A raíz del incremento de la xenofobia racista promovida por el candidato presidencial Donald Trump en contra de los mexicanos, ejemplificada por el famoso Muro Trump que el magnate quiere construír -pasándole la factura por la construcción del muro a México- para mantener fuera de la Unión Americana a los “pestilentes intrusos de piel morena” a los que califica como narcotraficantes y violadores que solo van a quitarle trabajo a los blancos decentes de la clase media y la working class, tal vez es hora de repasar algunos de los mitos que en el pasado han hecho que cientos de miles de mexicanos hayan sucumbido a la obsesión (y se le puede calificar como una verdadera obsesión en toda la extensión de la palabra) de emigrar al país del sueño americano que para algunos ya no lo es tanto. Muchos mexicanos que se fueron a vivir y trabajar a los Estados Unidos han terminado regresando a México contagiados de VIH/SIDA que a su vez se encargan de propagarlo en México, otros tantos han sido deportados dejando a sus familias separadas y desintegradas (tal es el caso de aquellos indocumentados que tienen hijos nacidos en los Estados Unidos), y otros más han terminado como cadáveres en su lucha por hacer realidad el espejismo suyo de ese inalcanzable sueño. De hecho, hay estadísticas que sugieren que cada vez menos mexicanos están dispuestos a pagar los costos de ese que cada vez se están antojando más altos hasta llegar al punto de ser inaceptables, y la emigración hacia un país en el que no están siendo bienvenidos ya no es lo que era antes.
Un famoso ex mexicano periodista abre los ojos
Empezaremos con la experiencia personal de un periodista que abandonó a México, su país de nacimiento, creyendo ilusamente que como mexicano dispuesto a desarraigarse y a adoptar la ciudadanía norteamericana jurándole lealtad eterna a la bandera norteamericana todo sería vida y dulzura y encontraría la felicidad eterna en el país del dólar. Estamos hablando del periodista de Univisión Jorge Ramos. Cuando se fue a vivir a los Estados Unidos, ilusamente creyó que podía ser American citizen y mexicano al mismo tiempo. Esto lo creyó a pie juntillas hasta que un tipo racista hasta la médula y anti mexicano a rabiar apoyado por millones de seguidores suyos igual de racistas y anti mexicanos que él fue convertido en un contendiente presidencial en serio a la presidencia de los Estados Unidos. Veamos lo que tiene que decirnos Jorge Ramos con sus propias palabras en un editorial suyo titulado “La caída de Marco y Ted” publicado en varios medios de comunicación allá por la segunda semana de mayo de 2016: “Hay veces en que ya no reconozco a Estados Unidos. El mismo país que se fundó con inmigrantes acaba de escoger como candidato presidencial a un hombre que quiere deportar a 11 millones de inmigrantes en dos años. Esta no parece la misma nación que me recibió tan generosamente hace 33 años y a muchos más después de mí. ¿Cómo explicamos el fenómeno de Donald Trump? Fácilmente. En Estados Unidos hay millones de personas que piensan como él y que comparten sus comentarios racistas en contra de los inmigrantes latinos y en contra de los musulmanes. Nunca había recibido tantos insultos en las redes sociales como ahora (y espero muchos más después de esta columna). Trump está convirtiendo en normal lo que antes eran comentarios y comportamientos castigados socialmente. Estamos en un extrañísimo paréntesis histórico en Estados Unidos en que se vale expresar en público todos tus prejuicios. Los demonios andan sueltos. Denigrar a las mujeres públicamente, acusar de violadores a todo un grupo étnico o discriminar contra una religión hubiera descalificado a cualquier aspirante presidencial hace cuatro años. Hoy no. Hoy lo convierte en candidato del partido Republicano. Por eso hay días en que no reconozco a Estados Unidos. Nunca me había tocado cubrir una campaña como esta. La recordaré, por supuesto, por los exabruptos y los extremismos de Trump. Pero también porque por primera vez en la historia hubo dos candidatos latinos a la presidencia: los senadores Marco Rubio y Ted Cruz. Lo peor que hicieron Rubio y Cruz fue tratar de parecerse a Trump. No entiendo todavía por qué dos hijos de inmigrantes decidieron darles la espalda a otros inmigrantes como sus padres. (El padre y la madre de Rubio, y el padre de Cruz nacieron en Cuba). Cruz quería deportar a 11 millones, como Trump, y Rubio incomprensiblemente se opuso a un plan de legalización de indocumentados que él mismo -como senador- había pensado, planeado y propuesto. Rubio y Cruz rompieron una noble tradición en que los políticos hispanos a nivel nacional, independientemente de su partido, siempre defendían a los más vulnerables, a los indocumentados. Ellos decidieron no hacerlo. Fue muy triste. Más triste fue verlos pelear en un debate presidencial para ver cuál de los dos tenía la posición más antiinmigrante. Su deseo de ser como Trump, de insultar como Trump y, por supuesto, de ganar como Trump, oscureció las grandes características de liderazgo que los convirtieron en dos de los más jóvenes senadores de Estados Unidos. También recuerdo con pena ajena cuando Rubio presumió tener dedos más largos que los de Trump o cuando Cruz -el mismo día que lo derrotaron en Indiana y se retiró de la contienda- acusó a Trump de ser un "mentiroso patológico" y perdió la cordura en televisión nacional. Trump los entrampó. Marco y Ted quisieron ser como Donald respecto a los inmigrantes. Pero, afortunadamente, no hay otro como Trump. Muchos latinos —los conozco— hubieran querido estar orgullosos de Rubio y Cruz y elegir al primer presidente hispano de Estados Unidos. Pero nunca se sintieron a gusto con las posiciones antiinmigrantes de los senadores cubanoamericanos. La política es brutal. Convirtió a dos hijos de inmigrantes en portavoces de un movimiento que culpó injustamente a los indocumentados de los principales problemas económicos y de seguridad del país. Lección para la próxima elección: siempre es mejor ser uno mismo y poder regresar con los tuyos sin bajar la mirada. Marco y Ted pudieron ser los nuevos héroes de la comunidad latina y, en cambio, decidieron parecerse al villano. Así perdieron dos veces”.
Marco Rubio y Ted Cruz son dos ejemplos prominentes de norteamericanos que aunque sean portadores de apellidos hispánicos se han desarraigado por completo de sus orígenes ancestrales a los cuales le deben sus apellidos hispanos. Se han integrado por completo a la cultura norteamericana, y repudian todo lo que huela a inmigrante hispano aunque ellos mismos hayan descendido de algún inmigrante hispano. No son muy diferentes de los perros callejeros que después de haber deambulado varios años por las calles buscando alimento, al encontrar un lugar en donde es depositado o les es depositado alimento se pelean ferozmente contra otros perros callejeros que llegan después que ellos para que esos otros perros callejeros que también andaban deambulando (al igual que ellos) no se puedan instalar en el mismo lugar y no se conviertan en competidores por la comida. Se trata de un asunto de superviviencia en el cual las morales o las éticas no tienen cabida.
El anti-mexicano Marco Rubio
El senador Marco Rubio, pese a su ascendencia hispana (cubana), odia a los mexicanos, un secreto suyo que se tenía bien guardadito, hasta que quedó al descubierto con su bloqueo en el Senado norteamericano a la confirmación de la talentosa Roberta Jacobson como Embajadora de los Estados Unidos ante México. Por culpa directa de Marco Rubio, México no tuvo a ningún representante oficial de la diplomacia del gobierno norteamericano por espacio de casi un año, algo inusitado que usualmente es considerado como una bofetada en la cara al país al que se le niega interlocutor diplomático; lo único peor es el retiro del embajador cuando las relaciones entre dos países se tensan y están al borde de la ruptura. El pretexto de Marco Rubio fue tratar de alegar que Roberta Jacobson mentía, aunque su verdadero motivo era el hecho de que en un momento en el que en la contienda interna del Partido Republicano para obtener la nominación presidencial le daba una amplia delantera a Donald Trump sobre Marco Rubio basado en un discurso de odio anti mexicano con la promesa aún vigente de la construcción de un gigantesco muro “para mantener fuera a esos mexicanos que solo vienen a robarnos empleos, a violar nuestras mujeres y a corromper con drogas a nuestra juventud”, lo popular era (sigue siendo) usar a los mexicanos como el chivo expiatorio de todas las culpas y males de la Unión Americana.
Marco Rubio creyó que con su desaire a México, el bloqueo de la confirmación de Roberta Jacobson como embajadora de Estados Unidos, ganaría más popularidad para que al menos los habitantes en su propio estado de Florida (el mismo estado en donde vive el periodista y conductor Jorge Ramos de Univisión) lo pusieran adelante de Donald Trump en las elecciones primarias del Partido Republicano, aunque casi nadie en Florida creyó en la sinceridad de Marco Rubio y le dieron una felpa humillante propinada el 15 de marzo en su propio estado que lo obligó a retirarse de la contienda presidencial. De hecho, Marco Rubio nunca estuvo solo en su oposicion a que hubiera en México “el país odiado” un embajador de los Estados Unidos. También Ted Cruz lo secundó en el bloqueo de la confirmación de Roberta Jacobson, y de hecho ambos en sus virulentos discursos en contra de la plaga mexicana competían para ver cuál de ellos era el más anti mexicano de los dos. El 28 de abril, tres semanas después de que Marco Rubio fuera apaleado en su propio estado y repudiado por su propia gente, levantó su bloqueo a la confirmación de Roberta Jacobson y de este modo el Senado de Estados Unidos ratificó a Roberta Jacobson como embajadora en México, diez meses después de que el presidente Barack Obama la propusiera. Su nombramiento prosperó luego de que los senadores republicanos Marco Rubio y Ted Cruz retiraran su oposición al voto de ratificación, y retiraron su oposición al darse cuenta de que su retórica anti mexicana no les ayudaba en nada para ganarle al xenófobo Donald Trump la delantera que les llevaba. El cambio de parecer de Marco Rubio retirando su oposición a la nominación de Roberta Jacobson tuvo que ver no solo con el hecho de que abrazar la retótica anti mexicana de Donald Trump no le sirvió de nada para sus malogradas aspiraciones presidenciales, seguramente se puso a pensar en que cuando le toque contender nuevamente por la Senaduría por Florida, los mismos que le negaron su apoyo el 15 de marzo muy posiblemente se lo volverán a negar, y a estos muy posiblemente se les sumarán electores de ascendencia mexicana -entre ellos el mismo Jorge Ramos- que quedaron decepcionados y hasta ofendidos con la retórica anti mexicana de Marco Rubio, una mala receta para cualquiera que se quiera postular para una reelección. Sin embargo, resulta muy curioso que el periodista y conductor Jorge Ramos cuando más aplaudía y más apoyaba a Marco Rubio en ningún momento le reprochó en sus editoriales ni en sus entrevistas el desaire deliberado hacia México de estar bloqueando en el Senado la confirmación de Roberta Jacobson como embajadora. En efecto, al estar apoyando a Marco Rubio en su actitud anti mexicana, el mismo Jorge Ramos se convirtió en lo que ahora tanto les critica a Marco Rubio y a Ted Cruz, se convirtió en un desarraigado pleno que pese a todo se sigue imaginando en su propia fantasía que no ha dejado de ser mexicano por el hecho de haberse convertido en un norteamericano.
En Florida no abundan los grupos de supremacía racial anglosajona a los cuales les agrada cualquier cosa que mantenga fuera de los Estados Unidos a los mexicanos, pero aunque hubieran tenido una presencia fuerte de nada le hubiera servido a Marco Rubio por el hecho de que, pese a su discurso anti mexicano al estilo de Donald Trump y pese a su piel blanca, en realidad para los supremacistas raciales Marco Rubio es y seguirá siendo hasta que muera un “arribista” con sangre latina que no merece convivir entre las comunidades blancas que no han sido contaminadas por la sangre hispana, esto aunque le jure lealtad diariamente a la bandera norteamericana y esté dispuesto a escupir sobre las banderas de Cuba y de México limpiándose el sudor de su frente con estas banderas. Si algo aceptan de los dichos mexicanos los supremacistas raciales que admiran a tipos como Donald Trump, es el que dice “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.
El cubano-americano no existe
Jorge Ramos es de los cientos de miles de mexicanos emigrados a los Estados Unidos que todavía creen en la fantasía de que se puede ser mexicano y American citizen al mismo tiempo, con lealtades dadas simultáneamente a la bandera norteamericana y a la bandera mexicana. Pero esto es una ficción, porque a la hora de la verdad, a la hora de las definiciones, no se puede ser ambas cosas. Aunque gracias a las iniciativas del presidente Obama y del Papa Francisco las relaciones entre Cuba y Estados Unidos están en vías de normalización, esto no borra el hecho de que cuando ha habido conflictos en el pasado entre Estados Unidos y Cuba, los cubanos naturalizados como norteamericanos -como en el caso de Marco Rubio y Ted Cruz- no vacilarían un solo momento, en caso de ser reclutados por el ejército norteamericano- en matar cubanos nacidos en Cuba y que siguen viviendo en Cuba. Sobran los casos de cubanos que le han jurado lealtad a la bandera norteamericana y enrolados en el ejército norteamericano no vacilarían ni un solo instante en matar cubanos -o mexicanos o centroamericanos o sudamericanos- si así se los ordenaran.
Un ejemplo de un cubano naturalizado norteamericano leal en su totalidad a las fuerzas armadas de los Estados Unidos lo tenemos en el actor Desi Arnaz, nacido en Cuba en 1917 y el cual se enroló para luchar y derramar su sangre incluso en aras de la bandera norteamericana. Si era cubano, dejó de serlo al momento de hacer el juramento hacia la bandera norteamericana. Cuando juró bandera Desi Arnaz, la guerra que estaba siendo llevada a cabo era contra las fuerzas de los países del Eje, o sea que si se le hubiera ordenado habría tenido que matar a alemanes, italianos y japoneses. Pero igual habría tenido que estar en plena disponibilidad de tener que matar a cubanos residiendo en Cuba, posiblemente algunos emparentados con sus padres, De hecho, tiempo después, una disyuntiva así se les presentó a los cubanos naturalizados norteamericanos que estaban radicando en Miami, cuando la Central Intelligence Agency reclutó a cientos de ellos para llevar a cabo la Invasión de Bahía de Cochinos, en el marco de la Guerra Fría entre Estados Unidos que representaba al sistema económico capitalista basado en la fe puesta en la libre empresa y el sistema económico marxista-leninista basado en una economía socialista controlada en todo por el Estado sin oportunidad alguna para la libre empresa. Varios de los cubano-americanos que se enlistaron para servir como soldados no-oficiales del gobierno de los Estados Unidos (el ejército regular de los Estados Unidos no podía intervenir directamente en tal invasión sin causa justificada porque ello habría sido considerado como una agresión directa de una superpotencia tratando de avasallar con su poderío militar a un país soberano en condiciones de franca desventaja y muy posiblemente habría motivado a la Unión Soviética a intervenir también militarmente en contra de Estados Unidos) eran ciudadanos norteamericanos, ya se habían naturalizado como norteamericanos. Otros aún no lo habían hecho, seguían siendo residentes con su green card pero seguramente con las esperanzas de que el servir militarmente a los intereses del gobierno norteamericano les allanaría el camino para obtener la ciudadanía. Pero todos los cubano-americanos, tanto los residentes como los ciudadanos, era gente de ascendencia cubana que tenía que estar dispuesta a matar a los cubanos que vivían en Cuba. Aunque en ese entonces algunos de ellos alegaban que querían regresar a Cuba una vez que fuera depuesto el gobierno de corte comunista administrado por el Comandante Fidel Castro, es dudoso que uno solo de ellos hubiera estado dispuesto a regresar a vivir y a trabajar en Cuba (estamos hablando de los nacidos en Cuba que huyeron a Estados Unidos tras la caída del dictador Fulgencio Batista), al igual que hoy casi ninguno de los cubano-americanos que vive en Miami tiene la intención de irse a vivir a Cuba. El enrolarse en una invasión para servir los intereses geopolíticos del gobierno norteamericano de ese entonces permitiendo que el Tío Sam los usara como peones dispuestos a morir luchando por los intereses de dicho gobierno era más que nada una forma de mostrar su lealtad incondicional a los Estados Unidos, más que un verdadero interés en cambiar el tipo de gobierno en Cuba.
La situación no ha cambiado en nada al día de hoy, aunque la apertura de relaciones llevada a cabo por el presidente Barack Obama haya reducido las tensiones entre Estados Unidos y Cuba. El cubano-americano le es leal al cien por ciento al gobierno norteamericano, y así debe ser porque en lo que se refiere a lealtades, estas no pueden estar divididas. Ninguno de ellos puede decir (y de hecho, no lo dicen) “yo soy norteamericano al 60 por ciento, y cubano al 40 por ciento”, o “yo soy cubano al 80 por ciento y norteamericano al 20 por ciento”. Se puede (y se tiene que) ser cubano al cien por ciento, o norteamericano al cien por ciento, pero no una mescolanza bizarra, ya que tal atrofia va incluso en contra de la dignidad de la misma persona rebajándola a la categoría de un payaso para quien la vida no es más que una comedia.
Estrictamente hablando, en virtud de que un cubano enrolado dentro del ejército norteamericano debe de estar dispuesto a tomar las armas y a matar cubanos viviendo en Cuba en caso de que pueda haber un conflicto armado entre Estados Unidos y Cuba (o ser considerado un traidor en caso de que se niegue a hacerlo), no se le puede llamar cubano-americano porque sus lealtades están ya bien definidas. En todo caso, se le puede llamar (y es más correcto hacerlo) un norteamericano descendiente de cubanos. El híbrido no existe, es una ficción, siempre lo fué.
El mexico-americano tampoco existe
¿Alguien ha escuchado alguna vez el Himno de los Marines norteamericanos? Dice así:
From the Halls of Montezuma
To the Shores of Tripoli;
We will fight our country's battles
In the air, on land and sea;
First to fight for right and freedom
And to keep our honor clean;
We are proud to claim the title
Of United States Marine.
Our flag's unfurled to every breeze
From dawn to setting sun;
We have fought in ev'ry clime and place
Where we could take a gun;
In the snow of far-off Northern lands
And in sunny tropic scenes;
You will find us always on the job--
The United States Marines.
Here's health to you and to our Corps
Which we are proud to serve
In many a strife we've fought for life
And never lost our nerve;
If the Army and the Navy
Ever look on Heaven's scenes;
They will find the streets are guarded
By United States Marines.
To the Shores of Tripoli;
We will fight our country's battles
In the air, on land and sea;
First to fight for right and freedom
And to keep our honor clean;
We are proud to claim the title
Of United States Marine.
Our flag's unfurled to every breeze
From dawn to setting sun;
We have fought in ev'ry clime and place
Where we could take a gun;
In the snow of far-off Northern lands
And in sunny tropic scenes;
You will find us always on the job--
The United States Marines.
Here's health to you and to our Corps
Which we are proud to serve
In many a strife we've fought for life
And never lost our nerve;
If the Army and the Navy
Ever look on Heaven's scenes;
They will find the streets are guarded
By United States Marines.
La primerísima línea del Himno de los Marines es una referencia directa a la guerra con la cual Estados Unidos le robó a México más de la mitad de su territorio. La guerra entre México y Estados Unidos estalló en 1846, y al llegar 1847 las fuerzas norteamericanas habían tomado la delantera, pero la capital del país, la Ciudad de México, permanecía sin ser tomada. El corazón de la ciudad, hablando en el sentido militar, estaba siendo defendido en el Castillo de Chapultepec, conocido también por los norteamericanos como los “Halls of Montezuma” (las grandes salas de Moctezuma, en alusión al Emperador Moctezuma). Colocado sobre un cerro, el castillo servía como una academia militar en 1847, pero con artillería pesada montada tras sus murallas también ofrecía protección al resto de la ciudad.
El 13 de septiembre de 1847, una unidad de Marines se unió a los soldados norteamericanos del ejército regular a los cuales se les había dado la orden de tomar el Castillo de Chapultepec, que estaba siendo defendido por niños dispuestos a dar su vida combatiendo al invasor que contaba con superioridad numérica y pertrechos en abundancia. Los Marines y las tropas de infantería escalaron las murallas, masacraron a los niños héroes y capturaron el castillo, lo cual abrió la ciudad a las fuerzas norteamericanas llevando la guerra hacia una conclusión rápida y al robo del territorio mexicano formalizado con el Tratado de Guadalupe Hidalgo.
Precisamente la primera línea de la primera estrofa del himno de los Marines hace alusión a la manera para ellos gloriosa y digna de orgullo con la cual los Marines mataron a los niños mexicanos concluyendo una guerra que le dió al país de los Marines, al país del sueño americano, una expansión territorial como no han vuelto a tener otra en los capítulos posteriores de su historia. La línea “To the Shores of Tripoli” fue agregada posteriormente al himno de los Marines en referencia al alzado de la bandera norteamericana en Derna, una ciudad costera de Trípoli, tras la Batalla de Derna llevada a cabo en 1805.
La frase “From the halls of Montezuma to the Shores of Tripoli” es deliberadamente una frase derogatoria e hiriente de los Marines en contra de México y los mexicanos, a los cuales los Marines consideran como una masa amorfa que pueden ser vencidos fácilmente en el campo de batalla porque son una bola de estúpidos que no saben luchar ni saben lo que quieren, en contraste con los gloriosos Marines capaces de poder matar cada uno de ellos a más de cien mexicanos de un solo tiro usando una sola bala para imponer su superioridad y sin recibir un solo rasguño. Este concepto, desde luego, está errado, lo demuestra el triunfo obtenido por el Ejército mexicano en la Batalla del 5 de Mayo y otras batallas menores como la que se documentó en esta bitácora el trabajo publicado aquí el 21 de junio de 2016. Al héroe mexicano Pancho Villa aún no lo perdonan los norteamericanos por el hecho de haber cruzado la línea divisoria entre México y Estados Unidos y propinar en suelo norteamericano un duro asalto al poblado de Columbus, y no haberlo podido capturar jamás las tropas norteamericanas que ingresaron ilegalmente a México en busca de Pancho Villa. Si México no hubiera estado en 1848 en manos de un dictador tan vanidoso y tan corrupto como Antonio López de Santa Anna, es posible que México pudiera haber estado en condiciones de derrotar al invasor estadounidense expulsándolo del territorio nacional y hasta quitarle algunas tierras en compensación por daños ocasionados, pero hasta eso tuvieron a su favor los Marines, a los cuales sin embargo no les gusta recordar episodios traumáticos como la Guerra de Vietnam que le costó a Estados Unidos las vidas de muchos otrora invencibles Marines y que al fin de cuentas terminó perdiendo pese a tratarse de un pequeño país que le demostró al mundo que David aún puede vencer a Goliath cuando hay determinación en contra del agresor y lealtad incondicional al país que está siendo atacado sin causa justificada.
Si había alguien de ascendencia mexicana entre los Marines que invadieron a México en una ofensiva contra cadetes de la cual hasta el día de hoy están muy orgullosos los Marines, seguramente mató cuantos mexicanos pudo matar, porque en una situación así se deja por completo de ser mexicano y se es norteamericano. En una situación así, el mexico-norteamericano deja de existir y solo puede ser norteamericano. Inclusive si hubiera dejado su posición y se hubiera pasado a luchar del lado de los cadetes mexicanos, se le habría seguido considerando como norteamericano, pero juzgado por una corte marcial como un traidor y colgado de una horca o fusilado por un pelotón de soldados. En una cosa así no se puede ser mexicano y norteamericano a la vez.
Cuando se es norteamericano, cuando se ha jurado lealtad a la bandera norteamericana, se debe estar completamente dispuesto a matar mexicanos aunque el que los mate sea uno que ilusamente se imagina que sigue siendo mexicano así sea en parte. No lo es y no lo volverá a ser nunca más, así lo decidió alguna vez en su vida y así lo debe aceptar.
En pocas palabras, el méxico-americano tampoco existe. Se puede ser mexicano, o se puede ser ciudadano norteamericano, pero hay situaciones históricas que demuestran que no se pueden tener las dos lealtades al mismo tiempo. Se trata de una fantasía a la que se aferran personajes como Jorge Ramos, Alicia Machado, Angélica Vale (hija de Angélica María la cual nació en los Estados Unidos al igual que Chabelo), Thalía y Kate del Castillo.
Los “African-Americans” tampoco existen
Pocos grupos étnicos le han dado tantas medallas en los juegos olímpicos a los Estados Unidos como aquellos compuestos por personas de raza negra. Los mismos que son el blanco favorito de los policías norteamericanos a los que recientemente les ha infectado el gusto de incurrir en abusos de fuerza para ir matando de uno en uno a la mayor cantidad de negros que se pueda aunque ello le cueste a Estados Unidos varias medallas de oro en las olimpiadas.
Por tradición y por costumbre, a los que empezaron a llegar encadenados en galeras a las Trece Colonias para servir como esclavos se les ha llamado African-Americans o Afroamericans, puesto que todos provenían del continente africano. Sin embargo, examinando más de cerca el significado del término, se llega a la conclusión de que tal grupo en realidad no existe. Considérese el hecho de que las fuerzas armadas norteamericanas incorporan una gran cantidad de personas de raza negra en todos los escalafones militares. Si a un batallón comandado por alguien como el General Colin Powell (por cierto descendiente de jamaiquinos que a su vez debieron haber descendido de africanos) se le hubiera dado la orden de invadir Jamaica y matar jamaiquinos, no hubiera dudado un solo momento en hacer tal cosa. Y en realidad, no hubiera tenido ningún margen de maniobra para tratar de desobedecer una orden así. Del mismo modo, si a un teniente keniano-americano se le da la orden de matar soldados en Kenia, automáticamente y de manera inmediata ese teniente deja de ser keniano-americano y se convierte en un norteamericano pleno dispuesto a matar kenianos, perdiendo lo “americano” de su designación. Y si a un coronel nigeriano-americano se le da la orden de matar a soldados de Nigeria, también automáticamente y de manera inmediata ese coronel deja de ser nigeriano-americano y se convierte en un norteamericano pleno dispuesto a matar nigerianos. Posiblemente le duela en el alma ordenar la matazón de lo que tiempo atrás era su propia gente, con sus costumbres y su modo de vida ancestrales, pero lo tiene que hacer, so pena de terminar enfrentando una corte marcial y un paredón de fusilamiento en caso de no hacerlo albergando algún sentimiento en su corazón hacia Nigeria.
Una designación más correcta, que por cierto muchos de piel negra en Estados Unidos aceptan, en lugar de las designaciones de Americanos-Africanos o Afroamericanos, es la de Americanos negros (black Americans). Nada que los relacione ya con el continente africano. ¿Y qué del libro Roots de Alex Haley? Pues en el campo de batalla eso ya no significa absolutamente nada, y los negros que son reclutados en el ejército norteamericano han aprendido con el paso del tiempo que entre más pronto se olviden de cualquier cosa que los vincule al continente africano tanto mejor para ellos evitándose problemas con una población cada vez más xenofóbica azuzada por tipos como Donald Trump.
En general, los “hyphen-Americans” no existen
Tratando de presumir su asimilación de inmigrantes de todas partes del mundo que se dicen orgullosos de sus orígenes, frecuentemente vemos referencias a los que son identificados como los hyphen Americans (Americanos con guión en su designación), o sea los que dicen ser “Americans” anteponiendo a dicha palabra el país de origen de sus ancestros, de modo tal que tenemos mescolanzas tales como Korean-Americans, Peruvian-Americans, Japanese-Americans, Venezuelan-Americans, y así por el estilo.
La frase hyphen Americans fue popularizada por el presidente Theodore Roosevelt cuando la Primera Guerra Mundial se estaba llevando a cabo en una época en la cual Estados Unidos permanecía neutral y aún no tomaba parte en el conflicto, y fue usada para criticar deliberadamente a Americanos que tenían lealtadas a los países de origen de sus ancestros. Roosevelt usó la frase derogatoria de su invención para atacar únicamente a los alemanes-americanos y a los irlandeses-americanos, nunca para atacar a los británicos-americanos que demostraban lealtades hacia Inglaterra que estaba en guerra con Alemania y estaba reprimiendo a Irlanda. Este asunto resultó ser altamente controversial (igual que ahora) y dañó al candidato presidencial del Partido Republicano en 1916, Charles Evan Hughes, a tal grado que perdió por escaso margen ante Woodrow Wilson cuando los alemanes-americanos albergaron sospechas de que Hughes estaba siendo apoyado por Roosevelt.
En un discurso pronunciado en 1915 al grupo católico Knights of Columbus (Caballeros de Colón), Roosevelt dijo lo siguiente:
“No existe lugar en este país para el Americanismo-hyphen. Un hyphenated American no es un Americano en lo absoluto. Esto es tan cierto del hombre que se pone “nativo” antes del guión como del hombre que se pone “alemán” o “irlandés” o “inglés” o “francés” antes del guión. El Americanismo es un asunto de espíritu y de alma. Nuestra lealtad debe ser puramente hacia los Estados Unidos. Debemos condenar sin excepción a cualquier otro hombre que mantenga cualquier otro tipo de lealtad. Pero si es de buena fe y singularmente leal a esta República, entonces no importa en dónde haya nacido, es tan buen Americano como cualquier otro.El presidente Theodore Roosevelt, un paladín del expansionismo estadounidense, se recuerda, es el mismo que en 1898 encabezó la Guerra Hispano-Estadounidense entre cuyos motivos estaba el humillar a España arrebatándole las últimas posesiones que aún le quedaban en el continente americano, reduciendo a España de la gigantesca potencia que alguna vez fue cuando dominaba la mayor parte del continente americano, a una nación europea aislada sin posesión alguna en América y sin brillo alguno de su gloria previa que pudiera opacar al avorazado espíritu del Destino Manifiesto que siempre ha seguido vivo de una forma u otra en la sociedad norteamericana.
La manera absolutamente segura de llevar a esta nación a su ruina, de prevenir cualquier posibilidad de continuar siendo una nación, sería el permitir que una revoltura de nacionalidades en pugna, un nudo intrincado de alemanes-americanos, irlandeses-americanos, ingleses-americanos, franceses-americanos, escandinavos-americanos o italianos-americanos, cada cual preservando por separado su nacionalidad, cada cual mostrando mayor simpatía hacia los europeos de aquella nacionalidad, que con cualquiera otro ciudadano de la República Americana. Los hombres que no se vuelven Americanos y nada más que lo que presumen son hyphenated Americans; y no debe de haber lugar alguno para ellos en este país. El hombre que se llama a sí mismo American citizen y aún así muestra por sus acciones que es primariamente el ciudadano de una tierra extranjera, juega un papel perverso en la vida de nuestro cuerpo político. Él no tiene cabida aquí, y entre más pronto regrese a la tierra hacia la cual siente que está la verdadera lealtad de su corazón, tanto mejor para cada buen Americano. No existe tal cosa como un hyphenated American que sea un buen Americano. El único hombre que es un buen Americano es aquél que es un Americano y nada más que eso.
Para un ciudadano Americano el votar como un alemán-americano, un irlandés-americano, o un inglés-americano, es ser un traidor a las instituciones Americanas; y aquellos Americanos con guión que inspiran terror en los políticos Americanos a través de amenazas con el voto extranjero están involucrados en traición a la República Americana”.
En la Guerra Hispano-Estadounidense de 1898, si había algún soldado en el ejército norteamericano con ascendencia cubana o española, no le quedaba otra opción más que esconder su ancestría hispana como si fuera algo muy vergonzoso, e ir a matar cubanos y españoles con toda la disposición de clavarles en el pecho la bayoneta del fusil y asumiendo así de ese modo y con mucho orgullo su estatus pleno como todo un American citizen, sin el hyphen derogatorio.
Si hemos de hacer un resumen de la imposibilidad práctica de que alguien sin importar su país de origen o el de sus ancestros pueda mantener algún grado de lealtad hacia la tierra que dejaron, tal resumen lo podríamos hacer postulando los siguientes hechos que los mismos libros de historia nos confirman una y otra vez:
El iraní-americano que sea enviado por Estados Unidos a pelear en contra de Irán tiene que estar dispuesto a matar iraníes, inclusive aunque aquellos a los que mate los reconozca como amigos o familares suyos, y a mancillar y pisotear la bandera de Irán y todo lo que representa.Los únicos a los que nadie puede llamar desarraigados son los guatemaltecos que se han quedado en Guatemala y se la han jugado con Guatemala, los cubanos que se han quedado en Cuba y se la han jugado con Cuba, los hondureños que se han quedado en Honduras y se la han jugado con Honduras, los mexicanos que se han quedado en México y se la han jugado con México (el recientemente fallecido Juan Gabriel fue uno de ellos), y así por el estilo.
El venezolano-americano que sea enviado por Estados Unidos a pelear en contra de Venezuela tiene que estar dispuesto a matar venezolanos, inclusive aunque aquellos a los que mate los reconozca como amigos o familares suyos, y a mancillar y pisotear la bandera de Venezuela y todo lo que representa.
El mexicano-americano que sea enviado por Estados Unidos a pelear en contra de México tiene que estar dispuesto a matar mexicanos, inclusive aunque aquellos a los que mate los reconozca como amigos o familares suyos, y a mancillar y pisotear la bandera de México y todo lo que representa.
El japonés-americano que sea enviado por Estados Unidos a pelear en contra de Japón tiene que estar dispuesto a matar japoneses, inclusive aunque aquellos a los que mate los reconozca como amigos o familares suyos, y a mancillar y pisotear la bandera de Japón y todo lo que representa.
El cubano-americano que sea enviado por Estados Unidos a pelear en contra de Cuba tiene que estar dispuesto a matar cubanos, inclusive aunque aquellos a los que mate los reconozca como amigos o familares suyos, y a mancillar y pisotear la bandera de Cuba y todo lo que representa.
El venezolano-americano que sea enviado por Estados Unidos a pelear en contra de Venezuela tiene que estar dispuesto a matar venezolanos, inclusive aunque aquellos a los que mate los reconozca como amigos o familares suyos, y a mancillar y pisotear la bandera de Venezuela y todo lo que representa.
El nicaraguense-americano que sea enviado por Estados Unidos a pelear en contra de Nicaragua tiene que estar dispuesto a matar nicaraguenses, inclusive aunque aquellos a los que mate los reconozca como amigos o familares suyos, y a mancillar y pisotear la bandera de Nicaragua y todo lo que representa.
El hondureño-americano que sea enviado por Estados Unidos a pelear en contra de Honduras tiene que estar dispuesto a matar hondureños, inclusive aunque aquellos a los que mate los reconozca como amigos o familares suyos, y a mancillar y pisotear la bandera de Honduras y todo lo que representa.
El guatemalteco-americano que sea enviado por Estados Unidos a pelear en contra de Guatemala tiene que estar dispuesto a matar guatemaltecos, inclusive aunque aquellos a los que mate los reconozca como amigos o familares suyos, y a mancillar y pisotear la bandera de Guatemala y todo lo que representa.
Y así sucesivamente, no hay excepción a la regla.
¿Alguna duda?
Lealtad dividida
Encontrarse en otro país diferente en el cual uno no nació ni creció invariablemente puede llevar a una negación de la realidad que se manifiesta en la doble personalidad del que no se resigna a ser asimilado culturalmente por completo y a perder con ello para siempre las costumbres de sus ancestros. La canción El Otro México compuesta en 1986 e interpretada por la banda musical grupera Los Tigres del Norte refleja el angustioso y tal vez hasta doloroso dilema de aquellos que emigran en busca del sueño americano y que se rehusan a aceptar la cruda realidad de que al tomar el juramento de lealtad hacia la bandera norteamericana en la ceremonia de naturalización que los convierte en gringos, lo quieran o no se están desarraigando para siempre del país que los vió nacer. Esta es la letra de la canción en la que encontramos una frase que encuadra la negación de lo que en los emigrados tanto legales como indocumentados es un hecho plenamente consumado, la frase “no soy un desarraigado”:
El Otro México
Música y letra: Los Tigres del Norte
No me critiquen
por que vivo en el otro lado
no soy un desarraigado
vine por necesidad
ya muchos años
que me vine de mojado
mis costumbres no han cambiado
ni mi nacionalidad.
Soy como tantos
muchos otros mexicanos
que la vida nos ganamos
trabajando bajo el sol
reconocido por buenos trabajadores
que hasta los mismos patrones
nos hablan en español.
Cuando han sabido
que un doctor un ingeniero
se han cruzado de braceros
por que quieran progresar
o que un cacique deje tierras y ganado
por cruzar el río bravo
eso nunca lo verán.
El otro México
que aquí hemos construido
en este suelo que ha sido
territorio nacional
es el esfuerzo
de todos nuestros hermanos
y latinoamericanos
que han sabido progresar.
Mientras los ricos
se van para el extranjero
para esconder su dinero
y por Europa pasear.
Los mexicanos
que venimos de mojados
casi todo se lo enviamos
a los que quedan allá.
Cuando han sabido
que un doctor un ingeniero
se han cruzado de braceros
por que quieran progresar
o que un cacique deje tierras y ganado
por cruzar el río bravo
eso nunca lo verán.
Curiosamente, algunos de los miembros de la banda musical Los Tigres del Norte todavía no son desarraigados y pueden presumir que siguen siendo mexicanos en toda la extensión de la palabra, pero es posible que esto pronto cambiará empezando por el hecho de que el fundador y uno de los vocalistas de Los Tigres del Norte, Jorge Hernández, juró solemnemente lealtad a la bandera norteamericana e inclusive el intérprete de Jefe de jefes confirmó en un noticiero que votaría por Barack Obama en su lugar de residencia, San José, California. En torno a la obtención de la ciudadanía estadunidense que le permite ejercer su voto, Jorge indicó: “Fueron muchas décadas, nos fuimos desde muy pequeños a buscar el pan a ese país, han transcurrido 40 años para hacernos ciudadanos, no quería hacerlo para no perder mis raíces, aunque mi corazón siempre será mexicano”. Es muy posible que a la larga todos los integrantes de la banda Los Tigres del Norte que aún no tienen ciudadanía o residencia norteamericana estén en vías de obtener ambas cosas porque para ellos su sueño es ser American citizen y seguir imaginando que se puede tener ambas lealtades hacia dos países que en varias ocasiones históricas han estado confrontados militarmente.
Aunque entre quienes toman la decisión de abandonar para siempre la tierra que los vió nacer y dejar atrás a sus familiares, a sus amigos, a sus maestros de la infancia, a sus conocidos, desprendiéndose de las vivencias y las costumbres tradicionales de su patria de origen, hay quienes tienen causa justificada al estar huyendo de un encarcelamiento o de una muerte segura a causa de su religión o de su ideología (aquí me estoy refiriendo aquí a quienes al llegar a Estados Unidos piden que se les de entrada y visa de residencia en calidad de refugiados o asilados políticos), hay muchos otros que simple y sencillamente quieren irse a vivir a los Estados Unidos movidos únicamente por el interés económico, por la codicia. Se trata de gente a la que no les estaba yendo nada mal en sus países de origen y desde luego no se estaban muriendo de hambre, gente como Jorge Ramos, Alicia Machado, Thalía, Angélica Vale y Kate del Castillo. Son gente que, muy por dentro, en realidad nunca tuvo ningún cariño ni lealtad hacia el México de sus ancestros, y por más que den el “grito de Independencia” el 15 de Septiembre y festejen con mucho ruido y hasta con desfiles el 5 de Mayo en los Estados Unidos, por dentro tienen de mexicano lo que yo tengo de ruso o de marciano. Son gente que, aunque los millones de seguidores del gringo xenófobo y racista Donald Trump les escupan en la cara y los llamen indeseables pidiéndoles que regresen a México, están dispuestos a soportar todas esas humillaciones con tal de seguir siendo llamados American citizen. ¿Se darán cuenta algunos de ellos que la vida no es eterna, y que al morir en un país extranjero en el que muchos los detestan por su origen nacional, lo van a terminar perdiendo todo, inclusive su calidad de ciudadanos del imperio?
Los agentes hispanos de la “migra” norteamericana
Posiblemente no haya empleados del gobierno federal norteamericano que sean más aborrecidos y más odiados por los migrantes indocumentados que los agentes de la Patrulla Fronteriza o Border Patrol encargados de custodiar la frontera entre México y los Estados Unidos así como la frontera entre Canadá y los Estados Unidos. Para los migrantes indocumentados, los agentes de la Border Patrol son el rostro hostil de un país cuyo gobierno les dice: “Lárgate de regreso a tu país de origen, no eres bienvenido aquí”. Representan el principal obstáculo que se interpone entre los indocumentados y su sueño americano. Si no hubiera agentes de la Border Patrol resguardando la frontera, los indocumentados podrían ingresar libremente por millares a la Unión Americana en cualquier momento sin necesidad de tener que exponer la vida en el intento desesperado por ingresar a como dé lugar a los Estados Unidos (hay muchos indocumentados que prefieren morir calcinados en los desiertos de Arizona en sus intentos de establecerse en Estados Unidos que regresar a su país de origen, lo cual denota sin duda una desesperación de meterse a como de lugar a los Estados Unidos que raya en la locura).
Sin embargo, y pese a todo, muchos agentes de la Border Patrol no son tan malvados como los pintan. Sin duda alguna, hay unos que en un exceso de celo por su trabajo se les pasa la mano en el trato que le dan a los indocumentados que capturan dentro de territorio norteamericano, y también hay otros que posiblemente deberían de estar en prisión o en un centro de reclusión psiquiátrico en vez de andar recorriendo la frontera armados hasta los dientes. Por un lado, dejar la frontera sin vigilancia alguna se presta a que ingresen a territorio norteamericano narcotraficantes con cargamentos importantes de drogas peligrosas como metanfetaminas, heroína y cocaína. Por otro lado, estos son tiempos peligrosos con musulmanes yihadistas suicidas ansiosos de ingresar a los Estados Unidos para llevar a cabo actos terroristas, aunque este argumento para tener una presencia fuerte de la Border Patrol en la frontera entre México y los Estados Unidos se cae por su propio peso si tomamos en cuenta que la gran mayoría de los terroristas musulmanes que han ingresado a territorio norteamericano (o mejor dicho, todos, no se ha capturado hasta la fecha a un solo terrorista suicida en la frontera sur de los Estados Unidos desde los atentados terroristas a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001) lo han hecho con documentos legales expedidos por el mismo gobierno norteamericano llegando a los Estados Unidos a través de algunos de los aeropuertos principales.
Si se lo propusieran, los agentes de la Border Patrol podrían realmente reducir el cruce de indocumentados casi a cero, concentrando sus esfuerzos no tanto en los que están entrando sino en los que ya entraron y encontraron empleo. Saben exactamente en dónde encontrarlos, no son tarugos. Todo lo que tendrían que hacer es desplazarse a los campos agrícolas de estados como California para hacer redadas en todos dichos campos sin excluír uno solo, aunque en caso de hacerlo se correría el riesgo de mandar a pique buena parte de la economía del país que depende forzosamente de mano de obra indocumentada al no haber norteamericanos dispuestos a hacer tan duro trabajo de sol a sol. Obviamente, se están refrenando a sí mismos de cumplir con su tarea al cien por ciento para no hundir la misma economía que les da sus empleos a los agentes de la Border Patrol. También podrían trasladarse a lugares con una industria de la construcción fuerte tales como Houston o Dallas, cazando obreros mexicanos que se dedican a tal actividad. Pero de nueva cuenta, se correría el riesgo de mandar a pique a la industria de la construcción causando un daño severo a la economía, algo bastante pesado agravado por el hecho de que las mismas empresas norteamericanas de contratación de personal en Estados Unidos son las que ofrecen en México empleos bien pagados al no poder encontrar gente en Estados Unidos calificada para hacer tales trabajos.
Podemos imaginar a los agentes de la Border Patrol como una especie de “válvula reguladora” cuya verdadera misión es hacerse de la vista gorda permitiendo el ingreso de la gente indocumentada que se necesita para mantener la economía del país funcionando, pero no tantos indocumentados como para que terminen convirtiéndose en una pesada carga social. Ni muchos ni pocos, solo lo que más o menos el país requiere. Sin duda alguna, es una actitud cínica e hipócrita, pero no puede ser peor que la actitud de un Congreso que inmerso en una parálisis casi total se niega a llevar a cabo una reforma migratoria aunque sea mínima y blanda para reconocer la realidad de la sociedad norteamericana.
Aunque el estereotipo de los agentes de la Border Patrol es el de un anglosajón o un caucasiano de mirada cruel con algún apellido como McConnell o Krauss, el hecho es que la Border Patrol cuenta entre sus filas con muchos agentes de ascendencia latina que llevan un apellido hispano, y hasta los hay aquellos que inmigraron a Estados Unidos algunos de ellos ilegalmente. Un ejemplo aparece en el artículo “Hispanic Agents Face Hurdles on Border Patrol” elaborado por Verne G. Kopytoff y publicado en el New York Times el 29 de enero de 1996. En dicho artículo, se menciona a Sara S. Guzmán (también hay mujeres trabajando dentro de la Border Patrol), y es un ejemplo de los conflictos que enfrentan los agentes hispanos de la Border Patrol, tanto nacidos en los Estados Unidos como ciudadanos naturalizados, los cuales de hecho forman ya la mayoría de los agentes de la Border Patrol. Los servicios de estos agentes hispanos son muy apreciados por hacer valer las leyes migratorias de Estados Unidos a costa de exponer algunas veces sus vidas y por su fluidez en el idioma Castellano. Pero son vilificados por muchos en sus propias comunidades como traidores a su sangre latina, además de ser recriminados por los migrantes indocumentados cuando los capturan, los cuales para convencer a los agentes hispanos de la Border Patrol de que los dejen ir les sueltan argumentos tales como este: “¿Cómo puedes hacerle esto a tu propia gente?” La agente Guzmán responde a estas acusaciones diciendo que después de haberse cambiado legalmente a los Estados Unidos y convertirse en ciudadana norteamericana, agrega que “Después de adoptar mi ciudadanía norteamericana yo no tengo nada en México. Comprendo lo que sienten los indocumentados mexicanos cuando los arresto, pero no me siento culpable por llevar a cabo tales arrestos. Es mi trabajo. ¿Acaso se supone que debo soltar a gente que está violando la ley solo por su trasfondo étnico?”.
Los agentes hispanos de la Patrulla Fronteriza representan mejor que nadie aquellos latinos que han aceptado por completo su asimilación dentro de la sociedad norteamericana y no sienten ninguna lealtad hacia el país latino de origen de ellos o de sus ancestros. Tratan de hacer su trabajo sin establecer preferencias entre los detenidos en base a sus orígenes étnicos. Es así como podemos tener un agente de ascendencia guatemalteca que arresta para su deportación a un grupo de migrantes indocumentados de Guatemala. Es así como podemos tener un agente de ascendencia mexicana que arresta para su deportación a un grupo de migrantes indocumentados de México. Es así como podemos tener un agente de ascendencia hondureña que arresta para su deportación a un grupo de migrantes hondureños. Los agentes hispanos de la Border Patrol son ciudadanos norteamericanos sin ninguna liga o relación con otro país que no sea Estados Unidos, país al cual le han jurado lealtad. Mal harían si en vez de limitarse a hacer su trabajo se convirtieran en guardianes abusando de sus puestos para aplicar la ley en algunos casos y no aplicarla en otros dependiendo de la nacionalidad de los indocumentados que están violando la ley. Para un agente de ascendencia mexicana la bandera de México ya no significa absolutamente nada, ni siquiera la festividad del 5 de Mayo. Para un agente de ascendencia salvadoreña la bandera de El Salvador ya no significa absolutamente nada. Y para un agente de ascendencia peruana la bandera de Perú tampoco significa absolutamente nada. Ellos saben muy bien en donde deben estar sus lealtades. Siempre lo supieron desde el momento en el que tomaron el juramento para convertirse en ciudadanos norteamericanos. Ninguno de ellos se considera a sí mismo “mexico-americano”, “guatemalteco-americano” o “venezolano-americano”. Si lo hiciera, se convertiría en un traidor a su país adoptivo. Y en situaciones de tipo bélico, a los traidores se les fusila o se les cuelga de la horca. No se trata de ser malo o bueno. Se trata de aceptar la realidad y de las consecuencias de las decisiones que se toman. Es gente que se ha hecho ya la idea de que no regresará al país de origen de sus ancestros y que será enterrada en suelo americano en un país al cual le deben absolutamente todo, hasta los calzones que llevan puestos.
A Porfirio Díaz, el dictador que se atornilló en la silla presidencial de México por tres largas décadas hasta que el estallido de una revolución en contra suya en Chihuahua lo obligó a renunciar, se le atribuye la frase “La cuña para que apriete, ha de ser del mismo palo”. En el caso de los agentes hispanos de la Border Patrol de ascendencia mexicana arrestando indocumentados mexicanos para ser fichados y deportados de regreso a México o enviados a prisión, el refrán porfirista sin duda alguna debe tener timbres de verdad.
Todo lo anterior pone en un predicamento la justificación principal para la existencia de organizaciones como la que es conocida en los Estados Unidos como la League of United Latin American Citizens (LULAC). ¿Son norteamericanos plenos, o no lo son? El identificarse como latinos podría parecer anacrónico a varios académicos habido el hecho de que el latín es una lengua muerta que no se habla ni siquiera en Italia en el uso cotidiano. Si los hispano-parlantes se consideran a sí mismos norteamericanos integrados, una designación más realista sería algo como Liga de Norteamericanos Hispanoparlantes, gente unida en torno a cierto lazo cultural o de sangre o inclusive en torno a cierto credo religioso (la Iglesia Católica) que se practique en aquellos países que forman parte de la verdadera Latinoamérica ubicada fuera de los Estados Unidos al sur. Pero la identificación como “latino-americano ” cae en lo mismo que una designación como “franco-americano” o “vietnamita-americano” denotando una resistencia individual a ser objeto de una asimilación cultural total. Aferrarse a ser identificado no simplemente como norteamericano sino como algo más es una cosa que en el pasado ha causado conflictos con aquellos norteamericanos que ven a los hyphen-americans como una especie de invasor que rechaza su integración total a las costumbres e ideologías de lo que entendemos como los Estados Unidos de Norteamérica.
Mal paga el sueño americano al que bien le sirve
Pudieran suponer algunos inmigrantes, sobre todo aquellos inmigrantes indocumentados de origen latino que son los que forman la mayoría de los que van desesperadamente en pos del sueño americano como si ese fuese el único motivo de la existencia del hombre, que enrolarse en el Ejército norteamericano e inclusive pasando a formar parte de los gloriosos Marines jurándole lealtad eterna al gobierno norteamericano, yendo a pelear al otro lado del mundo y derramar sangre y lágrimas perdiendo en el camino piernas, brazos, ojos o hasta la razón, sería una muy buena manera de lograr aceptación plena entre la sociedad norteamericana obteniendo como premio el codiciado certificado que los identifica como American citizen a cambio del sacrificio mostrado hacia el Tío Sam en el campo de batalla.
Pero esto también es una concepción falsa. Ya traté de esto en el trabajo País ingrato publicado aquí el 5 de agosto de 2016.
De cualquier manera, vale la pena agregar dos casos más que demuestran que, en los tiempos en los que el racismo anglosajón está cobrando nuevamente auge entre la sociedad norteamericana gracias al discurso venenoso de Donald Trump cargado de racismo en contra de los mexicanos, no importa qué sacrificios se esté dispuesto a hacer en aras de los Estados Unidos, el latino que llegó de fuera o aquél cuyos padres son unos extranjeros siempre será un fuereño que jamás se podrá quitar de encima la piel que identifica su ascendencia, un extraño que antes tenía que ser tolerado a causa de las normas sobre lo que es políticamente correcto pero las cuales están siendo echadas por la borda gracias de la gran ola inflamatoria promovida por el hombre que hoy es candidato en serio a la presidencia de los Estados Unidos gracias a las decenas de millones que comulgan con sus ideas.
El primer caso es el de un Capitán del Ejército de EE.UU de 27 años de edad de nombre Humayun Saqib Muazzam Khan, el cual murió por un coche bomba en 2004 en Irak. El coche estalló después de que le dijo a sus soldados que se mantuvieran alejados del vehículo, efectuando diez pasos hacia adelante para revisar el vehículo sospechoso y salvando las vidas de sus soldados de este modo. Sus padres, inmigrantes de Pakistán los dos, asistieron a la Convención Demócrata el jueves 28 de julio en donde el abogado Khizr Khan, padre del soldado muerto, haciendo alusión al sacrificio de su hijo hecho en aras de su país de adopción y dirigiéndose a Donald Trump a través de los medios, le pidió que en vez de insultar a todos los musulmanes por igual incluídos los que han adoptado la nacionalidad norteamericana y se han enrolado en el Ejército norteamericano y han muerto luchando por su país adoptivo, dijera algo que honrara a su hijo, a lo cual Donald Trump se negó recibiendo los aplausos y aclamaciones de sus decenas de miles de seguidores. En vez de ello, Trump se preguntó públicamente por qué la madre en duelo, Ghazala Khan, permaneció callada mientras hablaba su marido ante los asistentes a la convención, sugiriendo que esto tenía que ver con costumbres musulmanas de quedarse calladas dejando que solo el esposo hable. El expresidente Bill Clinton, que participó en el evento junto a su esposa, la candidata demócrata a la Casa Blanca Hillary Clinton, dijo: “No puedo concebir cómo puede decir eso sobre la madre de un Estrella de Oro”. Por su parte, el deslenguado y ególatraTrump le respondió a Khan agregando en una entrevista de la cadena ABC News: “Yo creo que he hecho muchos sacrificios. Yo trabajo muy, muy duro. He creado miles y miles de empleos. Yo he tenido un éxito tremendo. Creo que he hecho mucho. ¿Quién escribió su discurso? ¿Lo escribieron los guionistas de Hillary?”, se preguntó el multimillonario, quien vio al padre “muy excitado”, insinuando que Ghazala Khan, quien acompañó a su esposo durante el discuro, no tenía permitido hablar. “Mira a su esposa, estaba parada allí y no tenía nada para decir. Probablemente no tenía permiso de tener algo para decir, díganme ustedes”, intentando convertir el asunto en una especie de mofa.
El heroismo del Capitán Humayun Saqib Muazzam Khan no se cuestiona, ello está fuera de toda duda. Y el hecho de que pese a ser musulmán haya muerto en el campo de batalla como miembro de las fuerzas armadas estadounidenses es suficiente para no poner en tela de duda su lealtad. Más que musulmán, era un norteamericano. Pero ello no le sirvió para evitar que el candidato presidencial del Partido Republicano se mofara de él ya muerto y de sus padres. Hay que agregar que Donald Trump jamás se enroló en el Ejército de Estados Unidos y por el contrario, recurrió como niño rico a todas las maniobras posibles habidas y por haber para evitar ser reclutado. Lo increíble no es que Trump haya externado tales barbaridades en contra de un joven soldado que dió su vida por Estados Unidos; lo increíble es que esta actitud que le debería de haber costado todo su apoyo no sirvió para que los millares de embobados que asisten a sus discursos no hayan dejado de asistir dejándolo completamente solo.
El segundo caso es el de un juez, de nombre Gonzalo P. Curiel. En otra de sus virulentas diatribas anti mexicanas, Donald Trump descalificó al juez Gonzalo Curiel, encargado de un caso civil por fraude contra la Universidad Trump, por el origen mexicano de su familia. En una entrevista publicada el viernes 3 de junio por el diario The Wall Street Journal, Trump afirmó que el juez Curiel, quien preside el caso civil por fraude en contra de la Universidad Trump, tiene “un absoluto conflicto de interés” por lo que no podría continuar en el juicio, indicando que el conflicto deriva de la “herencia mexicana” de Curiel, explicando que la ascendencia nacional de Curiel es relevante porque “voy a construir un muro (en la frontera con México). Y eso es un inherente conflicto de interés” de parte del magistrado.
Pero el problema aquí es que el juez Gonzalo P. Curiel no nació en México, nació en Estados Unidos en el estado de Indiana. O sea que aún naciendo en Estados Unidos, aún habiendo cursado una carrera profesional en una de las más prestigiadas universidades norteamericanas -algo que Trump no pudo hacer porque no tenía el cerebro para tales retos intelectuales- si un individuo es hijo de padres mexicanos entonces es tan mexicano como ellos. Y seguramente, aún si también los padres fueran mexicanos, bastaría con que uno solo de los abuelos fuera mexicano o mexicana para tener razones fundadas para sospechar de su actuación pública en los Estados Unidos. Y así podemos irnos hacia atrás a lo largo de varias generaciones. Un mexicano siempre será un mexicano aunque haya nacido en Estados Unidos, aunque sus padres hayan nacido en Estados Unidos, y así sucesivamente, porque la impureza racial del pestilente mexicano es algo que se hereda y de lo cual los degradados seres que comparten ese ADN defectuoso nunca se podrán liberar. Esto suena ya muy parecido a una retórica que fue muy popular en el siglo pasado y que las organizaciones supremacistas blancas aplauden por ser un renacimiento de viejas ideas que parecían ya superadas.
Posiblemente los desarraigados más desarraigados que pueda haber dentro de la Unión Americana son los migrantes indocumentados como los que muestra la fotografía puesta al principio, muchos de ellos ondeando y besando la bandera de un país que no los quiere y de donde pueden ser deportados hacia sus lugares de origen en cualquier momento, peor aún cuando el gobernante en turno pueda ser un xenófobo racista como el candidato presidencial Republicano Donald Trump. Se trata de gente que ya decidió que no quiere volver ni por voluntad propia ni ser regresada por la fuerza a su lugar de origen porque definitivamente su amor y sus afectos están hacia la Unión Americana aunque ello no se les tome en cuenta para darles una oportunidad de legalizar su estancia. Se trata de gente que está dispuesta a ir a la guerra a pelear en un país lejano por el gobierno de los Estados Unidos (algo que no están dispuestos a hacer por su país de origen como ya lo demostraron al haberlo abandonado para siempre), se trata de gente que está dispuesta a regresar mutilada o inclusive a morir con tal de recibir como premio la enorme distinción de ser todo un American citizen como si ello fuese una puerta directa de entrada al paraíso celestial. Muchos de ellos -la gran mayoría- están dispuestos a hincarse de rodillas ante el lábaro norteamericano y pasar horas cantando el himno nacional The Star Spangled Banner aunque no entiendan ni una sola palabra de lo que están repitiendo, y es muy posible que entre ellos haya quienes estén dispuestos a escupir sobre la bandera de su país de origen y abjurar y maldecir a su país de origen si algún agente migratorio norteamericano se los pidiera para dejarlos huír evitando ser deportados, Esta gente, cuando es detenida por los agentes migratorios y es deportada de regreso a su país de origen, ¿qué es lo que le va a decir a los suyos? “Estoy aquí en contra de mi voluntad porque Estados Unidos es el país en el que quiero permanecer el resto de mi vida y en donde quiero morir”. “Detesto estar de regreso, voy a intentar irme de nuevo cuantas veces sea necesario, dos, tres, diez, cien veces, las que sea, con tal de poder vivir mi sueño americano”. “Estados Unidos es mil veces mejor que el país en que nací, por eso yo prefiero vivir allá aunque sea como indocumentado que vivir en mi propio país en donde no hay autoridad migratoria que me persiga”. Y si ya lo decidieron, no habrá nada que los haga cambiar de parecer.
No Mexicans or dogs allowed
La mayoría de los migrantes indocumentados mexicanos, e inclusive muchos de los legales, prefiere ciudades como Miami, Nueva York o Los Angeles, y suele evitar irse a radicar y a trabajar en algunas de las ciudades sureñas que forman parte de lo que se conoce como el Deep South, Estamos hablando de las ciudades en las cuales los movimientos de supremacía racial racistas y anti mexicanos como el Ku Klux Klan no solo han estado vigentes sino que están teniendo una especie de renacimiento gracias a la retórica xenofóbica de Donald Trump.
Los mexicanos que tienen la osadía y el atrevimiento (o la insensatez) de irse a radicar en algunas de estas ciudades racistas lo hace por su cuenta y riesgo, y las noticias locales no suelen informar sobre las palizas que estos norteamericanos que odian a los mexicanos -además de odiar a los negros- les propinan de vez en cuando a indocumentados mexicanos a los cuales terminan enviando al hospital, para después denunciarlos ante los servicios de migración norteamericana para que sean deportados a México como si fueran una plaga asquerosa de ratas malolientes.
Uno de los ejemplos más claros del feroz odio practicado en contra de los mexicanos que ahora está cobrando nuevos bríos gracias al xenófobo Donald Trump se podía apreciar no hace mucho en el lema “No mexicans or dogs allowed” (No se permite la entrada a perros ni a mexicanos) que todavía hace unas cuantas décadas era visto como algo aceptable en muchas comunidades sureñas en estados como Texas. Esto no es algo que se me esté ocurriendo como una puntada. El mismo Jorge Ramos ha elaborado trabajos sobre dicho lema grosero. Inclusive hay un libro escrito por Cynthia L. Orozco titulado “No Mexicans, women or dogs allowed” publicado en noviembre de 2009 que resume las prácticas de odio xenofóbico en contra de los mexicanos a los cuales en esas enclaves de supremacía blanca norteamericana los ven como una plaga que debe ser detenida con la construcción de un gigantesco muro precisamente como el que propone Donald Trump. Lo más importante es que este odio profundo está dirigido no solo en contra de los mexicanos indocumentados, también está dirigido en contra de los mexicanos que inmigraron legalmente hacia los Estados Unidos (esperando pacientemente por muchos años para su cita consular en una embajada o un consulado de los Estados Unidos), y por si esto fuera poco también está dirigido en contra de los ciudadanos de ascedencia mexicana que nacieron en Estados Unidos como lo ha sufrido en carne propia el juez Gonzalo P. Curiel. Y todavía peor, el odio xenofóbico hacia los latinos de piel morena está dirigido también en contra de aquellos que ya estaban viviendo en los territorios que fueron asimilados e invadidos por los Estados Unidos cuando este país llevó a cabo su más amplia expansión territorial con las tierras que le arrebató a México el siglo antepasado.
A los mexicanos que deciden emigrar a los Estados Unidos dejando para siempre a su país de nacimiento frecuentemente se les acusa de ser unos desarraigados, en el sentido peyorativo de la palabra. Podemos mantener la designación, pero despojándola de cualquier juicio subjetivo, tomando en cuenta el hecho de que algunos deben de tener razones muy buenas y muy poderosas para dejar su país de origen. Pero lo importante es que, si ya han tomado la decisión de irse a vivir y a trabajar por el resto de sus vidas en los Estados Unidos, deben irse haciendo a la idea de que allí van a estar sus lealtades para siempre, deben hacerse a la idea de que allí es donde terminarán enterrados, deben hacerse a la idea de que su identidad como mexicanos la pueden dar por perdida so pena de ser rechazados en un país que ya de por sí desde hace décadas veía con malos ojos al mexicano y que ahora está resucitando el espectro xenófobo y racista de los años cincuenta del siglo pasado. No todos los norteamericanos son como Donald Trump, se aclara antes de dar por cerrada esta entrada, pero hay muchos como él, y estamos hablando de millones y millones de norteamericanos que lo único que están haciendo es dejar salir a flote algo que tenían reprimido y que ahora no les da pena echarlo fuera sin pena alguna.
Precisamente por cosas como las que he descrito arriba, un amigo mío que teniendo la oportunidad de poder emigrar legalmente a la Unión Americana no lo hizo, me dijo que no lo había hecho porque: “Al menos en México nadie me discriminará ni a mí ni a mis hijos ni a ningún miembro de mi familia por ser mexicanos, no puedo decir lo mismo de ese. Prefiero vivir el resto de mi vida en un país en donde no se discrimina ni se minimiza a nadie por ser mexicano que un país en el cual siempre habrá amplios sectores de la población que ven al mexicano como un paria. En México lo podrán discriminar a uno por cualquier otra cosa, por ser gordo, por hablar huichol, por ser gay, pero nunca por ser mexicano”.
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