miércoles, 22 de marzo de 2017

Cuestión de sentido común

Muchas veces, quizá demasiadas, lo que nos parece más lógico en el sentido de ser la mejor opción no lo es, y resulta ser todo lo contrario.

En el libro Riddles in Mathematics: A Book of Paradoxes (publicado en Castellano por Editorial UTEHA bajo el título Paradojas Matemáticas), el matemático Eugene Purdy  Northtrop nos dice esto en el segundo capítulo de su libro: “Los matemáticos y los lógicos, reconocen como uno de los suyos a Charles L. Dodgson, a quien el gran público conoce como Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas. Le debemos la siguiente paradoja, y otras cuantas que aparecen más adelante en este libro. ¿Verdad que estamos de acuerdo, en que de dos relojes, el mejor es el que con mayor frecuencia marca la hora exacta? Supongamos ahora que nos dan a elegir entre dos relojes, uno de los cuales se retrasa un minuto cada día, y otro que no marcha. ¿Cuál escogeremos? El sentido común nos dice que prefiramos el que se atrasa un minuto diario, pero si nos hemos de atener a lo convenido habremos de quedarnos con el que no marcha. ¿Por qué? Pues porque una vez puesto en hora el reloj que se atrasa tendrá que atrasarse 12 horas o sea 720 minutos para que vuelva a estar bien. Y si solo pierde un minuto cada día, tardará 720 días en atrasar los 720 minutos. Dicho de otro modo, no estará en hora más que una vez cada dos años, aproximadamente, mientras el que no marcha lo está dos veces al día”.

Lo anterior viene a colación teniendo en mente la crónica de la muerte anunciada (anunciada por el presidente Donald Trump) del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) a los 200 días de haber iniciado su administración (20 de enero de 2017) en caso de que no le gusten los términos y propuestas de México para una renegociación del TLCAN en los términos en los que el presidente Trump quiere que sea reformulado el TLCAN, principalmente rediseñado para que las empresas norteamericanas que se han estado moviendo a México para aprovechar los costos de la mano de obra barata ya no encuentren incentivo alguno para hacer tal cosa al equipararse los costos de la mano de obra industrial mexicana con los costos de la mano de obra industrial norteamericana. Puesto que tal equiparación de salarios no se va a dar ni en lo próximos cincuenta o cien años, se debe esperar que Donald Trump cumpla al pie de la letra con sus amenazas y retire a Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio al igual que como ya lo hizo con el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica TPP el cual mató el 23 de enero de 2017 con el retiro definitivo de Estados Unidos de dicho tratado (en realidad el TPP no está muerto del todo, los países miembros del acuerdo original se están organizando para acordar un nuevo TPP pero sin ninguna presencia de los Estados Unidos que vendría siendo un cero a la izquierda en este nuevo tratado multilateral, para beneplácito de China que de este modo tiene una oportunidad dorada de tomar el liderazgo en materia comercial que antes tenía Estados Unidos).

Como parte de su nueva estrategia en las relaciones comerciales con México, Donald Trump ha amenazado que impondrá un arancel del 35 por ciento a todos los productos exportados de México hacia Estados Unidos, aplicado no solo a empresas que muevan sus operaciones de manufactura de Estados Unidos a México sino también a todas las demás empresas que se hayan movido ya, privándolas con tal arancel del atractivo de sacar operaciones de manufactura (y empleos) de Estados Unidos hacia México. Dando una respuesta anticipada, se ha circulado las versiones de que México podría empezar a aplicar sus propios aranceles aduaneros a los productos norteamericanos que están siendo exportados a México, detonando con ello una guerra comercial de aranceles.

Sin embargo, antes de responderle al tipo que hoy gobierna a los Estados Unidos con medidas que pudiera tomar México suenan más bien a un ajuste de cuentas, hay que tomar un respiro profundo y sentarse a reflexionar sobre el asunto.

Si Trump impone un arancel del 35 por ciento a los productos exportados de México hacia los Estados Unidos, ¿quién es el que verdaderamente va a terminar pagando con dinero de su propio bolsillo ese arancel del 35 por ciento? Ciertamente no serán los mexicanos, ya que algo producido en México y vendido en México seguirá costando exactamente lo mismo con el arancel de Trump que sin el arancel de Trump porque Trump solo puede gravar con ese impuesto lo que va de México a Estados Unidos, y no lo que es producido en México y se queda en México. De modo comparativo, reproduciré a continuación una tabla publicada aquí el viernes 17 de marzo de 2017 en una entrada anterior titulada ¿Quo vadis, TLCAN? que nos muestra los costos de varios autos fabricados en México sin arancel alguno, con un arancel del 20 por ciento, y con un arancel del 35 por ciento:


 Autos producidos en
 México modelo 2017 
 Precio en
 dólares
 Con el 20%   Con el 30% 
 Volkswagen Beetle  $19995.00   $23994.00  $26993.25
 Volkswagen GTI  $25595.00  $30714.00  $34553.25
 Nissan Versa  $11990.00  $14388.00  $16186.50
 Honda Fit  $16090.00  $19308.00  $21721.50
 Honda CR-V  $24045.00  $28854.00  $32460.75
 Dodge Journey  $21145.00  $25374.00  $28545.75
 Ford Fusion  $22120.00  $26544.00  $29862,00
 Lincoln MKZ  $35170.00  $42204.00  $47479.50
 Jeep Compass  $19940.00  $23928.00  $26919.00


Fijándonos bien en la tabla, resulta evidente que mientras que un carro Volkswagen GTI le costará a un mexicano $25595.0 dólares, el mismo carro enviado de México a los Estados Unidos le costará a un norteamericano $34553.25 con dinero salido de su propio bolsillo y no del bolsillo de ningún mexicano, y seguramente muchos consumidores norteamericanos van a poner el grito en el cielo por esta diferencia. La cruda realidad es que quien va a terminar pagando por el arancel del 35 por ciento de Donald Trump van a ser los mismos norteamericanos con dinero salido de sus propios bolsillos. No van a ser los mexicanos los que lloren, sino los propios norteamericanos. Y puesto que todo el dinero recabado por ese arancel del 35 por ciento irá a parar directamente a los bolsillos del gobierno federal en Estados Unidos, de lo que estamos hablando es de un nuevo impuesto que le será cobrado a los propios norteamericanos al igual que el impuesto que se cobra en la compra de alimentos en los supermercados norteamericanos, una verdadera ofensa cometida por un demagogo exhibicionista que en sus campañas como candidato presidencial estuvo prometiendo que bajaría los impuestos para promover el comercio y el empleo, y ciertamente no subirlos. Con esto en mente podemos decirle a Donald Trump: ¡Adelante, y que empiecen a pagar todos aquellos norteamericanos que votaron por Donald Trump lo que les va a salir costando en sus propias cuentas bancarias la nueva tasación impuestívora creada por el tal Donaldo!

Y de hecho, aún con un arancel del 35 por ciento saldrá más barato fabricar un auto en México para exportarlo y venderlo en los Estados Unidos que fabricarlo y venderlo en Estados Unidos. Considerando que un trabajador sindicalizado de la United Auto Workers espera ganar en promedio unos $39.68 dólares la hora (de acuerdo a un estimativo de General Motors) mientras que en México el salario mínimo no llega ni siquiera a los 100 pesos por todo un día laboral y de hecho para 2017 es igual a 80 pesos diarios (unos 4 dólares al timpo de cambio actual aproximado de 20 pesos por dólar), el arancel requerido para que en Estados Unidos cueste lo mismo un auto fabricado en México que un auto fabricado en Estados Unidos debe ser mayor, mucho mayor. Ni siquiera tomando en cuenta las prestaciones de ley ofrecidas a los trabajadores en ambas naciones (vacaciones, seguro médico, bonos por buena asistencia, etcétera) hay manera alguna en que se pueda disminuír la tremenda disparidad, ya no se diga cerrar la brecha. Trump no ha hecho bien sus cuentas. El impuesto con el cual Trump tiene que ahorcar a sus propios coterráneos si quiere que en Estados Unidos cueste lo mismo un auto fabricado en México que fabricado en Estados Unidos es mucho mayor que el 35 por ciento. Y ya ni siquiera hablemos de autos fabricados en su totalidad en Estados Unidos y exportados al resto del mundo, porque un auto fabricado en su totalidad en Estados Unidos simple y sencillamente no puede competir con un auto fabricado en México por la enorme disparidad en el costo de la mano de obra de la que tanto se queja el Presidente Trump; aquí estamos hablando en términos bastante serios del fin de muchas exportaciones de alto valor de Estados Unidos al resto del mundo (Europa, China, Arabia Saudita, etcétera) y con ello el fin de algo que contribuyó a hacer crecer a Estados Unidos como potencia industrial. Y si se acaban de tajo las exportaciones norteamericanas, la economía norteamericana seguramente tronará como ocurrió en 1929 como resultado de las políticas aislacionistas y proteccionistas de una administración Republicana que recibió un voto de castigo y fue reemplazada por tres períodos consecutivos por el mismo Presidente emanado del Partido Demócrata; así de grande fue el resentimiento.

Pero la cosa se pone todavía mucho más interesante considerando que los aranceles que Trump quiere aplicar a lo que se exporta de México hacia los Estados Unidos no sería únicamente en el rubro automotriz. Trump quiere aplicar sus impuestos (ya no lo llamaremos arancel aduanero, puesto que se trata de un dinero que los norteamericanos van a pagar con dinero salido de sus propios cheques de nóminas) a todo, absolutamente todo lo que vaya de México. Por ejemplo, el aguacate, que Estados Unidos tiene que importar necesariamente de México (el principal productor mundial de aguacate) para poder satisfacer su consumo interno. Si Trump quiere duplicar o triplicar el precio del aguacate en los supermercados del lado norteamericano, de nueva cuenta los que se van a infartar y se van a poner furiosos en grado extremo serán los consumidores norteamericanos. Y si esto ocurre, es previsible que en las próximas elecciones los electores van a llamar a cuentas a los legisladores Republicanos que hoy dominan el Congreso para cobrarles tanto a congresistas como senadores la factura final del drástico aumento en los costos de muchos artículos que se consumen en los Estados Unidos. Ese será el momento supremo del desquite, y México no tiene más que quedarse sentado en la banca viendo desde lejos cómo se hacen greñas los políticos y el pueblo norteamericano a la vez que la popularidad de Donald Trump medida en los sondeos se va a pique.

Ahora bien, vamos a considerar una estrategia mexicana de responderle al presidente Donald Trump gravando también con tarifas arancelarias elevados los productos enviados de Estados Unidos a México en respuesta a las tarifas arancelarias de Trump. ¿Es eso una buena medida? Desde luego que no, porque los que pagarían por ello no serían los norteamericanos con dinero salido de sus propios bolsillos sino los mismos mexicanos. Sería el equivalente de pagarle un impuesto nuevo al gobierno mexicano. Terminaríamos igual de castigados que los consumidores norteamericanos. Y después del megagasolinazo, lo que menos necesitamos en México es una nueva cascada inflacionaria teniendo que pagar con dinero salido de nuestros bolsillos que irían a parar a las arcas improductivas de uno de los gobiernos más corruptos del planeta Tierra. Solo para darnos una idea de la corrupción imperante que no usaría los ingresos extra obtenidos de este modo para mejorar las condiciones sociales en México sino para despilfarrarlos en los voraces apetititos que alimentan la corrupción del gobierno mexicano, considérese que en un momento de plena crisis económica en México un ministro de Justicia de los Estados Unidos percibe 4,108.492.00 mientras que su contraparte en Canadá percibe 2,433,356.60, entanto que en México lo que se percibe es 6,766,428.00. Otro ejemplo de despilfarro total es el avión presidencial. Y así como estos ejemplos hay muchos más. ¿Y a este gobierno tan corrupto le van a dar los mexicanos por vía indirecta los dineros que se recaben con aranceles impuestos a los productos norteamericanos enviados a México? Es mil veces preferible no aplicar ningún tipo de arancel a ninguno de los productos exportados de Estados Unidos a México, máxime que Estados Unidos exporta cosas tales como maíz, avena y gas natural que no pueden ser substituídas de inmediato por algún otro país proveedor en el continente americano.

El no responder a los aranceles que Donald Trump le imponga a México tiene otra ventaja de valor incalculable. Además de que Estados Unidos quedaría expuesto ante el mundo entero como victimario mientras que México recibiría apoyo y simpatías en su calidad de víctima, el imponer arbitrariamente y de manera unilateral una serie de aranceles a lo que salga de México a los Estados Unidos invariablemente va a meter a Estados Unidos en serios problemas con la Organización Mundial de Comercio (OMC). Donald Trump no se ha dado cuenta o no quiere darse cuenta de que en este mundo tan globalizado y tan interdependiente, la comunidad internacional impone reglas que hasta los países musulmanes están obligados a seguir, y si no las sigue se desencadena una serie de sanciones que le pueden costar un ojo de la cara al violador. Si México impone aranceles aduaneros a los productos norteamericanos enviados a México en respuesta a los impuestos aplicados por el gobierno de Trump a los productos mexicanos enviados a los Estados Unidos, esto debilita mucho los reclamos que México quiera hacer ante la OMC en contra de Estados Unidos. Pero si el único que aplica de manera unilateral los aranceles es Estados Unidos, entonces la comunidad internacional en conjunto se va a ir en contra de los Estados Unidos, y el régimen Trumpesco se va a convertir en un paria a nivel mundial.

Tomando en cuenta todo lo anterior, lo mejor que puede hacer México es dejar que Trump cumpla sus amenazas de retirar a su país del tratado TLCAN y de imponer tarifas arancelarias a lo que se mande de México a Estados Unidos -tarifas arancelarias que los mismos norteamericanos van a terminar pagando con el sudor de sus frentes- sin que México imponga arancel alguno a lo que sea enviado de Estados Unidos a México, y que lleve México sus denuncias en contra del gobierno norteamericano ante la Organización Mundial de Comercio y ante las cortes internacionales para denunciar sus violaciones de las reglas internacionales. Esto es lo que sugiere el buen sentido común. Desafortunadamente, y como decía mi abuelo el Lic. Agustín Téllez López, “¿Por qué le llaman sentido común, si es el menos común de todos los sentidos?”. Es muy posible que Wilbur Ross, el Secretario de Comercio de Estados Unidos, aparentemente un poco más cuerdo y menos irascible que su presidente fanfarrón, ya se haya dado cuenta de la cascada de eventos desagradables que se desencadenarán con precisión de mecanismo de relojería en contra de su propio país en cuanto Donald Trump saque a Estados Unidos del TLCAN -matando con ello al TLCAN al igual que como lo hizo con el TPP- e imponga como piensa hacerlo sus aranceles aduaneros a todo lo que exporta México. Pero Wilbur Ross debe saber por si es que no lo sabe ya que en Estados Unidos su patrón es el que manda y no al revés; donde manda capitán no gobierna marinero, y si el Presidente Trump quiere sacar fuera a Estados Unidos del TLCAN pues ¡que lo haga!, y que todos los norteamericanos empiecen a pagarle de inmediato las facturas al Diablo.

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