El martes 28 de marzo de 2017 la primera ministra británica, Theresa May, la cual fue y sigue siendo uno de las más recalcitrantes impulsores de la salida definitiva de Inglaterra de la Comunidad Europea bajo el referéndum conocido como Brexit, firmó la carta oficial remitida el miércoles 29 a Bruselas para estipular que Reino Unido iniciaba las negociaciones para salir de la Unión Europea. En la foto oficial el evento, Theresa May aparece sentada a una mesa, delante de un retrato del exprimer ministro Robert Walpole, mientras firmaba la carta de activación del Artículo 50 del Tratado de Lisboa, que dará inicio al Brexit. La carta viajó desde el número 10 de Downing Street hasta Bruselas, donde el embajador de Reino Unido ante la Unión Europea (UE), Tim Barrow, se la entregó al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, sobre las 11:30 GMT del miércoles.
La primera ministra telefoneó, antes de firmar la carta, a Tusk, al presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y a la canciller alemana, Angela Merkel, confirmándoles el hecho. Para intentar unir su país, dividido desde el referéndum del pasado 23 de junio de 2016 en el que la mayoría votó a favor del Brexit, May quiere concentrarse en el futuro: “Ya no debe definirnos el voto que hicimos durante el referéndum, sino la determinación de convertir ese resultado en un éxito. Somos una gran unión de personas y de naciones con una historia de la que podemos estar orgullosos y un porvenir brillante”.
Los principales promotores del Brexit, todos ellos populistas y demagogos apelando al nacionalismo inglés, estuvieron alegando que la salida del Reino Unido de la Comunidad Europea traería consigo una Inglaterra más independiente, más fuerte y más próspera. Pero tienen ante sí un factor con el que no contaban, una amenaza latente de la cual importantes analistas y observadores ya habían advertido que sucedería y que en la votación del Brexit no fue tomada en cuenta. Lejos de darle al Reino Unido mayor prosperidad y fortaleza, lo que se les viene encima es la fractura del Reino Unido con la separación definitiva de Escocia de Inglaterra, convirtiéndose Escocia en una nación independiente que como tal puede integrarse a la Comunidad Europea, dejando a lo que quede del Reino Unido convertido en un país mucho más chiquito, con mucho menos recursos, y sin peso alguno en las decisiones de la Europa tradicional.
Los escoceses ya habían advertido que ellos no querían verse separados de la Comunidad Europea, ellos querían que el Reino Unido siguiera siendo parte de la Comunidad Europea, pero no les hicieron caso. Y como no les hicieron caso, optan por la única alternativa que les queda para seguir siendo parte de la Comunidad Europea: salirse para siempre del Reino Unido proclamando a Escocia como país independiente desligado política y económicamente del Reino Unido.
Precisamente un día antes (y esto no fue ninguna coincidencia) del día en el que la primera ministra británica, Theresa May, firmaría la carta oficial a Bruselas para estipular que Reino Unido iniciaba las negociaciones para salir de la Unión Europea, el Parlamento de Escocia votó a favor de un nuevo referendo sobre la independencia a realizarse dentro de los próximos dos años. El legislativo en Edimburgo aprobó por 69 votos contra 59 respaldar el pedido de la Premier Nicola Sturgeon a Londres para que convoque a la votación. Tras conocerse el fallo, decenas de independentistas con banderas escocesas y de la Unión Europea prorrumpieron en vítores. Sturgeon dice que los escoceses deben tener la oportunidad de decidir sobre su futuro antes de que Gran Bretaña abandone la Unión Europea. Aunque el Reino Unido en su conjunto votó por la salida en un referéndum el año pasado, los escoceses se inclinaron por amplio margen a favor de la permanencia. “El futuro de Escocia debería estar en manos de Escocia”, dijo Sturgeon a los legisladores cuando se aprestaban a votar.
Los escoceses ya habían rechazado la independencia en un referéndum convocado en 2014 por el Partido Nacional Escocés de Sturgeon que sólo se puede realizar una vez en cada generación. Pero el Brexit, según Sturgeon, cambió drásticamente la situación. La gobernante pidió que se realice el nuevo referéndum entre el otoño del 2018 y la primavera del 2019, cuando queden más claras las condiciones de la separación entre Gran Bretaña y la Unión Europea. Aunque May, cuyo Gobierno debe aprobar el referéndum para que sea vinculante, dice que éste no es el momento, y que todos los integrantes del Reino Unido (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte) deben estar unidos para lograr el mejor acuerdo posible con la Unión Europea, lo más probable es que los escoceses, sobre todo los independentistas escoseses, no le van a hacer caso, ni van a tener intención alguna de esperar.
Históricamente, mantener a Escocia como parte del Reino Unido siempre ha sido un dolor de cabeza para Inglaterra. Los ánimos independentistas datan desde hace mucho tiempo, y la película Braveheart nos dá una muy buena idea de ello. Para mantener a Escocia como parte del Reino Unido, el entonces primer ministro David Cameron estuvo haciendo personalmente una campaña muy intensa en Escocia, prometiéndoles a los escoseses que si seguían formando parte del Reino Unido entonces él mismo se encargaría como primer ministro de que los escoseses recibirían un trato especial y se haría todo lo posible por satisfacer la mayoría de sus demandas con tal de seguirlos teniendo como miembros del Reino Unido. El problema ahora es que ese primer ministro David Cameron que les hizo tales promesas a los escoseses se vió obligado a dimitar a causa de la aprobación del Brexit, y ahora ya no está en condición alguna para poder cumplirle a los escoseses ninguna de las promesas que les había hecho, y los independentistas escoseses ya se dieron cuenta de que ahora es el momento de aprovechar la coyuntura histórica para llevar a cabo un nuevo referéndum de separación que seguramente ahora sí será aprobado por una mayoría de escoseses. Todo esto va a ocurrir ya mecánicamente, y de modo inevitable, no hay marcha atrás. Una posibilidad de mantener a Escocia como parte del Reino Unido sería convocando a Inglaterra a un nuevo referéndum sobre el Brexit y que en el nuevo referéndum se diera marcha atrás. Pero los promotores del Brexit ya dejaron en claro su postura intransigente de que no tienen intención alguna de convocar a un nuevo referéndum sobre el Brexit, invirtieron demasiado capital político para ello y no tienen intención alguna de quedar en ridículo. No habrá un nuevo referéndum sobre el Brexit, esto se mantiene firme, al igual que la decisión de los escoseses de llevar a cabo un nuevo referéndum en el que se da por hecho que los independentistas escoseses ahora sí triunfarán. La ruptura se antoja inminente y es tan solo una cuestión de tiempo. Y se trata de una fractura de orden mayor, como cuando México se independizó de España. La primera ministra Theresa May está atada de manos para impedir que la ruptura ocurra, porque ¿con qué cara va a tratar de impedirle a los escoseses que se separen de Inglaterra, cuando al mismo tiempo ella espera que la Comunidad Europea respete la decisión de Reino Unido de salirse de la Unión Europea? Son posturas irreconciliables, y las cartas están echadas.
Ya había anotado en esta bitácora algo sobre esta enorme fractura en el trabajo ¿Fractura del Reino Unido en puerta? publicado aquí el 26 de junio de 2016, y todo está sucediendo tal y como ya se había anticipado que podría suceder. Los acontecimientos recientes lo confirman. Irónicamente, la Unión Europea festejó el sábado 25 de marzo de 2017, tres días antes de que Theresa May firmara la carta oficial para iniciar las negociaciones para salir de la Unión Europea, su 60 aniversario. No permitieron que los que se salen del club les arruinaran la fiesta.
Sin duda alguna preocupados por las posibles consecuencias económicas sobre lo que quede del Reino Unido tras la salida de la Unión Europea y la pérdida de Escocia, los Brexistas que hoy gobiernan a Inglaterra parece que están tratando de negociar algunos compromisos y ventajas como condición relevante para su salida formal de la Unión Europea. Pero con tal actitud demuestran que ya enloquecieron. Cuando alguien se sale de un club, no está en condiciones de pedirle absolutamente nada ni de imponerle condición a los demás miembros del club del que se está separando. Los miembros del club pueden decirle simplemente: “lárgate cuando quieras y vete a dar lata a otro lado”, y el que va de salida no tiene ningún derecho para reclamar ya nada. Peor aún, cuando Inglaterra se salga definitivamente de la Unión Europea, no estará en condiciones de poder regresar, porque nadie quiere tener como miembro del club a alguien tan voluble y caprichoso; así que no hay margen de maniobra para un arrepentimiento tardío.
De hecho, las primeras consecuencias del impacto de la salida en ciernes ya se están empezando a aquilatar en Reino Unido. Nick Ottewell, un productor de lechugas británico, admitió que “Sin los inmigrantes europeos no podríamos funcionar”. Y como él, los hospitales, los restaurantes o la construcción necesitan brazos europeos que podrían esfumarse con el Brexit. Con uno de los desempleos más bajos de la Unión Europea, inferior al 5%, la libre circulación de trabajadores europeos ha sido una bendición para la floreciente economía británica de los últimos años, pero también para cientos de miles de españoles, italianos, griegos o polacos, que necesitaban trabajo o mejores salarios. El gobierno de Theresa May ha lanzado mensajes tranquilizadores, pero algo se ha roto con el Brexit. “Nunca antes me habían hecho sentir que no era británico. Y ahora soy consciente”, dijo Joan Pons, un enfermero español que trabaja en un hospital de Norfolk, en el este de Inglaterra, una de las caras más reconocibles de The 3 Million (una organización de europeos residentes en el Reino Unido que lucha por conservar sus derechos). Con 24 mil plazas de enfermería vacantes, los hospitales británicos están al límite y el Brexit podría complicar todavía más su funcionamiento si, como parece estar ocurriendo, el personal europeo le da la espalda al país. El número de nuevos enfermeros europeos llegados al NHS (National Health Service, el servicio de sanidad pública) cayó un 90% desde el referéndum del 23 de junio, según datos del Consejo británico de enfermeras y comadronas (NMC). “Es el primer signo de un cambio tras el referéndum sobre la UE”, dijo en un comunicado Jackie Smith, directora del NMC. Más del 5% de los 1,2 millones de empleados de la sanidad pública británica, alrededor de 60 mil, son de la UE, según datos de NHS Digital.
¿Qué relevancia puede tener lo anterior a los que vivimos en el continente americano? Pues que algo similar, pero bajo diferentes circunstancias, se está dando en Norteamérica con el triunfo del populista y demagogo Donald Trump, tan populista y demagogo como los políticos del Brexit. Al igual que los brexistas en Inglaterra, Trump prometió que traería cambios importantes en la política norteamericana que harían más fuerte a Estados Unidos. Pero en cuestión de unos cuantos meses, ya se avizoran los primeros efectos negativos de la administración de este demagogo populista, en lo que podría ser el preludio del fin del bono de recuperación económica Obama lograda en los ocho años de administración del presidente Barack Obama que sacaron a Estados Unidos de una recesión económica prolongada conocida como La Gran Recesión. Lo que parece que se viene para Estados Unidos es el resultado de un golpe autoinflingido, al igual que como ocurrió en Inglaterra y cuyas consecuencias se van a empezar a pagar muy pronto. Lo cual demuestra que a veces los electores cometen errores por los que terminan pagando muy caro a largo plazo.
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