jueves, 23 de abril de 2015

Tres mexicanos en el patíbulo




En este día quedó confirmado que se habían agotado ya todas las apelaciones judiciales en Malasia para tratar de impedir que tres mexicanos, juzgados y sentenciados en Malasia por actividades relacionadas con el tráfico de drogas, sean ejecutados por haber incurrido en tal delito en dicho país. Se trata de los hermanos González Villareal, Luis Alfonso, Simón, y José Regino, oriundos precisamente del estado de Sinaloa en donde tiene su centro de operaciones uno de los más poderosos y mejor financiados cárteles de las drogas del continente americano. La historia de los hermanos González Villarreal comenzó el 4 de marzo de 2008 cuando fueron detenidos en Johor Bahru, una importante zona industrial y comercial cercana a Singapur, en una fábrica ubicada en un lugar aislado donde la policía incautó más de 29 kilos de metanfetaminas valuadas en unos $15 millones, y en donde (según ellos) trabajaban haciendo limpieza en una fábrica. O sea, que se trasladaron en avión comercial desde México hasta Indonesia (desde el continente americano hasta el continente asiático) para efectuar labores de limpieza porque (según ellos y su defensa) en Asia no había nadie que pudiera o supiera hacer... ¡labores de limpieza!

El argumento de la defensa, defensa legal pagada en su totalidad por el Consulado de México en Malasia (o mejor dicho, pagado por el pueblo de México) siempre se mantuvo firme sosteniendo que se trataba de simples trabajadores agrícolas mexicanos que fueron a Malasia para desempeñarse como trabajadores de limpieza en la fábrica en donde se producían las metanfetaminas. Y en esto radica precisamente el enorme agujero de la tesis con la cual se les pretendió defender y exonerar.

Con la ayuda de Internet y desde su propia casa, el lector puede comprobar por sí mismo que viajar en avión desde México hasta Malasia (desde la Ciudad de México hasta Kuala Lumpur) en viaje redondo de ida y vuelta (y en realidad, no hay otra manera de hacerlo, ya que para fines de trabajo los cruceros marítimos recreativos están fuera de consideración) tiene un costo promedio que anda en los 20 mil pesos por persona. Este costo de traslado Mexico-Malasia-Mexico no incluye los gastos de hospedaje y viáticos, y por estos rubros en el caso de los tres mexicanos habría que agregar por lo menos unos mil dólares (unos 300 dólares por cada uno de ellos, más lo que sobre o falte para unas sodas y las propinas de los taxistas).

Es tan caro trasladarse hasta Malasia desde México, que de hecho un viaje de esta índole con fines meramente turísticos, viajando en paquete para abaratar costos, solo está al alcance de la clase media alta o clase alta de México. Y está ciertamente fuera del alcance de los bolsillos de quienes se ostentan como meros trabajadores agrícolas. Bajo estas condiciones, se supone que todos los gastos de traslado y hospedaje corren por cuenta del empleador y no de quienes son contratados. Y he aquí el intríngulis del asunto. Con los 20 mil pesos que cuesta llevar a un trabajador desde México hasta Malasia (a uno solo, no a los tres) allí mismo en las zonas más empobrecidas del continente asiático se pueden contratar unas cinco personas dispuestas a trabajar casi en condiciones de esclavitud por un lapso de dos años trabajando de sol a sol unas 16 horas diarias.

Habiendo tantos desempleados en el continente asiático (decenas y decenas de millones de ellos), dispuestos a trabajar por lo menos 16 horas diarias por menos de un dólar a la semana (tal vez menos, si se trata de gente proveniente de comunidades en extrema pobreza de países como Bangladesh o la India), ¿qué empleador en Malasia en su sano juicio estará dispuesto a pagarle los boletos de ida y vuelta en avión a tres mexicanos que se ostentan como simples trabajadores agrícolas? Posiblemente lo haría si se tratara de un ingeniero mexicano altamente especializado capaz de poder efectuar un trabajo técnico que nadie más en las regiones cercanas (Japón, Corea del Sur, China, Singapur, etcétera, en donde dicho sea de paso tienen muy buenos ingenieros) puede hacer. ¿Pero en el caso de tres trabajadores agrícolas sin título universitario alguno? (y de hecho, sin tener siquiera terminada la escolaridad de bachillerato).

Lo anterior es equiparable a lo que ocurre con los agricultores norteamericanos, los cuales contratan para las labores de campo a mexicanos en su gran mayoría indocumentados, tomando en cuenta la gran cercanía de México con los Estados Unidos además de la abundante mano de obra mexicana disponible para hacer labores de campo que ningún norteamericano quiere hacer. Habiendo tanta mano de obra abundante en México (además de la mano de obra centroamericana que llega solita burlando la vigilancia de la Border Patrol), ¿qué empleador norteamericano en su sano juicio querrá ir hasta el otro lado del mundo, hasta Africa, para contratar africanos para la pizca en los campos agrícolas norteamericanos, pagándoles el transporte de ida y vuelta Africa-Estados Unidos-Africa? Ni siquiera estando borrachos considerarían tal posibilidad.

¿Quién en Malasia está realmente dispuesto a desembolsar unos 60 mil pesos para importar desde México para labores de limpieza a gente que ni siquiera sabe hablar el idioma, habiendo en la misma Malasia miles de desempleados que están dispuestos a hacer lo mismo por la centésima parte?

Otro boquete en el argumento de la defensa es que se trataba de simples trabajadores agrícolas mexicanos. ¿Pero qué empleador en su sano juicio quiere contratar para labores de limpieza a trabajadores agrícolas que no tienen absolutamente nada que ver con las labores de limpieza? En todo caso, lo lógico sería procurar trabajadores que hayan tenido experiencia previa en el área de limpieza tales como los conserjes de las escuelas primarias. ¿Y para trabajar en una fábrica de metanfetaminas haciendo meras labores de limpieza? ¡Hágame Usted el favor! Y si de limpieza se trata, allí mismo en el continente asiático abunda la mano de obra dispuesta a hacer todo tipo de labores de limpieza tales como limpiar tazas de sanitarios hasta dejarlas brillando de limpias por unos cuantos dólares a la semana (o al mes).

Por las razones citadas, todos los jueces de Malasia que revisaron los pormenores del caso consideraron el argumento de defensa de los tres mexicanos como una historieta fantástica y ridícula, tan fuera de la realidad que cualquiera dispuesto a creer en ella de seguro estaría dispuesto a creer en la Caperucita Roja o en los cuentos de Aladino y la lámpara maravillosa. De hecho, algunos jueces y magistrados consideraron el argumento como un insulto a la inteligencia. Y todo esto es algo que por causas que se desconocen los medios audiovisuales en México le han estado ocultando al pueblo.

La tesis esgrimida por los fiscales en Malasia desde un principio es que no se trataba de meros trabajadores agrícolas mexicanos contratados para hacer labores de limpieza, se trataba de gente proveniente precisamente del estado cuna de uno de los más poderosos cárteles del continente americano, se trataba de gente que sabía perfectamente lo que estaba haciendo en Malasia y que sabía perfectamente que la fábrica era una fábrica de metanfetaminas (ni modo que fuera una fábrica de chocolates de Willy Wonka).

Inherentemente, dentro de las tesis sostenidas por la fiscalía en Malasia, aunque no explícitamente, se hallaba el razonamiento de que los tres mexicanos desde un principio fueron una especie de “primeros contactos”, algo así como “embajadores de bajo nivel”, enviados por uno de los más poderosos y peligrosos cárteles de México, ya sea para empezar a echar a andar operaciones en Malasia con la puesta en marcha de centros de fabricación y distribución en Malasia de todo tipo de drogas con miras a extender las operaciones hacia el resto del continente asiático, o algo aún más aterrador, para empezar a establecer relaciones con los narcotraficantes del Golden Triangle o “Triángulo Dorado”, con la intención de unir fuerzas para crear una especie de super-cártel con ramificaciones mundiales, capaz de derrocar e imponer a su antojo gobiernos en cualquier parte del continente asiático. Y esto fue lo que encendió las voces de alarma en Malasia poniendo no solo a los fiscales y a los jueces sino también a los funcionarios públicos encargados del combate a las drogas al borde del pánico.

Cuando fueron aprehendidos infraganti los tres mexicanos en la fábrica de metanfetaminas de Malasia, estaban frescas las noticias llegadas del otro lado del mundo sobre cómo la infructuosa e inútil guerra proclamada por el presidente Felipe Calderón en contra del narco, lejos de disminuír el tráfico de drogas de México hacia los Estados Unidos, lo único que le había dejado al país era una cauda de más de 50 mil muertos y más de 20 mil desaparecidos, esto además del enorme deterioro económico que la inmensa ola de inseguridad le trajo a México. Y no fue ningún consuelo para las autoridades en Malasia el enterarse de que el partido gobernante (el PAN) del cual emanó el presidente Felipe Calderón terminó siendo castigado por los electores en 2012 perdiendo la presidencia de México y cayendo hasta el tercer lugar en las preferencias electorales; algo indicativo de que si en Malasia llegaba a ocurrir lo mismo que en México hay el riesgo de que la población se alce sacando del poder a quienes no supieron o no pudieron evitar que Malasia se “mexicanizara” (palabra acuñada por el Papa Francisco). Como Malasia no es un país grande como México (poblacionalmente y económicamente hablando), Malasia no se puede dar el lujo de terminar igual que México emprendiendo una guerra perdida de antemano en contra de un “super-cártel” que termine costándole a Malasia 50 mil muertos y 20 mil desaparecidos.

Por si fueran pocas las noticias llegadas a Malasia sobre las cifras de muertos y desaparecidos que las narco-guerras le estaban dejando en México, a esas noticias se sumaron las fotografías de los decapitados, los desmembrados, los desollados, los colgados en los puentes, los mutilados y los disueltos en ácido, fotografías verdaderamente espeluznantes que les pusieron los pelos de punta a los gobernantes y funcionarios de Malasia haciéndoles ver los extremos de brutalidad y barbarie a los cuales estaban dispuestos a descender los cárteles mexicanos para dirimir sus diferencias, y la sola posibilidad de que algo así empezara a suceder en Malasia en caso de “mexicanizarse” les hizo ver la importancia de que el caso de los tres mexicanos fuera manejado en la forma “correcta”. Y ante las pruebas presentadas por la fiscalía, solo había una forma “correcta” de manejar y resolver el caso.

Malasia no cuenta con los recursos económicos por sí sola para lidiar con un gran cártel conformado por los líderes del triángulo dorado y los líderes de los cárteles mexicanos. Los gobernantes de Malasia sabían que si no cortaban eso de tajo justo cuando estaba empezando, tendrían que resignarse a vivir tal vez  por décadas una situación como la de México. En Malasia se daba por hecho que el poderío combinado de los líderes asiáticos del “triángulo de oro” y el cártel mexicano en cuestión con base de operaciones precisamente en el mismo estado de donde eran provenientes los tres mexicanos podría tener la capacidad de avasallar por completo al gobierno de Malasia si se concretaban las “relaciones diplomáticas” entre cárteles y en cada lado del planeta los cárteles establecían una red unificada de “embajadores plenipotenciarios” y “procónsules” para afianzar su dominio mundial. Algo así como la organización S.P.E.C.T.R.E. contra la que lucha James Bond (coming soon to a theatre near you).

Así pues, para evitar en Malasia un colapso total de las instituciones como el que suponían que estaba ocurriendo en México (durante el negro sexenio del presidente Felipe Calderón, una otrora próspera ciudad fronteriza de México terminó clasificada como la ciudad más violenta del mundo, y hasta la fecha no se ha podido recuperar), los fiscales y los jueces de Malasia tomaron en forma conjunta la decisión de cortar de tajo con el nacimiento del “super-cártel” cuando su formación apenas estaba en ciernes, aplicándoles a los primeros tres “diplomáticos” llegados de México la pena máxima: la pena de muerte, colgándolos en la horca. El objetivo desde un principio fue salvar a Malasia y enviarle un mensaje de  escarmiento a los cárteles mexicanos diciéndoles no con palabras sino con hechos: “esto es lo que le espera a todos aquellos que sean enviados desde México para extender hacia Malasia el poder de los cárteles mexicanos, la muerte”.

A partir del momento en que fueron condenados a la pena capital, la salvación de los tres sentenciados se convirtió en un asunto de gran preocupación e interés para los líderes de los principales cárteles mexicanos interesados en extender su influencia fuera de México hacia Asia al igual que como lo han hecho en otros países como Colombia y Perú e inclusive en el continente europeo. Después de todo, no es nada fácil tratar de reclutar a alguien como “procónsul” o “embajador plenipotenciario” para establecer contactos y relaciones “diplomáticas” en el rubro de “productos farmacéuticos de naturaleza controlada” estando por allí la foto de los primeros tres mexicanos colgados, sobre todo cuando se tiene la certeza de que hay muchas otras horcas esperando en Malasia a cualquiera que se atreva a seguir el ejemplo de los primeros tres “evangelistas del narco mexicano” que llegaron a Malasia.

La pena de muerte es un disuasivo poderoso, porque a diferencia de una prisión mexicana de máxima seguridad como Puente Grande de la cual se puede fugar cualquiera cuando hay una suma considerable de dinero de por medio, desde hace unos dos mil años nadie ha salido de su sepulcro por su propio pie. En México no se tienen los problemas que pueda presentar la aplicación en México de la pena capital, porque la pena de muerte está terminantemente prohibida dentro de México, independientemente de la brutalidad o la crudeza del crimen que se cometa, ya se trate de un terrorista que con un bombazo mate a mil personas, o de un asesino serial que haya violado y matado a cien mujeres, o de un traidor a la Patria como Antonio López de Santa Ana, o de un narco-satánico que haya devorado vivos a diez niños recién nacidos, el sistema de justicia mexicano es muy generoso en este respecto. Todos, absolutamente todos los criminales, están protegidos de la pena de muerte, sin importar la naturaleza del crimen, porque ellos también tienen sus “derechos humanos” (sus víctimas también los tenían, al igual que el derecho a recibir justicia, pero eso ya es otro asunto que no viene al caso cuando se trata de salvar el pellejo de quienes violan la ley). Los mismos políticos mexicanos que hoy proponen un sistema nacional anticorrupción son los que se encargan de luchar “hasta la muerte” para que la pena de muerte jamás se pueda aplicar en México, y esto es algo por lo que todos aquellos que delinquen en grado extremo les están sumamente agradecidos (¿tendrán a esos políticos en su nómina?).

Pero Malasia, al igual que Estados Unidos y otros países, no son México. Hay ciertos países en los cuales ciertos delitos considerados sumamente graves conllevan la pena de muerte. En muchos de esos países hay instancias judiciales de revisión de casos y apelación de veredictos para hacer lo posible para que el verdaderamente inocente jamás reciba tal castigo ni siquiera por equivocación, pero si no hay duda sobre la comisión del crimen entonces el sentenciado debe estar preparado para enfrentar la horca, el paredón de fusilamiento (en China les cobran a los familiares las balas usadas en la aplicación del castigo), o si tiene suerte tendrá treinta o cuarenta años de apelaciones (esto ha ocurrido en los Estados Unidos) tras los cuales queda en libertad al haber muerto todos los testigos y jueces que tenía en contra siendo imposible sostenerle su culpabilidad. El gobierno de México puede tratar de acudir al Tribunal Internacional de La Haya como último recurso usando el argumento de la violación a los “derechos consulares” de los tres sentenciados, pero esta estrategia no ha servido en otros casos en los cuales los mexicanos acusados-sentenciados en el extranjero han pagado con su propia vida los delitos que se les atribuyeron.

Hay otra cosa que no mencionan los medios en México. Los mexicanos sentenciados a muerte por actividades relacionadas con narcotráfico no fueron los únicos involucrados en la operación en la que fueron capturados. Hay otros cómplices, a los cuales también les espera la pena de muerte por ahorcamiento, pero a diferencia de los tres mexicanos presentados por los medios en México como inocentes chivos expiatorios los otros involucrados sí son culpables y sí merecen la pena de muerte, pero no merecen ser mencionados porque no son mexicanos, esos otros son nativos de Malasia y su rescate mediático en todo caso corre a cuenta de los cárteles de Malasia, no de los cárteles mexicanos.

No hay fecha programada para la ejecución de los tres mexicanos. La fecha solo será conocida por sus familiares cercanos un día antes de que sean ejecutados, lo cual significa que pueden ser ejecutados cualquier día de estos. Tal vez les concedan una última cena (¡eso sí, pagada por el gobierno mexicano, o mejor dicho, por el pueblo de México!), tal vez les concedan un último deseo (menos el perdón). Pero no habrá manera en la cual los medios de comunicación masiva en México los puedan ir glorificando y “exonerando” mediáticamente conforme se acerca la hora fatal, en esta ocasión los medios en México no tendrán tiempo para ello. Posiblemente en Malasia ya están seleccionando los materiales con los cuales serán fabricadas las tres horcas (como muestra de respeto y consideración a sus derechos humanos, cada sentenciado tiene derecho a su propia horca, y no una sola horca para colgar a los tres), porque no sea que si falla una horca los abogados de la defensa exijan la liberación del condenado argumentando que “así como nadie puede ser juzgado dos veces por el mismo delito, tampoco nadie puede ser ahorcado dos veces por el mismo delito”. Cosas de abogados, usted sabe.

Queda, sin embargo, un último recurso para tratar de salvar a los hermanos González Villareal del ajusticiamiento que les espera, y éste debe correr por cuenta del cártel mexicano que se presume que los envió a Malasia. Consiste en tratar de sobornar al Sultán que es la máxima autoridad en Malasia y que les puede conceder el indulto, corrompiéndolo con obsequios costosos. Podrían financiar la fundación de una organización con un nombre como “Mexicanos Admiradores del Sultán” (MAS), y empezar a hacerle llegar al Sultán a través de dicha organización regalos ostentosos tales como un yate de lujo, una corona de oro puro con diamantes incrustados, boletos de primera fila para ir a conciertos de Luis Miguel y Juan Gabriel, y un fin de semana con alguna artista mexicana famosa que esté dispuesta a “sacrificarse” a cambio de varios millones; felicitando en grande y de antemano al Sultán de parte del pueblo de México (o mejor dicho, de una parte del pueblo de México) por su munificencia y generosidad en perdonarle piadosamente la vida a todos aquellos que están en la antesala del patíbulo, sobre todo si se trata de mexicanos “amigos suyos y amigos del pueblo de Malasia”. ¡Claro que se puede! ¿A poco no?

Una costosa operación de rescate de los hermanos González Villareal tratando de corromper a las autoridades en Malasia no significa que las vidas de los tres condenados valgan tanto para cualquier cártel como para justificar las enormes erogaciones requeridas para tratar de sobornar al Sultán de Malasia con halagos y regalos caros, al fin y al cabo para los cárteles se trata de gente desechable que al igual que los sicarios que mueren en enfrentamientos con el Ejército mexicano se les puede reponer fácilmente contratando al siguiente día a otros dispuestos a tomar su lugar (¡y sobran quienes están dispuestos a venderle el alma al Diablo a cambio de unas cuantas migajas!). Lo que está en juego para los cárteles mexicanos es el riesgo de que se pueda sentar en Asia un precedente histórico con el cual todos los representantes enviados por cualquier cártel mexicano a Asia para extender sus tentáculos terminarán colgados en la horca sin que desde México se pueda hacer nada por ellos, ni siquiera a través del gobierno de México o alguna de sus agencias como la Comisión Nacional de Derechos Humanos; un precedente que les puede dificultar enormemente a los cárteles mexicanos cualquier posibilidad e intento de reclutar y contratar voluntarios en el futuro para lo que los candidatos saben muy bien que terminará como un viaje sin retorno (sin retorno con vida, esto es).

A estas alturas, lo único que realmente debe preocupar a los condenados es que, como conocerán el día de su ejecución apenas un día antes, no tendrán mucho tiempo para hacer preparativos para su viaje al más allá. Si son verdaderamente inocentes, es probable que irán al Cielo como compensación a su sacrificio al ser inmolados siendo inocentes, y en tal caso no tienen de qué preocuparse. Pero si son verdaderamente culpables, si sabían muy bien lo que estaban haciendo en Malasia en esa fábrica de metanfetaminas, no tendrán mucho tiempo para reconocer su culpa y manifestar públicamente un arrepentimiento sincero (se supone que un arrepentimiento convenenciero retrasado deliberadamente hasta el último momento hasta en tanto no se hayan agotado todas las instancias de apelación legal o se hayan agotado las posibilidades de fuga con ayuda del exterior es un arrepentimiento que no será tomado en cuenta en el más allá porque no tiene validez), en cuyo caso lo más probable es que los estarán esperando “allí abajo”; y el señor de “allí abajo” no es conocido “aquí arriba” por perdonar a nadie. Se trata de otro viaje sin retorno, aunque quienes se meten por su propia voluntad en ese negocio siempre han sabido el precio que van a pagar en el más allá por el resto de la Eternidad como castigo por lo que hicieron aquí en la Tierra.

Se puede anticipar que los restos mortales de los tres mexicanos ajusticiados en Malasia serán enviados a México con todos los gastos pagados por el gobierno de México (o mejor dicho, por el pueblo de México), como suele hacerse en todos los casos de mexicanos que son ejecutados en el extranjero como resultado de alguna infracción legal seria. Se puede anticipar también, como suele hacerse, que los tres serán exonerados por los medios nacionales en México que harán hasta lo imposible por presentarlos como víctimas inocentes de un perverso sistema de justicia de un país igualmente malvado y perverso, al que van a satanizar en los medios como “Mala Asia”, satanizando y ridiculizando al Sultán de Malasia hasta que haya otros mexicanos en otra parte del mundo esperando la pena de muerte. Es posible que sus ataúdes serán cubieros con la bandera de México, y en el entierro de los tres de seguro habrá una gran procesión popular después de una misa de cuerpo presente, con música de mariachi durante el entierro y (aunque menos probable) un discurso emotivo del gobernador y de varias figuras públicas ensalzando con discursos patrióticos a los tres ejecutados, así como actos de protesta en contra del gobierno de Malasia exigiendo el rompimiento de relaciones diplomáticas con Malasia y de ser posible una expedición militar punitiva en contra de Malasia en represalia por la ejecución de los tres presuntos narcotraficantes mexicanos (bueno, en realidad al menos en Malasia no se puede hablar de simple presunción, ya que fueron juzgados y encontrados culpables por el sistema legal en dicho país, veredicto de culpabilidad que fue refrendado en todas las instancias legales a las que se acudió para revertir el fallo).

Y como corolario a la historia, los medios masivos de comunicación en México tendrán tres nuevos mártires para ser sumados al martiriologío nacional como en el caso de Antonio Zambrano Montes. Solo falta que quieran ponerle el nombre completo de cada uno de ellos a algunas de las avenidas más importantes del estado así como a algunas escuelas primarias y secundarias, y ¿por qué no? levantarles un monumento en alguna plaza pública. Todo eso además de que les compongan uno o varios corridos, como ya es menester, y lleven sus vidas a una telenovela. Al fin y al cabo, todo es posible en el país del surrealismo.

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