jueves, 2 de abril de 2015

California: ¿se acabó la fiesta?




El estado de California, una gran extensión de territorio que le pertenecía a México antes de que por las doctrinas expansionistas del Destino Manifiesto le fuera arrebatado mediante una invasión históricamente injusta junto con otras vastas porciones territoriales de lo que son otros estados como Arizona, Nuevo México, Colorado y muchos más, recibió su primer boom de influjo de inmigrantes durante la época del gold rush cuando gracias a las noticias exageradas de que se había descubierto mucho oro en California (los Conquistadores españoles cayeron en la misma trampa con el mito de la ciudad El Dorado) empezaron a llegar oleadas de inmigrantes ávidos de hacerse ricos al instante con las fabulosas vetas de oro que supuestamente los estaban esperando. Al final no hubo tales vetas gigantescas de oro, pero los recién llegados empezaron a echar raíces enraizando la colonización norteamericana de lo que había sido el Viejo Oeste.

Fue hasta principios del siglo XX cuando California empezó a rugir económicamente con la creación y expansión de la industria cinematográfica en Hollywood y la creación de una nueva y próspera clase media alta.

La Gran Depresión económica de 1929, independientemente del hecho de que trajo una severa dislocación económica a California, también trajo consigo una nueva oleada de migrantes llegados de los estados del Este deprimidos económicamente. Eran los tiempos en los que además del duro golpe económico ocasionado por la Gran Depresión se padeció en los Estados Unidos un castigo de orden climatológico conocido como el Dust Bowl (Cuenco de Polvo), con vastas extensiones de territorio consumidas por una sequía tenaz y persistente que acabó con muchos cultivos prósperos.

La situación de penuria, no solo en California sino en todo Estados Unidos, se prolongó durante la década de los años treinta y hasta principios de los cuarenta, y posiblemente habría durado más tiempo de no haber sido por un acontecimiento de orden mundial que contribuiría a sacar a Estados Unidos de los efectos persistentes de la Gran Depresión: la Segunda Guerra Mundial. Esto se estaba decidiendo en Europa, pero el ingreso de Estados Unidos al panorama mundial tuvo lugar a raíz del ataque japonés a Pearl Harbor, una carnicería que no le dejó a Estados Unidos otra opción más que declararle la guerra al imperio japonés (irónicamente cuando los militares japoneses llevaron a cabo el ataque a Pearl Harbor lo hicieron partiendo del supuesto de que con un ataque fulminante, sorpresivo y devastador Estados Unidos quedaría paralizado por el terror y atemorizado se abstendría de tratar de intervenir en las guerras expansionistas que Japón estaba llevando a cabo en Corea, Filipinas y China, y el efecto fue precisamente todo lo contrario de lo que esperaban los militares japoneses, o sea se reforzó en forma desproporcionada el espíritu nacionalista norteamericano y Estados Unidos entró en la refriega decidido a todo).

El ingreso de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial movilizó a la población norteamericana en torno a un objetivo común en el que todos los norteamericanos, independientemente de la situación económica, tenían que unirse para librar una guerra colosal. Esto requirió la unificación de esfuerzos para levantar y hacer realidad una gigantesca industria aeronáutica militar que antes no existía. El empresario Howard Hughes levantó en California los cimientos de la empresa Huges Aircraft en la que se diseñarían y construirían los aviones de vanguardia que le darían a Estados Unidos un indiscutible liderazgo mundial en la industria de aviación, fabricando en ese entonces los únicos bombarderos capaces de poder transportar una bomba atómica, un liderazgo del cual California se convirtió en beneficiario directo. Las industrias metalúrgica y electrónica recibieron también un fuerte impulso a causa de los requerimientos de la guerra. Por otro lado, a causa de que decenas de miles de norteamericanos que de otro modo habrían languidecido en las filas de los desempleados fueron reclutados para la guerra, el desempleo dejó de ser un problema para la economía nacional; de pronto todos en Estados Unidos que quisieran tener un empleo (o quisieran irse a la guerra) podían tener un empleo o irse a pelear por Uncle Sam, fueron los tiempos en los que Estados Unidos gozó de un desempleo lo más cercano a cero que pueda haber.

Terminada la guerra, y con el impulso dado a la economía en los cuarentas y con la entrada de la década de los cincuentas, el estado de California retomó su crecimiento con renovados bríos. Se convirtió en el estado dorado en el que abundaban los empleos bien remunerados, con amplios beneficios sociales que no se gozaban en ninguna otra parte del planeta, ni siquiera en Europa que apenas se empezaba a levantar de los añicos en que quedó a causa de la guerra. De pronto, parecía que todo el planeta quería inmigrar a los Estados Unidos, y en especial al estado de California, ya fuese de manera legal o de manera ilegal, y para regular (o mejor dicho, limitar) en forma severa la oleada de inmigración que se veía venir, Estados Unidos adoptó en 1952 su primera gran mordaza migratoria con el Acta McCarran-Walter, imponiéndose un sistema de “cuotas” en el cual cada país solo podía “exportar” anualmente y en forma legal (como si se tratase de cabezas de ganado) un cierto número de inmigrantes, formándose las largas listas de espera en los consulados norteamericanos que todavía siguien vigentes hasta el día de hoy. Todos quería vivir “la buena vida”, todos querían dejar de ganar pesos o rupias para empezar a ganar dólares y así poder poseer grandes trocas pick-up Ford o motocicletas Harley-Davison.

Los estados de Nueva York y California se convirtieron en la meca del consumismo capitalista en su más pura expresión. California era el lugar a visitar para todos aquellos nacionales y extranjeros que querían pasar sus vacaciones en Disneylandia y tomarse la foto con el mismo Walt Disney en persona si estaban de suerte. También se convirtió en la meca del hedonismo norteamericano, con la mansión Playboy arraigada en Los Angeles y con las conejitas de Playboy engalanando las ediciones mundiales de la famosa revista creada por Hugh Hefner. Pero igualmente importante, California se convirtió en el principal proveedor de legumbres y frutas al mercado norteamericano. Las montañas nevadas de California se encargaban de surtir agua en abundancia a las granjas de prósperos agricultores millonarios que a su vez requerían de una gran cantidad de mano de obra dispuesta al trabajo duro de recolección de legumbres, frutas y hortalizas; precisamente el trabajo que la gran mayoría de norteamericanos-californianos no quieren hacer. ¿Y quién en su sano juicio está dispuesto a romperse el lomo trabajando largas jornadas bajo el sol cuando los sistemas de seguridad social del estado más próspero del país más rico del planeta proporcionaban ayuda económica gratuita a través de programas como el welfare, el Medicare, el Medicaid, y muchos otros del mismo tenor? A partir de esta gigantesca oferta laboral para mano de obra semi-esclava (Abraham Lincoln ya había abolido la esclavitud desde los tiempos de la Guerra Civil) nació la necesidad norteamericana de contratar a los espaldas mojadas cuya presencia fue (y sigue siendo) tolerada por las autoridades migratorias norteamericanas que se hacen de la vista gorda a la existencia de trabajadores agrícolas indocumentados que en cientos de miles producen la riqueza requerida para, entre otras cosas, poder pagarle sus sueldos y bonificaciones a los empleados migratorios norteamericanos.

En otros tiempos, hace algunos miles de años, todos querían vivir en Babilonia. Era el centro de la acción. Era el lugar en donde estaban los empleos bien remunerados. Era el lugar en donde estaban las jóvenes más bonitas y más sensuales. Era el imperio en donde estaba todo lo que era considerado in para los estándares de aquella época. Sus famosos Jardines Colgantes eran una de las maravillas del mundo antigüo. Allí estaban los mejores músicos de vanguardia, allí vivían los mejores artistas y tenían las mejores escuelas con los mejores maestros. En Babilonia se encontraban los mejores astrónomos del mundo que convivían con los mejores ingenieros y arquitectos habidos en tiempos bíblicos. ¿Quién estando en sus cabales no hubiera querido vivir en Babilonia, renegando incluso de su país de origen para integrarse a la sociedad babilónica, jurando al rey lealtad eterna e integrándose a los ejércitos del imperio?

Pero los buenos tiempos en Babilonia llegaron a su fin; porque nada dura para siempre, sobre todo lo que algunos llaman bueno (hablando no en términos espirituales sino materiales). Se acabó la fiesta en Babilonia, y las cosas nunca volvieron a ser lo que eran antes, al menos para los descendientes de los babilonios.

Tiempo después, hace unos dos mil años, todos querían vivir en Roma, el imperio más poderoso de su época. Era el centro de la acción. Era el lugar en donde abundaban los empleos bien remunerados. Era el lugar en donde estaban las jóvenes más bonitas y sensuales, sobre todo las patricias pertenecientes a la alta sociedad. Los romanos tenían su Coliseo con impresionantes carreras de caballos y luchas de gladiadores, y estaban acostumbrados a fiestas y bacanales en donde el vino corría a raudales y los bailarinas exóticas entretenían a los comensales que se entregaban libremente a todos los placeres sensuales habidos y por haber. Roma presumía filósofos de la talla de Séneca e historiadores de renombre mundial; de sus escultores ni se diga, todavía hasta la fecha sus esculturas son objeto de atracción de turistas del mundo entero. En Roma había las mejores escuelas con los mejores maestros, el Latín estaba predestinado a ser el cimiento de las lenguas romances de toda Europa extendiéndose por completo incluso hacia el nuevo continente que estaba a la espera de ser descubierto. Roma presumía de un poderío militar inigualado en su época, y abundaban los bienes materiales de todo tipo con denarios en los bolsillos de casi cualquier habitante del centro del mundo. ¿Quién estando en sus cabales no hubiera querido vivir en Roma, renegando incluso de su país de origen para integrarse a los romanos como todo un ciudadano de Roma, jurando al César lealtad eterna e integrándose a los ejércitos del imperio para luchar e inclusive morir peleando por la gloria de Roma? ¡Hasta San Pedro se fue a vivir y a predicar a Roma! Eran los tiempos en los que el mundo estaba dividido en dos grandes grupos poblacionales, los que eran ciudadanos de Roma, y los que no lo eran. Los primeros se consideraban superiores a los segundos por el solo hecho de ser ciudadanos de Roma, dándole entender a los nuevos allegados el sentimiento generalizado de que “yo soy superior a todos ustedes porque soy todo un ciudano de Roma, y ustedes que no son ciudadanos de Roma son gente de segunda clase que no merece ni siquiera lamer con sus lenguas las suelas de mis sandalias”.

Pero los buenos tiempos en Roma llegaron a su fin; porque nada dura para siempre. Se acabó también la fiesta en Roma al igual que en Babilonia, y lo que queda hoy de los romanos, o sea su descendencia que hoy vive en Italia, no es ni siquiera la sombra del poder mundial que sus antepasados acumularon hace dos mil años, y para consolarse los romanos venidos a menos se conforman con estarse paseando en motocicletas Vespa, en estarle dando mantenimiento a los vestigios de lo que fue el poderoso imperio de sus antecesores para atraer al turismo, a la comercialización de pizzas y spaghetti, y a sacarse la foto al lado de los turistas que abarrotan la fuente de Trevi y las ruinas del Coliseo.

Hoy, todavía hasta hace poco, California era el lugar en el que muchos querían (y muchos siguen queriendo) vivir por el resto de sus vidas. Hollywood, Wilshire Boulevard, el Paseo de la Fama, ChinatownThe Mamas and the Papas, Universal Studios, John Wayne, Marilyn Monroe, Olvera Street, Beverly Hills, UCLABerkeley, Stanford, Pomona Beach, Judy Garland, el museo Ripley's Believe It or Not, Californication, NAPA Valley, The Beach Boys, The Mickey Mouse Club, Knott's Berry Farm, Ronald Reagan, el puente Golden Gate, el Jet Propulsion Laboratory, el Apple Campus, y la lista sigue y sigue. Hasta han tenido allí el centro mundial del satanismo mundial y una que otra religion verdaderamente out of this world. Es el centro de la acción de los nuevos babilonios. Es el lugar en donde están los empleos bien remunerados... ¡no en pesos, sino en dólares!, el lugar en donde está Silicon Valley. Es el lugar en donde han estado y siguen estando las jóvenes más bonitas y más sensuales del planeta, o sea las conejitas de Playboy que viven en una mansion de lujo. Allí viven los actores más famosos del mundo, allí se encuentran los mejores músicos modernos de vanguardia como Carlos Santana (sigue vivo), y siguen teniendo las mejores escuelas con los mejores maestros (muchos de ellos incluidos Premios Nóbel importados del exterior bajo el cebo de los dólares usados para promover la fuga de cerebros hacia los Estados Unidos). ¿Quién estando en sus cabales no se quiere ir a vivir a California, así sea como indocumentado ilegal, renegando incluso de su país de origen llevando a su conclusión sus trámites de naturalización para convertirse en todo un American citizen y así poder regresar algún día su país de nacimiento para burlarse y pitorrearse de sus coterráneos que no son American citizen?; diciéndoles sin decirlo, dándoles a entender sin querer queriendo: “yo soy superior a todos ustedes porque soy todo un American citizen, y ustedes que no son American citizen son gente de segunda clase que no merece ni siquiera lamer con sus lenguas las suelas de mis zapatos”. Y hasta es posible que muchos de estos convenencieros que aman al país en que viven únicamente por los satisfactores materiales que el país les puede brindar (el sueño americano) además de pasársela todo el día cantando Do you know the way to San Jose carguen consigo en su bolsillo con una copia del Hollywood Babylon y porten con orgullo algún tatuaje patriotero para que así los agentes migratorios queden convencidos de que, en efecto, se trata de individuos que merecen ser llamados American citizen porque ya juraron bandera, se saben de memoria la primera línea del himno nacional, y saben que el Bill of Rights es un panfleto que tiene algo que ver con la Constitución -más o menos-.

Bueno, lo mismo hicieron y dijeron en su momento los babilonios, lo mismo hicieron y dijeron en su momento los romanos, y lo mismo estaban haciendo y diciendo todavía hasta hace poquito muchos de los que viven en California. Sin embargo, los grandes e invisibles aceleradores y amortiguadores que marcan el inicio y el fin de las grandes etapas históricas a las que ninguna sociedad es inmune parecen haber entrado en acción en California. Porque en California los buenos tiempos parecen haber llegado a su fin. Al menos por hoy. El estado dorado, el Golden State, el paraíso al cual oleadas de indocumentados mexicanos y centroamericanos querían trasladarse como wetbacks para empezar a ganar dólares a manos llenas y empezar a gozar el American way of life, está en serios problemas como no los había enfrentado en toda su historia. De pronto, California no parece ser ya la atractiva válvula de escape que era en otros tiempos para los tránsfugas y las prófugas del metate.

El problema principal es que ha dejado de llover en California. Y se trata de una sequía severa, catastrófica, que empezó en 2011. Estamos ya en 2015, y por lo que resta del año los meteorólogos californianos no ven ninguna luz al final del túnel. La explicación más simplista del fenómeno es echarle la culpa al calentamiento global, el villano favorito. Desde la perspectiva de los meteorólogos, el problema es que se ha asentado en California una zona de alta presión, desviando hacia arriba (hacia el norte de California) y hacia abajo (hacia el sur de California) lo que debería de ser una corriente de chorro llegando directamente y sin desviación alguna directo hacia California. En 2012 se tenía la vaga esperanza de que la situación volvería a la normalidad en 2013. Pero al llegar el 2013 las cosas siguieron igual o mejor dicho empeoraron. Y al llegar el 2014 las cosas siguieron igual o mejor dicho peor que antes. Estamos ya en la primavera de 2015, y las cosas están cada vez peor. Y no sólo los meteorólogos sino los economistas, los gobernantes, los agricultores y los ciudadanos ordinarios se están preocupando bastante.

La situación hizo crisis al empezar este mes de abril de 2015 cuando en California el gobernador Jerry Brown ordenó un racionamiento obligatorio en el consumo del agua de un 25%. O sea que todos, sin excepción, deben dejar de consumir la cuarta parte del agua que normalmente consumen. En un estado acostumbrado a poseer albercas gigantescas en muchas casas de clase media alta y clase alta, acostumbrado a jardines frontales con amplio césped y grandes extensiones de vegetación y a gozar de grandes zonas boscosas, esto representa poco menos que una verdadera catástrofe. La cosa está tan mala que en algunas regiones de California están empezando a tratar de convencer a los pobladores de que es malo bañarse diariamente, que bañarse en forma esporádica dejando que se acumule algo de mugre en la piel puede ser beneficioso para que se desarrollen anticuerpos para combatir infecciones cutáneas. Y cambiar el agua por un mayor uso de desodorantes y perfumes puede ser beneficioso para los fabricantes de desodorantes y perfumes estimulando este aspecto de la economía.

Pero la catástrofe apenas representa la “punta del iceberg”. Sin agua, las vastas extensiones de campos agrícolas de California no son más que áridos desiertos en los cuales la vida no puede florecer. Sin su otrora inmensa producción agrícola, California pierde una de sus principales fuentes de ingresos. Y no necesita para nada los vastos ejércitos de trabajadores agrícolas indocumentados llegados de México y de Centroamérica. Si no hay trabajo para estos cientos de miles de indocumentados en California, muchos de ellos se pueden ver obligados a regresar voluntariamente a sus países de origen, aceptándose con ello el hecho de que la inmigración indocumentada existe en los Estados Unidos porque hay empleo y trabajos para los indocumentados dispuestos a hacer trabajos que los norteamericanos no quieren hacer; y acabándose esas fuentes de empleo se acaba el incentivo económico, a menos de que quieran estar en las calles de Estados Unidos viviendo de limosnas y la caridad pública. Desde esta perspectiva, la sequía californiana puede ser un factor mucho más efectivo en la expulsión de indocumentados a sus países de origen que lo que nunca fue ni pudo ser o quiso ser el departamento de Inmigración. Con cero empleos en los campos agrícolas, los indocumentados pueden regresar por su propio pie ante la mirada atónita de los agentes de la Patrulla Fronteriza (Border Patrol). Ni siquiera se han puesto a pensar los agentes de la Border Patrol en que, si el cambio climatológico en California se convierte en algo permanente, sus propios puestos no están garantizados, porque... ¿para qué se necesitan cientos de agentes migratorios en una región en donde los indocumentados están saliendo de los Estados Unidos por su propio pie al no haber empleos ni ofertas de empleo disponibles?

En tiempos normales (estamos hablando de los buenos tiempos del ayer), las lluvias que más importaban en California eran las que depositaban en invierno en las montañas más altas de California varios metros de nieve. Al llegar la primavera y el verano, esa nieve se iba derritiendo paulatinamente proporcionando en forma constante el vital líquido a los californianos. El problema es que desde hace cuatro años se dejó de acumular esa nieve en las montañas más altas de California, y el agua que no cae en forma de nieve es agua que en buena parte se ha estado yendo al mar. Hay agual en el subsuelo, no mucha, pero hay. Sin embargo, ya se están empezando a pelear por esa agua, y en lo único en lo que están de acuerdo todos es que esos mantos freáticos no son infinitos, si se empieza a bombear a la superficie toda esa agua en cuestión de uno o dos años a lo más California se podría quedar sin un solo manto freático, condenándose a una virtual desaparición del planeta. Y no se ha considerado aún que el agua subterránea en los mantos freáticos de California ha servido como una especie de colchón que seguramente ha retrasado la inminente llegada del big one, el gran terremoto que supuestamente sacudirá a California con tal fuerza que el estado quedará tan devastado como si le hubieran caído encima al mismo tiempo cien bombas atómicas.

Pero aún hay más (como dijera el famoso conductor del programa “Siempre lo mismo”, perdón, “Siempre en Domingo”). La dura sequía californiana ha traído como consecuencia que los árboles en los bosques de California estén tan secos que en lo que ya se anticipa como una de las peores épocas para incendios forestales el fuego puede terminar recorriendo los bosques de California con tal rapidez que el estado se podría quedar sin esos bosques que antes eran la delicia de los esquiadores nacionales y extranjeros. Tales incendios forestales en California sin duda alguna serán agravados y multiplicados en su intensidad por los famosos “vientos de Santa Anna” (Santa Ana Winds). Y perdiendo los bosques, la sequía en California se puede volver tan permanente como la que produjo el desierto del Sahara (no hay nadie en Arabia Saudita que esté esperando lluvias torrenciales en los próximos años, los árabes ya están resignados a esa realidad).

La prisa por racionar en forma obligatoria el agua impidió al gobierno californiano ver que hay otra manera más efectiva de reducir el consumo de agua, y esta consiste en triplicar o cuadruplicar el precio del agua con algún impuesto especial. Si un litro de agua llega a costar más que un litro de gasolina, lo más seguro es que muchos californianos o se abstendrán de comprar agua excepto para las necesidades más esenciales y absolutamente indispensables, o pagarán por que sea traida agua de otros estados como los del Noreste en donde el problema es el exceso de agua. En un país en donde todo se maneja por el espíritu capitalista y las leyes de la oferta y la demanda, elevar el precio del agua hasta por los cielos debe poder obrar efectos casi mágicos mucho más efectivos que las simples medidas de racionamiento obligatorio usualmente reservadas para tiempos de guerra. Y los recursos económicos adicionales así obtenidos por el estado se podrían usar para emprender algún proyecto a gran escala para tratar de potabilizar o medio potabilizar algo del abundante agua del Pacífico que California tiene en sus costas y playas. Esto es algo que el gobernador Jerry Brown podría considerar antes de ordenar otro recorte obligatorio del 25% al consumo del agua obligando a sus gobernados a vivir como beduinos.

En California vivieron demasiado bien por demasiado tiempo. Pero lo bueno no dura, sobre todo tratándose de las cosas materiales. Es posible, desde luego, que tal vez en 2016 ó en 2017 o alguna vez en el futuro la zona de alta presión asentada firmemente sobre California dé paso a una zona de baja presión como las que ocurrían regularmente antes del inicio de la Gran Sequía. No hay forma de saberlo. Lo único seguro es que la escasez de agua en California es algo que no se resolverá la semana entrante, ni siquiera el mes entrante. En el escenario más pesimista, la situación podría incluso durar varios años adicionales. Pero si la sequía se prolonga por más de cinco años, es posible que el estado de California se torne inhabitable (tal vez hasta se lo quieran devolver a México como un gesto de buena voluntad, si el estado ya no les sirve para nada), repleto de poblados fantasmas como los del Viejo Oeste; aunque de seguro se quedarían a vivir algunos cuantos leales a California, ¡pero eso sí, habiendo algunos dólares de por medio! porque si no hay dólares pues como que no vale la pena el sacrificio, o como acostumbran decir los agricultores explotadores de indocumentados: con dinero baila el wetback.

Viendo las cosas en su triste perspectiva, se antoja propicia la ocasión para compartir con el gobernador Jerry Brown (el cual habla perfecto español) una canción mexicana muy a propósito de ocasiones como estas en las que languidece la esperanza y en las que la música se antoja como un vehículo apropiado para echar hacia afuera lo que se siente por dentro. La triste canción, que debe ser acompañada con una guitarra y si se puede con una botella de tequila en la mano para sorberla entre canto y canto compartiéndola con los compas junto con unos totopos con salsita pico de gallo, debe ser cantada con mucho sentimiento y mucho corazon, y dice así:


Cuatro milpas tan sólo han quedado,
Del ranchito que era mío, ¡ay! ¡ay! ¡ay, ay!
De aquella casita tan blanca y bonita,
Lo triste que está.

Los potreros están sin ganado,
la laguna se seco
la cerca de alambre que estaba en el patio
tambien se cayo.

me prestaras tus ojos, morena,
Los llevo en el alma, que miren allá,
Los despojos de aquella casita,
Tan blanca y bonita lo triste que está.

las cosechas quedaron perdidas
Toditito se acabó, ay!
Ya no hay palomas, ni flores ni aromas
Ya Todo acabó.

las palmeras lloraban su usencia
la laguna se seco ay ahy
los piones y arrieros
toditos se fueron y nadie quedo
por eso estoy triste morena
por eso me pongo muy triste a llorar
recordando las tardes felices
que los dos pasamos en aquel lugar..



Sniffff…

¡Buaaaaaaaaa!!!!!



1 comentario:

Doctora Elizabeth Stone dijo...

Quisiera agregar aquí algo de lo que muchos californianos temen hablar. Una consecuencia inevitable de un fenómeno climático prolongado que puede convertir en una región inhabitable a una zona extensa es que tarde o temprano los valores de las propiedades, los bienes raíces, van a terminar perdiendo en forma drástica casi todo su valor. Nadie va a querer comprar una casa, una residencia de clase media alta o una mansión en un desierto inhabitable en donde ya no hay agua. Si una residencia tenía en un principio un valor de un millón de dólares, al no haber agua nadie va a querer pagar ni siquiera diez dólares por esa residencia, al igual que nadie quiere comprar terrenos en la luna, y menos con los costos de mantenimiento de un lugar para vivir ubicado en una zona desértica que se ha vuelto inhabitable. Aunque en otros tiempos estuvo muy propalado el mito de que la inversión en bienes raíces era la mejor inversión que se podía hacer, ante una situación como la que se vive en California es posible que el mito se vaya a derrumbar en donde más le puede doler a mucha gente, en sus bolsillos. Aunque cuesta trabajo imaginar amplias zonas residenciales abandonadas por falta de agua, este panorama no es imposible, y muchos poblados fantasma en el oeste de los Estados Unidos son mudos testigos que nos dan una idea de lo que puede suceder. Para aquellos que han invertido casi todos sus ahorros en la adquisición de una propiedad y se han endeudado por varios años con una hipoteca costosa (conocidas en los Estados Unidos como mortgage), esto puede terminar como una gran tragedia al perderlo todo a causa de una mala inversión, y puede ser la ruina económica de miles de familias californianas. Este tema aún no se ha discutido a fondo como se debería hacer en California, y yo pienso que es por el miedo a que cunda el pánico y las ventas de casas y terrenos en todo California se desplomen dando al traste con la economía del estado. Sin embargo, dejar que triunfe el miedo, no hablar del asunto y continuar viviendo como si nada estuviera pasando es lo peor que se puede hacer cuando se enfrenta una emergencia para la cual, encima de la carga que representa la emergencia en sí, no se ha hecho ninguna preparación ni planeación para tratar de amortiguar aunque sea un poco el impacto. Sobre todo cuando no es posible evitar lo inevitable sobre cosas que están fuera del control humano.