Nos hemos acostumbrado ya a que la ciencia médica avance día con día, lo cual le dá esperanzas a los enfermos terminales de que en el poco tiempo de vida que les queda se descubra un tratamiento o una nueva medicina que les ayude a prolongar su vida o inclusive les proporcione una cura (el SIDA en los años ochenta era una condena a muerte, se trataba de un mal incurable, pero ya a principios del nuevo milenio el SIDA era algo que aunque no incurable ciertamente se puede controlar con “cocteles” de medicamentos que no existían hace 20 años). También, de vez en cuando, se llega a conclusiones nuevas que pueden cambiar de modo radical la manera en la que es tratada alguna condición médica. Uno de tales descubrimientos lo fue el que llevó a cabo un médico australiano de nombre Robin Warren antes del cual la creencia popular en la comunidad médica era que las úlceras gastrointestinales eran la consecuencia de un mal temperamento, producidas por estar haciendo corajes o estar teniendo disgustos con suma frecuencia, y sólo se podían tratar de controlar evitando corajes y disgustos. El descubrimiento del Doctor Warren que derrumbó una creencia establecida que muchos médicos estuvieron dando por cierta y por el cual el Doctor Warren recibió un Premio Nobel demostró que las úlceras gastrointestinales son de hecho el resultado de una infección en el tracto gastrointestinal producida por la bacteria Helicobacter Pylori, y por lo tanto eran tratables e incluso curables con antibióticos con los que ya se contaba. El Doctor Warren basado en su descubrimiento se convirtió en el primer médico que logró curar a sus pacientes de úlceras que ya tenían arrastrando a lo largo de toda una vida, y su ejemplo fue seguido por el resto de la comunidad médica.
Acaba de aparecer en los noticieros mundiales una historia acerca de un descubrimiento que tiene el potencial de poder modificar en forma substancial la manera en la cual los médicos evalúan y controlan uno de los parámetros más vigilados en el mantenimiento de la salud de cualquier paciente: la presión arterial.
La presión arterial, usualmente medida con el brazalete de un manómetro enrollado en el codo del brazo izquierdo, tiene dos valores, el valor de la presión arterial baja (conocida por los médicos como la presión diastólica, siendo ésta la presión en las arterias cuando el corazón se expande) y el valor de la presión arterial alta (conocida por los médicos como la presión sistólica, siendo ésta la presión en las arterias cuando el corazón se contrae).
Desde tiempos inmemoriales, se ha considerado que los valores de una persona sana y normal para la presión arterial diastólica y la presión arterial sistólica deben ser alrededor de 80 y 120 milímetros de mercurio, respectivamente. Esta ha sido la creencia popular entre los médicos del mundo entero. El problema más frecuente que ocurre con la mayoría de la población, sobre todo entre aquellos con sobrepeso o que están acostumbrados a comer alimentos con mucha sal, es el de valores elevados por encima de estos valores comunes, lo cual puede predisponer de manera significativa a la persona a infartos o embolias. Una persona cuyos valores de presión arterial sean de 160 y 240, por ejemplo, está casi a punto de caer fulminada en cualquier momento por un infarto al miocardio o colapsarse a causa de una tromboembolia masiva, y para salvar su vida está prácticamente obligada a someterse de inmediato a un tratamiento médico para bajar cuanto antes ambos valores a lo que se considera normal. La presión arterial elevada no es algo que se pueda “curar” en forma permanente con un tratamiento temporal. Al igual que la diabetes, la presión arterial elevada es algo que se tiene que estar tratando de por vida. Una persona ordinaria que tenga su presión arterial algo elevada por encima de los valores normales usualmente tomará cada 8 horas una pastilla de un medicamento como Enalapril (en una dosificación típica de 10 miligramos), y además tomará una o dos veces al día otro medicamento como Metoprolol en una dosificación individual típica de 50 miligramos (es común que las personas con su presión arterial elevada tomen por lo menos dos medicamentos diferentes). Las dosificaciones son fijadas al principio al tanteo por el médico de acuerdo a su experiencia, y tienen que ser modificadas sobre la marcha de acuerdo a los valores de la presión arterial medidos una vez al día (generalmente después del mediodía), algo en lo cual pueden ayudar mucho los medidores digitales de presión vendidos comercialmente para ser usados por la persona en su propia casa y los cuales tienen que ser correlacionados con los valores que obtenga el doctor en su consultorio.
El control de la presión arterial no es algo que pueda clasificarse como una ciencia exacta, ya que por años los doctores han estado inseguros sobre cuál sea el nivel óptimo para pacientes con presión arterial elevada. El objetivo, desde luego, es bajarla, pero qué tanto y qué tan agresivamente ha sido un misterio. Hay pros y contras -riesgos y efectos laterales de los medicamentos- así como preguntas persistentes sobre si los pacientes de mayor edad requieren de una presión arterial más elevada de lo normal para poder empujar sangre oxigenante al cerebro.
En Estados Unidos, declarando que tenían en sus manos “información que potencialmente puede salvar vidas”, oficiales del National Heart, Lung and Blood Institute (Instituto Nacional de Estudios Cardiacos, Pulmonares y Arteriales) anunciaron el 11 de septiembre de este 2015 que estaban por llegar a la fase final de un estudio adelantando con una año de anticipación la fecha esperada de terminación del estudio, diciendo que los datos específicos serían publicados unos cuantos meses después. La razón para adelantar los resultados del estudio fue porque habían obtenido en forma concluyente una pregunta que los cardiólogos se han hecho a sí mismos por décadas: ¿qué tanto debe ser bajada la presión? La respuesta que obtuvieron del estudio es que la presión debe ser bajada más de lo que se acostumbra hacer en la práctica médica usual.
Un estudio de esta naturaleza, limitado a medir diariamente y conservar los registros actualizados de las presiones arteriales de un grupo poblacional seleccionado al azar, al principio puede parecer un asunto fácil, casi trivial, Sin embargo, no lo es, y no lo es por el hecho de que la presión arterial (sistólica y diastólica) es algo que varía día con día para una misma persona y depende no solo de la hora del día en la que se tomen las mediciones (por ejemplo, acabando de despertar o después del mediodía) sino de lo que la persona haya comido (sobre todo si ha ingerido alimentos salados), depende de lo preocupada o relajada que esté, y hasta del hecho de que esté hablando o que simplemente esté escuchando (se ha descubierto que el estar hablando sin parar es una de las cosas que tiende a elevar la presión arterial). De este modo, los resultados obtenidos no son constantes, y se trata de un efecto que es el resultado combinado de varios factores. En la práctica, un buen doctor le recomienda a su paciente bajo tratamiento que siempre se mida su presión arterial a la misma hora del día (por ejemplo a las 4:00 P.M.) y que lleve a cabo un registro diario recabando por lo menos una semana de datos. Eventualmente, se espera que los diversos factores que varían día con día se vayan promediando fuera, como si fuesen ruido matemático (de datos) dejando únicamente el gran promedio relevante que es lo que importa (el estudio de la obtención de valores estadísticamente relevantes entresacados de un conjunto de varios factores es parte de una rama científica conocida como el Diseño de Experimentos). La importancia del estudio es que fue llevado a cabo efectuando mediciones sobre el mismo grupo de personas no a lo largo de unas cuantas semanas o meses sino a lo largo de varios años. Y para obtener resultados relevantes dentro del grupo de edades en las cuales la presión arterial es algo que tiene a ocasionar problemas, las personas seleccionadas fueron personas adultas con edades cercanas o superiores a la tercera edad, dejando fuera a los jóvenes y niños que no son tan propensos a sufrir enfermedades cardiovasculares relacionadas con valores elevados de la presión arterial.
El estudio encontró que los pacientes en los cuales se mantenía su presión arterial sistólica por debajo de 120, un valor mucho menor que las guías usuales de 140 (o de 150 para personas mayores de los 60) tenían su riesgo de sufrir infartos y embolias reducido en un más de un 30 por ciento, y el riesgo de morir reducido en casi un 25 por ciento. Estos son números estadísticamente significativos, dignos de ser tomados en cuenta por cualquier médico.
El estudio llamado Sprint escogió al azar a más de 9,300 hombres y mujeres con edades de 50 y más que estaban en riesgo de sufrir infartos o que padecían males renales (del riñón), dos valores diferentes de presión sistólica: valores menores a 140, y valores menores a 120, siendo el segundo valor menor que lo sugerido por cualquier guía previa.
Se esperaba concluír el estudio Sprint en 2017, pero considerando los resultados de enorme importancia para la salud pública, el instituto los anunció por anticipado. Al anunciar la decisión, el Doctor Gary H. Gibbons, director del instituto, hizo una declaración diciendo “este estudio tiene información que potencialmente puede salvar vidas”.
En Estados Unidos cerca de 79 millones de adultos, uno de cada tres, tiene su presión arterial elevada, y la mitad de ellos bajo tratamiento y supervisión médica periódica aún tienen presiones sistólicas con valores por encima de 140.
El Doctor J. F. Michael Gaziano, un profesor de medicina en Harvard que no estuvo involucrado en el estudio Sprint, afirmó: “este estudio va a cambiar las cosas”, anticipando que tendría el mismo efecto en el comportamiento de la gente acerca del tema de la presión arterial como los estudios llevados a cabo acerca de la reducción del colesterol cuando demostraron que, contrariamente a lo que se había creído hasta entonces, entre más bajo el índice de colesterol tanto mejor.
“Son noticias emocionantes” dijo el Doctor Mark Creager, presidente de la American Heart Association y director del Heart and Vascular Center en el Centro Médico Dartmouth-Hitchcock que tampoco estuvo directamente involucrado en el estudio Sprint, añadiendo “servirá como una especie de mapa y salvará una cantidad significativa de vidas”.
Si las guías en uso actual son cambiadas como resultado del estudio Sprint, como expertos en el tema de la presión arterial anticipan que ocurrirá, una ya de por sí declinante tasa de mortalidad a causa de infartos y embolias podría reducirse aún más, de acuerdo al Doctor Jackson T. Wright Jr., un experto de la presión arterial e investigador del estudio, agregando que puesto que las enfermedades cardiovasculares son la causa principal de mortalidad en los Estados Unidos, un cambio en los parámetros que son medidos podría reducir la tasa general de mortalidad.
El estudio Sprint se aventuró en un territorio desconocido que algunos han encontrado intimidante. Una presión sistólica que sea naturalmente (sin la ayuda de medicamentos) igual a 120 puede ser algo muy bueno, pero es un asunto diferente empujar artificialmente la presión sistólica hacia abajo con la ayuda de medicamentos. Alcanzar un nivel de presión sistólica tan bajo podría requerir darle a la gente más y más medicamentos, a grado tal que los efectos colaterales podrían cancelar los beneficios que se esperan obtener. La gente de mayor edad podría ser especialmente vulnerable a los efectos indeseables de una presión arterial mucho más baja puesto que muchas de estas personas típicamente ya toman varios medicamentos para condiciones crónicas propias de la edad, medicamentos con los cuales puede haber una interacción con consecuencias impredecibles. Una presión arterial muy baja podría propiciar mareos y caídas. Cabe agregar que el 28 por ciento de los individuos estudiados en el estudio Sprint tenían edades mayores a los 75 años.
Hay además el otro problema de la presión diastólica. En una persona vegetariana sana y joven con amplia actividad física la experiencia es que tengan una presión arterial típica con un valor que oscila en los 80, y muchos médicos se guían por los valores de la presión diastólica más que por los valores de la presión sistólica. Si tomamos como valores ideales de la presión diastólica y la presión sistólica los números 80 y 120, entonces esto supone un problema para una persona que tenga valores de presión arterial que anden en 110 y en 170. Si con la ayuda de medicamentos bajamos la presión diastólica de 110 a 80, o sea 30 unidades, podemos anticipar que la presión sistólica bajará también unos 30 unidades, o sea que bajará de 180 a 140. Y si bien la presión sistólica de 140 está en un nivel que todavía se considera normal de acuerdo a las guías en uso actual, de acuerdo al estudio Sprint 140 es un valor que está 20 unidades más arriba del valor al que debería de estar. Y aquí surge una pregunta importante: ¿Es posible bajar de modo independiente los valores de la presión diastólica y sistólica? Desafortunadamente, no. No es posible bajar de manera independiente la presión diastólica con un medicamento y la presión sistólica con otro medicamento diferente. Si se suministra un cierto medicamento para bajarle la presión arterial a un paciente, ambas presión diastólica y sistólica bajarán. No existe un medicamento para bajar la presión sistólica manteniendo intacta la presión diastólica, como tampoco existe un medicamento para bajar la presión diastólica manteniendo intacta la presión sistólica. En pocas palabras, el rango de diferencia que hay entre la presión sistólica y la presión diastólica se mantiene más o menos constante al tomar un medicamento para bajar la presión. Y he aquí el problema. En la persona cuyos dos valores de presión arterial son 110 y 170, el rango de diferencia es igual a 60. Si con la ayuda de un medicamento se baja la presión diastólica de 110 a 80 y el rango de diferencia se mantiene constante, entonces la presión sistólica bajará de 170 a 140. Pero si, de acuerdo al estudio Sprint, el nivel ideal de la presión sistólica es de 120, bajar en este paciente la presión sistólica de 140 a 120 requerirá de medicamento adicional para bajar dicha presión a 120. Pero si el rango de diferencia se mantiene constante, entonces la presión diastólica que estaba en 80 bajará a 60, un valor que muchos médicos considerarían excesivamente bajo y tal vez hasta peligroso.
Lo ideal sería que hubiera medicamentos para bajar en forma independiente la presión diastólica y la presión sistólica, de modo tal que pudiera haber un control total sobre el rango de diferencia entre ambas presiones. Pero esos medicamentos todavía no se descubren. Lo único que se tiene en el botiquín son medicamentos que bajan ambas presiones arteriales.
Hay otra manera de cerrar el rango de diferencia entre la presión diastólica y la presión sistólica. Pero esto no involucra la ingesta de medicamentos. Involucra el llevar una vida lo más sana posible. Se requiere evitar el sobrepeso, hacer ejercicio en forma rutinaria, evitar tomar alimentos con mucha sal (esto implica un sacrificio para las personas acostumbradas a tomar alimentos con mucha sal, tales como galletas saladitas o salmón noruego) y tratar de llevar una vida tranquila sin sobresaltos (los disgustos propios de una vida agitada llena de problemas tienden a elevar de manera significativa la presión arterial, y es común escuchar anécdotas acerca de ejecutivos que bajo la preocupación de las decisiones importantes que tienen que tomar y las responsabilidades que tienen en sus manos terminan infartados cayendo de bruces en sus escritorios).
Cerrando la ventana de diferencia entre los valores de la presión arterial diastólica y sistólica, resultaría más fácil acercar ambos valores a los niveles ideales de 80 y 120, satisfaciendo el tope ideal máximo de 120 que impone el estudio Sprint sobre la presión sistólica. De este modo, resulta más fácil hacer la transición hacia la nueva guía sugerida por el estudio Sprint, pero por lo pronto ello solo se logrará complementando el uso de medicamentos con las costumbres de una vida sana que de haberse llevado desde un principio le habría evitado al paciente el tener que depender de por vida de medicamentos para mantener controlada la presión arterial.
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