Una noticia de primer orden dentro de la historia religiosa del hombre es una que acaba de aparecer, de acuerdo a la cual Islandia podría ser
el primer país con una generación atea.
No es la primera ocasión en la Historia en la que el ateísmo es proclamado como la norma oficial de un país. En los tiempos de la antigua
Unión Soviética, el ateísmo era la doctrina oficial del Estado, como ocurre hoy en Corea del Norte. De hecho, la separación entre el poder civil y el poder religioso desde los tiempos de la Revolución Francesa así como el liberalismo propio de la
Edad de la Razón y la
Ilustración empezaron a mermar la religiosidad que se manifestaba en tiempos pasados. El hombre se empezó a separar de su fé, se empezó a separar de su religión, y se empezó a separar de Dios, llegando al punto en el que el Estado en regímenes autoritarios, como en el caso de la Unión Soviética, se adjudicó lo que consideró un derecho propio a imponerle un ateísmo oficial
a todos incluyendo a quienes querían seguir creyendo en algo más que átomos y moléculas. Sin embargo, los ateísmos de carácter oficialista eran considerados (y siguen siendo considerados) hasta hoy como una especie de imposición en la que no todos siempre estaban de acuerdo, y nunca faltaban por allí algunos creyentes que aunque no aceptaban públicamente su creencia en Dios en sus interiores mantenían firmes sus creencias en un Ser Supremo. Inclusive en los tiempos de las persecusiones religiosas en Roma hace dos mil años, el Estado no era oficialmente ateo, ya que mantenía como religión oficial las creencias derivadas de la mitología griega, el diferendo era por el Dios en el que se creía, no la ausencia total del mismo.
El caso de Islandia es diferente. Se trata de una convicción en la que el Estado no ha tenido nada que ver ni en un sentido ni en otro. Sin imposición oficialista de ningún tipo, por vez primera se tiene una generación que honestamente, genuinamente, actuando en plena consciencia y libertad propia ha llegado a la conclusión de que Dios no existe. Y no se trata de un país atrasado con habitantes sumidos en la ignorancia y en la pobreza absolutas. Por el contrario, se trata de una nación europea moderna, una nación tecnológicamente avanzada e interconectada con un nivel de vida que ya quisieran para sí muchos países tercermundistas que presumen su religiosidad a los cuatro vientos.
Lo fácil sería echarle la culpa de la pérdida total de la fé en Islandia a los predicadores religiosos culpándolos de haber hecho un mal trabajo en sus labores de evangelización. Pero la cosa va mucho más profundo que una explicación simplista de este tipo, y tiene que ver con sucesos mundiales de actualidad
Empezemos con la barbarie que está ocurriendo en Medio Oriente, en donde cientos de miles de personas de ambos sexos y de todas las edades han estado muriendo en guerras religiosas yihadistas recurriendo al suicidio y al terrorismo. Y todo ello lo hacen en nombre de la religión. Los jóvenes islandeses de la nueva generación ya han tenido tiempo de sobra para preguntarse en sus ratos de soledad: ¿por qué el Dios de los musulmanes, que se supone es el mismo Dios al que rezan los cristianos y los judíos, no ha movido un solo dedo para detener tanta barbarie que se comete en su nombre? ¿Por qué no ha castigado hasta el día de hoy a quienes usan sus nombre para justificar actos de crueldad y de barbarie que no son propios de ninguna nación civilizada? Y la única respuesta lógica que los islandeses se han podido dar es la más sencilla de todas: simple y sencillamente porque Dios no existe. ¿Significa ésto entonces que los musulmanes enfrascados en guerras santas se han estado matando entre sí sin ningún propósito ni objetivo, que sus sacrificios han sido en vano? Los islandeses parecen creerlo así.
Los islandeses no son los únicos que han adoptado una postura de negación total de Dios en nuestros tiempos. Hay otros casos relevantes. Uno de ellos quedó ejemplificado con una
publicación resaltada en la cubierta frontal del
Daily News de Nueva York publicada el 3 de diciembre de 2016 y titulada “Dios no está componiendo ésto”:
Esta portada de proporciones mayúsculas que muchos creyentes en los Estados Unidos han tomado como un insulto directo a su fé está relacionado con la masacre cometida
en el nombre de Dios el 2 de diciembre de 2015 en San Bernardino, California. Tras las masacre, varios políticos (cuyas declaraciones son reproducidas en el periódico
Daily News en el caso de Ted Cruz, Rand Paul, Lindsey Graham y Paul Ryan) coincidieron en decir que “hay que ofrendar nuestros rezos por las víctimas”. La portada del
Daily News dá como respuesta y comentario a estos políticos que los rezos no servirán absolutamente de nada porque Dios no ha hecho ni está haciendo absolutamente nada para detener al terrorismo de los musulmanes radicales, y que se debe de hacer algo que sea más efectivo que estar rezando a un Creador que no responderá a los rezos.
El trabajo publicado en plana frontal por el
Daily News parece decir una de varias cosas: (1) A Dios no le importa lo que le suceda a los hombres, (2) Dios no está en ninguna disposición de hacer algo al respecto, (3) rezar es una pérdida inútil y lastimosa de tiempo, (4) los políticos que piden rezar son unos hipócritas que ni siquiera ellos mismos practican lo que piden y lo que predican.
Han aparecido publicadas en Internet numerosas respuestas (generalmente iracundas) a la publicación del
Daily News, y no será necesario reproducir aquí lo que argumentan ya que se pueden encontrar fácilmente con ayuda de Google. En realidad, si se acepta el precepto judeo-cristiano de que “las razones de Dios solo Dios las sabe”, resulta temerario el tratar de dar explicación o justificación alguna del por qué Dios hace o no hace tal o cual cosa. En este respecto, el Papa Francisco demostró un grado enorme de sabiduría cuando una niña filipina de nombre Glyzelle Palomar
le preguntó al Papa Francisco por qué Dios permite que los niños sufran, a lo cual el buen Papa respondió simplemente “No lo sé” (en lugar de recurrir a alguna de las justificaciones y explicaciones dadas por muchos evangélicos y creyentes furibundos a lo que consideraron una blasfemia del
Daily News). Y en realidad, no es posible saberlo, sobre todo habido el hecho de que un Creador supremo no tiene por qué andarle rindiendo cuentas a nadie, y menos a los humanos. Si los designios del Señor son inescrutables y sus motivaciones solo él las sabe, cualquier razonamiento para tratar de rebatir a los editores de tan temerario periódico salen sobrando. Los islandeses, en cambio, sí tienen una respuesta para la niña filipina, y la respuesta que le dan es que Dios permite que los niños sufran simple y sencillamente porque no existe, y un ser divino que no existe no puede impedir el sufrimiento.
De cualquier modo, en vez de castigar a los editores del
Daily News por su atrevimiento, cabría esperar mejor un castigo divino sobre los terroristas musulmanes que invocan en forma por demás blasfema el nombre de Dios para justificar sus actos desalmados en contra del género humano. Pero hasta la fecha, no ha habido ningún castigo divino en contra de ningún yihadista islámico, solo silencio. Y los islandeses han concluído que si solo hay silencio, es porque no hay nadie que aplique un castigo divino para paliar si no acabar con tanta barbarie.
Muchos predicadores y muchos creyentes se inclinan por creer que el hecho de que no haya castigo divino
inmediato para los asesinos, los terroristas, los violadores, los malhechores y los malvados se puede tomar como una prueba de que Dios tiene una paciencia infinita y Dios se toma pacientemente su tiempo antes de aplicar su justicia, pero que parece que está cada vez más cercano el momento de la retribución y que inevitablemente caerá sobre el hombre el temidísimo
Dies Irae o
Día del Juicio Final. Para los islandeses, en cambio, el Señor no compone las cosas (dándole los islandeses la razón al periódico
Daily News) simple y sencillamente porque no existe, y no existiendo Dios se vuelve necesario hacer algo para responder a los atentados terroristas de quienes dicen sí creer en Dios al grado de estar dispuestos a matar a todos los
infieles.
En la historia reciente son numerosos los episodios de genocidios a gran escala en los cuales los creyentes rogaron con toda su fuerza auxilio al Supremo Hacedor, y ese auxilio nunca llegó. Un ejemplo entre muchos otros tantos es el
genocidio armenio. Millares de armenios, cristianos en su mayoría, fueron masacrados brutalmente sin que sus plegarias de auxilio fueran escuchadas. Todavía hasta el día de hoy, Turquía se
enfada cuando alguien le echa en cara a los turcos haber cometido tal atrocidad. Y quienes cometieron ese genocidio, turcos musulmanes, lo hicieron ¡invocando el nombre del mismo Dios! Seguramente los jóvenes de Islandia que hoy han abandonado por completo su creencia en Dios han estudiado bien sus lecciones de Historia y han asimilado bien la futilidad de las plegarias cuando ocurren acontecimientos trágicos de proporciones colosales.
Y si bien en el genocidio armenio es posible achacarle a los hombres la culpa de lo que a fin de cuentas fueron crímenes cometidos por el hombre en contra del mismo hombre, hay muchos otros acontecimientos en los cuales el hombre no tuvo nada que ver. Uno de ellos lo fue el
terremoto de Haití de 2010. Este cataclismo golpeó duramente precisamente a la nación más pobre del continente americano. Y Haití es un país predominantemente católico. ¿Pues no había dicho el mismo Jesús que los pobres eran la prioridad en su ministerio? ¿Entonces qué pasó aquí, se preguntaron muchos islandeses? Los pobres siempre han sido (y siguen siendo) el tesoro de la Iglesia. Por sostener ésta máxima ante el César,
San Lorenzo ofrendó su martirio. Siendo así, se preguntan muchos jóvenes islandeses, ¿por qué castigar con tanta dureza a los haitianos, los más pobres de los pobres en el continente americano, con tamaña calamidad natural como el sismo de 2010? ¿Por qué hacer más dolorosa su penuria con un desastre en el cual no tuvo nada que ver la mano del hombre?
Otro suceso bastante previo al terremoto de Haití de 2010 fue el gran
Terremoto de Lisboa de 1755, el cual ocurrió precisamente en el Día de Todos los Santos, precisamente un día cuando había mucha gente en las iglesias. A consecuencia del terremoto de Lisboa de 1755, muchos que eran creyentes se volvieron incrédulos y perdieron su fé, y el cisma entre muchos y su fé empezó a crecer en forma que causó alarma en los círculos eclesiásticos y en la misma Curia de Roma.
¿Y qué decir de los
27 muertos y los 149 heridos que participaban en una procesión religiosa en México cuando al terminar el mes de julio de 2015 un camión se estrelló en contra de los peregrinos? ¿No merecían, en consideración a su fé religiosa, en consideración a su devoción, ser salvados de un acontecimiento como éste? Más pruebas de fé.
En relación a esto último, el famoso articulista Catón (tocayo mío a mucha honra), escribió lo siguiente a principios de agosto de 2015: “Soy hombre de poca fe, y la escasa que tengo es débil llama que tiembla ante los vientos de la duda. Pero gracias a esa pequeña fe -inmerecido don- no voy totalmente a oscuras, y a través de ella recibo los grandes dones de la esperanza y el amor. Escribo esto pensando en la tragedia de Mazapil, la de los peregrinos a quienes la muerte les llegó en el momento en que le iban a rezar a su Señor Jesús. Para un pobre sujeto como yo, de tan tirano cuerpo y tan poca alma, ese acontecimiento es incitación a dejar de creer. Me hago la eterna pregunta: ‘¿Por qué?’, y siento la rebeldía de Job ante lo inexplicable: el sufrimiento que cae sobre los buenos; el dolor de los inocentes; la muerte de los niños; el misterio de un Dios que deja morir a quienes iban a rezarle. Para el hombre de fe el misterio es algo tan familiar que acaba por no ser misterio. Quien verdaderamente cree tiene siempre a flor de labios la mejor oración de todas: ‘Hágase, Señor, tu voluntad’. Se inclina entonces ante la voluntad de Dios. Y la espiga que se inclina no se quiebra; la salva la entrega total a un designio que sabe amoroso. El cumplimiento de las leyes de la naturaleza, es inevitable, pero quien tiene fe sabe que incluso el sufrimiento y el dolor son parte de una providencia que finalmente lo llevará hacia el bien. En eso consiste la esperanza. ¿Acabar con las peregrinaciones? No es posible. Son cosas de la fe, son cosas del pueblo creyente, y nadie puede ir contra las cosas de un pueblo que cree y tiene fe. Seguirá habiendo tragedias. Otras como la de Mazapil ha habido antes. Pero la gente -nuestra gente- seguirá peregrinando. Todos lo hacemos, en una u otra forma. En todas las vidas hay tragedias, y sin embargo seguimos peregrinando. Todos somos ‘Homo viator’. Y a lo mejor todos somos, aun sin saberlo, hombres de fe. De otro modo no podríamos vivir...”
Es común que muchos predicadores, ante acontecimientos extremadamente duros y trágicos en los cuales la ausencia del poder de Dios parece más que evidente, señalen que se trata de
pruebas de fé: Dios pone a prueba a quienes dicen creer en él, y si ante cualquier suceso o problema por pequeño o grande que sea pierden su fé entonces en realidad no tenían tanta fé como afirmaban tenerla en un principio. Este mismo argumento es ampliado por otros predicadores que afirman que el objetivo de las pruebas de fé no es para que Dios conozca qué tanto puede aguantar cada ser humano las pruebas de fé antes de perder su fé (tomando en cuenta que un Dios omnisciente y omnipotente ya sabe ésto de antemano), sino para que cada quien vaya descubriendo por cuenta propia cuál es su límite de tolerancia y su lealtad al Creador. La Biblia dedica todo un libro precisamente al tema de las pruebas de fé, en el
Libro de Job, en donde el santo Job eventualmente “truena” y termina quejándose amargamente. Y la respuesta que dá Dios a Job es usada como la respuesta divina que ha dado ya Dios de antemano a cualquier ser humano que lo cuestione (
Job 38,
Job 39,
Job 40,
Job 41)
Prueba de fé, tras prueba de fé, tras prueba de fé. Golpe, tras golpe, tras golpe. Si el objetivo de tantas pruebas, si el objetivo de tantos golpes, parecen decir los islandeses, es demostrar que no existe un hombre con una paciencia infinita, eso ya lo sabemos todos nosotros de antemano; todo ser humano tiene su
punto de quiebre, su límite de tolerancia más allá del cual sus reacciones se vuelven impredecibles e incluso violentas. Y si el objetivo de todas las pruebas de fé aplicadas a todos los seres humanos a lo largo de sus vidas es que cada quien vaya descubriendo por cuenta propia cuál es su
límite de tolerancia hasta donde llega el límite de su fé en el Creador, el inconveniente de tanta prueba de fé es que muchos una vez que pierden su fé parece que ya no la vuelven a recuperar jamás. Y cada quien tiene un
punto de quiebre muy preciso. A manera de ejemplo, se argumenta que la pérdida de la fé religiosa en el biólogo inglés Charles Darwin fue el de un progresivo abandono de la fe cristiana, tan lento que según él mismo comentó no le causó ningún trauma psicológico, afirmándose que diversos factores le influyeron en este proceso. El abandono paulatino de su fe comenzó por un enfriamiento de la piedad que vivió de muy joven y que fue sustituida por el interés creciente por la ciencia. Siguió con la perdida de fe en el Antiguo Testamento al no aceptar a un Dios que se le presentaba como violento y, posteriormente, también en el Nuevo al no aceptar los milagros que en él se narraban. La muerte de su padre también influyó negativamente en este proceso. Sin embargo, varios de sus biógrafos parecen estar de acuerdo en que un punto determinante para Charles Darwin en su religiosidad perdida fue la muerte de su hija Annie de 10 años en 1851.
En Europa, la creciente pérdida de la fé en la creencia en un Ser Supremo llegó a un punto culminante en escritos tales como el libro
Así hablaba Zaraturstra de
Friedrich Wilhelm Nietzche, en el cual podemos encontrar fragmentos como el que dice: “Era también confuso (Dios). ¡Qué no nos ha echado en cara ese colérico por comprenderle mal! Pero ¿por qué no hablaba
más claro? –Y si la culpa era de nuestros oídos, ¿por qué nos dió oídos que le oyen mal? Si había cieno en nuestros oídos; ¿quién le puso en ellos? –Le salieron mal demasiadas cosas a ese alfarero, que no había acabado su aprendizaje. Pero eso de vengarse en sus cacharros y en sus hechuras porque le habían salido mal fue un pecado contra el
buen gusto. -Hay también un buen gusto en la piedad; ese
buen gusto ha acabado por decir: ‘¡Quitadnos semejante Dios! ¡Vale más no tener ninguno, vale más crear cada cual los destinos a su capricho, vale más ser loco, vale más ser dios uno mismo!’-”. En el mismo libro, Nietzche proclama a los cuatro vientos una de las frases por las que es mejor conocido:
Dios ha muerto. (En rigor de verdad,
Zoroastro no hablaba así ni era un ateo, por lo que el personaje usado por Nietzche no tiene nada que ver con el personaje histórico).
Sin embargo, la escisión de los islandeses con el concepto de Dios vá todavía mucho más allá y de manera más profunda de lo que escribiera Nietzche. Mientras que Nietzche escribió
Dios ha muerto manifestando lo que parece ser su propia rebelión abierta a la creencia en ser divino alguno que no sea el mismo hombre reinventado por Nietzche en su libro del
Superhombre o
Übermensch, para los ateos islandeses de hoy la afirmación
Dios ha muerto carece de sentido porque no puede morir lo que nunca existió.
Para la mayoría de los islandeses que tienen un amplio grado de cultura en comparación con el que podemos encontrar en países retrasados que viven hoy al borde de la miseria y el abandono, el
estancamiento intelectual y científico que se produjo en Europa en los tiempos de la Edad Media (estereotipada como la “Edad de las Tinieblas”), uno de cuyos capítulos anticientíficos más penosos y famosos fue sin duda el
juicio a Galileo llevado a cabo por la Santa Inquisición, carece de toda justificiación y es algo que se podría haber evitado si no hubiere habido religión alguna.
¿Pero qué puede esperarse en una sociedad sin adherencia alguna a ninguna religión y para la cual Dios simple y sencillamente no existe? Por muchas décadas, una plétora de teólogos y filósofos han argumentado que una sociedad sin Dios es una sociedad al borde del precipicio, o mejor dicho que ha caído ya al precipicio, convirtiéndose en una sociedad desenfrenada en donde la maldad y la criminalidad están a la orden del día. Sin embargo, en Islandia ocurre precisamente lo contrario, porque resulta que la
atea Islandia es una nación con el
menor índice de criminalidad del planeta. Si algo puede hacer que se disparen los índices de criminalidad en Islandia sería la aceptación en dicho país de refugiados musulmanes que lleven consigo a Islandia su fanatismo religioso y su proclividad a incurrir en actos terroristas al grito de
Allahu akbar.
¿Y qué decir de la felicidad a la que pueda aspirar una sociedad atea en la que no se practica religión alguna ni se cree en ninguna deidad o principio creador? Sobran predicadores religiosos que responderían que una sociedad sin Dios es una sociedad condenada a ser infeliz al estar inmersa en un
vacío espiritual que vendría siendo un castigo auto-inflingido por haber hecho a un lado toda fé y esperanza en un Ser supremo con el que no se tiene relación alguna. Sin embargo, resulta que Islandia se encuentra entre los
países más felices del mundo. E irónicamente, conforme se va descendiendo en escala hacia abajo, entre los países más infelices del mundo se van encontrando países en los cuales hay alguna religión dominante. Los ateos islandeses destacan este hecho como una prueba más de que el hombre moderno se las puede arreglar sin ninguna creencia religiosa.
El verdadero ateo no es practicante de ninguna religión, en su sentido más genérico posible, habido el hecho de que cualquier religión presupone la existencia de una deidad (o deidades) de esencia netamente spiritual. Y al no practicar ni creer en religión alguna, el ateo no se siente obligado a obedecer códigos o mandamientos que no sean los que el mismo hombre ha creado de común acuerdo sin aceptar intervención divina alguna. De este modo, en la concepción ateística de muchos islandeses su ateísmo les resuelve varios dilemas que para los creyentes en otros países resultan ser encrucijadas dolorosas en las cuales no importa lo que se decida siempre se terminará con un complejo de culpa. Uno de tales dilemas es el de la
muerte asistida, la muerte por piedad o eutanasia, (aplicada desde luego con pleno consentimiento y autorización del que está sufriendo enormidades). La eutanasia, condenable desde la perspectiva religiosa sobre el argumento de que solo a Dios le corresponde el derecho de decidir cuándo habrá de ser terminada una vida habido el hecho de que Dios es el único propietario de la vida de cada persona, se convierte de pronto en una
decisión personal a la cual de todos modos llegan muchos cuyo
punto de quiebre ha sido rebasado.
La eutanasia no es lo único en lo que muchos islandeses están genuinamente convencidos de que su ateísmo les hace la vida más llevadera. Otra situación sumamente conflictiva en los países en los cuales se practica alguna de las religiones mayoritarias es el de la
interrupción del embarazo, y no estamos hablando aquí de los llamados “abortos de conveniencia” en los cuales se interrumpe un embarazo simple y sencillamente porque se trata de un hijo no deseado aunque el producto en gestación parezca estar en perfecto estado de salud de acuerdo a los ultrasonidos que le sean practicados. Estamos hablando de casos en los cuales la vida de la madre está en peligro (por ejemplo, en el caso de los
embarazos ectópicos) y están casi ordenados por prescripción médica, o casos en los cuales el producto viene con malformaciones extremadamente serias y el permitir que el feto se desarrolle y nazca solo traera una vida muy corta para el recién nacido plagada de sufrimientos y complicaciones así como gastos médicos excesivos que a la larga no servirán para nada (como en el caso de los niños que van a nacer con algo tan serio como la
microcefalia). La Iglesia Católica no permite la interrupción el embarazo ni siquiera en casos extremos como estos. En cambio, para los ateos islandeses, el asunto se reduce a una mera decisión personal que solo atañe a los padres y al niño que viene en camino con malformaciones serias, y a nadie más. De hecho, Islandia fue el primer país en legalizar el aborto, lo hizo el 28 de enero de 1935. Y hasta el día de hoy, no les ha llegado a los islandeses ningún castigo divino por ello, al menos no un castigo que pueda servir de escarmiento a otros que quieran seguirles su ejemplo.
Aún otro caso en el que los islandeses argumentan que su ateísmo les ha servido a las mil maravillas para simplificarles sus vidas es el que atañe a los homosexuales. La Iglesia Católica, por ejemplo, le niega la Comunión a quienes sostienen relaciones homosexuales consideradas por la Iglesia Católica como un pecado mortal, para lo cual la Iglesia
se basa en la misma Biblia (la Iglesia no condena la homosexualidad, o sea el haber nacido como homosexual, lo que condena es la práctica de las relaciones homosexuales). El homosexual de Islandia no se considera a sí mismo como uno de los “errores de Dios” porque, no creyendo en Dios ni practicando religión alguna, considera su condición como un accidente de la Naturaleza en el cual él no tuvo culpa alguna.
Aún otro caso en el que los islandeses sostienen que su ateísmo les ha permitido llevar sus vidas sin cargas o pesos morales algunos es el que tiene que ver con la planificación familiar. La Iglesia Católica, por ejemplo, prohibe terminantemente el uso de la
píldora anticonceptiva (a la cual considera abortiva) para evitar embarazos no deseados en familias católicas numerosas (con ocho o diez hijos o más) que viven en condiciones de pobreza extrema (en realidad la píldora anticonceptiva
no es abortiva, lo que hace es
impedir que ocurra un embarazo, y no es lo mismo
impedir que ocurra un embarazo que
interrumpirlo cuando ya ha ocurrido). El islandés practica libremente la planificación sobre el precepto “ten tantos hijos como puedas mantener y educar” y no obedeciendo prescripción religiosa alguna que lo obligue a tener una familia numerosa aún viviendo en condiciones de miseria.
Otro caso más en el que los islandeses argumentan que su ateísmo les ha sido beneficioso y no perjudicial es el que tiene que ver con el sexo y las relaciones sexuales. Casi todo lo que tiene que ver con el placer sexual es considerado
pecado mortal por la Iglesia Católica (y esta postura no es reciente, se remonta hasta los tiempos de Moisés aunque ciertamente ha sido amplificada), siendo fuente inagotable de muchos remordimientos incluso entre parejas de esposos casados por la Iglesia dependiendo de las cosas que quieran hacer en su intimidad y que son motivo de censura estricta de parte de quienes sostienen que la abstinencia sexual absoluta es el ideal supremo al que debe aspirar todo buen católico. El islandés moderno se pregunta: ¿qué tienen que ver a fin de cuentas las posturas prohibicionistas en casi todo lo relativo al sexo con la búsqueda de consuelo espiritual? Y los homosexuales de Islandia, cuyas relaciones sexuales son tachadas por la religión como algo antinatural que va en contra de la procreación no pierden la oportunidad para responder que en todo caso el celibato y la abstinencia sexual total también son cosas
contra natura que van en contra de la reproducción.
Desde los tiempos del fundador de la psicología
Sigmund Freud está ampliamente reconocido y aceptado que el sexo y las relaciones sexuales han sido una fuente abundante de traumas, complejos de culpa y conflictos psicológicos profundos que en ocasiones pueden llevar hasta la locura, al chocar las exigencias reproductivas de la Naturaleza con las enseñanzas morales estrictas de varias religiones. En la atea Islandia tales conflictos simple y sencillamente no se dan porque la parte que se requiere para que ello ocurra está ausente, y todo lo que tenga que ver con el sexo es considerado como una cuestión entre adultos que al darse su consentimiento mutuo se convierte en un asunto privado entre ellos en el que los predicadores y ministros religiosos no tienen por qué andar metiendo sus narices. Puesto que el premio por sacrificar todo lo que tenga que ver con el sexo es resucitar en el paraíso celestial y el castigo en caso de no hacerlo son los infiernos eternos, los islandeses ateos argumentan que al no existir Dios y por lo tanto al no existir paraíso celestial ni infierno alguno entonces todas las privaciones que resultan de negar cualquier placer derivado de las relaciones sexuales son un sacrificio inútil con el que no se gana nada y por el contrario se pierde una de las razones más importantes de la existencia.
El islandés ateo pone a cualquier predicador religioso en una situación extremadamente complicada cuando lo reta a que presente no argumentos de fé sino
pruebas de que su religión es la religión verdadera (¡the real thing!) y no una fabricación de impostores. ¿Es posible probarle
cientificamente a un islandés que el Alá de los musulmanes es la
única verdad por encima de otras creencias como la creencia en
Visnú? Desde luego que no, porque todo se remite a una cuestión de fé, y el islandés típico ya perdió su fé en todas las religiones. ¿Es posible probarle
científicamente a un islandés que el Dios Jehová de los hebreos es el Dios verdadero en contraposición con el estado de iluminación
zen de los seguidores de Buda de los orientales? Tampoco, porque si se trata de presentar pruebas
científicas de que tal o cual religión es superior a todas las demás, tal cosa no es posible. Si fuera posible, entonces en todo el planeta Tierra no habría miles de religiones distintas sino una sola. Y se habría evitado un derramamiento colosal de sangre por las muchas guerras de carácter netamente religioso que documenta la Historia como las
Cruzadas. Todavía hasta el día de hoy, se sigue derramando mucha sangre y se siguen perdiendo muchas vidas a causa de fanáticos que están convencidos de que su religión es la verdad absoluta por encima de todas las demás, por la cual vale la pena suicidarse en actos terroristas matando de paso a cientos o miles de personas a las que ni siquiera conocen. En contraposición a tal o cual religión que afirma ser una religión “universal”, el islandés argumenta que, irónicamente, el ateísmo es lo único que puede crear un vínculo universal entre todos los seres humanos; de modo tal que un árabe ateo se puede llevar perfectamente bien con un norteamericano ateo y un japonés ateo se puede llevar perfectamente bien con un mexicano ateo porque no existe material alguno para que se enfrenten y se maten entre sí defendiendo cada cual hasta la muerte su propia creencia. Se podrán hacer trizas por otras cosas tales como ideologías políticas divergentes, pero no por cuestión religiosa alguna.
Se señala en Islandia que la falta de una unificación sensata en los argumentos de las religiones ha traído como consecuencia que no solo de una religión a otra sino inclusive hasta en una misma religión surjan posiciones lógicamente contradictorias, citándose como ejemplo el de la
maternidad subrogada. Mientras que por un lado se considera la interrupción del embarazo por cualquier razón –inclusive cuando es ordenada por razones médicas aunque la terminación del embarazo no sea deseada por los progenitores- como un pecado mortal argumentando que la defensa de la vida debe ser siempre una de las primeras prioridades, por otro lado también se prohibe que una pareja de padres casada por la Iglesia y que es incapaz de concebir hijos si no es mediante una maternidad subrogada pueda recurrir a la maternidad subrogada pese a que dicha técnica médica no implica acto de adulterio alguno con la gestante subrogada e inclusive no implica tampoco ninguna copulación que conduzca a placer sexual alguno al ser fertilizado un óvulo en el laboratorio en un platillo de vidrio. Puesto de otra manera, mientras que por un lado se obliga a parejas unidas por la Iglesia a tener un hijo aunque venga con malformaciones extremadamente serias que se llevarán de por vida en el dudoso caso de que el feto sobreviva al nacimiento –como el caso de los fetos con microcefalia pronunciada-, al mismo tiempo se prohibe a parejas unidas por la Iglesia y que son infértiles la esperanza de poder tener un hijo recurriendo a la maternidad subrogada que no implica relación sexual de ningún tipo.
El ateo típico de Islandia apoya su crítica en contra de todas las religiones argumentando la injusticia de nacer completamente indefenso sin ningún conocimiento ni experiencia previa que deberían de ser proporcionados por tal o cual deidad como conocimiento “intuitivo” al momento del nacimiento para poder defenderse en la vida en igualdad de condiciones en vez de terminar siendo usado como un triste peón a merced de una lucha eterna entre fuerzas metafísicas invisibles y sobrenaturales de cuya existencia solo se puede saber por unos cuantos puñados de auto-proclamados profetas quienes se consideran a sí mismos iluminados y de los cuales no es posible saber a ciencia cierta si están mintiendo o diciendo la verdad. El islandés argumenta que le es más fácil substraerse por completo de la influencia de quienes se dicen iluminados e ignorar revelaciones supuestamente hechas hace tres mil o cinco mil años que si bien podrían haber sido una realidad absoluta para aquellos que vivieron en tales épocas han dejado de serlo para el hombre actual al que no le consta que tales cosas pudieran haber ocurrido, y menos cuando no hay videos ni imágenes que hayan registrado eventos portentosos del pasado de los cuales únicamente hay la palabra escrita que por sí sola no prueba nada, al menos para los islandeses.
El islandés contemporáneo sostiene que la vida del humano es ya de por sí demasiado corta, demasiado complicada y difícil, como para complicarla aún más con algo cuya existencia no puede ser demostrada ni comprobada con los sentidos físicos y con lo cual no se puede sostener ningún diálogo al quedar reducido todo a los monólogos de la oración. Y como los padres ateos les inculcan su ateísmo a sus hijos, se antoja muy difícil si no imposible que misioneros de cualquier religión o secta puedan llevar a cabo conversión alguna en Islandia a menos de que puedan obrar prodigios y milagros inexplicables, o sea cosas que se puedan ver y tocar. Para ellos, los tiempos de la
fé ciega ya pasaron y no están en la menor disposición de darle oídos a predicadores y fundadores de religiones como el coreano
Sun Myung Moon o la secta de
Los Niños de Dios o la secta
Aum Shinrikyo. Y sostienen los islandeses que, ultimadamente, si Dios existe, en el mundo debería de haber una sola religión
verdadera en lugar de cientos de ellas que pudieran considerarse “falsas”, y los ángeles de Dios que desde hace buen tiempo deberían de haber estado desenmascarando a los impostores y a los falsos profetas han brillado por su ausencia y por un trabajo mal hecho o hecho a medias.
¿Puede ser considerado el ateísmo puro y total como el que hoy se practica en Islandia un triunfo para Lucifer, el Príncipe de las Tinieblas? En realidad, no, porque en un ateísmo total Lucifer también pasa a ser un ser mitológico producto de la ignorancia y las supersticiones. En pocas palabras, en el ateísmo islandés, no hay nada ni para Dios ni para el Diablo. No hay nada para ningún ser espiritual en el más allá, solo para el humano, y eso aquí y ahora.
Hemos visto algunas de las razones mediante y por las cuales, con el paso de los años y de los siglos, los islandeses se fueron distanciando hasta llegar a la situación en la cual se encuentran hoy. Para muchos predicadores, la mayoría de las razones esgrimidas por los ateos islandeses son consideradas como obra del mismo demonio. En repetidas ocasiones, el Papa Francisco ha dicho que “con el demonio no se dialoga, no se puede dialogar porque nos va a ganar siempre”. Y hay que concederle razón al Papa Francisco, porque el Diablo tiene muy buenos argumentos bajo el brazo para hacer que la gente pierda su fé.
La preocupación obvia en varias organizaciones religiosas de todo tipo es que, no hoy, ni a corto plazo ni a mediano plazo, pero tal vez a largo plazo, paulatinamente, otras naciones tomen el camino que ha tomado Islandia. ¿Cómo responder ante un reto semejante? En los países en los que aún hay una cantidad considerable de creyentes, se antoja menos difícil y problemático mantener en su fé a quienes aún no la han perdido que tratar de hacer volver al redil a quienes ya la perdieron por completo como en el caso de Islandia.
Para la conversión de algunos de los ateos de Islandia haciendo que hagan a un lado su ateísmo, y viendo los argumentos a los que están aferrados, ya no será suficiente conminarlos a leer libros antiguos o tratar de convencerlos mediante argumentos que se basan únicamente en la fe ciega. Si una conversión de esta naturaleza ha de ocurrir, cabe suponer que en nuestros tiempos actuales se requerirá una intervención del más allá como la que tuvo lugar en los tiempos de Moisés, estableciéndose un diálogo entre el
hombre moderno y su creador. Hay una infinidad de maneras en la que esto puede ocurrir. Podemos imaginar como una posibilidad de esto un encuentro entre un ateo de Islandia, escogido como representante para sus coterráneos ateos, de preferencia
el más ateo entre los ateos, porque irónicamente esto hará que lo que le diga a sus coterráneos sea más creíble. Podemos imaginar a dicho representante del
hombre moderno ante una
zarza ardiente como la que vió Moisés, dialogando temeroso ante la presencia que tiene ante sí:
-Señor, ¿aquí estás tú, el Señor Dios Creador del Universo?
-
Yo soy el que soy, y he venido para disipar tus dudas.
Temeroso, sin atreverse a levantar su vista, el representante del
hombre moderno quizá dirá:
-Señor. ¿Por qué razón no haces Tú algo para corregir las muchas cosas que andan mal en este planeta? ¿Por qué parece que Tú nos has olvidado?
La respuesta es inmediata:
-Hace un buen tiempo, os envié a mi propio Hijo a predicar mi Palabra, a predicar mi mensaje de amor y paz. Cuando estaba conmigo en el Cielo ya era rico, mucho más rico de lo que te imaginas, y por tí, por el hombre, a petición mía para ayudar al hombre se hizo pobre, se hizo humano. Llegó a la Tierra con el poder para sanar a los enfermos, expulsar a los demonios, resucitar a los muertos y perdonar los pecados. Nunca robó a nadie, nunca mató, nunca levantó falso testimonio en contra de nadie, y jamás le hizo mal a nadie ni cometió pecado alguno; por el contrario dedicó su vida entera para
servir a otros, y predicando con su ejemplo era el modelo del hombre perfecto. ¿Y qué fue lo que hizo el hombre con mi Hijo? ¿Cómo le mostró su agradecimiento? Sin que mi Hijo hubiera cometido delito alguno, fue traicionado y fue arrestado, para ser llevado ante un jurado que ya estaba predispuesto de antemano a dictar una sentencia de culpabilidad. Lo sometieron a burlas crueles, me lo humillaron, me lo azotaron, me lo condenaron falsamente, y terminaron clavándolo en una cruz para dejarlo morir en una agonía espantosa, y hasta sus discípulos que le juraban ser fieles hasta el final lo abandonaron y lo dejaron completamente solo en sus momentos más difíciles. ¿Para esto quiere el
hombre moderno que mande nuevamente a mi Hijo al mundo? ¿Para hacerle lo mismo que lo que ya le hizo?
Desconcertado, el
hombre moderno podría responder:
-Eso ocurrió hace miles de años. Hoy no volvería a ocurrir lo mismo.
-¿Dices que hoy no volvería a ocurrir lo mismo? ¿Qué te hace decir tal cosa? ¿Acaso el hombre moderno ya no roba, acaso ya no mata, acaso ya no levanta falso testimonio contra su prójimo, acaso ya no hace guerras fraticidas contra su prójimo matando por igual a niños y ancianos? ¿Acaso ya no incurre en adulterios y en todo tipo de excesos para satisfacer sus apetitos más banales? ¿Acaso ya no se postra ante falsos ídolos como el dinero, como las drogas, como los poderes financieros? Díme, pues, en qué es diferente el hombre de hoy al hombre de ayer.
El
hombre moderno abrirá sus ojos exhibiendo su rostro perplejo al darse cuenta de que, con unas cuantas excepciones honrosas entre la especie humana, el hombre actual no es muy diferente del hombre de ayer, y de hecho muchos admitirían que el hombre actual no ha cambiado en nada, excepto en sus ropajes externos y en sus métodos.
Seguramente mudo por buen tiempo, el
hombre moderno tal vez se atrevería a agregar algo como lo siguiente:
-Señor, si en verdad eres omnipotente, si en verdad para tí no hay imposibles, entonces a nosotros tus criaturas nos deberías de corregir de alguna manera en lo que crees que hacemos mal. ¿Acaso no puedes enderezarnos a los seres humanos para que reine la paz y la felicidad como se supone que Tú lo deseas?
-Díme cómo. ¿Quieres que le quite al hombre el libre albedrío que le he dado? ¿Quieres que a cada ser humano le quite su voluntad para que termine siendo algo equivalente a un
robot, reducido a un simple autómata sin voluntad alguna y sobre el cual haya tendido Yo hilos invisibles para estarlo manejando y controlando todo el tiempo como si fuera una juguete? Lo puedo hacer, eso está dentro de mi potestad, pero no lo he hecho ni quiero hacerlo. ¿Y cómo crees que te sentirás tú al ver que has perdido por completo el control de tu propio cuerpo y que te es imposible mover un solo dedo o guiñar un ojo a voluntad o pronunciar una sola palabra que sea tuya y no Mía? Si crees que las prisiones que has hecho para encerrar a tus semejantes son terribles, no tienes ni siquiera la más remota idea de lo que sería para el hombre el vivir y estar encerrado dentro de un cuerpo sobre el cual no tiene ya absolutamente ningún control. Esto suponiendo que el hombre continuara poseyendo una
consciencia que le permitiera darse cuenta de la terrible situación de haber sido degradado a ser un simple robot. Pero el estar consciente de la pérdida de su libre albedrío, de la pérdida de su voluntad, el estar consciente de nacer y vivir aprisionado dentro de un cuerpo que solo le sirve de prisión y sobre el cual no tiene control alguno, ciertamente sería algo tan horripilante que para evitarle al hombre su sufrimiento Yo por acto de misericordia le tendría que quitar la consciencia que le he dado. Hacer tal cosa sería el equivalente de quitarle a cada hombre el cerebro que se le ha dado reemplazándolo con algo que no calificaría ni siquiera como el cerebro de una mosca, la cual pese a todo inclusive ella tiene cierto libre albedrío y libertad para volar de un lado a otro exhibiendo así una voluntad que le es propia. El hombre-
robot, descerebrado y sin consciencia alguna, no sufriría ni percibiría nada, no sería capaz de razonar y mucho menos capaz de entender absolutamente nada. Sería lo mismo que los soldaditos de plástico que venden en las tiendas. ¿Realmente eso lo que quieres? ¿Acaso el
hombre moderno no aspira a más? ¿A tal extremo ha llegado el hombre en su degeneración ?
El
hombre moderno, al ver las alternativas presentadas, tal vez se empezaría a dar cuenta de que se le ha dado mucho más de lo que cree merecer. Y si aún así se sigue creyendo algo muy especial, siempre merecedor de algo más,
mucho más, leyendo sus pensamientos el Creador podría anticiparse para decirle:
-Mira la bóveda celeste que tienes ante tus ojos. Es infinita. En ella hay una cantidad infinitamente grande de galaxias, hay una cantidad infinitamente grande de sistemas solares, hay una cantidad infinitamente grande de planetas. El hombre de este planeta es tan arrogante y tan soberbio que cree que todo este Universo infinito fue creado exclusivamente para él
y para nadie más. En esta ocasión, te sacaré de dudas de algo que con la inteligencia que se te ha dado tú ya has sospechado desde hace buen tiempo. Sábelo bien que hay muchos otros planetas, más de los que te puedas imaginar, en donde la vida florece y hay humanos como los que hay en este planeta. Tú no eres único en este Universo. Pero a diferencia de la Tierra, hay planetas en los cuales sus moradores viven en paz el uno con el otro y cumplen mis mandamientos que a fin de cuentas les fueron dados para su propio bien y beneficio. Son planetas en donde no se mata, no se roba, no se levanta falso testimonio contra el prójimo, no se codicia la mujer del prójimo, no se odia, los conflictos y las diferencias no se resuelven mediante guerras, en fin, son civilizaciones en las que me plazco y me deleito al ver la felicidad que se comparten entre sí, y a cambio de la satisfacción que me producen como Creador al ver realizada mi obra en plenitud tal y como Yo quería que se llevara a cabo desde un principio, yo veo todo el tiempo por ellos y me tienen siempre a su lado colmándolos de bendiciones. Ahora que te he revelado todo esto, te pediré una sola razón a tí y a los de tu especie,
una sola, del por qué estoy obligado a darle mi atención exclusiva a los humanos del planeta Tierra, dándoles preferencia por encima de esos otros seres nobles de otros planetas cuyo comportamiento ejemplar es la antitesis del comportamiento salvaje del hombre del planeta Tierra. Dime qué es lo que hace al hombre corrupto de este planeta tan especial como para que distraiga mi atención de civilizaciones en otros planetas en las cuales me plazco, para enfocar mi atención y mi tiempo sobre un planeta en donde sus moradores se están corrompiendo ellos mismos cometiendo todo tipo de iniquidades y crueldades sin querer entender de que al hombre es al que le corresponde el deber y la responsabilidad de
madurar sin que yo le obligue a hacer nada que contravenga su sano bienestar y su libre albedrío. Dame una sola razón,
una sola, a tu favor y todos los de tu especie.
-¿Una sola razón?
-
Una sola, no te pido más. Pero tendrá que ser una razón válida y justificable, no un argumento trivial. Ve pues con los tuyos, ve pues a las naciones del mundo, tomando todo el tiempo que tú y los demás consideren necesario, para poner ante mi presencia esa razón cuando crean tenerla.
El representante del
hombre moderno, al empezar a meditar en el tipo de respuesta que se le podrá dar al Creador, posiblemente empezará a descubrir por cuenta propia lo debilitada que está su posición y lo enclenques que serán los argumentos que se le puedan ir ocurriendo.
¿Qué razón podrá esgrimir el
hombre moderno, específicamente el representante de la especie humana ante su Creador, para hacer valer lo que ha considerado su derecho y privilegio a ser tomado en cuenta como algo
muy especial, más especial y más valioso que todas las demás criaturas que puedan habitar en otros confines del Universo? ¿Por qué el hombre ha de ser tan especial? ¿Qué ha hecho en todo caso el hombre para ganarse la preferencia y exclusividad que desea que se le conceda por encima de otras civilizaciones en otras regiones del Universo infinito?
En este punto, tal vez el
hombre moderno se dará cuenta de muchas cosas. Tal vez caerá en la cuenta, tarde o temprano de que, dentro de este Universo infinito, no es tan especial como creía. Y quizá se empezará a dar cuenta, tal vez, de que tiene justo lo que se merece. Después de todo, se lo ha ganado a pulso con el paso de los años y los milenios, y las páginas sangrientas de los libros de historia están allí
y seguirán allí para recordárselo, cuantas veces sea necesario.
Y caerá tal vez en la cuenta de que él, el
hombre moderno que siempre ha estado exigiendo y pidiendo del más allá respuestas a sus numerosas preguntas, es incapaz de proporcionar en cambio una sola respuesta,
una sola razón, a la que tal vez sea la pregunta más importante de todas las que se le puedan formular desde el más allá.