Es una ironía del destino que la misma muerte de Jacobo Zabludovsky ocurrida recientemente proporciona material de reflexión y estudio para una pregunta que podría formularse de la siguiente manera:
¿Cuál es el lugar idóneo para encontrarse físicamente justo en el momento en que se es víctima de un infarto al miocardio fulminante, o un derrame cerebral masivo? ¿En la escuela en donde no tienen medios ni recursos para atender una emergencia de esta naturaleza? Ciertamente no. ¿En la playa, al estar de vacaciones? Dificilmente. ¿En la oficina de trabajo? Tampoco.
El consenso de la población contestaría de inmediato que el lugar ideal para encontrarse al momento de sufrir un infarto al miocardio o un derrame cerebral sería un hospital equipado con todo y apoyado con personal médico experimentado en atender este tipo de emergencias. Ese sería el lugar ideal para encontrarse en caso de sufrir una emergencia médica de este tipo.
Pues resulta que Jacobo Zabludovsky, cuando falleció, no se encontraba ni en un recinto universitario, ni se encontraba tomando vacaciones en la playa, ni estaba en su oficina en Radio Centro. Se encontraba precisamente en un hospital al cual había entrado caminando por su propio pie unos dias antes. Y la razón por la cual Zabludovsky ingresó por su propio pie al hospital no tenía absolutamente nada que ver con un infarto al miocardio o una embolia, sino algo completamente distinto, un cuadro de deshidratación.
Zabludovsky se encontraba justo en el lugar ideal para ser atendido en caso de sufrir una emergencia como la que le costó la vida, en el hospital ABC en la zona de Santa Fe. Según los primeros reportes médicos, Zabludovsky se encontraba delicado pero estable, y algunas fuentes extraoficiales aseguraron que había sido trasladado por problemas de deshidratación e ingresado al área de terapia intermedia. En dicho hospital, considerado como uno de los mejores en la ciudad de México, se cuenta con todo el equipo necesario para atender emergencias médicas, y algunos de sus médicos están reconocidos como los mejores de Latinoamérica.
¿Entonces qué pasó?
Los primeros sorprendidos ante el derrame cerebral masivo que sufrió Jacobo Zabludovsky fueron los mismos médicos. Con toda la tecnología posibilitando los mejores diagnósticos que se puedan obtener, no encontraron nada que pudiera darles un aviso
El que se les muera a los médicos dentro de un hospital algún personaje tan famoso y tan conocido como Jacobo Zabludosvsky es desde luego propaganda mediática que ninguna institución médica desea recibir en los noticieros. Sin embargo, hay que aceptar el hecho de que en muchos casos el destino no lo podemos cambiar, y algunos tal vez aceptarán y reconocerán la presencia intangible de una voluntad superior que es la que se supone que decide a fin de cuentas la hora final para cada quien.
Puesto de otra manera, y en lo que toca a la inevitable hora final, existe el común acuerdo de que sí existe eso que vagamente llamamos el destino. El destino parece ser inevitable, no lo podemos cambiar. Cada ser viviente tiene plenamente garantizada la cesación absoluta de todas sus funciones vitales en cuanto le llega su momento de partir. Tal vez se pueda alterar algo un poquito aquí y un poquito allá, como vaciar las cuentas bancarias para darse el lujo de poder estar conectado a una docena de aparatos caros para monitorear a cada instante el estado de salud, pero en muchos casos el destino no concederá tales opciones, tales como cuando ocurren accidentes automovilísticos y accidentes aéreos. De este modo, el destino final no solo es inevitable, en la mayoría de las ocasiones los detalles escapan fuera de nuestro control y no tenemos opciones disponibles.
Si Jacobo Zabludovsky, beneficiado con la mucha información que recibió e intercambió en sus múltiples contactos periodísticos de todo tipo con las más diversas personalidades, hubiera tenido el conocimiento previo del día de su deceso, ¿habría podido hacer algo para alterar su destino?, ¿algo así como encontrarse en el día fatal precisamente dentro de uno los mejores hospitales de México? ¡Pero si ya estaba dentro de uno de los mejores hospitales de México cuando tuvo el colapso, y eso no le ayudó en nada! Los más sorprendidos y más impactados que el mismo Zabludovsky seguramente fueron los médicos que lo estaban atendiendo. El derrame cerebral que tuvo Zabludovsky fue un derrame masivo, fulminante, los médicos no tuvieron tiempo de hacer absolutamente nada para salvarlo así fuese dejándolo en coma o en estado vegetativo. En el lado positivo, Zabludovsky no sufrió una larga agonía como la que padecen muchos enfermos terminales que padecen lo peor a lo largo de varios meses que al desahuciado se le antojan interminables, su derrame cerebral fue tan masivo que es posible que Zabludovsky no haya tenido tiempo de darse cuenta de nada.
Quizá lo más increíble es que 30 años atrás Jacobo Zabludovsky ya se había salvado de morir en forma casi segura en 1985. Esto ocurrió cuando tuvo lugar el gran Terremoto de México de 1985 en la Ciudad de México. Lo que él llamaba su “casa”, su segundo hogar, el edificio de Televisa en el que laboraba, se colapsó en su totalidad, matando a todos los que se encontraban dentro de las instalaciones, muchos de ellos amigos personales y conocidos de Zabludovsky. Si Jacobo Zabludovsky se hubiera encontrado dentro del edificio en el momento en el que el sismo sacudió en forma brutal y violenta a la Ciudad de México, allí mismo habría muerto Zabludovsky prensado, de ello no cabe absolutamente ninguna duda. Pero Zabludovsky no se encontraba dentro del edificio, se encontraba fuera por azares del destino, y ello le permitió continuar viviendo y permitiéndole empezar a reportar sobre lo sucedido usando un radioteléfono que tenía dentro del carro en el que se estaba trasladando, adquiriendo notoriedad mundial por esta primera cobertura sobre el suceso más dramático en la historia de la gran ciudad. Ultimadamente, si Zabludovsky pudo vivir tres décadas adicionales y vivir para contar aquello de lo que fue testigo presencial cuando muchos de sus colaboradores terminaron prensados con el colapso del edificio de varios pisos de Televisa, se puede suponer que ello se debió no a la buena suerte sino simple y sencillamente a que no le tocaba. El destino lo respetó seguramente porque había otras cosas que no podía dejar inconclusas. En esto se vislumbra la presencia intangible de una mano superior que es la que toma la decisión final sobre el momento más importante en la vida de cada ser humano.
Los agnósticos pueden argumentar que todo es producto de la casualidad, que todo es consecuencia de la buena suerte o de la mala suerte, y que no hay otra explicación más que ésta, explicación que tiene la ventaja de ser una explicación simplista, basada en la ley de causa y efecto. El problema con la ley rigorista de causa y efecto, cuyos preceptos aplican en el mundo macroscópico y son confirmados por nuestra experiencia cotidiana, es que dicha ley se derrumba en su totalidad en el mundo microscópico, y tiene que ser reemplazada en el mundo submicroscópico por otro criterio científico-filosófico que conocemos como la mecánica cuántica. Al nivel del mundo submicroscópico, lo que se conoce como causa-efecto se desvanece y tiene que ser reemplazado con algo que funciona en base al azar, a la aleatoriedad. Esto último estaría más en concordancia con los agnósticos que atribuyen la buena suerte y la mala suerte a cosas del azar, puesto que el concepto de “suerte” está basado precisamente en la aleatoriedad, está basado en lo que no puede ser predicho de antemano con exactitud ilimitada. Si el Universo se pudo crear a sí mismo sin ninguna inteligencia de por medio y sin ningún tipo de plan (lo cual cuesta trabajo creer), entonces ni siquiera se puede hablar de algo llamado destino precisamente porque no hay ningún plan para que ocurra absolutamente nada. Pero si la puesta en marcha de algo tan complejo y tan vasto como lo es el Universo requirió algún tipo de plan, algún pre-diseño que ciertamente está más allá de las posibilidades intelectuales de cualquier ser humano, entonces se puede suponer que no solo los detalles grandes -los cuales ignoramos- sino también los detalles pequeños -muchos de los cuales también ignoramos- forman parte del gran plan. La evolución del gran diseño admite cierto grado de variabilidad, porque de lo contrario no existiría eso que llamamos libre albedrío, nuestra capacidad para decidir y tomar por cuenta propia decisiones que afectan nuestro futuro. Pero más allá de esos islotes de variabilidad, no podemos alterar el resto aunque queramos.
En contraste con casos como la muerte espontánea y súbita de Jacobo Zabludovsky, hay otros casos que inclusive parecen desafiar a la lógica sobre lo que debería haber sido casi casi una muerte segura a corto plazo y no lo fue. Uno de ellos es el del cantautor Joan Sebastian. Diagnosticado por varios de los mejores médicos de México y del extranjero como enfermo terminal, hace más de una década organizó una serie de jaripeos en las ferias y palenques a manera de un “tour de la despedida”. En varias de esas presentaciones, fue acompañado por Maribel Guardia. Y en cada una de esas presentaciones de ese tour de la despedida de Joan Sebastian, los pañuelos salían a relucir, y hasta el público asistente terminaba llorando inconsolablemente a moco tendido sin poder contener el llanto. “¡Se nos va, se nos va!” decían algunos de los asistentes. “¡No serás olvidado!” coreaban otros.
Pero es el caso que más de una década después de ese “tour de la despedida”, Joan Sebastian sigue vivito y coleando. Y no solo sigue vivito y coleando, ya ha enterrado a dos de sus hijos que se fueron antes que él, los cuales estaban perfectamente sanos cuando Joan Sebastian había sido deshauciado por la ciencia médica. De haber sabido que él a estas fechas seguiría vivo y que sus propios hijos estarían muertos, posiblemente Joan Sebastian se habría guardado ese tour de su despedida y en todo caso habría organizado el tour de la despedida... pero de sus propios hijos (uno de ellos, Trigo Figueroa, murió asesinado en agosto de 2006, y el otro, Juan Sebastián Figueroa González, también murió asesinado en junio de 2010). A como van las cosas, es posible que lo que le va a terminar costando su vida a Joan Sebastian no es la enfermedad terminal con la cual lo habían desahuciado desde hace años los médicos, sino los disgustos y preocupaciones que está teniendo con el fisco mexicano con el cual ya en julio de 2015 tenía un adeudo pendiente de 23 millones de pesos, el cual se está encargando de darle razones de otro tipo a Joan Sebastian para dejar este mundo lo antes posible y así evitar quedar en la inopia en que lo piensa dejar el SAT, o peor aún terminar en la cárcel a causa de sus evasiones fiscales.
Todos hemos escuchado alguna vez anécdotas sobre personas que perdieron su vuelo en un avión que terminó cayendo al fondo del mar, o que subieron a un camión que terminó cayendo a un barranco. La mayoría de nosotros a veces nos culpamos de algo diciendo frases como: “si no hubiera ido allí, no me habría ocurrido tal o cual cosa”, “si me hubiera quedado en casa, esto no me habría sucedido”, “si no lo hubiera dejado solo, lo que le pasó se podría haber evitado”. Al emitir estas reflexiones y razonamientos, inmerecidamente nos estamos dando a nosotros mismos demasiado crédito sobre el grado de control que podemos ejercer sobre nuestro entorno. En rigor de verdad, nuestro control sobre los sucesos que nos rodean es mucho más pequeño e insignificante de lo que creemos. Al tratar de alterar nuestro destino para darnos gusto a nosotros mismos posiblemente solo lograremos retrasar un poco algo que será inevitable. Lo más que podemos hacer es tratar de actuar con madurez y responsabilidad para que no nos caiga encima tanto peso de alguna culpa, pero debemos reconocer también que no podemos controlarlo todo; es más, no podemos controlar casi nada aunque queramos creer lo contrario. Y nadie, ni aquí ni en el más allá, nos puede echar la culpa por cosas que están fuera de nuestro control.
La única manera en la que cualquier humano, el que sea, puede estar absolutamente seguro de la hora exacta de su muerte y la forma en que ocurrirá, es aquél que se quita su propia vida por su propia mano. Pero de acuerdo a muchos que han hecho de la metafísica y el espiritualismo su área de especialización, en el más allá se tiene que pagar un costo extraordinario por este desafío, se tiene que enfrentar un castigo terrible por haber querido tomar en manos propias una decisión que se sostiene que corresponde única y exclusivamente a una voluntad superior, la voluntad que decide para cada ser viviente el momento de su hora final.
Irónicamente, en los anales de la psiquiatría se conocen casos de manipuladores pseudo-suicidas que mostrando una inmadurez emocional profunda usando la amenaza de su suicidio como un recurso de chantaje para obtener algo de los demás (generalmente de los familiares cercanos que terminan cayendo víctimas de su juego enfermizo), cuando se sienten verdaderamente enfermos de algo entonces en vez de saltar de gusto diciéndose a sí mismos “¡por fín voy a morir, hasta que se me va a cumplir mi gran deseo!” resultan ser los primeros en estarse quejando de mala salud y en correr muy preocupados al doctor para hacerse todo tipo de análisis y estudios, y si lo que tienen resulta ser algo verdaderamente serio (una leucemia, un tumor hepático, una falla renal total), si el destino ha decidido cumplirles su gusto de morir, entonces en vez de rehusarse a recibir tratamiento médico dejando que la Naturaleza cumpla su función por el contrario gastan todo su dinero y recurren a todas las terapias habidas y por haber con tal de no morir, como diciendo “me voy a suicidar prontito porque quiero morir, pero pensándola bien y ahora que el doctor me ha confirmado que estoy gravemente enfermo, pues quiero vivir un poquito más, no quiero morir, y voy a hacer todo lo que esté al alcance de mi mano para no morir”.
El autor de esta bitároca fue testigo del caso de una persona de la tercera edad que padecía diabetes y que cierto día cayó víctima de una emergencia médica y por órdenes de su médico de cabecera fue internado de urgencia en el Hospital Guernika de Ciudad Juárez, un hospital privado. Como último recurso para tratar de salvarle la vida porque se pensaba que estaba agonizando, el equipo médico le empezó a administrar un tratamiento de plaquetas para el cual se requirió de los auxilios de una gran cantidad de donadores de sangre, como parte de un tratamiento integral que tenía un costo de mil dólares diarios. Puesto que los familiares de esta persona no eran ni son multimillonarios, se llegó a la conclusión de que a razón de mil dólares diarios de gastos médicos, sin observarse mejoría alguna a lo largo de una semana, en dos meses de cualquier modo terminaría muerto y todos sus familiares terminarían en la ruina y viviendo en la calle pidiendo limosna. Y de esto modo se tomó la decisión casi forzada de subirlo a una camilla de hospital para su traslado al IMSS en Ciudad Juárez, de donde era derechohabiente, aún conectado al llegar en la camilla a varios tubos de administración intravenosa de medicamentos, dejando de este modo su suerte en manos del Altísimo, toda vez que el IMSS en cuestión tenía mala fama por dar un servicio pésimo y sumamente deficiente incluso en casos médicos sencillos. ¡Y pese al pésimo servicio médico que se esperaba que se le diera en ese centro de salud pública, el paciente de súbito empezó a experimentar una mejoría, sin tratamientos caros de plaquetas ni numerosas transfusiones de sangre! Es que simple y sencillamente no le tocaba. Cuando a una persona le toca su turno, aunque estando sana se encuentre viviendo todo el tiempo internada en uno de los hospitales más caros y sofisticados del mundo como el que se encuentra en Houston por si acaso llega a ocurrirle una emergencia médica, de cualquier manera morirá y posiblemente de una manera tan rápida y fulminante que los médicos del hospital se quedarán con la boca abierta, estupefactos. Y cuando a la persona no le toca su turno, aunque se caiga desde la parte alta de un edificio de siete pisos de altura no morirá y los médicos quedarán igualmente estupefactos. Todos hemos escuchado de casos como estos, y muchos han sido testigos presenciales de estas ocurrencias asombrosas.
Jacobo Zabludovsky y Joan Sebastian son casos opuestos que demuestran que no es posible para nadie escribir en un papel lo que espera sea la fecha de su muerte esperando que el destino le cumplirá su capricho. El destino parece tener su propia mente, parece tener su propia forma de actuar, sin estar concediendo caprichos a nadie. Hay que tomar del destino lo que nos tenga deparado; nos puede gustar o nos puede disgustar, podemos cambiar algunos detalles menores, pero lo que parece ser el gran panorama parece estar fuera de nuestro control, fuera de nuestras manos.
En síntesis, nadie por seguro que pueda estar de sus próximas expectativas de muerte, o de la larga vida que cree que gozará al no tener problemas de salud, se puede confiar en ningún pronóstico de este tipo. Esta posiblemente sería la nota póstuma que podría haber elaborado el periodista Jacobo Zabludovsky relacionada con la última noticia que hubiera querido redactar, la de su propia muerte.
La imposibilidad de poder predecir la hora exacta del momento de partida es lo que ha hecho popular un refrán que dice:
“Cuando te toca, aunque te quites;
cuando no te toca, aunque te pongas”
1 comentario:
me parece muy curioso y hasta increible que a escasas dos semanas de que se publicara este trabajo mencionandose la deuda de 23 millones de pesos que tenia Joan Sebastian con el fisco como lo que podria ser lo que lo finalmente terminara enviando a Joan Sebastian a la tumba, Joan Sebastian falleciera. supongo que los del SAT han de estar furiosos porque ya no le podrán cobrar ahora a Joan Sebastian ni uno solo de esos 23 millones de pesos, Joan Sebastian se les escapo a los del SAT y lo hizo de una manera que no creo que antes nadie lo haya hecho
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