En los años veinte del siglo pasado, México entero se estremeció por una guerra entre el Estado y militantes católicos de la cual se habla muy poco en los libros de texto. Se trata de una guerra sangrienta que el gobierno de México en los años en los que el PRI gobernó al país de manera absoluta y hegemónica hubiera preferido que quedara olvidada por completo, un conflicto que no terminó en alguna fecha específica con alguna proclamación de victoria por parte de alguna de las partes en conflicto. Estamos hablando de lo que se conoce como la Guerra Cristera. En realidad, y esto es algo que muchos desconocen, hubo no una Guerra Cristera sino dos, con una seguida casi inmediatamente de la otra. La Guerra Cristera en un principio fue detonada como consecuencia de una ley anticlerical de corte abiertamente antireligioso, la ley Calles, en alusión al General Plutarco Elías Calles que era el presidente de México en ese entonces, el cual dicho sea de paso fue el fundador del Partido Nacional Revolucionario que a su vez fue el predecesor del actual Partido Revolucionario Institucional, siendo este precedente histórico un estigma con el cual el PRI ha tenido que cargar por siempre.
Tras un breve apaciguamiento, la Guerra Cristera fue retomada en México con una segunda fase a raíz de los intentos del General Lázaro Cárdenas, sucesor de Plutarco Elías Calles en la presidencia de México, de imponer en todo México la educación socialista, bajo un esquema que en cierto modo copiaba el esquema bajo el cual se estaba implantando al otro lado del mundo el comunismo en Rusia, basado en el modelo socioeconómico propuesto por Karl Marx, el cual incorporaba dentro de su filosofía un modo de pensar materialista y ateo, abiertamente antireligioso. La educación socialista duró cerca de 12 años, y de hecho se puede afirmar que llegó a su conclusión en diciembre de 1946.
La tregua que condujo al cese de las hostilidades se debió en parte a la salida del General Lázaro Cárdenas del poder. Pero existe una percepción generalizada de que influyó otro factor que en su momento le puso los pelos de punta al sistema político mexicano, la creciente difusión de un concepto de guerra hasta cierto punto novedoso que de haber tenido éxito posiblemente habría terminado por colapsar por completo al gobierno de México de aquél entonces. Se trata de un libro que hizo su aparición a raíz de los cambios educativos que se empezaron a llevar a cabo a partir del 10 de octubre de 1934 que fue cuando el Congreso de la Unión aprobó la educación socialista a instancias del General Lázaro Cárdenas. Durante mucho tiempo ese libro estuvo terminantemente prohibido por el gobierno de México, y no solo estaba prohibida su publicación sino que la sola posesión del libro le podía costar a cualquier funciionario gubernamental su puesto y podía terminar no solo cesado sino en la cárcel acusado de distribuír literatura considerada subversiva. Lo más irónico es que mientras que a los movimientos insurgentes de las décadas de los años cincuentas en Latinoamérica de corte socialista o abiertamente pro-comunista se les consideraba subversivos, en este caso el libro calificado como subversivo por el gobierno de México era un libro apoyando la lucha de la defensa de la libertad religiosa el que era considerado subversivo. Pese a que el libro presuntamente era una novela y no una convocatoria abierta a la lucha en contra del gobierno socialista de México, las ideas que contenía sobre cómo llevar a cabo una lucha de manera exitosa en contra del gobierno fue lo que puso a temblar de pies a cabeza a los políticos de aquél entonces, al grado que el mismo gobierno sin aceptar una derrota decidió aflojar la garra dejando sin efecto los esquemas y maniobras que condujeron a la Segunda Guerra Cristera.
El libro, se titula La Guerra Sintetica, y cuando apareció por vez primera su autor se anunciaba con el nombre de Jorge, aunque tal nombre era en realidad el pseudonimo de David G. Ramirez, un sacerdote mexicano que vivió en San Antonio, Texas, durante el conflicto de la Guerra Cristera, nacido en 1889 en Durango, México, y fallecido en 1950:
Dicho libro fue la segunda novela de Jorge Gram publicada desde el exilio por la editorial RexMex en San Antonio Texas en 1937, y fue prologada y firmada por el mismo autor desde Ámsterdam, Holanda, y enviada a los mencionados editorialistas para agradecerles el éxito de la publicación, al mismo tiempo que hacia aclaraciones respecto a opiniones que la misma novela había recibido.
El personaje principal de La Guerra Sintética es el Doctor Rodolfo Magallanes, un personaje ficticio pero que de haber sido una persona de carne y hueso seguramente habría puesto a temblar a los regímenes caudillistas revolucionarios de aquél entonces. Y de hecho, hay quienes sospechan que tal personaje realmente existió pero bajo otro nombre, y cuyas contribuciones estratégias y tácticas a la causa de la Segunda Guerra Cristera se sospecha que pudieron haber jugado un papel decisivo en hacer que el gobierno de México doblara las manos.
La historia de La Guerra Sintética se teje en la segunda parte de la Guerra Cristera, es decir, una vez que habíase dado por concluida la primera etapa de la gesta cristera mediante los celebres "arreglos" de 1929 entre los jefes del Estado y los jerarcas de la Iglesia, todo esto sin el consentimiento de las masas que se dieron por descontadas y traicionadas decidiendo continuar en la lucha en la llamada "La Segunda" o "La Albérchiga" cuyos estragos se extendieron mas allá de los arreglos. Es durante esa época que Jorge Gram contextualiza La Guerra Sintética en la década siguiente, en los treinta como un largo epígono de la guerra. Otro aspecto importante a señalar, es la trascendencia que el conflicto cristero tuvo en otros países, pues aunque pareciere que la Guerra Cristera es un asunto que solamente concierne al México de la posrevolución y en el sentido político más amplio al ámbito nacional, es bien sabido que todo está conectado con todo especialmente hablando en materia socio-histórica, así mismo no existen ni en el presente ni en la historia, acontecimientos aislados, puramente locales y desconectados del ámbito internacional sin quedar registrados en la intrahistoria. Según Jean Meyer en Las naciones frente al conflicto religioso en México: "las repercusiones de La Guerra Cristera se dieron internacionalmente, dejándose sentir sus efectos en países diversos como Alemania, Argentina, España, Francia, Hungría, Inglaterra, Irlanda, Polonia, Italia y Bélgica".
En La Guerra Sintética el protagonista es llamado de Bélgica para efectuar un tiranicidio. No se trata de un ciudadano sencillo, ni menos de un campesino sino se llama a un individuo previamente seleccionado, maduro, y recientemente orlado por la Universidad de Lovaina: e1 Doctor Rodolfo Magallanes que habiendo sido hermano lego en el convento de Ysleta , abandona sus propósitos individuales para ingresar a las filas de La Liga y luchar en la consecución de los propósitos de efectuar la liberación del pueblo mexicano de la opresión del tirano. Muy interesante resulta el manejo que el narrador —en estricta tercera persona— hace del protagonista en cuanto a que lo metamorfosea de ser un individuo totalmente blanco y espiritual en un oscuro delincuente al margen de la ley dispuesto a armar propiamente una guerra de guerrillas documentada y organizada en un amplio espectro de las capas sociales en la consecución de sus objetivos. En analogía con el llamado segundo subgénero de la novela policial el protagonista no es precisamente un policía o un individuo afiliado con las autoridades legales. Tampoco es un investigador, acarreado al asunto por circunstancias fuera de su control, al cual su vulnerabilidad frecuentemente le expone a la culpabilidad, a cometer actos ilegales, a suspender la ética y racionalizar actos cuestionables por medio de un contextualismo ético sospechoso.
El protagonista Doctor Rodolfo Magallanes se ve a sí mismo regresando a las calles oscuras del México callista para entrevistarse y reportarse ante La Liga. Parado junto a un candil: "El Dr. Magallanes ha estado puntual. […] Nadie aparece en los contornos. Espera durante una hora, de pie. Nadie se acerca. Avanza la noche. El doctor mira su reloj. Están por sonar las doce" (La Guerra Sintética, capítulo 9). De esta manera se inicia “el rodaje” de la narración en medio de una serie de diálogos directos, fríos casi cinematográficos, hasta que Rodolfo Magallanes resulta aprehendido por las fuerzas oficiales iniciando así lo que más tarde sería su agonía en los sitios oscuros y malolientes en los que se refunde a los enemigos del régimen. A través de sucesivas cárceles y torturas se va enterando de los mecanismos de persecución, ejecuciones e incluso del uso de hornos crematorios para hacer desaparecer “las evidencias” de los cadáveres y evitar que los Cristeros recuperen los restos contribuyendo a la mistificación de su lucha. Aprehendido y arrojado en un vagón militar, junto con otros cristeros condenados a la ejecución fuera de la ciudad, el Doctor Magallanes resulta sobreviviente por inesperados sucesos que le llevan a conservar la vida para proseguir toda su gesta ideológica y llevar a cabo el tiranicidio.
En el libro se aborda el asunto de los numerosos muertos que había estado produciendo la persecusión religiosa en México que a su vez había propiciado el alzamiento de los Cristeros en defensa de dicha libertad religiosa en México, y los muertos del lado de las tropas federales por el otro, sin ninguna solución al conflicto vislumbrándose en el horizonte. El personaje central del libro tiene entonces una ocurrencia: en vez de combatir en contra de los soldados que solamente obedecían órdenes superiores, ¿por qué no evitar sus muertes y las muertes de los propios combatientes cristeros yéndose no en contra de ellos sino en contra de sus jerarcas superiores? Y no en contra de todos los jerarcas superiores incluyendo mandos intermedios, sino “los más superiores” en la cadena de mando, o sea las cabezas, los verdaderos perpetradores de la persecusión religiosa. De este modo se podían maximizar los muy limitados recursos disponibles abreviando el conflicto yendo no en contra de todas las tropas federales sino en contra de una muy reducida minoría elitista que no llegaba ni siquiera al uno por ciento en las filas enemigas, o sea los verdaderos culpables. Al reducirse ampliamente la lista de los enemigos a aniquilar, la guerra se sintetiza a su mínimo, de allí el título de la obra La Guerra Sintética.
He aquí un extracto del libro sobre cómo por mera aritmética era necesario afinar la puntería, llegando a la idea central detrás de la guerra sintética que muy seguramente le puso los pelos de punta a principales funcionarios del gobierno cardenista:
También le enseñaban (a Rodolfo Magallanes) aquellos libritos, que el 95 por ciento de los mejicanos se declaraban católicos. Y aunque esto para Magallanes no significaba la totalidad de un catolicismo perfecto y práctico, sí decía muy claro que el plebiscito nacional se declaraba amigo y simpatizador de la Iglesia Católica y de sus espirituales ideales. Y de ello sacaba esta evidente conclusión.
— “Luego es un cinco por ciento de audaces intangibles, los que subyugan a dieciseis millones de pacíficos corderos”.
Y ni siquiera eso. De ese cinco por ciento, que significaría algunos miles, sólo es una breve porción la que sincera o insinceramente tiene que hacer el papel de anticatólica. Esa porción no llega a cien mil individuos, componentes de#los dos grandes organismos de la revolución: el Ejército y el Partido Nacional Revolucionario. Y de esos cien mil individuos, la mayoría militar, soldados rasos; la mayoría civil, borregos inciviles, son unos cuantos mangoneadores los que manejan todo el tinglado, los que tienen en su mano la palanca de la múltiple maquinaria, por la cual los mejicanos están tan fastidiados que se lanzan a matarse unos con otros.
Las elocuentes cifras formaban ahora en la mente de Magallanes el siguiente CUADRO:
Católicos perfectamente acogotados: | 15.796,586 |
No católicos fastidiados también: | 626,136 |
Católicos paleros de la revolución con hueso en el Ejército o en el P.N.R: | 99,000 |
Líderes anticatólicos de ocasión: | 900 |
Meros jefes centrales de la persecución: | 100 |
Total de habitantes (Censo de 1934): | 16.522,722 |
____Resumen:
____Gangrena nacional: 100 individuos.
____Podre circundante: 900 individuos.
____Explotados y víctimas en total: 16,521,722 individuos.
Y Magallanes así reflexionaba:
— “Un pueblo entero atornillado por un cientosesentamilésimo. Más claro: Mil seiscientos pesos plata piqueteados por un centavo de cobre. Es decir: un cuerpo humano fastidiado por una chinche”. Magallanes tenía razón. ¿Qué vale una chinche ante un cuerpo humano? ¿Qué vale un cintosesentamilésimo ante un pueblo entero? ¿Qué son cien verdugos ante dieciséis millones y más de víctimas?
— “¿Qué no podríamos los católicos acogotar a esos cien, despreciar a esos novecientos, que entonces nos alabarían, y libertar a dieciséis millones?”
Tal se preguntaba Magallanes. Y se respondía:
— “¡Sí! ¿Cuál es el medio? ¡La guerra sintética !”
Y habiendo aceptado ya la efectividad de dar cada golpe en contra del enemigo en forma certera, no hacia las extremidades sino directamente hacia la cabeza, el personaje central del libro aborda una cuestión delicada de enorme trascendencia. Puesto que el objetivo era matar a las cabezas del gobierno sin considerar ni siquiera la posibilidad de tomarlos prisioneros, al igual que como se hace con una pantera sanguinaria con la cual no queda otra opción más que matarla para que deje de representar un peligro, surge entonces una interrogante de difícil respuesta a la luz del Mandamiento Divino “No matarás” so pena de condenar el alma al Infierno en caso de cometer lo que es considerado dentro de la Iglesia Católica como un pecado mortal:
¿Es lícito matar al tirano?
En su interior, la novela hace mención explícita a un estudioso que no es ningún personaje de ficción, sino una figura importante, ni más ni menos que el mismo Sacerdote Jesuita que escribió el libro De rege et regis institutione. Se trata del sacerdote Juan de Mariana, historiador y autor de la renombrada Historia de España, que a su vez inspirándose en Santo Tomás de Aquino justifica como éste la revolución y la ejecución de un rey por el pueblo si es un tirano, lo cual sin duda alguna le habrá puesto los pelos de punta a los reyes de España de aquél entonces. La finalidad de la obra de Juan de Mariana es establecer límites claros al poder político fundándose para ello en la tradición artistotélico-tomista, según la cual la sociedad es anterior al poder político y por lo tanto aquélla puede recuperar sus derechos originales si el Gobierno no le es de utilidad. Por eso desarrolla la doctrina sobre el tiranicidio, extensamente aceptada entre los autores escolásticos, ampliando el derecho de matar al tirano a un individuo cualquiera sin temor a la perdición de su alma.
Las tesis neotomistas, implícitas en la obra previa Héctor de Jorge Gram y en la novela posterior y aún más extremista La Guerra Sintética publicada en San Antonio, Texas, en 1935 para ser enviada a México en envíos clandestinos, han sido estudiadas por Juan Hernández Luna (“Dos novelas del neotomismo en México. La filosofía de los cristeros”, en Filosofía y Letras, números. 41-42, México, enero-junio de 1951, pp. 65-86). A propósito de Héctor considerado por algunos académicos más un himno fanático del movimiento cristero que una novela, dicho himno centrado en la figura del protagonista que le da nombre y cuyas hazañas tienen por paradigma al héroe homérico, en donde la resistencia y el boicot organizados en las ciudades, la guerra en Michoacán, las acciones y los amores de Héctor y Consuelo en Zacatecas, y el deber de los cristianos de rebelarse contra la tiranía son los temas principales, se señalan en la obra de Juan Hernández Luna las dos tesis que se oponen en la novela, la que afirma la ilicitud de la rebelión y la que predica, apoyado en el pensamiento escolástico, la justificación filosófica, y aun la obligación de la rebelión (“lo que sí es pecado, y gravísimo, lo que sí merece excomunión, es que el católico no ingrese a las filas de los cristeros”). Y en La Guerra Sintética, que se refiere a la decisión tomada en 1934 por el gobierno del presidente Cárdenas de implantar la educación socialista, Jorge Gram radicaliza su prédica. Siguiendo a Santo Tomás de Aquino y a otros filósofos (Belarmino, Suárez y Mariana), establece la justificación filosófica del tiranicidio: “La guerra sintética se cifra en esto: ¡Poca sangre y mucha victoria! ¡Poca bala y mucho tino! ¡Siempre a las cabezas; a las cabezas siempre!”. “Con Jorge Gram —comenta Hernández Luna— la filosofía escolástica deja de ser puramente académica, deja de ser una reliquia arqueológica, deja de ser simple ornato de erudición medieval, para convertirse en filosofía militante.”
Es en el capítulo XVII del libro La Guerra Sintética, EL ECO DE LOS SABIOS, podemos ver planteada ya directamente la respuesta inicial a la espinosa cuestión planteada en la pregunta “¿Es lícito matar al tirano?”,
Al acercarse el libro La Guerra Sintética a su clímax, en el capítulo XXXII, SOBRE LA RUTA DE LA VICTORIA, se aborda al final del libro la calamitosa situación a la que presuntamente se enfrentaba el gobierno del General Lázaro Cárdenas, según puede apreciarse en el siguiente extracto del libro que puede poner al lector a pensar que la novela no es tal sino una descripción fidedigna de algo que debió de haber ocurrido justo antes de que el gobierno se viera obligado a aceptar algo equivalente a un armisticio, una especie de tregua, antes de enfrentar el colapso final, algo que el gobierno no quiso que se supiera y por lo cual proscribió la impresión y venta en México del libro La Guerra Sintética:
— ¡Viva Cristo Rey!, clama la multitud, con resonancias de erupción geológica. ¡Queremos libertad! ¡Viva Magallanes!.... ¡Vivan los cristeros!
¿Quién ha sido aquel héroe de los cielos?
Hacía apenas media hora que en el campo de Valbuena, aterrizaba un joven mejicano, profesor de aviación de la Academia de Santa María, en California, lograba embaucar al aviador del P. N. R. , lo sustituía en el timón, y se lanzaba a los espacios a escribir el nombre de Cristo en el cielo de la patria profanada. Aquel hombre joven era un fogueado cristero, exiliado más tarde, que había prometido a Magallanes presentarse en Méjico en el momento de iniciarse la guerra sintética. ¡Y cumplía! Lo conocían todos los antiguos y los nuevos luchadores. ¡Se llamaba Héctor Martínez de los Ríos!
Mientras tanto, frente al bamboleo amenazante de las masas católicas, efervescentes, las puertas del Palacio Nacional se cierran. En aquel momento, de la celda de un portero, sale una bala que hiere al comandante de la guardia. Al mismo tiempo, una linda muchacha aparece en el balcón central de Palacio, y toca a rebato, asiéndose a la cuerda de la Campana de la Independencia.
— ¡La guerra sintética!, rugen medio millón de gargantas, levantados los brazos y haciendo retemblar en su centro la tierra
La muchacha que ha sonado la campana de la Independencia está ya en manos de los guardias presidenciales.
— ¿Quién es usted?, le pregunta brusca y ansiosamente el oficial.
—Soy Consuelo Madrigal, la esposa de Héctor; respondió señalando la inscripción que brillaba en el cielo....
A las 12 y diez minutos, de ocho dependencias gobiernistas distintas están llamando por teléfono al cuartel de aviación de
Valbuena. Pero de Valbuena no contestan. Los hilos telefónicos están de antemano cortados
El Secretario de Guerra dá órdenes por inalámbrica a las Jefaturas de Zona, de aprehender al avión escandaloso. Morelia y Toluca derraman la orden por telégrafo. Media hora más tarde Zitácuaro ve pasar el avión indiferente, inaccesible.... Una hora más tarde comunican de Ciudad Guzmán, Jalisco, que el avión se ha estrelladoen las cercanías, pero que el aviador lo había abandonado algún tiempo antes....
A las dos de la tarde, meridiano de Méjico, todos los periódicos del mundo tienen noticia de una sorda conspiración que amenaza al gobierno tiránico de Méjico, con el nombre de la guerra sintética.
A las cinco de la tarde, sobre el mar de lava hirviente de toda una república, cae el segundo mensaje radiofónico del caudillo:
“La Liga Nacional Defensora de la Libertad, de Méjico, intima enérgicamente a todos los hombres que tengan algún oficio en la actual administración, a desempeñar honestamente su cargo con un carácter provisional, mientras el pueblo mejicano escoge libre y razonadamente a los legítimos funcionarios. La misma Liga hace un llamamiento a todos los hombres honrados del país, a prepararse con el estudio, con la acción, y con el ejercicio de las virtudes cristianas y ciudadanas, para el momento en que sean llamados a desplegar sus actividades, desde los puestos elevados de la república.”
A las 8 de la noche de ese mismo domingo, el Presidente de la República está en Chapultepec custodiado con guardia selecta de solos jefes de alta graduación. Nadie sabe en dónde están los dos personajes más connotados de la revolución: Calles y Garrido.
A las 12 de la noche, radiogramas del interior comunican los asaltos intempestivos que han sufrido algunas poblaciones de Zacatecas, de Colima y de Michoacán.
La avalancha de los acontecimientos se echa de bruces sobre la nación atacada de sagrada epilepsia.
A la una de la mañana (es ya lunes 10 de junio), se tienen ya en Méjico los siguientes reportes: En una cantina de Juchitán han sido muertos los dos agentes de la educación socialista. El gobernador de Colima ha escapado milagrosamente de un asalto en plena calle. Tres diputados han caído heridos por manos desconocidas, en un hotel de Aguascalientes.
En un lupanar de Guadalajara, ese mismo lunes ha amanecido muerto, sin herida visible, el secretario estatal del P. N. R., que se había reído 'de la guerra sintética. Ese mismo día, el jefe de un sector de la Zona Militar de Durando es muerto por un hombre que estaba detenido en el mismo cuartel. Un destacamento de Ocotlán defecciona, incorporándose a las fuerzas eristeras de Rocha.
A las 10 a. m., se sabe que el General Calles pretende ir a parcharse de nuevo el redaño con las monjitas de San Vicente, en los Angeles.
A las 3 p. m., se rumora que el Presidente Cárdenas será quien salga a tomar un curso de verano en la Universidad de Leningrado, y Calles “el hombre fuerte”, ocupará el puesto para domar el potro ridículo de la reacción.
Las veinticuatro horas del martes transcurren en formidable exitación.
— ¡La guerra sintética! ¡La guerra sintética!, se oye por todas partes, en secreteos brevísimos de labios resecos.
¡Magallanes, Magallanes!: ese nombre llena todos los espíritus.
En Chapingo caen muertos José Lobato y un puño de sus camisas rojas. Los cristeros de Jovita Baldovinos asaltan las goteras de Aguascalientes, y los de Alcibiades de la Torre se mueven muy cerca de Jalapa.
A las 12 del día se habla de un serio distanciamiento entre el Presidente y el General Calles, con motivo de los sucesos del día.
El miércoles 12, aprehensiones de católicos en todo el país. Son ejecutados “encaliente” muchos ciudadanos indefensos. ¡Si se hubieran dado de alta en el ejército de la guerra sintética !
A las 5 p. m., el nuevo mensaje del rampante caudillo es transmitido al través de la KGER.
“¡Mejicanos, adelante! El andamiaje revolucionario se desvencija por toda la república. Estamos satisfechos de nuestros soldados. La guerra sintética en 72 horas, nos ha dado más victorias que nuestros largos años de paciente brega. ¡Duro y macizo contra el injusto agresor! ¡Nada de escrúpulos, nada de titubeos, nada de contemplaciones! ¡Basta de esclavitud; seamos dueños de nuestros propios destinos”.
A las 9 de la noche, de ese martes fatal, en Chapultepec pululan caudillejos y achechinques. El automóvil del Jefe del Inicuo Ejecutivo ha sido balaceado en el bosque. A la misma hora, en el escondite de Calles, hervor de sabandijas y rechinadera de dientes. El feroz Garrido, entre las sombras de la noche, en un automóvil blindado, busca al Presidente.
A las 12 de la noche, los partes de Guerra anuncian, por todas partes, merodeos inquietantes de partidas armadas. Gobernación es informada de innumerablescateos infructuosos. En Tacubaya, al salir de una cantina, ha sido muerto un secretario de Garrido. Un gendarme de Xoo acaba de matar a un inspector saqueador de iglesias.
El jueves 13 amanece muerto en su automóvil, metido en su garage, en Ciudad Juárez, el más radical de los diputados locales. Todos los diputados, senadores, maestros socialistas y altos miembros del P.N.R. piden infantilmente por telégrafo protección para sus vidas y personas. De todas las principales ciudades de la república informan la aparición de letreros en tinta roja, que dicen: “¡Viva la Guerra Sintética!”
¡Ninguno de los gobiernistas más habladores ha dormido esa noche en su cama!
A las seis de la mañana de ese jueves la prensa metropolitana anuncia la desgracia de una maniobra con la que no se contaba: ¡Los obispos mejicanos han condenado
la guerra sintética!... ¡Titubeo desastroso en todas las filas católicas!
A las nueve de la mañana, un extra de los periódicos clandestinos y de los intrépidos anuncia un telegrama urgente del Obispo de Huejutla. Millones de manos lo arre-
batan; dobles millones de ojos lo deboran:
“Yo no he condenado dice, ninguna guerra sintética, ni creo que mis venerables hermanos cometieran tan inverosímil desacierto. Repito, con esta ocasión lo que ya públicamente he dicho. Si cada hogar se transformara en una trinchera, difícilmente podría el bandidaje comunista destruir la sociedad en que vivimos. El pueblo debe de ir despertando de su letargo y afilando sus garras. Cada hombre, cada ciudadano, haga de cuenta que no existe gobierno en México, y, cuando se vea agredido en sus derechos, defiéndase como pueda, aún contra la fuerza material: no importa que el agresor sea el mismo llamado gobierno”.
A las 5 p. m. todo mundo espera ansioso el radiograma de Magallanes. Este llega por fin:
“Son mentiras que el Venerable Episcopado haya condenado la guerra sintética. Cualquier noticia tendente a turbar nuestra ya formada conciencia, debe ser inmediatamente rechazada como una burda mentira. ¡Adelante, soldados y ciudadanos cristeros! ¡Adelante, caiga quien cayere! Nuestro terror se impone para acabar con esta pesadilla de veinte años. ¡Viva Cristo Rey! ¡Orden irrevocable: sacudir la tiranía y castigar a los tiranos! ¡Viva Méjico católico y libre!”
A las 6 p. m. de todas las provincias han desaparecido los líderes del P. N. R. y de la escuela socialista. No se sabe si están escondidos, o si han sido ya suprimidos.
A las 7 de la noche la prensa de Méjico anuncia un cambio radical que sufrirá la política del país.
A las 10 de la noche corre como reguero de pólvora la noticia sorprendente: ¡el Presidente Cárdenas ha pedido la renuncia a todos los ministros!
A las 12 de la noche los voceadores atruenan con los extras de prensa. ¡Anuncian la inesperada, la ruidosa caída política del General Calles, Jefe Máximo de la Revolución, y la de su discípulo amado Garrido Canabal! El Presidente anuncia una reforma efectiva en su Gabinete.
Toda la nación pasa la noche con los ojos y los oídos bien abiertos.
Se rumora ya por la mañana del viernes 14, que los católicos apoyarán al Presidente que acaba de sacudirse a Calles. ¡Nuevo conato desorientador entre las audacias católicas!
A las 5 p. m. , sobre una ola de espectación febril, peligrosísima, Magallanes, el rectilíneo, lanza la radiodifusión de su mensaje:
“¡Católicos mejicanos! ¡Adelante! ¡Nuestra guerra sintética se corona de triunfo! ¡Nuestra marcha será arrolladora! Estamos preparados contra los embustes y las falsas promesas. ¡Calles ha caído! ¡Pero la caída de Calles no es para nosotros la caída de la tiranía! Lo repetimos con toda la energía de nuestras fuerzas: las únicas señales que aceptamos de una eficaz enmienda en los hombres del poder son éstos: Inmediata suspensión de la escuela socialista; reforma inmediata de los artículos persecutorios de la Constitución de 1917, en el sentido propuesto por los Prelados en 1926; acogotamiento inmediato de esos dos hombres nefandos Calles y Garrido; desprohijamiento evidente del P. N. R. ; invitación leal, sincera y garantizada para la vida cívica a los partidos de oposición Sólo a la vista de tales signos pensaremos en conceder el indulto a los tiranos u ordenar el armisticio a nuestras fuerzas. Una cosa, empero, deben tener todos muy presente: que nada ni nadie nos desvirtuará nuestro plan de la guerra sintética; que seremos inexorables en nuestra justicia, y que nuestra orden del día, constante y tenaz, será ésta: ¡Católicos mejicanos, audacia, audacia, au- dacia! Revestios de gloria en la epopeya de la guerra sintética Nuestro objetivo es bendito, es santo, es inmortalizador ante Dios y ante la historia. Es éste: sacudir la tiranía y castigar a los tiranos”.
Esa noche el Presidente Cárdenas se pasea a lo largo de su oficina, solo y desesperado. ¡Sin Calles, sin Garrido sin ministros! Su revolucionarismo obtuso todavía le impide ver que la libertad religiosa sería una prenda de gloria fácil de obtenerse en aquellos momentos! Por otra parte, el grito de Magallanes le atenaza el cerebro.
El Presidente, no sabiendo ser frío ni caliente, prefiere mostrarse tibio. A las 6 de la mañana del sábado se da la noticia de que se abrirán en el Distrito Federal los templos que estaban clausurados. La Legislatura de Colima y la de Chihuahua anuncian que aflojarán el radicalismo de sus leyes antireligiosas. Más aún, a las 10 de la mañana cunde por toda la nación la noticia de que Garrido ha volado en su “Guacamayo” para Tabasco, y ¡otra más! que Calles amarra a toda prisa sus chivas con destino a Honolulú !
A la 1 p. m. , sobre la boca abierta de toda una república, cae la noticia inverosímil de que el mismo General Cedillo, acusado por los callistas de simpatizador con el fanatismo religioso, es llamado por Cárdenas a ocupar el lugar del monstruoso Garrido.
¿Estará el Presidente Cárdenas dispuesto a entrar en razón? ¡Flujo y reflujo de vacilaciones en todos los frentes católicos! ¿Será ya el triunfo? ¿Qué ordenará el Doctor Magallanes?
A las 5 p. m., el urgente mensaje de Magallanes, el irreductible, el conductor de la defensa católica, truena así:
“Los católicos mejicanos tomamos nota de la expulsión de Calles y de Garrido, y de la renovación del Gabinete, como un ligero indicio, apenas incipiente, de una enmienda formal y satisfactoria. Pero declaramos enfáticamente que la guerra sintética no admite atole con el dedo, y seguirá adelante hasta acabar con el último enemigo de la cristiana libertad. ¡Católicos mejicanos!, para muestra de nuestra actitud y resolución mañana domingo a las 12 meridiano, os presentaréis en masa ante el Palacio Nacional para testificar que estáis muy lejos de conformaros con trapos calientes, cuando queréis el respeto íntegro de vuestros derechos, y de una buena vez, la restitución completa de vuestra libertad. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Méjico libertado por la guerra sintética !”
Domingo 15 de junio de 1935. A las ocho de la mañana, ni un callista para remedio. A las 12 del día, un millón de ciudadanos, obedientes a la consigna de Magallanes, se estampan contra el viejo y renovado palacio de los virreyes.
Los Rotarios de la Convención Internacional están espantados. Reunidos en el Palacio de Bellas Artes, comienzan a ver que Méjico no es todavía, como les decían, "un pueblo feliz".
Mas masas indómitas, heterogéneas, rugientes, candentes representan un solo corazón, un solo anhelo. Los rótulos que portan, los puños crispados que enarbolan, se concentran en un solo grito vibrante, trepidante que aturde los cielos y la tierra, con rugidos y con sollozos.
Hay algo impalpable, que resucita la fe y la esperanza en el millón de los corazones opresos. ¿Será la mole erecta de la gigante Catedral impávida, que recuerda el catolisismo pétreo de la raza? ¿Será la vivaracha Campana de la Independencia, que sonó un día heroicamente, por la libertad, por la religión y contra el mal gobierno?
¡Quizá!
Pero es también que en cada espíritu palpitante, y en la plancha cerúlea del cielo, y sobre el fondo niveo de los volcanes, el alma mejicana contempla, bendice, y presta
juramento de fidelidad, a la figura enhiesta del caudillo, el del ceño fruncido, el del puño crispado, el del cerebro sin brumas, el hombre que sabrá defender a todo un pue-
blo, encajándolo con decisión sobre la ruta indefectible de la victoria
(Octubre 28 de 1935.)
Al llegar a su vertiginoso clímax, La Guerra Sintética se antoja ya no como una novela sino como un relato hasta cierto punto verdídico en el que los nombres de algunos personajes han sido alterados (al igual que como Jorge Gram fue un seudónimo forzado por las circunstancias) para evitar las represalias del gobierno anticatólico de entonces, ya que mientras que al comienzo de la misma describe el proceso de la planeación de un asesinato, la argumentación y licitación del crimen, una especie de guía detallada para efectuar el asesinato de un hombre—que por cierto es el Jefe máximo emanado de la Revolución Mexicana—y que ha sido declarado como tirano por el pueblo católico objeto de su persecución, al final describe un gobierno acorralado y atrapado en un callejón sin salida. De este modo, La Guerra Sintética no solo trata de cómo efectuar el tiranicidio del déspota que oprime al pueblo en una época en la que se había dado por concluida la gesta de la Revolución Mexicana, proporciona los detalles para implementar un nuevo tipo de lucha que no se le había ocurrido a nadie a. Llevada en una amplia perspectiva socio histórica, y parafraseando a Hernán Vidal, nos proporciona la visión de los marginados, los de a pie, de aquellos cuya voz fue acallada por la fiereza de la censura militar hegemónica en plena etapa posrevolucionaria con que se iniciaba el México moderno en la primeras décadas del siglo XX. Todo enmarcado en un amplio análisis de tipo teológico en franca citación a doctores de la iglesia donde intercala individuos de un habla superior pertenecientes a la más elevada intelectualidad del catolicismo, y el habla de los personajes pertenecientes a las clases más bajas de la sociedad de esos tiempos con relevante heteroglosia. En medio de una descripción casi lineal, el narrador de La Guerra Sintética, nos lleva a revivir la gesta de terror y sangre que se vivió en la segunda parte de la guerra cristera usando la presencia epopéyica de la gesta del México posrevolucionario perseguido por haber luchado en defensa de su libertad de expresión, Todo esto enmarcado magistralmente en los elementos característicos de una novela negra y criminal.
Es entendible que el General Lázaro Cárdenas, cuando aún vivía, no quisiera ver ni siquiera de lejos un ejemplar del libro La Guerra Sintética.
Pese a que el tema sobre el que se teje La Guerra Sintética se presta a la producción de una serie televisiva de varios capítulos o inclusive una buena película, no hubo ni lo uno ni lo otro. ¿Por qué? Si el libro estaba prohibido en México, con mayor razón lo estaría una novela de televisión o una película basada en el libro. Y el Partido Revolucionario Institucional, descendiente directo del Partido Nacional Revolucionario fundado por el abiertamente anticatólico Plutarco Elías Calles, ciertamente se habría opuesto con tenacidad a la producción de tales cosas, sobre todo en los tiempos en los que el PRI era el aparato de control político de gobierno en una simulación de democracia que se podía venir abajo ante la amenaza de una explosión social violenta como la que se trataba en La Guerra Sintética.
La Guerra Cristera, que le dió a la Iglesia Católica en México algunos mártires como el Padre Pro y José Sánchez del Río, fue llevada a cabo al grito de ¡Viva Cristo Rey! Casi 90 años después, el partido político fundado por el hombre que inició en México las persecusiones religiosas enfrenta su propia agonía tras haber sido pulverizado en los procesos democráticos llevados a cabo el domingo 1 de julio de 2018, mientras que al mismo tiempo las iglesias católicas en México celebran el culto y las festividades propias del catolicismo en plena libertad, o sea los derechos por los cuales lucharon los rebeldes cristeros en su momento de rebelión, y aún puede escucharse el grito triunfal de ¡Viva Cristo Rey!
Los restos mortales de Plutarco Elías Calles descansan en una tumba poco visitada. Ciertamente, los católicos no tienen interés alguno en visitar ni siquiera en calidad de turistas el sepulcro del que fuera el que encabezó una de las más duras persecusiones en contra de la Iglesia Católica en México de que se tenga memoria. Si las visiones de santos y santas de la Iglesia Católica acerca de lo que hay en el más allá, sobre todo en el Infierno, son verídicas, Plutarco Elías Calles debe haber tenido motivos de sobra para preocuparse sobre el castigo que pudiera haberle estado esperando por haber sido un enemigo activo de Aquél que fue a fin de cuentas a quien realmente estaba persiguiendo al perseguir implacablemente a sus seguidores y creyentes.
El texto completo del libro-novela histórica La Guerra Sintética se puede encontrar disponible en varios sitios de Internet, y se garantiza de antemano que la lectura resultará interesante.
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