jueves, 8 de septiembre de 2016

Cadalso



“Salvar al Rey”. Tal parece ser la consigna que requería con urgencia de la inmolación de un chivo expiatorio para que el Presidente de México pueda sobrellevar el duro trance en el que se metió cuando le abrió las puertas de México al mayor enemigo que han tenido los mexicanos en lo que va del nuevo milenio.

Apenas un día después de que hubiera publicado el trabajo “Donald Trump en México”, la noche de ayer (7 de septiembre de 2016) hubo una agria reunión entre el Presidente Enrique Peña Nieto y su principal operador dentro del gabinete presidencial, el Secretario de Hacienda Luis Videgaray, una reunión que debe haber sido muy tensa y que al final se tradujo en la renuncia con carácter de irrevocable de Luis Videgaray, filtrada a Denise Maerker, la nueva conductora titular de Televisa, como noticia de primer orden.

¿El motivo de la renuncia? Sin duda alguna, lo sucedido tras la desastrosa visita de Donald Trump a México (desastrosa para México y para el Presidente Peña, pero muy ventajosa para Trump) hecha el 31 de agosto de 2016 a invitación expresa de Enrique Peña Nieto, tras la cual todo le salió completamente mal al Presidente Peña empezando por la confirmación dada por la candidata presidencial Hillary Clinton que se veía muy enojada diciendo que no tenía ninguna intención de viajar a México tras la visita de Trump, esto además de la lluvia intensa de duros ataques y críticas que Enrique Peña Nieto ha estado recibiendo en México por haberle dado a Donald Trump una calidad de jefe de estado pese a lo mucho que Trump ha ofendido e injuriado a los mexicanos. Todavía hasta la mañana de ese aciago 7 de septiembre muy pocos estaban enterados de que la situación se había vuelto inaguantable e insostenible para el Presidente de México, acosado por las duras críticas en los medios sociales, vilificado por casi todo el pueblo de México, y desdeñado hasta por el mismo Trump que le ha estado sacando provecho máximo a una recepción oficial que nunca se le debió de haber dado en México en su calidad de mero candidato, mucho menos tomando en cuenta lo mucho que este payaso bufón detesta a todos los mexicanos de piel morena. Sergio Sarmiento había publicado “No sé quién tuvo la idea de invitar a Donald Trump a México. Pero sí sé quién es el ganón. Quizá el artífice de la invitación fue Luis Videgaray, como lo sugiere el artículo se Silvia Garduño en el (periódico) Reforma del 2 de septiembre, para mandar un mensaje a las calificadoras de deuda y a los inversionistas de que el gobierno mexicano tiene la capacidad de negociar con cualquiera que llegue a la presidencia de los Estados Unidos. El artículo de Reforma añade que la Secretaria Claudia Ruiz Massieu se opuso a la medida, pero la decisión estaba tomada. La última encuesta de Parametría le da al mandatario una aprobación de sólo 22 por ciento en agosto, la más baja desde que esa empresa inició su serie en 2002. Reforma llevó a cabo una encuesta telefónica el 31 de agosto, el mismo día de la visita de Trump, en la cual el 85 por ciento de los entrevistados consideraba que haber invitado a Trump a México era un error y el 72 por ciento decía que la visita debilitó al gobierno de México. El presidente ha declarado en varias ocasiones que “No llegué aquí para ganarme una medallal de popularidad”. Quizá. Pero la experiencia nos demuestra que la popularidad es importante para la gobernabilidad. Y la popularidad de Peña Nieto ha venido cayendo”.

Algo que ha de haber influído en la salida apresurada de Luis Videgaray ha de haber sido la entrevista extraordinariamente dura que Carlos Marín, director de Milenio y el cual tiene asignado el segmento noticioso El Asalto a la Razón, le hizo a Enrique Peña Nieto. Aunque los pocos porristas que aún le quedan a Peña Nieto se quejan de que Mario Marín humilló y ridiculizó a Peña Nieto, en realidad Mario Marín le hizo las mismas preguntas duras que cualquier mexicano de la calle le podría haber hecho al Señor Presidente, y Mario Marín como reportero no estaba obligado a ser políticamente correcto ni podía ignorar el coraje expresado por muchos de los lectores de Milenio, y para ese caso, de todos los demás medios de comunicación. Para críticas duras como las que ha recibido Enrique Peña Nieto en la calle por abrirle las puertas al señor de las trumpadas, podemos mencionar entre cientos de miles de ejemplos al famoso cineasta mexicano Alejandro González Iñárritu ganador de tres premios Oscar cuando dijo: “Es avalar y oficializar a quien nos ha insultado, escupido y amenazado por más de un año ante el mundo entero. Es carecer de dignidad y fortalecer así una campaña política de odio hacia nosotros, hacia media humanidad y hacia las minorías mas vulnerables del planeta. Hace 168 años, Antonio López de Santa Ana entregó casi la mitad de nuestro territorio. Ayer, el Presidente Peña Nieto entregó lo poco que quedaba ya de dignidad”.

En otros tiempos, en renuncias como la de Luis Videgaray solía darse por escrito como justificante que se trataba de una renuncia “por motivos de salud”, aunque como hoy ya nadie cree ese cuento Videgaray simplemente renunció, y hasta se dió el lujo de ser fotografiado sin tener que usar anteojos obscuros a un lado de su sucesor José Antonio Meade que tenía a su vez como dura misión presentarse al Congreso para entregar un bulto que consta de más de un millar de páginas de las cuales no había leído ni siquiera la primera página, así como defender y explicar ante los medios las bondades y beneficios de un presupuesto para 2017 del que no sabía absolutamente nada por no haber participado en la elaboración del mismo. No suele darse con frecuencia que un secretario de Hacienda renuncie en vísperas de la presentación del presupuesto, y mucho menos dejar el cargo en un momento de crisis, pero lo importante era “Salvar al Rey”, esto a costa de arrojar a las profundidades de un hoyo negro del cual ni siquiera la luz puede escapar todas las aspiraciones políticas de Luis Videgaray, el verdadero autor intelectual del Pacto por México y verdadero “poder detrás del trono” (algo así como una especie de Richelieu), incluída la intención de convertirlo en el próximo gobernador del estado de México.

No se sabe a ciencia cierta si fue Peña Nieto quien le pidió a Luis Videgaray su renuncia, o si este último se la presentó de manera espontánea ofreciéndole su inmolación (a manera de chivo expiatorio) como una medida de “control de daños” y así salvarle al presidente los dos años que le restan de su sexenio. Tal vez eso nunca se sabrá. Pero la magnitud del daño ocasionado es de tal magnitud que no se ve forma en la cual pueda haber otro saldo que no sea sumamente negativo.

Peña Nieto insiste en que “llegará el momento en que se comprendan mis decisiones”. Eso está por verse. Si gana Hillary Clinton, con las relaciones personales entre Hillary y Peña Nieto amargadas y tensadas por la ayuda que se le dió en México a su rival boquiflojo para ayudarle a revertir el lamentable desempeño que tenía Trump en las encuestas antes de su visita a México, a grado tal que una encuesta más reciente de CNN ya coloca a Trump por encima de Hillary con dos puntos porcentuales, la ofensa que se le hizo a Hillary haciendo aparecer a Trump en México como el estadista que nunca ha sido va a ser una piedra en el zapato presidencial de Peña Nieto que no se podrá sacar fácilmente. Y si gana el ingrato de Trump que ya está presumiendo a los medios en su país afirmando en tono triunfal que la renuncia de Luis Videgaray demuestra lo bien que le fué en México comprobando con hechos y no con palabras el enorme poder de negociación y convencimiento que tiene para doblegar y humillar a los “asquerosos mexicanos y sus funcionarios”, las cosas pintan aún peor para México. No se ganó absolutamente nada y parece que se ha perdido todo. El balance es negativo por dondequiera que se le vea. ¿Entonces qué es lo que hay que comprender a futuro, de acuardo a lo que pronostica un presidente reacio a aceptar que se equivocó, reacio a decir “la regué”, en lo que tiene que ver con una decisión pésimamente mal tomada? Si bien la idea original fue de un subordinado suyo que se quiso pasar de listo, la responsabilidad final de haberla aceptado fue suya por completo. Cuando se pierde una guerra, nadie culpa al soldado, se culpa al general por no haber sabido tomar las decisiones correctas. ¿Por qué se aferra Peña Nieto a creer en su propia fantasía de que “llegará el momento en que se comprendan mis decisiones”? ¿Entonces los mexicanos de hoy de todas las clases sociales e intelectuales son tan estúpidos que no comprenden la enorme grandeza de Enrique Peña Nieto, y habrá que esperar tal vez muchas generaciones venideras más inteligentes que las de hoy para que al fin se le reconozca la certitud de sus decisiones como jefe de estado?

Peña Nieto puede encerrarse en su propio mundo desconectándose por completo del mundo exterior y fabricar su propia visión de la realidad que debe ser la correcta según él porque a los que llegan a la cima del poder en México sus subordinados que no cesan de alabarlos y glorificarlos les han hecho creer que el presidente es infalible, esto justo en el peor momento histórico en que la mayoría de los analistas coinciden en que el clásico presidencialismo autoritario de México ha muerto. Los que rodean al Presidente pueden insistir en seguirlo a todas partes convenciéndolo de que él nunca se equivoca y que todas sus decisiones son siempre correctas estando equivocado en grado fatal todo aquél que no concuerde con sus infalibles juicios y puntos de vista. Pero ¡cuidado! Así fue precisamente como otros antecesores suyos en el cargo terminaron locos. Y si tal cosa ocurre, de nada habrá servido la inmolación de Luis Videgaray como cordero de sacrificio en la cima del Templo Mayor para aplacar los gritos de una plebe que está furiosa clamando sangre y pidiendo que rueden cabezas.



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