Cuando tuve que despedir a mi perrita la Cuquita, una perrita pastor alemán que nació en mi casa y a la cual estuve cuidando por espacio de doce años hasta que en la misma casa en la que nació el veterinario le tuvo que aplicar la eutanasia por haber quedado totalmente paralítica de su parte trasera (a causa de un padecimiento crónico-degenerativo conocido como displasia de la cadera, siendo este es un padecimiento común y característico en la raza de perros pastor alemán), no había en la casa un lugar suficientemente amplio en donde enterrarla, y para una perrita que nació y expiró en una casa en la cual vivió toda su vida, no quería tenerla lejos en algún lugar desconocido para mí, como tampoco me había hecho a la idea de cremar el cuerpo de la Cuquita (de cualquier modo, en ese entonces no había lugares en la ciudad en donde vivo con servicios de cremación para mascotas). Afortunadamente, vivo a corta distancia de una zona de espacios públicos en el Parque Chamizal conocida como “Los Hoyos”, y en uno de esos “Hoyos” (cada uno con una extensión en área equivalente del doble de un estadio de futbol) me puse en contacto con el encargado de cuidar ese espacio (había una casita allí en la cual vivía ese hombre con su familia) para que me permitiera enterrar a la Cuquita en un lugar cercano a una malla ciclónica que separaba una cancha de futbol soccer y una cancha de beisbol. Siendo un área de espacios verdes con árboles visitada todos los días por jóvenes deportistas, era el lugar ideal para que la Cuquita pudiera estar enterrada “de cuerpo completo” permaneciendo acompañada de la paz y la alegría abundantes en esos parques deportivos. Con la promesa de una compensación económica por su esfuerzo, el encargado le preparó a la Cuquita una fosa con metro y medio de profundidad, en donde se depositó el cuerpo de la Cuquita.
Para tener identificado plenamente y no olvidar el lugar exacto en donde quedaría enterrada la Cuquita, me llevé una palmerita chica de modo tal que conforme se fue cubriendo de tierra la fosa en donde quedó reposando la Cuquita, antes de que la fosa quedara completamente tapada se plantó allí mismo a la palmerita. Al igual que la Cuquita, la palmerita que se puso sobre su tumba también nació en mi casa, fruto de una semilla producida por una enorme palmera que la Cuquita veía todos los días al asomarse por el balcón.
Conforme fue pasando el tiempo, la palmerita fue creciendo allí poco a poco. Y al ir creciendo, estaba seguro de que al cabo de cinco o seis años las raíces de la palmerita habían empezado a cubrir los restos de Cuquita para empezar a incorporar los restos de la Cuquita, o sea a la misma Cuquita, dentro de la misma palmerita. De este modo, lo que había sido Cuquita empezó a formar parte de la palmerita, y en cierta forma Cuquita estaba volviendo a la vida a través de la palmerita colocada directamente encima de ella. En pocas palabras, tenía la sensación de que Cuquita estaba renaciendo a través de su palmerita, sensación que iba creciendo cada día que iba con un balde de agua para regar la palmerita.
Desafortunadamente, por causa de un alcalde municipal al que se le ocurrió construír en esos “Hoyos” un complejo de edificios que servirían como centro de convenciones, se empezaron a talar los árboles que allí habían crecido, y se comenzó a tirar la malla ciclónica al lado de la cual se encontraba la palmerita de Cuquita, y era solo cuestión de tiempo para que arrancaran a la palmerita de su sitio y no quedara ya nada de ella:
Afortunadamente, la Providencia me iluminó y se me ocurrió contratar a un jardinero profesional para arrancar a la palmerita de donde estaba, transplantándola a otro lugar en donde pudiera seguir creciendo. Y el lugar ideal para volver a plantar esa palmerita era precisamente cerca de mi casa, enfrente del balcón por el cual todos los días se asomaba la Cuquita, en la banqueta opuesta de la calle. En cierta forma, parte de la Cuquita estaba regresando al lugar en donde nació y expiró.
Una vez que la palmerita fue instalada en su nuevo hogar, regresé al lugar en donde había quedado el agujero que se hizo al excavar la palmerita, para tratar de rescatar los huesitos que hubieran quedado de la Cuquita antes de que llegaran las trascabadoras a remover la tierra y empezar a encementar el lugar. Sin embargo, la tierra arenosa y ya para entonces falta de humedad no me permitía llegar a mucha profundidad, al estar cayendo tierra arenosa por los extremos laterales internos de la fosa. Y de cualquier modo, por más que busqué, no pude encontrar un solo huesito de la Cuquita. Fue en ese punto cuando tomé conciencia de que todo lo que pudiera haber quedado de Cuquita se había estado desintegrando con el paso de los años para pasar a ser absorbido como parte de la palmerita a través de las raíces de la misma incorporándola como abono orgánico. En efecto, la palmera era la Cuquita. La Cuquita había vuelto a renacer. Y la palmerita (Cuquita) empezó a crecer en su nuevo hogar:
Fue entonces cuando se me ocurrió algo que posiblemente no se le haya ocurrido antes a nadie. En vez de enterrar a los humanos en panteones dentro de ataúdes metálicos para que sus cuerpos queden aprisionados por siempre, inutilizando para la posteridad un espacio sobre la superficie de este planeta pese a que el planeta tiene una superficie finita que cada vez se está agotando más y más conforme aumenta la población, o en vez de cremarlos para tirar las cenizas al mar o dispersarlas perdiéndose para siempre y por completo todo lo que quedaba de la persona, ¿por qué no reciclar los cuerpos de los humanos permitiendo que una nueva vida florezca tomando de otra que ya se fué?
Hay quienes rehusándose a perder todo vestigio de quienes fueron sus seres queridos, toman la decisión de enviar las cenizas de sus difuntos a un proceso especial mediante el cual las cenizas son comprimidas a alta presión y alta temperatura con lo cual estas cenizas pueden ser convertidas en diamantes, un proceso que ya se encuentra disponible comercialmente en México a partir de 2007. Y es así como nos encontramos con una situación muy curiosa en la cual una joven o un profesionista al mostar su anillo de diamante pueda afirmar sin estar mintiendo “es mi papá”, o “era mi abuelita”, exponiéndose a que a sus espaldas comenten los burlones que nunca faltan “vale más su familiar ahora que está muerto que lo que valía en vida”. El proceso de conversión de cenizas a diamantes desde luego que no es algo económico, y al hacer tal cosa estamos aprisionando los restos de lo que era la persona en una piedra cristalina, restos aprisionados a perpetuidad.
La costumbre de enterrar a las personas en cuerpo completo y marcando sus lugares de descanso con lápidas es algo que proviene desde los inicios del Cristianismo hace dos mil años, religión en la cual una de las creencias centrales es la firme creencia en la resurrección de los muertos. El concepto de la resurrección es el polo central que mantiene la fé de cualquier cristiano. El Credo de la Iglesia Católica proclama firmemente la creencia en “la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Con esto en mente, se adoptó la costumbre de enterrar a los humanos en tumbas, criptas y catacumbas, facilitando la resurrección del difunto en los mismos restos de lo que había sido su cuerpo en vida, siendo que los romanos acostumbraban quemar a sus difuntos en piras de las cuales no quedaba absolutamente nada, mientras que los judíos en tiempos de Jesús se limitaban a recoger los huesos de sus difuntos para depositarlos en osarios.
Si bien en el Nuevo Testamento a Jesús de Nazareth se le atribuyen varias resurrecciones, con las cuales demostró su poder absoluto sobre la misma muerte, todos los que fueron resucitados por Jesús eran personas recién fallecidas que tenían a lo sumo unos cuantos días de haber fallecido, Jesús no resucitó a nadie cuyo cuerpo agusanado hubiera entrado ya en un proceso de descomposición absoluta con las carnes desprendidas exhibiendo el esqueleto. Sin intención de entrar en debates, supongo que si se va a llevar a cabo una resurrección como la que promete el Cristianismo ello no implica que se tenga que llevar a cabo usando los mismos restos de lo que fue el cuerpo de la persona, el renacimiento de una persona podría llevarse a cabo en otro nuevo cuerpo, el de un recién nacido, alojando el alma de la persona que está siendo resucitada; y de hecho en algunas religiones la indestructibilidad del alma es garantizada mediante la creencia en la reencarnación.
Pero volviendo a la ocurrencia que tuve de que a los humanos en vez de cremarlos y tirar sus cenizas al mar en donde se pierde para siempre todo rastro que pudiera haber quedado de ellos, o de enterrarlos en ataúdes metálicos consumiendo espacio y recursos cada vez más escasos en nuestro planeta, se les entierre en fosas en donde sus cuerpos puedan nutrir vida nueva, dándoseles en cierta forma la oportunidad de renacer aunque de una manera un poco diferente, me llamó mucho la atención una nota periodística publicada a principios de noviembre de 2013 (justo en la celebración del Día de Muertos en México) elaborada por Verónica López (la cual por una curiosa coincidencia lleva el mismo apellido que el segundo apellido de mi abuelo materno) para el portal de Milenio que bajo el título “Polvo eres... y en bosque ecológico te convertirás” comenta lo siguiente:
“En un espacio localizado en Puebla reposan los restos de seres que, al morir, contribuyen a la renovación de la Naturaleza. Amozoc, Puebla.- Al pie de un árbol, en un cuerpo de agua o en medio de un bosque, es posible encontrar el descanso eterno. Una superficie de 10 hectáreas de encinos, flores, aves y mariposas sirve de entorno del Parque Funerario Ecológico, primer espacio en su tipo en México y Latinoamérica, donde reposan los restos de seres que, al morir, contribuyen a la renovación de la naturaleza. Lejos del cementerio tradicional y del ambiente fúnebre, el Bosque Eterno honra la vida y memoria de quienes partieron, a través de espacios verdes, que sirven de bálsamo al momento de las despedidas. Abierto hace poco más de un año, este lugar, localizado en el municipio de Amozoc, a unos 15 minutos de la capital poblana, ‘se convirtió en una alternativa para aquellos que buscan volvar una y otra vez’, explica su directora, Valeria Gómez. Senderos de piedra formados por agua y arcilla conducen al centro de la reserva, donde los árboles y la fauna dan muestra de vida. Las sombras de los árboles cobijan los lotes ecológicos donde los deudos pueden enterrar a un ser querido en un ataúd de manera que no provoque algún impacto ambiental, ya que las fosas se diseñan con piedras de cantera y partes de bambú. Otra de las alternativas que aportan para la preservación del parque son las urnas biodegradables elaboradas de tierra comprimida, donde se colocan las cenizas y pueden depositarse en medio del bosque, entre árboles, incluso al pie de uno, y cuyo costo promedio es de 4 mil 800 pesos. Estas urnas tardan entre seis y nueve meses en integrarse a la tierra. Las cenizas de una persona también pueden depositarse en urnas a base de arena del río, las cuales se lanzan a un estanque de agua, que requieren de una hora para desintegrarse y dar vida al bosque. Gómez explica que el nombre del difunto queda plamado en la ‘Piedra memorial’, que está hecha con una base de mármol que refiere el año de nacimiento y muerte. ‘Al enterrar o esparcir las cenizas ayudas al bosque a fortalecer el proceso natural, aquí el bosque está vivo, los restos tienen toda una serie de complementos que fortalecen al bosque, a las plantas y árboles. Es un lugar que te ayuda a despedirte en paz que alienta a los familiares a regresar y encontrar un momento de instrospección’,dice. El recuerdo de un ser querido también puede preservarse en una flor, esparciendo sus cenizas previamente mezcladas con semillas en una pradera o en parte del bosque.”
He aquí dos fotografías del Parque Funerario Ecológico:
La idea que se me vino a la mente allá por el 2012 cuando enterré a la Cuquita poniéndole su palmerita para que le diera sombra y cobijo al cuerpo de la Cuquita vá un poco más lejos de lo que ya está siendo llevado a cabo en el 2013 en el Parque Funerario Ecológico (obsérvese que no se le llama panteón o cementerio, puesto que de hecho no lo es, se trata de un parque lleno de vida en vez del sombrío silencio que distingue las hileras de lápidas funerarias de los panteones) en el sentido de que lo que yo propongo es que los restos en vez de ser enterrados al lado de un árbol sean enterrados directamente debajo de un árbol, y al hablar de restos no estoy hablando meramente de las cenizas sino del cuerpo completo. Creo que esto es posible, y lo único que se interpondría sería la resistencia a aceptar la idea de inhumar los cuerpos de los humanos a tres metros bajo tierra poniéndoles directamente arriba en la misma fosa el retoño de un árbol. A estas alturas, estoy convencido de que la costumbre de encerrar a los difuntos en ataúdes sólidos no-reciclables para que ocupen a perpetuidad un espacio que queda inutilizable para cualquier uso posterior, refleja una actitud egoísta. Y el castigo que conlleva esta actitud egoista es la paz sepulcral de los panteones en donde lo único que se ve en derredor son muchos otros vestigios de la muerte en vez de verse vida y alegría.
Al día siguiente de haber sido enterrado, cuando todos ya se fueron, ¿en dónde preferiría encontrarse el lector reposando en su descanso eterno? ¿En un panteón como el siguiente?:
¿O tal vez en un parque funerario ecológico que tenga la tranquilidad que ofrece el siguiente paraje?:
O también un parque funerario ecológico que por la abundancia de su vegetación parezca un Jardín del Edén simbolizando el perdón del hombre y su regreso al paraíso del cual fué expulsado por su desobediencia:
Si el fallecido es un niño o niña que murió a corta edad, ¿en cuál de los dos lugares preferiría el lector que descansen los restos de su hijo o su hija? En las tradiciones orales se habla mucho de fantasmas de personas que rondan por los lugares en donde yacen sus restos; y si algo hay de cierto en esto, creo que el fantasma de cualquier persona preferiría estar paseando por un jardín funerario alegre y lleno de vida que por un terreno repleto de hileras interminables de lápidas frías.
¿Hay alguna ventaja en enterrar orgánicamente un cuerpo completo sin cremarlo en vez de enterrar cenizas? Ecológicamente hablando, al enterrar un cuerpo completo sin incinerarlo, se evita una combustión que termina consumiendo mucho gas y mucho oxígeno arrojando mucho dióxido de carbono a la atmósfera agravando el problema del calentamiento global de la Tierra. Por otro lado, hay mucho más nutrientes orgánicos en un cuerpo completo que en las cenizas que se obtienen cremando el cuerpo.
Para que un cuerpo recién enterrado que empiece a entrar en proceso de descomposición orgánica pueda ser aprovechado por las raíces de un retoño de árbol que esté creciendo encima de él, si se insiste en utilizar un ataúd es necesario que el ataúd no contenga partes metálicas, y que esté hecho con algún material poroso de fácil descomposición, como aserrín de madera o cartón comprimido (materiales que son biodegradables y que pueden ser atravesados fácilmente por las raíces del árbol que irá creciendo encima de él), porque de lo contrario las raíces no podrán entrar en contacto con los restos del cuerpo y tocarlo para empezar a asimilarlo e incorporarlo.
Ya hay ataudes biodegradables disponibles comercialmente que contribuyen a reducir la deforestación provocada por la construcción de ataúdes (tan solo en Europa se talan un millón de árboles anualmente para alimentar este mercado). Además de las ventajas para el medio ambiente, su precio y su facilidad de almacenaje representan una clara opción en caso de desastres naturales. De hecho, en Europa la ley obliga a que los consistorios dispongan de un número mínimo de ataúdes por habitante por si ocurriera una catástrofe. A pesar de ello, los ataúdes ecológicos siguen siendo en la actualidad una opción poco utilizada. Los materiales utilizados para la fabricación de este tipo de ataúdes son muy variados. Algunos están hechos con cartón reciclado, bambú, fibras vegetales y “maderón” (un material ecológico desarrollado con cáscara de almendra molida). Cualquiera sea el bio-material utilizado como base, ninguno es sometido a un tratamiento de barniz ni posee elementos metálicos o sintéticos tóxicos, lo que le asegura la calidad de totalmente biodegradable. La empresa Ecopod además de diseñar eco-féretros de papel reciclado, ha lanzado una “semilla-ataúd”. El sarcófago biodegradable, en forma de vaina y su contenido, acaba generando vida en la tierra. Algo similar ofrece Capsulamundi, un proyecto italiano que consiste en un recipiente reciclado en forma de semilla para que alimente un árbol. Este tipo de ataúdes no necesita llevar el cofre de zinc de los féretros tradicionales, por lo que evita el impacto ambiental de dicho producto. Respecto a los costos, los precios de los ataúdes ecológicos pueden llegar a máximo los $3,400, mientras que los ataúdes ordinarios se cotizan entre $20,000, lo que representa un enorme porcentaje de ahorro. La siguiente fotografía nos muestra un ataúd biodegradable hecho de mimbre:
Lo óptimo es hacerle como en algunos países en donde entierran a sus difuntos simplemente envueltos en una sábana blanca sellada (cosida) hecha de algodón, la cual ya bajo la tierra es cien por ciento biodegradable (los fabricantes de ataúdes lógicamente se oponen a la adopción de esta práctica que les puede afectar el negocio de vender cajas muy elaboradas y ornamentadas pero bastante caras que pueden hacer más dura la pena relacionada con el fallecimiento). Al final, hasta la osamenta del difunto (constituída en su mayor parte por calcio) será también aprovechada, y no quedará nada debajo ya que todo pasará a ser parte de la vida que va creciendo encima de donde fue enterrado el cuerpo.
En el caso del que ya ha fallecido y cuyo cuerpo ha sido depositado en una fosa de un parque funerario ya sea dentro de un ataúd hecho de aserrín o cartón comprimido o simplemente encobijado en una sábana blanca, es posible que sea visitado con mucho mayor frecuencia por sus familiares que aquellos que están enterrados en cementerios que en México sólo son visitados en el Día de Muertos al inicio del mes de noviembre (y a veces ni siquiera en tal día), porque el arbolito recién transplantado puesto sobre su fosa requerirá ser regado con agua por lo menos durante las primeras semanas para que pueda sobrevivir el transplante, y al estar yendo a regar el arbolito el familiar o los familiares estarán visitando al fallecido para estar con él al menos por un breve tiempo. Conforme vaya creciendo el arbolito, el saber que las raíces del mismo ya alcanzaron al cuerpo que yace debajo del mismo, el saber que las raíces ya están empezando a acariciar y cobijar el cuerpo y lo están empezando a incorporar al arbolito al nutrirse de él, tarde o temprano puede producir la curiosa sensación de que al ir creciendo en tamaño el arbolito la persona enterrada debajo del mismo está empezando a formar parte del arbolito, al punto en que uno puede identificar e incluso confundir al arbolito con la persona cuya fuerza vital se está volviendo a manifestar bajo una nueva vestimenta, bajo un nuevo ropaje.
En mi caso personal, en vez de quedar metido para siempre dentro de un ataúd metálico usando recursos naturales que ya no le serían de ninguna utilidad a nadie al quedar sepultados junto conmigo tres metros bajo tierra, o en vez de ser cremado con las cenizas tiradas a un río o al fondo del mar (o inclusive terminando tarde o temprano en un bote de la basura), si pudiera tener mi última voluntad sobre esto llevada a cabo yo preferiría que mi cuerpo fuese depositado sin ataúd alguno en una fosa sobre la cual se plantara un árbol, yo preferiría mil veces que mis restos sirvieran de sustento futuro a un pino, un roble o un encino grande y fuerte en el cual hagan sus nidos los pajaritos y adonde puedan subir las ardillas o los mapaches, un árbol rodeado de Naturaleza, un árbol rodeado de vida que posiblemente dé cobijo a personas en temporadas de lluvia o que incluso sirva de sombra a parejas de jóvenes enamorados. O bien, un árbol frutal, un manzano, un durazno o un cerezo, que cuando empiece a dar frutos estos frutos serán procurados por los que pasen por allí para recibir el obsequio que dá la Naturaleza al paladar (cortesía también del que sirvió de abono orgánico al árbol), esto además de que un arbolito frutal podrá dar semillas de las cuales algún día podrán germinar retoños para darle arbolitos a otras personas que deseen ser recicladas dentro de la Naturaleza. En verdad, lo natural es ser reciclado, eso fue siempre la intención original para la perpetuación de la vida en la Tierra, eso es precisamente lo que ha ocurrido en los bosques y las selvas vírgenes por millones de años; de la vida que se fue nace vida nueva. Lo antinatural es aprisionar los restos mortuorios en una caja dura y maciza no-reciclable para ocupar un espacio con una lápida encima de la cual no puede ya florecer vida alguna.
Enterrado ecológicamente, con mis restos incorporándose al árbol puesto encima de mi tumba, quién sabe, a lo mejor hasta podría estar consciente de alguna manera de la paz y tranquilidad que me rodean en lo que sería, en efecto, y al igual que en el caso de la palmerita de Cuquita, una forma de renacimiento en paz con la Naturaleza y en paz de uno consigo mismo.
Al terminar de escribir esta entrada, me tomaré unos cuantos minutos para regar la palmerita de Cuquita. Es mi forma de expresarle a la Cuquita que no la he olvidado, que la sigo recordando. Y posiblemente algo de la fuerza vital de Cuquita que pueda estar pulsando dentro de esa palmerita sienta las “vibras” que le mando cada vez que paso caminando cerca de la palmerita, la cual está ha seguido crecienco y cuyas hojas están ya tan grandes que hasta da sombrita cuando hace calor y protege de la lluvia cuando cae un aguacero. Tal vez la palmerita pronto dará sus primeras semillas (así de grande ha crecido), con cada semilla llevando algo de la Cuquita, así sea un infinitésimo.
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