Recientemente, la ciencia ha dado otro paso importante para poner en jaque otro más de los dogmas de las religiones establecidas, que sin duda alguna se sumará al descubrimiento de la teoría de la evolución, la teoría heliocéntrica de Galileo y el descubrimiento de la píldora anticonceptiva como fuente de discordia entre la ciencia y las religiones establecidas. Esto ocurrió cuando en el Reino Unido la Cámara de los Comunes británica dió luz verde a que sea posible la concepción del primer bebé con tres padres genéticos, aprobando una legislación que autorizará una técnica de reproducción asistida que utiliza el ADN de tres personas. Esta técnica fue aprobada en la cámara baja con el voto a favor de 382 diputados (las tres cuartas partes) frente a 128 en contra, suscitando un enconado debate ético y contando (como siempre) con la oposición de la Iglesia. Reino Unido se convertirá (tras la previsible aprobación en la Cámara alta) en el primer país que dará luz verde a los llamados bebés de tres padres, ayudando a cerca de 150 parejas que cada año pierden a sus bebés por enfermedades mitocondriales.
La técnica consiste esencialmente de una especie de trasplante de órganos a escala microscópica, o un trasplante in vitro de orgánulos celulares. Las células están formadas por el núcleo y el citoplasma. El primero contiene el ADN. Y en el citoplasma están los pequeños órganos u orgánulos que llevan a cabo las instrucciones del ADN. Uno de ellos son las mitocondrias, que transforman el alimento en energía para la célula y contienen una pequeña porción de ADN extranuclear importante para el desarrollo de esa labor. Existe la percepción generalizada (y equivocada) de que en la producción de un feto humano únicamente intervienen el ADN proporcionado por un espermatozoide del padre y el ADN interior al óvulo de la madre. Hay, sin embargo, otro ADN dentro del óvulo de la madre pero exterior al núcleo del óvulo, que también proporciona algo de material genético para la formación del individuo, se trata del ADN mitocondrial. Y he aquí la posibilidad que abre la ciencia: si se extrae no el ADN del núcleo del óvulo de la madre sino el ADN mitocondrial exterior al núcleo del óvulo pero interior al óvulo, y se reemplaza el ADN mitocondrial del óvulo con el ADN mitocondrial proveniente de otra persona, el ADN final resultante será la combinación no tan solo del ADN del padre y de la madre sino también del ADN mitocondrial que puede ser el de la madre (produciendo un hijo de dos padres) o que puede ser de una tercera persona (produciendo un hijo de tres padres). Desde luego que hay otra alternativa posible, la cual consiste en extraer el núcleo del óvulo de la madre con su ADN mitocondrial defectuoso, y transplantarlo al óvulo de una donante cuyo ADN mitocondrial no está defectuoso, lo cual de hecho es algo mucho más fácil de llevar a cabo.
¿Qué razón válida habría para efectuar este tipo de experimentos? ¿Mejorar la raza manipulando lo que se ha dado en llamar bebés de probeta? En realidad, no, al menos no es la razón por la cual se aprobó esta nueva técnica en Inglaterra.
En las enfermedades mitocondriales, cuando se dan, estos pequeños órganos de la célula, que se transmiten por vía materna no funcionan correctamente. De manera que los bebés que nacen con estas células dañadas pueden sufrir daños cerebrales, pérdida de masa muscular, fallo cardíaco y ceguera, y en muchos casos fallecen antes del primer año de vida. Solo un trasplante puede salvarlos pero, para que afecte a cada una de las cien trillones de células que hay en un cuerpo, este debe realizarse inmediatamente después de la concepción. Por eso se necesita utilizar técnicas de fecundación in vitro.
La técnica, desarrollada en Newcastle, combina el ADN de los dos progenitores con la mitocondria sana de una donante mujer. De ahí el nombre popular de los tres padres. Aunque, de hecho, sería más correcto hablar de 2,002 padres, ya que solo casi el 0,2% (en concreto, el 0,18%) del ADN de la donante pasa al embrión y, aunque sí se transmite a generaciones posteriores, no afecta a características esenciales del individuo. También los órganos trasplantados convencionalmente contienen ADN del donante, y no se mezclan sus características genéticas con las del receptor de una manera relevante.
En el laboratorio básicamente se fertilizan dos óvulos, uno de la madre y otro de la donante, con espermatozoides del padre. Se retira el núcleo de los dos embriones resultantes, y solo se conserva el creado por los padres. Ese núcleo se introduce en el embrión de la donante, sustituyendo al núcleo que se ha desechado. Y el embrión resultante se coloca en el útero de la madre. Lo mismo se puede hacer a escala de óvulo, antes de la fertilización. En ambos casos, el cambio es permanente y la futura descendencia del bebé que nazca con esta técnica estará también libre de la enfermedad mitocondrial.
Julio Montoya, especialista en patología mitocondrial, explica que la terapia es esperanzadora y “muy buena”. Además técnicamente no es muy compleja. “Estamos expectantes”, comentaba, antes de conocer el resultado de la votación, este catedrático en Bioquímica de la Universidad de Zaragoza, que colabora como asesor científico con la Asociación de Enfermos de Patologías Mitocondriales. Sin embargo, a pesar de los avales recibidos, incluso por un grupo de premios Nobel, el riesgo cero no existe, y Montoya plantea dos incertidumbres. La actividad de las mitocondrias no solo viene regulada por las proteínas producidas por el ADN de estos orgánulos (apenas 37 genes), sino también por las que produce el núcleo de la célula (con unos 20.000 genes). Como la técnica da como resultado la combinación en la misma célula de mitocondrias de donante con un núcleo celular de origen distinto (de los padres) cabe la posibilidad de que las proteínas mitocondriales y las de núcleo celular sean incompatibles. Y, por ello, se produzcan errores en la fábrica de energía en la célula y las patologías asociadas a esta disfunción, precisamente lo que se pretende evitar.
Hay otro riesgo, menos grave. La técnica implica transferir el núcleo del embrión de los padres o del óvulo de la madre a óvulos o embriones de donante. En esta operación se podrían arrastrar mitocondrias enfermas a los óvulos o embriones huéspedes. Si fueran pocas, el riesgo de enfermedad sería muy bajo. Aunque, en el caso de las niñas, seguirían siendo portadoras (y transmisoras) de mitocondrias afectadas.
Como era de esperarse, altos prelados de la Iglesia de Inglaterra y de la Iglesia Católica en el país, así como determinados miembros de la comunidad científica, habían pedido el voto en contra de la aprobación de esta legislación, pues consideran que la técnica plantea aún determinadas incertidumbres éticas. La oposición de la Iglesia radica, en parte, en que la técnica implica la destrucción de un embrión, y en que consideran que podría abrir la puerta a futuras modificaciones genéticas en los embriones. Pero esta técnica en sí misma no supone la alteración del ADN nuclear, de modo que no podría utilizarse para la ingeniería genética o el diseño de bebés. Dos hermanos, uno de los cuales haya pasado por un trasplante mitocondrial, no serían más diferentes entre sí que dos hermanos que no lo hayan pasado.
La diputada conservadora Fiona Bruce, que lideraba la oposición a la iniciativa, argumentó que la regulación que la Cámara tenía ante sí “fracasa en los dos aspectos, el ético y el de seguridad, y ambos están inextricablemente interconectados”. "¿Estamos contentos con sacrificar dos vidas humanas incipientes para crear una tercera?", preguntó. Como ella, otros diputados consideraron que el tiempo establecido para el debate, de 90 minutos, era demasiado corto para un tema tan controvertido éticamente.
Jane Ellison, secretaria de Estado conservadora de Sanidad Pública, aseguró que la donación mitocondrial había sido objeto de un extenso escrutinio durante años y que esta tarde era ya la hora de que los diputados votaran. Las técnicas contempladas en la regulación, dijo a la Cámara, suponen la única esperanza para las mujeres portadoras de estas patalogías de tener “hijos genéticamente sanos” que no sufran las “devastadoras y a menudo mortales consecuencias” de la enfermedad mitocondrial.
Doug Turnbull, director del centro Wellcome Trust para la investigación mitocondrial, donde se ha desarrollado esta técnica pionera, había pedido el voto a favor de los diputados. “Es una investigación sugerida por los pacientes, aprobada por los pacientes y es para los pacientes, ese es el mensaje importante”, declaró a la BBC. Le apoyaron premios Nobel británicos, 40 científicos de primera línea de 14 países y diferentes asociaciones de bioética.
El Gobierno británico de David Cameron —una coalición formada por conservadores y liberal demócratas—, al igual que la oposición laborista, había mostrado su apoyo al procedimiento, pero los diputados tuvieron voto libre, por tratarse de un tema muy sensible. Tras aprobarse esta enmienda a la Ley de Embriología y Fertilización Humana de 2008, la Autoridad de Embriología y Fertilización Humana aprobará ahora la licencia para que se empiece a aplicar la técnica. El primer bebé con material genético de tres personas podría nacer en 2016.
En realidad, y a estas alturas, los argumentos de índole religiosa en contra del procedimiento parecen carecer de justificación. El propósito primario y fundamental de la nueva técnica es salvar a niños que de otro modo nacerían con enfermedades terribles e incurables, dándoles la oportunidad de que puedan nacer sanos y saludables. Y más importante aún, estos niños que nacen sanos y saludables, al haberse removido el ADN mitocondrial atrofiado con el cual habrían nacido irremediablemente, ya no le transmitirán ese ADN a sus propios hijos porque ya no obra en ellos. En pocas palabras, es una cura permanente que se va transmitiendo de generación a generación.
El objetivo, pues, es la sanación, la curación de algo para lo que antes no había cura alguna. ¿Qué padre no quisiera esto para sus hijos? Y por evitarle a sus hijos un mal terrible que los llevará en forma segura a la muerte a los pocos años de haber nacido, y esto padeciendo sufrimientos que ni siquiera se pueden empezar a describir, muchos padres seguramente están dispuestos a cambiar de religión o inclusive de renunciar a todo tipo de religión, si tal es el caso.
Las religiones establecidas pueden oponerse a cualquier tipo de procedimiento que altere la forma natural en la que son concebidos los hijos, clasificándolo como un pecado. ¿Pero acaso no dicen estas mismas religiones que una de sus misiones fundamentales es la defensa de la vida? ¿Por qué oponerse entonces a un descubrimiento científico cuyo objetivo es precisamente ése, garantizar una vida larga y saludable evitando lo que de otra manera sería una sentencia de muerte segura?
En los tiempos de Jesús de Nazareth, buena parte de los prodigios que obró Jesús de acuerdo a los Evangelios fueron prodigios de sanación, de curación, de dar esperanza a los enfermos que habían sido deshauciados por los galenos de su tiempo. Su mensaje era uno de sanación, no de condena. ¿Por qué no tomar entonces el ejemplo de Jesús, si realmente lo que se quiere es proteger la vida en todas sus formas? Se puede argumentar también que, de no haber sido la voluntad del Supremo Hacedor que se descubriera este tipo de técnicas para obtener curas, las cosas habrían estado arregladas en la Creación de modo tal que al hombre jamás se le habría permitido tener acceso a este tipo de cosas, estaría impedido de varias maneras para ello. Y si se le han dado al hombre el intelecto y los recursos para lograr este tipo de cosas, entonces no usarlas para llevar a cabo la sanación de lo que de otro modo sería incurable sería un verdadero pecado.
El argumento esgrimido por la diputada conservadora Fiona Bruce que acusa que con la nueva técnica se sacrifican dos vidas humanas incipientes para crear una tercera es francamente infantil, por no decir ignorante y estúpido. En todo caso, lo único que queda trunco es el óvulo que posee el ADN mitocondrial defectuoso, y este junto con la sentencia de muerte que le acarrea al recién nacido el ADN mitocondrial defectuoso son razones más que suficientes para dar dicho embrión por desechable, sobre todo tratándose de algo que ninguna pareja en su sano juicio aceptaría como alternativa de donación. Por otro lado, también es cierto que a lo largo de la vida de toda mujer se van desechando (la misma Naturaleza se encarga de ello, por la vía de la menstruación) cientos de óvulos que jamás serán fecundados. ¿Se debe sentir una mujer culpable porque todos esos óvulos que no fueron utilizados para crear nueva vida hayan sido desaprovechados, tratándose el asunto como si fuera el asesinato en masa de muchas vidas humanas incipientes? Desde luego que no, y ni siquiera la diputada Fiona Bruce se ha de sentir culpable de no haberle dado a muchos de sus embriones, vidas humanas incipientes según ella y los prelados que la asesoran, la oportunidad de convertirse en nuevos seres humanos. Se trata en esencia del mismo argumento usado para oponerse al uso de la píldora anticonceptiva y el condón como métodos de planificación familiar, el supuesto asesinato en masa de seres a los que se les está negando la oportunidad de nacer, seres no en esencia sino “en potencia”, que podrían ser pero que no podrán ser por negarle a la fecundación la posibilidad de que pueda ocurrir aún tratándose de casos de parejas que viven en la miseria y con diez hijos a los cuales les es imposible traer un hijo más a un mundo sobrepoblado en exceso.
Ni siquiera es posible argumentar en contra de la nueva técnica que la concepción de un hijo proveniente de tres padres (en realidad, un padre y dos madres) es un pecado de índole carnal (el pecado de la carne es considerado pecado mortal) propio de un degenerado e inmoral concubinato menage a trois, porque en la puesta en práctica del procedimiento no se obtiene gratificación sexual alguna; por el contrario, se trata de un mero procedimiento de laboratorio que para muchos puede constituír un verdadero sacrificio motivo de pena, tanto para el donante del esperma (el padre) como para las donantes de los óvulos (las dos madres). En ningún momento del procedimiento que se debe llevar a cabo en una clínica esterilizada hay contacto físico alguno entre cualquiera de los tres progenitores, cada cual posiblemente ocupe un cuarto separado mientras los laboratoristas recogen los especímenes; y la única razón que la gran mayoría de los progenitores tendría para someterse voluntariamente a lo que puede consistir para ellos incluso en una especie de humillación sería el ver a los hijos que van a tener liberados por el resto de sus vidas de la marca de un mal incurable.
En otros tiempos, las religiones establecidas tenían a su disposición recursos tales como la Santa Inquisición para castigar lo que se llamaban herejías y violaciones a todo lo que se consideraba dogma establecido. Pero en estos tiempos ya no se cuenta con tales recursos, el único recurso disponible es la fuerza del convencimiento, pero para convencer a quienes quieran tener hijos sanos que no recurran a este tipo de avances científicos para garantizarle a sus hijos una vida libre de serias enfermedades, se tendrá que recurrir a argumentos sólidos y creíbles. Y al menos en la Cámara de los Comunes en el Reino Unido, tales argumentos no se dieron en este mes de febrero de 2015 en donde la cuarta parte de los diputados no fueron convencidos de votar en contra de la “nueva herejía”, más preocupados por salvar las vidas de niños inocentes amenazados por el ADN mitocondrial defectuoso que por la posibilidad de irse al infierno. Falta, desde luego, ver lo que ocurrirá en países con poblaciones mayoritariamente católicas como México, Chile y Perú cuando este mismo asunto sea legislado, aunque los países en donde la técnica sea prohibida los pertenecientes a las clases acomodadas siempre tendrán la opción de comprarse un boleto de avión para viajar a Inglaterra para someterse al tratamiento, no así los pertenecientes a los estratos económicos bajos y quienes como siempre no tendrán otra opción más que aguantarse y resignarse a su destino.
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