Las enfermedades cardiovasculares, cuyos efectos más contundentes son los infartos y los trombos que producen las embolias (en su manifestación más grave, los derrames cerebrales), se deben a que las venas y las arterias, los conductos mediante los cuales se lleva a cabo la circulación de la sangre, se van ocluyendo con depósitos de “sarro” ocasionados por la acumulación de colesterol disminuyendo, con ello el diámetro a través del cual fluye el plasma sanguíneo, al igual que las cañerías del agua se pueden ir tapando con los depósitos minerales que se van pegando a las paredes disminuyendo el volumen de agua (o volumen de desechos en el caso del drenaje) que puede pasar a través de la tubería. Esta es la razón del por qué los niveles altos de colesterol en la sangre son indeseables, porque ello promueve la formación de los nocivos depósitos conforme van transcurriendo los años.
Siguiendo la misma lógica, cualquier cosa que disminuya los índices del colesterol en el organismo puede retrasar o disminuír en forma significativa los depósitos que se van formando con el paso del tiempo en la “cañería” de nuestro sistema sanguíneo. En los sistemas usuales para la medición del colesterol en la sangre, se considera que un número superior a las 200 unidades es algo que ya requiere de tomar nota. Y desde hace ya algún tiempo, se desarrollaron fármacos capaces de disminuír en forma significativa los niveles de colesterol en la sangre, conocidos como las estatinas, de las cuales el producto comercial conocido como Lipitor fue la primera gran “estrella” en hacer su aparición en 1996. De que las estatinas funcionan para disminuír los índices de colesterol en el torrente sanguíneo no hay absolutamente duda alguna.
Pero si nos enfocamos a los beneficios que podrían esperarse de un fármaco anticolesterol como el Lipitor, cada año que transcurre van surgiendo mayores dudas sobre su efectividad para producir un impacto directo sobre aquello para lo cual fue creado, esto es, la disminución significativa en la incidencia de infartos y embolias. Nadie toma Lipitor solo para disminuír los niveles de colesterol en la sangre, lo toma para disminuír la probabilidad estadística de sufrir un infarto al miocardio o una embolia cerebral; y si no sirve para esto último en realidad no sirve para aquello para lo cual fue creado el fármaco.
Lipitor desde el principio fue un experimento a gran escala nunca antes llevado a cabo. En virtud de que los daños producidos por la presencia del colesterol en la sangre son daños a largo plazo acumulados no en semanas o meses sino años, nadie esperaba que Lipitor pudiera tener un impacto estadísticamente significativo en el primer año de su introducción. Se requerían por lo menos unos diez años para poder comenzar a ver una disminución palpable en las cifras mantenidas en los hospitales sobre casos nuevos de infartos y embolias.
El problema es que, desde que el Lipitor fue introducido en 1996, y ya han transcurrido 17 años desde entonces, todavía no ha sido posible detectar un beneficio estadísticamente significativo en la incidencia de infartos y embolias. Ya era hora de que en las estadísticas mantenidas en países con grandes consumos de Lipitor en todo este tiempo (principalmente, Estados Unidos) se hubiera detectado una disminución apreciable de al menos un cinco o un diez por ciento en las incidencias de infartos y embolias, con dicha disminución atribuíble directamente al consumo de Lipitor y las demás estatinas. Pero tal disminución no se ha visto por ningún lado.
Un caso que demuestra en forma palpable que la simple disminución de los niveles del colesterol en la sangre no lo es todo es el del Presidente George W. Bush Jr. Cuando era Presidente de Estados Unidos, siendo por ende uno de los funcionarios con mayores cuidados médicos en toda la Unión Americana, sus niveles de colesterol andaban más o menos en las 130 unidades, un nivel bastante aceptable, ayudado por un régimen cuidadoso de dieta y ejercicio. Sin embargo, ello no le fue de ayuda alguna al ex-Presidente para salvarse de una operación quirúrgica a la que tuvo que ser sometido a causa de una arteria bloqueada en agosto de 2013, la cual de no haberse llevado a cabo habría derivado en un cuadro clínico de posible mortandad.
La ausencia de beneficios médicos palpables atribuíbles a las estatinas después de su uso masivo generalizado con millones de consumidores participando en el gran experimento no es lo único que está causando consternación en varios círculos médicos.
Por haber sido el Lipitor un fármaco diseñado única y exclusivamente para disminuír los índices del colesterol en la sangre, sin causar efectos secundarios, debería de haber sido algo inocuo. Pero hay razones para suponer que el Lipitor, al igual que las demás antiestatinas inspiradas en la fórmula del Lipitor, pueden tener una consecuencia sumamente desagradable: la aparición en una cantidad creciente de los usuarios del Lipitor y estatinas de la diabetes tipo II. En los Estados Unidos, la Food and Drug Administration (FDA) ha lanzado ya voces de alerta advirtiendo sobre esta posible conexión del Lipitor con un aumento en las incidencias de diabetes. Inclusive, faltando escasamente un mes para cerrar el año 2013, se estaban empezando a preparar las primeras demandas legales en contra de la empresa que produce el Lipitor, acusándola del daño causado a los usuarios que terminaron enfermos de diabetes tipo II. Hay ya por lo menos un grupo conocido como The Relion Group que está haciendo un llamado a personas que crean haber sido afectadas por el Lipitor para emprender una acción legal de las conocidas como class action suit, esperando juntar suficientes evidencias y testimonios para dar cauce a una demanda multimillonaria que aunque puede poner una buena cantidad de dinero en los bolsillos de los perjudicados no les puede quitar ya la diabetes, porque la diabetes tipo II, como bien se sabe, es incurable, es la consecuencia de un daño ocasionado al páncreas, en donde tiene lugar la producción de la insulina natural que requiere el organismo. Y una vez que la diabetes tipo II ha hecho presencia en el organismo, hay que resignarse a vivir con tal condición por lo que quede de vida. La única “buena noticia” es que las personas que ya contrajeron el mal pueden continuar tomando todo el Lipitor que quieran por el tiempo que quieran sin temor a enfermarse de diabetes porque de cualquier modo ya están enfermos del mal.
Si los demandantes logran probar en los tribunales que el Lipitor en efecto fue el causante de la diabetes tipo II que padecen (esto requerirá de la presentación de varios estudios tanto de la parte acusadora como de la parte acusada), esto podría ser una buena razón para ver con desconfianza el consumo excesivo de Lipitor y similares para disminuír los índices de colesterol en la sangre. En última instancia, tal vez sea preferible sucumbir bajo un infarto al miocardio o una embolia masiva en el cerebro de los que terminan con la vida en cuestión de unos cuantos minutos, que padecer por décadas una diabetes incurable que aún tratándose con inyecciones de insulina y dietas estrictas irá trayendo secuelas tales como la falla de los riñones, la ceguera (retinopatía diabética) e inclusive amputación de extremidades (empezando por las piernas, que son las primeras en perderse después de que ha empezado el proceso de gangrenación), y ultimadamente, la muerte.
Mientras se va recabando más información al respecto, esto es, sobre la posible conexión que pueda haber entre el Lipitor (y todos los medicamentos genéricos tipo estatinas) y el aumento en las incidencias de diabetes tipo II, quizás sea preferible prescindir por completo de estos fármacos. Todo es cuestión de los riesgos que uno quiera tomar, y en este sentido es como si se estuviera jugando a la ruleta con la propia salud. Pero si se tienen niveles altos de colesterol en la sangre, ¿qué se puede hacer entonces al respecto, si no se va a contar con la ayuda de fármacos seguros que disminuyan artificialmente los niveles de colesterol en la sangre? En tal situación, se puede recurrir a lo que en el pasado siempre ha dado resultado, consistente en moderar la naturaleza de los alimentos que consumimos (evitando los alimentos grasosos), controlar la tendencia al sobrepeso con ejericios moderados, y hasta tomando alimentos que en forma natural pueden disminuír los niveles de colesterol en la sangre, alimentos tales como la avena.
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