domingo, 1 de diciembre de 2013
El terrorista legal
Su nombre es Basit Javed Sheikh.
No nació en los Estados Unidos. Es un musulmán, un islamista procedente de uno de los países más problemáticos del planeta. Pero de cualquier modo las autoridades norteamericanas le dieron visa permanente de residencia legal, ello pese a ser originario de un país que ha sido refugio de los Talibanes afganos y cuna de algunos de los terroristas islámicos más extremistas y fanáticos, al igual que antinorteamericanos, que se puedan encontrar en la faz del orbe, Pakistán, precisamente el país en el cual se refugió y estuvo viviendo tranquilamente por varios años Osama bin Laden, el cerebro infernal que incineró al Pentágono y destruyó las Torres Gemelas en Nueva York matando a más de dos mil civiles, precisamente el país que es cuna de Talibanes extremistas que hoy planean volver a apoderarse de Afganistán para poder convertirlo nuevamente en un santuario para el grupo terrorista Al Qaeda.
Basit Sheikh no es un neurocirujano que pueda llevar a cabo intervenciones quirúrgicas casi milagrosas que muy pocos neurocirujanos en Estados Unidos puedan efectuar. Tampoco es un científico destacado que haya sido galardonado con algún premio importante a nivel internacional. Ni es un pintor aclamado internacionalmente, y mucho menos un humanista con alguna contribución importante que pueda beneficiar a la sociedad norteamericana.
La “tarjeta verde” que le dió el gobierno norteamericano a Basit Sheikh es el permiso para que este terrorista potencial se pueda trasladar libremente por territorio norteamericano, moverse para cualquier parte en donde se le pegue la gana, comprar lo que le venga en gana, buscar el trabajo que quiera hacer, y llevar la vida que quiera vivir.
A principios de diciembre de 2013, se supo que Basit Sheikh, de 29 años, y residente en Carolina del Norte en un suburbio de Raleigh, fue arrestado en el aeropuerto internacional Raleigh-Durham acusado de querer viajar al Líbano para incorporarse a Jabhat al-Nusrah, ello con la finalidad de luchar en contra de las unidades militares leales al Presidente sirio Bashar Assad, luchando junto con la red terrorista Al Qaeda en contra del régimen sirio, luchando codo con codo al lado de los mismos que han estado cometiendo actos terroristas atroces en contra de ciudadanos norteamericanos alrededor del mundo.
El sentido común indica que a este musulmán se le debería de haber deportado de inmediato de regreso a Paquistán privándolo de por vida de la residencia norteamericana poniéndolo en la lista de aquellas personas impedidas de entrar de por vida dentro de territorio norteamericano. Pero en vez de ello, los voceros del gobierno norteamericano simplemente se han limitado a expresar expresar sus preocupaciones de que gente que el mismo gobierno norteamericano ha inmigrado de tales países cuna de radicales puedan constituir un riesgo al regresar a los Estados Unidos. En una audiencia en la comisión de seguridad nacional en el Senado, el Senador demócrata Thomas Carper dijo: “Sabemos que ciudadanos estadounidenses, como también canadienses y europeos, han tomado las armas en Siria, en Yemen y en Somalia. La amenaza de que estos individuos puedan retornar para lanzar ataques es real y preocupante”. Y hasta allí llega la cosa, y no ha pasado a mayores. Por si esto fuese poco, Estados Unidos le sigue otorgando visas de residencia legal, visas de turista, visas de estudiantes y cualquier otro tipo de visas a paquistaníes como Basit Sheikh, siendo que el ingreso de cualquier ciudadano originario de países como Paquistán, Yemen o Somalia debería de estar terminantemente prohibido, con cero visas disponibles para cualquier individuo originario de países que han sido cuna de terroristas islámicos cuyo principal interés es causar a la sociedad nortamericana el mayor daño posible. Los terroristas potenciales siguen llegando y siguen entrando, legalmente, con los parabienes del gobierno de los Estados Unidos.
La sociedad norteamericana en sí tal vez no tenga mucha culpa de las tarugadas que haga el gobierno que dice representarla, pero de cualquier modo tiene que pagar las consecuencias, y estas consecuencias llegan frecuentemente con un costo extraordinariamente elevado; aunque en rigor de verdad, la sociedad norteamericana también debe cargar con parte de la responsabilidad al no exigirle enérgicamente a sus representantes y senadores cambiar de inmediato las leyes para ponerle un alto a la libre importación de fundamentalistas islámicos, para lo cual ya hubo un precedente cuando en los tiempos de la “Guerra Fría” estaba estrictamente prohibido el ingreso a territorio norteamericano de cualquier simpatizante de las doctrinas del comunismo, y esto aparecía claramente especificado en todas las formas de solicitud de inmigración. Si en esos tiempos el peligro era el comunismo, ¿no lo es ahora el terrorismo islámico? ¿Cuál es la diferencia?
Si Basit Sheikh hubiera sido un mexicano indocumentado (o cualquier otro indocumentado de origen latino), habría sido deportado de inmediato de regreso a México. El conjunto de leyes draconianas conocidas como el Patriot Act, aprobadas durante la administración de George W. Bush precisamente para tales efectos, le dan el poder a los funcionarios migratorios norteamericanos para hacer tal cosa, convirtiendo a cada inspector migratorio o aduanero en un pequeño César otorgándole facultades y poderes que en el pasado jamás habrían creído posible tener. En la frontera con México, cualquier inspector migratorio le puede recoger su pasaporte o “visa láser” a cualquier mexicano regresándolo de inmediato a México sin mayores contemplaciones y sin que se pueda hacer absolutamente ningún reclamo al respecto, sin que se pueda interponer queja alguna que valga por lo que pueda ser (y frecuentemente lo es) un acto de arbitrariedad llevado a cabo por un funcionario soberbio y prepotente. Sin embargo, tratándose de un terrorista potencial extraordinariamente peligroso como Basit Sheikh que está dispuesto a trasladarse hasta Siria para pelear al lado de los terroristas de Al Qaeda, pues a este tipo ya como residente legal se le otorgan todas las concesiones y todos los derechos y privilegios de los que pueda gozar cualquier otro residente al que se le haya dado su “tarjeta verde”.
Veamos ahora otro caso muy diferente.
Su nombre es Juan Armendáriz. Es guatemalteco, y tiene una esposa y cuatro hijos en Guatemala. Carece de antecedentes penales. Ciertamente no es ningún terrorista, y no tiene intención alguna de hacerle daño a nadie en los Estados Unidos. No es un musulmán ni profesa simpatía alguna hacia el Islam y sus interpretaciones más radicales. Él solo busca darle una vida algo mejor a su familia. Si el gobierno norteamericano otorgara visas temporales de trabajo, posiblemente Juan Armendáriz podría prestarse para hacer gustoso en los Estados Unidos faenas duras que los mismos norteamericanos no quieren hacer. Si pudiera, él en realidad no tiene intenciones de quedarse a residir permanentemente en territorio norteamericano. Él no pide que le den una residencia legal permanente en los Estados Unidos, todo lo que pide es una oportunidad de ganar unos cuantos dólares en algún trabajo de temporada para poder contribuír con el sostenimiento de su familia en Guatemala, el país en donde quiere vivir la mayor parte de su vida sin abandonarlo jamás. Pero la política migratoria del gobierno norteamericano es cruel. Aunque dentro de los mismos Estados Unidos se les contrata precisamente porque se les necesita, a los indocumentados de origen hispano no se les reconoce el valor de su trabajo, y por el contrario se les desprecia y se les trata con la punta del pie cuando se atreven a inquirir en las oficinas consulares norteamericanas en Guatemala sobre la posibilidad de obtener visas de trabajo temporales para trabajar en los Estados Unidos en la pizca agrícola. No existen visas para tales cosas, simple y sencillamente, se les desprecia. No hay visas temporales para ellos, pero sí las hay para y no sólo temporales sino permanentes para terroristas legales como Basit Sheikh.
Si el gobierno norteamericano manifestara el mismo desprecio en su actitud migratoria hacia los originarios de países con población musulmana fundamentalista como Paquistán, Yemen, Somalia y Chechenia como el desprecio que manifiesta hacia los mexicanos y centroamericanos que solo quieren ir a trabajar un tiempo en labores duras que ningún norteamericano está dispuesto a llevar a cabo, se habría ahorrado dolores de cabeza tales como el atentado terrorista cometido a principios de este año 2013 en el Maratón de Boston aunque los políticos norteamericanos que deciden las cosas en ese país simple y sencillamente no entienden, o lo que es peor, no quieren entender (como dice la Biblia: no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver). En ambos casos, se trata de cabezas tan duras como el corazón de piedra que parecen tener. En el caso del atentado terrorista cometido en el Maratón de Boston, los culpables de esa carnicería que costó vidas y dejó a varios norteamericanos mutilados de por vida no eran mexicanos, y mucho menos eran unos indocumentados. Los dos terroristas musulmanes fueron admitidos legalmente por el gobierno norteamericano, ambos arribaron en un vuelo internacional con sus visas de residencia norteamericana en sus manos, y no hubo ningún agente de la Patrulla Fronteriza para impedirles su ingreso. Al igual que el terrorista legal Basit Sheikh, no eran profesionistas destacados en alguna rama de la ciencia y la tecnología, ni eran deportistas con galardones obtenidos en competencias olímpicas, eran dos tipos ordinarios sin habilidad especial alguna pero que tuvieron algo muy importante a su favor: no eran mexicanos ni centroamericanos, y ya por ese solo hecho tuvieron derecho a un trato migratorio preferencial, inclusive discriminatorio, sin largos años de espera a las afueras de algún consulado. Si el terrorista sobreviviente Dzhojar Tsarnáev hubiera sido un mexicano, ya estaría en estos momentos condenado a la pena de muerte tras un juicio expedito. Pero por tratarse de un europeo caucasiano, a casi un año de distancia aún no se le ha sometido a juicio alguno como al mexicano César Fierro al que por mucho menos de lo que hizo el terrorista legal Dzhojar Tsarnáevá ha estado en la antesala del patíbulo por lo que se antoja ya como demasiado tiempo. Y encima de todo, este terrorista legal es glorificado como si fuese una brillante estrella de rock por la revista Rolling Stone que le dedicó su portada principal:
En la frontera con México, hay agentes migratorios norteamericanos armados (los de la Patrulla Fronteriza o Border Patrol) que amparados en la más absoluta impunidad disparan en contra de indocumentados que se atreven a cruzar la línea divisoria, matando incluso a varios de ellos. Si tuvieran un poco más de seso, en vez de apuntar sus pistolas hacia esos indocumentados que solo buscan trabajar las apuntarían directamente a la frente de tipos como Basit Sheikh y Dzhojar Tsarnáev para ahorrarle a la sociedad norteamericana tragedias en ciernes. Pero no, por el contrario, esos terroristas en potencia son recibidos con los brazos abiertos por el gobierno norteamericano, el cual no tiene problema alguno en seguirle dando a estos islamistas las mismas visas legales de residencia que les niega a otros que sí quieren entrar con intenciones de trabajar en vez de dedicarse a cometer ataques terroristas en nombre de organizaciones criminales tan peligrosas como Al Qaeda. Esto es el fiel reflejo de un país que desde hace ya algún tiempo perdió la brújula en lo que toca a sus políticas migratorias, un tema importante para la seguridad nacional que desafortunadamente está en manos de un Congreso disfuncional que en conjunto está demonstrando tener menos inteligencia que un mosquito. Es un hecho incuestionable que las autoridades migratorias norteamericanas jamás han detenido en su frontera sur con México a ningún terrorista musulmán tratando de ingresar como indocumentado, y los grilletes burocráticos impuestos para “ahorcar” a los mexicanos residentes en las comunidades fronterizas han sido perfectamente inútiles para tal propósito, porque todos y cada uno de los terroristas musulmanes procedentes del otro lado del mundo que han ingresado a Estados Unidos han ingresado con una visa legal expedida por las autoridades consulares que actúan en nombre del gobierno norteamericano. Todos los terroristas de la red Al Qaeda que destruyeron las Torres Gemelas en Nueva York entraron legalmente a territorio norteamericano, ninguno de ellos ingresó como un indocumentado, y mucho menos usando la frontera sur con México para tal propósito. Todos ellos eran terroristas legales. Doce años después de la tragedia ocurrida el 11 de septiembre en la ciudad de Nueva York, el gobierno norteamericano aún no ha aprendido la dura lección, porque sigue metiendo dentro de su territorio a terroristas legales como el terrorista legal Basit Sheikh, el cual tuvo la fortuna de no ser un mexicano o un centroamericano porque de haberlo sido entonces sin duda alguna se habría actuado duro y en forma despiadada en contra suya sumándolo a los cientos de miles de indocumentados que han sido deportados de Estados Unidos bajo la administración de Barack Obama. Y mientras el gobierno norteamericano siga importando a islamistas radicales de países como Pakistán y Afganistán dándoles el “sello consular de aprobación”, serán sus propios ciudadanos los que seguirán pagando las consecuencias, por más que algunos de sus agentes de la Patrulla Fronteriza se den gusto practicando el tiro al blanco con los latinos que se atrevan a tratar de cruzar sin documentos hacia la tierra del “sueño americano” para ganarse unos cuantos dólares con el sudor de su frente, o inclusive aquellos como Alfredo Quiñones Hinojosa, el “Doctor Q” (hoy admirado por toda la sociedad norteamericana), el mojadito que después de haber sido deportado en una ocasión volvió a intentar su ingreso de nuevo, y teniendo la suerte de no toparse con un agente migratorio norteamericano que le pusiera impunemente una bala en la cabeza o en el corazón, a base de duro trabajo logró convertirse en un neurocirujano graduado de una de las escuelas de mayor prestigio en los Estados Unidos (es posible que entre los indocumentados asesinados en la frontera por agentes migratorios norteamericanos en su intento por ingresar a los Estados Unidos haya habido otros que de no haber sido malogrados tal vez habrían descollado al igual que el Doctor Alfredo Quiñones, eso nunca se sabrá). Resulta lamentable ver tanta miopía entre quienes desde sus posiciones de autoridad en el gobierno y la política de la Unión Americana están acostumbrados a ver a sus vecinoss del Sur como si fuesen sus enemigos, y a tratar en cambio a sus peores enemigos llegados del otro lado del mundo como si fuesen sus buen os amigos. La historia habrá de juzgarlos por ello, además de las consecuencias que se vayan reflejando en las retribuciones que da la vida en situaciones así.
La abismal asimetría entre el trato preferencial dado a los terroristas legales procedentes desde el otro lado del mundo en comparación al trato despectivo dado al indocumentado mexicano así como al indocumentado centroamericano y sudamericano de piel bronceada no es cosa nueva, y se remonta hasta las postrimerías del Ku Klux Klan que nació en los estados sureños racistas y xenofóbicos que practicaban el esclavismo (hay quienes sostienen que entre los primeros voluntarios para unirse a la Patrulla Fronteriza había miembros del Ku Klux Klan ansiosos por sentar precedentes históricos para las formas de comportarse de los agentes que serían contratados a futuro, o sea los de hoy, aunque esta importante hipótesis parece que no ha sido suficientemente investigada y documentada por los historiadores norteamericanos, y que de ser cierta explicaría muchas cosas). Lo que sí es un hecho es que sería muy difícil encontrar a tipos como Basit Sheikh y los hermanos Tamerlán y Dzhojar Tsarnáev trabajando dentro de las filas de la Patrulla Fronteriza, porque los terroristas legales que el gobierno norteamericano está importando desde el exterior están más interesados en matar a norteamericanos que a indocumentados mexicanos y centroamericanos, algo que el miope y disfuncional Congreso no alcanza a ver.
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