sábado, 12 de diciembre de 2009

Milagro de Navidad




En esta temporada decembrina, nada mejor que un cuento o una anécdota breve pero substanciosa para levantar el espíritu de aquellos que han dejado de creer en los milagros. A continuación tengo algo que seguramente dejará con la boca abierta a quienes no creen que todo pueda ser posible. Este relato sabe mucho mejor acompañado con una taza de chocolate caliente junto con unos bollitos de preferencia recién horneados, o bien unos tamales calientitos acompañados con un champurrado o con un atolito de vainilla.

En una noche invernal en la que solo se escuchaba el ulular de un viento furioso, mientras una nevada caía intensamente con un frío que calaba hasta los huesos, diez expedicionarios que creían haber perdido su rumbo entre la densidad del bosque atinaron a divisar en la lejanía una posada en la ladera de una montaña cubierta de nieve. Apresurando el paso mientras la tormenta arreciaba, llegaron hasta la posada en donde le solicitaron al encargado acomodarlos en las cabañas disponibles en la posada.

El encargado, comedido, se ofreció a acomodarlos a todos, hasta que se dió cuenta de que sólo había nueve cabañas desocupadas, y por órdenes estrictas de los dueños del lugar desde hacía varios años no se podía meter a más de un viajero en cada cabaña como consecuencia de un problema serio que hubo hace mucho tiempo atrás.

Al informarles que solo había nueve cabañas vacantes, los diez expedicionarios se miraron muy preocupados el uno al otro, a sabiendas de que uno de ellos tendría que quedarse afuera a pasar toda la noche bajo la ventisca, ya que si se alejaba solo del lugar buscando dónde guarecerse correría el riesgo de perderse en el inmenso bosque y no habría quien pudiera ayudarlo.

Preocupados todos, estuvieron rezando pidiendo alguna iluminación que los librase del duro trance de tener que escoger a uno entre ellos que tuviese que quedarse afuera toda la noche sufriendo las duras inclemencias del tiempo. Y justo cuando ya se había perdido toda esperanza, al encargado de la posada se le iluminó la cara, diciéndoles a los diez que ya tenía arreglado el problema, y que sería posible al final de cuentas acomodar a cada uno de ellos en una de las nueve cabañas sin dejar a ninguno de ellos afuera. O sea, acomodaría a diez expedicionarios en las nueve cabañas, sin meter a dos en ninguna de ellas. Azorados, los expedicionarios se miraron entre sí preguntándose cómo podría hacer tal cosa.

El encargado de la posada se llevó al primero de los expedicionarios a la cabaña que le sería asignada pidiéndole a otro de ellos que le estuviera haciendo compañía por un breve lapso de tiempo mientras regresaba por él.

Hecho lo anterior, el encargado de la posada llevó al tercer expedicionario a la segunda cabaña, dejándolo instalado en ella.

Tras esto, regresó por el cuarto expedicionario llevándolo a la tercera cabaña, dejándolo instalado en ella.

Tras esto, regresó por el quinto expedicionario llevándolo a la cuarta cabaña, dejándolo instalado en ella.

Tras esto, regresó por el sexto expedicionario llevándolo a la quinta cabaña, dejándolo instalado en ella.

Tras esto, regresó por el séptimo expedicionario llevándolo a la sexta cabaña, dejándolo instalado en ella.

Tras esto, regresó por el octavo expedicionario llevándolo a la séptima cabaña, dejándolo instalado en ella.

Tras esto, regresó por el noveno expedicionario llevándolo a la octava cabaña, dejándolo instalado en ella.

Una vez hecho lo anterior, regresó a la primera cabaña en donde había dejado a dos de los expedicionarios en la misma cabaña, pidió a uno de ellos que lo acompañara, y lo llevó a la novena cabaña, dejando de este modo a los diez expedicionarios instalados cada uno de ellos en una de las nueve cabañas, sin ocupar dos de ellos una misma cabaña.

¿Quién, después de haber escuchado un relato como este, se negará a creer que todo es posible? ¿Tras esto habrá quien todavía crea que los milagros no son posibles?

¿O qué pasó?

Mientras se reflexiona en el profundo misterio que hay detrás de esta anécdota, se puede ir tarareando en voz baja el siguiente villancico andaluz de autor desconocido que es muy popular en estas temporadas de fin de año, el significado de cuyas letras se ha perdido en la noche de los tiempos al igual que el nombre de su autor.

LOS PECES EN EL RIO

http://www.youtube.com/watch?v=07FjX4R1d-s

La virgen va caminando
va caminando solita
no lleva más compañía
que al niño de su manita.

Pero mira como beben
los peces en río
pero mira como beben
por ver a Dios nacido
Beben y beben y vuelven a beber
los peces en el río
por ver a Dios nacer.

La virgen lava pañales
y los tiende en el romero
los pajarillos le cantan
y el agua se va riendo.

Pero mira como beben
los peces en río
pero mira como beben
por ver a Dios nacido
Beben y beben y vuelven a beber
los peces en el río
por ver a Dios nacer.
La virgen se está peinando
entre cortina y cortina
los cabellos son de oro
los peines de plata fina.

Pero mira como beben
los peces en río
Pero mira como beben
por ver a Dios nacido
Beben y beben y vuelven a beber
los peces en el río
por ver a Dios nacer.

Beben y beben y vuelven a beber
los peces en el río
por ver a dios nacer


Consideraciones literarias al margen, el estribillo del villancico es una metárofa que en la vida real no acierta, por la sencilla razón de que los peces de río no beben. Cuando observamos el comportamiento de los peces en acuarios, o en estanques o ríos, vemos que, efectivamente, abren y cierran la boca una y otra vez. Pero lo hacen para respirar, no para beber. De hecho, si bebieran tendrían un grave problema. Dado que viven en agua dulce, la concentración de sales en sus fluidos corporales es muy superior a la del medio en que se encuentran y bajo esas condiciones, el agua tiende a fluir al interior del organismo. Si no se opusiese ningún obstáculo a esa entrada, el pez llegaría, en teoría, a explotar, ya que no se podría mantener la integridad del organismo antes de que se equilibrasen las concentraciones interna y externa. Esa es la razón por la que los peces de agua dulce deben a toda costa evitar que les entre agua y a tal efecto disponen de dos mecanismos, ambos extraordinariamente simples. El primero consiste en dotarse de una superficie corporal impermeable al agua y el segundo en no beberla.

Sin embargo, como no hay límite alguno a nuestra imaginación, nos será posible imaginar que vemos a los peces en el río beber. Y ver a Dios nacido.

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