sábado, 16 de agosto de 2014

Sobre el suicidio de Robin Williams



Seguramente la noticia del año en lo que concierne al mundo del espectáculo para el 2014 fue el lamentable suicidio del genio de la comicidad Robin Williams, lo más cercano que pueda haber a un Cantinflas norteamericano, ocurrida el 11 de agosto de 2014. Recordado por muchos por sus actuaciones en Mork & Mindy así como el Teddy Roosevelt de Noche en el museo, pasando por el John Keating de La sociedad de los poetas muertos y el Sean Maguire de El buen Will Hunting así como el genio en la caricatura de largometraje Aladdin, el polifacético Robin Williams ofreció a lo largo de su vida casi un centenar de personajes de una gama de expresión tan amplia que parecería imposible encontrarlos en un solo actor.

Quizá la habilidad para representar a personajes muy diversos era un síntoma de la enfermedad que este bipolar poeta de la actuación escondía en lo más íntimo de su ser. Tal vez por eso tenía la obsesión de trabajar noche y día que lo llevó a aceptar casi un centenar de películas

Si lamentable y trágico fue su suicidio, igualmente lamentable y trágico es el hecho de que para poder satisfacer sus apetitos por el alcohol y las drogas, al igual que millones de norteamericanos como él, haya gastado una fortuna que en buena medida fue destinada para mantener en marcha el multibillonario negocio del narcotráfico con todas sus secuelas tales como las miles de muertes por “ajustes de cuentas”, la vasta corrupción con la cual cientos y cientos de jueces así como agentes del orden público terminaron sobornados o perdiendo su vida al dárseles como únicas dos opciones la consabida consigna “plata o plomo”. Los cientos de miles de dólares que gastó Robin Williams en su compra de “drogas duras” terminaron siendos usados por sus proveedores como dinero sucio, como dinero manchado con mucha sangre, algo por lo cual Robin Williams no parece haber manifestado jamás remordimiento alguno en ninguna de sus declaraciones ante los medios, drogándose liberalmente al igual que miles de norteamericanos como él. Esto es algo que la sociedad norteamericana no quiere ver de frente, aún cuando lo tenga de frente estrellándose en sus narices, prefiriendo ver del otro lado, negando las consecuencias de sus hábitos perniciosos para muchos otros al sur de la frontera.

De acuerdo a personas cercanas a él, Robin Williams sufría una depresión severa que lo condujo a quitarse la vida. La depresión, por severa que sea, es una condición que se puede superar bajo tratamiento médico. Hoy en día, hay una amplia variedad de fármacos para controlar los síntomas de la depresión, lo cual ayudado por una terapia psicológica adecuada garantiza excelentes probabilidades de éxito, y Robin Williams tenía dinero de sobra para recurrir a los mejores médicos del planeta e internarse en los mejores hospitales que el dinero pueda pagar, el dinero nunca fue un obstáculo para impedirle una recuperación plena de su problema de depresión. Sin embargo, los tratamientos médicos de la depresión tienen el éxito garantizado siempre y cuando las personas que la padecen no tienen problemas de adicción a las drogas. Cuando una persona padece de depresión y además tiene severos problemas de adicción, su situación médica se vuelve muchísimo más difícil de manejar por el simple hecho de que la gran mayoría de los fármacos (o mejor dicho, todos) usados para tratar problemas de depresión actúan como tranquilizadores ejerciendo su efecto en el sistema nervioso central, produciendo sensaciones de paz y tranquilidad precisamente en los mismos centros receptores del cerebro asociados con la adicción a las drogas. Resulta extremadamente difícil para cualquier médico suministrarle a un paciente medicamentos antidepresivos si el paciente es un drogadicto, el cuadro clínico se complica porque la administración de fármacos antidepresivos a un drogadicto en rehabilitación está prácticamente contraindicado so pena de que el paciente sufra una recaída severa en su farmacodependencia. Si Robin Williams no hubiera sido un drogadicto, su depresión estaría hoy bajo control y podría haber continuado su vida en forma normal.

Por lo anterior, por el hecho de que el tratamiento clínico de la depresión es algo con pocas probabilidades de éxito cuando el paciente es además un drogadicto, se puede inferir que todos los problemas que Robin Williams arrastraba y que lo condujeron a su infortunado suicidio empezaron a partir del momento en el que Robin Williams inhaló su primera dosis de cocaína o se inyectó en la vena su primera dosis de heroína, algo que hizo de su libre y propia voluntad usando el libre albedrío que el Supremo Hacedor le dió para ello sin que nadie lo obligara a hacer tal cosa apuntándole con una pistola en la cabeza. Así es como empiezan muchos drogadictos, la primera dosis siempre termina siendo el bautizo de algo que arrastrarán por el resto de sus vidas, y si al principio tomaban la droga para sentirse muy bien, irremediablemente la estarán tomando después no para sentirse muy bien sino para no sentirse muy mal. Superar un problema de drogadicción suele ser algo espantoso que sólo aquellos pocos con temple de héroes y voluntad de hierro pueden lograr. Si Robin Williams se hubiese negado a inhalar esa primera dosis de cocaína o a inyectarse en la vena esa primera dosis de heroína, la historia de su vida sería otra. Mucho antes de matarse físicamente por estrangulamiento, empezó a matarse “en abonos” al no procurar ayuda médica justo cuando apenas estaba empezando. Él mismo se convirtió en esclavo de los opiáceos, fué su propia decisión, nadie lo obligó a ello, y muy tarde descubrió que su comportamiento irresponsable era el equivalente de venderle el alma al Diablo.

Hay especialistas que afirman que la depresión clínica es algo que va más allá de un acto de voluntad, observando que si bien hay circunstancias ambientales o personales que pueden provocar una depresión, ésta se manifiesta a través de un desequilibrio orgánico que la mayor de las voluntades no puede superar, y que por lo tanto la sola voluntad no es medicina suficiente.

Además de sus problemas de adicción al alcohol y a las drogas que convirtieron su vida en un infierno, de acuerdo a informes revelados en los días posteriores a su muerte Robin Williams padecía también de principios de mal de Parkinson. Si esto es cierto, Robin Williams sabía de sobra que esto podía significar el fin de su carrera como actor, tal y como ocurrió con Michael J. Fox, cuyo mal de Parkinson significó para él tener que abandonar en definitiva la actuación. Sin embargo, a diferencia de Robin Williams, a Michael J. Fox no se le conoce ninguna farmacodependencia como la que presuntamente padecía Robin Williams. Michael J. Fox en ningún momento ha tratado de suicidarse. Esto sugiere que el doble impacto del mal de Parkinson aunado a una drogadicción incurable en efecto puede conducir a un callejón sin salida en el que el individuo llega a convencerse a sí mismo de que la única ruta de escape es lo que se conoce como la puerta falsa. De nueva cuenta, el problema con el mal de Parkinson es que se trata de una condición fisiológica que afecta directamente al sistema nervioso central, específicamente al cerebro, precisamente el mismo repositorio de neurotransmisores sobre el cual actúan los medicamentos diseñados para actuar sobre el sistema nervioso, algo que solo puede agravar aún más un problema depresivo. Se trata de una espiral viciosa, de un círculo descendente que conduce directamente hasta el séptimo círculo del Infierno del que hablaba Dante.

Además de la depresión, hay desde luego otros motivos que pueden conducir a los hombres y mujeres al suicidio, tales como el desamor,  la frustración, la desilusión,la  soledad, una enfermedad incurable, la imposibilidad de encontrarle sentido a la existencia, sin importar si son ricos y famosos, o si son amados por mucha gente. Se puede hacer una lista amplia de varias celebridades de distintos países y épocas que eligieron salir por “la puerta falsa”, tales como la reina Cleopatra, el general cartaginés Aníbal, las actrices Marilyn Monroe y Romy Schneider, el director de cine James Whale, el pintor Vincent van Gogh, el poeta Gerard de Nerval, la compositora Violeta Parra y los escritores Virginia Woolf y Ernest Hemingway. Entre los mexicanos se tiene a Lupe Vélez, Lucha Reyes, Miroslava, Pedro Armendáriz, Antonieta Rivas Mercado y el poeta Manuel Acuña, autor de “Nocturno a Rosario”.

Pese a todas las justificaciones que se le quieran dar al suicidio, algunas de las cuales parecerían ser completamente válidas sobre todo cuando se trata de adelantar la consecuencia final e inevitable de una enfermedad incurable en el caso de enfermos terminales, hay otras consideraciones que los suicidas potenciales quizá deberían de tomar en cuenta antes de dejarse caer de una silla para quedar sostenidos en una horca o que se pegan un balazo, y una de ellas tiene que ver directamente con lo que pueda haber en el más allá.

Sobre esto último, el Doctor Raymond Moody escribió un libro titulado Vida después de la vida, en el que describe las experiencias de personas declaradas clínicamente “muertas”, descripciones tan coincidentes, tan vívidas y tan positivas, capaces de cambiar para siempre las ideas sobre la vida, la muerte y la supervivencia del espíritu. Se trata de experiencias ECM (Experiencias Cercanas a la Muerte, conocidas en Inglés como Near Death Experiences) en las que aquellas personas que logran ser reanimadas después de haber sido declaradas clínicamente muertas describen haber visto y experimentado las mismas cosas al encontrarse en ese estado de casi-muerte. El Doctor Moody se tomó el trabajo de empezar a recopilar tales testimonios, descubriendo que los testimonios coincidían en buena medida aún tratándose de pacientes tan geográficamente que no hay manera alguna en la cual las revelaciones de unos hubieran podido influír en los testimonios de otros. Increíblemente, los testimonios sobre experiencias ECM descritas al Doctor Moody por pacientes que tuvieron experiencias cercanas a la muerte resultaron coincidir en buena medida con testimonios de experiencias similares que la Doctora Elisabeth Kübler Ross observó en personas con las que tuvo contacto que también tuvieron experiencias cercanas a la muerte, destacándose el hecho que ni Moody ni  Kübler Ross se conocían entre sí ni estaban al tanto del trabajo del uno y del otro, concluyéndose que lo que estaba siendo documentado por ambos era algo de naturaleza universal. En las personas que están cercanas al momento de la muerte, los dos médicos encontraron que tales personas invariablemente reportaban lo mismo: sonidos audibles tales como un zumbido, una sensación de paz y sin dolor, tener una experiencia extracorporal (sensación de salir fuera del cuerpo), sensación de viajar por un túnel, sentimiento de ascensión al cielo, ver gente, a menudo parientes ya fallecidos, encontrarse con un ser luminoso, ver una revisión de su vida, y sensación de aversión con la idea de volver a la vida.

En relación a los testimonios sobre ECM, Otro caso que vale la pena mencionar es el del Doctor Eben Alexander, un neurocirujano de la Universidad de Harvard, que como muchos científicos nunca creyó realmente en este tipo de experiencias.




Eben Alexander era un escéptico absoluto, al cien por ciento. Pero en el año 2008 algo cambió en él, y después de despertar de un coma profundo todas sus creencias se desmoronaron, dando paso a su certeza plena de la existencia de la conciencia después de la muerte. Su historia comienza una mañana del 2008, el Dr. Eben se despertó con un intenso dolor de cabeza, y en cuestión de horas parte del cerebro que controla los pensamientos y las emociones que en esencia nos hace humanos se le había paralizado (esto está perfectamente documentado, y los archivos clínicos están abierto a inspección). Los médicos del Hospital General de Lynchburg en Virginia, Estados Unidos, determinaron que el Dr. Eben había contraído algún tipo de meningitis bacteriana muy extraña que principalmente ataca a los recién nacidos. La bacteria E. coli había penetrado en el líquido cefalorraquídeo y literalmente se le estaba comiendo el cerebro. A la mañana siguiente, cuando entró en la sala de emergencias, las posibilidades de supervivencia eran nulas, y de hecho estuvo a punto de dar un paso hacia un estado vegetativo. Durante siete días, el Dr. Eben entró en un coma profundo, el cuerpo no le respondía, estaba clínicamente muerto y así lo proclamaron sus propios colegas. Al séptimo día, según los médicos, al suspenderse el tratamiento médico con la finalidad de darle paso al inevitable deceso, en forma completamente inesperada los ojos del Dr. Eben se abrieron de golpe dejando estupefactos a quienes lo habían desconectado de los aparatos dándolo por muerto. Todo esto fue lo que le ocurrió al cuerpo físico del Dr. Eben. Pero según él, lo que le ocurrió en su interior fue algo sobrenatural. El neurocirujano afirmó que descubrió “que la conciencia existe más allá del cuerpo”. Lo que recuerda el Dr. Eben de su “viaje al mas allá” en primer lugar, vio una especie de nubes blancas/rosadas sobre un fondo azul/negro. Por encima de las nubes observó “grupos de seres transparentes y brillantes en el cielo”. Al no saber definir lo que exactamente observó, les llamó “formas superiores de ser”. Las criaturas estaban llenas de alegría, que según los recuerdos del Dr. Eben, hacían una especie de “canto glorioso” cuando se desplazaban. También puntualizó sobre la interconexión de todo lo que observaba. Además dijo que una mujer estaba con él y que ella le entregó mensajes muy acentuados, aunque ella no hablaba en el sentido tradicional, El Dr. Eben fue capaz de entender cada una de las palabras. Los mensajes que repetía la mujer eran: “Son amados, apreciados, queridos para siempre”, “No tienes nada que temer” y “No hay nada que te pueda hacer el mal”. La mujer también le dijo que le enseñaría muchas cosas en ese nuevo mundo, pero que inevitablemente debía volver a la tierra. Estos fueron algunos de los elementos que se describió el Dr. Eben, que en entrevistas posteriores, dijo: “Yo sé que esto es algo tan extraordinario, cómo increíble. Un médico me comentó que todo estaba en mi mente. Pero lo que me pasó, lejos de ser una alucinación, fue tan real o más real que cualquier otro acontecimiento en mi vida. Antes de mi experiencia era muy escéptico sobre las experiencias cercanas a la muerte. Hoy en día sé que es una realidad. No sólo el universo está definido por la unidad, pero sé que ahora también forma parte el amor. He pasado décadas como neurocirujano en algunas de las instituciones médicas más prestigiosas de Estados Unidos. Sé que muchos de mis compañeros al igual que yo éramos defensores de la teoría de que el cerebro genera conciencia y de que vivimos en un universo desprovisto de cualquier tipo de emoción, y mucho menos por el amor. Lo que me ocurrió ha cambiado todas mis creencias y teorías, y tengo la intención de pasar el resto de mi vida investigando la verdadera naturaleza de la conciencia, sabiendo que somos mucho más que un cerebro físico.”

Para algunos, no hay nada más gratificante que ver a un escéptico, sobre todo si se trata de un neurocirujano graduado de la Universidad de Harvard investido con las más altas credenciales, estrellarse frontalmente contra algo que contradice diametralmente todo aquello en lo cual había creído toda su vida y que termina cambiándole radicalmente su modo de pensar, sólo para que ahora el ex-escéptico termine encontrando que otros tan escépticos como él lo era no le creen absolutamente nada de lo que hoy les relata y trata con desesperación y en vano de que le crean, sin lograrlo. ¿Retribución divina?

Sin embargo, todas las experiencias arriba asentadas son comunes a personas que han tenido experiencias cercanas a la muerte ya sea como consecuencia de algún accidente o algún mal natural. Ninguna de ellas intentó suicidarse.

Varias personas que han intentado suicidarse y no lo han logrado también han tenido sus propias experiencias en las cuales coinciden. Pero tales experiencias resultan ser una cosa completamente diferente y opuesta a lo que reportan las personas que estuvieron a punto de fallecer por causas naturales o por accidente. De hecho, resulta ser algo terrible, espantoso.

Esto es lo que nos dice el Doctor Moody en su libro en relación a testimonios ECM relacionados con intentos de suicidio:
Conozco algunos casos en los que un intento de suicidio fue la causa de la “muerte” aparente. Estas experiencias fueron uniformemente caracterizadas como desagradables.

Una mujer me dijo: “Si dejas esto con un alma atormentada, también allí la tendrás”. En resumen, dicen que los conflictos que les llevaron a suicidarse para escapar estaban todavía presentes cuando murieron, pero con más complicaciones. En el estado incorpóreo no podían hacer nada por sus problemas, pero tenían que ver las desgraciadas consecuencias que resultaban de sus actos.

Un hombre que se pegó un tiro, deprimido por la muerte de su esposa, “muriendo” y resucitando luego, cuenta: “No fuí adonde estaba [mi esposa]. Fuí a un lugar horrible... Inmediatamente comprendí el error que había cometido y pensé ‘Ojalá no lo hubiera hecho’.”

Otros que han experimentado ese desagradable “limbo” cuentan que tuvieron la sensación de que estarían allí mucho tiempo. Fue su castigo por “romper las reglas”, por tratar de liberarse a sí mismos de lo que era su “misión”: cumplir un cometido en la vida.

Esas observaciones coinciden con las informaciones de personas que “murieron” por otras causas, pero que mientras estaban en ese estado les llegó el pensamiento de que el suicidio era un acto muy desafortunado al que le esperaba un grave castigo. Un hombre que estuvo cerca de la muerte tras un accidente automovilístico, cuenta: “[Mientras estuve allí] Tuve la sensación de que dos cosas me estaban totalmente prohibidas: suicidarme y matar a otra persona... Si me matara a mí mismo sería arrojarle a Dios su regalo a la cara... Matar a otro sería interferir en los propósitos de Dios para ese individuo”.

Sentimientos como ésos, que me han expresado en distintas entrevistas, son idénticos a los encerrados en los más antiguos argumentos teológicos y morales contra el suicidio, descritos en diversas formas en los textos de pensadores tan diferentes como Santo Tomás de Aquino, Locke y Kant. Un suicida, según Kant, está actuando en oposición a los propósitos de Dios y llega al otro lado con la consideración de rebelde a su Creador. Santo Tomás de Aquino afirma que la vida es un don de Dios y que a Él, no al hombre, le corresponde retirarlo.

Sin embargo, discutiendo esto no paso de un juicio moral contra el suicidio. Sólo informo de lo que me han contado otros que han pasado por esa experiencia.
Otro médico conocedor de primera mano de estas cuestiones en lo que toca a experiencias comunes en aquellos que han estado cercanos a la muerte lo es el neurofisiólogo Peter Fenwick, y el cual en su investigación ha encontrado que muchos de los suicidas frustrados habían tenido experiencias aterrorizantes en el más allá, experiencias horribles más que suficientes para ponerle los pelos de punta a cualquiera.

Por su parte, Alexander Mileant, Obispo de la Iglesia Ortodoxa Rusa y Obispo de la Diócesis de Buenos Aires y Sudamérica, en su obra La vida después de la muerte hace las siguientes observaciones en el rubro que corresponde a Relatos de los suicidas:
La impresión general de los médicos-reanimadores es que el suicidio se castiga muy severamente. El Dr. Bruce Geyson, psiquiatra en el departamento de primeros auxilios en la Universidad de Connecticut, quien estudió detenidamente este problema, atestigua que nadie que pasó la muerte temporal desea apurar el fin de su vida (Raymond Moody, The Light Beyond, pág. 99). A pesar de que el otro mundo es incomparablemente mejor que el nuestro, la vida aquí tiene un importante valor preparativo. Sólo Dios decide cuándo el hombre está suficientemente maduro para la eternidad.
El consenso en los médicos que se han especializado en recabar ese tipo de testimonios de personas que han sido proclamadas clínicamente muertas y que en abierto desafío a la ciencia médica han vuelto a abrir sus ojos ante la mirada perpleja de sus médicos y familiares es que, de acuerdo al común de los relatos, si la persona creía que estaba mal aquí y que su situación ameritaba el suicidio, en “el otro lado” la misma persona estará mil veces peor; porque no solo no se habrá resuelto absolutamente nada de lo que la llevó a la decisión de arrancarse la vida, sino que se le suma otro equipaje adicional sumamente desagradable y pesado que no se compara ni siquiera remotamente a lo que creía que estaba dejando atrás en este mundo. Si hay algo de cierto en los testimonios de los pocos que tras un intento de suicidio han logrado ser reanimados o han revivido espontáneamente en desafío de la ciencia médica, entonces los que se suicidan y tienen éxito en lograr su cometido podrían estar entrando en un callejón sin salida hacia otra dimensión mucho peor que el mundo del cual pretendían huir, algo indescriptible en su horror, algo capaz de espantar al más templado de los hombres, algo terrible que no se puede describir con palabras porque no existen palabras en el vocabulario humano para describir una cosa tan espantosa. Y todo ello porque tomaron su vida en sus propias manos en lugar de dejar que ocurriese lo que tuviese que ocurrir de no haber tomado tal decisión. El suicidio es algo en lo que es muy fácil abrir una puerta y atravesarla, lo difícil es volver atrás una vez que la puerta se ha cerrado.

Robin Williams tomó la decisión de traspasar esa puerta, con lo cual a su desafortunada decisión de iniciarse en el mundo de las drogas sumó otra desafortunada decisión: abandonar el infierno que él mismo se creó para terminar cayendo en lo que puede ser un abismo sin retorno. Si está en algún “lado” que no se puede describir con palabras, no hay absolutamente nada que Robin Williams pueda hacer para corregir su segundo gran error. Él tuvo en sus manos la última palabra y el poder para decidir lo que quería hacer con su vida, y a él le corresponde asumir las consecuencias de sus actos.

Ojalá y que Robin Williams, al igual que muchos otros que han tomado la decisión de matarse a sí mismos y lo han logrado, hubiesen tenido la oportunidad de haber estado al tanto de las experiencias que han reportado aquellos pocos que han podido ser reanimados en los hospitales y que han podido ser traídos de vuelta de ese umbral antes de terminar arrojados a perpetuidad hacia esa dimensión desconocida que no se puede describir con palabras. Resulta notable el hecho de que los suicidas potenciales que han tenido el privilegio (no sé si la palabra “privilegio” sea la palabra adecuada, tal vez sea lo sea, tal vez no) de poder ser reanimados por buenos médicos antes de quedar convertidos en cadáveres por los que ya no se puede hacer nada, listos para ser enviados a la capilla funeraria, ninguno de ellos ha vuelto a intentar tratar de quitarse la vida, y por el contrario han dado a sus vidas un giro de 180 grados tomándolo como una segunda oportunidad. Así de terrible fue la experiencia que vivieron.

Desafortunadamente, los datos y los hechos consignados arriba ya no le alcanzaron a llegar a tiempo a Robin Williams ni a muchos otros como él. La información les llegó tarde, demasiado tarde, y no se puede hacer nada por ellos. Absolutamente nada. La información dada arriba solo le puede servir a quienes aún siguen vivos y no han dado el paso fatal por atractivo que parezca, subrayando la enorme importancia de estar informado antes de tomar la decisión final de atravesar esa puerta que una vez cerrada ya no se volverá a abrir.


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