domingo, 2 de octubre de 2016

Condenados a vivir

¿Qué puede ser mil veces peor que estar condenado a morir?

Irónicamente, el estar condenado a vivir.

En ciertas condiciones, en ciertas circunstancias muchos han experimentado situaciones en las que no quisieran vivir ni siquiera un día más. Pero hay casos extremos en los que tal deseo parece estar plenamente justificado.

Tomemos el caso del actor Andrés García. Hace poco apareció una nota en la que dice lo siguiente: “El actor mexicano Andrés García no se guardó nada durante su entrevista con el programa de la cadena Univisión, Sal y Pimienta. Tanto así que reveló que la situación que vive al momento lo ha llevado a considerar el suicidio. Hace algunas semanas se reveló que García sufre de parálisis en el 95 por ciento de su cuerpo. Esto luego de que se lastimara la columna vertebral mientras conducía un vehículo. Tras el incidente, el actor de telenovelas como El Cuerpo del Deseo y El Privilegio de Amar dice que sufre de tantos dolores que los medicamentos no son suficientes para controlarlos. “Ni el cáncer, ni las quimioterapias me habían provocado tantos dolores, queda la posibilidad de que quede caminando mal, torcido o con muchos dolores”, dijo el hombre de 75 años, y agregó: “De ser así buscaré tomar una salida que me acomode y me voy al otro mundo”. La sorpresa del periodista fue evidente, y este le cuestionó si estaba intentando decir que consideraría el suicidio. Ante esto García recalcó que sí, que quitarse la vida le ha pasado por la mente. Andrés dijo también que, desde que está enfermo, ninguno de sus tres hijos lo visita.”

En casos extremos, quitarse la vida por mano propia parece la única opción posible. Sin embargo, para la Iglesia Católica así como varias otras comunidades cristianas, esta no es una opción justificada, de modo tal que a estas personas que se encuentran en un grito se les conmina a que deben aguantarse los peores dolores por varios días, semanas, meses, o inclusive años. De esto dilema traté previamente en mi trabajo La auto-eutanasia de Brittany Maynard. El principal argumento, sobre bases puramente religiosas, es que si Dios es el que dá la vida sólo a él le corresponde quitarla, y a nadie más. A un caso como el de Brittany Maynard, se le suma otro argumento: la posibilidad real de que la ciencia médica encuentre “justo a tiempo” una cura para el mal o la aflicción por la cual una persona desea quitarse la vida lo más pronto posible. Brittany Maynard murió en noviembre de 2014 víctima de un cáncer incurable del cerebro conocido como glioblastoma, pero tiempo después en mayo de 2016 parece haberse encontrado una posible cura total para el cáncer del cerebro que todavía está en vías de desarrollo experimental pero que ya ha producido curas espectaculares, lo cual documenté en mi trabajo titulado Una cura en puerta para el cáncer del cerebro. Los que se aferran al argumento de que la ciencia médica podría encontrar una cura a tiempo mal harían en tratar de usar el caso de Brittany Maynard como ejemplo, puesto que desde el tiempo en que se le diagnosticó el mal en 2014 hasta el día en 2016 que se anunció a los medios una posible cura para el cáncer del cerebro habían transcurrido demasiados meses para que la cura pudiera haberle sido útil a Brittany Maynard. En estas cosas nunca se sabe, y el destino juega un papel importante en ello.

Aunque ya hay legislación en algunos países para que en un caso extremo una persona pueda terminar con su propia vida en lo que se suele llamar muerte digna, en un caso como el de Andrés García ello no aplicaría porque una de las condiciones es que el padecimiento sea crónico degenerativo, o sea que la muerte está casi a la vista de manera irreversible e irremediable, y Andrés García no padece tal mal; podría muy bien vivir veinte o treinta años más puesto que lo que padece no es un tumor o algo que lo pueda matar en cuestión de unos cuantos meses. Si bien es cierto que la calidad de vida bajo tales condiciones resulta sumanente cuestionable, al no haber riesgo inmediato de muerte la persona parece estar condenada a estarse aguantando en el potro del tormento por años que le parecerán siglos o siglos de los siglos. Quienes alguna vez han padecido la ciática por meses enteros seguramente tendrán una idea de lo que estoy hablando.

Un caso que tal vez calificaría para suicido asistido, el caso de un puertorriqueño llamado Miguel Carrasquillo, fue documentado por Jorge Ramos en su trabajo “Miguel no quería morir así” publicado en julio de 2016 y en donde dice: “Miguel Carrasquillo no murió como quería. Murió con mucho dolor. Sufriendo. Tras meses de una verdadera agonía.Miguel, de 35 años, quería que los doctores lo ayudaran a morir, pero ninguno lo hizo. Estaba en Puerto Rico, y las leyes ahí no permiten la llamada ‘muerte asistida’. Y tampoco tenía el dinero para viajar a uno de los cuatro estados -Oregon, Washington, Montana y Vermont- que sí lo permitían. (A partir del 9 de junio, California también se ha sumado a esos estados). En el proceso de ‘muerte asistida’ los doctores dan los medicamentos e información necesaria para que sea el mismo paciente quien se quite la vida. Es distinto a la eutanasia, en que el médico participa activamente quitándole la vida al paciente (como lo hizo en varias ocasiones el doctor Jack Kevorkian). Hablé con Miguel, vía satélite, un par de semanas antes de su muerte. Estaba muy cansado. Su voz era lenta y apenas audible pero se entendía si le ponía mucha atención. Así me explicó la terrible noticia que recibió en marzo del 2012. “Me dio un dolor de cabeza muy fuerte y me dio una parálisis completa del lado derecho”, me dijo. Le hicieron exámenes, tomografías y biopsias. La conclusión fue devastadora: un tumor cerebral incurable. “Ese tumor ya se había regado por todo mi cuerpo, y yo no lo sabía”. Miguel, quien vivía en Chicago y era un chef, se quedó sin opciones. Fue entonces que decidió pasar sus últimos días en Puerto Rico, junto a su mamá. Pero cada día era una angustiosa rutina: despertar, dolor, tomar medicamentos, dormir y luego volver a despertar por el dolor. “La gente dice que esto [de la muerte asistida] es un tabú”, me dijo. “Para mí no es un tabú. ¿Tú imaginas lo que es para una persona estar en una silla de ruedas o encamado sufriendo dolores? ¿Por qué no tomar la decisión como ser humano de quitarte la vida, si la vida es tuya?”. Esa era su filosofía: “La vida es tuya y tú la vives como la quieras vivir... esto no es nada malo. La vida es tuya. ¿Por qué no hacerlo?”. Pero era una filosofía que no compartía la Iglesia Católica -ni la mayoría de los políticos en Puerto Rico-. “Yo hago una pregunta”, me dijo Nilsa Centeno, la mamá de Miguel. “La Iglesia Católica me dice a mí que tenga fe. El morir dignamente para ellos es un pecado. Pero si para el ser humano ya no hay alternativa ¿por qué no podemos tener [la muerte asistida] como una consideración?... La muerte es lo más seguro que tenemos todos y debemos decidir cómo morir”. Nilsa, al final de cuentas, tuvo que hacer lo más difícil que puede pedírsele a una madre: acompañar a su hijo a morir. “Sí, es fuerte, es fuerte. Porque yo fui la que lo traje al mundo. Pero esta decisión de morir dignamente, él la quiere. Y si él la quiere, yo la voy a apoyar. Realmente el dolor que él siente, nadie lo imagina”. “¿Estás preparado para morir?”, le pregunté a Miguel, cuidando cada una de mis palabras. “Oh, sí”, me dijo. “Yo estoy listo hace ya un par de meses”. Pero se había quedado sin dinero -para mudarse a un estado que le permitiera morir con ayuda médica- y sin más alternativa que esperar el final. “Opciones, no tengo ninguna, ninguna”, me dijo. “He logrado lo que tenía que lograr. Es algo bien fuerte. Llevo la vida sentado (y tomando medicamentos). Apenas me dan ganas de comer. Y es bien triste, bien triste”. Y entonces, Miguel cerró los ojos. No podía más. Estaba tan cansado que apenas podía subir los párpados. Había que terminar la entrevista, la última que dio antes de morir. “¿Por qué hablas conmigo?”, le pregunté antes de irme. “Porque este es un tema del que hay que hablar abiertamente”, me dijo. Cada noche Miguel y Nilsa se despedían “con un beso y un abrazo”, según me dijo él. Ella, a su vez, le aseguraba que siempre estaría a su lado. Cuando me lo dijo, madre e hijo estaban agarrados de la mano. Pero, en realidad, Nilsa esperaba que una noche Miguel no despertara más: “La opción es que Miguel se acueste a dormir y no despierte. Todas las noches nos despedimos, porque él se me puede ir en un sueño profundo”. Eso precisamente ocurrió. Una mañana de domingo, Miguel no despertó más. Y solo así dejó de sufrir.”

En el caso de Miguel, a él no le importaban ni le interesaban los argumentos religiosos que le impedían su derecho a reclamar una ortotanasia o muerte digna. Él estaba preparado para desligarse de cualquier religión que se interpusiera en su camino y le impidiera poner un alto a su propia e indecible agonía. Su problema fue que los legisladores en Puerto Rico, guiados en su mayoría no por argumentos civiles y laicos sino por argumentos de tipo religioso, se han tomado en sus manos el imponer sobre todos los puertorriqueños, incluso los que no tienen adherencia a ninguna religión, la prohibición legal a obtener ayuda médica para una muerte asistida. Para los legisladores de Puerto Rico, creyentes en su mayoría, sus creencias les dicen que la muerte asistida es un pecado, y por lo tanto se le debe prohibir a quienes comparten con ellos sus creencias religiosas, pero no sólo a ellos se les debe prohibir sino también a quienes no comparten con ellos sus creencias religiosas y que son seguidores de alguna otra religión en la cual la muerte asistida no es un pecado, y hasta a los no creyentes que ni siquiera aceptan el concepto de pecado con la amplitud con la que es manejado en religiones mayoritarias que también consideran un pecado el divorcio aunque la unión marital entre dos personas esté resultando mucho más perjudicial que benéfica incluso para los hijos de la pareja, y que también consideran igualmente un pecado el uso del condón o la píldora anticonceptiva para la planificación de la familia aún en el caso de familias numerosas que viven en la pobreza. Para ciertas situaciones, en tales religiones no se ofrece ninguna otra opción más que el sacrificio propio, incluso obligando a los no-creyentes a plegarse a lo que dictan las autoridades religiosas. En Puerto Rico, la ausencia de una verdadera separación entre la iglesia y el estado permite en estas cuestiones que una mayoría pueda imponer sus criterios y sus exigencias sobre una minoría aunque la minoría no esté de acuerdo. Lo que se decide en el poder civil –que en el caso de Puerto Rico no tiene nada de civil- lo tiene que aceptar el cien por ciento de la población sin excepciones, les guste a algunos o no les guste.

La otra cara de la moneda en el asunto de Miguel es que la falta de dinero fue lo que le impidió poder viajar a uno de los cuatro estados -Oregon, Washington, Montana y Vermont- que sí permiten la muerte asistida. Sin duda alguna, los legisladores de Puerto Rico que siguiendo los dictados de las jerarquías eclesiásticas de Puerto Rico prohiben la muerte asistida en Puerto Rico, ellos sí tienen el dinero suficiente para poder trasladarse fuera de Puerto Rico para obtener ya sea para ellos mismos o para un familiar cercano como sus madres o sus hijos un beneficio que le niegan a sus conciudadanos. En pocas palabras, para evitar sufrir en grado extremo, por mandato de ley en Puerto Rico es necesario no ser pobre, porque para los pobres de Puerto Rico no hay ninguna otra opción más que aguantarse hasta reventar y terminar quizá loco de dolor, o tirarse desde la azotea de un edificio de varios pisos o tomar un veneno para las ratas.

Más allá de la verdadera tragedia de no contar con dinero suficiente para encontrar fuera del país propio algo que se niega dentro del país en el que uno vive, está desde luego el problema de la moralidad y la ética de la decisión de terminar la vida de uno mismo por voluntad propia con la ayuda de un médico dispuesto a servir de cómplice cuando la calidad de vida está en un nivel casi igual a cero y las esperanzas de una cura o un alivio están igualmente cercanas a un nivel casi cero. En el caso de la Iglesia Católica, se suele asustar a estos pobres enfermos terminales con la bandera de las amenazas de infiernos eternos si estos optan por “salir por la puerta falsa”. Ante estas posturas, ¿hay alguna otra opción filosófica o enseñanza espiritual a la cual se pueda recurrir en estas situaciones críticas de agonía perpetua en las que se está condenando a vivir a enfermos terminales que lo que piden a gritos es que los dejen descansar en paz? Si la hay, y es una enseñanza que viene directamente de Sidarta Gautama mejor conocido como el Buda (su nombre no era Buda, la palabra Buda significa un estado de iluminación que supuestamente se puede adquirir llevando una vida frugal y ascética dedicada en su mayor parte a la meditación, la reflexión y el servicio a los demás). Esto fue lo que dijo Sidarta Gautama en lo que muchos consideran una de sus mejores enseñanzas:

“No creas en algo simplemente porque ha sido transmitido por muchas generaciones. No creas en nada simplemente porque ha sido dicho y rumoreado por muchos. No creas ciegamente lo que digo. No me creas porque otros te convencen de mis palabras. No creas nada de lo que veas, leas u oigas de otros, incluso de la autoridad, maestros religiosos o textos.  No creas en nada meramente por la autoridad de maestros, mayores u hombres sabios. No cuentes sólo con la lógica, ni la especulación. No infieras ni te engañes por las apariencias. No rindas tu autoridad ni sigas ciegamente la voluntad de otros. Este camino te llevará únicamente al engaño. Cree solamente después de cuidadosa observacion y análisis, cuando encuentres que concuerda con la razón y que conduce a lo bueno y al beneficio de uno y todos. Encuentra por ti mismo lo que es verdad, lo que es real.”

En pocas palabras, de acuerdo a las enseñanzas de Sidarta Gautama, corresponde a cada quien evaluar su propia situación y tomar su propia decisión de acuerdo a su escala de valores y las cosas que considera correctas, cada quien debe tomar responsabilidad de sí mismo sin trarar de echarle la responsabilidad o inclusive la culpa a los demás por sus propias decisiones ni depender de quienes se presentan como iluminados. Y si tratando de impedir la culminación de lo que al enfermo le parece una decisión razonada y de buena fé, en el momento justo llega algún ministro o algún pastor de alguna secta o culto amenazando al pobre paciente terminal que está considerando terminar con su sufrimiento con advertencias de infiernos eternos pero sin darle opciones al enfermo más que aguantarse hasta terminar de tronar porque todo cuerpo humano tiene un límite, es muy posible que tal ministro o consejero espiritual no sea tan buen amigo como dice serlo o como cree serlo. Y en un momento así para muchos será atractivo ponerse a reflexionar sobre lo que le enseñó Sidarta Gautama Buda a sus seguidores.

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