En otros tiempos, los partidos políticos representaban posturas ideológicas firmes que le daban una opción al electorado. Los partidos liberales en su mayoría, por ejemplo, adoptan una posición en pro del aborto como una decisión personal que le corresponde hacer a una mujer en pleno uso de sus derechos y facultades mentales (como ocurre en Rusia, la primera nación en donde se legalizó la práctica del aborto bajo el gobierno comunista de la Unión Soviética), mientras que los partidos conservadores apoyados por corrientes religiosas lo consideran como un crimen que debe ser penalizado castigando a la mujer y a los médicos y enfermeras que incurran en la práctica de legrados (como ocurre en países latinos mayoritariamente católicos). Los partidos de izquierda están a favor de esquemas socialistas en los que se aboga por una distribución más igualitaria de la riqueza nacional cargándole la mano en los impuestos a los que más ganan (como ocurre en los países nórdicos), mientras que los partidos de derecha se oponen a los esquemas económicos socialistas y apoyan filosofías capitalistas de libre empresa y libre mercado que permiten que unos cuantos logren acaparar en sus manos la mayor parte de la riqueza nacional. Estas son opciones distintas, y el sistema de partidos daba una manera al electorado de poder decidir el rumbo que debería tomar el país.
Pero en México el sistema de partidos ha degenerado, y en vez de tomar como bandera ciertas causas sociales, políticas y económicas, el principal objetivo (de hecho, el único) se ha convertido en una lucha entre varias facciones por el poder mismo, y por ello vemos alianzas francamente esquizofrénicas (desde la perspectiva ideológica que dicen representar) en tiempos electorales como el otrora derechista Partido Acción Nacional y el otrora izquierdista Partido de la Revolución Democrática para arrebatarle el poder en elecciones locales a un Partido Revolucionario Institucional que nunca se ha definido a sí mismo ni de derecha ni de izquierda. Se trata simplemente de un “quítate que ai' voy yo”.
Es por ello que, con el fracaso de la partidocracia, hay quienes ven en las candidaturas independientes de personajes que no estén afiliados a ningún partido político una esperanza de poder llevar una verdadera democracia representativa ante el Congreso de la Unión y a los gobiernos locales y nacionales, libres de las ataduras y compromisos a partidos convenencieros que ya no representan ninguna ideología y solo están interesados en la repartición de cuotas de poder a través de esquemas anti democráticos como los diputados y senadores de representación proporcional (plurinominales).
Uno de los intelectuales que propone basar la nueva democracia mexicana no en el cada vez más anquilosado sistema de partidos políticos sino en el esquema de los candidatos independientes es Jorge Castañeda, quien fuera el primer mexicano en anunciar su candidatura presidencial para el 2006 sin ser nominado por un partido político, aunque un juez de distrito desechó sus argumentos. Eventualmente su caso llegó ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y los escándalos subsecuentes dejando muy mal parada la imagen del gobierno de México en el exterior prácticamente forzaron a la partidocracia en México a darle paso a las candidaturas independientes. Jorge Castañeda escribió un libro titulado Solo así: Por una agenda ciudadana independiente, que puede ser considerado como un ensayo grande o un libro pequeño. El texto está subdividido en tres partes. La primera parte es una crítica a la mitad del gobierno actual en donde dice que “la mancuerna mortal de corrupción y violaciones a los derechos humanos, unida por el pecado mayor de la impunidad, hundió al sexenio de Peña Nieto”, añadiendo que las reformas, “muchas de ellas necesarias, virtuosas, productivas a mediano plazo”, quedaron opacadas, por hechos asociados a la corrupción como la Casa Blanca, Malinalco y el tren chino, pero también por eventos relacionados con la violación a los derechos humanos como Ayotzinapa, Apatzingán, Tlatlaya y Tanhuato. En la segunda parte ofrece lo que piensa que son los puntos medulares de una agenda ciudadana. Están relacionados con la corrupción, la violación de los derechos humanos, la reforma del sistema de partidos y de representación, la defensa de las minorías y “la desdichada mayoría compuesta por los consumidores mexicanos”. Para Jorge Castañeda sólo una candidatura apartidista puede hacer suyas estas demandas. Una agenda ciudadana debe hacerse cargo de los temas que también asumen los partidos como el crecimiento económico, la salud, la educación y combate a la pobreza, pero en el texto hace “hincapié en lo que no se menciona tanto, o en lo que se dice pero no se hace, y no se hará, si todo queda en manos de los partidos”. La tercera parte sostiene que los cambios que México necesita sólo los puede realizar “un gobierno exterior a la partidocracia, que nazca de fuera de los partidos, que como fuerza externa al sistema lo obligue a transformarse”. Ese gobierno, añade, sólo “puede provenir exclusivamente de una candidatura independiente a la presidencia, única y con un programa, con un equipo de campaña y de un gobierno, y una planilla de candidatos independientes que la acompañen”.
En este 2016 en las elecciones del 5 de junio en el estado de Chihuahua, seguramente inspirados por el triunfo en Monterrey de El Bronco Jaime Rodríguez Calderón quien se convirtió en 2015 en el primer gobernador en México que obtuvo su gubernatura sin estar afiliado a ningún partido político, por primera vez un hombre contendió por la gubernatura de Chihuahua como candidato independiente, José Luis “Chacho” Barraza, mientras que en Ciudad Juárez también por vez primera en su historia contendió por la alcaldía de la ciudad mi tocayo Armando Cabada. El primero no pudo concretar su aspiración de convertirse en el primer gobernador independiente de Chihuahua, mientras que el segundo sí logró triunfar sobre su oponente el candidato oficial Héctor Murguía Lardizábal ganándole en las urnas en razón de dos a uno.
El pueblo supone que un candidato independiente está en mejores condiciones para gobernar porque llega sin compromisos ni ataduras a su cargo, sin deberle lealtad a ningún partido político ni a los dogmas de ningún partido. Sin embargo, esto es una ficción, porque las candidaturas independientes tienen un pequeño gran inconveniente en el que muchos aún no se han puesto a pensar.
Sin duda alguna, para echar a andar una campaña política en cualquier país, se requieren fuertes sumas de dinero para que un candidato cualquiera, independiente o afiliado a algún partido político, se pueda dar a conocer a través de los medios y pueda movilizarse. Un candidato con amplios recursos económicos siempre tiene más probabilidades de ser reconocido por donde va y ganarse la confianza de la gente que un candidato que no tiene un solo centavo en el bolsillo y depende de la ayuda de sus simpatizantes para poder obtener dinero para poder contratar publicidad y poder promocionarse. Y he aquí en donde está el intríngulis: ¿de dónde va a salir el dinero que va a financiar al candidato independiente?
De acuerdo con Sistema Integral de Fiscalización (SIF) del Instituto Nacional Electoral responsable por primera vez de la fiscalización de estos comicios locales, en el caso del independiente Armando Cabada y su contrincante el priista Héctor Murguía Lardizábal, Armando Cabada gastó 6 millones 85 mil pesos, mientras que Héctor Murguía gastó 4 millones 692 mil pesos. Cada uno tenía derecho a erogar hasta 18 millones 707 mil 060 pesos, que fue el monto autorizado como tope, así que ambos se quedaron cortos aunque no por falta de ganas. En lo que toca a Armando Cabada, se pudo dar el lujo de rechazar el financiamiento que le ofrecía el INE como candidato independiente por tratarse de una suma ridícula, 30 mil pesos, más no así Héctor Murguía que por ser candidato del PRI recibió a través de su partido una suma millonaria de fondos públicos que de otra manera habría tenido que salir de sus propios bolsillos.
Generalmente hablando, los candidatos de los partidos políticos no pagan sus campañas con dinero salido de sus propios bolsillos ni los partidos políticos se sostienen con las aportaciones voluntarias que hagan sus militantes. Los partidos reciben dinero público para su sostenimiento y operación, tanto para la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México como para los gastos de los partidos en su sostenimiento así como en sus campañas políticas (en países como Estados Unidos, los partidos Republicano y Demócrata no reciben un solo centavo de las arcas públicas, tienen que buscar sus propios recursos en donde puedan encontrarlos). Antes del arribo de los candidatos independientes al panorama político nacional, se había considerado que era necesario dar cierto apoyo económico a los partidos para evitar que por falta de recursos cayeran en la tentación de buscar ayuda con fondos de procedencia ilegal. El esquema de repartición de recursos públicos a los partidos, pese a la oposición de la ciudadanía, había estado funcionando. El problema se vino cuando los candidatos independientes empezaron a reclamar para sí dinero de las arcas públicas “para poder competir en condiciones de equidad”. No es posible hacer el propósito de proporcionarle a todos los candidatos independientes que se quieran registrar las mismas cantidades de dinero que usualmente se le proporcionan a los partidos políticos, porque si para cierta elección se registran no uno o dos sino cien aspirantes reclamando para sí la misma cantidad que se le da a partidos como el PAN o el PRI, ningún presupuesto va a alcanzar por la suma estratosférica que se acumularía casi de inmediato. No queda más remedio que darle a cada uno de los candidatos independientes una cantidad mucho menor, podríamos decir incluso simbólica, que la que se le proporciona a cada partido político. ¿Entonces de dónde van a sacar los candidatos independientes el dinero necesario para poder competir en condiciones de equidad con los candidatos afiliados a los partidos políticos? ¿De sus propios bolsillos? Un multimillonario como Donald Trump puede darse el lujo de financiar su propia campaña política aún en caso de que pierda en las elecciones porque dinero es lo que le sobra, pero en México no tenemos tantos magnates dispuestos a competir en los procesos electorales sacando dinero de sus propios bolsillos para sus campañas. ¿Entonces de dónde van a sacar dinero los candidatos independientes que no lo tienen? Aquí es donde entra el meollo del asunto. Tómese en cuenta que en el caso de los candidatos independientes es mucho más difícil fiscalizar la procedencia de los recursos propios que usaron para sus campañas que en el caso de los partidos políticos. A los partidos políticos el dinero en su mayor parte se los proporciona directamente el gobierno, y la fiscalización consiste en que justifiquen la manera en la cual gastaron el dinero que se les dió. Pero tratándose de los candidatos independientes, al no poder darles más que una suma meramente simbólica se les está obligando a que pongan dinero de sus propios bolsillos o que obtengan “padrinos” generosos que les darán fuertes sumas de dinero pero a sabiendas de que, en caso de ganar, se estará adquiriendo un compromiso para dar algo a cambio por la ayuda que se recibió. En pocas palabras, el candidato independiente, más que cualquier otro, está propenso a caer en la tentación de adquirir compromisos con gente sin escrúpulos a cambio de la ayuda económica que le será proporcionada para sus gastos de campaña. Esto se presta a actos de corrupción y soborno en escala mayor, ya que los “padrinos” pueden ser propietarios de empresas constructoras con aspiraciones a contratos multimillonarios para obras públicas, o pueden ser inclusive narcotraficantes que esperan que se les deje trabajar o que se les ayude de alguna manera en la protección de su negocio ilícito.
En el caso de Armando Cabada, ya sabemos que su campaña le costó 6 millones 85 mil pesos mientras que a su adversario Héctor Murguía le costó 4 millones 692 mil pesos. Al segundo no le preocupa tanto el haber perdido, que al fin y al cabo no fue dinero salido de su propio bolsillo sino que, en su mayor parte, se trata de dinero que le proporcionó el mismo INE. Pero Armando Cabada, que inclusive gastó más dinero que Héctor Murguía, ¿de dónde sacó los seis millones de pesos? ¿Acaso se sacó la lotería? Ciertamente no de sus propios ahorros trabajando como conductor de noticieros para la empresa de su padre Don Arnoldo Cabada de la O, a menos de que tenga un sueldo que no ganan ni siquiera los gerentes de las empreas maquiladoras norteamericanas. Armando Cabada puede justificarse diciendo que recibió un préstamo o una “ayudadita” de su padre Don Arnoldo que es rico, aunque en caso de haber perdido las elecciones esto habría sido un evento casi doloroso para la gran familia Cabada.
De hecho, a los seis millones que gastó Armando Cabada en su campaña, hay que sumarle otro millón de pesos, esto después de que las autoridades electorales notificaron a Armando Cabada ya como presidente municipal electo de Juárez el monto de la sanción económica que le impusieron luego de que dictaminaron que durante su campaña incurrió en diez irregularidades, cuatro de ellas graves, con respecto al manejo financiero de su campaña electoral. El Instituto Nacional Electoral notificó a Cabada sobre el pago obligatorio de más de un millón de pesos, tras considerar que incurrió en varias irregularidades y que cuatro de las cuales responden al calificativo de “graves ordinarias”. Calificando la sanción como injusta, Cabada calificó al sistema electoral como inequitativo ya que tiene que pagar la multa con dinero de su propio bolsillo (¿un millón de pesos?), mientras que los partidos políticos financiados por el Estado responden por sus candidatos.
El hecho de que los candidatos independientes tienen que financiarse con sus propios recursos casi los obliga, en caso de no ser ricos, a buscar ayuda económica de quienes les darán tal ayuda a la espera de obtener algo importante a cambio. ¡Pero la razón de ser de los candidatos independientes, la justificación que se les daba, era que podían gobernar mejor por entrar a gobernar sin ningún compromiso con nadie, sin tener que andar pagando facturas por allí, sin tener ataduras de ninguna especie!
Las candidaturas independientes son el sueño dorado de cualquier narcotraficante. Al ver a algún candidato promisorio con arrastre entre las multitudes, un capo le puede facilitar a un candidato independiente millonadas de pesos que el candidato puede alegar que se trata de dinero suyo propio que estaba guardando “debajo del colchón”, que al fin y al cabo no hay forma de comprobárselo. E irónicamente, un candidato independiente en caso de triunfar puede llegar mucho más comprometido y con muchas más facturas a pagar que el candidato de algún partido cuya campaña ha sido financiada a través de su partido con recursos públicos que no lo compromenten a nada. Y este es el “pequeño” gran inconveniente de las candidaturas independientes, lo suficientemente grande como para cuestionar con seriedad si realmente queremos que la democracia en México se deshaga por completo del sistema de partidos y se maneje únicamente a través de gobernantes surgidos como candidatos independientes. El experimento de la partidocracia le ha dado hasta hoy resultados mediocres a México. Pero la ruta de llenar de independientes todos los puestos clave del gobierno se antoja mucho más riesgosa y con muchos mayores peligros que la partidocracia. Esta podría ser una buena manera para los partidos políticos para seguir justificando su inexistencia, por inútiles que nos parezcan. Tal vez sea mejor conformarnos de que al menos los partidos se pongan de acuerdo para terminar con la maroma de los cargos de representación proporcional o plurinominales, aceptando que solo gane el que realmente gane y no el que obtenga una cuota de poder en base a lo que le toque a cada partido según lo que dicte la plurinominalidad que ya no tiene razón de ser ahora que los tiempos del partido único han pasado a la historia y seguramente no regresarán a México nunca más.
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