 acres of production and 22,285 jobs to Mexico to cultivate crops that used to be grown in the U.S. California farmers alone produce half of America’s fruits, vegetables, and nuts and a quarter of the country’s dairy.  However, the Federal H-2A seasonal farm worker program is not working for California.  According to the U.S. Department of Labor’s most recent data, only 1.3% of California’s hundreds of thousands of farm workers came through this program. When American farmers suffer, there is a ripple effect felt throughout the Nation.  For every job lost on family farms and ranches, the U.S. loses approximately 3 jobs that are supported by having the agricultural production here in this country. If the labor problems continue, California agriculture stands to lose between $1.7 – 3.1 billion in the next one to two years.  Today, more than ever, we need a stable and legal agricultural workforce in order to protect our food supply and keep American farms at home and in business. That’s why I introduced the AgJOBS bill.  This bi-partisan legislation would provide a workable and sustainable fix to the agricultural labor problems. The AgJOBS bill is a two-part bill. Part one would create a pilot program to identify undocumented farm workers and allow those already working in U.S. agriculture to continue to work in the United States legally, if they first pay a fine, show that they are current on their taxes, have clean criminal records, and commit to working in U.S. agriculture for the next five years. The second part would reform the H-2A program so that if local workers cannot be hired, farmers have a legal path to hire workers to harvest their crops.”

La “migra” gringa ya no volverá a ser nunca más lo “buena” que era en aquellos tiempos en los que desde el lado norteamericano los agentes migratorios norteamericanos les gritaban desde el lado norteamericano a los mexicanos que los miraban desde el otro lado de la frontera “¡Hey, mexicano, ven a trabajar aquí!”. Pero parece que están tomando nota de que, de seguir empeorando las cosas, los daños a largo plazo para el bienestar y la prosperidad de la nación norteramericana podrían ser mucho más de lo que las generaciones futuras estén dispuestas a tolerar.

Y si a mediados de la década de los cincuentas la “migra” gringa era “buena” e invitaba a los residentes del lado mexicano a trabajar, cuatro siglos antes la cosa estaba mucho mejor, porque ni siquiera había “migra”; Norteamérica era verdaderamente un vasto territorio en donde a nadie se le negaba la entrada. Lo cual fue muy bueno para los primeros blancos que arribaron a Norteamérica (antepasados de muchos de los “migras” jóvenes de hoy), porque de lo contrario se habrían topado con bravos guerreros Sioux y Mohawk de mirada dura estacionados como inspectores migratorios que lo primero que les habrían dicho a los recién llegados es “sus documentos, por favor”, y al no llevar tales los habrían deportado de inmediato enviándolos de regreso a Europa en los mismos barcos en los que estaban llegando, siempre bajo la mirada atenta y vigilante del Gran Jefe Toro Sentado, cazando con arco y flecha a los caras pálidas que tuvieran la osadía de entrar corriendo con la intención de quedarse a vivir como europeos indocumentados en la tierra de los Sioux, los Mohawk y los Mohicanos.

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