sábado, 3 de marzo de 2018

Así se agravó la Gran Depresión de 1929



Al empezar este mes, Donald Trump anunció que impondría aranceles a las importaciones de acero del 25 por ciento, y del 10 por ciento a las importaciones de aluminio. El argumento simplista es que supuestamente con las tarifas arancelarias que Trump prometió que impondrá es que con tales tarifas arancelarias impuestas en contra de países con los cuales Estados Unidos sostiene relaciones comerciales terminará de una vez por todas y para siempre lo que él llama una competencia desleal de productoras de acero y aluminio que ha provocado el cierre de empresas importantes de la industria del acero y aluminio en los Estados Unidos. Y al terminar la competencia desleal propiciada por las prácticas del dumping, las industrias del acero que han cerrado en el otrora próspero Rust Belt, y se recuperarán los empleos perdidos. Ante la posibilidad de que el resto del mundo responda con medidas retaliatorias imponiendo también tarifas arancelarias a productos estadounidenses afectando la posición de EE.UU. como exportador, dando inicio a una guerra comercial, Trump respondió diciendo en su cuenta de Twitter que “las guerras comerciales son buenas, y fáciles de ganar”. Esa fue la particular manera en que el presidente de Estados Unidos defendió en Twitter los aranceles que dijo piensa imponer a la importación de acero y aluminio en su país.
En realidad, no es la primera vez que esto sucede. Estados Unidos ya ha pasado por esto antes. La única diferencia es que antes la misma medida restrictiva anunciada por Trump tenía otros autores. Se trataba de la Ley Hawley-Smoot. Simplemente se está repitiendo la misma historia de nuevo, pero ahora con un perfecto imbécil en la presidencia que hace suponer que tanto él como los que lo eligieron fueron incapaces de aprender nada en los libros de texto de historia cuando cursaron sus estudios universitarios. Resulta que, tal y como lo habían advirtido los expertos en economía, dicha ley resultó contraproducente porque detonó una serie de guerras comerciales internacionales que terminaron agravando en vez de solucionar el problema. De hecho, el verdadero inicio de la Gran Depresión de 1929 no fue a causa del crack en la Bolsa de Valores de Nueva York sino a partir del momento en el que fue aprobada la desastrosa ley Hawley-Smoot que dió inicio a las guerras comerciales que arrojaron al planeta entero a una profunda depresión económica. Al presidente Herbert Hoover éste fue precisamente el descalabro que le costó su reelección, y a Donald Trump con las guerras comerciales que está a punto de desencadenar también le puede costar su reelección en 2010, aunque ya para entonces el daño a la economía norteamericana y al pueblo norteamericano estará ya hecho, y se puede preever que será una catástrofe a largo plazo.

Suponiendo que Trump cumpla con su palabra con la imposición de los aranceles al acero y al aluminio, los demás países afectados ya han anunciado que responderán de la misma manera, y al hacerlo no se creará uno solo nuevo empleo adicional en la industria norteamericana del acero y aluminio en cosa alguna que tenga que ver con productos de exportación, porque mucho productos norteamericanos (lavadoras, refrigeradores, automóviles, etc.) que usan bastante acero y aluminio serán más costosos que antes al emplearse acero y aluminio más caaros, así que en lo que toca a la industria de exportación no habrá más ventas de productos manufactureros norteamericanos que las que ya había antes. Queda como única opción el mercado interno, el mercado cautivo. Pero por más que se le quiera embellecar a la propuesa de Trump, la realidad final es que todos los productos norteamericanos vendidos dentro de Estados Unidos con acero y aluminio caros van a terminar costando más de lo que costaban antes, lo cual inevitablemente va a generar una espiral inflacionaria. En efecto, para poder crear más empleos en las industrias norteamericanas productoras de acero y aluminio así como aquellas que requieren de acero y aluminio para poder fabricar sus mercancías, se le estará pidiendo al consumido norteamericano que subsidie la creación de tales empleos pagando más de lo que hoy paga, porque alguien tiene que pagar de sus propios bolsillos la creación de esos empleos manufactureros, y sería el consumidor norteamericano el “pagano”. Se espera que este impacto inflacionario  desalentará el consumo interno, provocando una caída en las ventas y en la demanda de productos fabricados dentro de Estados Unidos con acero y aluminio más caros que antes. Y si cae la demanda, si caen las ventas, no se generan empleos adicionales, por el contrario, se pierden empleos. Paradójicamente, se pierden más empleos que los que se crean por virtud de las tarifas arancelarias, y quienes resultan inmediatamente afectados son aquellos que supuestamente iban a ser los principales beneficiados.

Pero lo anterior no es todo el asunto. Ante el golpe inflacionario que inevitablemente se tiene que generar con las medidas anunciadas por Trump, la confianza de los consumidores se viene abajo con lo cual cae aún más la demanda por bienes de consumo duradero. La gente se aferra a su dinero en tiempos de incertidumbre ante el temor de lo que pueda traer el futuro. Esto contrae aún más el mercado interno a causa del golpe psicológico al consumidor al cual se le crean los temores de que vienen peores tiempos en camino. Se trata de una espiral viciosa, descendiente. Al contraerse el mercado por causa de la pérdida de confianza entre los consumidores, los consumidores se aferran aún más a su dinero temiendo tiempos peores, lo cual agrava todavía más el problema al confirmar las estadísticas que la economía va por mal camino. Y de aquí en delante, el camino es cuesta abajo. Los historiadores ya han visto esto antes, y hoy está viendo una repetición de lo mismo.

Peor aún, parece que Donald Trump o no tiene buenos asesores o de plano no los quiere escuchar, pero no parece estar enterado de que sus pretendidos aranceles con los que supuestamente piensa castigar a China no le causarán a China tanto daño porque el acero y el aluminio de China representan apenas el uno por ciento del total de las importaciones. Quienes se verán más afectados que China son Canadá y México además de Japón y otros, ¡precisamente los países a quienes Estados Unidos había considerado sus aliados! Canadá ya advirtió que no va a quedarse con los brazos cruzados y que responderá con energía. En pocas palabras, la guerra comercial puede empezar de inmediato conduciendo a la muerte de facto del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Resulta increíble que Donald Trump haya concebido este cambio brusco de política que en cierta forma también va dirigido contra China aunque no le afecte tanto, justo cuando necesita el apoyo del único país asiático que puede ayudar a Estados Unidos a meter en cintura al régimen de Corea del Norte con el que Estados Unidos está teniendo serios problemas. Como dice el dicho y como bien aplica a Trump, para bruto no se estudia.

Donald Trump se siente envalentonado en su imposición de aranceles porque la economía norteamericana iba por buen camino. Pero su miopía le impide ver que la recuperación económica de lo que hoy habiendo salido EE.UU. de lo que hoy es conocido como la Gran Recesión y que comenzó en 2008 no fue obra suya. Trump fue el beneficiario de un largo proceso de recuperación económica cuyo mérito se debe no a Trump sino a los ocho años de la administración de su predecesor Barack Obama, a quien Trump insiste en negarle crédito por tal recuperación. La Gran Recesión de hecho comenzó con un presidente Republicano (igual de Republicano que Trump), George W. Bush, el cual al terminar su segundo período de gobierno el 20 de enero de 2009 le entregó a Barack Obama una economía convertida en un verdadero desastre que le tomó a su sucesor ocho largos años enmendar. Ocho largos dolorosos años no solo para Estados Unidos sino para el mundo entero. Tomando en cuenta que cuando Estados Unidos se hundió en la Depresión Económica que empezó en 1929 el presidente en funciones Herbert Hoover también era un Republicano, y que el implementador del experimento socio-económico conocido como Reaganomía (Reaganomics) era Ronald Reagan (otro Republicano) el cual reconoció en 1982 que la economía norteamericana estaba estancada y en recesión ¿se debe concluír entonces que los Republicanos para lo que son verdaderamente buenos es para mandar al traste una economía que estaba trabajando bien, dejándole la dura tarea de reconstruír el tejido socio-económico a los Demócratas?

Donald Trump puede repetir si así lo desea el mismo experimento que ya se ha llevado a cabo en el pasado y que solo trajo consecuencias funestas. Incluso Trump tiene la ventaja de que tanto una recesión económica como una recuperación económica no son cuestiones que muestran sus efectos en cuestión de unos cuantos días o semanas. Son cosas que se muestran como lo que son después de varios meses, incluso años. Pero si Trump insiste en desatar una aerie de guerras comerciales que según él “son buenas, y fáciles de ganar” según su gran sapiencia, una nueva recesión cuando la mayoría de los expertos en cuestiones económicas esperan que ocurrirá más temprano que tarde no será cosa que Tremp podrá corregir de la noche a la mañana. Y mientras duren las malas épocas, auto-inflingidas por los mismos norteamericanos merced al hombre al que ellos mismos con su voto llevaron a la Casa Blanca (EE.UU. siempre ha presumido ser la nación más democrática del planeta, con todo y su arcaico Colegio Electoral que en realidad no tiene mucho de democrático), no solo ellos sino el resto del planeta se van a tener que apretar el cinturón. Algo a lo que los mexicanos en virtud de nuestra historia ya nos hemos estado acostumbrnando por varias décadas y varias generaciones.



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