domingo, 15 de mayo de 2016
Enganchadores y “puchadores” legales
La imagen clásica que se tiene de los “enganchadores” y “puchadores” (la palabra “puchador” es un anglicismo derivado de drug pusher que se usa para referirse a un “promotor” del narco cuya misión principal es iniciar a los niños y jóvenes no-adictos en el mundo de las drogas “empujando” el consumo, habido el hecho de que para que haya consumo de drogas en gran escala es necesario estar convenciendo a muchos jovencitos no-adictos de que se conviertan en drogadictos no solo para aumentar las ventas sino para ir reponiendo a los miles de consumidores que se van muriendo a causa de una sobredosis) es que son sujetos proclives al Mal que andan al acecho de incautos a las afueras de las escuelas secundarias y preparatorias e inclusive merodeando en las universidades para “enganchar” a sus víctimas convenciéndolas de probar sensaciones de placer y éxtasis casi increíbles out of this world con las substancias quasi-mágicas que las llevarán a esos paraísos artificiales de los cuales ya no querrán salir. En pocas palabras, son maleantes con gran poder de convencimiento e inclusive dotes de observación que un psicólogo envidiaría para “lavar el cerebro” de aquellos que escogen para enganchar logrando lo que parece casi imposible: convencerlos de que hagan experimentos con sus cerebros probando drogas tales como la heroína, la cocaína, las metanfetaminas, el “crack”, el “cristal”, y demás basuras químicas que a la larga destruyen al individuo.
Sin embargo, en los Estados Unidos, aunque en efecto hay muchos enganchadores y “puchadores”, algunos dentro de las mismas escuelas encargados de reclutar a sus compañeros de clase para que “hagan la prueba” con las primeras dosis (las primeras dosis casi siempre son gratis, a sabiendas de que una vez enganchados sus clientes pagarán lo que sea con tal de obtener el medicamento y así poder calmar la terrible “malilla”), resulta que muchos de los que le están haciendo el gran favor a los grandes cárteles de las drogas no son tipos que andan mal en la escuela y que se la pasan todo el tiempo en pandillas callejeras haciendo maldades de todo tipo. Por el contrario, se trata de tipos bien educados, con estudios universitarios incluso en instituciones reconocidas de alto valor académico tales como Stanford, UCLA y Harvard. Se trata de médicos. ¡Si señor! Los mismos médicos encargados de restablecerle su salud a los enfermos en muchas ocasiones son los mismos que prácticamente empujan a sus clientes al barranco convirtiéndolos en drogadictos con prescripciones que extienden liberalmente para que obtengan drogas extremadamente potentes cuyo consumo incluso ocasional puede convertir a cualquiera en un drogadicto contumaz. El camino hacia la drogadicción del paciente empieza la mayoría de las veces con el tratamiento de dolores crónicos, aunque también los psiquiatras norteamericanos incurren en el abuso de prescripciones cuyo único propósito es hacer que el paciente se sienta “muy bien” y se olvide de todos sus problemas, que es a fin de cuentas la razón por la cual muchos deciden experimentar con drogas adictivas que al principio proporcionan mucho placer pero que a la larga terminarán modificándole el cerebro a los “enganchados” castigándolos severamente si no obtienen ya sea con el médico o con los narcotraficantes de la localidad las metanfetaminas o la heroína o la cocaína que necesita para evitar estar en un grito perpetuo.
El proceso de “enganchamiento” en los consultorios de estos médicos amorales desprovistos de toda ética y humanidad empieza generalmente cuando un paciente acude a ellos quejándose de dolores fuertes consecuencia de un padecimiento como la artritis reumatoide o la ciática o consecuencia de algún accidente ya sea un percance automovilístico o incendio, o el resultado de una operación quirúrgica que ha dejado secuelas dolorosas.
Para calmar los terribles dolores, estos médicos “puchadores” recetan, legalmente, medicamentos que se conocen como opioides. Es así como pueden recetar, liberalmente, una droga conocida como Fentanilo (Fentanyl) que tiene una potencia adictiva varias veces superior incluso a la potencia adictiva de la heroína o la cocaína (este analgésico opioide sintético es similar a la morfina, pero con una potencia adictiva 50 ó 100 veces mayor).
El puchador legal, en la comodidad de su lujoso consultorio, tiene la opción de recetar, legalmente, otros venenos enormemente adictivos como la Oxicodona (en Estados Unidos su nombre comercial es OxyContin). ¡Y se trata de substancias altamente adictivas que se pueden obtener, con previa receta médica, en cualquiera de las farmacias familiares como Walgreens y CVS!
Otro veneno muy socorrido entre los puchadores legales usado como la puerta de entrada hacia drogas mayores es el Percocet (esta droga en realidad es una combinación de dos substancias, la Oxicodona y el Paracetamol o Acetaminofeno). Este analgésico es usado por muchos dentistas en adolescentes norteamericanos para la remoción de lo que se conoce como la “muela del juicio”. El problema para muchos es que de los dolores de la muela del juicio terminan pasando a los dolores de la “malilla” cuando no tienen su droga Percocet disponible para seguir calmando sus hábitos, de modo tal que lo único que hicieron fue cambiar una dolencia por otra peor.
La adicción a toda esta basura llega a ser tan fuerte que incluso puede traer consigo la muerte. Se cree que la muerte del cantante Prince se debió precisamente a sus consumos de esta basura que podía obtener legalmente en grandes cantidades con las recetas de sus puchadores legales, sus médicos.
En el caso de Michael Jackson, su muerte sin duda alguna se debió a las dosis enormes de Propofol que se estaba metiendo en su organismo. En este caso, su médico personal, Conrad Murray, fue sentenciado a cuatro años de cárcel por haberle inyectado dosis que terminaron siendo mortales de Propofol. Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, estos médicos nunca pisan la cárcel, amparados en su título profesional y sus licencias médicas.
En Estados Unidos, muchos de los narcotraficantes no son pandilleros o mafiosos que ande persiguiendo la policía, son doctores respetables que hacen ganancias casi increíbles (como las enormes ganancias que hacen los traficantes de drogas que sí son perseguidos por la policía) con solo extender una receta médica. La policía nunca se mete con estos médicos, tampoco la Drug Enforcement Administration, los dejan operar como profesionistas respetables de la sociedad. Después de todo, allí tienen en la pared su título médico expedido por alguna universidad respetable, ¿no es así?
De vez en cuando, cae en la cárcel uno que otro médico norteamericano acusado de traficar con fármacos adictivos a través de las recetas que extiende liberalmente en cuestión de minutos sin llevar a cabo ni siquiera una revisión médica del paciente. Un ejemplo de tales casos es el Doctor Ronald McIver que está documentado en el New York Times en el artículo When is a pain doctor a drug pusher? elaborado por Tina Rosenberg y publicado el 17 de junio de 2007. Pero se trata tan solo de un caso aislado entre miles y miles de médicos que nunca son llevados ante la justicia por lo difícil que es comprobar ante los tribunales que su verdadera intención (y en esto la intención es lo que cuenta) es iniciar a sus pacientes en el camino de la drogadicción asegurándose con ello una fuente estable de ingresos elevados, o sea la misma intención que mueve a los puchadores ilegales que no cuentan con título universitario y a los cuales sí meten a la cárcel en grandes números tanto en Estados Unidos como en México.
Estos médicos que han abjurado del juramento Hipocrático pueden hacer fácilmente miles de dólares en cuestión de un atardecer. Todo lo que tienen que hacer es extender la “receta” médica a cada uno de sus pacientes a los cuales tienen enganchados cobrando una “consulta” elevada para extender la receta, y el pago de la consulta siempre está asegurado porque se trata de clientela que está dispuesta a venderle el alma al Diablo (o mejor dicho, ya se la vendió) y está dispuesta a perder el coche, la casa y hasta la esposa con tal de tener el dinero para pagar su “medicina”. Y los “surtidores” del veneno adictivo son farmacias respetables que también venden antibióticos y preservativos y vitaminas, así que tanto los médicos como las farmacias salen ganando –y en grande- con el negocio de las adicciones.
Mucho se ha dicho que si la frontera entre México y Estados Unidos quedara sellada de modo definitivo como lo propone Donald Trump, los drogadictos norteamericanos estarían pegando tarde o temprano el grito en el cielo al no poder comprarle a los narcos mexicanos sus dosis de heroína o de cocaína o sus metanfetaminas. Algo hay de esto, aunque sin embargo en Estados Unidos tienen suficientes médicos y farmacias que están más que dispuestos a ser “parte de la solución”. En realidad, todo se trata de un asunto de quién controla el mercado, si el control se le va a dejar a unos tipos de piel morena y tatuados que traen una pistola al cinto o que traen una AK-47 en su carro, o bien a unos profesionistas en bata blanca –médicos y farmacéuticos- bien peinados y bien arreglados con la ventaja de que si las transacciones se hacen con ellos no habrá jamás problemas con la ley, porque cuando se recurre a ellos, todo es legal.
Si algún mexicano adinerado ya adicto a las drogas tiene necesidad urgente de obtener sus venenos porque ya no puede vivir sin ellos, no tiene caso que se arriesge a tratar de comprar sus “medicinas” en algún callejón obscuro de alguna ciudad de México arriesgándose a ser arrestado junto con su proveedor y enviado a la cárcel por varios años. Todo lo que tiene que hacer es tomar un avión y trasladarse a los Estados Unidos para visitar a un médico de estos explicándole su “problema”. Y el médico “comprensivo” le extenderá su receta con la cual puede regresar incluso a México para justificar ante las autoridades del aeropuerto y ante la misma Procuraduría General de la República que lo que trajo a México es “legal” y está amparado con una receta médica expedida por un médico autorizado. ¿Pero acaso esto no crea una discriminación entre los drogadictos de baja condición social en México a los cuales no les queda más opción que arriesgarse a comprar su producto en México surtido por algún narcotraficante local, corriendo el riesgo de caer en una prisión federal, y los drogadictos pertenecientes a las clases media alta y alta que pueden viajar a los Estados Unidos para obtener legalmente los mismos venenos ya procesados por laboratorios químicos respetables? Sobre esto último se aplica muy bien el refrán que dice “la cárcel se hizo para los pobres”.
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