El número 20 tal vez sea un número cabalístico tan mágico como de mal agüero, aunque las artes de la numerología no lo reconozcan como tal.
En la víspera del 20 de septiembre de 2016 (un año que empieza con el par de dígitos “20”), a todos los mexicanos nos “cayó el veinte” con un brusco cambio de nuestra realidad reflejado directamente en nuestros bolsillos: el peso en su mayor depreciación histórica había alcanzado ya e inclusive rebasado la barrera psicológica de la paridad de los veinte pesos por dólar. A partir del día de ayer, un billete mexicano de veinte pesos se convirtió en un billete intercambiable por un billete de dólar. Helos aquí, uno a un lado del otro:
En otros tiempos, a la pérdida del poder adquisitivo de una moneda cuya paridad era fijada por alguien dentro del mismo gobierno se le llamaba “devaluación”, pero con el peso en libre flotación sin que el Banco de México intervenga para regular su valor usando para ello sus reservas de dólares, con un valor del peso mexicano en el mercado determinado no por criterios gubernamentales o la decisión del gobernante en turno sino por las mismas fuerzas del mercado, los declives en el peso son llamados “depreciación” en referencia a un proceso acumulativo que se mide no por la decisión tomada en un solo día por un gobernante sino por el efecto acumulativo de varias semanas y meses por las fuerzas de compra-venta de divisas del mercado. En realidad, a la gente de la calle poco le importan estas diferencias académicas entre lo que es una devaluación y lo que es una depreciación si al final de cuentas el efecto en el bolsillo es el mismo, una pérdida en el poder adquisitivo de la moneda.
La postura oficialista para explicar el nuevo máximo histórico del peso en su paridad con respecto al dólar se centra primero que nada en la posibilidad real de que pueda haber una alza en las tasas de interés de la Reserva Federal “Fed” en los Estados Unidos (cada alza en las tasas de interés de la Reserva Federal en los Estados Unidos siempre ha sido mala noticia para la paridad del peso-dólar). Precisamente hoy 21 de septiembre la Reserva Federal abrió su sexta reunión de política monetaria del año nuevamente enfrentada al dilema de si la economía de Estados Unidos está lista para un alza de la tasa de interés, esperándose que la decisión sea anunciada en un comunicado a las 18:00 horas. Con las tasas de referencia, cruciales para las de créditos y depósitos en todo mundo, clavadas desde diciembre de 2015 en un rango de entre 0.25% y 0.50%, la Fed ha dicho reiteradamente que quiere subirlas este año, empero datos económicos conocidos en las últimas semanas resultaron endebles como para dar ese paso y desataron interrogantes sobre la fortaleza de la mayor economía mundial. La persistente debilidad de otras grandes economías como la de México con un peso que ya alcanzó la barrera psicológica de los 20 pesos por dólar también son un desafío contra el aumento de las tasas estadounidenses. Solo tres semanas atrás, la Fed había dado señales de que estaba dispuesta a subir las tasas en la reunión de esta semana, y en una reunión académica anual de la Fed, Yellen dijo entonces que había llegado la hora de modificar la política monetaria, aunque expertos como Jim O’Sullivan, economista jefe de High Frequency Economics, han dicho que el aumento será en diciembre. Así pues, en parte la caída del peso se debe al temor de que la Reserva Federal estadounidense suba su tasa de interés de referencia hoy, pero si no lo hace, quedará la incertidumbre de aquí a la reunión de la Fed en diciembre garantizándole al peso otros tres meses de debilidad, y así una y otra y otra vez en un ciclo repetitivo sin fin.
Otra justificación que el gobierno de México le ha dado a la depreciación del peso es la caída en los precios del petróleo. Sin embargo, desde el año pasado los precios del petróleo están tan bajos que no pueden ir sino arriba, a menos de que los países productores de petróleo quieran regalar su recurso natural no renovable subsidiando con sus propios recursos el regalo.
Más importante en la caída del valor del peso con respecto al dólar es lo que puede llamarse el efecto Donald Trump, medido por la posibilidad cada vez más real de que el chiflado magnate Donald Trump pueda ganar la presidencia de los Estados Unidos, de acuerdo a lo que indican los sondeos más recientes, provocando ya desde estos días un pánico anticipado antes de las elecciones presidenciales del 8 de noviembre que ya están cada vez más próximas en los Estados Unidos.
El impacto del efecto Donald Trump en la paridad del peso frente al dólar está siendo entendido no solo por una cantidad cada vez mayor de economistas sino también de gente común y corriente sobre las consecuencias devastadoras que puede tener para México el que Donald Trump, en caso de llegar a la presidencia, cumpla su plan de acción en contra de México mediante dos medidas que piensa aplicar en contra de México. La primera medida de Trump en contra de México, consistente en la deportación masiva de una cifra estimada de 5.6 millones de mexicanos indocumentados (no de 11 millones como la ha estado manejando Donald Trump), en caso de cumplirse arrojaría a México en su peor crisis social y económica desde la Gran Depresión de 1929, porque México, simple y sencillamente, no tiene empleos ni viviendas ni escuelas disponibles para alimentar y alojar a esos 5.6 millones de mexicanos que Trump amenzaza con deportar. ¿Qué vamos a hacer con ellos? La segunda medida, consistente en hacer que México pague por la construcción de la muralla Trump que el mal vecino piensa construír haciendo que todos los mexicanos la paguen, empezando por incautar las remesas en dólares enviada por los mexicanos que viven y trabajan en los Estados Unidos a sus familias en México, propinaría el doble impacto de la pérdida de dichas remesas y la penuria de pagarle a Estados Unidos por la construcción del muro.
Lo más paradójico del asunto es que, antes de que el presidente Enrique Peña Nieto invitara a Donald Trump a visitarlo casi en calidad de jefe de estado sin serlo, Trump iba muy por debajo de Hillary Clinton en las encuestas, y fue esa visita a México la que reanimó la campaña presidencial de Donald Trump inyectándole vitaminas cuando más las necesitaba, revertiendo la tendencia a la baja que estaba sufriendo el magnate bufón en los sondeos. En una competencia cerrada, cualquier cosa puede ser suficiente para voltear la balanza de un lado a otro, y esa visita hecha a México podría terminar siendo el factor decisivo capaz de darle a Donald Trump el punto porcentual o el medio punto porcentual que necesita Trump para ganar la elección para obtener la presidencia de Estados Unidos. De este modo, indirectamente y sin quererlo, Enrique Peña Nieto podría terminar siendo el causante indirecto de instalar a Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos.
No es la primera ocasión en la historia de México que el valor del peso cae desde un nivel cercano a los doce pesos por dólar hasta los veinte pesos por dólar. Ya ocurrió una vez en 1976, con la diferencia de que mientras que en la actualidad la caída representa una caída paulatina acumulada a lo largo de varios años que el gobierno llama depreciación, el desplome en 1975 ocurrió repentinamente cuando los bancos ya habían cerrado su jornada laboral, y en ese entonces se habló de una devaluación, un término que a cada gobierno en turno no le gusta usar por la impopularidad que acarrea. Vale la pena hacer un recuento abreviada de la negra historia.
Por un tiempo prolongado en el siglo pasado, en los años sesenta, la paridad peso-dólar estaba controlada directamente por el Banco de México, el cual se encargaba de garantizar una paridad fija y artificial determinada por el Estado con la finalidad de dar certidumbre a los mercados internos y a las transacciones financieras de México con el mundo exterior. Esta relativa paz y tranquilidad llegó a su acabose al acercarse el final del triste sexenio del presidente Luis Echeverría. De un día a otro, el 1 de septiembre de 1976 el peso se devaluó de los 12.50 pesos por dólar a los 20.60 pesos por dólar, subiendo en 1.65 tantos el valor del dólar y detonando en México una inflación equiparable al porcentaje de la devaluación. El salario mínimo promedio en 1975, que variaba de región a región al estar subdividido México en varias zonas geográficas económicas, era de 63.40 pesos diarios. Para que los trabajadores pudiesen recuperar su poder adquisitivo antes de la devaluación de 1976, habría sido necesario que se les subiera a todos su salario en un 65 por ciento de inmediato. Esto únicamente para dejarlos igual que como estaban antes, sin que los aumentos de salario significaran algo real o un incremento en el poder adquisitivo de la moneda. Y si no se les podía subir su salario de inmediato, subirlo por lo menos un diez por ciento cada año para volver a dejar la cosa al final del sexenio del siguiente presidente (José López Portillo) igual que como estaba en 1976. ¿Ocurrió esto? No.
En el siguiente sexenio, bajo el despilfarrador José López Portillo que dilapidó el tesoro nacional en obras faraónicas y de relumbrón endeudando a México con la banca internacional y ofreció la promesa de los yacimientos de petróleo mexicano como garantía de pago, el peso se colapsó de un día a otro el 17 de febrero de 1982 de 20 pesos por dólar a 70 pesos por dólar cuando el Banco de México “se retiró del mercado de cambios”, una devaluación del 240 por ciento, pese a que ya con anterioridad el 17 de agosto de 1981 José López Portillo había exclamado su ya famosa frase “Defenderé el peso como un perro” (nadie se atrevió a responderle al loco faraón usando algo como lo que aparece en la obra Don Quijote en donde encontramos lo que Don Quijote le dice a su escudero Sancho “Ladran, luego cabalgamos”, que en lenguaje llano significa “Deja que los perros ladren Sancho amigo, es señal que vamos pasando”). Sin dólares de reserva al haberse agotado todas las que tenía el Banco de México para sostener la fantasía lopezportillesca, el gobierno de México se vió forzado a declararse en moratoria de pagos a sus acreedores internacionales, y poco faltó para que el país terminara de tronar por completo. Para que el poder de compra de los trabajadores siguiera siendo el mismo, ni siquiera triplicando el ya de por sí demeritado salario mínimo que se tenía antes del ascenso de López Portillo al poder habría sido suficiente. Se tendría que haber subido el salario mínimo en 3.4 tantos, únicamente para mantenerlo a la par con la caída del poder adquisitivo del peso. ¿Ocurrió esto? Tampoco.
Después de José López Portillo, vino al poder su sucesor elegido, Miguel de la Madrid Hurtado, el destroyer, que en una de sus primeras acciones de gobierno ordenó la devaluación del peso a 150 pesos por dólar, regalándole el peso mexicano a los extranjeros en grandes cantidades a cambio de unos cuantos dólares. Fue aquí cuando se comenzó a gestar el principio del fin del PRI como el partido hegemónico de México. Al final del desastroso sexenio del burócrata gris que había llegado a la presidencia de México no mediante el voto democrático del pueblo sino como el sucesor elegido por el gran dedo elector de su antecesor José López Portillo, Miguel de la Madrid dejó al peso con una paridad de 2,483 pesos por dólar. Para que los trabajadores pudiesen recuperar el poder adquisitivo de su ya de por sí devaluado salario antes de la llegada de Miguel de la Madrid al poder, habría sido necesario que se les subiera a todos su salario en 16.5 tantos, o sea no triplicándoles ni quintuplicándoles ni multiplicándoles por diez el salario que percibían sino en más de 16 tantos, y esto únicamente para dejarlos igual que como estaban antes, sin que los aumentos de salario significaran algo real o un incremento en el poder adquisitivo de la moneda. ¿Ocurrió esto? Tampoco.
Después vino el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, que recibió el peso con la paridad de 2,483 pesos por dólar, y al terminar su sexenio lo dejó con una paridad de 3,375 pesos por dólar. Para que los trabajadores pudiesen recuperar su poder adquisitivo antes de la llegada de Carlos Salinas de Gortari al poder, habría sido necesario que se les subiera a todos su salario en un 36 por ciento a lo largo del sexenio salinista. Curiosamente, por vez primera desde los tiempos de Luis Echeverría, el poder adquisitivo del peso no se estaba demeritando tanto como en otras ocasiones, y se empezaba a vislumbrar a futuro un aumento real en el poder adquisitivo de la moneda y del salario. Hasta inclusive, al amparo de la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y con Canadá, la propaganda oficial hizo creer a los mexicanos que México tenía que prepararse para pasar a formar parte de los países industrializados del primer mundo, o sea los países ricos como Inglaterra, Alemania, Suiza, etcétera. Sin embargo, lo que pocos sabían es que Salinas de Gortari había montado una ficción y había dejado la economía de México prendida con alfileres. Fue en este sexenio cuando se le quitaron dos ceros a la moneda y se inventó el “nuevo peso”. Un “nuevo peso” valía lo mismo que cien “viejos pesos”, algo que en su momento enloqueció a los contadores y tenedores de libros y que aún sigue causando confusión en los litigios legales que han tardado décadas en ser resueltos.
La ficción económica montada por Carlos Salinas de Gortari se cayó cuando, recién entrado su sucesor Ernesto Zedillo, a causa de lo que hoy se conoce como el error de diciembre el peso se devaluó de los 3.37 nuevos pesos a 9.45 nuevos pesos. Para que el poder de compra del trabajador mexicano siguiera siendo el mismo, habría que haber triplicado el salario mínimo, únicamente para mantenerlo a la par con la caída del poder adquisitivo del peso. ¿Se le triplicó a los trabajadores de México su salario mínimo? Tampoco. Sin embargo, esto tuvo un efecto positivo. Fue el factor decisivo para que el PRI fuera expulsado de la silla presidencial en las elecciones presidenciales del año 2000, abriendo por vez primera el paso a la democracia que México nunca había tenido por culpa de acaparadores del poder como el dictador Porfirio Díaz.
Finalizado el sexenio zedillista, el peso sufrió una devaluación del 15 por ciento en todo el sexenio de Vicente Fox al subir el dólar de 9.45 pesos a 10.90 pesos, aunque esto al costo oculto de quedarse estancada la economía de México por seis largos años. Con el siguiente presidente, Felipe Calderón, el peso subió de 10.90 pesos por dólar a 12.97 pesos por dólar, lo cual representa una devaluación del 18 por ciento. De este modo, los dos sexenios intermedios trajeron una devaluación muy paulatina del 33 por ciento. A estas alturas, estamos en una condición casi idéntica a cuando en el sexenio de Luis Echeverría el peso tenía una paridad fija e inmutable de 12.5 viejos pesos por dólar, de esos que realmente valían. Pero regresa el PRI al poder, y con solo cuatro años en la presidencia Enrique Peña Nieto tiene ante sí un peso que valía 12.97 nuevos pesos, y que al día de ayer estaba en los 20 pesos por dólar. O sea, un escenario devaluatorio casi del mismo rango que el que tuvo lugar en 1976, excepto que estamos hablando de nuevos pesos y no de viejos pesos. ¡Y al sexenio de Enrique Peña Nieto aún le quedan dos años! La devaluación del 50 por ciento en lo que va de la administración de Enrique Peña Nieto se dió pese a que el Congreso de la Unión le aprobó dentro de lo que se conoce como el Pacto por México tanto una Reforma Energética como una Reforma Financiera que iban a llevar a México por el sendero de la gloria convirtiéndolo en un paraíso que hasta Adán habría envidiado. Pero el gozo se fue al pozo.
Si acumulamos todas las devaluaciones ocurridas desde el 1 de septiembre de 1976 hasta el 20 de septiembre de 2016, o sea casi exactamente cuatro dédadas después, el dólar se ha encarecido en 200 tantos, o sea de los 12.5 viejos pesos por dólar a los 20 nuevos pesos por dólar. Esto significa que a una persona que hubiera empezado a trabajar el 1 de septiembre de 1976 y que hoy se estuviera jubilando, le tendrían que haber subido su salario desde entonces en 200 tantos, o sea multiplicárselo por 200, simplemente para mantener sus ingresos a la par con la caída del poder adquisitivo del peso. ¿Ocurrió esto? Si se lo preguntamos a cualquiera de ellos, responderá que ni siquiera les ha ocurrido en sus sueños. O poniéndolo de otra manera, los trabajadores de 1975 en México, en términos reales, ganaban mucho más dinero y vivían mucho mejor con lo que ganaban que los trabajadores de hoy.
Veámoslo de otra manera, situándonos en otro país, en Estados Unidos. En 1975 el salario mínimo era de $2.10 la hora, que por comodidad y por flojera para los cálculos matemáticos redondearemos a dos dólares la hora, o sea unos 16 dólares diarios para una jornada laboral de ocho horas. Parece poco, pero en ese entonces los dólares realmente valían y se podía comprar mucho con unos cuantos dólares, tanto así que había tiendas como la F. W. Woolworth (un ejemplo de ello lo fue el almacén comercial llamado El Paisano Cinco y Diez situado en una esquina de la calle Paisano de la ciudad de El Paso, Texas) en donde todo los artículos tenían precios de cinco centavos o diez centavos americanos. Si en Estados Unidos hubieran tenido gobiernos como los que los mexicanos hemos sufrido en México implementando políticas económicas como las que se han implementado en México, produciendo una devaluación acumulada desde 1975 hasta 2016 de 200 tantos, el salario mínimo en los Estados Unidos debería ser hoy de 400 dólares por hora (multiplíquense los dos dólares por hora por 200 y así se obtiene la cifra de 400 dólares por). ¿Es el salario mínimo hoy en los Estados Unidos igual a 400 dólares por cada hora de trabajo? Claro que no, ni en sueños guajiros. Anda en los $7.25 la hora, aunque algunos estados lo han subido a unos diez dólares la hora. Esto refleja el hecho de que el dólar no se devalúa, lo que se devalúa es el peso (aunque el poder adquisitivo de la moneda americana sí es afectado por eso que llamamos inflación).
El aspecto positivo de la continuada depreciación de la moneda y los ajustes dolorosos que se atisban en el horizonte para impedir que México truene como tronó en los tiempos en los que el PRI era el autoritario partido hegemónico, es que todo ello tal vez obligará a los legisladores a aplicar recortes para terminar con verdaderos abusos que se siguen practicando en contra del pueblo de México. Precisamente para corregir este tipo de cosas sirve la democracia.
Aún pese a que la barrera psicológica de los 20 nuevos pesos por dólar ya se alcanzó, pese a todo la situación puede aún empeorar, en caso de que Andrés Manuel López Obrador gane la contienda presidencial de 2018 y trate de elevarle por decreto presidencial el poder adquisitivo del salario a los trabajadores implementando con ello las mismas políticas populistas e inflacionarias del presidente socialista Luis Echeverría que empezaron a meter a México cuatro décadas atrás en el atolladero en el que actualmente se encuentra. Y para empeorar aún más las cosas, todavía nos falta que gane Donald Trump el próximo 8 de noviembre.
A como van las cosas y si se cumplen los pronósticos más pesimistas, a lo mejor el peso actual cotizado en una paridad de veinte pesos por dólar podría terminar cotizándose en cien o doscientos pesos por dólar, y si eso ocurre habría que quitarle nuevamente dos ceros a la moneda como en los tiempos del sexenio salinista para crear algo que podría llamarse los nuevos nuevos pesos. Para ir de allí a los nuevos nuevos nuevos pesos, Y así, hasta el infinito. O hasta que el cambio climático y el calentamiento global pongan fin al drama Wagneriano de un peso mexicano que siempre caía y caía pero nunca se recuperaba para poder regresar aunque fuese por una sola ocasión a una de sus estaturas anteriores, todo por culpa de una filosofía derrotista, una cultura de la devaluación de acuerdo a la cual la devaluación -perdón, depreciación- continuada de la moneda es algo anticipado y esperado al igual que la salida del sol o las estaciones del año, algo que forma parte ya de la manera en la que opera la economía mexicana a grado tal que si alguna vez hubiera un año en el cual el peso no se devaluara ello sería visto con incredulidad y tal vez hasta como un presagio de que el Apocalipsis ya está a la vuelta de la esquina. Por lo pronto, echémosle simplemente la culpa al destino de la nueva paridad de un dólar a veinte pesos, más que a la Fed, al precio del barril de petróleo, y a un payaso llamado Donald Trump.
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