miércoles, 3 de junio de 2015

Militarización de los ni-nis



De acuerdo a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), y específicamente de acuerdo al Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de los Adultos, en México hay 7 millones de ni-nis, jóvenes de 16 a 29 años que ni estudian ni trabajan, los cuales (esto ya no lo asienta el informe) son un verdadero dolor de cabeza para la sociedad y para sus propios familiares que tienen que vérselas con el mal humor y las ínfulas que muestran muchos de estos ni-nis zánganos muchos de los cuales terminan cayendo en la drogadicción o en la delincuencia.

La principal causa del pandillerismo juvenil se encuentra en vagos adolescentes ni-nis sin oficio ni beneficio, los cuales se juntan en las calles y se van maleando entre ellos aprendiendo las malas artes que solo pueden aprender en la calle los que no tienen ninguna otra cosa útil que hacer con su tiempo.

Los derechohumanistas que nunca faltan y siempre están allí para justificar el comportamiento antisocial de los ni-nis se aferran a su “defensa” de siempre alegando que “los pobrecitos son el resultado de familias disfuncionales, son la consecuencia de familias desintegradas”. Pero aunque así fuera, ¿qué culpa tiene el ciudadano ordinario que termina siendo víctima de estos pandilleros que provengan de familias disfuncionales, de que sean la consecuencia de familias desintegradas? Esas argumentaciones esotéricas esgrimidas por los derechohumanistas son un pobre consuelo para la jovencita que yace moribunda en una cama de hospital después de haber sido violada por una runfla de cinco pandilleros, o para el pobre carpintero que quedó muerto en su taller después de haber sido robado y apuñalado repetidamente por gentuza de corta edad carente de valores.

Se han efectuado miles y miles de foros, mesas redondas, mesas de diálogos, convenciones y debates, para discutir el problema, y el resultado sigue siendo el mismo: nada en concreto. Se ha perdido ya demasiado tiempo -y se han acumulado ya demasiadas víctimas de los ni-nis pandilleros en ese tiempo- sin haberse logrado nada, y es tiempo de que se implementen acciones que ofrezcan una salida.

Y una cosa que se puede hacer para atacar el problema de fondo consiste en llevar a cabo la militarización de los ni-nis, la cual consiste en imponer un servicio militar obligatorio a todos los menores de edad, digamos de los 15 años a los 17 años, que no puedan comprobarle a una trabajadora social del Estado que estudian en alguna institución o que están trabajando en alguna parte ganando su dinerito honestamente. Vendría siendo una conscripción militar obligatoria de tiempo completo, dejarían su casa por algunos años para irse a vivir a una guarnición militar.

Se recalca que la solución consiste en un servicio militar obligatorio, de por lo menos dos años de duración, tiempo en el cual los ni-nis que vayan siendo reclutados dentro del Ejército permanecerán bajo la custodia del Ejército. Y no se trata de algo a lo cual se presenten todos los días por unas dos o tres horas a un cuartel para recibir entrenamiento militar, se trata de un enclaustramiento en el cual estarán confinados las 24 horas del día por espacio de unos dos años a un campamento militar en donde ahí vivirán, comerán, practicarán las artes marciales, e inclusive estudiarán algún oficio o podrán empezar los estudios preliminares a una profesión universitaria. No serán prisioneros, eso no, serán “soldados al servicio de la Patria”, lo cual debe ser tomado como un honor y no como una desgracia.

Las madres de los ni-nis podrán protestar como dolorosas en contra de que sus hijos sean llevados de buena manera o a rastras a los cuarteles militares, pero si no pueden demostrar a las autoridades que sus hijos son estudiantes inscritos en algún colegio y que están aprobando todas sus materias (no se requiere que tengan altas calificaciones, solo se requiere que no tengan materias reprobadas ni que estén repitiendo año escolar), o bien que sus hijos están trabajando a tiempo completo en algún lugar (por ejemplo, en una carpintería en donde se les pueda localizar durante el día a cualquier hora del día), entonces de nada les valdrá el tratar de impedir que el Ejército les recoja a sus vaguitos ni-nis.

De hecho, no hace mucho tiempo había un servicio militar obligatorio en varios países alrededor del mundo, mediante el cual los menores de edad se tenían que presentar en los cuarteles para servir a tiempo completo en las fuerzas armadas, y esto no era una opción voluntaria, ya que si no lo hacían o se resistían podían terminar en una cárcel o peor aún acusados de deserción y juzgados por un tribunal militar. En los tiempos de la Revolución Mexicana esto era conocido como “la leva”, los vaguitos sin oficio ni beneficio eran levantados con o sin su consentimiento, y eran llevados al cuartel para reportarse con el sargento del cual recibirían órdenes directas.

Hace varias décadas, la conscripción forzada de ni-nis no era del agrado de muchos, sobre todo de los padres de los ni-nis, y sobre todo de los mismos ni-nis. Pero también es cierto que en esos tiempos no había tanto pandillerismo juvenil como el que hay ahora. Los cárteles se nutren de estas pandillas de vagos que por no trabajar ni estudiar no pueden hacer otra cosa más que aprender a jalar un gatillo y a violar la ley aunque siempre obedeciendo órdenes.

En rigor de verdad, muchos ni-nis que no son reclutados a la fuerza por el Ejército de cualquier modo terminan siendo reclutados dentro de algún cártel en donde lo primero que tienen que hacer es aprender a obedecer órdenes, y a jalar el gatillo. Sigue siendo lo mismo, excepto que del primer modo sirven a su país, sirven a la Patria, están “en el lado correcto”, mientras que del otro modo terminan en “el lado incorrecto”.

Sin necesidad de tener que gastar sumas extraordinarias de dinero en la contratación de médicos psicoanalistas y expertos en terapias de rehabilitación, en el Ejército tienen justo la medicina que se requiere para enmendar y encausar por el camino correcto a los ni-nis: la disciplina militar. Empezando por levantarse bien temprano de la cama a las cuatro de la madrugada, al toque del clarín de la corneta. “Es que todavía está muy obscuro mi sargento, no estoy acostumbrado a levantarme tan temprano”. ¿Ah, sí? Pues a levantarse de la cama al toque del clarín de la corneta, por la buena o por la mala, y el ni-ni no va a querer levantarse por la mala, ciertamente no desobedeciendo órdenes dentro del Ejército. Dos minutos para vestirse, y para salir afuera a hacer ejercicios duros y forzados de condicionamiento físico. “Es que no estoy acostumbrado a tanto estrés físico, yo estoy acostumbrado a descansar todo el día en la cama”. ¿Ah, sí? Pues afuera a correr alrededor de las montañas junto con los demás, por la buena o por la mala, y el ni-ni no va a querer hacer sus ejercicios por la mala dejándose tirar y haciendo enojar al sargento, porque si lo hace entonces el ni-ni no se la va a acabar y terminará arrepentido por el resto del día por no haber obedecido de inmediato y sin chistar las órdenes del sargento. Después de dos horas de estar corriendo sin parar terminando completamente sudado, ¡a ducharse! Una ducha con agua bien helada de dos minutos. Si eso no lo levanta, podrá ser obligado por el sargento a seguirse duchando en agua helada por media hora adicional, ¡entonces sí estará bien despierto!. Tras esto, a desayunar con la comida que acostumbran desayunar los soldados. “Es que en mi casa yo estoy acostumbrado a desayunar hot-cakes con margarina y melaza de miel de abeja, con chilaquiles y huevos estrellados y una taza de chocolate preparada por mi mamá”. ¿Ah, sí? Pues entonces el sargento de un golpe le podrá tirar al conscripto el plato de desayuno que se le dá en el Ejército, y se la tendrá que pasar el resto del día con el estómago vacío y crujiéndole. ¡Entonces sí aprenderá a comer lo que se le de, sin ponerse sus moños! Terminado el desayuno, siguen más rutinas de entrenamiento físico. “Es que no tengo fuerzas para hacer sentadillas ni lagartijas porque nunca antes había hecho tales ejercicios”. ¿Ah, sí? Pues a hacer 500 lagartijas y 500 sentadillas contando cada lagartija y cada sentadilla a la vista del sargento. Eso, o pasar por “la ratonera”, una valla formada por cien conscriptos de cada lado en donde le podrán dar coscorrones, puntapiés, puñetazos, cualquier cosa menos golpes debajo del ombligo y arriba de las piernas. ¡De seguro que el ni-ni querrá hacer las 500 sentadillas y las 500 lagartijas que le está pidiendo el sargento, aunque termine con los músculos completamente adoloridos! Después, al comedor, a comer, y a estas alturas el hambriento ni-ni sin haber desayunado se comerá cualquier cosa que le sirvan, aunque sea una rata muerta. En la tarde, más entrenamiento militar, y asistencia obligatoria al área de estudios o al salón de clases. “Es que no estoy acostumbrado a estudiar”. ¿Ah, sí? Pues entonces se llamará al sargento para que le enseñe al ni-ni algo de disciplina militar, para que se interese en el aprendizaje en las aulas, mil veces preferible a seguir sometiéndose a la alternativa de más disciplina militar.

¿Y qué de las diversiones a las que estaba acostumbrado el ni-ni antes de ser reclutado? ¿Qué de pasársela todas las tardes con otros vagos jugando futbol callejero para después pasar el resto de la tarde fumando carrujos de mariguana o buscando chamaquitas para violar? “Mi sargento, ¿en donde puedo conseguir aquí en la guarnición un carrujito de mota para fumar? Estoy acostumbrado a mi carrujito todas las tardes”. ¿Ah, sí? Pues el sargento se lo llevará pero no a un lugar en donde el Ejército le proporcione su mariguana, todo lo contrario; el sargento se encargará que el ni-ni reciba una lección que no olvidará por el resto de su vida, y nunca más el impertinente le volverá a pedir un carrujito de mariguana a nadie. “Mi sargento, ¿en dónde está la sala de videojuegos de la guarnición? Yo estoy acostumbrado a pasar cinco horas diarias pegado a mi XBOX 360”. ¿Ah, sí? ¿Para jugar a las guerritas con pólvora y humo simulados? Pues el sargento se lo llevará a otra zona de la guarnición para jugar a las guerritas, pero con pólvora y humo de a deveras y no simulados. ¡Y más le valdrá al ni-ni el saber moverse rápidamente, si no quiere terminar enviado al hospital militar en varios pedazos!

Se debe esperar que los ni-nis absorbidos dentro del Ejército hagan labores y tareas como cualquier otro soldado de la Patria. Esto incluye participar en labores de rescate implementadas bajo el plan DN-III, permanecer en posición de firmes en un mismo lugar sin moverse por espacio de cuatro horas (¡ni siquiera para ir al baño!) al ser asignados como custodias o vigías, o de plano entrar en combate cuando se les requiera en un enfrentamiento contra guerrilleros. Así aprenderán los ni-nis, por las buenas o por las malas, a ser hombrecitos. En el Ejército saben cómo lograrlo.

La vida en cualquier Ejército en cualquier parte del mundo es dura, eso no se cuestiona. Pero es lo que se requiere para mantener el orden y la disciplina, es lo que le permite a un Ejército con soldados obedientes y disciplinados el poder triunfar sobre el enemigo en el campo de batalla aumentando con ello las posibilidades de superviviencia de todos como equipo. Quienes hayan visto la película Reto al destino (An officer and a gentleman) esteralizada por Richard Gere se pueden dar una idea de lo que es la vida dentro del Ejército y lo que le espera a los ni-nis que sean reclutados a la fuerza dentro del Ejército al no estudiar ni trabajar en nada siendo menores de edad. Un sargento como el sargento Foley (esteralizado en la película por Louis Gossett Jr.) es justo la medicina que necesitan los ni-nis para poder darle un giro a sus vidas convirtiéndose en ciudadanos productivos en vez de pandilleros violentos y desalmados sin oficio ni beneficio que asolan las comunidades en que viven.

Como un aliciente a los jóvenes conscriptos, el Ejército podría crear varias categorías de rangos militares a los ni-nis que presten su servicio militar en el Ejército de acuerdo a sus méritos y la disciplina que muestren en su vida militar.

Naturalmente, a los ni-nis reclutados bajo conscripción forzada que no hayan terminado su escolaridad secundaria se les obligará a continuar con sus estudios allí mismo dentro de los cuarteles militares en aulas habilitadas para tal efecto, y el tiempo de su conscripción sera prolongado por el tiempo que sea necesario hasta que hayan concluído su escolaridad secundaria o major aún su bachillerato. De este modo, si no quieren estar más tiempo bajo el regimen militar del que sea estrictamente necesario, ¡más les vale ponerse a estudiar como no lo querían hacer cuando eran vagos en la calle sin oficio ni beneficio! Como un incentivo, a aquellos ex ni-nis que dentro del Ejército concluyan su bachillerato, sobre todo a los que obtengan las más altas calificaciones, se les puede ofrecer la oportunidad de continuar con una carrera dentro del Ejército subiendo de rango.

La única forma para un ni-ni de evadir su conscripción militar obligatoria dentro del Ejército sería comprobar que está y ha estado inscrito en una escuela acreditada en los últimos dos años y que ha obtenido calificaciones aprobatorias en todas sus materias, o bien que ha estado trabajando no como trabajador temporal sino como empleado permanente en algún lugar en donde una trabajadora social lo pueda localizar en horas de trabajo y comprobar que efectivamente está trabajando y contribuyendo al sostenimiento de la familia. De lo contrario, ¡al Ejército! Allí sí lo pueden obligor a estudiar y trabajar, por las buenas o por las malas, allí si tienen instrumentos y castigos apropiados para convencer a los ni-nis del valor de los buenos hábitos de estudio y trabajo.

Vale la pena mencionar que esto era justo lo que se hacía en los Estados Unidos cuando los norteamericanos estaban enfrascados en la guerra de Vietnam. En ese entonces se efectuaba periódicamente una lotería en donde a los “premiados” se los llevaban por la buena –o por la mala- al Ejército norteamericano para prestar su servicio militar obligatorio, y tras un período de entrenamiento en el uso de las armas los mandaban a pelear, a matar “rojillos” del Vietcong en el sudeste asiático. Infortunadamente, muchos de ellos regresaron en bolsas de plástico como cadáveres, aunque eso sí, con un reconocimiento póstumo por haber servido heroicamente a su patria así como el agradecimiento de toda una nación. Para evitar ser llevado a pelear a la guerra tras recibir su notificación de draft, un joven tenía la opción de demostrar que estaba estudiando en alguna universidad acreditada y que estaba sacando altas calificaciones, y en esos casos los respetaban y los dejaban seguir estudiando sin llevárselos a la guerra mientras estuvieran sacando altas calificaciones en la escuela. ¡Vaya que en ese entonces sí había buenas motivaciones para seguir en la escuela y estar sacando altas calificaciones! (En esa época de conscripción militar obligatoria en USA, a muchos nacidos en los Estados Unidos hijos de padres mexicanos les nacía de pronto su amor por México y renunciaban a su ciudadanía norteamericana para quedarse a vivir en México cantando el himno nacional mexicano y escapando de tener que prestar servicio militar obligatorio en el Army, y solo les regresó su amor acendrado hacia USA y hacia la bandera norteamericana cuando el presidente Jimmy Carter perdonó a los desertores en una acción ejecutiva que dicho sea de paso le costó a Jimmy Carter su reelección como presidente).

El darle al Ejército mexicano potestad absoluta sobre los ni-nis es el equivalente de decirle al comandante en jefe de la zona militar: “mi general, le confiamos a este ni-ni que tuvo que ser traído por la fuerza a la guarnición de la plaza porque no se quería presentar voluntariamente para prestar su servicio militar obligatorio; se lo encomendamos para que lo convierta en un hombrecito de bien, para que lo convierta en todo un hombrecito”. ¡Y vaya que en el Ejército lo convertirán en un hombre de bien, allí si tienen los correctivos necesarios para que el chamaquito se acostumbre a obedecer a sus mayores y a sus superiores! Se sobreentiende que un ni-ni únicamente podrá salir de una guarnición militar ya disciplinado, y si no sale disciplinado lo más probable es que saldrá muerto “cumpliendo su deber en servicio de la Patria”. De cualquier modo, lo más probable es que en caso de no ser reclutado por el Ejército sino por un cartel de la delincuencia organizada el ni-ni de seguro también terminaría muerto pero sin ningún honor militar y sin ninguna medalla en su pecho. Y es mejor morir con honor que sin honor, como acostumbraban decir los japoneses samurai antes de extinguirse y desaparecer con honor de la faz de la Tierra.

Considerando el rígido modo de vida típico del Ejército, los padres de los ni-nis seguramente quedarían asombrados al serles devueltos a casa sus hijos en uniforme militar mostrando un aspecto y una actitud completamente diferentes a lo que tenían antes de caer como conscriptos en manos del Ejército. Todos ellos tendrían el pelo cortito bien rapado (nada de peinados con pelos erizados pintados de color como son popularizados por los estilistas de hoy), se levantarían muy tempranito todos los días buscando ayudar a sus padres en los quehaceres del hogar o mejor aún tratando de efectuar algún trabajo honesto y remunerativo fuera de casa, no se la pasarían fumando todo el día ni siquiera tabaco, se portarían respetuosos y obedientes ante sus superiores, y estarían en la mejor condición física en la que han estado todas sus vidas. ¿No justifica esto el entregarle los ni-nis al Ejército para que allí se encarguen de ellos?

Lo único que se puede interponer contra la militarización de los ni-nis, lo único que se puede interponer en contra de la única solución real que tiene en estos momentos la sociedad al alcance de su mano para poder quitarse de encima el problema y la carga que representan estos vagos inútiles con proclividad al mal, son los derechohumanistas que sin ofrecer ninguna solución alterna (para lo cual ya tuvieron tiempo de sobra) estarán protestando y chillando alegando que la conscripción obligatoria de los ni-nis dentro del Ejército atenta en contra de “los derechos de los niños”. Sería muy bueno que todos estos derechohumanistas y organizaciones derechohumanistas (incluída la Comisión Nacional de Derechos Humanos) les ofrecieran empleos bien pagados a los millones de ni-nis o los becaran para estudiar alguna carrera; pero no lo van a hacer, no lo han hecho en el pasado ni se espera que lo hagan ahora. Y como este derechohumanismo no es parte de la solución sino parte del problema, lo mejor que se puede hacer con ellos es ignorarlos. O mejor aún, militarizarlos, militarizar también a los derechohumanistas. A ver si de este modo aprenden a hacer algo útil. Porque, aunque no sea obvio a primera vista, en cierto modo la gran mayoría de estos derechohumanistas también son ni-nis que están acostumbrados a vivir a expensas de la sociedad y del presupuesto público. ¿O acaso cree el lector que se sostienen solos?


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