miércoles, 4 de enero de 2017

Gobierno mentiroso



Al empezar este 2017, los que ocupan puestos importantes dentro del gobierno de México perdieron sus máscaras de demagogia cuando el balance del año anterior puso al descubierto sus mentiras y falsedades.

Empecemos por el aumento al salario mínimo que entra en vigor este 2017, elevándolo a ochenta pesos diarios. La propaganda oficial se estuvo jactando de que el incremento representa el incremento en pesos más alto de los últimos 17 años y permitirá recuperar el poder adquisitivo de la población, sin afectar la estabilidad de precios o el empleo formal, y de acuerdo con el Gobierno federal, tal incremento, sin precedentes, representa 9.5 por ciento más que el salario mínimo vigente de 2016, después de que el pasado 1 de diciembre de 2016 el Consejo de Representantes de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (Conasami) decidió elevarlo de 73.04 a 80.04 pesos diarios.

Pero el muy publicitado aumento al salario mínimo, presumido como el incremento en pesos más alto de los últimos 17 años que permitirá recuperar el poder adquisitivo de la población, nació muerto, a causa del megagasolinazo dado a partir del primer día de 2017 que sin duda alguna producirá una cascada inflacionaria en todo el país cuyo efecto final es que, con todo y el incremento al salario mínimo presumido como más alto de los últimos 17 años, se traducirá en una disminución real y significativa en el salario mínimo de 2017. O sea que, con el nuevo salario mínimo, los trabajadores estarán peor que antes. Sumando mentiras a las mentiras, el secretario de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Meade, descartó que el incremento en el precio de las gasolinas fuera a tener un impacto inflacionario en la economía mexicana. El inicio de 2017 y las protestas generalizadas al caerse al suelo la afirmación rimbombante de Jose Antonio Meade (el cual por cierto tiene aspiraciones para la presidencia de la República) negando que el alza a la gasolina y al gas LP puedan tener impacto inflacionario alguno, han logrado que el gobierno federal termine perdiendo la poca credibilidad que le quedaba.

Otra mentira, esta de Aurelio Nuño, secretario de Hacienda y Crédito Público, el cual también aspira a ocupar la presidencia de México, ocurrió cuando afirmó categóricamente y sin ningún titubeo que 3 mil 119 maestros serían despedidos por faltistas, confirmando que en los siguientes 20 días serían dados de baja los 3 mil 119 maestros en Michoacán, Oaxaca y Guerrero que injustificadamente faltaron a clases, tal y como lo ordena la Reforma Educativa promovida por el presidente Enrique Peña Nieto como parte de su luminoso Pacto por México. Pero medio año después, todos los noticieros nacionales confirman que ninguno de los maestros faltistas perdió su empleo, dándoles con ello nuevas razones y bríos para seguir faltando a la impartición de clases. Por culpa de esta irresponsabilidad que les niega a los niños con maestros faltistas su derecho constitucional a una educación de calidad, México en estos momentos se encuentra entre los países cuyos alumnos reprobaron todos los exámenes del examen internacional PISA. Aurelio Nuño ya había dicho también que la Secretaría de Educación Pública que él preside contaba con 12 mil 882 maestros para reemplazar a todos los maestros que no acudan a cumplir con su función magisterial, pero en virtud de que no perdió su empleo ni uno solo de los 3 mil 119 mal llamados maestros que acumularon demasiadas faltas a sus aulas de clase, se dá por hecho que Aurelio Nuño mintió y de hecho la SEP no solo no cuenta con un solo maestro de reemplazo para reemplazar a ningún maestro parista, sino que lo que es peor, no cuenta ni siquiera con un plan de contingencia para que cualquier maestro faltista pueda tomar en serio la advertencia de que será despedido si no acude a impartir sus cátedras.

Otra mentira más del gobierno federal actual, repetida más de un millón de veces, es que con la captura de los 122 objetivos prioritarios en la lucha contra el narco que recrudeció cuando el presidente Felipe Calderón sacó al Ejército mexicano de los cuarteles, las bandas del narcotráfico quedarían desarticuladas, el narcotráfico dejaría de ser un negocio lucrativo, y a causa de una caída en la oferta de drogas como la heroína, la cocaína, las metanfetaminas y el cristal, los precios de las drogas subirían exageradamente a grado tal que el problema de la drogadicción empezaría a desaparecer en México y los norteamericanos se verían obligados a procurar sus estupefacientas de otra región del mundo como Asia. Pero en agosto de 2016, con la captura de cien de los objetivos prioritarios, ni el narcotráfico ha dejado de ser un negocio, ni han subido los precios de los estupefacientes, ni se ha dejado de surtir al mercado norteamericano, ni se ha tenido impacto alguno en abatir la inseguridad a causa de las luchas que sostienen entre sí las bandas del crimen organizado por tan lucrativo negocio que hoy es más lucrativo que nunca. Si lo que quiere ahora el gobierno federal es tratar de convencer a los mexicanos de que con la captura de los 22 objetivos prioritarios que le quedan pendientes en su lista de 122 entonces ahora sí el problema del narcotráfico llegará a su gran final, eso es algo que ya nadie va a creerle al gobierno federal.

En este contexto, es recomendable la lectura del libro de Sara Sefchovich titulado País de mentiras que aborda “la distancia entre el discurso y la realidad” en México, en donde se puede leer esto: “En México se miente. El discurso público que los mexicanos escuchamos de boca de nuestros políticos, eclesiásticos, empresarios y comunicadores, que son quienes tienen voz en el acontecer cotidiano en referencia a los asuntos que nos atañen como sociedad y que están colocados en un lugar que les confiere poder a la hora de usar esa voz, tiene poco que ver con los datos de la realidad reunidos por académicos y estudiosos, instituciones nacionales e internacionales, activistas y ciudadanos. Aunque tenemos las mejores leyes e instituciones y hemos firmado todos los convenios del mundo, las instituciones no cumplen con su cometido, a las leyes no se las respeta y los convenios son letra muerta. Nos hacen las promesas y ofrecimientos más excelsos e incluso los informes de resultados más alentadores pero poco de eso se lleva a cabo y mucho de lo que se asegura que se hace no se hizo. Este modo de funcionar tiene con nosotros una larga historia, pues la mentira ha formado parte de nuestro discurso público desde tiempos inmemoriales, pero en el fin del siglo XX y principios del XXI en el que supuestamente la mentira ya no habría sido necesaria dado que una de las premisas de la democracia es precisamente el derecho de los ciudadanos a la verdad, ella no solo creció y se reprodujo hasta dimensiones insospechadas sino que se convirtió en la única forma de gobernabilidad”.

Una mentira tras otra, anuncios oficiales optimistas en la televisión que insisten en que hay que ver el vaso lleno al diez por ciento y no fijarse en el vaso viéndolo como un vaso noventa por ciento vacío, falsedad tras falsedad tras falsedad, ficción tras ficción tras ficció, fábula tras fábula tras fábula. Esto tiene el efecto devastador de que la mentira empieza a ser vista como algo natural, sin consecuencias. Pero hay consecuencias. El hecho de que el gobierno de Enrique Peña Nieto haya terminado convertido en un gobierno de mentiras ha minado la popularidad del presidente de México en las encuestas y le ha restado legitimidad y credibilidad, perdiendo con ello la facultad para poder gobernar y resolver los problemas de México. A las mentiras de Peña Nieto se le suman las mentiras de sus colaboradores dentro de su gabinete que le han tomado el ejemplo, como Aurelio Nuño y José Antonio Meade mencionados arriba, que todavía creen en sus aspiraciones presidenciales que pese a tantas mentiras ellos y el PRI tienen grandes posibilidades de poder seguir en el poder tras las elecciones presidenciales de 2018. Tanta mentira hace que un gobernante se desconecte de la realidad y que hasta pueda terminar creyendo sus propias mentiras. No en vano, entre los mandamientos del Decálogo, se imponía como un mandamiento absoluto a ser obedecido en todo momento el Octavo Mandamiento divino que ordena No mentirás ni levantarás falsos testimonios. Aún sin fé religiosa, hasta los ateos pueden percibir que cuando se hace de la mentira una costumbre rutinaria para inventar ficciones, evadir responsabilidades y negar culpa alguna, la práctica repetida del arte favorito del Padre de la Mentira puede hacer que cualquiera de sus practicantes termine completamente loco. Y en este respecto, lamentablemente, Enrique Peña Nieto ya lleva la mitad del camino recorrido.

Y para dar una muestra académica de la locura que viene de la mentira, he aquí la adaptación de una frase que ejemplifica la famosa Paradoja de Epiménides:

“Estoy mintiendo todo el tiempo”

Si en verdad estoy mintiendo todo el tiempo y soy un mentiroso consumado, entonces al decir la frase “Estoy mintiendo todo el tiempo”, la frase misma también debe ser falsa al salir de mi boca, y por lo tanto no es cierto lo que digo al haber dicho que “Estoy mintiendo todo el tiempo”, al pronunciar ésto debo estar hablando sin mentira alguna, con la verdad, y no soy un mentiroso. Pero si hablo con la verdad, si no soy un mentiroso, entonces la frase “Estoy mintiendo todo el tiempo” debe ser cierta, y debo ser un mentiroso consumado. O sea, que al mismo tiempo que hablo con la verdad, soy un mentiroso en grado total. Esto es, no soy un mentiroso pero soy un mentiroso, ambas cosas a la vez al mismo tiempo. Esto es como decir que se puede ser blanco y se puede ser negro al mismo tiempo. ¡Oh, confusión! Mejor de plano no miento, para no terminar completamente loco, como aquellos individuos con aspiraciones presidenciales que hablando a cada rato con la mentira la pronuncian ya como si fuera verdad al grado de que terminan creyéndosela, siguiéndole el ejemplo al gobernante supremo cuya credibilidad tal vez está hoy en un solo dígito de aprobación en las encuestas.

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