lunes, 3 de octubre de 2016

Hasta que el divorcio nos separe



En la Ciudad de México, a raíz de la propuesta presentada el 17 de mayo del año en curso por el presidente Enrique Peña Nieto a favor de los matrimonios igualitarios mediante la cual se le concede legitimación civil a las uniones entre los homosexuales, apenas hace unas dos semanas hubo dos marchas llevadas a cabo el mismo día, una a favor de los matrimonios igualitarios organizada por la comunidad LGBTTTI, y otra en contra de los matrimonios igualitarios organizada por el Frente Nacional por la Familia, esto además de otras marchas del mismo tipo llevadas a cabo en otras ciudades del interior de la República.

Detrás del movimiento Frente Nacional por la Familia que se opone a la legalización de los matrimonios entre homosexuales está obviamente la Iglesia Católica en alianza con otras asociaciones evangélicas de cultos cristianos, aunque no lo quieran reconocer abiertamente.

La oposición férrea del Frente Nacional por la Familia radica en la negativa terminante a que se cambie la definición de matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer a una nueva definición que incluya los casos en los cuales las parejas están formadas por personas del mismo género, esto es, del mismo sexo.

Por principio de cuentas, si la oposición actual a los matrimonios igualitarios, o sea los matrimonios entre homosexuales, se funda sobre conceptos religiosos, existe algo históricamente anómalo y en grado extremo. Si aceptamos la separación Iglesia-Estado como eje fundamental de las sociedades modernas, entonces hay en esencia dos tipos diferentes de matrimonios que no tienen absolutamente nada que ver entre sí:
  • Los matrimonios religiosos.

  • Los matrimonios civiles.
En México, antes de la Independencia y la llegada de los liberales al poder, específicamente antes de 1859, únicamente existían los matrimonios religiosos, y no cualquier tipo de matrimonio religioso, tenían que ser matrimonios oficiados dentro de la Iglesia Católica. Era eso, o nada.

Fue Benito Juárez el que instituyó por vez primera en México el matrimonio civil, y cuando lo hizo la Iglesia lo repudió por completo oponiéndose férreamente a las uniones civiles al grado de que en un principio no se les daba a los matrimonios civiles ningún tipo de reconocimiento por parte de la Iglesia. Al insituír el matrimonio civil, ésto fue lo que dijo (en parte) el presidente Benito Juárez:

LEY DE MATRIMONIO CIVIL
Julio 23, 1859

El C. Benito Juárez, Presidente Interino Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, a todos sus habitanters, hago saber que, considerando:

Que por la independencia declarada de los negocios civiles del Estado, respecto de los eclesiásticos, ha cesado la delegación que el soberano había hecho al clero para que con solo su intervención en el matrimonio, este contrato surtiera todos sus efectos civiles:

Que reasumiendo todo el ejercicio del poder en el soberano, éste debe cuidar de que un contrato tan importante como el matrimonio, se celebre con todas las solemnidades que juzgue convenientes a su validez y firmeza, y que el cumplimiento de éstas le conste de un modo directo y auténtico:

He tenido a bien decretar lo siguiente:

Artículo 1.- El matrimonio es un contrato civil que se contrae lícita y válidamente ante la autoridad civil. Para su validez bastará que los contrayentes, previas las formalidades que establece esta ley, se presenten ante aquella y expresen libremente la voluntad que tienen de unirse en matrimonio.

Artículo 2.- Los que contraigan el matrimonio de la manera que expresa el artículo anterior, gozan de todos los derechos y prerrogativas que las leyes civiles les conceden a los casados.

Artículo 3.- El matrimonio civil no puede celebrarse más que por un solo hombre con una sola mujer. La bigamia y la poligamia continúan prohibidas y sujetas a las mismas penas que les tienen señaladas las leyes vigentes.

Artículo 4.- El matrimonio civil es indisoluble; por consiguiente, sólo la muerte de uno de los cónyuges es el medio natural de disolverlo; pero podrán los casados separarse temporalmente por algunas de las causas expresadas en el artículo 20 de esta ley. Esta separación legal no los deja libres para casarse con otras personas.

.......

Artículo 30.- Ningún matrimonio celebrado sin las formalidades que prescribe esta ley, será reconocido como verdadero legítimo para los efectos civiles; pero los casados conforme a ella, podrán, si lo quieren, recibir las bendiciones de los ministros de su culto.

(Otros artículos)

Hay varios artículos adicionales que no viene al caso reproducir aquí ya que con los que se han citado aquí basta para continuar con esta discusión.

Como puede verse, el matrimonio civil insituído por Benito Juárez era declarado indisoluble, al igual que como la Iglesia Católica declara indisolubles a los matrimonios religiosos en la actualidad. No contemplaba la posibilidad del divorcio. Del mismo modo, Benito Juárez dejaba claro que el matrimonio civil sólo podía considerarse válido cuando se llevaba a cabo entre un hombre y una mujer. Inclusive Juárez incorporó algunas limitaciones y restricciones al matrimonio civil que parecen haber sido tomadas directamente del Libro del Levítico. ¿Entonces por qué hubo tanta oposición y terquedad de parte de las jerarquías católicas a la institución de matrimonio civil creada por Benito Juárez? La manzana de la discordia era que el matrimonio civil posibilitaba uniones que de otra manera no se podrían haber llevado a cabo y de hecho no se podían llevar a cabo en los tiempos de la Colonia, tales como la unión entre un ateo y una atea, algo imposible de llevarse a cabo cuando se trata de un matrimonio religioso. ¿Y qué era pues lo que hacían en otros tiempos cuando la Iglesia tenía el monopolio y control absoluto de la institución del matrimonio requiriendo de ambas partes ser creyentes dentro de la Iglesia Católica? Pues en realidad no podían hacer nada, tenían que aguantarse, o convertirse falsamente a la doctrina católica con tal de poder llevar a cabo la unión.

Para que el matrimonio civil pudiera ser aceptado por la Iglesia Catolica en México (y supongo que también en otros países que fueron parte del Imperio Español en el continente americano), hubieron de transcurrir muchas décadas con muchos conflictos amargos y no pocos enfrentamientos. El matrimonio civil, a diferencia del matrimonio eclesiástico, posibilitó por vez primera que pudiera haber matrimonios entre parejas pertenecientes a cualquier otra religión diferente de la religión Católica, por ejemplo japoneses, hindúes, judíos, musulmanes, y hasta ateos.

No es cierto que Benito Juárez quería acabar con la institución del matrimonio religioso. Juárez no emitió jamás ningún decreto en el que se prohibieran los matrimonios eclesiásticos, como lo deja en claro el artículo 30 de la Ley de Matrimonio Civil promulgada por Juárez. Sin embargo, a partir de Benito Juárez, el matrimonio civil y el matrimonio religioso toman cada uno su propio derrotero.

Es un hecho indiscutible que dentro de la Iglesia Católica (y también dentro de la gran mayoría de las comunidades cristianas) no existe ninguna posibilidad para que se lleven a cabo los matrimonios entre los homosexuales, como también es un hecho indiscutible que nadie dentro del poder civil en México está tratando de presionar a la Iglesia Católica para que lleve a cabo la unión entre parejas del mismo sexo. Los homosexuales, citando al mismo San Pablo en los Evangelios cuando dijo en su Carta a los Corintios: “¿Acaso no saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se equivoquen: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se acuestan con hombres” (1 Corintios 6:9), están ya debidamente y en forma anticipada condenados al Infierno sin necesidad de que una autoridad suprema evalúe caso por caso en el Día del Juicio Final. Si los homosexuales ya han proclamados como unos condenados cuando forman parejas, ¿por qué no dejarlos entonces que hagan lo suyo y busquen la protección de sus derechos civiles –no los derechos religiosos que se les tienen negados de antemano- bajo las leyes del estado laico? ¿O se trata realmente de un intento por hacer retroceder el reloj hacia otros tiempos y épocas que creíamos ya superados?

Si el estado laico en México ha respetado hasta ahora a las autoridades religiosas en su negativa a celebrar uniones entre parejas del mismo sexo, ¿entonces por qué insistir desde los círculos eclesiásticos y evangélicos que también dentro del matrimonio civil se proscriba la figura de los matrimonios igualitarios? ¿Se trata entonces de sacralizar a la institución del matrimonio civil? ¿Pues que acaso no decía la misma Iglesia Católica que el matrimonio civil instituído desde los tiempos de Benito Juárez no era algo carente por completo de validez y significancia ante los ojos de Dios? ¿Entonces resulta después de todo que el matrimonio civil creado por Benito Juárez sí era una buena idea?

Por otro lado, y no menos importante, el Frente Nacional por la Familia, al oponerse a los matrimonios igualitarios, está pisando terrenos riesgosos al salir a la defensa de una institución que está cada vez más desmeritada en nuestros tiempos, la institución del matrimonio en sí, y aquí ya ni siquiera haremos ninguna distinción entre matrimonios civiles y religiosos. De acuerdo a las estadísticas mantenidas por el INEGI, en México en 1980 por cada 100 matrimonios había 4 divorcios; en 1990 y 2000 esta cifra casi se duplicó elevándose a poco más de 7 divorcios, para 2010 el número de divorcios por cada 100 matrimonios fue de 15 y al 2013 se registraron casi 19 divorcios por cada 100 matrimonios, de modo tal que uno de cada cinco matrimonios termina en divorcio, y se tiene la certeza de que la tasa de divorcios continuará aumentando. ¡Y ello pese a que el mismo Benito Juárez, idealista y soñador de su época aunque de cualquier modo aborrecido por las autoridades eclesiásticas a las que les quitó el monoplio de la institución matrimonial, creía que el matrimonio debía ser algo de por vida, indisoluble! Y si nos vamos a otros países, la cosa está peor aún. En Estados Unidos, por ejemplo, el promedio de duración de un matrimonio actual es de siete años, y uno de cada dos matrimonios termina en divorcio. O sea que la mitad de todos los matrimonios en Estados Unidos están condenados al fracaso, y muchos sociólogos opinan que la otra mitad, los que no se divorcian, no lo hacen ya sea por impedimentos de carácter económico o de carácter social manteniendo la falsa apariencia exterior de un matrimonio estable cuando en casa la cosa está que arde y los hijos son condenados a ser testigos de un verdadero infierno que los marcará de por vida.

Un dato curioso pero cierto es que el matrimonio, lejos de solidificar verdaderamente la unión entre una pareja, parece tener un efecto contrario, amargando la relación y volviendo las cosas difíciles de sostener hasta que en muchos casos la cosa termina reventando porque simple y sencillamente tenía que reventar. Un ejemplo lo fue una de las parejas más estables de Hollywood, Brad Pitt y Angelina Jolie, conocidos en pareja como Brangelina. Por doce años estuvieron viviendo en unión libre, superando sus problemas y manteniéndose unidos. Pero después de que se casaron a insistencia de sus hijos, la situación empeoró hasta volverse inaguantable, y terminaron iniciando los trámites de divorcio a los dos años de haberse casado. La pregunta de rigor: ¿por qué se casaron, si se iban a divorciar? La respuesta, fue el mismo matrimonio lo que los separó, y en vez de ser una bendición resultó ser una maldición que acabó con la relación de ambos para siempre. Los hijos de la pareja, tanto los adoptados como los naturales, están arrepentidísimos de haberles pedido que se casaran; de haber sabido las consecuencias del matrimonio los habrían preferido ver juntos en unión libre, pero desafortunadamente ya no hay marcha atrás en el reloj del tiempo.

Otro ejemplo lo tenemos en una de las parejas más estables de Hollywood, la pareja formada por Goldie Hawn y Kurt Russell. ¡Llevan 30 años viviendo juntos! ¿El secreto? Podemos verlo en una nota que apareció publicada a finales de septiembre 2016 titulada “No casarse, su secreto”, en donde dice: “Goldie Hawn dice que la clave de su romance de 33 años con Kurt Russell es que nunca se casaron. La actriz, quien apareció en el programa de tertulia “Loose Women” de la televisora británica ITV el lunes, dijo que se ‘habría divorciado hace mucho’ si se hubiera casado. Decidir no casarse, aseguró, “te da la libertad de tomar decisiones de una manera u otra”, y agregó que a ella y Russell les ‘gusta la opción’.” Y se pueden citar otros ejemplos, tales como el de la famosa conductora Oprah Winfrey que ha entrevistado a muchísimas personas y ha recolectado una cantidad asombrosa de experiencias y opiniones. Lleva viviendo 30 años junto a Stedman Graham, y la mujer más poderosa de los medios ha llegado a la conclusión de que una unión espiritual no necesita del papel del matrimonio. Está también el caso de la pareja formada por Ricky Gervais y Jane Fallon, que llevan 34 años juntos. Otra pareja ejemplar es la de Don Cheadle y Bridget Coulter, los cuales tienen 24 años viviendo juntos y han procreado dos hijos, pero no tienen ninguna intención de llegar al altar. Una pareja más conocida en el mundo de habla hispana es la formada por Enrique Iglesias y Anna Kournikova, los cuales llevan viviendo 15 años juntos. Estas no son experiencias meramente anecdóticas. Lo vemos una y otra vez. Parejas que llevaban años o inclusive décadas viviendo en unión libre sin ningún compromiso manteniendo una relación estable terminan amargándose al poco tiempo de que deciden casarse, y acaban separándose en los peores términos. Esto sugeriría que la mejor manera de mantener una relación emocionalmente estable, que dicho sea de paso es lo que más puede beneficiar a los hijos, es NO CASANDOSE, evitando el matrimonio con el mismo temor como se evita al mismo Diablo. No casarse tiene otra indiscutible ventaja: no se pueden divorciar quienes nunca estuvieron casados. El divorcio, que dicho sea de paso (y en consonancia con el mismo Benito Juárez) está prohibido por la Iglesia Católica a grado tal de que a los divorciados que se vuelven a casar se les niega la comunión y por lo tanto se pueden considerar de facto excomulgados por la Iglesia Católica, es un acto que sólo pueden efectuar aquellos que alguna vez se casaron. Al no haber un divorcio, no hay los pleitos legales ni los enormes gastos económicos resultantes de la separación. Estas son las razones por las cuales muchos de las nuevas generaciones como los “milenarios” o millenials le están rehuyendo a la institución del matrimonio como algo no digno de respeto sino como algo digno de temerse, enarbolando uno de los argumentos más fuertes que se puedan esgrimir en contra de la institución matrimonial cuando se trata de un matrimonio eclesiástico: al considerarse el matrimonio como algo indisoluble, una mala decisión al momento de escoger pareja es castigada de por vida sin darle ninguna oportunidad ni esperanza al que se equivocó de poder rehacer su vida con otra persona. En términos prácticos, se trata de una condena, de carácter vitalicio, que en los peores casos se tiene que sufrir como si fuese un anticipo de los mismos infiernos.

Resta decir que la Iglesia Católica se opone terminantemente a que las parejas de heterosexuales vivan “arrejuntaditos”, en vulgar amasiato, sin estar casados ante los ojos de Dios en una Iglesia, y considera tales uniones como pecado mortal, como adulterio, y de las uniones entre homosexuales ya ni se diga nada. La única manera de no estar en grave pecado mortal al vivir en unión libre con una persona es casándose con ella, aunque esto sea precisamente el factor que puede terminar arruinando una relación de pareja convirtiendo lo que antes era una relación estable en un infierno del que ambas partes desean escapar de cualquier manera posible. ¿Y esto es lo que va a estar defendiendo el Frente Nacional por la Familia? Argumentan que “todo es por el bien de los hijos”. Pues si es así, la defensa de una institución que va en franco demérito de acuerdo a las estadísticas nacionales y mundiales no parece ser algo que vaya en pro de los intereses de los hijos que dicen defender.

El irredento tenorio cómico mexicano Mauricio Garcés alguna vez dijo: “El matrimonio es la tumba del amor”, aunque esta frase parece haberla originado por vez primera el donjuanesco italiano Giacomo Casanova (un personaje de la vida real). Paradójicamente, y tal vez como una burla del destino, está resultando que los matrimonios más estables son precisamente los matrimonios gay, en contraposición con la cada vez más demeritada fama que tiene la institución matrimonial entre las parejas homosexuales.

La indisolubilidad del matrimonio en ocasiones va directamente en contra de los intereses y derechos humanos de niños que están siendo víctimas de violencia doméstica y que están sufriendo algún tipo de maltrato o abuso a manos de uno de los progenitores (o ambos) ya sea por problemas económicos, alcoholismo, drogadicción, o desequilibrio mental, o sea precisamente aquellos niños en cuyos nombres y equivocadamente se ha estado enarbolando la indisolubilidad matrimonial como supuesta garantía tipo Disneylandia de protección de sus intereses y sus derechos. Todavía peor es el hecho de que mientras que el matrimonio civil contemporáneo ofrece como salida a un mal matrimonio la disolución total del vínculo matrimonial, el matrimonio eclesiástico ofrece como única salida la muerte, alternativa macabra que resulta completamente inaceptable para quienes no profesan algunas de las religiones que imponen como norma absolutista la sentencia condenatoria “hasta que la muerte los separe” dejando como única opción una visita a la agencia funeraria para corregir una mala decisión en la selección de pareja.

La santificación del matrimonio civil eliminando de tajo toda posibilidad de legalizar las uniones entre personas del mismo sexo negándoles derechos civiles y obligaciones civiles como pareja podría ser no más que un primer paso para el Frente Nacional por la Familia. Logrado este objetivo, el siguiente paso para santificar aún más el matrimonio civil puede consistir en la eliminación del divorcio, aunque para ello se tenga que invocar a la misma figura de Benito Juárez fingiendo olvidar el pasado y el hecho de haberlo vilipendiado rebajándolo a la categoría de un gran Satán. Después de todo, si el Frente Nacional por la Familia fue creado para defender a ultranza la institución de la familia, ¿por qué no eliminar el divorcio para que así todas las familias de México se vean obligadas a mantenerse unidas aún en contra de su voluntad e inclusive en algunos casos en contra del bienestar de los niños? Logrados estos dos objetivos, el siguiente paso lógico sería proscribir todos los métodos de planificación familiar (dispositivo intrauterino, espermicidas, píldoras anticonceptivas, condón, ligadura de trompas) considerados antinaturales desde un punto de vista religioso y por lo tanto pecaminosos. Y así podría seguir la cosa, hasta que la línea divisoria ente el matrimonio civil y el matrimonio religioso quede borrada por completo, y los asuntos del César queden completamente integrados a los asuntos de Dios. Como no se puede lograr todo al mismo tiempo, por algo se empieza, y la proscripción de los matrimonios civiles igualitarios es un buen comienzo.

Se tiene también la otra parte del argumento usado por el Frente Nacional por la Familia para oponerse a los matrimonios igualitarios, la posibilidad de que en caso de que se legalicen los matrimonios civiles entre parejas del mismo sexo se posibilite también la adopción de niños a parejas de homosexuales, habida la imposibilidad física de que una pareja de homosexuales se pueda reproducir biológicamente quedando como única opción la adopción si es que quieren constituír una familia bajo la opción conocida como adopción homoparental. Esto es algo en lo que insisten mucho los miembros del Frente Nacional por la Familia pese a que la fracción de parejas de homosexuales que quieren adoptar no representa ni siquiera una décima del uno por ciento de la población total de México. Pero si esto es verdaderamente el impedimento para darle igualdad de derechos civiles –no religiosos que al fin y al cabo no los tienen- a las uniones entre homosexuales, no hay nada que impida a los legisladores de legitimar los matrimonios igualitarios poniendo como candado legal la negativa de que dentro de los matrimonios igualitarios se puedan iniciar procedimientos de adopción. Sin embargo, existe una bien fundada sospecha de que aún si se pusiera este candado legal privándole con ello al Frente Nacional por la Familia de su principal argumento, de cualquier modo se seguiría oponiendo a los matrimonios igualitarios porque la verdadera lucha de ellos no es tanto para impedir las adopciones homoparentales sino para impedir que las uniones entre personas del mismo sexo puedan quedar clasificadas como matrimonios, ya no tanto por argumentos de adopción homoparental de niños sino por argumentos de corte moral sobre bases religiosas.

De cualquier modo, la oposición del Frente Nacional por la Familia a las familias homoparentales pretende ignorar (y esto en forma deliberada) que en México las familias homoparentales ya existen y son un hecho. De las casi 26 millones de familias que había en México cuando se hizo el Censo de Población y Vivienda de 2010, casi 1 por ciento estaban conformadas por parejas del mismo sexo, y de acuerdo con cifras del INEGI, existían 229 mil 473 hogares formados por parejas del mismo sexo de los cuales, 172 mil eran de parejas homosexuales y lesbianas con hijos. ¿Pretende el Frente Nacional por la Familia que, mediante la fuerza del estado, se desbaraten esas 172 mil familias, se remita a la pareja a la cárcel, y que se les arrebate la custodia de los niños para enviarlos a orfanatorios en donde podrían quedar expuestos a la merced de pedófilos? La postura intransigente manifestada por el Frente Nacional por la Familia no considera situaciones de facto en las cuales hay un vacío legal absoluto. Si alguien como el cantante homosexual Ricky Martin, que vive en pareja con otro hombre y que tiene dos hijos gemelos Matteo y Valentino, visita México, ¿se le van a quitar sus hijos para darlos en adopción a una pareja heterosexual en México o a un orfanatorio? ¿Y qué de aquellos padres de familia que le revelan su homosexualidad a sus esposas? ¿Se les va a privar de todos sus derechos como padres pero manteniéndoles la obligación de proveer sustento a la familia?

Y si el Frente Nacional por la Familia decide (no lo ha hecho aún, al menos no públicamente) aferrarse al concepto del matrimonio indisoluble en el cual no se contempla la posibilidad del divorcio, esta defensa de la familia obliga una pregunta inevitable: ¿cuál familia? ¿Todas por igual, aplicando a rajatabla los criterios eclesiásticos incluso a los matrimonios civiles que la misma Iglesia jamás aprobó a partir de 1859 en México? Porque si de lo que se trata es de santificar todos los matrimonios civiles además de los matrimonios religiosos que ya lo están, borrando las diferencias entre ambos, esto puede poner a México en el camino directo hacia la instauración de algún tipo de teocracia como la que se acostumbra en algunos países musulmanes cuyas familias le han dado al mundo muchas guerras santas y terroristas suicidas. Y esto, ultimadamente, es lo que realmente está en juego.

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