miércoles, 11 de enero de 2017

Sofismas y falacias de Enrique Peña Nieto




Cuando Enrique Peña Nieto tomó posesión de la Presidencia de México el 1 de diciembre de 2012, la paridad peso-dólar rondaba muy cerca de los 13 pesos por dólar.

En tan solo 4 años después de que Peña Nieto fuera investido como presidente, sin dar la cara Peña Nieto las dependencias gubernamentales federales bajo su mando dieron a conocer el 28 de diciembre de 2016, Día de los Inocentes, la noticia del terrible megagasolinazo que le echó a perder el fin de año a muchos mexicanos, la paridad peso-dólar ronda en los 21 pesos por dólar. Esto representa un encarecimiento en el valor del dólar del 69 por ciento, o bien, una devaluación del peso mexicano en el mismo porcentaje.

Peña Nieto se estuvo escondiendo por varios días, pero cuando apareció por fin en público en un discurso televisado y radiado en todos los canales de televisión en México el 5 de enero de 2017 para dar su justificación, defendió su postura de no dar marcha atrás al megagasolinazo dicendo que: “Se trata de un aumento que viene del exterior. El gobierno no recibirá ni un centavo más de impuestos por este incremento. Este ajuste del precio de la gasolina no se debe a la reforma energética ni tampoco a un aumento en los impuestos. En el último año, en todo el mundo, el precio del petróleo aumentó cerca de 60%”. Así pues, en ese mensaje grabado el gobierno actual le está echando hoy buena parte de la culpa de la crisis en la que hoy está inmerso México al aumento en los precios del petróleo, según lo cual los aumentos en los precios internacionales del petróleo han sido devastadores para la economía mexicana. De este modo, el presidente trató de deslindar el “gasolinazo” de la Reforma Energética que él impulsó y que ha afectado a Pemex, la compañía petrolera nacional de México, sugiriendo que el aumento en los precios internacionales de petróleo resultó ser sumamente catastrófico para la economía mexicana. Sin embargo, hace apenas un año atrás, afirmó que el fenómeno contrario, la caída de los precios del petróleo, era una muy mala noticia para la economía mexicana. El gobierno de Peña Nieto aseguraba, y así lo creyeron todos en su momento, que la caída de los precios del petróleo al comienzo de 2016 era el culpable directo de haber empujado más abajo al peso en su paridad peso-dólar, requiriendo la mposición de recortes en el gasto y ayuda financiera para ese barril sin fondo, el productor petrolero estatal, Petróleos Mexicanos. O sea que si el precio internacional del petróleo baja, entonces como consecuencia negativa el peso se devalúa a lo grande y la economía mexicana se hunde, pero si el precio internacional del petróleo sube, entonces también el peso se devalúa y a lo grande y la economía mexicana de todos modos se hunde. Estas declaraciones notablemente contradictorias se dieron no en el curso de varios años de gobierno o incluso décadas, sino en cuestión de unos cuantos meses, en el mismo año.

La siguiente gráfica fue tomada directamente del portal web del Servicio Geológico Mexicano, la cual proporciona el promedio mensual (en trimestres) del precio en dólares del barril de Petróleo Mezcla Mexicana (MME) desde el mes de marzo de 2005 hasta el mes de diciembre de 2016 (es necesario hacer clic con el Mouse dentro de la grafica para poder apreciarla completa):




Esta gráfica muestra claramente que cerca del mes de agosto de 2008 el precio del barril de crudo rondaba en los 120 dólares por barril, un precio mucho mayor que el precio de diciembre de 2016 de unos 40 dólares por barril. El precio del barril de crudo mexicano hace 8 años era mucho mayor que el precio actual, tres veces mayor. Pero en 2008 no hubo ningún gasolinazo. Si la lógica peñista de que el megagasolinazo al inicio de 2017 se debió a un aumento reciente en los precios del crudo, entonces de acuerdo a la misma lógica en 2008 debería de haber habido no un megagasolinazo sino un supergasolinazo, lo cual no ocurrió. Se argumenta ahora que esto se debe a que México está produciendo menos petróleo y gasolina que antes. Pero siguiendo la misma lógica, un año atrás cuando el precio del barril de crudo mexicano se vendía en poco más de 24 dólares por  barril a fines de 2015 y no en los 40 dólares por barril, la gasolina mexicana como se cobra en las gasolineras debería de haber sido mucho más barata, costando la mitad, y nadie recuerda que hace un año la gasolina costara la mitad de lo que costaba inclusive antes del megagasolinazo. De acuerdo a la misma gráfica, entre 2011 y 2014 el precio del barril fluctuaba alrededor de los cien dólares por barril, lo cual de acuerdo a la lógica peñista hubiera requerido en forma sostenida un impuesto brutal sobre los bolsillos de los mexicanos, y quienes tienen memoria recuerdan que no fue así. Después de esos altos niveles, la caída en los precios internacionales del petróleo se debió a la explotación en Estados Unidos de gigantescos yacimientos subterráneos por la técnica de fracking, de lo cual tomé nota en esta bitácora el 14 de diciembre de 2014 en una entrada titulada Fracking: La venganza del Tío Sam, lo cual liberó a Estados Unidos de su dependencia del petróleo árabe. Lo importante en todo caso de la gráfica es que, ya sea que aumenten o bajen los precios del petróleo internacional, los mexicanos tenemos que ser castigados ya sea con gasolinazos “hormiga” propinados cada fin de mes (o cada fin de semana) o con megagasolinazos descomunales eminentemente inflacionarios como el de 2017, pero nunca ha ocurrido el fenómeno contrario.

Pero la gráfica anterior no lo dice todo. En julio de 2013, cuando el precio del barril de petróleo rondaba en los cien dólares por barril y supuestamente México debería de haber obtenido ingresos considerables (ciertamente mayores a los de ahora) por sus ventas al extranjero, PEMEX reportó en el primer semestre de 2013 una pérdida de 53 mil millones de pesos, lo cual llevó en ese entonces al analista del sector petrolero Andrés Morales a afirmar que PEMEX “es la única petrolera del mundo que tendrá pérdidas en el año”. Existe la certeza entre muchos analistas de que si México hubiese tenido más petróleo en su subsuelo que los países árabes, de cualquier modo y aún con precios internacionales bastante altos PEMEX hubiera terminado siendo una empresa deficitaria. Vistas bien las cosas, para México hubiera sido una bendición el no haber tenido ni una sola gota de petróleo en su subsuelo ni en en plataforma marítima alguna, porque de este modo se habría visto obligado a terminar de una vez por todas con la gigantesca corrupción gubernamental que ha generado caracterizada por el dispendio y el despilfarro a manos llenas bajo personajes tan corruptos y tan poderosos en su momento como lo fueron Joaquín Hernández Galicia “La Quina” y Carlos Romero Deschamps, verdaderos jefes de una mafia sindical que más que sindical era mafia como cualquier otro cártel de las drogas. Hasta los partidos políticos, beneficiarios de 3 mil millones de pesos de financiamiento anual por parte del INE (en Estados Unidos, un país rico, el financiamiento gubernamental a los partidos políticos es cero, no existe; y los tiempos de spots para propaganda oficial en la televisión tampoco existen), han contribuído al desfalco, y son pocas las voces (como Aristóteles Sandoval) que han propuesto acabar con este saqueo al menos en períodos no electorales.

Pocos se han dado cuenta o pueden recordar que la crisis que se está viviendo en el actual sexenio de Enrique Peña Nieto es en buena medida una repetición de lo que ya vivió en el último año de gobierno del nefasto José López Portillo. Cuando López Portillo empezó a gobernar, el descubrimiento de grandes reservas petrolíferas bajo el mar como las extraídas por el complejo Cantarell y el alto precio del petróleo en ese entonces hicieron el efecto mágico de que la banca extranjera le soltara préstamos multimillonarios al gobierno lopezportillista sin límite ni restricción alguna tomando como garantías las reservas petroleras de México y los elevados ingresos obtenidos por los altos precios del petróleo. Pero los precios internacionales del petróleo empezaron a caer al descubrirse los inmensos yacimientos petroleros del Mar del Norte y al pelearse entre sí los países miembros del cártel de la OPEP que no pudieron ponerse de acuerdo para fijar precios controlados del petróleo que fueran no tan altos pero no tan bajos, dejando con ello que el precio del crudo quedara a la libre fluctuación de mercado en base a la oferta y la demanda. De este modo, el precio del petróleo mexicano se desplomó, y siguiendo la regla esquizofrénica de que si el precio del petróleo internacional cae a México le va mal y también le va mal si el precio del petróleo internacional sube, la economía mexicana tronó, el gobierno de México se tuvo que declarar en moratoria al no poderle pagar a sus acreedores, y el peso se fue a pique.

Al no darle resultado el argumento de que el megagasolinazo era necesario por la subida en los precios del petróleo, Peña Nieto empezó a cambiar de pretexto y empezó a argumentar que a México ya se le acabó su petróleo. Pero si esto es así, ¿entonces qué de los cuatro gigantescos yacimientos que fueron descubiertos apenas hace seis meses, con tanto combustible que hasta pone en riesgo el precio del crudo? ¿Era otra mentira oficialista?

De cualquier modo, aún si México contara con yacimientos gigantescos de petróleo, esto no le serviría de nada a Pena Nieto como posible argumento porque hay un país latinoamericano al que no se le ha acabado el petróleo, y lejos de ello, cuenta con las mayores reservas petrolíferas del planeta, y pese a ello el país se está hundiendo en estos momentos en una severa crisis económica y social no porque se le haya acabado “la gallina de los huevos de oro”, sino por estar gobernado por un régimen socialista a ultranza ignorante de los más básicos principios sobre los cuales funciona la economía. Ese país es Venezuela. De hecho, si a Venezuela se le hubiera acabado ya su petróleo, el país se habría visto obligado a diversificar su economía además de echar del poder a los socialistas chavistas encabezados por el desquiciado presidente -hoy autócrata- Nicolás Maduro que lo único para lo que han resultado muy buenos, al igual que sus contrapartes en México, es para despilfarrar a manos llenas los buenos ingresos obtenidos en los buenos tiempos de la riqueza petrolera.

En su mensaje a la Nación plagado de cinismo, Pena Nieto lanzó como reto la siguiente pregunta: “¿Qué hubieran hecho ustedes?”.

Por principio de cuentas, los partidos políticos que se autonombran como defensores del pueblo ante el megagasolinazo del primero de enero de 2017 le podrían haber respondido a Peña Nieto usando exactamente lo mismo que lo que le dijo Andrés Manuel López Obrador, al mencionar en sus spots de televisión el avión presidencial comprado por México que “No lo tiene ni Obama”. En su spot que terminó siendo prohibido por los muy indignados y muy bien pagados magistrados del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, López Obrador dijo: “Apenas habían comprado el avión presidencial de 7,500 millones de pesos, no lo tiene ni Obama, y ya habían comprado otro para el secretario de la Defensa y otro más para el procurador, un avión de lujo de 80 millones de dólares, mientras al pueblo solo le entregan migajas, despensas, frijol con gorgojo, y eso solo cuando necesitan votos”, agregando que de ganar las elecciones en 2018, vendería el costosísimo y superfluo avión presidencial cuya compra, dicho sea de paso, fue negociada por el entonces Presidente emanado del Partido Acción Nacional, Felipe Calderón (el PAN parece que hoy tiene proscrita en sus protestas por el megagasolinazo cualquier mención a la venta de ese costosísimo avión presidencial, algo que ni para el PRI ni para el PAN es algo que esté sujeto a ninguna negociación). Y ese avión no solo no lo tiene ni Obama. Inclusive Donald Trump, próximo a tomar posesión de la presidencia de uno de los países con mayores recursos financieros del planeta, advirtió a Boeing sobre la cancelación de un avión presidencial norteamericano cuyos costos estaban fuera de control. Obviamente, Peña Nieto decidió que él como presidente mexicano merecía un avión presidencial que no tuvo Obama y que Trump tampoco quiere tener por sus costos fuera de control, un avión presidencial a todo lujo a ser pagado en su totalidad por el pueblo de México.

Peña Nieto tampoco aprovechó su mensaje pregrabado para proponer una reducción del número de diputados federales en el Congreso de la Unión, tanto uninominales como plurinominales, del medio millar que hoy son en el Congreso, a los 300 que había antes de que el tecnócrata Miguel de la Madrid inflara sin justificación alguna dicho número de 300 a 500 en los tiempos en los que el PRI era el partido hegemónico y podía “mayoritear” a todos los demás partidos con estas costosísimas y extravagantes iniciativas. Ningún otro país en el continente americano, ni siquiera Estados Unidos, tienen tantos diputados, costosísimos todos ellos, como el medio millar que tiene México. Pero eso parece que tampoco es tema de negociación que pueda ser tocado ni mencionado por los partidos políticos que hoy se alzan como supuestos defensores del pueblo en contra del gasolinazo. El derroche de estos parásitos sociales es tal que al mismo tiempo que en México estallan violentas protestas por el megagasolinazo se publica en las noticias que los diputados federales se dieron a sí mismos un bono especial de 4 millones 400 mil pesos para darle mantenimiento preventivo y correctivo a los vehículos de los grupos parlamentarios, a lo cual se le suma el hecho de que los legisladores tampoco pagan la gasolina que consumen, pues reciben vales, y gozan de servicios de estética y gimnasio, entre otras prerrogativas, todo esto por encima de una “subvención de carácter extraordinario” que una amplia colección de diputados en lista negra (la gran mayoría) autorizaron por un total de 75 millones de pesos “que al fin y al cabo el pueblo paga”. Con el solo hecho de reducir el injustificado número de diputados federales, considerando el enorme costo que cada uno de ellos representa al erario público, posiblemente el megagasolinazo se podría haber evitado y hasta habría sobrado dinero para atender otros asuntos de mayor urgencia. Y para no quedar atrás, entre muchos otros rubros de gastos en un año el Senado aumentó en 151.6 millones de pesos su gasto en asesores, pese a contar con el Instituto Belisario Domínguez, una entidad especializada en realizar investigaciones y estudios de agenda legislativa (según los informes del ejercicio del presupuesto enero-septiembre, el concepto “Remuneraciones al Personal de Carácter Transitorio” en la Cámara alta registró un aumento para asesores al pasar de 595 millones de pesos en septiembre de 2015 a 746.65 millones en el mismo mes de 2016). Todo lo cual representa un barril sin fondo.

¿Y qué decir del mismo Enrique Peña Nieto, que para su faraónico viaje a Inglaterra para ser recibido por la Reina de Inglaterra se llevó consigo a una costosísima e innecesaria comitiva de 200 personas, con todos los gastos cargados al erario público? ¿Acaso no cuenta México con un embajador en el Reino Unido para tratar con el gobierno británico cualquier asunto de estado a tratar para el cual la presencia de Peña Nieto no era algo indispensable? ¿Pues qué acaso las arcas del erario nacional estaban rebosantes de dinero para esos rubros? ¿No habían dicho los priistas que después de López Portillo estas cosas ya no volverían a ocurrir jamás?

Recurriendo a una estrategia típica de los tecnócratas, Enrique Peña Nieto se esperó deliberadamente a que primero se fijara un mes antes, el primero de diciembre de 2016, el  incremento oficial autorizado para los salarios mínimos para todo 2017, un aumento de por sí paupérrimo e insultante, para propinar después el 28 de diciembre de 2016 el “megagasolinazo” e impedir así que los sindicatos y los trabajadores en general pudieran tomar en cuenta los efectos inflacionarios del “megagasolinazo” en sus demandas de aumento salarial para el 2017. Maquiavélico, ¿no_

Se tiene a continuación una reproducción de la portada de la revista TIME del 24 de febrero de 2014 titulada “Saving Mexico” (Salvando a México), cuando los editores de dicha revista realmente se creyeron los cuentos de la propaganda oficialista que presentaba a Enrique Peña Nieto como un grandioso salvador de México gracias a sus reformas estructurales, algo que al empezar el funesto 2017 del gasolinazo ya no se la cree ni siquiera el mismo Peña Nieto:




Las contradicciones y dislates en este rubro son tales que inclusive desde antes que se diera el gasolinazo a principios de 2017 resulta que en la frontera sur la gasolina de Guatemala, que no es un país productor de petróleo, es más barata que la gasolina mexicana, y también en la frontera norte con los Estados Unidos la gasolina es más barata que la gasolina mexicana a grado tal que al darse el gasolinazo empezó incrementó de manera considerable una fuga de compradores mexicanos que se fueron (y se siguen yendo) a llenar los tanques de sus vehículos con gasolina norteamericana de empresas como Shell, Exxon y Mobil, pese a los largos tiempos de espera para cruzar en los puentes internacionales de México a los Estados Unidos. Quienes terminan realmente ahorcados son las decenas de millones de mexicanos que viven en el interior del país que no tienen la opción de poder salir con sus vehículos fuera de México para comprar gasolina más barata ya sea en Estados Unidos o en Guatemala.

Otra ficción del gobierno peñista es que, con la liberación del precio de las gasolinas dejando que estén sujetos a las leyes del mercado libre, o sea a la ley de la oferta y la demanda, la competencia entre distintas empresas hará que a la postre bajen los precios cuando los compradores busquen los puntos de venta más baratos. El argumento es válido cuando en una ciudad hay competidores de distintas marcas. Pero el problema en México es que, con excepción de las franjas fronterizas norte y sur en donde realmente hay una verdadera competencia y los consumidores mexicanos pueden cruzar a los Estados Unidos o a Guatemala en donde pueden encontrar la gasolina mucho más barata, en el interior del país no existe competencia alguna y el único proveedor es PEMEX que monopoliza la producción y la distribución, y con el país dividido artificialmente en 90 zonas (esta fue una decisión de corte meramente burocrático) cuya ubicación corresponde a la infraestructura existente de almacenamiento y reparto de PEMEX, esto le dá al monopolio petrolero PEMEX un margen de maniobra amplísimo para hacer algo que antes no podía hacer: imponer los precios que le dé la gana, con los ingresos excedentes usados para subsidiar la ineficiencia de PEMEX y la corrupción rampante de un gobierno obeso. Un buen ejemplo ocurrió cuando al empezar el 1 de enero de 2017, a la vez que la gasolina en Chihuahua empezó costando 16 pesos por litro o más, en el país vecino el mismo litro de gasolina de mucho mejor calidad se puede adquirir a 11 pesos por litro, lo cual ocasionó una fuga de compradores con las gasolineras del lado mexicano quedando desiertas por la ausencia total de consumidores a causa de la fuga hacia el lado norteamericano. ¿Pero qué pueden hacer los que viven en el interior del país que no tienen esta opción, como clientes cautivos de una empresa paraestatal que ejerce un monopolio en el que no existe esa competencia que se usó como argumento oficialista para liberar los precios de la gasolina?

Un dato poco conocido es que a finales del año 2015 PEMEX ingresó al territorio norteamericano con su primera gasolinera, la cual está funcionando en Houston desde el 1 de diciembre de 2015:




Sin embargo, lo que PEMEX cobra en suelo norteamericano por sus gasolinas es hasta un 44 por ciento más barato por llenar el tanque de un vehículo que lo que pagan dentro de México los mexicanos que viven en el país de origen del combustible. Al abrir PEMEX su primera gasolinera en Houston, el galón de Magna se vendía a 1.54 dólares mientras que la Premium se vendía a 1.58 dólares:




Y considerando la paridad peso-dólar en ese entonces de 16 pesos con 90 centavos por dólar, un galón costaba 25.73 pesos mientras que en México el mismo galón de Premium se vendía a 54 pesos mexicanos. En pocas palabras, ¡el galón de gasolina de PEMEX se vendía en los Estados Unidos a la mitad de lo que costaba en México! Y de hecho la gasolina de PEMEX que se vende en sus cinco gasolineras en Houston es mucho más barata que la que hoy se vende en México, antes o después del megagasolinazo. PEMEX no puede vender su gasolina en Estados Unidos al mismo precio al que hoy la está vendiendo en México a los mexicanos que son sus clientes cautivos porque simple y sencillamente nadie se la compraría y en cuestión de unas cuantas semanas PEMEX USA tendría que declararse en quiebra y cerrar todas sus gasolineras allá. Aquí ni caso tiene hacer comentarios porque el lector puede ir sacando sus propias conclusiones.

Algunos analistas observan que el costo superior de las gasolinas en México se debe al Impuesto Especial sobre Productos y Servicios (IEPS) que aunado al IVA encarece el costo de las gasolinas. Esto es cierto, pero el problema para el gobierno de México y su casta descastada de funcionarios privilegiados es que si se deroga el IEPS o si se disminuye en un 50 por ciento como proponen algunos entonces sí no habrá ya suficiente dinero para adquirir costosos aviones presidenciales de lujo ni para pagar un Congreso con 500 diputados a costo altísimo cada uno de ellos ni habrá incluso para estar subsidiando y rescatando a la ineficiente empresa paraestatal PEMEX.

Otra ficción del gobierno peñista es que ya no era posible seguir subsidiando la gasolina, tratando de asustar al pueblo con el argumento de que haber mantenido el subsidio hubiera significado sacrificar un ingreso de 200 mil millones de pesos obligando al sacriificio de importantes programas sociales y a recortes drásticos en áreas tales como salud y educación. Sin embargo, tomando en cuenta el oneroso impuesto IEPS recabado por el gobierno con la venta de las gasolinas, la realidad es que es el gobierno federal el que se está subsidiando a sí mismo, y si a ésto le sumamos los aumentos recaudatorios a causa del “megagasolinazo”, pues el subsidio no al pueblo sino al mismo gobierno aumenta en lo que viene siendo un incremento de impuestos disfrazado. Si no existiera el impuesto IEPS, entonces sí se podría hablar de un subsidio al pueblo en ausencia del “megagasolinazo”, pero con el IEPS  el gobierno recibirá 284,432 millones de pesos por impuestos a gasolinas en 2017, obteniendo 75,000 millones de pesos más gracias al Impuesto Especial sobre Producción y Servicios IEPS a combustibles automotrices, 36% más que en 2016. ¿Entonces quién es el verdadero beneficiario con el “megagasolinazo”? Ciertamente, el pueblo no. Es falso que sin el “megagasolinazo” esto le hubiera costado 200 mil millones de pesos al país. El verdadero perdedor hubiera sido el gobierno, máxime que ha habido estudios de académicos que demuestran de manera contundente que el gasto público en México es un verdadero laberinto de opacidad y corrupción en el que se pierden sin darle cuentas a nadie mucho más que los tan mentados 20 mil millones de pesos que Enrique Peña Nieto ha tomado como bandera para usar como el proverbial “petate del muerto” para asustar al pueblo.

Si la situación de México realmente estaba tan mala que al decir de Peña Nieto no le quedaba ninguna otra opción más que darle a los mexicanos el golpe que les dió a principios de 2017, se puede suponer que esta situación no se dió de un día para otro, fue una situación que se debió de haber estado gestando a lo largo de varios meses o inclusive años, y siendo así los aumentos se pudieron haber aplicado de forma programada y gradual para permitirle a los mexicanos y a los empresarios irse adaptando tal y como lo estaban haciendo con los “gasolinazos hormiga” que se estaban dando cada dos o tres semanas. Entonces se debe dar por hecho de que Peña Nieto mintió por demasiado tiempo al estarle ocultando al pueblo de México una situación de crisis que en vez de ser revelada tal cual se le permitió ir acumulando presión hasta que la olla de presión terminó reventando a principios de 2017.

Para echarle la culpa a los empresarios de una escalada inflacionaria a causa del gasolinazo, el Presidente Peña Nieto improvisó un muy publicitado pacto como los que usaron en su momento Miguel de la Madrid y Carlos Salinas de Gortari, llamado Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar, algo que no existía una semana atrás y que fue elaborado al vapor, un intento político improvisado para cerrar filas alrededor de Enrique Peña Nieto como una respuesta un tanto cuanto asustada por la reacción de repudio popular al gasolinazo, un pacto que la COPARMEX se negó a firmar, un acuerdo peñista que fue un homenaje a la insensibilidad: hueco, sin acuerdos concretos, vacío de contenido. Los pormenores del pacto fueron conocidos por los firmantes a escasas dos horas antes de que se celebrara la reunión con los supuestos firmantes que, por lo mismo no les quedaba de otra que adherirse a la petición del primer mandatario sin conocerlo,

Pese a que la propaganda oficialista desde los tiempos en los que el PRI gobernaba como partido único manteniendo un control total de los procesos electorales ha estado repitiendo hasta el cansancio la ficción de que “el petróleo es de todos los mexicanos”, esto es falso, y siempre ha sido una falsedad sostenida por décadas. El petróleo en realidad siempre fue de los gobiernos, del sindicato de la empresa PEMEX, de sus directivos, funcionarios, líderes, contratistas y de los trabajadores, que gozaron de privilegios sindicales.

El impopular gasolinazo es quizás el mejor resumen del fin de los “logros” del sistema político surgido de la Revolución Mexicana, la que ocurrió entre 1910 y 1917, basados esencialmente en la corrupción, la impunidad y el cinismo. Nadie resiste un cañonazo de 50 mil pesos (de entonces), advirtió uno de sus próceres fundadores, Álvaro Obregón, quien presumía de su “honestidad” porque él sólo tenía una mano para robar, mientras sus amigos y enemigos tenían dos. Hoy, en el año del centenario de la promulgación de la Constitución, que es origen de la vigente en el país, la corrupción generalizada comenzó a exigir el pago de la factura del derroche de todos esos años. Y ese cobro inició en el área de la que los mitos priistas afirmaban que era de todos los mexicanos: el petróleo, que en realidad fue de los gobiernos, del sindicato de esa empresa, de sus directivos, de sus funcionarios, de sus líderes, de los contratistas y también de los trabajadores que gozaron de prebendas y privilegios, cubiertos con el manto de las sacrosantas e intocables conquistas sindicales entre las que se cuentan prestaciones, cientos de ellas, como la delfinoterapia para ellos y sus familias, y el “derecho” a heredar o vender las plazas, todo producto también de la corrupción o su “cobertura”. Esto es algo que Enrique Peña Nieto ni siquiera tocó ni mencionó en su mensaje radiado por televisión el 5 de enero de 2017, quizá porque el Salvador de México es también un beneficiario directo de esa inmensa corrupción.

Finalmente la gallina de los huevos de oro, la misma que en los años 70 y 80 del siglo pasado se presentó como la base de la “administración de la riqueza” dejó de ponerlos. La empresa de “todos” los mexicanos quebró, aunque algunos “patriotas” utilizan el eufemismo de que fue saqueada. Sí, el saqueo (la corrupción, es decir) provocó su quiebra. Nos volvieron a saquear (y apenas hoy la mayoría de los mexicanos quiso darse cuenta) contra la promesa de José López Portillo, hecha en 1982, golpeando furiosamente la tribuna de la Cámara de Diputados (la más alta de la Nación, dicen o decían los cursis), autodefinido en el paroxismo de su locura como “el último Presidente de la Revolución Mexicana” y en realidad cabeza de uno de los gobiernos emblemáticos de la corrupción nacional, como los demás, esa que molesta a los mexicanos cuando se recuerda que no sólo es condición de los gobernantes y políticos, sino también de quienes interactúan con ellos… muchos de los ciudadanos que hoy sufren la quiebra técnica de Petróleos Mexicanos.

En buena medida son ciertos los datos presentados por muchos expertos para explicar el llamado gasolinazo: que la carga fiscal (soporte de los presupuestos federales deficitarios) en los precios de los combustibles y en las actividades empresariales de PEMEX, que los subsidios a los precios, que los costos de producción, que la falta de refinerías y tecnologías, que la importación de gasolinas y el precio internacional del petróleo, que los costos de distribución y los pasivos laborales (las prebendas al sindicato y, por supuesto, también a los directivos y a los funcionarios). No son muchos los que se han referido a la corrupción como elemento esencial de la factura que se nos cobra hoy con el gasolinazo. Pero, la corrupción y su impunidad están detrás de toda la lista del párrafo anterior. Éstas, la corrupción y la impunidad, son el cáncer de México, que hoy pasa y exige pago a diversas facturas. ¿Ya se nos olvidó la corrupción del sector educativo que impide, por ejemplo, la aplicación de la reforma respectiva? No, no es coincidencia fortuita. La solapada corrupción del sindicalismo oficial, el llamado charro, (las grandes centrales obreras oficialistas y los sindicatos de las secretarías de Ejecutivo o de las empresas paraestatales, todas) es parte de las facturas que habrán de pagar todos, aquí sí, todos los mexicanos. En los próximos años se harán presentes, aunque no se les llame gasolinazos.

La crisis no solo es del pueblo que ha tenido que pagar las facturas, también es del sistema político mexicano. Al irse agotando las reservas de crudo en México y al irse quedando el gobierno de México sin opciones para allegarse de empréstitos internacionales, estamos contemplando el principio del fin del caduco régimen de la Revolución Mexicana. México ya no es el segundo productor de petróleo en el mundo como lo era en 1921 con 193 millones de barriles. En el fondo de los barriles ya queda poco petróleo, pero la corrupción subsiste. Y peor aún: su impunidad. ¿Qué hacer? Pues, de entrada, combatirlas y acabar con ambas, y se debe dar por hecho que Enrique Peña Nieto no hará absolutamente nada para empezar a dar la pelea en esto. Se puede, si se quiere. O esperar que a México se le acabe el petróleo, ese oro negro que viene de los veneros del Diablo (de la frase que resultó profética que aparece en el poema La Suave Patria del gran poeta zacatecano Ramón López Velarde), y que al acabarse el petróleo se acabe también por fin con él toda la corrupción que generó, junto con PEMEX y su nefasto y corrupto sindicato a los cuales el grosor de la población mexicana no echarán de menos.

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