Para quienes profesan una creencia en alguna religión, existen otras realidades alternas que están más allá de nuestros sentidos físicos, realidades cuya existencia no puede ser comprobada por algún tipo de medición física o conocida mediante simples actos de razonamiento. Es algo así como el campo magnético de un imán; no lo podemos “ver” directamente, inclusive lo podemos atravesar con nuestra mano sin sentir absolutamente nada; o como las ondas electromagnéticas que hacen posible la telefonía celular y la televisión, nadie puede “ver” directamente una señal de radiación electromagnética pese a que nuestros cuerpos son atravesados diariamente por millones de ellas, solo las conocemos gracias a sus efectos sobre la materia que sí está al alcance de nuestros sentidos, pero ello no nos impide utilizar en nuestro provecho la existencia de las ondas electromagnéticas.
De acuerdo a la religión católica con la que estoy mejor familiarizado, la muerte es el paso del ser humano hacia la eternidad en donde le espera el juicio divino por sus actos acaecidos durante su vida terrena. Si éstos han sido de acuerdo a las enseñanzas divinas, en su nuevo estado alcanzará la plenitud humana y divina en el amor, en la amistad, en el encuentro y en la participación de Dios, en lo que conocemos como el Paraíso Celestial. Pero si es al contrario, si el hombre no ha llevado su vida de manera ejemplar, de acuerdo a los mandatos divinos, y muere contaminado por el pecado sin haberse arrepentido sincera y profundamente por las faltas por él cometidas, el nuevo estado que adquiere al abandonar el alma su cuerpo físico será el del castigo eterno en el Infierno.
Para muchos creyentes católicos, existe además un tercer lugar, aquel donde va el alma que carece ya de culpa pero que aún no ha eliminado totalmente las huellas dejadas por el pecado. Éstas, al no haber sido borradas totalmente en esta vida por la confesión, el sincero arrepentimiento y la penitencia, constituyen una pena temporal que debe ser purgada, ya que son el impedimento que hace aún imposible la unión con Dios en el Cielo, y por ello la retarda hasta que la purificación del alma sea completa. Ese lugar tiene un nombre propio, Purgatorio, término que proviene del latín purgare, que significa limpiar o purificar, y es una condición de castigo temporal para aquellos que, aún habiendo dejado esta vida en gracia de Dios, no están completamente libres de faltas veniales, o no han satisfecho completamente sus transgresiones en vida.
Cuando cursaba mis estudios de secundaria en la Escuela Secundaria Federal Número Uno, en una ocasión cuando estábamos afuera del edificio un compañero de clases de nombre Alonso Lastra Guevara me comentó en una pláctica que tuvimos en relación al Infierno su convicción de que el Infierno del que tanto se habla no era una cosa que estuviera “allí abajo” en algún lugar más allá del alcance de nuestros sentidos físicos, estaba convencido de que el Infierno del que tanto se habla es el mismo lugar en el que habitamos todos los que vivimos en este planeta. En pocas palabras, según él, el Infierno existe, y todos ya estamos en él.
Reconozco que lo que dijo mi compañero de clases me puso a pensar mucho en aquél entonces. Una afirmación así puede poner a pensar a muchos.
Ciertamente, dadas las enormes penurias que padecen muchos de los que moran en este planeta, penurias sin fin en sucesión continua una tras otra a grado tal que el cantautor José Alfredo Jiménez dijo de la vida que “comienza siempre llorando, y así llorando se acaba”, muchos desde muy pequeños empiezan a sospechar que el Infierno en verdad existe, y que es precisamente este planeta que estamos compartiendo todos. Por cuenta propia llegan a la misma conclusión a la que llegó mi compañero de la escuela secundaria.
¿Pero realmente está el Infierno aquí mismo en la Tierra?
Si este planeta no es el mismo Infierno, tenemos que reconocer que vemos que aquí hay muchas cosas en común con la idea vaga que tenemos del Infierno que pueden dar una muy buena simulación de lo que debe ser el Infierno. En las Escrituras se nos dice que el Infierno es un sitio poblado de demonios, ángeles caídos de la gracia de Dios propensos al Mal y a la maldad. Pero no tenemos que ir al Infierno para encontrar tales seres. Aquí mismo en la Tierra a cada rato vemos en las noticias acciones terribles llevadas a cabo por gente desquiciada cuyo comportamiento inicuo no le pide nada al comportamiento que podemos esperar de los demonios bíblicos. Leemos en los periódicos y vemos en los noticieros de la televisión y en los portales de Internet acerca de las acciones de criminales y terroristas esparcidos por doquier que no están dispuestos a respetar ni siquiera los tempos de oración.
Cualquiera en el momento que así lo desee puede empezar a elaborar de inmediato una larga lista conteniendo una de las muchísimas cosas que pueden hacer suponer que el planeta Tierra es el mismo Infierno, con realidad física plena, del que hablan los textos sagrados:
- Hombres-demonio bajo cuyas órdenes se cometen enormes genocidios como el que ocurrió en Cambodia bajo las órdenes de Pol Pot.
- Jóvenes que en la flor de su juventud son reclutados para ir a pelear una guerra de la cual muchos regresarán desfigurados, mutilados, ciegos, paralíticos, y hasta locos.
- Hombres-demonio que en el nombre de Dios descargan su irracional furia asesina matando a decenas o hasta cientos o miles de personas a las que ni siquiera conocen en atentados suicidas cuyo único objetivo es la destrucción y el caos.
- Padres-demonio y madres-demonio que dan rienda suelta a su odio mutuo y su ira enfrentándose violentamente el uno contra el otro en presencia de sus hijos pequeños para que así los hijos aprendan a aborrecer desde muy chicos la institución del matrimonio que se supone sagrada, o peor aún, pasándole el ejemplo a sus hijos para que se comporten de la misma manera cuando estén casados, como si hubieran dicho antes de casarse: “quiero tener hijos e hijas para que sean testigos de mis pleitos salvajes con mi cónyuge y que así puedan crecer llenos de traumas y complejos detestando cualquier cosa que tenga que ver con el compromiso matrimonial”. Y por mucho que se trate de justificar a estos padres-demonio y madres-demonio diciendo que no están conscientes de lo que hacen, ¡claro que lo están, máxime que no ambos son adultos y no son unos recién nacidos, y lo que hacen en contra de sus propios hijos e hijas lo hacen por pura maldad!
- Puchadores-demonio que sabiendo perfectamente el terrible mal que hacen encausan a jóvenes y hasta niños y niñas por el camino de la drogadicción enganchándolos de por vida en paraísos artificiales que terminan siendo verdaderos infiernos de los cuales no hay salida posible viéndose obligados a robar y a prostituírse para poder comprar la droga carísima que estarán pidiendo a gritos para no sentirse mal.
- Personas a las que les es diagnosticada una terrible enfermedad terminal incurable que requiere un tratamiento médico costosísimo tan solo para paliar un poco los síntomas y mitigar un poco el dolor mientras se retrasa un poco el deceso final, requiriéndose de procedimientos quirúrgicos y medicamentos carísimos que están más allá del limitado presupuesto familiar lo cual puede obligar a los miembros de una familia a tener que tragarse todo su orgullo y dignidad para estarse exhibiendo en los talk-shows de caridad pública de la televisión, o bien resignarse a terminar en la ruina económica con el dudoso consuelo de poder extender unos cuantos meses la vida del familiar enfermo que de cualquier modo se va a morir y para el cual esos meses o semanas extra de vida no serán más que una prolongación de una agonía para la cual la única verdadera liberación es la muerte.
- Miles de millones y millones de cucarachas, ratones, ratas, moscas, arañas viudas negras, avispas, mosquitos, garrapatas, alacranes, langostas, piojos y otras alimañas presentes en todo el planeta e imposibles de erradicar, cuyo costoso control con pesticidas ha resultado más dañino para muchos ecosistemas frágiles que las mismas plagas.
- Asesinos-demonio seriales que matan a otros y a otras no por una necesidad alimentaria o de supervivencia sino única y exclusivamente por el solo gusto y placer de matar, hasta que terminan matándose por su propia mano con el mismo gusto y placer escapando cobardemente por la puerta falsa en cuanto ven que los policías van ya tras ellos.
- Madres de la tercera edad en las que de pronto aparecen todas las manifestaciones de la demencia senil, cayendo en una locura total para terminar convirtiéndose en una dolorosa y pesadísima responsabilidad para sus propios hijos a los cuales sin consideración al pesar ocasionado les van a estar destruyendo la vida a lo largo de varios años. ¡A sus propios hijos!
- Los que sufren en silencio, como perritos que son machucados por un carro y agonizan en una banqueta o que están enfermos y postrados con una enfermedad como parvovirus o herliquia y que permanecen horas y horas o hasta días y días agonizando bajo un sol candente sin que nadie mueva un solo dedo por ellos.
- Mujeres que abortan a un niño o una niña perfectamente sano sin que haya una complicación médica de por medio en el embarazo que justifique la decisión de abortar, ante la impotencia de parejas infértiles desesperadas que han estado tratando por años de tener hijos sin lograrlo y que están en la mejor disposición de darle un hogar y una educación a ese niño o niña que termina siendo abortado y tirado en un basurero a veces aún con vida.
- Terremotos que en cuestión de minutos matan a millares de personas dejando una amplia estela de viudas, huérfanos y abandonados, los cuales ocurren justo en regiones en donde hay pobreza extrema como Haiti y Nepal, justo en donde las penurias que ya se tenían son multiplicadas con creces.
- Tsunamis llegados del mar como el que ocurrió en Japón que en cuestión de minutos barren con comunidades enteras sembrando mucho dolor y pesar a gente que parecía no merecer tal castigo.
- El tener que presenciar como testigo o tener que vivir y sufrir en carne propia situaciones verdaderamente crueles, dramáticas o trágicas, en una impotencia total sin poder hacer absolutamente nada para impedirlas o evitarlas, y sin que venga ayuda alguna de un plano existencial que se supone superior para dar algún consuelo, ya no se diga para ayudar en forma directa interviniendo para poner un hasta aquí a las cosas terribles que suceden. Esto ha sido una veta inagotable de personas que han terminado de perder por completo su fé, abrazando el ateísmo, el materialismo positivista, y el agnosticismo.
- Pestes, epidemias y pandemias contagiosas y devastadoras a lo largo de varias épocas tales como la lepra, la poliomelitis, la peste negra que devastó a Europa en la Edad Media, y hasta novedades desagradables de nuevo cuño como el SIDA que hizo su aparición apenas hace unas tres décadas, a las cuales se suman enfermedades terribles que han azotado a la humanidad desde que el hombre aprendió a hacer uso de razón tales como el mal de Alzheimer, la esclerosis múltiple, y la esquizofrenia.
- Las terribles injusticias de la vida que hacen que se repita sin cesar una interrogante que siempre ha permanecido sin respuesta: ¿por qué le ocurren cosas malas a la gente buena?
Y la lista de penurias sin fin puede seguir, y seguir, y seguir, hasta que falte papel o espacio para continuar con el resumen. De hecho, esta ha sido y sigue siendo la historia de la humanidad. De este modo, el planeta Tierra puede ser tomado por algunos (o tal vez por muchos, si no por todos) como una buena preparación para ir directo al Infierno, porque en la Tierra encontramos ya mucho de lo que los condenados anticipan encontrar en el Infierno.
Se atribuye al General William T. Sherman la frase “la Guerra es el Infierno”, y una anécdota que se ha estado repitiendo en varias guerras es la que hace el recuento del encuentro entre un general europeo que recibe a un general norteamericano recién llegado a Europa y al cual le advierte: “Dicen que la guerra es el Infierno. ¡Bienvenido al Infierno!”
Por dondequiera que miremos, encontramos numerosos hechos que pueden conducir a la conclusión de que la Tierra es el mismo Infierno y los que nos encontramos en ella ya estamos condenados.
¿Cómo es posible que, con tantas cosas malas y terribles que estamos forzados a presenciar a veces en vivo e inclusive a sufrir en carne propia, no se pueda sospechar en algún momento que este mismo planeta Tierra sea el Infierno del que hablan las religiones?
En un cuento, que por cierto no forma parte de las Escrituras ni de texto religioso alguno, Satanás tratando de hacer titubear a San Antonio haciendo todo lo posible para que pierda su fé, tratando de convencerlo de que la Tierra ya es el Infierno y que él ya se encuentra condenado, al ver que sus argumentos de convencimiento para hacer caer al santo no han dado resultado, decide tentar a San Antonio presentándole su último argumento, al cual considera como su argumento supremo, diciéndole: “Mira, tú sigues sin aceptar que ésta la Tierra en la que te encuentras en estos momentos es precisamente el Infierno del cual habla la Biblia, no quieres aceptar y reconocer que este es el lugar en el cual yo soy el Rey indiscutible y solo mando yo. Ahora, respóndeme: ¿en qué otro lugar, excepto en el mismo Infierno en donde mando yo y se cumplen todas mis órdenes y todos mis designios, crees que se atreverían a crucificar al mismísimo Hijo de Dios, si no en el mismo Infierno?”. Tras escuchar esto, San Antonio se pone a reflexionar, llegando a la conclusión de que Satanás le ha sembrado una semilla de duda de la que le será muy difícil liberarse del todo. Satanás le ha presentado su mejor argumento, el mejor de todos.
Aunque se atribuye como un dicho de Jesús una frase muy popular que dice “No se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de mi Padre”, lo cierto es que esta frase NO se encuentra en la Biblia, es solo una frase popular. Tampoco existe en el Libro de Ezequias en las Escrituras Hebreas a quien usualmente se le atribuye la frase “No se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios” (aunque el personaje Ezequías sí existió). La aceptación de esta frase supondría que quien manda en todo momento y en toda circunstancia en la Tierra es Dios, y no Satanás. Sin embargo, en la Tierra el hecho aceptado por muchos exégetas es que quien manda en la Tierra no es Dios sino Satanás. Este hecho lo confirman las mismas Escrituras en el pasaje en el que Jesús es tentado por Satanás cuando en sus 40 días de ayuno en el desierto Satanás tienta a Jesús diciéndole a la vez que le muestra imágenes de poder y gloria terrestres: “Todo esto será tuyo si hincado en tierra me adorares” (San Mateo 4:9). Satanás no podría haberle ofrecido a Jesús nada de lo que le estaba ofreciendo si no fuera suyo de antemano. Jesús no le responde diciéndole a Satanás que no puede ofrecerle nada de lo que le ofrece porque simple y sencillamente no es suyo. Jesús simplemente rechaza la tentación presentada por Satanás y no le rinde adoración. Suponiendo que el Infierno descrito por las Escrituras es otro lugar distinto de la Tierra, en donde se sufre aún más, Satanás vendría siendo entonces el dueño de dos infiernos, el que ya es suyo de por sí y a donde fue echado tras su caída y en donde se supone que habita, y su segundo infierno y campo favorito de acción que vendría siendo la misma Tierra en la que muchos creyentes suponen que también habita (de lo contrario, no podría estar tentando a nadie), de modo tal que la muerte física no sería más que un mero trámite de la vida para pasar de un infierno a otro.
Si bien el cuerpo físico, muy en especial el cerebro, es la fuente y el depósito de las funciones superiores del razonamiento y de la consciencia, también es la prisión de aquello que las religiones identifican como el espíritu o elán vital. Cada ser humano en alguna etapa de su vida o más comúnmente en muchas etapas de su vida descubrirá y confirmará que su cuerpo físico es una prisión de la que no se puede salir a voluntad, es una cárcel sin barrotes que permite al reo cierta movilidad pero que sigue siendo una cárcel. ¿Y acaso no describen casi todas las religiones al Infierno como una prisión de la cual nadie puede escapar? ¿Cuál es la diferencia entonces entre una prisión y otra, excepto una diferencia meramente semántica? La noción de que el cuerpo físico es una prisión es algo en lo que pueden coincidir tanto el creyente como el ateo, con la única diferencia de que para el primero la muerte es una liberación de dicha prisión que ofrece la esperanza de permitir al espíritu trasladarse hacia un plano superior meramente espiritual, mientras que para el segundo la muerte es el fin de todo y el inicio de una obscuridad y silencio eternos, aunque también una liberación. ¡Hasta en esto coinciden ambos!
Sin embargo, y esto puede afirmarse de modo categórico, pese a todas las cosas horribles que encontramos en este planeta, la Tierra no es el Infierno.
Por principio de cuentas, el Infierno es descrito como un lugar en el cual se ha perdido toda esperanza, se trata de un lugar para los condenados. El mismo Dante Alighieri en su obra “La Divina Comedia” describe la puerta de entrada hacia el Infierno con una advertencia puesta a la entrada del mismo con las siguientes palabras inscritas en la entrada: “Perded toda esperanza los que entráis”. Pero en la Tierra, pese a todas las cosas horribles que encontramos en ella, encontramos en muchas partes muchos signos de esperanza. Para los católicos y los cristianos, la mayor esperanza la dejó Jesús en su paso por la Tierra. Cada misión, cada templo, cada catedral levantada en el nombre de Jesús habla de una esperanza, la mayor de todas. En el Infierno no esperamos encontrar ningún templo de oración, ni uno solo, así como ninguna mención de Jesús, ni una sola, porque... ¿para qué hablar de esperanza en donde ya no puede haber ninguna? El último lugar en el que un creyente esperaría encontrar una de las muchas casas de Dios de que hablaba el mismo Jesús sería el Infierno.
Y si bien es cierto que este planeta está repleto hasta el borde de demonios en cuerpo humano, también es cierto que hay mucha gente buena conocida por sus buenas acciones y sus buenas obras. Si la Tierra fuera el Infierno, no habríamos esperado tener jamás entre nosotros a gente como San Francisco de Asís, Mahatma Ghandi, Albert Schweitzer, Florence Nightingale, la Madre Teresa de Calcuta, y otros más como ellos. En el Infierno no esperaríamos encontrar un solo hombre bueno, ni uno solo, máxime que se le considera como un lugar en el que nadie espera ser recompensado por sus buenas obras porque ya está condenado y nada de lo que trate de hacer para cambiar su situación le será de utilidad alguna, se debe tratar de un lugar habitado únicamente por demonios y condenados haciéndose imposible entre ambos su existencia por el resto de la eternidad. Por otro lado, el último lugar en donde esperaríamos encontrar rastro alguno de esos acontecimientos extraordinarios conocidos como milagros sería el Infierno, porque en el Infierno se supone que no debe haber absolutamente nada que mitigue aunque sea un poco la dureza del castigo y mucho menos un acontecimiento que pueda devolverle la fé a los condenados que por el hecho de ya estar condenados no les serviría de nada el ser beneficiarios de tales acontecimientos (en los anales de la ciencia médica existen casos de curaciones milagrosas comprobadas por médicos incrédulos que no creían en tales cosas hasta que les tocó ver un caso específico, y algunos de tales milagros desafían por completo la lógica y los pronósticos médicos más pesimistas que se habían dado en enfermos diagnosticados como incurables y deshauciados).
También encontramos en la Tierra muchas otras cosas que hacen más llevadera la carga, cosas tales como el amor, la caridad, la buena música, la poesía, el arte, las maravillas de la Naturaleza, cosas de las cuales se puede proporcionar una pequeñísima muestra:
En el Infierno no esperamos encontrar ninguna muestra de amor, ninguna muestra alguna de caridad, ni buena música ni poesía ni arte ni maravillas naturales ni nada, absolutamente nada que mitigue un poco el desconsuelo, habido el hecho de que en un lugar de castigo como el que se describe en las Escrituras todo es un lago de fuego con un eterno crujir de dientes en donde nadie tiene tiempo ni humor para andar ayudando al prójimo con el cual está condenado por el resto de la eternidad.
Así pues, tiene que desecharse la noción de que éste planeta Tierra es el mismo Infierno, precisamente por las muchas cosas buenas que encontramos en él. Esto me permite suponer que mi compañero en la escuela secundaria al que muy posiblemente le estaba yendo mal en casa en esos días en estaba equivocado. El Infierno del que hablan las religiones y las Escrituras tiene que estar situado en otro plano existencial, más allá del alcance de nuestros sentidos físicos, ya que de no ser así posiblemente ya lo habríamos detectado. Si el Infierno tuviera una realidad física o metafísica, la Tierra no puede ser dicho lugar por las cosas antes mencionadas.
Habría, además, otra diferencia substancial. Si bien es cierto que muchos al ser sorprendidos obrando mal usan como pretexto la frase “el Diablo me hizo hacerlo”, de acuerdo a la mayoría de los estudiosos en la Tierra Satanás no puede obligar a nadie a hacer algo en contra de su voluntad. En la Tierra, todo el poder de Satanás está basado al cien por ciento en el poder de la persuasión, y en esto se le reconoce una habilidad extraordinaria, podría afirmarse incluso infinita. Desde el primer capítulo de la Biblia, Satanás no obliga a Adán porque no puede hacerlo a comer el fruto del árbol prohibido, tiene que hacerlo convenciendo primero a Eva y usándola como intermediaria, a la cual Satanás tampoco obligó porque no podía hacerlo. Esta dependencia en el uso del poder de la persuasión es una constante en toda la Biblia, incluso cuando Judas Iscariote traiciona a Jesús, porque si bien Satanás le pudo haber proporcionado a Judas de varios razonamientos para llevar a cabo e incluso justificar su traición (por ejemplo, “si entregas a Jesús, Jesús se verá obligado a manifestarse como el Mesías en todo su poder y gloria, y acabará con todos los invasores romanos que están ocupando la Palestina e incluso acabará con el Imperio Romano”), Judas no pudo echarle la culpa a Satanás porque aunque Satanás le haya proporcionado los argumentos la decisión final tenía que ser necesariamente de Judas, no de Satanás. A diferencia de lo que ocurre en la Tierra, en donde Satanás no tiene poder para obligar a nadie a hacer algo en contra de su voluntad, se supone que en el Infierno, en su dominio principal, Satanás SI puede obligar a cualquiera a hacer cosas en contra de su voluntad, porque en el Infierno el humano pierde por completo y para siempre su libre albedrío, su prerrogativa para escoger y decidir. Y esto marca ya una diferencia enorme entre lo que entendemos por el paraíso terrenal y el Infierno. El único lugar en donde Satanás realmente manda no es ni puede ser la Tierra en donde todo su poder está limitado al uso del poder de la persuasión, tiene que ser el Infierno en donde no necesita del poder de la persuasión porque simple y sencillamente ahí ya no lo necesita.
Pero si bien la Tierra no es el Infierno, tampoco puede ser el Cielo (o bien, el Paraíso celestial del que habla Jesús), por las mismas razones de todas las cosas malas que encontramos en ella, considerando que el Paraíso del que hablan los Evangelios es un lugar en el que ya no se sufre ni se tienen carencias, ni están sujetos los humanos a tentaciones que vengan de alguien con un tremendo poder de la persuasión. Además, se supone que el Cielo es algo a lo que se tiene que ser merecedor, es algo que se gana a pulso demostrándose ser merecedor del mismo en virtud de las decisiones que cada quien vaya tomando en su vida terrenal.
Y si la Tierra no es el Infierno, ni es tampoco el Cielo, ¿entonces qué es? ¿Cuál es su lugar en la clasificación que pueda haber de los planos de existencia? Si la Tierra no es el Infierno, ni es el Cielo, ¿entonces qué vendría siendo? La única respuesta posible para algunos creyentes, simple y sencillamente porque no hay otra, es que el Purgatorio sí existe, y se encuentra precisamente en este planeta Tierra en el que estamos viviendo todos. En pocas palabras, la Tierra es el Purgatorio. Ciertamente cumple muchos de los requisitos que se pueden esperar de un Purgatorio, o inclusive se puede decir que los cumple todos. si estamos dispuestos a admitir otra creencia que es central a muchas religiones: la tesis de la reencarnación.
Por principio de cuentas, encontramos en la lectura de varias fuentes que el Purgatorio es un lugar en el cual se lleva a cabo la purificación de las almas de todos aquellos que no merecen ser condenados a un castigo eterno pero que tampoco han hecho méritos suficientes para ganarse su entrada al Cielo. Y ciertamente aquí mismo en la Tierra muchos parecen estar pagando de una u otra manera por las transgresiones efectuadas en esta vida o en una vida anterior. Esto explicaría cabalmente mucho del sufrimiento que vemos, algo que en varias religiones orientales se llama karma, de modo tal que si alguien dice (como seguramente el lector se ha preguntado alguna vez en su vida): “¿Por qué yo?, ¿Por qué a mí?”, la respuesta que recibiría en caso de recibir una respuesta sería: “¿Acaso no recuerdas lo que le hiciste a tal y a cual persona en tal o cual lugar y en tal o cual época?, ¿De qué te quejas con tanta amargura si estás recibiendo y estás pagando hasta con creces tu justo merecido?”. Se puede protestar ante la aparente injusticia de no ser enterado de la razón por la cual se está pagando a un precio exorbitante alguna transgresión pasada, pero esto también puede ser parte del gran esquema porque el conocimiento preciso del motivo por el cual se está sufriendo sin duda alguna aminoraría en gran parte el peso del castigo al decirse la persona a sí misma: “Bueno, ya sé la razón del por qué estoy en el predicamento en el que me encuentro, y me lo tengo bien merecido”. El desconocimiento de la razón por la cual se está padeciendo en cierta vida tiene el efecto de incrementar en forma considerable el peso del castigo, y en el pago de la factura se puede suponer que se ha removido el consuelo de saber el motivo, precisamente para volver más dura la pena.
La reencarnación viene a resolver otro dilema con el que han tenido que lidiar teólogos desde los inicios del Cristianismo. ¿Qué del Limbo, ese lugar “sin tormento pero alejado de Dios”, al que iban los niños recién nacidos que no recibieron el sacramento del bautismo? Sobre el debate del “Limbo”, el Vaticano y Benedicto XVI simplemente decidieron eliminarlo, porque si difícil es hablar del Cielo y del Infierno aún con las Escrituras en mano, la postulación de tal plano existencial solo viene a complicar las cosas sobremanera. Sin embargo, si metemos la reencarnación en el panorama, se puede prescindir por completo de la presunción de la existencia de un Limbo, porque cuando un niño recién nacido muere (o incluso cuando aún no ha nacido muere) el alma del niño simplemente puede continuar su hilo existencial en otro cuerpo recibiendo de este modo otra oportunidad de nacer y crecer.
Discutir el tema de la reencarnación desde la óptica de cualquier religión resulta difícil, porque el debate del tema de la reencarnación requiere de una mente abierta, y si algo tienen en común las religiones principales es que no permiten hablar o debatir de algo con lo que entendemos como una “mentalidad abierta”. Irónicamente, la idea de la reencarnación se basa sólidamente en algo que las religiones adoptan como un dogma que está fuera de toda discusión: la inmortalidad del alma. El concepto supone que lo que cesa con la muerte son las funciones vitales del cuerpo físico en el que mora el alma, más no el alma. Y si el alma es inmortal y puede reencarnar (el mensaje central del Nuevo Testamento de la Biblia es precisamente el tema de la resurrección), entonces tan es posible que se vaya a otro plano que está más allá de nuestra comprensión humana como el poder regresar a este mismo planeta en un cuerpo nuevo. Con respecto a la posibilidad de la reencarnación, el filósofo francés Voltaire alguna vez dijo: “No es menos asombroso nacer una vez que nacer dos veces”. Si la reencarnación existe, parece lógico pensar que se producirá un intervalo en alguna otra esfera entre el tiempo de separación del cuerpo viejo y la entrada en otro nuevo. Una de las técnicas usadas para el estudio de la reencarnación consiste en entrevistar a niños de muy temprana edad que ya han aprendido a hablar, los cuales afirman recordar sucesos de otra vida que dejaron atrás. Estos casos son extremadamente raros, pero sí se dan de vez en cuando. Recabada la mayor cantidad de información posible, el siguiente paso -nada fácil por cierto- consiste en tratar de identificar la identidad de la persona que afirma haber sido en aquella vida pasada, entrevistar a quienes conocieron a aquella persona en vida, y corroborar lo que le dijo el niño con lo que se sabía de aquella persona que el niño afirma haber sido en su vida pasada. La prioridad obvia para cualquier investigador sobre estas cuestiones es tratar de contactar de inmediato al niño del cual se tenga este tipo de noticias antes de que olvide todo, porque es un hecho que conforme van pasando las semanas el niño empieza a olvidar todo aquello que recordaba de su vida pasada, hasta que termina por olvidarlo todo recordando prácticamente nada de su vida pasada. Un trabajo que documenta tales esfuerzos es el libro Twenty Cases Suggestive of Reincarnation, elaborado por el Doctor Ian Stevenson y publicado por la University Press of Virginia. Si existe el alma, y si los recuerdos acumulados a lo largo de una vida perduran en ella sobreviviendo a la muerte física, resulta lógico suponer que en algunos casos contados el mecanismo que impide recordar esas vidas pasadas ha tenido un fallo menor, fallo que se irá corrigiendo por sí solo al ir creciendo el niño olvidando a pasos agigantados los hechos que recuerda de su vida pasada.
La aceptación del concepto de la reencarnación resuelve muchas incógnitas y muchos dilemas que de otro modo es imposible reconciliar, al menos lógicamente.
El Purgatorio ofrece el camino ideal, y de hecho el único camino, para que cada ser humano pueda expiar y pagar sus culpas y transgresiones, haciendo lo posible de su parte para enmendar su relación con el Ser Supremo salvándose de ser echado a un lugar del que no hay retorno ni escapatoria posible. En el Purgatorio a cada momento el que allí reside será sometido a pruebas constantes, y algunas de esas pruebas serán durísimas, todo de acuerdo a la naturaleza de sus actos pasados o sus transgresiones, y sobre todo las decisiones que irá tomando a lo largo de su vida.
Hay una sustancial diferencia entre Infierno y Purgatorio, ya que el primero es eterno y el segundo temporal. El Purgatorio, de acuerdo a las Escrituras, no puede tener para cada quien una duración eterna, y al final de la jornada (el ciclo repetitivo de reencarnaciones) se ofrecen solo dos alternativas como la salida del Purgatorio: o la salvación eterna o la condena eterna. En cada reencarnación se ofrece una nueva esperanza de salvación, así como la advertencia de llegar a la condenación en caso de que se trate de un caso perdido en el que se han agotado todas las oportunidades que se han dado para redimirse y salvarse. La estancia en el Purgatorio vendría siendo entonces algo de tiempo limitado, ya que sus únicos dos objetivos finales deben ser o bien la salvación eterna o bien la condena eterna, y esos sí son duración ilimitada. El Purgatorio vendría siendo algo así como un reformatorio o un centro de readaptación, y quienes vuelven a reincidir en el delito sin aprovechar la oportunidad que se les dá de hacerse merecedores a la libertad terminan cayendo de nueva cuenta en el reformatorio, una y otra y otra vez, mientras que quienes han aprendido su lección y ya no reinciden no vuelven a regresar al mismo sino que son sacados para que puedan disfrutar de su libertad, con una diferencia importante: mientras que quienes han logrado salir del reformatorio o de un centro de readaptación social corren el riesgo de volver a caer en el reformatorio en caso de caer nuevamente en la tentación de delinquir actuando en contra de la sociedad, en el caso del Purgatorio la salida del mismo es de una sola vía. Se puede salir del Purgatorio para ir al Cielo, o se puede salir del Purgatorio para terminar en el Infierno, pero no es posible salir del Cielo para volver al Purgatorio como tampoco es posible salir del Infierno para volver al Purgatorio. La única manera de volver al Purgatorio es habiendo salido del Purgatorio (a causa de la muerte física, real) sin haber logrado méritos para ser salvado ni haber incurrido en tantas iniquidades como para ser condenado, o sea mediante la reencarnación.
El teólogo Leonardo Boff en su libro Hablemos de la otra vida considera que el Purgatorio es un proceso de plena maduración frente a Dios. En efecto, el Purgatorio significa la posibilidad que, por la gracia de Dios, se concede al ser humano para madurar radicalmente después de su muerte. ¿No es ésta acaso la misma posibilidad que se le puede conceder a los que habitan aquí en la Tierra?
La Iglesia Católica está en común acuerdo entre sus miembros de que el Purgatorio es un proceso, doloroso como todos los procesos de ascensión y purgación, por medio del cual el hombre actualiza todas sus posibilidades al morir y se purifica de todas las marcas con las que el pecado ha ido estigmatizando su vida, sea mediante sus pecados y su consecuencias, o debido a sus malos hábitos adquiridos a lo largo de su vida. ¿No es esto precisamente algo que también se ofrece como posibilidad aquí mismo en la Tierra? Entre los católicos se considera como una opción que Dios permite a todos por su gracia para que, en algún momento de la eternidad, todo humano sea digno de estar en su presencia al haber sido limpiado totalmente de los pecados cometidos durante su vida, de los cuales no se había arrepentido suficientemente de manera concisa, siempre que dichos pecados no fuesen mortales debido a la gravedad de los mismos. ¡Pero si esta misma opción es la que se está ofreciendo como una posibilidad aquí en la Tierra!
En las Escrituras y en los escritos de los Padres de la Iglesia Católica, las almas de aquellos que van al Purgatorio quedan temporalmente impedidas de la visión de Dios. Esta es la postura católica proclamada por León X en la Bula Pontificia Exurge Domine (Levántate, oh Señor), la cual condena los errores de Lutero. Besario, en el Concilio de Florencia de 1239, argumentó en contra de la existencia de un fuego real en el Purgatorio. Pero en occidente la creencia en un fuego real en el Purgatorio es común. San Agustín nos habla del dolor que ese fuego produce, más severo que cualquier otro sufrimiento pudiera soportar el hombre en esta vida. San Gregorio Magno habla de aquellos que, después de esta vida “expiarán sus faltas con flamas del Purgatorio y el dolor será más intolerable que ninguno en esta vida”. Siguiendo los pasos de San Gregorio, Santo Tomás de Aquino afirma que aparte de la separación del alma de la contemplación de Dios, hay otro castigo: el del fuego. Y San Buenaventura no sólo confirma las palabras de Santo Tomás, sino que además agrega que ese castigo con fuego es más severo que ningún otro castigo que le llegue al hombre en esta vida. Ninguno de los Padres y Doctores de la Iglesia Católica puede decirnos cómo afecta ese fuego a las almas que están en el Purgatorio, pero de todas formas ya el Concilio de Trento (1545-1563) advirtió a los Obispos “excluir de sus sermones cuestiones difíciles y perspicaces que no tienden a la edificación, y de cuya discusión no aumenta ni la piedad ni la devoción” (Del Purgatorio, Sesión XXV). Esta advertencia hecha a los Obispos se debe a las enormes dificultades que hay en tratar de hablar sobre algo en lo que no se tiene una experiencia personal propia ni se tienen pruebas contundentes para afirmar lo que se dice.
De la tradición unánime de los Padres de la Iglesia en cuanto al fuego del Purgatorio y su semejanza al del Infierno, aún no se ha dado (ni se quiere dar) una declaración dogmática al respecto, porque tendría que ser aceptada como dogma imposible de verificar. En la cuestión del Purgatorio existe también otra pena, la que la tradición teológica denomina pena de daño, que consiste en el aplazamiento del Cielo o dilación de la Gloria, en la que el alma queda privada de la visión beatífica de Dios mientras purga sus pecados. Esta pena implica que la presencia en el Purgatorio no puede prolongarse en el tiempo más allá del Juicio Final, y reafirma la convicción de que el Purgatorio es necesariamente de carácter temporal y no eterno.
Al investigar el tema de la existencia del Purgatorio, es común encontrar argumentos que supuestamente “prueban” la existencia del mismo recurriendo a visiones místicas de santos y santas así como a citas bíblicas que sugieren su existencia. Desafortunadamente, todas esas visiones místicas que se atribuyen a unos cuantos afortunados como revelaciones del Purgatorio son experiencias personales que no pueden ser transmitidas más que como relatos anecdóticos, y los relatos anecdóticos carecen por completo de valor probatorio como juez o tribunal lo puede confirmar.
Entre las “experiencias del Purgatorio” para tratar de convencer (imposible hablar de demostrar) la existencia del Purgatorio encontramos relatos como el de Tertuliano, el cual en su libro “Actas del martirio de Santa Felicidad y Perpetua” cuenta lo que le sucedió a Santa Perpetua en el año 202: una noche, mientras ella estaba en la cárcel, vio a su hermano Dinocrates, quien había muerto a los siete años de edad a causa de un tumor en el rostro. Santa Perpetua lo cuenta así: “Vi salir a Dinocrates de un lugar tenebroso, donde estaban encerrados muchos otros que eran atormentados por el calor y la sed. Estaba muy pálido. En el lugar donde estaba mi hermano había una piscina llena de agua, pero tenía una altura superior a la de un niño, y mi hermano no podía beber. Comprendí lo que mi hermano sufría y por eso, orando con fervor día y noche, pedía que fuera aliviado. Una tarde vi de nuevo a Dinocrates, muy limpio y bien vestido y totalmente restablecido, con su herida del rostro totalmente cicatrizada. Ahora sí podía beber del agua de la piscina, y lo hacía con alegría. Cuando se sació comenzó a jugar con el agua. Me desperté y comprendí que había sido sacado de aquel lugar de sufrimientos”. Otro relato testimonial proviene de San Nicolás de Tolentino quien relata una experiencia mística que le convirtió en patrono de las almas del Purgatorio: un sábado en la noche, después de una prolongada oración, escuchó una voz lastimera que le decía: “Nicolás, Nicolás, mírame a ver si todavía me reconoces. Soy tu hermano y compañero Fray Peregrino. Hace tiempo que sufro grandes penas en el Purgatorio y por esto te pido que ofrezcas mañana por mí la Santa Misa para poder irme por fin libre al Cielo. Ven conmigo y mira”. Nicolás le siguió y vio una llanura inmensa cubierta de innumerables almas entre torbellinos de purificadoras llamas, mientras le tendían sus manos llamándole por su nombre y pidiéndole ayuda. Conmocionado por esta visión, Nicolás la refirió al Superior del Monasterio donde se encontraba, quien le dio permiso para dedicar la Misa durante varios días por las almas del Purgatorio y, especialmente por Fray Peregrino. A los siete días se le apareció de nuevo Fray Peregrino, ahora resplandeciente y glorioso junto con otras almas, para agradecerle y demostrarle la eficacia de sus súplicas. Por su parte San Gregorio Magno cuenta que, siendo aún Abad de un Monasterio antes de ser nombrado Papa, había en el mismo un monje llamado Justo, quien ejercía la medicina con el permiso del Abad. En una ocasión Justo aceptó sin la autorización de sus superiores una moneda de tres escudos de oro, faltando así gravemente al voto de pobreza. Después se arrepintió y le dolió tanto su acto que se enfermó y murió al poco tiempo, pero en paz con Dios. Sin embargo San Gregorio, con el fin de inculcar en sus religiosos una gran aversión por ese pecado, hizo sepultar a Justo en un basural que se encontraba fuera de los muros del cementerio del Monasterio, donde también echó la moneda de oro, haciendo repetir a los monjes las palabras de San Pedro a Simón Mago: “Que tu dinero perezca contigo”. A los pocos días San Gregorio sintió que quizás había sido demasiado estricto con su castigo, y encargó al ecónomo celebrar treinta Misas seguidas, sin dejar ningún día, por el alma del difunto. El ecónomo obedeció, y el mismo día que terminaron de celebrarse las treinta Misas, se le apareció Justo a otro monje llamado Copioso, diciéndole que subía al Cielo, libre ya de las penas del Purgatorio, gracias a las treinta Misas celebradas por su alma. Estas Misas de intercesión son las llamadas gregorianas, en honor de San Gregorio.
Pero se insiste que las revelaciones del Purgatorio basadas en experiencias personales no pueden ser usadas más que como relatos anecdóticos, careciendo por completo de valor probatorio. Como igualmente es cierto que el equivalente de las penalidades descritas en tales visiones de carácter místico ya se tiene aquí en la Tierra, y abundan los sitios que califican como buenos candidatos en donde se pueden sufrir las penalidades que los místicos describen del Purgatorio.
El tema de la existencia del Purgatorio viene a colación por unas declaraciones hechas el miércoles 12 de enero de 2011 por el entonces Papa Benedicto XVI, hoy Papa emérito, quien aseguró que el Purgatorio no es un lugar del espacio, del Universo, “sino un fuego interior, que purifica el alma del pecado”. El Pontífice hizo estas manifestaciones ante unas 9.000 personas que asistieron en el Aula Pablo VI a la audiencia pública de los miércoles, cuya catequesis dedicó a la figura de Santa Catalina de Génova (1447-1510), conocida por su visión sobre el Purgatorio. Benedicto XVI señaló que Catalina de Génova en su experiencia mística jamás hizo revelaciones específicas sobre el Purgatorio o sobre las almas que se están purificando, frente a la imagen de la época que lo representaba siempre ligado al espacio. “El purgatorio no es un elemento de las entrañas de la Tierra, no es un fuego exterior, sino interno. Es el fuego que purifica las almas en el camino de la plena unión con Dios”, afirmó el Papa. El Obispo de Roma añadió que la santa no parte del más allá para contar los tormentos del Purgatorio e indicar después el camino de la purificación o la conversión, sino que parte de la “experiencia interior del hombre en su camino hacia la eternidad”. Benedicto XVI añadió que el alma se presenta ante Dios aún ligada a los deseos y a la pena que derivan del pecado y que eso le imposibilita gozar de la visión de Dios y que es el amor de Dios por los hombres el que la purifica de las escorias del pecado.
El Paraíso, el Purgatorio y el Infierno han preocupado a lo largo de la historia tanto a los fieles como a los papas y así Benedicto XVI, el Papa teólogo, afirmó en 2007 que el Infierno, “del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno para los que cierran su corazón al amor de Dios”. Del Paraíso aseguró que existe, pero que no es “ni una abstracción ni un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con Dios”. Más recientemente fue cuando aseguró en 2011 que el Purgatorio no es un lugar del espacio, del Universo, sino “un fuego interior, que purifca el alma del pecado”. Su antecesor, Juan Pablo II, coincidió con Ratzinger en que el Purgatorio existe, pero que no es “un lugar” o “una prolongación de la situación terrenal” después de la muerte, sino “el camino hacia la plenitud a través de una purificación completa”. El Papa Wojtyla también aseguró durante su Pontificado que tanto el Paraíso como el Infierno no son lugares físicos, sino estados del espíritu. Según Juan Pablo II, las imágenes utilizadas por la Biblia para presentarnos simbólicamente el infierno deben ser interpretadas correctamente y “más que un lugar, es la situación de quien se aparta de modo libre y definitivo de Dios”. Estas aseveraciones no admiten la posibilidad de que el Purgatorio se encuentre aquí mismo en la misma Tierra como algo real, como un lugar físico, y de hecho hay quienes han tomado las declaraciones del Papa Benedicto XVI como el abandono de la creencia en la existencia del Purgatorio, interpretando las observaciones formuladas por el Papa Benedicto XVI en torno a el Purgatorio como algo que no existe como un espacio físico real.
Sin embargo, para quienes están dispuestos a aceptar la posibilidad, la idea, de que el Purgatorio tiene una existencia real y está aquí mismo en la Tierra, de pronto muchas cosas que permanecían sin sentido de pronto adquieren una explicación lógica y racional.
Quizá la creencia más optimista acerca del Purgatorio es aquella en la cual todo aquel que entra al Purgatorio terminará entrando al Cielo, y el Purgatorio no es una especie de Infierno de donde ninguna alma es liberada; bajo esta visión el Purgatorio es la purificación final de los elegidos; la última etapa antes de gozar del Reino celestial, y la duración de la estadía de un alma en el Purgatorio vendrá dada siempre por la gravedad de sus faltas, y también por las oraciones que desde la Tierra se le dediquen.
Lo que se entiende por Purgatorio depende desde luego de la religión que ponga tal tema bajo análisis y discusión. La Iglesia Ortodoxa, por ejemplo, no acepta la existencia del Purgatorio, aunque sin embargo tradicionalmente se ofrecen rezos a favor de los difuntos, pidiendo a Dios que les muestre su misericordia y su amor. Por otro lado, en la Iglesia Protestante, según la proposición 37 de las tesis luteranas del año 1519 (condenadas por el papa León X), “el Purgatorio no puede probarse por la Sagrada Escritura canónica”. Esta tesis de Lutero se fundamenta en su negación de la canonicidad de los dos Libros de Macabeos, a los cuales consideró apócrifos. Lutero, fundador del Protestantismo, describe el Purgatorio como una invención humana que confunde al hombre y le hace creer que hay perdón después de la muerte por medio de la compra de indulgencias y otros medios afines. Según los protestantes, una vez finalizada esta vida ya no existe la fe, sino el conocimiento real de la existencia de Dios, y certeza del Cielo y del Infierno, puesto que según ellos, Cristo habría hecho propiciación por todos aquellos que le aceptan, y los habría limpiado completamente de todo pecado santificándolos en sí mismo para su acceso al Cielo. Sin embargo, la Iglesia Copta, al igual que la católica, acepta la existencia del Purgatorio, la única diferencia es que utiliza otra palabra para denominar esta realidad espiritual. La principal base bíblica para afirmar la existencia del Purgatorio, según los coptos, se encuentra en el Libro de Enoc, en sus capítulos 6 al 36. Escritos antes del 160 a.C., estos capítulos se centran en el tema de los Vigilantes y hacen una detallada descripción del Infierno, del Purgatorio y del Paraíso. En la Iglesia Copta tradicionalmente se ofrecen oraciones a Dios para que muestre su misericordia a las almas de los difuntos que padecen en el Purgatorio, y así que puedan entrar en la Gloria. Y en lo que toca al Islam, existen conceptos similares o compatibles con el catolicismo, como el Barzaj, el lugar a período de tiempo por los que el alma espera el Juicio Final, en lo que Mahoma describe como “las peores horas de la vida de un hombre”. Existe también el Araf, un alto muro o barrera en el que esperan los que han conseguido escapar del Infierno, pero que no han sido autorizados aún a entrar en el Cielo (Corán, Azora VII – 44).
Para los creyentes de varias religiones, ni el Cielo ni el Infierno tienen actualmente una existencia que en el idioma humano podamos llamar “real” en el sentido de que pueda ser algo que se pueda describir con palabras o que se pueda representar con imágenes que se puedan compartir en las redes sociales. Lo único que podría ser considerado como “real” en el sentido literal de la palabra es el Purgatorio si partimos del supuesto de que, por sus características, el paraíso terrenal en el que vivimos cumple con todas las condiciones para que pueda ser considerado como ese plano existencial llamado Purgatorio.
En el esquema de planos espirituales de existencia, quienes tienen la salida más fácil del debate son los ateos, ya que para ellos no hay Cielo ni hay Infierno ni hay Purgatorio ni existe nada con consciencia propia (Dios, los ángeles, Satanás, los demonios) que pueda existir más allá de nuestros sentidos físicos y de nuestra percepción sensorial. La conclusión del ateo, del materialista, dá una salida sumamente fácil a consideraciones como las que hemos visto, pero a su vez esta salida viene con otra factura: muchas interrogantes que antes tenían respuesta se quedan sin respuesta, y atrapados ya en un plano meramente científico tenemos que aceptar verdaderos retos intelectuales como la tesis de un Universo que se creó a sí mismo por cuenta propia y sin ninguna planeación, sin ningún tipo de diseño previo, y con una inteligencia igual a un cero matemático del cual pese a estas limitaciones mayúsculas ha permitido la aparición órdenes mayúsculos de perfección. Así como resulta sumamente aventurado afirmar que un cuadro reconocido como de Rembrandt ocurrió por un mero accidente de la Naturaleza sin que hubiera inteligencia alguna de por medio, o que una composición musical como la Polonesa de Chopin se logró simple y sencillamente porque un músico afortunado tuvo la buena suerte de descubrirla entre una cantidad virtuamente infinita de combinaciones posibles de notas musicales, la tesis de un Universo que se dió “por sí solo” resulta ser un argumento de difícil digestión.
Para quienes creen que no todo lo que existe está limitado a lo que podamos ver, a lo que podamos tocar y a lo que podamos oler, el Cielo y el Infierno pueden y deben ser considerados no como planos corpóreos de naturaleza física perceptibles por nuestros cinco sentidos, sino como planos espirituales más allá de nuestra realidad humana y de nuestras percepciones, lo que hace imposible la demostración de su existencia por medios científicos. Lo único cuya realidad plena puede estar al alcance de nuestra mano es el Purgatorio, si acaso se trata del planeta en el que vivimos que es lo único verdaderamente “real” para todos nosotros (creyentes y no-creyentes). Los creyentes pueden tomar al planeta Tierra en que vivimos como el Purgatorio, ni más ni menos, y -cosa curiosa- también para los no creyentes resulta ser lo mismo que un Purgatorio aunque no lo quieran llamar como tal, porque las reglas aplican por igual a ambos grupos y no se privilegia a uno sobre el otro. La realidad es la misma para ambos, lo único que cambia son las interpretaciones.
Todas estas disquisiciones acerca de la realidad del Purgatorio surgen de una necesidad inherente en el hombre de tratar de encontrarle un sentido a las cosas, de tratar de encontrar alguna explicación o justificación a hechos que nos parecen incomprensibles a primera vista. La ciencia surge de esta necesidad. Es lo mismo que da origen a ramas del conocimiento tales como la filosofía, la metafísica, y hasta la misma teología. La otra opción es resignarse a aceptar de que muy poco o prácticamente casi nada tiene sentido, de que no hay una explicación racional para muchas cosas, de que todo lo que nos rodea y hasta el Universo mismo ha brotado de meros accidentes naturales que ni siquiera tenían razón de ser y que tratar de encontrarle un sentido a todo es una pérdida inútil de tiempo. Pero esta es una opción que no satisface a nadie, ciertamente no satisface a los científicos; y mucho menos a los creyentes en un ser superior o en un plan divino.